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El

matrimonio.
Sistema
matrimonial. Forma
del matrimonio
Unidad 2


CAROLINA DEL C. CASTILLO MARTÍNEZ
21/09/2019

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Carolina del C. Castillo Martínez

El matrimonio. Sistema matrimonial. Forma del


matrimonio
Unidad 2

SUMARIO: I. El matrimonio. II. Sistemas matrimoniales. III. El sistema


matrimonial español. IV. El matrimonio celebrado en forma religiosa. V. La
promesa de matrimonio. VI. Forma del matrimonio.
En esta lección se ofrecen ideas básicas sobre la materia. Puede profundizar en la
misma en el “Itinerario práctico”.
I. El matrimonio
La institución matrimonial ha mantenido vigentes sus esenciales notas
características desde los inicios de su conformación hasta etapas recientísimas de su
evolución histórica. Así, en las fuentes romanas es clásica la definición que del matrimonio
ofrece el jurista Modestino al considerar que “nuptiae sunt coniuctio maris et foeminae, et
consortium omnis vitae, divini et humani rerum communicatio” (D. 23.2.1). Y, en efecto,
tradicionalmente, en el ámbito cultural que rige el patrón occidental y hasta la aprobación
de la controvertida Ley 13/2005, de 1 de julio (por la que se aprueba el matrimonio civil
entre personas del mismo sexo), el matrimonio se ha definido esencialmente por ser la
unión legal, de carácter estable, entre un hombre y una mujer con el propósito de
compartir plena y permanentemente la vida. Así se desprende, según un destacado
criterio mayoritariamente extendido entre la doctrina, del contenido del artículo 32 de la
CE, al declarar que “ el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio …”,
confirmado, entre otras resoluciones, por las SSTS de 8 de julio de 1988, 3 de marzo de
1989 y 1 de abril de 1991, que declararon la nulidad de los eventuales matrimonios
contraídos por un transexual si bien se permitía la rectificación legal del sexo del individuo
en el Registro Civil, doctrina seguida por la RDGRN de 21 de enero de 2001, de la que, no
obstante, se apartó la RDGRN de 8 de enero de 2001 al permitir el matrimonio contraído
entre un transexual y otra persona genéticamente del mismo sexo. Tras la promulgación
de la ya mencionada Ley 13/2005, de 1 de julio (inspirada en la Resolución del Parlamento
Europeo de 8 de febrero de 1994), en el ordenamiento español la heterosexualidad ya no
es característica imprescindible del matrimonio civil, disponiendo el párrafo segundo del
artículo 44 del Código Civil que “el matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos
cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo” y declarando
expresamente la Disposición Adicional Primera de la ya citada Ley 13/2005 que “las
disposiciones legales y reglamentarias que contengan alguna referencia al matrimonio se
entenderán aplicables con independencia del sexo de sus integrantes”.



El artículo 32.1 de la CE reconoce el derecho a contraer matrimonio (“ius connubii”),
al disponer que “el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena
igualdad jurídica”, estableciendo posteriormente que “ la ley regulará las formas del
matrimonio, la edad y la capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de los
cónyuges, las causas de separación y disolución y sus efectos” (art. 32.2 CE). De esta última
declaración vinculada al contenido del artículo 53.1 de la CE se concluye la existencia de
una reserva de ley sobre la materia relativa a la forma del matrimonio, la edad y la
capacidad para contraer, los derechos y deberes de los cónyuges y las causas de
separación y disolución y sus efectos, debiendo la ley que lo regule, en todo caso, respetar
su “contenido esencial” (cfr. art. 53.1 CE). De los preceptos precitados, además de la
doctrina científica así como de la emanada de las declaraciones del TC, se desprenden los
principios esenciales reguladores de la institución matrimonial. Son los siguientes: 1)
Libertad para contraer matrimonio o no hacerlo. Presenta este principio un doble orden
de manifestación pues, por un lado, supone la imposibilidad de que nadie quede vinculado
matrimonialmente sin la concurrencia de un consentimiento válido, además de los
imprescindibles requisitos de capacidad y forma, y, de otra parte, implica que los poderes
públicos están obligados a reconocer la institución matrimonial sin posibilidad alguna de
imponerla si no existe consentimiento matrimonial individual de los contrayentes. 2)
Plena igualdad jurídica de los cónyuges (art. 32.1 CE) en el ámbito de la institución
matrimonial garantizada constitucionalmente como no equivalente a la unión
extramatrimonial, sin embargo no prohibida por la CE (cfr., STC 184/1990, de 15 de
noviembre). 3) Estatuto jurídico matrimonial único, cualquiera que fuere la forma de
celebración. 4) Reserva de ley ordinaria en materia matrimonial. 5) Unidad (cfr. art. 46.2
del CC) y disolubilidad (art. 85 del CC) vincular.

Por cuanto se refiere a la naturaleza jurídica del matrimonio, este aspecto ha sido
objeto de muy diversas construcciones. Así, la teoría tradicional sostiene la naturaleza
contractual de la institución, en tanto que para otros autores se trata de un negocio
jurídico bilateral (SÁNCHEZ ROMÁN), considerando otros que nos hallamos ante un acto
del Estado, cuasi administrativo, en el que el consentimiento de los esposos actúa casi
exclusivamente como presupuesto del mismo (LACRUZ), entendiendo alguno que el
matrimonio es uno de los negocios de Derecho de familia en cuya constitución interviene
la autonomía de la voluntad en la decisión relativa a su celebración o no, pero no en la
determinación de su estatuto o sólo limitadamente (ROCA TRÍAS), y no faltando quien
considera que la determinación de los efectos por el ordenamiento jurídico no priva al
matrimonio de su naturaleza contractual, pues la indisponibilidad de los efectos deriva no
de la ausencia de un consentimiento plenamente libre y autónomo sino de la especialidad
del objeto y de la causa (SANCHO REBULLIDA).



