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Los Historiadores Colombianos y Su Oficio - Reflexiones Desde El Taller de La Historia PDF
Los Historiadores Colombianos y Su Oficio - Reflexiones Desde El Taller de La Historia PDF
HISTORIADORES i!§
COLOMBIANOS
Y SU OFICIO ♦
LOS H I S T O R I A D O R E S
C O L O M B I A N O S Y SU O F I C IO
292 páginas ; 24 cm
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN : 978-958-781-120-9
inp. 1 9 / 0 9 / 2017
Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito
de la Pontificia Universidad Javeriana.
CO N TEN ID O
Introducción 9
Autores 287
IN TRO D U CCIÓ N
La idea de este libro surgió hace ocho años. En esa oportunidad se hizo una
primera convocatoria a los posibles autores, la cual, infortunadamente, no se
concretó. Seis años después se intentó de nuevo, dando como resultado esta
obra. En esta ocasión se invitó a más de veinte historiadores, de los cuales, al
final, doce respondieron con un texto publicable. El lector se preguntará por
qué un número tan reducido de académicos aceptó la invitación a participar
en este proyecto. Las respuestas son variadas. Consideramos la principal la
que aludía a los múltiples compromisos académicos como obstáculo para
tener tiempo disponible y escribir el texto. Esta respuesta nos generó, por
lo menos, dos inquietudes: la primera parecía indicar que el ejercicio que
proponíamos a los autores invitados no era académico y, por tanto, no podía
ser presentado a las universidades donde nuestros colegas y colaboradores
trabajan como un resultado de investigación y reflexión, asunto que como se
verá en las páginas del libro dista de la realidad. La segunda hace referencia a
las dificultades que se tienen para reflexionar no solo sobre la disciplina, sino
también sobre el quehacer profesional de cada uno. Es decir, y en relación con
la primera respuesta, parece que la única manera de mostrar la producción de
los historiadores es por medio de textos resultantes de investigaciones, con lo
cual se desconocen las reflexiones sobre los diversos caminos que los histo
riadores han debido recorrer para formarse como investigadores y docentes.
Así, las universidades públicas y privadas, siguiendo directrices
de Colciencias, particularm ente para los historiadores que trabajan en
Colombia, que a su vez sigue parámetros internacionales orientados a medir
la productividad académica, solicitan a sus profesores e investigadores pu
blicar constantemente, sobre todo artículos en revistas indexadas, no solo
para asegurar su continuidad en los centros educativos, sino también para
acreditar y fortalecer los programas de pregrado y posgrado. De esta forma,
vemos encuestan en donde el 15 % de los historiadores consultados afirmaron
escribir y publicar más de cinco artículos en dos años, y el 5 % más de diez
artículos en ese mismo periodo.1 Es decir, es cada vez más notorio que la1
1 Reporte B-ACH, 2016, Historiadores y profesión, mirada nacional (Bogotá: Asociación de His
toriadores, 2016), 16.
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Los historiadores colombianos y su oficio
1 Los rankings internacionales sobre la calidad de las universidades basan sus resultados en gran
medida en el análisis de indicadores centrados en el impacto y número de investigaciones
dadas a conocer por medio de las publicaciones realizadas por sus profesores, que además se
tienen en cuenta para calcular sus salarios. Es decir, a mayor productividad mayor pago. De
igual manera, una mejor visibilidad para las instituciones donde laboran los investigadores se
logra con que estos publiquen masivamente. Esta política transformó la función formativa de
las universidades convirtiéndolas en empresas, con un alto número de profesores interesados
más en mejorar sus salarios que en reflexionar sobre su disciplina y labor docente.
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Introducción
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Introducción
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LO S EDITORES
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SOC IA LES Y LAS H U M A N I D A D E S
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Una experiencia vivida: entre las ciencias sociales y las humanidades
Esta modalidad educativa hacía parte de las acciones fundadas en los prin
cipios de la filosofía de la liberación porque este método pedagógico tenía
como supuesto que la desescolarización y descentralización de la educación
enfocada en las realidades de la periferia eran parte de un proceso de con-
cientización hacia la liberación. Las actividades de formación de docentes
tuvieron importantes acciones complementarias como la realización de los
congresos internacionales de filosofía latinoamericana que se desarrollaron
en la sede principal de la Universidad Santo Tomás entre 1980 y 1994, una
temática y un carácter que contrastaba con un país que no se caracteriza,
precisamente, por fomentar esta perspectiva en el ámbito político, con poca
presencia en sus tradiciones intelectuales.1
Las propuestas del Grupo de Bogotá invitaban de manera inequívoca
a trazar una historia de las tradiciones intelectuales de América Latina, cuyo
ejemplo concreto recaía en los estudios de Leopoldo Zea: El positivismo en
México: nacimiento, apogeo y decadencia (1943) y Dos etapas del pensamiento
en Hispanoamérica (1949),12 trabajos que abrían la puerta para estudiar di
ferentes formas intelectuales en el pasado de los países de Am érica Latina.
Pero las publicaciones de Zea tenían un claro referente: los estudios históricos
sobre la filosofía en lengua española elaborados por José Gaos.
La obra de Gaos tiene una fase radicada en la década de los años 1940,
donde la lectura y el estudio de la filosofía tenían como objetivo demostrar la
existencia de la filosofía en lengua española en el viejo y el nuevo continente.
Gaos partía del planteamiento de Dilthey, quien consideraba que la filosofía
había cambiado paulatinamente en sus formas a lo largo del tiempo, y fue así
como en buena parte del siglo XIX empleó la forma de un sistema completo y
acabado, la metafísica, concretada en la obra de Hegel y M arx. Sin embargo,
las transformaciones políticas, sociales, económicas y los avances del conoci
miento científico obligaron a la reflexión filosófica a estudiar nuevos proble
mas y a hacer un énfasis particular en los problemas morales y estéticos; por
eso, en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, la filosofía tomó la
forma del pensamiento, es decir, adoptó explícitamente formas de expresión
1 La mayoría de los manuales que servían de base a la formación de los alumnos de la licenciatura
habían sido elaborados por estos profesores, los cuales tenían como complementos materiales
de lectura, especialmente antologías y algunas veces libros completos. Cfr. Marquínez Argote,
1981; Salazar, 1988; Castro-Gómez, 1996.
2 En los textos de la Santo Tomás debía leerse la tercera edición de este libro, que tenía por título
El pensamiento latinoamericano (1976).
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pueden ser ajenas a los ejercicios permanentes de reflexión teórica sobre este
movedizo escenario de transición sobre la función y el uso de la escritura
de la historia y la construcción de la memoria en una sociedad signada por
la inmediatez y la imagen.
Bibliografía
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Introito
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La solución biográfica
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datos esenciales para comprender buena parte del resto de su vida; la relación
o no con un sistema escolar nos remite a otro nudo de relaciones que exige,
a su vez, otro marco explicativo posible. El uso de una fórmula retórica que
entrañó la definición de un estilo en un escritor también exige ir a otra zona
de interpretación, por ejemplo, cómo comprender en Luis Tejada el recurso
de la paradoja. Fue necesario leer autores de paradojas, leídos además por el
mismo Tejada, y conocer los mundos culturales en que vivieron para tratar
de entender la intencionalidad del uso de ese recurso retórico. En fin, todas
estas dificultades inherentes a la construcción del relato-explicación del
biógrafo pueden resumirse en la siguiente fórmula: el biografiado puede
vivir mundos diferentes y el biógrafo debe hallar el sentido de esos mundos
vividos, hasta lograr una explicación más o menos totalizante de la totalidad
de la vida vivida por ese individuo.
En el caso de mi biografía sobre Tejada, la visión totalizante provino
de la lectura de los apuntes de Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel.
Una de las preocupaciones más inmediatas que arrastraba conmigo a raíz
de la interpretación de la obra de Tejada era su carácter sistemáticamente
crítico en varios aspectos de la vida. Además, era una obra crítica inserta en
un periodo que nuestra historiografía acostumbró a caracterizar como una
época de transición, en los primeros decenios del siglo XX. Me pareció, en
tonces, prudente indagar la relación entre una escritura crítica, los tiempos
de transición y el papel que cumplen las generaciones intelectuales en esos
momentos. En los apuntes gramscianos encontré aportes sustanciales, mas
no exclusivos, para entender esas relaciones y, sobre todo, para tener una
comprensión global de la obra de Tejada. Y debo insistir que yo entiendo
como comprensión global de una obra de un escritor tanto la explicación
de sus características de forma y contenido como el nexo de esa obra con la
época en que está situada. Y esa época estaba determinada por “ luchas cul
turales”, por enfrentamientos entre concepciones del mundo antagónicas.
Gramsci, en efecto, me permitió entender que los periodos de transición
son periodos de luchas culturales y que hay luchas culturales porque hay
concepciones del mundo opuestas; eso me permitía entender, de adehala, la
propensión del escritor colombiano por ejercer lo que él llamaba “el espíritu
de contradicción” o por desnudar “ las grandes mentiras” o por concentrarse
en aquellas pequeñas cosas que desafiaban las, en apariencia, trascendentales
preocupaciones de los dirigentes políticos de entonces. Su escritura y varios
episodios de su vida exhibían una crítica de las convenciones culturales, una
permanente puesta en tela de juicio de lo que se consideraba, en ese entonces,
bueno, bello y verdadero. *
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2 Toda esta reflexión acerca de una lucha por una nueva cultura, en Gramsci, 1975, tomo 2,
Cuaderno 4:138.
4 lbidem.
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De la biografía a la prosopografía,
del individuo a la acción colectiva
5 Hoy, ese archivo de Manuel Ancízar reposa en el archivo central de la Universidad Nacional
de Colombia por donación de su klbacea, la señora Isabel Ancízar.
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El paso a esa dimensión no fue sencillo, hay que admitirlo. Fue una
decisión tomada mientras hacía mis estudios de doctorado en Francia, mien
tras leía en la Bibliothéque Nationale Universitaire de Strasbourg (la BNUS)
los clásicos de la historiografía política francesa y algunas tesis doctorales,
en Alemania y Francia principalmente, sobre formas específicas de sociabi
lidad. Bajo la dirección del profesor Jean-Pierre Bastían fui definiendo los
contornos de un objeto de estudio que abarcaba el proceso político del siglo
XIX. También admito que fue gracias a mi experiencia biográfica con Ancízar
que podía tener a la mano, y a pesar de la distancia geográfica, una visión
general de los rasgos más sobresalientes de ese siglo que, en ciertos aspec
tos, eran semejantes a los conflictos de la Francia posterior a la Revolución.
En esa búsqueda de precisión de los problemas dignos de ser abarcados en
una tesis doctoral leí un libro, por recomendación de mi director, que fue
decisivo y del cual tomé un esquema que, bien entendido, podía adaptarse
a la situación colombiana; me refiero a Émile Poulat y su libro Église contre
bourgeoisie (Introduction au devenir du catholicisme actuel) (1977). Su idea de
un “conflicto triangular” que colmó el campo de la acción política en Europa
me pareció aplicable en términos generales a lo que fueron los agentes y los
conflictos contenidos en la formación de la nación colombiana. Esos agentes
y conflictos estuvieron teñidos de motivaciones político-religiosas puesto
que se trató, en muy buena medida, de la definición del Estado y su relación
con la institución religiosa católica, y de los dispositivos de acción de todos
los agentes comprometidos en esa lucha por definir la naturaleza del Estado
en ese conflicto: un Estado laico o confesional.
El libro de Poulat fue leído junto con la historiografía francesa sobre
los fenómenos de sociabilidad, en que sobresale la obra de Maurice Agulhon.
Este autor aclimató historiográficamente un término propio de la sociología.
République au village (1970), quizá su libro culminante al respecto, describe
un proceso de cambio de la mentalidad política en una región francesa; las
mutaciones en las adhesiones políticas aparecen acompañadas por cambios
en las formas de comunicación y comunión alrededor de las novedades
ideológicas. La conexión entre la “gran política nacional” y la vida pública
aldeana, la conversación entre los pretendidos políticos nacionales y los pa
tricios locales son brillantemente examinadas e inspiraron mi intención de
hacer una reconstitución de esos vínculos asociativos, de esos procesos de
comunicación que hicieron posible la existencia, así fuese de modo episó
dico, de estructuras nacionales partidistas. El periódico, la escuela, el club
político se volvieron, entonces, elementos indispensables en el análisis del
funcionamiento de lo político. En la pretensión hegemónica de imponerse en
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Itinerario de mis prácticas de historiador
el “conflicto triangular”, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, hubo
diversos dispositivos que intentaron contribuir eficazmente a la preponde
rancia de uno u otro proyecto de nación. Así se fue precisando la necesidad
de concebir como objeto de estudio el proceso asociativo y los instrumentos
hegemónicos que los principales agentes políticos utilizaron en la lucha por
imponer tal o cual ideal de nación, siempre en la tonalidad político-religiosa
que distinguió al conflicto colombiano, y al de otros países de la América
española.
Ese objeto de estudio impuso el desafío metodológico de reunir y
elaborar una documentación masiva de largo aliento temporal. Había que
hacer inventarios de formas asociativas desde por lo menos el decenio de 1820
hasta fines del decenio 1880; había que situar esas formas asociativas en los
lugares y en los tiempos; había que elaborar los perfiles del personal político
inmiscuido en esas prácticas asociativas; había que caracterizar todos esos
inventarios, reconocer tendencias, diferencias y semejanzas. Fueron nece
sarios listados, mapas, bases de datos, biografías colectivas. Quizás uno de
los resultados más ostensibles de ese esfuerzo documental fue el hallazgo
de un variado personal político; acostumbrados a unos cuantos nombres
propios recurrentes en nuestros relatos, esta vez surgían otros menos pre
decibles, y hasta desconocidos, pero que fueron importantes en la fijación
de identidades políticas: artesanos autodidactas, curas párrocos, maestros
de escuela, mujeres politiqueras, un personal variopinto muy influyente en
las vidas locales y en la consolidación de bastiones de una u otra tendencia
asociativa, de una u otra filiación partidista. Eso significa que lo político,
como ahora acostumbra decirse, fue un universo social mucho más amplio
y, por tanto, nuestra contribución consistió en hacer una historia social de
lo político, más allá de la determinación del vínculo de esos agentes sociales
con los conflictos inherentes a la definición laica o confesional del Estado
colombiano. Eso está contenido, de modo parcial pero relativamente cohe
rente, en mi libro Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación.
Colombia, 1820-1886 (2011).
