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Y llegó ese día en el que Athena se debía levantar condenadamente temprano.

La alarma sonaba con


aquel tono agudo que hacía un pitido en sus oídos, el sol mañanero se colaba por sus ventanas
entreabiertas, ella había olvidado cerrar las cortinas nuevamente. No, hoy no era su mejor día, por
primera vez en meses debía comenzar una rutina completamente diferente a la usual, que era incluso
más molesta que la anterior. Con mucha molestia golpeó aquel ruidoso aparatito, logrando apagarlo.
Decir que Athena estaba molesta era poco, pero tampoco podía quejarse mas de lo habitual. Entonces
con mucho pesar se levantó, poniendo su pie izquierdo antes que el derecho, otro mal indicio. Caminó
lentamente hacia el baño, arrastrando su cuerpo con mucho pesar. Su casa era pequeña, pero buena
para una chica joven de veintiocho años. Al entrar al baño notó como su espejo estaba demasiado alto,
casi no llegaba a verse. Apenas se veía su cabello azabache y aquellos ojos expresivos que tenía. No
le prestó atención, debía apurarse para recibir a tan importantes personas. Entonces tomó el cepillo de
dientes y cuando estuvo a punto de usarlo un golpe se escuchó en su puerta, habían llegado
demasiado temprano...

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