En todo caso, en este ámbito resulta tradicional referirse a la distinción entre el
matrimonio como acto y el matrimonio como relación, esto es, entre el acto constitutivo
del matrimonio y la relación jurídica matrimonial que con dicho acto se genera. Desde la
anterior indicación cabe diferenciar ambas dimensiones conceptuales y distinguir con
claridad entre:

--- El matrimonio como acto, consistente en la prestación del consentimiento en
alguna de las formas legalmente previstas manifestado por personas de distinto o igual
sexo al declarar su voluntad de contraer y, de este modo, adquiriendo la condición de
cónyuges, y regulado esencialmente en los Capítulos II, III, IV y VI del Título IV del Libro I.
Desde esta consideración el matrimonio es un acto jurídico, voluntario y bilateral, carente
de contenido patrimonial, cuyo efecto es la constitución de la relación jurídica
matrimonial que se genera no exclusivamente por la prestación del consentimiento sino
que tal manifestación, además, debe revestir una determinada forma (alguna de las
reguladas por el ordenamiento jurídico para la prestación del consentimiento
matrimonial), lo que convierte al acto en formalmente solemne, atendida la circunstancia
de que el mismo resulta constitutivo de un “status” con destacada incidencia en la
condición civil de la persona y en sus derechos, resultando el contenido del vínculo
plenamente regulado por la ley sin que las partes puedan adicionar pactos ni someter el
acto a término, condición o modo (cfr. art. 44 CC) pues los contrayentes se limitan a
declarar su voluntad de contraer.

--- El matrimonio como relación, determinante de la situación jurídica que el acto del
matrimonio establece entre los cónyuges, con la consideración de estado civil,
permanente hasta su disolución por muerte, declaración de fallecimiento o divorcio (art.
85 del CC), de tal manera que los derechos y deberes de los intervinientes lo son
inherentes al estado (“status”) de cónyuges, quedando en este ámbito la libertad de las
partes limitada por cuanto que el consentimiento matrimonial –a diferencia del
contractual--- no lo es de creación de efectos jurídicos sino de adhesión, si bien la ley
permite el pacto en algún aspecto (vgr., en orden a la determinación del régimen
económico –art. 1315 del CC-- , fijación del domicilio –art. 70 del CC-- , otorgamiento de
poderes entre sí o distribución de funciones paterno-- filiales). A este aspecto, del
matrimonio como relación jurídica, se refieren básicamente las normas contenida en los
Capítulos V, VII y VIII del Título IV del Libro I del Código Civil.

II. Sistemas matrimoniales

Durante los siglos XIX y XX nuestra civilística ha venido utilizando la noción


conceptual de sistema matrimonial con precisa referencia a la cuestión de la ordenación
verificada estatalmente de aquellas formas matrimoniales a las que, desde la perspectiva
de la legislación estatal, les es reconocida validez y eficacia en el ámbito civil. Como señala
destacada doctrina, “los sistemas matrimoniales son los diferentes criterios de
organización legal establecidos y practicados en los diferentes países para reputar
válidamente celebrado el matrimonio” (SÁNCHEZ ROMÁN), significándose asimismo por


reputada opinión que por sistema matrimonial cabe denominar a “los diferentes criterios
adoptados por las legislaciones en cuanto a la forma de celebración civilmente eficaz”
(LACRUZ BERDEJO). El concepto “sistema matrimonial” admite ser definido como el
conjunto de normas que ordenan las relaciones entre los matrimonios laico y religioso, así
como la eficacia de sus formas de celebración o prestación del consentimiento y la
aplicación de sus correspondientes estatutos jurídicos. Se trata, en definitiva, de un
concepto sistemático que, desde un punto de vista teórico, tiene por objeto poner de
relieve los elementos normativos esenciales de un determinado ordenamiento jurídico en
conexión con la validez de las formas matrimoniales. Así, un destacado sector de la
doctrina define el sistema matrimonial como la organización de las relaciones entre los
matrimonios religiosos y laicos, lo cual equivale, en Derecho español, a precisar las
relaciones entre el matrimonio canónico y el matrimonio civil o del ordenamiento jurídico
estatal, y entre los órganos de actuación de ambos ordenamientos jurídicos (DÍEZ---
PICAZO Y GULLÓN). En definitiva, se trata de determinar la eficacia jurídica de las
distintas formas de contraer matrimonio y de ordenar la convivencia de posibles y
diferentes estatutos matrimoniales.