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Gilberto Loaiza Cano
una unidad que intento resolver dentro de las coordenadas de lo que hoy
llam an historia intelectual. La historia del libro y la lectura suele ser vista
como una historia subsidiaria que contribuye a comprender la recepción
de determ inadas ideas y el marco general de producción y consumo de
determ inados discursos; m ientras tanto, el estudio de la prensa está más
relacionado con la historia de los lenguajes políticos, ccm la manera en que
grupos de individuos construyeron fórmulas de deliberación pública, una
especie de ethos de la discusión pública permanente. Todo eso creo que
puede agruparse, junto con las formas asociativas, en una historia de la
opinión pública.
Esa historia tiene fundamento en una premisa según la cual “nuestro
siglo XIX” es una categoría temporal sustentada en el predominio del político
letrado y del universo de los impresos que le sirvió de soporte general a la
comunicación política. El político letrado y la imprenta fueron catapultados
al control del campo político, en Colombia e Hispanoamérica, en la coyun
tura de la Independencia. En ese trance emergió el criollo ilustrado como
el agente social idóneo para asum ir el control de un proceso político en que
fue el principal beneficiario. Su afianzamiento como el “representante del
pueblo” se basó, principalmente, en el uso permanente de los mecanismos
de difusión impresa; eso contribuyó a fabricar la ilusión del hombre letra
do como el mejor capacitado para las tareas de gobierno. Así emergió y se
consolidó el político letrado. Su erosión o relativización en la vida pública
empezó a manifestarse durante las mutaciones tecnológicas agrupadas en
los decenios 1920 a 1950, cuando aparecieron la radio, el cine y la televisión
como nuevos instrumentos de comunicación masiva y que dieron origen,
además, a grupos específicos de intelectuales con su particular peso en la
vida pública. En un libro de ensayos de aproximación a este asunto, Poder
letrado (2014), traté de darle sustento a esa cesura temporal. Pero, sin duda,
la historia de la opinión pública en Colombia es tarea pendiente.
Bibliografía
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Aim er Granados
Introducción
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Aimer Granados
con tintes autobiográficos se han dejado por fuera algunos de los aspectos
señalados con anterioridad.
En este ejercicio académico se retoman algunos caminos analíticos
señalados por Bourdieu (2009) en su libro Homo academicus. Com o se
sabe, en Bourdieu la teoría de los “campos” aborda diferentes escenarios
sociales en términos del poder y de la posición de poder.que se tenga en un
“campo” determinado; estas premisas son aplicables al “campo académico
y universitario”. Pero no es esta la perspectiva que interesa desarrollar en
estas reflexiones. Más bien se trata de recuperar algunas de las diferentes
“especies de capital” que están presentes en la trayectoria de una carrera
académica que Bourdieu incorpora al análisis en su estudio ya citado. Se
mencionan algunas de ellas: el “capital del poder universitario”, el “ del poder
científico”, el “ del prestigio científico” y el “capital cultural”. Se insiste en
que, si bien estas categorías no están explícitamente en este ensayo, sí han
sido un referente permanente en su elaboración. Por otra parte, al análisis
se agregan una serie de circunstancias y condiciones institucionales y, por
qué no decirlo, de vida, que van moldeando una carrera académica. En este
sentido, el “ ideal ser” de este ensayo tendría que haber involucrado mucho
más sistemáticamente al análisis lo que se ha dado en llam ar “ historia de
lo intelectual”, que
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
En 1981 iniciaba lo que luego se dio en llamar la “ década perdida” para América
Latina, que designa especialmente la crisis económica que debieron enfren
tar los países de la región durante los años de 1980. Fue particularmente
M éxico el que se vio más afectado por esta crisis cuando corría el año de
1982. En general, la crisis se componía de deudas externas impagables,
grandes déficits fiscales y volatilidades inflacionarias y de tipo de cambio,
que en la mayoría de los países de la región era fijo, además de altos niveles
de corrupción en el manejo de los dineros públicos por parte de políticos y
burócratas adscritos a diferentes áreas del Estado. En este contexto, y como
medida paliativa a la crisis, paralelamente a ella se fueron implementando
las llamadas “ políticas neoliberales”. Aun cuando habrá que aclarar que
ya las dictaduras del Cono Sur, particularmente la de Augusto Pinochet
(!973-i99o), habían implementado estas políticas económicas desde la dé
cada de 1970.
En reciente ensayo con visos sociológicos, de historia económica y de
las ideas, y por supuesto de la ciencia económica, se ha definido el neolibera
lismo en los siguientes términos: “ Es un programa intelectual, un conjunto
de ideas acerca de la sociedad, la economía, el derecho, y es un programa
político, derivado de esas ideas” (Escalante Gonzalbo, 2015: 17-23). De las
características básicas del neoliberalismo, entre las cuales se contempla “ la
idea de la superioridad técnica, moral, lógica, de lo privado sobre lo público”
(Escalante Gonzalbo, 2015:17-23), identifica unas “prácticas” neoliberales y
un “conjunto de reformas legales e institucionales”, más o menos implemen-
tadas por todo el mundo: privatización de activos públicos, liberalización del
comercio internacional y del movimiento global de capitales, introducción de
mecanismos de mercado o criterios empresariales para hacer más eficientes
los servicios públicos y reducción del gasto público, entre otras medidas, a
las que podría agregarse la de la reducción del tamaño del Estado.
La universidad pública colombiana se vio afectada por algunos de
esos preceptos del neoliberalismo. Particularmente por una reducción en
el gasto públiao de la educación universitaria de los colombianos, un re
corte del bienestar universitario y el aumento en la matrícula semestral de
las universidades de carácter oficial. Debe mencionarse que además de las
políticas neoliberales que afectaron la educación superior en Colombia, por
la época también se vivía un ambiente de represión contra los movimientos
sociales de toda índole. Eran los tiempos del célebre “Estatuto de seguridad”
implementado por la administración del presidente Julio César Turbay Ayala
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Aimer Granados
(1978-1982). Por otra parte, el decreto 80 de 1980 tuvo como objetivo refor
mular la enseñanza universitaria en el país.
En la Universidad del Valle (Cali), mi primera alma máter, el decreto
80 implicó, acogiéndose a las nuevas denominaciones introducidas por él,
cambios de orden curricular orientados a organizar internamente las m o
dalidades educativas; también ordenó modificaciones al Estatuto general
de la universidad para reorganizar la estructura académico-administrativa,
comenzando por la formación del Consejo Superior, que no funcionaba desde
1971, y la transformación del Consejo Directivo en Consejo Académico y las
divisiones en facultades (Ordóñez Burbano, 2007:146). En el ámbito nacio
nal, el decreto 80, por el cual se reformaba la educación superior en el país,
fue visto como una imposición del presidente Turbay Ayala.
Al inicio de la década de 1980 la Universidad del Valle vivía una fuerte
crisis económica, combinada con una delicada situación de orden público na
cional y local. El robo de cerca de cinco mil fusiles por parte del M-19 de una
unidad del ejército ubicada en el norte de Bogotá (el Cantón Norte), en enero
de 1979, y la “ toma” de la embajada de la República Dominicana, también
por parte de este grupo guerrillero en febrero de 1980, constituyen un ter
mómetro de la situación de orden público que por ese entonces vivía el país.
En esa Universidad del Valle, institución a la que ingresé en los
primeros meses de 1981, la compleja situación de las residencias universita
rias, junto con la muerte del estudiante Hernán Ávila, en hechos confusos
sucedidos en los alrededores de las residencias universitarias, así como el
allanamiento de la fuerza pública a las residencias universitarias la noche
del 18 de mayo de 1981, fueron el leitmotiv para que se decretara un receso
en todas las actividades universitarias (Ordóñez Burbano, 2007:145 y ss.).
La huelga estudiantil de la Universidad del Valle que refiero estaría incluida
en el periodo que Archila (2012: 84) llama “ Hacia el movimiento popular”
(1975-1990). El contexto nacional e internacional de esta etapa del movimien
to estudiantil, y en general de los movimientos sociales en Colombia puede
seguirse en Archila (2008). Es importante destacar que justo una década
antes, el movimiento estudiantil de la Universidad de Valle había sido gran
protagonista del movimiento estudiantil colombiano de 1971 (Urrego y Pardo,
2003). Cabe señalar que en comunicado oficial el Consejo Académico afirmó
que la ocupación de la Universidad por parte de fuerzas del orden público no
había contado con la opinión de sus miembros ni la del rector Carlos Trujillo.
El receso de actividades se prolongó hasta septiembre de ese año. Después de
este paro de actividades el bienestar universitario se vio seriamente recor
tado. Las residencias universitarias se cerraron definitivamente, el servicio
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
1 En 1982 el déficit de la Universidad era de 571 millones de pesos y el presupuesto con que se
contaba en ese mcfmento solo permitía atender el 60 % de los gastos de funcionamiento. Los
ingresos por matrículas no eran importantes y en una medida impopular el Consejo Superior
autorizó su aumento en un porcentaje superior al 500 %. La matrícula mínima pasó de $ 180
a $ 3705 y la máxima de $ 13 000 a $ 37 000 (Ordóñez Burbano, 2007:151).
2 Aquí es inevitable anotar la referencia bibliográfica a Ulloa (1992). Estudio este realizado
justamente durante mi ciclo de pregrado en la Universidad del Valle, que desde la antropología
y la cultura popular da cuenta de la “salsa” como un fenómeno de masas.
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Aimer Granados
3 Es imposible citar aquí la extensa bibliografía que sobre historia regional se ha producido en
un país que, en principio, está formado por regiones. Sin embargo, dado que tal vez sean de
los primeros textos críticos que reflexionaron sobre la importancia del problema histórico
nación-región, cito el trabajo de Marco Palacios (1986) y una célebre mesa redonda en la
que participaron Jaime Jaramillo, Malcolm Deas, Francisco Leal y Marco Palacios (1983), en
torno al tema regiones y nación en el siglo XIX colombiano. En el “sumario bibliográfico” que
Palacios (1986) presenta en su texto, afirma que los estudios modernos de historia regional
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
en Colombia tienen como pioneros a Frank Safford, Roger Brew, Luis Ospina Vásquez, J. J.
Parsons, Orlando Fals Borda, Juan Friede y Margarita González.
4 La colección se titula Sociedad y economía en el Valle del Cauca y los cinco tomos fueron
editados en 1983 por el Banco Popular de Bogotá: Germán Colmenares. Cali: Terratenientes,
mineros y comerciantes, siglo XVIII; Zamira Díaz de Zuluaga. Guerra y economía en las
haciendas, Popayán, 1780-1830; José Escorcia. Desarrollo político, social y económico, 1800-
1854; Richard Preston Hyland. El crédito y la economía, 1851-1880; José María Rojas Garrido,
Empresarios y tecnología en la formación del sector azucarero en Colombia, 1860-1980.
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Aimer Granados
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
económica, social y política (1979); Café y conflicto en Colombia, 1886-1910: la guerra de los
Mil Días, sus antecedentes y consecuencias (1981). La lista de esta bibliografía es larga y solo
menciono algunas referencias. Es importante mencionar el Manual de historia de Colombia
(tres tomos, 1978,1979 y 1980), bajo la dirección científica de Jaime Jaramillo Uribe. En 1989
saldría ese otro colosal proyecto editorial que fue la Nueva historia de Colombia.
7 El texto de Stone al cual me refiero es el ahora famoso “El renacer de la narrativa. Reflexiones
sobre una nueva vieja historia”, que salió en Eco, 239, septiembre de 1981, pp. 449-478. En
1986, el Fondo de Cultura Económica publicó una compilación de artículos de Stone, bajo el
título El pasado y el presente, en la que se incluyó ese artículo. Pero insisto, antes que la revista
Eco y de la publicación del Fondo de Cultura Económica, Colmenares nos dio a conocer “ El
renacer de la narrativa”, en copia offset. Para bien de los estudiantes, ¡la piratería existía!, en
el buen sentido de su uso. Llamo la atención asimismo que el offset, a falta del uso masivo de
la fotocopiadora, era el medio más expedito para hacerse a material de lectura.
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Aimer Granados
8 Por cierto, la biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle tiene una colección
importante de la American Historical Review, y aun cuando la serie no está completa tiene el
número 1, que data del 31 de diciembre de 1918. Según consulta a esta biblioteca vía internet,
la seriación de la revista se interrumpe en el volumen 77, número 2, de octubre de 1997, lo
cual es de lamentar. En cuanto a Annales, la misma biblioteca tiene una muy buena seriación
desde 1964, que se interrumpe en 2005.
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
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Aimer Granados
9 Del primer grupo menciono a Luis Javier Ortiz Mesa, Margarita Pacheco, Óscar Almario,
Beatriz Patiño, Roberto Luis Jaramillo y Guido Barona. Del segundo a Mario Diego Romero,
Germán Mejía, Luis Eduardo Lobato Paz y José Eduardo Rueda Enciso, entre otros.
10 Si mal no recuerdo hubo estudiantes de Ecuador, Perú y Chile. Como profesores visitantes
estuvieron, por ejemplo, el reconocido andinista Tristan Platt y el colombianista inglés
Malcolm Deas, y los ya en ese momento reconocidos historiadores peruanos Manuel Burga
Díaz y Heraclio Bonilla. Entre los profesores colombianos, además de Colmenares, dieron
clase Jorge Orlando Meló, Luis Antonio Restrepo Arango y Luis Carlos Arboleda, entre otros.
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
11 Además de Colmenares recuerdo haber tenido clases con Jesús Martín Barbero, María Teresa
Findji, Augusto Díaz, Francisco Zuluaga, Luis Carlos Arboleda y Marcial Ocasio (profesor
de la Universidad de Puerto Rico), y conferencias con Malcolm Deas, Anthony McFarlane y
Georges Lomné.
13 No obstante, el carácter inédito de esta tesis de maestría, dos artículos fueron publicados como
avance de ella (Granados, 1992 y 1994/1997). Igualmente, desprendido de esta tesis y la consulta
de fuentes históricas que en torno a ella se realizó en el Archivo Histórico Municipal de Cali y
en algunos periódicos de la época, se publicó Granados (1995). Este libro ganó el premio Jorge
Isaacs, otorgado por la Gobernación del Valle, en la modalidad de “Temas vallecaucanos”.
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16 Los referentes bibliográficos obligados sobre la historia de estas dos instituciones son Lida,
1992 y 1993; Vásquez, 1990.
17 Una buena parte de la trayectoria institucional de esta importante casa editorial ha sido
contada por Díaz Arciniega, 1994.
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
18 Para más información sobre las becas de manutención, véase la página web de Becas México
(2017).