Resulta evidente que el legislador puede organizar las competencias estatales y la
significación de los matrimonios religiosos de maneras muy diversas, teniendo la cuestión
señalada, singularmente en España, otra temporalmente precedente cual es la dimensión
conceptual del matrimonio canónico respecto de la ordenación civil de la materia
matrimonial, habida cuenta de que la legislación y jurisdicción de la Iglesia Católica sobre
la cuestión matrimonial es mucho anterior incluso a la constitución misma de los Estados
independientes. Tampoco cabe desatender la circunstancia de que, si bien desde un punto
de vista teórico la idea de sistema matrimonial no es más que una solución sistemática,
desde el punto de vista práctico la solución legislativa no es sino una opción política que
exige determinar la potestad legislativa y jurisdiccional del Estado bien en exclusiva o, en
ocasiones, compartida con la normativa propia de la Iglesia Católica o de otras
confesiones religiosas, de tal manera que la indicada decisión normativa presupone, en
todo caso, la asunción por parte de la organización estatal de concretas decisiones
respecto del fenómeno religioso, y muy particularmente acerca de su confesionalidad,
estrechamente vinculada a la libertad religiosa de los ciudadanos que, a último, integran la
nación. Sea como fuere, cualquier catalogación tiene, en suma, un destacado valor
instrumental que, a efectos prácticos, pivota de manera esencial en la consideración de si
el sistema matrimonial reconoce la validez y eficacia civiles de una sola forma o categoría
matrimonial o, por el contrario, se le otorga relevancia jurídica a diversos tipos de
matrimonio. Sentado cuanto antecede, desde un punto de vista general, entre los diversos
tipos de sistemas matrimoniales pueden distinguirse los siguientes:

1) Sistema matrimonial de matrimonio civil obligatorio. En este tipo el Estado
únicamente reconoce el matrimonio celebrado de acuerdo con sus normas y la forma civil
por el mismo establecida, de manera que cualquier otra forma de celebración del
matrimonio (ya sea forma prevenida por una religión o bien la establecida por cualquiera
otra forma o manifestación cultural) no produce eficacia jurídica alguna, resultando que


tales matrimonios son, para el Derecho estatal, inexistentes. En España, constituye claro
ejemplo de dicha modalidad de sistema matrimonial el adoptado por la Ley (provisional) de
Matrimonio Civil de 18 de junio de 1870.

2) Sistema matrimonial de matrimonio exclusivamente religioso. En esta
modalidad el Estado atribuye a una determinada confesión religiosa la competencia para
ordenar la forma y el estatuto jurídico matrimonial. Este fue el sistema vigente en nuestro
país hasta la promulgación de la antedicha Ley de Matrimonio Civil de 1870.

3) Sistema de matrimonio civil subsidiario. En este sistema únicamente pueden
contraer matrimonio civil quienes no profesen (y lo prueben) la religión oficial del Estado.
Es el sistema previsto en el Código Civil de 1889 y en el Concordato de 1953.

4) Sistema matrimonial de libre elección de forma. En esta modalidad los
contrayentes pueden optar libremente por contraer matrimonio en forma civil o en forma
religiosa. Este sistema admite la subdivisión en sistema matrimonial latino y sistema
matrimonial anglosajón. En el primero de los apuntados (latino) los contrayentes pueden
elegir la forma matrimonial que estimen por conveniente, pero la indicada elección
determinará también el estatuto jurídico matrimonial, civil o religioso, a que se someta el
matrimonio de esta manera contraído; por consiguiente, hay varias posibles formas de
contraer matrimonio que llevan aparejadas diferentes estatutos matrimoniales, así como
igualmente varias jurisdicciones competentes. En el segundo de los indicados (anglosajón)
el Estado reconoce validez y eficacia a diversas formas de contraer matrimonio, esto es,
de manifestar el consentimiento matrimonial, pero cualquiera que fuere la elegida el
estatuto matrimonial y la jurisdicción competente para conocer de las crisis matrimoniales
es solo una de ellas, más concretamente, la civil o estatal; en consecuencia, cabe concluir
la existencia de varias formas de contraer matrimonio pero tan sólo un régimen jurídico
matrimonial que es el propio del Estado.

III. El sistema matrimonial español

En España, la Real Cédula de 12 de julio de 1562, por la que Felipe II concedió valor
de ley del Reino a los cánones del Concilio de Trento determinó durante la mayor parte de
la Edad Moderna la exclusiva vigencia del matrimonio canónico impuesto
obligatoriamente por el poder civil. Con el triunfo de la revolución liberal conocida bajo el
nombre de “La Gloriosa”, en septiembre de 1868, y la proclamación del principio de
libertad de cultos en la Constitución de 1 de junio de 1869 (art. 21) se acentúa el
anticlericalismo y la llamada Ley provisional de Matrimonio Civil de 18 de junio de 1870
dispuso, para la validez del matrimonio, la forma civil obligatoria, instaurando el sistema
de matrimonio civil obligatorio en su artículo 2, a cuyo tenor “el matrimonio que no se
celebre con arreglo a las disposiciones de esta ley no producirá efectos civiles con respecto
a las personas y bienes de los cónyuges y de sus descendientes”. Este planteamiento fue
objeto de rechazo inmediato por el Decreto de 9 de febrero de 1875, por el cual se
restableció el reconocimiento pleno de los efectos civiles del matrimonio canónico, si bien



quedaron subsistentes los mandatos de la Ley de Matrimonio civil de 1870 respecto de
quienes “no profesando la religión de nuestros padres, estén imposibilitados de
santificarlo con el sacramento”, según declaraba su Preámbulo. El resultado fue el
establecimiento del matrimonio civil subsidiario, prevenido para los extranjeros no
católicos y para los ciudadanos españoles que, presupuesta la generalización de la fe
católica, se consideraban como no practicantes, por lo que “quedaban sujetos a las penas
y censuras eclesiásticas”. No obstante, el Código Civil (1889) estableció un sistema
matrimonial basado en el matrimonio canónico y así, de conformidad con la Base 3ª de la
Ley de Bases de 11 de mayo de 1888 (oficiosamente consensuada entre el poder político y
la Santa Sede, que delimitaba de manera exquisitamente precisa la consideración
normativa codificada de la recurrente y consabida cuestión de las formas de matrimonio),
el artículo 42 del Código reconocía dos clases de matrimonio, el matrimonio civil y el
canónico, estableciendo ya desde su primera edición que “la ley reconoce dos formas de
matrimonio: primero, el canónico, que deben contraer todos los que profesen la Religión
católica; y el civil, que se celebrará del modo que determina este Código”. Ciertamente, la
relación entre ambas clases de matrimonio no era de libre elección entre cualquiera de los
mismos, sino de subsidiariedad, pues el matrimonio civil únicamente estaba permitido
entre no católicos. Salvo durante la etapa de paréntesis abierta por la Ley de 28 de junio
de 1932 (en desarrollo de la Constitución de 1931, dictada durante la II República) –en que
se instauró el sistema de matrimonio civil obligatorio--- y concluida con el Concordato entre
el Estado Español y la Santa Sede de 1953 (que recogió nuevamente el sistema de
matrimonio canónico obligatorio y civil subsidiario previa prueba de acatolicidad), el
indicado sistema de matrimonio civil subsidiario se mantuvo vigente. Posteriormente, el
Concordato de 1953, que reitera la tradicional concepción de matrimonio civil subsidiario,
fue sustituido por los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede de 3 de enero de
1979, cuyo artículo VI.1º dispone que “el Estado reconoce los efectos civiles al matrimonio
celebrado según las normas del Derecho canónico”. La publicación de la Constitución
española de 1978 demanda la consideración esencial del contenido de sus artículos 14, 16
y 32. Así, el artículo 14 dispone el principio de igualdad ante la ley y de no discriminación,
entre otras varias causas, por razón de religión; el artículo 16 reconoce, en primer lugar, la
libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades, en segundo
lugar, declara que “nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o
creencias”, y en su apartado tercero declara que “ninguna confesión tendrá carácter
estatal”, si bien los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la
sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la
Iglesia Católica y las demás confesiones, declarando, en definitiva, la aconfesionalidad del
Estado; y el artículo 32 establece la competencia del Estado para regular las formas de
matrimonio, al declarar que ”la ley regulará las formas de matrimonio, la edad y
capacidad para contraerlo, los derechos y deberes de los cónyuges las causas de
separación y disolución y sus efectos”. En definitiva, cabe concluir, del modo que lo ha
hecho nuestro Tribunal Constitucional, la existencia de dos esenciales principios básicos
en nuestro sistema político que determinan la posición estatal ante la realidad religiosa y
el conjunto de las relaciones entre el Estado, la Iglesia Católica y demás confesiones
religiosas. A saber: la libertad religiosa y la igualdad, principio éste último proclamado en


los artículos 9 y 14 de la Constitución, de lo que se deduce la imposibilidad de establecer
disccriminación alguna como tampoco de trato jurídico diverso a los ciudadanos por razón
de sus creencias, debiendo existir un trato igual para todos los ciudadanos en el ejercicio
de la libertad religiosa (cfr. STC 24/1982, de 13 de mayo). En este ámbito también debe
destacarse que la declaración contenida en el ya citado artículo 32 de la Constitución
provocó una sustancial reforma del Código Civil que, operada a través de la Ley 30/1981,
de 7 de julio, determinó el contenido del artículo 49 del mismo, a cuyo tenor actual
“cualquier español podrá contraer matrimonio dentro y fuera de España: 1º. Ante el Juez,
Alcalde o funcionario señalado por este Código. 2ª. En la forma religiosa legalmente
prevista”. Por otra parte, los artículos 73, 81 y 85 del Código, con precisa referencia a las
causas de nulidad, separación y disolución del matrimonio respectivamente, las declara
aplicables cualquiera que se ala forma de celebración del mismo. E igualmente cabe
considerar, en sede relativa a la forma de celebración del matrimonio (a la que me referiré
más adelante), el contenido del artículo 59 del Código, que permite la prestación del
consentimiento matrimonial en la forma prevista por una confesión religiosa inscrita en
los términos acordados con el Estado. Finalmente, deben considerarse los diferentes
acuerdos de cooperación entre el Estado español con determinadas confesiones religiosas
que reconocen la validez y eficacia de diversas formas religiosas matrimoniales, en
concreto, la evangélica, la judía y la islámica (Leyes 24, 25 y 26/1992, de 10 de
noviembre).