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Aimer Granados
19 Por ejemplo, por las fechas en que este trabajo fue escrito, hubo diferentes movilizaciones de
estudiantes de posgrado en contra de recortes a sus becas Conacyt. Al respecto véanse los
artículos “ Protestan por recorte a becas del Conacyt” (SDPnoticias.com, 16 de marzo de 2017)
y “Concluye marcha de estudiantes de posgrado contra recorte en becas” (Poy Solano, 10 de
febrero de 2017).
20 Esta tesis fue convertida en libro que, a la fecha ha tenido dos ediciones: Granados, 2005/2010.
El libro, en coedición con la Universidad Autónoma Metropolitana, inauguró la colección
editorial Ambas Orillas de El Colegio de México, creada y dirigida por Clara E. Lida.
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
21 González y González (1998) es uno de los textos más conocidos del maestro Luis González
y González, en el que intentó una clasificación de la historia. Una de estas clasificaciones fue
justamente la “historia de bronce”, que retoma de Cicerón: la historia como maestra de la vi
da. La labor realizada por González y González en el campo de la historiografía y en favor de
una historia profesional y académica en México es comparable con la realizada por Germán
Colmenares en Colombia en los mismos campos y más o menos por la misma época. Don
Luis era mayor por trece años, aunque vivió más que Colmenares: murió en 2003 a la edad
de setenta y ocho años. No tenemos muchos estudios que hagan historia comparada de las
historiografías latinoamericanas contemporáneas, digamos desde la apertura a la llamada
“nueva historia” hasta el cierre del siglo XX, por establecer alguna periodización. Lo hizo estu-
í
pendamente Colmenares (1989) para el XIX. La referencia a la labor en la profesionalización de
la historia, trayectoria académica y obra historiográfica de González y González y de Germán
Colmenares en México y Colombia, respectivamente, abriría un campo de investigación en
historiografía comparada muy interesante.
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Aimer Granados
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Del pregrado al posgrado. Exploraciones críticas al campo académico y universitario
América Latina. Siglos XIX y XX”, definió en mucho una de mis líneas actua
les de investigación: la historia intelectual. Lorenzo Meyer, investigador del
Centro de Estudios Internacionales del Colmex, “México y los legados impe
riales. Las relaciones hispano-mexicanas en el siglo XX”, pero especialmente
el seminario dictado por Clara E. Lida, investigadora del CEH del Colmex,
“ Lecturas de historia de España, 1808-1898”, fueron muy importantes en la
definición del tema de la tesis doctoral y de la segunda línea de investigación
que actualmente desarrollo: las relaciones culturales España-América Latina.
Paralelo a los nuevos horizontes culturales llegaron los nuevos hori
zontes historiográficos. Efectivamente, en los seminarios cursados durante el
doctorado encontré no solo una bibliografía histórica nueva para mí: igual
mente topé con unos temas no completamente nuevos, que sí tenía en mi
perspectiva de novel historiador pero que no había transitado por ellos más
allá de lectura generales. Me refiero concretamente a la historia de América
Latina y de España, en lo que los cursos citados del maestro Carlos Marichal
y de la profesora Clara E. Lida fueron fundamentales. Pero también en estos
cursos encontré lo que pudiera enunciarse como una de las principales vías de
entrada al análisis histórico que, por cierto, no se practica mucho en nuestro
medio. Me refiero a la historia comparada y la historia nacional estudiada en
perspectiva continental iberoamericana, latinoamericana y norteamericana.
Por supuesto que como objeto de estudio las historias nacionales siguen sien
do un terreno fértil para la reflexión histórica; sus temas y archivos siguen
inquietando a los historiadores y todavía queda mucho por investigar. Sin
embargo, llega un momento en que el estado de la cuestión de la historiogra
fía que ha dado cuenta de esas historias nacionales raya en “ la historia total”.
Ello no quiere decir que estos contextos nacionales estén sobre estudiados
o que ya no interesen como objeto de estudio. Estas historiografías se verán
enriquecidas si buscan otros referentes de explicación y en eso la historia
comparada, así como la historia nacional en perspectiva continental aportan
muchas variables temáticas, posibilidades de reinterpretación histórica y
revisión historiográfica. En este proceso de definición de líneas de investi
gación más allá de las “ historias nacionales”, también me percaté que si bien
la historiografía«económica, social y política latinoamericana cuentan con
tesis y explicaciones más o menos abarcadoras de sus ritmos, temporalida
des, temas, métodos y características más generales, en contraste, la historia
cultural e intelectual del continente necesitan ser pensadas, periodizadas y
estudiadas más sistemáticamente, aún en sus relaciones con otras áreas del
conocimiento. No obstante, el terreno de esta historia/historiografía cultural
e intelectual no es tan desalentador, atendiendo a los aportes de Rama (1998),
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Notas finales
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Bibliografía
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FORMACIÓN DISCIPLINAR
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En todo caso, tener libertad y ser individual es una característica del medio.
En ese proceso se gestionaron recursos para hacer el trabajo de campo y conté
con excelentes apoyos bibliográficos e infraestructura tecnológica. Compren
dí que en este oficio se es autodidacta por naturaleza. El estudiante mismo
plantea las preguntas y debe encontrar las respuestas. El director es sin duda
un respaldo académico importante para ser admitido, pero finalmente es
más su acompañamiento lo que vale. Los seminarios, dirigidos por Roland
Anrup (director de tesis) y Chister Winberg (director de escuela), fueron
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Formación disciplinar y prácticas del oficio de historiar
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Renzo Ramírez Bacca
a Colombia. La beca escandinava más importante que recibí fue la del Ins
tituto Sueco, y gracias a ella debo mi último momento: sentarme a escribir
el prim er manuscrito doctoral en el Centro de Estudios Sociales (CES) de
la Universidad Nacional de Colombia. Posteriormente, recibí una beca de
investigación del M inisterio de Cultura, que resultó mi beca postdoctoral
en 2002, cuando ya se comenzaba a hablar de posdoctorados en el mundo
académico y el mercado laboral europeo. Lo anterior es para señalar que la
gestión de recursos en el proceso de formación investigativa es vital y forma
parte de una actividad que se debe hacer de modo permanente durante la
carrera, y después como profesor-investigador.
La internacionalización, en función de pensar el país desde afue
ra, y, en particular, el respaldo que me ofreció la Universidad Nacional de
Colombia fue decisivo. Ese contacto y generosidad de los profesores en Bo
gotá me estimularon a pensar en el retorno. Recuerdo en especial a Donny
Meertens, Gonzalo Sánchez, Diana Obregón, Jorge Orlando Meló, Jaime
Arocha, M auricio Archila y Bernardo Tovar.
Ya señalé que la influencia germana también era evidente en Escandi-
navia. Un país que fue ayudado por los alemanes en su organización socioestatal.
Un Estado con una excelente organización administrativa e institucional. Una
sociedad práctica y moderna. Experimenté entonces el derrumbamiento de
la llamada tercera vía o el Estado social de bienestar, una concepción social-
demócrata, y, de cierto modo, el decaimiento de la latinoamericanística es
candinava en los años noventa. Pero lo interesante para los tiempos actuales
fue vivir la revolución de la informática y las comunicaciones. Cambie mi
máquina de escribir por el computador a comienzos de los años noventa. Todo
se hizo más práctico para el ejercicio de escritura. Incursioné en el mundo
de las redes sociales, inicialmente gracias a Colciencias, con colombianos
que estudiaban en el exterior, y luego en la Internet. Toda una revolución.
Atrás quedaron los años en que escuchábamos o leíamos noticias nacionales
de vez en cuando, ahora se hacía a diario; inicialmente, por la iniciativa de
un grupo de estudiantes de la Universidad de los Andes, que elaboraron un
periódico virtual. El correo electrónico se convirtió en una herramienta de
comunicación y de trabajo. Atrás quedó la correspondencia escrita en papel,
que casi siempre no era respondida.
El manuscrito de tesis —History of Labour on a Coffee Plantation:
La Aurora Plantation, Tolima-Colombia, 1882-1982— debía ser publicado,
previo a la sustentación, según la tradición escandinava. Entonces también
comprendí que un investigador debe aprender a editar sus libros. Pero, previo
a la sustentación, una vez tuviera listo el primer ejemplar del libro, debía ir a
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Diñcultades y desafíos
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ingresar al program a no se nos pidió dicho formato, era más flexible e in
formal. Hoy observo ese proceso de formación investigativo de un modo
más claro, pero la verdad mis comienzos fueron nebulosos y difíciles. No
es fácil aterrizar un tema de investigación a una pregunta concreta. Es por
lo cual años después, en 2009, propuse escribir y publicar el texto Introduc
ción teórica y práctica a la investigación histórica. Guía para historiaren las
ciencias sociales, durante un periodo sabático de seis meses en la Escuela
de Estudios Globales de la Universidad de Goteborg. Albergue logrado
gracias a la invitación de Edmé Domínguez, siendo ya profesor asociado a
la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
Lograda la formación investigativa y aprendiendo a diseñar un pro
yecto de investigación, el historiador debe tener la capacidad para apostarle
a nuevas propuestas o programas de investigación. Algunos con frecuencia
se cierran a una temática y temporalidad. No comparten o integran grupos
interdisciplinarios. Piensan que es un riesgo asumir problemáticas recientes.
En fin, un historiador-investigador debe estar apto y tener la capacidad para
dirigir e incursionar en nuevos temas, aquellos que demande las necesidades
de la sociedad y su tiempo. Y, de ese modo, tener la competencia para hacer
evaluaciones de proyectos de investigación y publicación, indistintamente
del componente empírico, ya que representan nuevos retos y contribuyen
a enriquecer el conocimiento. En la actualidad existen muchas opciones
temáticas que son válidas, pero ojalá estuvieran relacionadas con políticas
públicas, para que estas lograran un mayor impacto a mediano y largo plazo
en función de la consolidación de una nueva línea de investigación para el
ámbito académico, pero sobre todo de apoyar a la solución de los problemas
contemporáneos y lograr una mejor sociedad.
La otra dificultad en el proceso de formación investigativa fue lograr
a plenitud una comunicación escrita académica. En esto no hay técnicas,
pero sí principios. Siempre pensé en apostar por un lenguaje sencillo y sin
mayores abstracciones. Esa búsqueda me acercó a la literatura, a explorar
cómo se formaban los escritores, a m irar si realmente es válido utilizar
fuentes literarias y la ficción para mi trabajo. Son habilidades que se desa
rrollan con la práctica, pero debo reconocer que quien más me inspiró en
la escritura fue Mórner, de quien aprendí que publicar es parte del oficio,
mejor aún en diferentes idiomas, y que la edad no es un límite para la ac
tualización y adaptación de nuevas herramientas de trabajo. En cualquier
caso, el camino fue complejo, porque andaba en el cruce de cuatro idiomas.
Uno para dialogar (entre español, sueco o ruso), otro para leer (entre es
pañol, inglés o sueco), y otro para escribir (español o inglés). Finalmente,
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para doctorarme, aposté por mi lengua materna —la mayor parte de las
fuentes estaban en castellano— pero con una comunicación escrita de la
tesis en inglés, que escribimos conjuntamente con Leslie Carm ichael para
incursionar al mundo anglosajón y lograr una mayor difusión del trabajo.
Y una sustentación oral en sueco en concordancia con la sociedad e ins
titución donde me formé. En realidad, el idioma representa un modo de
pensar. En el mundo occidental, el inglés resulta ser una herramienta de
trabajo y socialización del campo académico.
En los comienzos del siglo XXI, el Sistema Nacional de Publicaciones
(Publindex) de Colciencias consideró las diversas modalidades de comuni
caciones académicas, una de ellas la revisión, con un mínimo de cincuenta
referencias. El primer estado del arte (balance historiográfico) lo hice años
después de defender la tesis doctoral, en 2010. Lo hice como un ejercicio de
síntesis sobre el caso colombiano, necesario para futuros estudios o inves
tigaciones sobre la caficultura latinoamericana. Hoy es sugerente que nues
tros estudiantes de posgrado realicen dichos balances desde el comienzo
de su formación de modo riguroso y que lo publiquen. En la investigación
doctoral llegué a consultar centenares de publicaciones y documentos, pe
ro observé que en nuestro medio carecíamos de balances historiográficos.
Estos contribuyen al trabajo de las nuevas o futuras generaciones de inves
tigadores, y cualquier proyecto de investigación debe incluir un mínimo de
referencias. Es, sin duda, el diálogo con la literatura precedente que hay que
tener de modo crítico desde los aportes teórico, metodológico o empírico.
Por ejemplo, en el primer balance sobre la caficultura —“ Estudios e histo
riografía del café en Colombia, 1970-2008. Una revisión crítica”—, advertí
de las ligerezas de algunos historiadores-economistas en el uso de fuentes
primarias, y de cómo esas visiones de desarrollo nos habían puesto en una
visión dicotómica orientada a un desarrollo lineal o funcionalista. En la
actualidad y con la ayuda de las bases de datos bibliográficas, los estados del
arte tienden a ser más universales. Hay que superar la barrera del idioma,
pues debemos observar lo que se publica en Europa, Norteamérica y Asia:
ello contribuye a tener una mirada universal, de mayor alcance si se quiere.
La advertencia es que si hacemos solo revisiones historiográficas con libros
impresos, que encontremos en los anaqueles de nuestras bibliotecas, el dis
curso histórico será diferente; de igual modo, si nos enfocamos solo a una
región, algo frecuente en nuestro medio. Revisar significa tener una mirada
crítica disciplinar a partir de los antecedentes historiográficos, no personal,
que puede lograrse, sobre cualquier tema o libro.
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Ese fue uno de los retos propuestos recién me vinculé de planta a la univer
sidad pública colombiana en 2003. Así resultó el proyecto del programa de
maestría en historia, el apoyo al proyecto de maestría en antropología y el
doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Antioquia. En la Uni
versidad Nacional de Colombia me propuse diseñar y apoyar en especial los
programas de la maestría en archivística, estudios políticos y el programa de
doctorado en ciencias humanas y sociales. Este último fue una experiencia
valiosa. Primero, porque se trataba de diseñar un proyecto en función de
superar la tradicional mirada monodisciplinar; segundo, para dinam izar a
los doctores de otras carreras en función del diálogo interdisciplinario y, en
especial, en la formación de cuadros doctorales; y tercero porque así como era
un reto para el profesorado, el proyecto era pertinente para muchos cuadros
profesionales del país. Hasta ese momento la única alternativa de doctorase
en Medellín era con el programa de historia. Los estudiantes llegaban de
otras disciplinas, quejosos de la historia, y no siempre lograban las destrezas
disciplinarias. El programa de doctorado en ciencias humanas y sociales con
tribuiría a que en tales casos se hicieran proyectos Ínter o transdiciplinares,
e incluso por los mismos historiadores. El apoyo académico se dio gracias
a un grupo de colegas de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas
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4 Recuerdo a Alvaro Acevedo, Víctor Álvarez, Jorge Conde, Zamira Díaz, Armando Martínez,
Amparo Murillo, Beatriz Patiño, Eduardo Santa, Fabio Zambrano, Francisco Zuluaga y Víctor
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......................................................................................... j .......................................