De lo expuesto cabe concluir que el sistema matrimonial español actual es un
sistema facultativo de corte anglosajón, en el que se reconocen diversas formas de
manifestación válida del consentimiento matrimonial pero únicamente un estatuto
matrimonial y una sola jurisdicción, en resumidas cuentas, la propia del Estado, la
jurisdicción civil (art. 61 del CC), sin perjuicio del reconocimiento civil de determinadas
resoluciones dictadas por la Iglesia Católica, cumplidos específicos requisitos procesales
(art. 80 del CC). En definitiva, el artículo 49 del Código Civil permite la posibilidad de
contraer matrimonio, disponiendo un único estatuto jurídico pero pudiendo observar dos
formas válidas, a saber: 1ª. La civil o matrimonio celebrado en forma civil, cuyas
formalidades se regulan en los artículos 51 a 58 del Código Civil y en la legislación del
Registro Civil. 2ª. La religiosa o matrimonio celebrado en forma religiosa a que se refieren
los artículos 59 y 60, los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede, de 3 de enero
de 1979, y los Acuerdos de Cooperación del Estado español con determinadas confesiones
religiosas, como la evangélica, la hebrea y la islámica (Leyes 24, 25, 26/1992, de 10 de
noviembre). Es por lo que el Tribunal Constitucional, en STC 1/1981, de 26 de enero,
declaró que “en la legalidad actual carecen los Tribunales eclesiásticos de facultades para
que sus resoluciones civiles produzcan efectos civiles en los casos de procesos canónicos
de separación. Desde la vigencia del Acuerdo con la Santa Sede, sólo las separaciones
decididas por los jueces estatales producen los efectos en el orden jurídico civil a salvo la
transitoriedad contemplada en el apartado 2 de las transitorias del Acuerdo ...”.



IV. El matrimonio celebrado en forma religiosa

Como ya he señalado, conviene precisar que el artículo 49 del Código Civil permite
que cualquier español contraiga matrimonio dentro o fuera de España en la forma
religiosa legalmente prevista. En tal sentido, el artículo 59 del mismo Cuerpo legal
establece que “el consentimiento matrimonial podrá prestarse en la forma prevista por
una confesión religiosa inscrita, en los términos acordados con el Estado o, en su defecto,
autorizados por la legislación de éste”. En todo caso, es claro que la prestación del
consentimiento matrimonial en la forma prevista por una confesión religiosa inscrita
produce efectos civiles y, por ello, el artículo 60 del Código Civil dispone que “el
matrimonio produce efectos civiles desde su celebración”. Sin embargo, el precepto
precisa que para el pleno reconocimiento de tales efectos es necesaria su inscripción en
el Registro Civil, de tal manera que el matrimonio no inscrito no va a perjudicar los
derechos que hayan adquirido de buena fe terceras personas. En concreto, para el
matrimonio celebrado en España en forma religiosa, el artículo 63 del Código Civil dispone
que la inscripción se practicará con la simple presentación de la certificación de la Iglesia o
de la confesión respectiva que habrá de expresar las circunstancias exigidas por la
legislación del Registro Civil, debiéndose denegar la práctica del asiento cuando de los
documentos presentados o de los asientos del Registro conste que el matrimonio no
reúne los requisitos que para su validez exige el Código. Específicamente, para el
matrimonio canónico debe tenerse en cuenta tanto los Acuerdos entre el Estado español y
la Santa Sede sobre Asuntos Jurídicos de 3 de enero de 1979 (en concreto, el art. VI---1º)
como los cánones 19 a 192, 1012 a 1143 y 1960 del Codex Iuridici Canonici; en tanto que
para otras confesiones religiosas deberá atenderse al contenido de los Acuerdos de
Cooperación del Estado español con la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de
España, con la Federación de Comunidades Israelitas de España y con la Comisión Islámica
de España (Leyes 24, 25 y 26/1992, de 10 de noviembre, respectivamente). Y así, en
definitiva, el matrimonio celebrado en forma religiosa precisa para su validez y plena
eficacia jurídica de los requisitos siguientes: 1º. El reconocimiento de la confesión religiosa
por el Estado (art. 59 del CC). 2º. La inscripción del matrimonio en el Registro Civil, que
determinará la producción de plenos efectos civiles (arts. 60, 61 y 63 del CC). Por otra
parte, resulta de interés señalar que en la actualidad, y a diferencia de lo que sucedía
antaño, no cabe conflicto alguno entre el matrimonio civil disuelto por declaración de
fallecimiento y el matrimonio canónico subsistente por la reaparición del declarado
fallecido, por cuanto que el artículo 85 del Código Civil declara que la declaración de
fallecimiento es causa de disolución matrimonial cualquiera que fuera la forma de
celebración del matrimonio, sin que ninguna norma civil permita recobrar eficacia al
matrimonio disuelto por la declaración de fallecimiento de alguno de los contrayentes. No
obstante, sí es posible que el matrimonio canónico devenga ineficaz por declaración de
nulidad o dispensa de super rato, supuestos ambos en que el matrimonio conserva su
eficacia civil, de manera que ninguno de los cónyuges podrá contraer ulterior matrimonio
civil si previamente no se consigue que la resolución canónica de nulidad o la decisión
pontificia sobre matrimonio rato y no consumado alcance eficacia civil, extremo éste al
que se refiere el ya mencionado artículo 80 del Código Civil, a cuyo tenor: “Las


resoluciones dictadas por los tribunales eclesiásticos sobre nulidad de matrimonio
canónico o las decisiones pontificias sobre matrimonio rato y no consumado tendrán
eficacia en el orden civil, a solicitud de cualquiera de las partes, si se declaran ajustadas al
Derecho del Estado en resolución dictada por el Juez civil competente conforme a las
condiciones a las que se refiere el artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento Civil”.

Publicada en el BOE la Ley 15/2015, de 2 de julio, de la Jurisdicción Voluntaria que,


entre otras numerosas reformas, modificó el contenido de los acuerdos de cooperación
con determinadas confesiones religiosas a que se refieren las Disposiciones Finales quinta,
sexta y séptimas respectivamente -- que entraron en vigor el 30 de junio de 2017-- , se
plantea la cuestión del reconocimiento civil de los matrimonios celebrados conforme
a dichas confesiones religiosas diversas de la católica. En concreto, se modifica el artículo
7 de la Ley 24/1992, de 10 de noviembre, de cooperación con la Federación de Entidades
Religiosas Evangélicas de España, el artículo 7 de Ley 24/1992, de 10 de noviembre, de
cooperación con la Federación de Comunidades Judías de España, y también el artículo 7
de Ley 26/1992, de 10 de noviembre, de cooperación con la Comisión Islámica de España.
En esencia, la cuestión principal que a los efectos que ahora interesa plantea la Ley
15/2015 es la atinente a la posibilidad de que las bodas religiosas de otras confesiones
resulten igualmente reconocidas civilmente, toda vez que se establece el derecho a
celebrar matrimonio religioso con efectos civiles a las confesiones religiosas declaradas de
notorio arraigo en España, modificación que se considera conforme con la realidad del
pluralismo religioso de la sociedad española. Precisamente, al efecto de determinar los
requisitos para el reconocimiento de la referida condición relativa al notorio arraigo se
publicó el RD 593/2015, de 3 de julio, por el que se regula la declaración de notorio
arraigo de las confesiones religiosas en España. Y es que actualmente el referido
reconocimiento civil únicamente es posible para aquellas confesiones religiosas que,
además de notorio arraigo, tengan firmados acuerdos con el Estado, como son los
Católicos, Judíos, Musulmanes y Evangélicos. Respecto de otras confesiones religiosas con
notorio arraigo pero sin acuerdos firmados con el Estado, resulta que quienes las profesan
tienen que contraer matrimonio civil conforme a la legislación española a los efectos de
que dicho vínculo religioso obtenga validez civil en España.

V. La promesa de matrimonio

La incuestionable incoercibilidad del consentimiento matrimonial supone que ni


siquiera una promesa de matrimonio, ya sea ésta unilateral o realizada recíprocamente
por ambos prometidos, sería vinculante para el promitente, pues no le determinaría a
contraerlo ni tampoco le obligaría a cumplir una eventual prestación convenida para el
supuesto de incumplimiento ni la obligación asumida por un tercero para dicha hipótesis
de incumplimiento de la promesa. Y ello es así porque el consentimiento matrimonial
debe ser, siempre y hasta el mismo momento de su manifestación, un elemento
absolutamente libre y nunca sometido a condicionamiento alguno del tipo que sea. Desde
la anterior consideración, el artículo 42 de nuestro Código Civil dispone que “la promesa



de matrimonio no produce obligación de contraerlo ni de cumplir lo que se hubiere
estipulado para el supuesto de su no celebración. No se admitirá a trámite la demanda en
que se pretenda su cumplimiento”. No obstante la anterior declaración legal, ello no
significa que la promesa emitida resulte jurídicamente irrelevante, por cuanto que su
incumplimiento puede generar para la parte incumplidora una obligación de reparar
determinados daños que, eventualmente, pudieran habérsele producido a la otra parte. Y
así, el artículo 43 del Código Civil establece que “el incumplimiento sin causa de la
promesa cierta de matrimonio hecha por persona mayor de edad o por menor emancipado
sólo producirá la obligación de resarcir a la otra parte de los gastos hechos y las
obligaciones contraídas en consideración al matrimonio prometido”. En consecuencia, el
promitente que sin justa causa incumple la promesa de matrimonio deberá resarcir el
daño ocasionado a la otra parte por los gastos realizados y las obligaciones asumidas por
causa de la promesa. En todo caso, la acción para verificar la antedicha reclamación
caducará al año contado desde el día de la negativa a la celebración del matrimonio.

VI. Forma del matrimonio

Ciertamente, la celebración propiamente dicha del matrimonio consiste en la


ceremonia o ritual llevado a cabo por los contrayentes en un determinado momento, por
cuanto que el matrimonio es un acto esencialmente formal. No obstante, la prevalencia
de la forma en el matrimonio no implica que el consentimiento matrimonial quede
relegado en importancia ni tampoco que la celebración en sí resulte exenta de requisitos
previos que actúan a modo de controles referidos a la aptitud o capacidad matrimonial de
los futuros esposos. Desde la anterior consideración el artículo 49.1 del Código Civil
principia la regulación de la “forma de celebración del matrimonio” declarando que
“cualquier español podrá contraer matrimonio dentro o fuera de España: 1º. Ante el Juez,
Alcalde o funcionario señalado por este Código. 2º. En la forma religiosa legalmente
prevista”. Obviamente, deberá considerarse, asimismo, la celebración en forma religiosa,
atendiendo a sus efectos civiles, debiéndose destacar que, entre las referidas formas
religiosas, el matrimonio canónico presenta una singular relevancia, siendo también de
justicia incidir, según ya señalé al comienzo del tema, que la regulación civil del
matrimonio, tanto en España como fuera de nuestro país, resulta en una buena medida
tributaria del propio desenvolvimiento conceptual y normativo del matrimonio canónico.