Zuluaga. También nos apoyaron Rodrigo García, María Mercedes Molina y Marta Ospina,
entre otros, además de un nutrido grupo de estudiantes que llegaron de la Universidad de
Caldas y de historiadores del Centro de Historia de Casanare.
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Bibliografía
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HISPANOAMERICANO C O L O N I A L '
* En la introducción de mi libro más reciente (Silva Prada, 2014) expongo la crítica al concepto
colonial para la definición del periodo de gobierno español en América. Véase especialmente
el capítulo 3.
1 En el Centro de Documentación e Investigación Histórica Regional (CDIHR-U 1S). Banco de la
República. Bucaramanga. “Catalogación de documentos pertenecientes al archivo municipal
y judicial de Girón (Santander). 1750-1970”.
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consciente del objeto y sí, más bien, forzadas por las circunstancias que me
han rodeado: el desempeño académico o los problemas derivados de ubica
ción personal. Aun cuando parezca un cliché, es importante mencionar que,
en momentos importantes de mi carrera formativa, como lo fueron la fase
de escritura de tesis, hubo siempre más escollos que caminos trazados. M en
ciono esta circunstancia desprovista de intenciones metafísicas, porque fue
esa particularidad la que me impulsó a enfrentar a los objetos historiados de
formas peculiares. Al problema humano se sumaron numerosas dificultades
en la búsqueda de fuentes. En relación a las asesorías, al comienzo de cada
tesis —la de licenciatura y la del doctorado— me encontraba en un lugar
poco fam iliar y del cual no tenía ningún referente natural, ni la región, ni el
país, ni el profesor amigo, y a veces tampoco referentes culturales, objetos a
los que a menudo acuden los historiadores regionales. Respecto a las fuentes,
porque mis propios enfoques han hecho muy difícil que el corpus documental
haya antecedido a la delimitación de la investigación.
Estas circunstancias se convirtieron con el tiempo en adversidades
positivas puesto que me forzaron a encontrar fuentes históricas alternati
vas y a explotarlas al máximo, en tanto casi siempre eran escasas. Cuando
comencé mi tesis de licenciatura en la Universidad del Valle (Cali) en 1991,
apenas conocía la realidad vallecaucana. Terminé estudiando la última fase
de mi carrera en esa ciudad por avatares del destino, el destino que la vio
lencia colombiana nos impuso a comienzos de los años noventa. Mi familia
debió dejar Bucaramanga para evitar la extorsión.
Por causas muy diferentes, al momento de la definición de mi tesis
doctoral, en 1995, me encontré nuevamente frente a un espacio poco co
nocido. Ningún asesor de El Colegio de México tenía alguna inclinación
particular por dirigir una tesis sobre la Nueva Granada y debí enfrentarme
definitivamente a la historia e historiografía mexicana, todo y pese a las
advertencias que en un encuentro en México me hiciera mi antiguo amigo
Pablo Rodríguez,3 consejero desde los tiempos en que nos cruzamos en Cali.
Como soy una santandereana obstinada, comencé mi tesis doctoral aseso
rada por el reconocido historiador Carlos M arichal, quien se ha dedicado
sobre todo a la historia económica latinoamericana y a algunas temáticas
de historia intelectual que ha cultivado en tiempos recientes, pero que no
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N a t a lia S ilv a P r a d a
4 Una de sus obras más recientes es Marichal, 2007, la cual ha recibido el premio Jaume Vicens
Vives por el mejor libro publicado de historia económica de España y Latinoamérica en el
bienio 2007-2008: Bankruptcy of Empire. Mexican Silverand the Wars between Spain, Britain
and France, 1760-1810. Cambridge University Press. Cambridge.
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E n c u e n t r o c o n la h is t o r ia c u lt u r a l
6 En particular, para mis investigaciones fueron muy útiles sus textos, Carmagnani, 1972,1992
y 1993-
7 Sobre este asunto hice mi tesis de licenciatura, Silva Prada (1992) haciendo alusión a cofradías
de la Gobernación de Popayán y publiqué algunos artículos como Silva Prada, 1993 y 2001a.
8 Y sobre todo, amigo y esposo. Cito de su autoría, Forte, 2001, Forte y Guajardo (coords.), 2002
y Forte, 2003. «
103
N a t a lia S ilv a P r a d a
constituido y después explicado, para desde esa esquina nutrir las explica
ciones al levantamiento violento, explicaciones que debían trascender al
economicismo imperante. Fue allí cuando mi imaginación empezó a trabajar
al máxim o y cuando me enfrenté a nuevas lecturas y a nuevas inquietudes
que crearon el sustento de mi trabajo actual, particularmente centrado en
la historización de las formas del disenso en la Hispanqamérica de los siglos
XVI y XVII. Los cinco años de escritura de la tesis doctoral constituyeron
un gran aprendizaje, no solo en los archivos mexicanos y en los españoles,
sino durante la impartición de clases. Con sus inquietudes, mis estudiantes
ayudaron a enriquecer la experiencia investigativa.
Después de concluir la fase doctoral me dediqué a trabajar en una
definición más concreta del concepto de cultura política, la cual se fue afi
nando en el proceso de publicación de la tesis doctoral —el cual me tomó
otros cuatro años101— y en la concreción de una serie de temáticas particulares
trabajadas en el último decenio. Las herramientas para esa nueva empresa
las fui descubriendo, sobre todo, en una amplia gama de investigaciones de
historia de la cultura política del periodo moderno europeo y en los textos
existentes para Fíispanoamérica.11
Cuando comencé mi tesis doctoral debí enfrentar el primer escollo:
el concepto de cultura política había sido definido sobre todo desde disci
plinas como la antropología, la sociología y la ciencia política, pero no desde
la propia disciplina histórica. El texto crítico de Ronald Formisano (2001)
es posterior a la etapa de definición conceptual que tuve que enfrentar en
1995 y que de cualquier manera parecía demasiado contemporáneo a los
historiadores del periodo colonial formados en la escuela positivista, en la
10 Los mismos cuatro años en que nació mi hija y alterné la crianza con la docencia y con la
investigación.
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E n c u e n t r o c o n la h is t o r ia c u lt u r a l
12 Véase, por ejemplo, el caso de las rebeliones estudiadas por McFarlane, 1989 y 1995. El
autor partía de la contraposición entre las explicaciones socioeconómicas y la cultura
política, y a partir de una serie de preguntas generales (ideas, creencias, actitudes, ideología,
comportamientos) que atañían a la definición de la cultura política, estudiaba el caso de la
rebelión de los barrios de Quito en 1765. Sin embargo, aunque en el análisis de la rebelión
emergía la existencia de un tipo de cultura política, esta no se estudiaba en detalle y
confrontando Jns j a u r í a s .matwjatetf y etementes qv.\? se expOcüsim t err d desstvsSs d d
fenómeno rebelde, aun cuando ellos estaban presentes en la narrativa del hecho.
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13 El conjunto de su obra puede consultarse en la página del Centro Virtual Isaacs dedicada a
su obra.
16 Historiadora francesa experta en insurrecciones andinas del siglo XIX. Por aquel tiempo habré
leído un artículo suyo muy interesante sobre el darwinismo social en Bolivia.
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19 Los volúmenes actualmente publicados son: Lumbreras (ed.), 1999; Burga (ed.), 2000; Garrido
(ed.), 2001; Carrera (ed.), 2002; Maiguashca (ed.), 2003.
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22 Reconocido químico e historiador de la ciencia mexicano con una brillante carrera académica.
Sería imposible reducir su obra a una citación. Su trayectoria intelectual y aportaciones pueden
consultarse en la página de Geo Crítica, 2002.
23 Esta obra (Silva Prada, 2007a) recibió el Premio a la Investigación 2009 otorgado por la
Universidad Autónoma Metropolitana a las investigaciones en todas las áreas del conocimiento
publicadas entre 2007 y 2008.
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26 Estos dos libros se publicaron como parte de las actividades del Cuerpo Académico de Historia
Institucional y Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Ambos fueron
editados por la Universidad Autónoma Metropolitana y por la editorial Juan Pablos con apoyo
económico del Promep (Programa de la Secretaría de Educación Pública de México).
27 Sobre la mecánica del rumor y su papel en el control de las conductas podemos citar el libro
pionero de Cebados, 2002.
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ni
N a t a lia S ilv a P r a d a
con aquellos autores que han considerado al pasquín como una expresión
de la cultura popular —sin negar que en la apropiación de los textos podía
ser importante el consumo por parte de los sectores no privilegiados y aún,
no alfabetizados— y por la otra, con quienes consideran que el proceso de
formación de una esfera pública y por ende de una esfera de la comunicación
es un producto del racionalismo ilustrado. „
El uso del concepto esfera pública —espacio en donde se da el inter
cambio de ideas y se describe la materialidad de los lugares en los cuales las
discusiones se desarrollan— ha estado sometido a un álgido debate en los
últimos cincuenta años, entre quienes asumen como una verdad ya probada
los planteamientos iniciales en los años sesenta del siglo XX del filósofo Jürgen
Habermas y quienes consideran de vital importancia revisar, no su ausencia
o existencia a partir de características típicas como la del debate razonado
de ideas, sino las formas que históricamente pudo asumir en las diversas
culturas. Este es el ejercicio que justamente vengo realizando.
En un escrito del sociólogo e historiador colombiano Renán Silva
Olarte el problema se plantea, siguiendo a Habermas, en términos de la
“existencia de una esfera de la comunicación” frente a la “existencia de una
esfera de la información”. Solo la existencia de la esfera de la comunicación
—recíproca y no unidireccional— permitiría el nacimiento de la verdadera
opinión pública. Para Silva Olarte, antes del siglo XVIII solo existiría una
esfera de la información (2003), contradiciendo de alguna manera su impor
tante aporte en el texto precedente relativo al sermón como forma de comu
nicación y como estrategia de movilización (2001). Una perspectiva similar
puede verse en el trabajo de Víctor Manuel Uribe-Urán (2000).
Debe tomarse en cuenta que la esfera pública se hacía patente cuando
los escritos críticos —manuscritos o impresos— no solo se perseguían sino
que generaban “guerras” de palabras, tinta y papel, que hacen manifiesto un
proceso comunicativo, es decir, donde la información circulaba en varias di
recciones: gobierno-disidente(s)-gobierno/disidente(s)-público-disidente(s)
y en varios sentidos: a veces el disidente era parte de las mismas instancias
de policía de donde el censurador podía también resultar censurado. Quien
disentía era, por otra parte, casi siempre, la punta visible de una corporación
o de un grupo de interés. El pasquín —cuya práctica se ha perpetuado hasta
nuestros días— (Silva Téllez, 1986) puede ser analizado como una estrategia
habitual de comunicación en el acto de reclamo político en el periodo del
gobierno hispánico en América, para lo cual resulta urgente ponerlo en un
prim er plano con el fin de revelar su papel en la canalización o externación
de tensiones y en la apropiación contestataria del espacio público.
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29 Las variaciones de la esfera pública burguesa fueron propuestas en trabajos como los de
Arlette Farge, Keith Michael Baker, Daniel Gordon y Sara Mazah, quienes para el caso francés
hacen un llamado a estudiar la opinión pública popular y la opinión pública femenina en el
siglo XVIII. Véase una detallada bibliografía en Ravel (1999). Para el caso americano es muy
sugestiva la discusión y el contrapunto establecido por Thompson (1999). Por otra parte,
muchos historiadores han argumentado la existencia de muchos públicos o de la variación
de lo público y han proyectado la existencia del fenómeno de la opinión pública a un periodo
anterior al de la Revolución Francesa, e incluso se han remontado al comienzo del siglo XVII.
Véanse, Hughes, 1995; Sawyer, 1990; Peacey, 2004; Zaret, 1994 y 2000; Kagan, 1990; Weil, 1995;
Schaub, 1998; Bell, 1994.
114
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intuir una agitada vida política, lejana de la tan acudida pax republicana o
del secreto, que habrían contribuido a promover la idea de la inexistencia
de la opinión pública antes del siglo ilustrado. Vale la pena, según recuerda
Ottavia Niccoli, explorar el conjunto de juicios y actitudes comunes por
parte de sectores amplios del público citadino, que pudieron tener un peso
cultural, religioso o político significativo y que se formaron mediante una
variedad de medios de comunicación (2005:14).
Por otro lado, el tema de la opinión pública en el Antiguo Régimen
guarda estrecha relación con la regulación de las relaciones de poder entre
los diversos actores del sistema político, en donde la censura tendía a impedir
que se explicitara el conflicto político. Además, en esa época eran justamente
los conflictos la base del debate, el cual giraba en torno a la administración
del bien común.
Mis últimas reflexiones sobre las prácticas que dinamizaban la po
lítica durante el periodo Habsburgo americano no pueden obviar la fuerza
de la oralidad, pero no entendida como una práctica desvinculada de la de
la escritura. Es justamente por los registros escritos que sabemos de su exis
tencia. De esta manera me he acercado a los rumores y a las profecías. Estas
dos prácticas, así como la publicación de pasquines, casi siempre estaban
vinculadas a las noticias de conspiraciones y levantamientos violentos. En
las fuentes que registran estos acontecimientos es en donde es más fácil en
terarse de su existencia, la cual de otra forma es muy difícil de ubicar en los
catálogos de los archivos.
Profecías, extraños anuncios, predicciones, apariciones monstruosas,
conspiraciones, eran todos fenómenos culturales completamente normales
en el mundo moderno. Igualmente, y como parte de una herencia multicul
tural, la Hispanoamérica de los siglos XVI al XVIII tiene una viva impronta
de ellos.