Además de la aptitud matrimonial en general (requisito de la edad –cfr. art. 46.1º
del CC-- , condiciones de orden psíquico –cfr. art. 56 .2 del CC-- y libertad de los
contrayentes –cfr. art. 46.2 del CC---), inexistencia de impedimentos –cfr. arts.47 y 48 del
CC-- y concurrencia de un consentimiento matrimonial no viciado –cfr. art. 73 del CC-- ,
como requisito formal previo del matrimonio civil, nuestro Código, en su artículo 56,
ordena que “quienes deseen contraer matrimonio acreditarán previamente, en expediente
tramitado conforme a la legislación del Registro Civil, que reúnen los requisitos de
capacidad establecidos en este Código”. La concreta regulación del expediente
matrimonial se localiza en los artículos 238 a 245 del Reglamente de Registro Civil,
centrándose el objetivo esencial del indicado procedimiento en que el Juez,


mediante las pruebas oportunas y la publicidad que otorgan al matrimonio proyectado los
edictos o proclamas, decida acerca de la concurrencia en los esposos de los requisitos
exigidos para contraer matrimonio. Al respecto, resulta de interés precisar que a la
competencia judicial en relación con el expediente matrimonial nada obsta la Ley
35/1994, relativa a la competencia de los Alcaldes en la celebración del matrimonio por
cuanto que, como precisa la Instrucción de la DGRN de 26 de enero de 1995, cuestión
diversa a la celebración del matrimonio es el expediente matrimonial previo. Y, desde tal
consideración, debe significarse que el artículo 51 del Código civil declara que “será
competente para autorizar el matrimonio: 1º. El Juez encargado del Registro Civil y el
Alcalde del municipio donde se celebre el matrimonio o concejal en quien éste delegue. 2º.
En los municipios en que no resida dicho Juez, el delegado designado reglamentariamente.
3º. El funcionario diplomático o consular encargado del Registro Civil en el extranjero”. Por
otra parte, la competencia territorial de la autoridad ante la que ha de celebrarse el
matrimonio civil aparece determinada en el primer párrafo del artículo 57 del Código, al
disponer que “el matrimonio deberá celebrarse ante el Juez, Alcalde o funcionario
correspondiente al domicilio de cualquiera de los contrayentes y dos testigos mayores de
edad”, previendo el párrafo segundo del citado precepto que “la prestación del
consentimiento podrá también realizarse por delegación del instructor del expediente, bien
petición de los contrayentes o bien de oficio, ante el Juez, Alcalde o funcionario de otra
población distinta”. Finalmente debe señalarse que la fórmula matrimonial propiamente
dicha se localiza en el artículo 58 del Código Civil, al establecer que “el Juez, Alcalde o
funcionario, después de leídos los artículos 66, 67 y 68 del, preguntará a cada uno de los
contrayentes si consienten en contraer matrimonio con el otro y si efectivamente lo
contraen en dicho acto y, respondiendo ambos afirmativamente, declarará que los mismos
quedan unidos en matrimonio y extenderá la inscripción o el acta correspondiente”, lo que,
en suma, determina que, en términos jurídicos, el matrimonio civil se encuentra revestido
de toda solemnidad, por cuanto que el precepto antedicho contiene todas las
determinaciones precisas al respecto. Así: a) El sometimiento al estatuto jurídico---civil
del matrimonio, pues los artículos 66 a 68 del Código Civil contienen el principio e
igualdad conyugal y el contenido básico de los deberes conyugales; b) La expresa y
manifiesta prestación del consentimiento matrimonial, planeada en el acto por el
interviniente la cuestión acerca de si los contrayentes consienten en vincularse
matrimonialmente; c) La declaración el Juez o Alcalde relativa a la constatación de la
efectiva unión matrimonial; d) La práctica de la inscripción o cumplimentación del acta
correspondiente. Sobre éste último extremo debe tenerse en cuenta que semejante
previsión en forma de mandato legal se localiza en el primer apartado del artículo 62 del
Código, con la adición de que tales actuaciones se realicen de inmediato, con las
correspondientes firmas, al disponer que “el Juez, Alcalde o funcionario ante quien se
celebre el matrimonio extenderá, inmediatamente y después de celebrado, la inscripción o
el acta correspondiente con su firma y la de los contrayentes y testigos”, ordenando por su
parte el apartado segundo del mismo precepto que “practicada la inscripción o extendida
el acta, el Juez, Alcalde o funcionario entregará a cada uno de los contrayentes documento
acreditativo de la celebración del matrimonio”. En el matrimonio civil el referido
documento acreditativo se encuentra integrado por el denominado “Libro de Familia”,


en que consta, con valor de certificación, la realidad del matrimonio (cfr. art. 75 de la LRC).
Parece, pues, que el Código presenta reiteradamente la relación entre el acta del
matrimonio y la inscripción registral del mismo con carácter alternativo, al emplear de
manera sistemática la conjunción disyuntiva “o”. Pero semejante observación resulta
engañosa y deriva de la circunstancia de que, en determinados supuestos –seguramente
los más frecuentes--- acta e inscripción son equivalentes (cfr. art. 255 del RRC, a cuyo
tenor “si el matrimonio se ha celebrado en las oficinas del propio Registro … el acta del
matrimonio será la propia inscripción …”), además de la consideración de que no todas las
autoridades autorizantes del matrimonio tienen atribuida competencia para la práctica de
la inscripción registral (así, vgr., sucede con los Alcaldes). Así, el Juez (o el cónsul
encargado del Registro Civil en el extranjero) no han de redactar acta alguna, pues de
forma directa extenderán la inscripción haciendo entrega del libro de Familia a los
contrayentes; diversamente, el Alcalde habrá de limitarse a la materialización del acta, con
cuyo fundamento se procederá a la práctica de la inscripción.

El panorama descrito varía sustancialmente tras la entrada en vigor de la Ley


15/2015, de 2 de julio, de la Jurisdicción Voluntaria.

La Ley 15/2015, de 2 de julio, de la Jurisdicción Voluntaria, modifica casi un
centenar de artículos del Código Civil. En el ámbito de la legislación matrimonial personal,
y prescindiendo de las incidencias ya expuestas en un apartado anterior, las
modificaciones referidas inciden en la capacidad para contraerlo, en la dispensa de
impedimentos, en la forma civil de celebración, en el repertorio de funcionarios
competentes para autorizarlo, en la formulación de concretas modificaciones que, sin
duda alguna, propician un menor vigor en el grado de reconocimiento civil del
matrimonio celebrado “según las normas del Derecho canónico”, en una destacada
ampliación en el elenco de “formas religiosas” admitidas (que pasan de tres a siete), y en
una significativa simplificación de los presupuestos exigidos en orden a la atribución de
eficacia civil a las formas religiosas de celebración propias de confesiones que gocen de
“notorio arraigo en España”. A su vez, la Disposición final vigésimo primera de la Ley
15/2015, en su apartado tercero, demora la entrada en vigor de algunos de los preceptos
del Código objeto de reforma, señalándose ainicialmente el 30 de junio de 2017 para la
entrada en vigor de las modificaciones de los artículos 49. 51, 52, 53, 55, 56, 57, 58, 62,
65 y 73 del Código Civil, haciéndolo los restantes a los veinte días de su publicación oficial
en el “Boletín Oficial del Estado”, entrada en vigor postergada posteriormente en dos
ocasiones hasta el mismo día y mes de 2020. No obstante lo cual, en fecha 20 de julio de
2015, la Dirección General de los Registros y del Notariado sorprende con una Circular –
la de orden interno 1/2015---, relativa a la celebración de matrimonio por notario,
mediante la cual el Centro Directivo considera que la indicada posibilidad –de celebración
de matrimonio con intervención de notario autorizante--- debe hacerse efectiva y resultar
vigente de conformidad con el plazo general de entrada en vigor de la Ley 15/2015, de 2
de julio de 2015, de la Jurisdicción Voluntaria, esto es, el 23 de julio de 2015, y no el
diferido que confería vigencia, en principio, a partir del 29 de junio de 2017. Ciertamente,
la publicación de la Ley 15/2015, de 2 de julio, de la Jurisdicción Voluntaria, trajo consigo,



además de una regulación de esta materia, distintas novedades, siendo una de las más
destacadas la relativa a la regulación del Derecho matrimonial, en cuyo ámbito aparece
como principal innovación la ampliación del abanico de funcionarios competentes para
tramitar el expediente matrimonial, la celebración del matrimonio, y la separación o
divorcio. Y así, entre los funcionarios que están habilitados para ello cobran especial
importancia los Notarios, quienes sumando estas nuevas competencias a las que ya
tenían antes de la publicación de la norma mencionada, se colocan en posición de
destacado protagonismo. Circunstancia que, vinculada a la tendencia evolutiva hacia la
autonomía de la voluntad en el matrimonio, ha supuesto un nuevo avance en esta
dirección, si bien limitado a las cuestiones que, o pueden ser consideradas de jurisdicción
voluntaria, o comparten su principal premisa: la ausencia de conflicto. No obstante lo
cual, un sector doctrinal viene defendiendo que los notarios –aunque ya lo vienen
haciendo– no son competentes, con arreglo a la legislación vigente, para celebrar
matrimonios. En efecto, siendo la communis opinio sobre la materia que mientras no esté
en vigor íntegramente la LRC no se puede instruir el expediente matrimonial ante notario,
pero sí se puede celebrar el matrimonio, algún autor (HIDALGO GARCÍA) considera que tal
consideración carece de sustento legal actualmente, al entender que con arreglo a la
legalidad vigente los notarios no pueden hacer ni lo uno, ni lo otro, por idénticas razones,
y ello en tanto no entre en vigor la nueva redacción de los artículos 51 del CC., 58 de la
LRC 2011 y 51 y 52 de la LN, es decir, el 30 de junio de 2020, si es que para entonces,
claro, no concurre un nuevo aplazamiento.

Ciertamente, las modificaciones introducidas en sede de forma de celebración del
matrimonio constituyen, sin duda, el núcleo esencial de la reforma, toda vez que la
mayor parte de los artículos que ven alterada su redacción tienen que ver con la forma de
celebración (cfr. arts. 49, 51, 52, 53, 55, 56, 57, 58, 60, 62, 63, 65 y 73), debiendo
precisarse, no obstante que, en buena parte de los preceptos afectados, las alteraciones
de redacción obedecen simplemente a la necesidad de incorporar a su tenor la
posibilidad de que la celebración matrimonial tenga lugar ante “el Secretario judicial o
Notario libremente elegido por ambos contrayentes que sea competente en el lugar de
celebración” (art. 51.2.2º CC), funcionarios que se adicionan al “Juez de Paz o Alcalde del
municipio donde se celebre el matrimonio o concejal en quien este delegue” (art. 51.2.1º)
y al “funcionario diplomático o consular Encargado del Registro Civil en el extranjero” (art.
51.2.3º).

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