Para los historiadores del medioevo y del mundo moderno, la profecía
es una práctica que atañe a la búsqueda de legitimación social y política.30
Por ejemplo, ciertas tradiciones proféticas demuestran la vitalidad de una
cultura política oral autónoma que se revitalizaba en momentos de dificultad
(Thornton, 2006). «
En este sentido, para mí resulta de gran interés recuperar la profecía
como una de las prácticas implícitas a la comunicación política de aquellos
30 Sobre este aspecto la bibliografía es abundante. Véanse, por ejemplo, Niccoli, 1987; Thornton,
2006; Caffiero, 2000; Milhou, 2000; Corteguera, 2003; Castaño, 2003; Rubial García, 2006.
115
N a t a lia S ilv a P r a d a
31 Para este tema son útiles referencias los libros de Cantú, 2001; Miegge, 1999; Andrew C. Fix,
1991.
32 Señalo solo algunos ejemplos de una larga lista: Kagan, 1990; Mañero Sorolla, 1994 y 1999;
Zarri, 1977; Caro Baroja, 1978; BilinkofF, 1992; Corteguera y Velasco, 2008; Corteguera, 2003;
Caffiero, 1999 y 2005; Cueto, 1994; Keitt, 2002. En el libro de A. Rubial García (2006) se rescatan
algunos aspectos de las críticas políticas hechas por beatas y beatos de la Nueva España. Para
la América colonial existe una numerosa literatura histórica que recupera casos de monjas,
ermitaños, beatas y beatos falsos y verdaderos, pero son estudios de historia social y de las
mentalidades que casi nunca refieren las relaciones de estos personajes con la vida cotidiana
política local, razón por la cual no los incluyo aquí.
116
E n c u e n t r o c o n la h is t o r ia c u lt u r a l
34 Expresión usada para conocer el pasado genealógico de los procesados por la Inquisición, de
los que siempre se sospechaba tenían manchas de sangre que afectaban sus creencias católicas.
Hace referencia al “discurrir” de la vida y hoy se ha convertido en una excelente fuente de
reconstrucción biográfica.
35 Así tituló William Lamport un escrito de 38 folios dirigido a los inquisidores para exculparse
por sus agravios, una especie de retractación escrita en la que aspiraba a ser restituido en su
honor y fama. AGN (México), Inquisición, v! 506.
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Y LA H I S T O R I O G R A F Í A D E C I M O N Ó N I C A
La profesionalización de la historia
131
José David Cortés Guerrero
132
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
1 A mediados de 2015 había programas de historia en las siguientes universidades: del Rosario,
Bogotá; Javeriana, Bogotá; de los Andes, Bogotá; de Caldas, Manizales; Externado de Colombia,
Bogotá; Autónoma de Colombia, Bogotá; Nacional de Colombia, Bogotá; de Antioquia,
Medellín; Nacional de Colombia, Medellín; Pontificia Bolivariana, Medellín; Industrial de
Santander, Bucaramanga; del Valle, Cali; de Cartagena; del Atlántico, Barranquilla; y del
Cauca, Popayán.
2 A mediados de 2015 en las siguientes universidades había maestrías en historia: de los Andes,
Bogotá; Nacional de Colombia, Bogotá y Medellín; Javeriana, Bogotá; del Norte, Barranquilla;
Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja; del Cauca, Popayán; Tecnológica de Pereira;
del Valle, Cali; de Antioquia, Medellín; Industrial de Santander, Bucaramanga.
3 Estas son las universidades, que, a mediados de 2015, ofrecían doctorados en historia: Nacional
de Colombia, Bogotá y Medellín; de los Andes, Bogotá; Pedagógica y Tecnológica de Colombia,
Tunja; Industrial de Santander, Bucaramanga.
133
José David Cortés Guerrero
134
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
5 Casualmente, en varios eventos en donde he presentado trabajos sobre el siglo XIX, me han
preguntado por los crímenes de la Inquisición, con un matiz tan limitado que en el mismo
tono de la pregunta se nota no solo la ignorancia sobre esa institución, sino también el odio
por lo sagrado.
135
José David Cortés Guerrero
La experiencia personal
6 El mío es lo que se llama un caso de deserción temprana institucional, es decir que se presentó
antes de mitad de la carrera y hubo, además, un cambio de programa educativo y de institución
universitaria. Cfr. Deserción estudiantil en la educación superior colombiana. Metodología de
seguimiento, diagnóstico y elementos para su prevención. Ministerio de Educación Nacional.
Bogotá. 2009: 23-25.
136
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
10 Con ese nombre se conoce el periodo comprendido, más o menos, entre 1945 y 1965.
137
José David Cortés Guerrero
los tiempos recientes), sino porque para esa época la llamada violentología11
estaba en pleno furor y porque el plan de estudios hacía mucho más énfasis
en el siglo XX que en el XIX o la Colonia. En el estudio de La Violencia me
preguntaba, siguiendo la “moda” o tendencia que significaron las mentalida
des, por las mentalidades religiosas durante esa Violencia. Las formas como
se acudía a símbolos religiosos y a la religiosidad para justificar la elim ina
ción del contrario llamaron mi atención.1112 Sin embargo, al final dediqué mi
primer esfuerzo de investigación, la monografía de pregrado, a un hecho
muy trabajado para ese momento, El Bogotazo. Me preguntaba por todas
las mentalidades que pudieron fluir ese día de abril de 1948.
Revisando mi formación profesional en perspectiva, y desde mi acti
vidad como docente, cuando en mis cursos de maestría y doctorado recibo
estudiantes provenientes de la licenciatura en ciencias sociales noto las di
ferencias. Si bien han pasado más de veinte años, me preocupa y cuestiona
la carencia de “cultura histórica” en cuanto a conocimientos históricos e
historiográficos de esos estudiantes. No solo desconocen los procesos, sino
que no tienen referencias sobre los historiadores colombianos cuya produc
ción es base de la disciplina histórica en el país. Pero hay explicaciones para
ello. Los programas curriculares de ciencias sociales erradicaron a la histo
ria como disciplina, dejándola como un elemento accesorio. Además, como
se mencionó, desde hace más de dos décadas la clase de historia perdió su
obligatoriedad en los colegios y escuelas, siendo potestativo de ellos tenerla
o no. Así, los profesores de historia no parecen necesarios en la formación
básica y media.
Ingresé a la Maestría en Historia de la Universidad Nacional de C o
lombia, sede Bogotá, en 1993. Era la quinta promoción y el programa se ofrecía
cada dos años. El programa académico, a diferencia de hoy, era rígido y no
había la posibilidad de escoger entre una gran variedad de cursos. Pero ello,
a pesar de lo que podría creerse, fue positivo, pues me permitió centrarme en
la historia como disciplina. Así, pude dedicarme a la historiografía colom
biana (colonial y republicana), a la investigación en historia y a los procesos
históricos y a la teoría de la historia, sin descuidar la aproximación con otras
11 Nombre casi coloquial con el que se denominó a los estudios sobre La Violencia en Colombia.
12 Para esa época, comienzo de la década de 1990, había muy poco sobre el tema. Destacan los
textos de Rodolfo de Roux (1981). Era la literatura la que mejor expresaba la relación Iglesia-
religión-violencia bipartidista, por ejemplo, Caballero Calderón (1952), Silvia Galvis (1991).
138
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
13 Los textos de Michel Vovelle (1985,1989) eran manuales obligados de consulta. Para esa época,
estos son algunos de los textos colombianos que aludían a mentalidades: Vega y Aguilera,
1991; Uribe Celis, 1992; Arango, 1993.
139
José David Cortés Guerrero
14 Para mí, desde el principio fue claro que cada tema de investigación tiene espacios y tiempos
que le son específicos. Así, a pesar de investigar historia política, sabía que no podía limitar el
tiempo al de esa historia política, por ejemplo, la Regeneración y la hegemonía conservadora,
sino que debía moverme en el tiempo propio de la diócesis, y ello me llevó al año de su creación
y puesta en marcha, 1881. Igual sucedía con el espacio. No podía limitarme a, por ejemplo, el
departamento de Boyacá. Tenía que estudiar el espacio propio de la diócesis, definido en el
momento de su creación.
15 Resultado de esta investigación es el libro Curas y políticos, que en 1997 mereció el Premio
Nacional de Historia del Ministerio de Cultura. Los jurados del premio (Anthony McFarlane,
Aída Martínez Carreño y Eduardo Posada Carbó) consideraron que la obra contenía una
novedosa interpretación de la Regeneración. Cfr. Cortés, 1998.
140
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
141
José David Cortés Guerrero
reformas, elaboradas desde el siglo XIX, se han aceptado sin mayores discu
siones contribuyendo, incluso, a reforzar la división del tiempo que desde el
XIX se ha elaborado para la historia colombiana. El segundo radica en ver
esas reformas como primigenias, originales, punto de partida de la presunta
transformación del país. Esto obedece a la interpretación decimonónica que
indicaba que ellas eran el punto cero de la historia colombiana republicana
(Samper, 1853). Una visión que impide ver que muchas de esas reformas ya
habían sido aplicadas, incluso en la Colonia, y otras estaban cimentándose
en los primeros años republicanos, es decir, se pierde la mirada de mediana
y larga duración. Y, además, como lo denunciaron en su momento Álvarez y
Uribe, dejó en la mayor orfandad investigativa las primeras décadas de vida
independiente (Uribe de Hincapié y Álvarez, 1987:11-12).
Una segunda prisión historiográfica que se relaciona con vacíos
investigativos está vinculada con las ideas y conformaciones políticas de
mediados de siglo XIX. Así, si se habla del papel político, social y económico
que pudo tener la Iglesia católica y las formas como se reconfiguró a medida
que la institucionalidad política se transformaba, es necesario aludir no solo
a las ideas políticas, sino también a las instituciones en las que ellas pudieran
tomar forma: partidos políticos, asociaciones, Estado. Pero la historia de las
ideas políticas en Colombia poco ha trascendido la obra de Jaram illo Uribe
(1964). Y si hablamos de los partidos políticos se acepta la historia formal
de los mismos, indicando, por ejemplo, su año de nacimiento y su historia
vinculada con las administraciones públicas, de tal forma que constituyen
historias apologéticas (Puentes, 1942; Molina, 1970). Además, se acepta la
afirmación de que la gestación de los partidos políticos se ubica en la guerra
de los supremos. Aquí cabe la pregunta de qué pasó en la década de 1840
en cuanto a las ideas políticas y a la conformación primigenia de las colec
tividades políticas, pues parece la idea providencial de que los programas
publicados en El Aviso (1848) y La Civilización (1849) surgieron de la nada y
sus contenidos no tenían raíces, y las ideas allí plasmadas no provenían de
parte alguna.
La tercera prisión alude a la Iglesia como institución. Si bien la se
paración Estado e Iglesia se decretó en 1853 y buena parte de las reformas de
mitad de siglo afectaron el poder económico, político y social de esa institu
ción, debe recordarse que la Iglesia es supranacional y obedece a la cabeza de
una jerarquía que se encuentra fuera del país. Es decir, entender la reacción
de la Iglesia ante las reformas obedece no solo a las dinámicas nacionales,
incluyendo las locales y regionales, sino también a las que se presentaban,
sobre todo, en Occidente. Además, guste o no, la Iglesia es la única institución
142
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
143
José David Cortés Guerrero
sistemáticas. Seguimos creyendo que, en efecto, el mundo era tal como nos
lo representaron algunos historiadores y publicistas decimonónicos, es decir
binario y, si se quiere, maniqueo.
Otro asunto tenía que ver con la aparición de derechos y garantías
individuales inherentes al proyecto de formación de la ciudadanía. En la
Constitución Política de 1853 quedó legislado, entje otros derechos, el su
fragio universal. Este tópico es importante porque muestra cómo el pueblo
asumía la soberanía y obtenía para sí un principio vinculado con la liber
tad de conciencia. Este punto es importante porque ejemplifica el ideario
liberal de mediados de siglo XIX no ha sido estudiado con la importancia
que merece. Además, está vinculado con problemas de larga duración y
estructurales como lo son la creación de un Estado laico y la formación de
una sociedad secular.
Como sucedió años antes con la tesis de maestría, el ejercicio docto
ral, además de responder algunos interrogantes me planteó muchos más. Así,
en la estrategia investigativa que fui construyendo con el tiempo, el siguiente
paso era buscar las respuestas a esas preguntas, por lo que me dirigí a los
primeros años republicanos y la Independencia. Con motivo del Bicentenario
de la Independencia fui apoyado por la Universidad Nacional de Colombia
para una investigación sobre el papel de las ideas religiosas en el proceso
emancipador. La idea inicial era trabajar desde finales del siglo XVIII hasta
mediados del XIX momento en el cual, ya en la República, el Estado y la Iglesia
se separaron. Sin embargo, varios aspectos de esa investigación me hicieron
reflexionar no solo sobre el papel de las ideas religiosas en la Independencia,
sino sobre cómo se estaba estudiando el papel de la Iglesia y de la religión en
la historia colombiana, por lo que el campo de estudio se redujo hasta 1835,
año en el que la Santa Sede aceptó la Independencia de la Nueva Granada.
El ejercicio historiográfico
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El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
145
José David Cortés Guerrero
cientificista que quiso dársele desde la década de 1960. No quiero decir que
este ejercicio no se hubiera hecho con anterioridad, pero se limitaba a lo que
llamo la historia canónica, la de los considerados padres de la historia en
la república, José Manuel Restrepo, José Manuel Groot, entre otros, esen
cialmente a las obras fundacionales, por ejemplo, Historia de la revolución
de la Nueva Granada y la Historia eclesiástica y civ[l de la Nueva Granada.
Así, partiendo de la hipótesis de que en el siglo XIX la historia y la literatura
tenían límites difusos, me preocupé por estudiar esas formas literarias que
contienen interpretaciones históricas. Por ejemplo, la cronología (Restrepo,
1954; Caballero, 1974); las memorias: algunas conocidas son: López, 1857;
Samper, 1881; Camacho Roldán, 1894; Galindo, 1900; Parra, 1912; el ensayo,
entre estos están Samper, 1853; Samper, 1861; Arboleda, 1869; Rivas, 1899
(véase Cortés, 2009); la literatura costumbrista: Museo de cuadros de cos
tumbres, 1866 (véase Cortés, 2013); y los diarios de viaje (Ancízar, 1850-1851),
entre otros. E importante resaltar que la historia no se entendía como un
ejercicio de revisión del pasado, sino que tenía fuertes connotaciones polí
ticas e ideológicas. El discurso histórico, entendido como la producción de
los que se proclamaban como historiadores, era empleado para sustentar
proyectos políticos y propuestas de futuro, es decir, algo así como la guía o
camino que deberían seguir las sociedades. En ese discurso histórico subyace
la dicotomía experiencia-expectativa en donde la historia era, y lo repetimos,
más que el pasado, era, incluso, la lectura que se tenía sobre el futuro. Este
acercamiento a diferentes formas de escritura de la historia que comenzó en
mis estudios doctorales se ha reforzado en cursos que he impartido en los
posgrados de historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.
El segundo camino tiene que ver la historiografía desde la profesio-
nalización de la disciplina histórica en Colombia. En un curso que impartí
en la carrera de historia de la Universidad Nacional de Colombia, al solici
tar a los estudiantes que su trabajo final fuese un ejercicio historiográfico
noté la dificultad que tenían para realizarlo. Algunos de ellos ni siquiera
sabían lo que significaba no solo la historiografía sino también lo que era
un balance historiográfico. Esto me invitó a proponer un curso sobre histo
riografía colombiana sobre el siglo XIX, en el que se abordara la producción
elaborada desde la década de 1960. Allí, como era de suponer, no solo nos
preguntábamos por el XIX en conjunto, las producciones englobantes del
proceso, sino que también examinaos asuntos puntuales indagando por la
producción histórica sobre ellos. De esta experiencia se desprenden varias
conclusiones. Tal vez la más importante es la explosión temática sobre ese
siglo, la cual está directamente relacionada con la cada vez más abundante
14 6
El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
La historia comparada
16 En el país existen variados balances historiográficos, sin embargo, quiero referirme a los
esfuerzos de mayor aliento. Resalta el trabajo emprendido por profesores del Departamento
de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, y compilado por Bernardo
Tovar Zambrano, 1994.
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José David Cortés Guerrero
Conclusiones
Las reflexiones finales de un ensayo como este deben estar relacionadas con
el mismo ejercicio de su escritura, es decir, con la revisión de lo que significa
ser historiador en un país donde la historia puede ser utilizada para muchas
cosas como, por ejemplo, la justificación de decisiones políticas, pero cuyo
estatus social es bajo y limitado. Parece que formarse profesionalmente
como historiador en Colom bia significa nadar contracorriente, debido,
esencialmente, al poco peso social que tienen la historia y la memoria, lo
que puede ejemplificarse con los limitantes para la enseñanza de la historia
de los colegios.
A l hacer una revisión de la formación profesional es preocupante
la súper especialización temprana. Me refiero a cómo en los pregrados los
estudiantes de historia, la mayoría de ellos menores de veinte años, ya han
definido una agenda de investigación para los próximos años desechando
cualquier posibilidad de explorar otros temas de investigación. Esto se re
laciona directamente con la baja cultura histórica de los egresados de las
carreras de historia. Se cumple así lo que en alguna oportunidad expresó
Alan Knight al indicar que cada vez hay más historiadores que saben cada
vez más sobre cada vez menos. Es decir, pueden dar cuenta de su tema de
investigación de una manera que raya en la erudición sin sentido, pero no
pueden brindar m ínim as interpretaciones sobre problemas más amplios
ni establecer interrelaciones de su propio asunto de interés con otros que le
puedan ser adyacentes. Menciono esto porque una de las cosas que aprendí
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El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
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José David Cortés Guerrero
150
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José David Cortés Guerrero
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El oficio del historiador: del hecho religioso a la historia comparada
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EL C A M P O R E L I G I O S O E N C O L O M B I A .
U N A E X P E R I E N C I A I N V E S T I G A T I VA
E I N T E R D I S C I P L I N A R D ES D E LA H I S T O R I A
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Helwar Hernando Figueroa Salamanca
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El campo religioso en Colombia
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Helwar Hernando Figueroa Salamanca
labor docente y de las propias universidades, que frente al mundo global solo
sirven en la medida de su supuesta rentabilidad. En este nuevo escenario, el
conocimiento es secundario y el profesor solo es un mediadór, fácilmente
sustituible por la virtualidad y la política pública; igual para los estudiantes
de hoy que descargan infinidad de información con solo oprim ir un botón.
Por cierto, actualmente escucho a los colegas de la Universidad Nacional que
jarse de esa pérdida de la función social de la docencia y observo en ellos un
interés epistemológico renovado en torno a la labor docente y a los procesos
de aprendizaje. Tal vez por ello desde la Nacional se lideren investigaciones
sobre el análisis de la política pública en el campo de la educación, su epis
temología y estatus científico.
Mi llegada a la Universidad Nacional de Colombia se dio 1993, cuan
do se abrió el programa de pregrado en historia. De los primeros años en
dicha casa de estudios añoro con aprecio y admiración a varios profesores
que marcaron mi vida profesional gracias a su compromiso con el saber
científico. Pienso que fueron muchos y por ello me siento muy afortunado.
La lectura voraz de los historiadores de la Escuela de los Anuales, con toda
su producción científica, debates historiográficos y sus luminarias, m ar
caron mi formación como historiador y me señalaron el camino a seguir,
dado que gran parte de los profesores eran fervientes lectores de la academia
francesa. El estudio de los movimientos sociales y de los marxistas británicos
me abrieron las puertas a los grandes retos de los historiadores: elaborar la
historia de los excluidos y de la otredad. Una historia de la otredad que tam
bién puede ser vista en los desarrollos posteriores de esta escuela y puesta en
escena pioneramente y en clave de “estudios culturales” por autores como
Raymond W illiams, quien en su libro Cultura y sociedad. 1780-1950. De Co-
leridge a Orwell, explícita como una teoría marxista bien utilizada permite
estudiar la cultura, sin desconocer lo económico (1958). Aunque fue la reno
vada historia política, comprometida con el estudio crítico del poder, de las
diferentes sociabilidades que lo atraviesan y de cómo lo negocian y ejercen
los sectores populares, la que selló mis intereses investigativos. Por supuesto,
mi inclinación ideológica me llevó al estudio del campo de la política y sus
relaciones con las creencias religiosas y sus representaciones; igualmente,
a comprender el funcionamiento de las organizaciones sociales y cómo se
constituyen los liderazgos carismáticos. Así, emprendí mi acercamiento al
estudio de la religión y de las instituciones religiosas, comenzando, claro,
con la más representativa en Colombia, la Iglesia católica.
Las lecturas de los historiadores y de las obras clásicas, base de mi
formación como historiador, corresponden a la literatura clásica existente en
158
El campo religioso en Colombia
una buena biblioteca que se precie de contar con una colección respetable en
el campo de la historia y de las ciencias sociales. Hoy todavía sigo adquirien
do y releyendo esos libros que por aquellas épocas de estudiante solo podía
leer en la biblioteca o soñar con adquirirlos asaltando las bibliotecas de los
profesores; en las noches de desvelo la biblioteca más deseada era la del pro
fesor Abel López, la cual imaginaba magnífica en su colección de los clásicos
de Anuales. En fin, el estudio de la filosofía de la historia, del pensamiento
histórico, de la metodologia de la historia y de los estudios historiográficos,
me ayudó a estar en la vanguardia de las discusiones historiográficas del
momento, o por lo menos así lo creían los profesores. Por cierto, cinco de
ellos participaron en la Historia alfinal del milenio. Ensayos de historiografía
colombiana y latinoamericana (Tovar Z., 1994), un balance que dio cuenta de
cómo se constituyó el campo del pensamiento historiográfico colombiano.
A pesar de las críticas a algunos de los ensayos que lo componen, todavía
hoy no ha sido superado.1 Aún más, es posible que no vuelva a hacerse un
esfuerzo colectivo de ese tipo, puesto que en la actualidad la historiografía
o los estados del arte parecen no importarle a la mayoría de los nuevos his
toriadores y mucho menos la elaboración de obras colectivas.
A pesar de haber contado con profesores preocupados por el oficio
de historiador y de tener una visión integral de esta, debo decir que para los
maestros de la Nacional la historia de Colombia comenzaba solo a mediados
del siglo XIX, al igual que para mi profesor Pachito. La escasa metodología
que enseñaban la justificaban con las palabras del gran historiador colom
biano Jaime Jaram illo Uribe, quien tenía una posición despectiva frente a
los métodos formales de investigación. Según ellos, él se preciaba de no tener
método, de lo cual hoy no estoy tan seguro. Además, como estaban haciendo
historiografía, muchos de los hechos históricos tuve que aprenderlos por mi
cuenta. Todavía hoy sigo intentado estudiar historia económica, desterrada
por aquellos años de la Nacional. El periodo colonial hacía parte de la his
toria cultural y me la enseñaron antropólogos o profesores que estaban de
retirada. Un vacío más en mi formación universitaria fue el estudio de la
historia regional. Una situación de la cual eran conscientes, pues sus relatos
resultaban ser demasiado centralizados, dado que desconocían lo regional,
la diversidad de los territorios y los trabajos que allí se hacían cada vez más
1 Cuatro años después, un pequeño grupo de estos historiadores centró sus esfuerzos intelec
tuales en teorizar sobre el papel de la historia en la sociedad colombiana y sus perspectivas.
Archivo General de la Nación. 1997. Pensar el pasado. Universidad Nacional de Colombia.
Bogotá.
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Helwar Hernando Figueroa Salamanca
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El campo religioso en Colombia
hice caso. El tema de mi tesis fue sobre los chulavitas y su relación con los
curas intransigentes en Boyacá durante el periodo 1930-1948, labor dirigida
por Ana M aría Bidegain, con quien emprendí mi experiencia en los grupos
de investigación, que por aquellos años comenzaban a formarse.
Sin siquiera sospecharlo, ese tema de investigación ha sido el que
más he logrado desarrollar en mi formación como historiador. La mayoría
de proyectos, publicaciones y grupos de investigación en los cuales he tra
bajado siempre han girado en torno a la relación religión, política y violen
cia en Colombia, con algunas entradas a la historia de la Iglesia católica en
América Latina y al estudio de las otras creencias religiosas practicadas en
el continente. Las tesis de maestría y doctorado ampliaron, profundizaron
y teorizaron esos primeros esfuerzos académicos que intentaban explicar el
significado de la intransigencia católica y cómo los curas daban el salto del
campo religioso al político. Un tránsito en el que privilegian su adscripción
partidista sobre sus creencias religiosas, instigando a sus feligreses a la vio
lencia (Figueroa y Cifuentes, 2005), como lo demostré en mi tesis. Estudiar
la intransigencia clerical (Figueroa, 2009) me permitió también ver a la Iglesia
católica como una institución diversa, con múltiples corrientes, además de
comprender su dogma y teología, asumidas por los actores religiosos de
diferentes maneras. Los estudiados por mí eran intelectuales católicos de
provincia, de finales del siglo XIX y de la primera mitad del XX, que bebían
de las fuentes del neotomismo (defensa del orden existente, sin cambios y
crítico de la modernidad) y se habían formado teológica y doctrinariamente
(Figueroa, 2016) en el proceso de romanización de la Iglesia, la cual intentaba
mantener o recuperar su poder temporal frente al surgimiento de los esta
dos nacionales, a las ideas de la Ilustración y a los avances de la modernidad
(Figueroa, 2003). Esta versión de la historia me generó las consabidas críticas
derivadas del predominio de una historiografía liberal que todavía sentía
muchos resquemores frente al estudio del hecho religioso (como acción que
determina al creyente y le crea un sentido a su existencia), puesto que desde
una pretendida secularización del conocimiento veían todo lo relacionado
con la Iglesia católica como dogma o, peor aún, como proselitismo.
Por el contrario, las investigaciones en torno a la religión me abrieron
el camino a la cultura y sus estudios originarios en torno al hecho religioso;
así me acerqué a James Frazer (1890), M ax Weber (1905), Émile Durkheim
(1912), Sigmund Freud (1913), Mircea Eliade (1965), Clifford Geertz (1973) y
Pierre Bourdieu (1971). Científicos sociales que permanentemente aparecen
en mis textos y que crearon sus primeras teorías a propósito de los estudios
del hecho religioso. Con ellos aprendí el significado de la religión y lo sagrado
Helwar Hernando Figueroa Salamanca
de ella; la manera como las personas se agrupan para creer y darle sentido
a sus vidas colectivamente; las interpretaciones de las representaciones
religiosas, expresadas en símbolos y las formas como estos se manifiestan
(hierofanías) en espacios sacralizados; y el significado del carisma, la buro-
cratización de los ritos y creencias religiosas y su concreción en instituciones
religiosas establecidas. Particularmente, precisé que comprendo por campo
religioso sus vínculos con otros campos, el propio concepto de religión y de
lo sagrado y la función del carisma en la lucha por los fieles. Teorías y con
ceptos que logré desarrollar en trabajos en torno al crecimiento en Colombia
y América Latina de grupos religiosos no católicos. De esta manera, me abrí
en la práctica investigativa al trabajo en equipo con antropólogos y sociólo
gos. Tal vez ese es el mayor logro de mi vida académica: sensibilizarme en
la práctica investigativa frente a la integralidad de los problemas sociales y
humanos y comprender lo perjudicial que ha sido fragmentarlos desde las
propias disciplinas encargadas de estudiarlos.
Así, con Pierre Bourdieu asimilé y caractericé el campo religioso
como un escenario social donde los actores religiosos asumen unos roles que
les permiten moverse estratégicamente para conservar o acceder al poder
(Bourdieu, 1971: 295-334). Unas posiciones defendidas gracias al dominio
de bienes simbólicos, en este caso relacionados con la salvación, que, para
Bourdieu, hacen referencia al capital cultural que poseen los individuos
para sobrevivir en el juego social de lo sagrado. Es decir, este autor afirma
que el capital cultural le permite a su poseedor comprender de forma na
tural las reglas de juego, lo que le facilita al jugador, el iniciado que en este
caso sería el sacerdote ungido, moverse con destreza y naturalidad en los
diferentes campos sociales (sacros y profanos). Una posesión que es legí
tima cuando se ha heredado, en este caso trasmitida ritualmente, lo cual
Bourdieu definió como habitus.
Con estas precisiones y de la mano del sociólogo francés comprendí
por campo una
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El campo religioso en Colombia
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desde la década de 1920 poco a poco surgieron nuevos actores religiosos que
a finales del siglo adquirieron una presencia incuestionable en el mundo de la
política: los pentecostales y los carismáticos.2A l ahondar esta problemática
poco trabajada por los historiadores, advertí que el pentecostalismo es un
movimiento de nacionalización del protestantismo y que está en proceso de
institucionalización, movimiento donde el líder, administrador de los bie
nes simbólicos de salvación, por medio de su carisma aglutina a un número
importante de seguidores (Figueroa, 2016a). Por cierto, para explicar el con
cepto de carisma recurrí a M ax Weber (2004:193). Ahora bien, para que un
movimiento carismático se convierta en Iglesia se requiere de la existencia
de una burocracia que administre adecuadamente los bienes simbólicos de
salvación, los cuales reproducen el poder carismático de su creador. Vol
viendo a Pierre Bourdieu y su teoría de los campos, los nuevos movimientos
pentecostales de mediados del siglo XX en Colombia comenzaron a ocupar
un lugar destacado dentro del campo religioso ya que se burocratizaron por
medio de iglesias nacionales que en el mercado de las creencias entraron a
competir efectivamente por nuevos feligreses.
Al estudiar estas relaciones me preocupaba entender en qué momento
existe una verdadera autonomía del campo religioso, y llegué a la conclusión
de que esta solo se logra cuando los actores religiosos tienen la capacidad de
constituirse como un grupo cerrado (secta), cuando adquieren la misión de
salvaguardar un saber y unas prácticas religiosas trasmitidas mágicamente a
su burocracia y feligresía. Una situación que por lo menos en Colombia solo
pudo darse en las escasas comunidades religiosas de clausura y en algunos
sectores protestantes o en los testigos de Jehová. La transmisión simbólica
de la salvación puede diferirse al campo religioso en forma de “capital sim
bólico”. En Am érica Latina esto ocurre por el papel protagónico ocupado
2 Por pentecostal se comprende a los protestantes que tienen en la presencia del Espíritu Santo
su mayor dogma y basan su teología en el carisma de un líder que logra aglutinar alrededor
suyo a una feligresía que es bendecida por el Espíritu Santo y, por tanto, puede hablar en
lenguas (glosolalia); ser favorecida por sanaciones celestiales (taumaturgia); cuando se hace
necesario, exorcizar a sus creyentes; o ve en la prosperidad el favor de Dios. Un movimiento
que provenía del protestantismo establecido en el sur de los Estados Unidos, el cual devino
en carismático, con profundas connotaciones teológicas de tipo vivencial, producidas por
una especie de arrobamiento purificador y catártico, que daba sentido a sus practicantes en
momentos de anomia social (Bastían, 2003). Las referencias teológicas al significado del tér
mino pentecostal hacen referencia a los múltiples relatos bíblicos en los que el Espíritu Santo
hace una aparición como un derramamiento del dios celestial sobre su pueblo (Ryrie, 1978).
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El campo religioso en Colombia
3 En este sentido, hay que entender los trabajos de Rafael Ávila, quien con su estudio demuestra
cómo la institución eclesiástica reproduce el poder del Estado, mediante la homogeneización
de la sociedad civil, y la investigación de Christian Parker, quien señala cómo a la par de la
hegemonía eclesiástica se desarrolla ün catolicismo popular (Ávila, 1998; Parker, 1996).
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a c a b o d e s d e e l g r u p o d e in v e s t ig a c ió n S a g r a d o y P r o fa n o , lid e r a d o p o r m i
c o le g a W i l l i a m P la ta e n la U n iv e r s id a d I n d u s t r ia l d e S a n t a n d e r .
Por último, el estudio de la relación religión-política me llevó a inves
tigar qué es la laicidad y la secularización. Un problema al que me acerqué al
investigar cómo estas expresiones adquieren el significado actual, paradóji
camente al emerger de la propia matriz etimológica que cuestiona o recha
za, la Iglesia católica. Es decir, en principio estas expresiones eran propias
del mundo clerical y hacían referencia al mundo temporal de los religiosos
(secular) y la no consagración de los feligreses (laicos). Siglos después, la
laicidad se convirtió en una propuesta política de los liberales franceses que
pretendía separar la Iglesia del Estado; en Colombia fue puesta en práctica,
pioneramente con respecto al resto del continente, por los liberales radicales
en 1854, que con su derrota en la guerra de los mil días (1899-1902) tuvieron
que esperar treinta y seis años más para intentar ponerla nuevamente en
práctica (reformas liberales de 1936). Una política que rápidamente fue des
montada una vez más por los conservadores en 1947. El complemento ideal
de esta propuesta política es la secularización de la cultura, que en Colombia
ante el poder confesional hegemónico solo se comenzó a percibir parcial
mente desde la segunda mitad del siglo XX y se asocia más a la urbanización
creciente del país, a la incipiente diversificación del campo religioso y a los
aires secularizadores presentados por la ampliación de la oferta cultural que
comenzaban a ofrecer masivamente los medios de comunicación a mediados
del siglo XX (Figueroa, 2017). Esta situación contribuyó a crear una cultura
tradicionalista en la que los visos modernos se asocian a las fallidas reformas
modernizantes liberales, al incipiente desarrollo de la economía y al precario
proceso de creación de un estado nunca logrado plenamente. De ahí que los
investigadores que estudian la modernidad en Colombia la hayan adjetivado
de múltiples maneras: modernidad confesional, modernidad tradicionalista,
modernidad postergada, modernidad paradójica, todas ellas conducentes a
explicar que nuestra modernidad es ambivalente, como todas en el mundo
(Figueroa, 2017).
C o m o se o b s e r v a , lle g u é a la te s is d e d o c t o r a d o p o r u n c a m in o q u e r e c o r r í d e
la m a n o d e m a e s tr o s y d e m is p r o p ia s p r e o c u p a c io n e s s o b r e la c u lt u r a c o lo m
b ia n a , la s c u a le s t a m b ié n tu v e la fo r t u n a d e r e s o lv e r e n el t r a b a jo e t n o g r á fic o
p o r m e d io d e l e s t u d io y t r a b a jo c o n c o m u n id a d e s r e lig io s a s , t a n to c a t ó lic a s
c o m o p e n te c o s ta le s , y a s is t ie n d o a e n c u e n t r o s in t e r n a c io n a le s s o b r e el h e c h o
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ola privatizadora los países más pobres deben enfrentarse a las demandas
de las multinacionales.
En el caso colombiano no ocurrió de esta manera o, por lo menos, no
causó sorpresa, posiblemente porque, como argumentaba en mi tesis (Figue
roa, 2010b), la legislación y las políticas estatales siempre han privilegiado
los intereses del capital privado. Es decir, tradicionqlmente las inversiones
extranjeras y del capital privado colombiano han gozado de todas las exencio
nes tributarias posibles, además de estímulos referidos a la seguridad jurídica
y policial. Más aún, en Colombia las multinacionales o grandes capitales
nacionales no requieren demandar porque la normativa siempre ha estado
a favor del capital privado, bajo la consigna de la confianza inversionista.
Con el objeto de comprender el peso que tienen en Colombia los inte
reses particulares por encima del interés general, en la tesis desarrollé algunas
hipótesis de carácter histórico que ayudan a explicar por qué Colombia es un
país donde el “corporativismo societal” tiene tanta fuerza. Para ello describí
cómo durante el periodo de 1934 a 1952 se dieron las condiciones políticas y
sociales que le permitieron a los nacientes gremios económicos y a un sector
importante de la Iglesia católica ponerse de acuerdo para intentar crear un
estado de talante corporativo.
Por último, al hacer un balance de lo investigado en el campo del he
cho religioso, tanto de la Iglesia católica como de otras denominaciones, con
sidero que los principales aportes hechos en mis investigaciones se pueden
agrupar en las siguientes conclusiones: 1) los primeros estudios (sociología y
antropología) y definiciones sobre la religión, centrados en su colectivización,
institucionalización y representaciones de lo sagrado, siguen siendo válidos
a la hora de usarlos para explicar la organización de las diferentes iglesias y
su incidencia en el mundo de la cultura; 2) el tradicionalismo de la cultura
colombiana puede explicarse hasta cierto punto por el predominio clerical
que solo comenzó a dism inuir desde la década de 1960, lo cual ha obligado
a los cientistas sociales que analizan el proceso modernizador tardío en
Colombia a hablar de una especie de modernidad tradicionalista, yo diría
confesional o católica; 3) la permanencia de la corriente intransigente del
catolicismo, estructurada decimonónicamente, contribuyó hasta mediados
del siglo XX al tradicionalismo cultural de Colombia y fue caldo de cultivo
de nuestras guerras civiles, incluida la de mediados del XX; 4) cuando la po
lítica comienza a secularizarse, la institución eclesiástica tiene dificultades
para incidir directamente en los feligreses, por lo cual en muchas ocasiones
prefiere privilegiar lo político por encima de sus compromisos religiosos; 5)
la nacionalización de los diferentes protestantismos en Colombia le abrió
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muchas veces vistos solo como una ilusión. Por tal motivo es posible que el
hombre vuelva a crear otros principios más incluyentes; indiscutiblemente
si logra sobrevivir a la ética del consumo y del vértigo que ello le produce:
a él mismo, como hombre, y a la propia naturaleza (entropía). Insisto, allí
los historiadores tenemos el deber de guardar la memoria para oponerla a
esos nuevos principios e intentar rescatar lo mejoi; de esos procesos, pero
no para coleccionarlos ni para ponerlos de ejemplo, sino para recordar que
están allí, que la cultura se ha movido en el tiempo por la capacidad que tiene
la humanidad de hacer historia. Esto ¡para saber que hay un pasado y que
todavía es posible imaginar un futuro!
Por otra parte, con Bauman considero que todavía existe la oportuni
dad de cuestionarse hasta dónde los principios de la modernidad fueron los
más adecuados a la hora de hacer más viable la condición humana. Comparto
además su propuesta de utilizar el “enfoque posmoderno” de la ética —es
decir reconociendo el pluralismo de las normas morales—, para cuestionar
el etnocentrismo y superar la idea agustiniana del libre albedrío, según la
cual la elección se limita a dos opciones: el bien o el mal. Ser fiel o pecador. En
la sociedad moderna ser un ciudadano ejemplar o un anarquista. Aún más,
el cambio de la ética confesional por una secular obligó a los legisladores a
enfrentar el egoísmo y la relativización de las normas, con criterios morales
absolutos basados en una razón pura. En otras palabras, fue el tránsito de
la fe religiosa a la razón, todopoderosa y omnipresente. Por cierto, a esta se
le creó un altar, el dios positivista de Hume, que también hoy afortunada
mente entró en crisis ante la relativización de la verdad o más bien gracias
a la entrada victoriosa de la subjetivación y la otredad. Pero a pesar de este
interés racionalista, la modernidad no logró superar a su propia creación:
un individuo libre que se resiste a dejarse oprim ir por un sistema de valores
que lo enjaula en una instrumentalización de la razón. De ahí que como his
toriadores no podamos hacer juicios a la manera como lo hacen los jueces,
dictando un veredicto. Por el contrario, estamos en la obligación moral de
cuestionar, publicitar y revisitar nuestras propias conclusiones con miras a
comprender la subjetividad del individuo (Ricoeur, 2008). Aunque autores
como Peter Sloterdijk recuerdan que esas ideas de un hombre autónomo,
libre y que ejerce sus derechos y que va en búsqueda del progreso es una in
vención de unas minorías ilustradas, la mayoría de la población se encuentra
enajenada, alienada, cosificada y lucha por sobrevivir.
Aún más, este sistema, creado por unos filósofos ilustrados, parte del
hecho de desconfiar ambiguamente de un hombre emanado del pueblo, ya
que lo consideraba ignorante, esclavo de sus pasiones mundanas y, en algunos
17 6
El campo religioso en Colombia
5 Al culminar este escrito llegó a mis manos uno de los últimos libros de Bauman, titulado
Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad (2015), en el cual retoma, con
Leónidas Donskis, el problema de la decadencia europea bajo la alegoría de Oswald Spengler.
Allí afirman que Europa vive una crisis similar a la primera posguerra, pero hoy la dictadura
la tienen burócratas (tecnócratas) grises que nadie eligió y ni son conocidos. No obstante el
mismo título del libro, Bauman sostiene que todavía hay esperanza de que Europa, gracias a
su liquidez, pueda enseñarle cosas al nrundo... Está por verse.
177
Helwar Hernando Figueroa Salamanca
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El campo religioso en Colombia
179
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180
El campo religioso en Colombia
181
Helwar Hernando Figueroa Salamanca
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D E L A A N T R O P O L O G Í A D E L A R E L I G I Ó N E N EL U R A B Á
A LA H I S T O R I A DE LA L O C U R A EN M É X I C O
1 Los libros son: Andrés Ríos Molina. 2009. La locura durante la Revolución mexicana. Los
primeros años del Manicomio La Castañeda, 1910-1920. El Colegio de México. México; 2010.
183
Andrés Ríos Molina
Cuando llegué a estudiar antropología lo único que sabía era que los indios
despertaban mi curiosidad y fascinación. Estudié en la Universidad Nacional
de Colombia entre 1993 y 1998. Llegué a la antropología de la misma forma en
que arribé a la historia en 2001: sin tener claro en qué me estaba metiendo.
Estudié el bachillerato en el Instituto Técnico Central de La Salle de Bogotá y
la mayoría de mis compañeros eligieron algún tipo de ingeniería. Al terminar
la secundaria trabajé en una empresa metalmecánica en el sector de Puente
Aranda de la misma ciudad como dibujante técnico. Afortunadamente,
durante días enteros no había trabajo pero debía estar frente a mi mesa de
dibujo, y en esos ratos descubrí mi gusto por la lectura gracias a los tomos de
enciclopedias que me prestaba mi gran amigo Édgar Pinzón. Allí comenzó
mi fascinación por las culturas indígenas. No conocía a nadie que hubiese
estudiado humanidades; es más, en mi fam ilia cercana nadie había ido a la
universidad. Un buen día fui a la Biblioteca Luis Ángel Arango y pedí un
libro de antropología cuyo título no recuerdo: pasé todo el día leyendo sobre
tótems canadienses y los modelos de parentesco narrados por los primeros
antropólogos a inicios de siglo X X . Tenía diecisiete años y con ese libro puse
la antropología en mi radar. Además, debo confesarlo, soy de la generación
cuya infancia quedó marcada por Indiana Jones. Ese arqueólogo creado por
Steven Spielberg no solo alimentó las fantasías infantiles, sino que fue parte
de esas causas inconscientes que me llevaron a las puertas de la Universidad
Nacional de Colombia.
El primer libro que leí fue La interpretación de las culturas de Clifford
Geertz (1996), que marcó el inicio de una serie de lecturas, muchas en desor
den, que significaron el acceso a un espacio de reflexión totalmente novedo
so para mí. Sin embargo, el sueño de ser el antropólogo que investigaba en
comunidades remotas comenzó a desvanecerse debido a que hacer trabajo
Memorias de un loco anormal. El caso de Goyo Cárdenas. Debate. México; y 2016. Cómo
prevenir la locura. Psiquiatría e higiene mental en México. Siglo XXI Editores/Unam. México.
184
De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
d e c a m p o e n c o m u n id a d e s in d íg e n a s e r a m u y d i f í c i l p o r lo s p r o b le m a s d e l
c o n flic t o a r m a d o e n tr e g r u p o s g u e r r i lle r o s , p a r a m i lit a r e s y, o , e jé r c ito e n
z o n a s d e p o b la c ió n in d íg e n a . D e h e c h o , m u c h o s t a lle r e s y s e m in a r io s q u e
h a b ía n s id o b á s ic o s p a r a g e n e r a c io n e s a n t e r io r e s a la m ía , n o e x is t ie r o n e n
m i é p o c a d e e s t u d ia n t e . S i b ie n t u v im o s s a lid a s d e c a m p o , n o t e n ía n n a d a
q u e v e r c o n a q u e lla s q u e d é c a d a s a t r á s d u r a b a n t r e s m e s e s e n el S ib u n d o y o
e n a lg u n a p a r t e d e l A m a z o n a s .
R á p id a m e n t e m e in te r e s é p o r la a n t r o p o lo g ía d e la r e lig ió n , p o r u n a
m u y c la r a r a z ó n s u b je t iv a : h a b ía e s t u d ia d o e n u n c o le g io c a t ó lic o , la m ita d
d e m i fa m i lia e r a m u y c a t ó lic a , m ie n t r a s q u e la m á s c e r c a n a e r a t e s tig o d e
J e h o v á . .., d e m a n e r a q u e c r e c í e n tr e d o s fla n c o s o p u e s t o s . E n la s m a ñ a n a s
e s c u c h a b a a l c a t o lic is m o y e n la s n o c h e s a s is t ía c o n lo s te s tig o s . T a m b ié n
r á p id a m e n t e c o m p r e n d í q u e e s to n o e r a s o lo a s u n t o d e v e r d a d e s , s in o d e
c o m p le ja s c o n s t r u c c io n e s c u lt u r a le s , lo c u a l q u is e in d a g a r d e s d e la a n t r o
p o lo g ía . C u a n d o p r o p u s e e s te te m a p a r a m i te s is , lo s p r o fe s o r e s q u e p o d ía n
a s e s o r a r m e e s t a b a n fu e r a d e l p a ís : R o b e r t o P in e d a y C a r lo s Z a m b r a n o . A s í
q u e m e fu i a l In s titu to C o lo m b ia n o d e A n t r o p o lo g ía e H is t o r ia , d o n d e c o n o c í
a G e r m á n F e r r o M e d in a , q u ie n e n a q u e llo s d ía s t r a b a ja b a e n la o r g a n iz a c ió n
d e l c o n g r e s o d e la A s o c i a c ió n L a t i n o a m e r i c a n a p a r a e l E s t u d io d e la s R e li
g io n e s . F u i d e l g r u p o d e e s t u d ia n t e s q u e p a r t i c i p ó a p o y a n d o a G e r m á n e n
la o r g a n iz a c ió n . É l e s u n a n t r o p ó lo g o c o n u n a p e r s p e c t iv a h is t ó r ic a n ít id a
p a r a c o m p r e n d e r la r e lig io s id a d p o p u la r . E s c u c h a r lo e r a u n p la c e r y a q u e
n o se p e r d ía e n d is q u is ic io n e s t e ó r ic a s o e n c ita s in t e r m in a b le s d e a u to r e s ,
s in o e n d a t o s c o n c r e t o s q u e le p e r m i t ía n e x p lic a r el p o r q u é d e la s c a t e g o r ía s
q u e p r o p o n ía .
E l g i r o d e la a n t r o p o lo g ía a la h is t o r ia n o fu e r a r o e n m i g e n e r a c ió n :
P a b lo A n d r é s N ie t o , M a r t a S a a d e y G u s t a v o G o n z á le z t a m b ié n lo h ic ie r o n .
Y o fu i d e lo s q u e e n a lg ú n m o m e n to d e la fo r m a c ió n se in te re s ó e n el c o n flic t o
a r m a d o c o m o m a t e r ia d e e s t u d i o ... la v i o le n t o lo g ía . íb a m o s a l I e p r i ( I n s t i
tu to d e E s t u d io s P o lít ic o s y R e la c io n e s I n t e r n a c io n a le s , d e la U n iv e r s id a d
N a c io n a l d e C o lo m b ia ) a e s c u c h a r c o n fe r e n c ia s y e v e n t o s s o b r e el c o n flic t o .
P e r o lo m á s c u r i o s o e s q u e t u v im o s g r a n d e s p r o fe s o r e s d e h is t o r ia q u e i m
p a r t ía n c la s e e n a n t r o p o lo g ía : D ia n a O b r e g ó n , A b e l L ó p e z , M a u r ic io A r c h ila
y A le ja n d r o C a s t ille jo , c o n q u ie n to m é c la s e . T a m b ié n íb a m o s a c o n fe r e n c ia s
d e C é s a r A y a la , C a r lo s M ig u e l O r t iz , Ja im e J a r a m i llo y A n a M a r í a B id e g a in ,
c o n q u ie n to m é c la s e p o r m i in te r é s e n lo r e lig io s o . S ie m p r e m e h a lla m a d o
la a t e n c ió n q u e e s ta m o v i li d a d d e la a n t r o p o lo g ía a la h is t o r ia , lo c u a l e s r e
c u r r e n t e e n C o lo m b ia , r a r a v e z o c u r r e e n M é x ic o .
185
Andrés Ríos Molina
En cuanto a las materias que cursé y a los autores que leí, recuerdo que
con Carlos Pinzón leimos autores como Michel Foucault, Jacques Derrida,
Gilíes Deleuze, Herbert Marcuse, Erich Fromm, y a latinoamericanos co
mo Néstor García Canclini y Renato Ortiz. Es un hecho de que buena parte
de los estudiantes colom bianos que después llegam os a la Universidad
Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa (UAM-J) habíamos quedado
deslumbrados por los libros de García Canclini, quien reflexionaba sobre la
cultura en la era de la globalización, lectura determinante en mi elección de
maestría. Pero me parece que los cursos más importantes en mis años en la
Nacional fueron los que tomé con Luis Guillermo Vasco, Fran<;ois Correa
y en sociología con Fernando Uricoechea. Todavía no sé qué era lo que me
gustaba de Vasco: nos contagiaba su posición crítica frente a la antropología
carente de compromiso social y al servicio de la teoría, además de que tenía
un gran don escénico. Nunca sonreía. Su voz retumbaba en salones llenos
de estudiantes que lo admirábamos en silencio. ¿Será acaso que veíamos en
ese gran antropólogo de dirty look a nuestro Indiana Jones maoísta? Con
Fran^ois aprendí a leer de forma ordenada y con Uricoechea entendí la teoría
de Émile Durkheim. Comprendí en qué consistía una teoría, lo cual fue un
gran avance, ya que los cursos teóricos que tomé en antropología fueron de
dudosa calidad, con excepción del impartido por Sonia Uruburu.
A l final de la carrera no tenía duda de que si quería vivir de la antro
pología el camino a seguir era una maestría. Siempre carecí de suerte para
conseguir buenos trabajos. Varios am igos trabajaron en arqueología de
rescate y otros con Antanas M ockus y Paul Bromberg en el Observatorio de
Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Bogotá. Yo trabajé en un colegio m ili
tar como profesor de historia. Fue una experiencia interesante, agotadora y
breve: trabajé ocho meses lidiando adolescentes. Renuncié y tomé un avión
para México una vez aceptado en una maestría en antropología.
La antropología en la UAM-I
Desde Colombia veía a México como el sitio ideal para estudiar antropología
en América Latina. Solicité información a ocho universidades y recibí rápida
respuesta de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa
(UAM-I) y al ver que entre los profesores estaba García Canclini no dudé en
iniciar los trámites administrativos. Fueron muchos los latinoamericanos que
llegamos a este posgrado buscando tomar clases con tan brillante argentino.
Envié mis documentos y un proyecto, por fax, fui aceptado y llegué al D. F a
mis veintidós años a vivir en la zona del Ajusco con una familia veracruzana
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De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
2 Leimos a Robert Darnton, 1987; Cario Ginzburg, 1991; y Marshall Sahlins, 1988.
187
Andrés Ríos Molina
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De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
miedo a la teorización por parte del historiador nos parecía excesivo, aunado
a la impronta positivista evidenciada a la hora de hacer interminables des
cripciones. Aunque esto último no lo compartía del todo por dos razones: en
primer lugar, porque después de leer las etnografías clásicas, particularmente
a Evans-Pritchard (1950,1977,1982), me di cuenta de la necesidad de buenas
descripciones. Asimismo, tampoco me consideré nunca muy “teórico”, es
decir: si serlo significaba repetir autores, me parecía muy aburrido, y tener
la posibilidad de hacer una “propuesta” teórica lo consideraba, y lo sigo con
siderando, como algo a años luz de mis intereses y capacidades.
Por todo lo anterior, mis primeros meses en el doctorado fueron
de confusión total: no entendía cómo planteaban los problemas y temas de
investigación, me parecía que se quedaban discutiendo cosas sumamente
específicas, algunas de las cuales encontré fascinantes. Además, me enfer
mé en el primer semestre: hepatitis A y salmonelosis, dupla que según me
explicó un médico del hospital de Xoco era bastante común en la capital
mexicana. Además, ese mismo semestre murió mi amigo Carlos Rodríguez.
En un intento por organizar mi cabeza decidí que, en lugar de tratar de com
binar la antropología con la historia, me debía esmerar por comprender la
lógica con que funcionaban los historiadores. Así, en las clases y fiestas con
mis queridos compañeros de generación (en la Casa del Terror regenteada
por René de León), me comportaba como el antropólogo que observa a los
nativos. Todo se aclaró para mí cuando entendí el significado de la palabra
historiografía. Comprendí que los historiadores planteaban sus temas a
partir de problemáticas que no son necesariamente teóricas, sociológicas o
antropológicas, sino a partir de campos y problemas historiográficos. Me
enfoqué en los cursos sobre siglo XX, ya que siempre me ha costado imaginar
el mundo antes de Baudelaire.
Pasé dos años tomando materias y pensando en el tema de tesis. Los
seminarios que considero fundamentales en mi formación como historiador
los cursé con Elias Trabulse, de quien admiré la pasión por la historia; con
M arco Palacios comprendí la importancia del método; y con Javier G arda-
diego, Engracia Loyo y Romana Falcón aprendí mucho sobre la historia de
México. Una vez concluida la etapa escolarizada tuve cuatro años de beca
para hacer la tesis. Los doctorados con beca por seis años ya no existen en
México. Sin embargo, considero que es el tiempo prudencial para hacer una
tesis doctoral de calidad. Con la reducción del tiempo de beca y el aumento
de presión a las instituciones por titular la mayor cantidad de personas,
inevitablemente se reduce la calidad de estas.
18 9
Andrés Ríos Molina
Me doctoré con una tesis hecha con los expedientes clínicos de los pacientes
de La Castañeda. Revisé miles de ellos: unos muy bien documentados y otros
190
De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
5 Germán Berrios es el editor de la revista History of Psychiatry y su libro más importante es The
History of Mental Symptoms. Descriptive Psychopathology since Nineteenth Century. Cambridge
University Press. Cambridge. 1996.
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Andrés Ríos Molina
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De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
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Andrés Ríos Molina
d e fa m a . P e r o h u b o a lg o c u r io s o : e n to d a s la s c h a r la s y e n t r e v is t a s d e c ía m á s
o m e n o s lo m is m o , p o r q u e m e p r e g u n t a b a n s ie m p r e lo m is m o . P e r o a lg o
q u e s ie m p r e e n f a t iz a b a e r a la n e c e s id a d d e d e s m o n t a r la le y e n d a n e g r a d e
L a C a s t a ñ e d a . S i b ie n h u b o h a c in a m ie n t o , m a lt r a t o s y e v e n t u a le s e x c e s o s ,
n o p o d e m o s q u e d a r n o s a h í: fu e la c u n a d e la p s iq u ia t r í a y la n e u r o lo g ía e n
M é x ic o . S i h u b o p r o b le m a s fu e p o r la fa lt a d e r e c u r s o s , y a q u e la s fu e n t e s
d e a r c h iv o n o s h a b la n d e n u m e r o s o s in te n to s p o r m e jo r a r la s c o n d ic io n e s d e
v i d a d e lo s p a c ie n t e s . S in e m b a r g o , g r a n d e c e p c ió n s e n t ía c u a n d o a l fin a l
d e a l g u n a c o n fe r e n c ia v a r i o s s e m e a c e r c a b a n p a r a a g r a d e c e r m e p o r h a b e r
n a r r a d o la s c o n d ic io n e s ta n t e r r ib le s e n la s q u e v i v í a n lo s in t e r n o s . Y o n o
h a b ía h a b la d o d e e s o , p e r o e ra lo q u e la g e n te e s t a b a e s p e r a n d o . A l p r e s e n te
m e b u s c a n p a r a d o c u m e n t a le s s o b r e L a C a s t a ñ e d a , y s u e le p a s a r q u e d e s
p u é s d e c a s i u n a h o r a d e e n t r e v is t a , e d it a n u n m in u t o o u n p o c o m á s , ju s t o
d o n d e y o m e n c io n a b a a lg ú n p r o b le m a d e la in s t it u c ió n . O t r o e je m p lo : n u
m e r o s o s a r t íc u lo s p e r io d ís t ic o s y d o c u m e n t a le s d e te le v is ió n s u e le n a f i r m a r
q u e e n L a C a s t a ñ e d a in t e r n a b a n h o m o s e x u a le s y p r o s t it u t a s . E s m á s , h e
r e c ib id o v a r i a s lla m a d a s d e p e r i o d is t a s q u e m e s o lic it a n la lis t a d e in t e r n o s
d e L a C a s t a ñ e d a q u e in g r e s a r o n p o r p r o s t it u c ió n y h o m o s e x u a lid a d . E n lo s
m ile s d e e x p e d ie n t e s e n c o n tr é c in c o p r o s t it u t a s y u n h o m o s e x u a l q u e fu e r o n
r e c lu id o s p o r q u e e s t a b a n lo c o s . S in e m b a r g o , p e s e a q u e lle g u é a lo s m e d io s y
d i c o n fe r e n c ia s , lo s d o c u m e n t a le s , lo s b lo g s y la s r e s e ñ a s p e r io d ís t ic a s s o b r e
L a C a s t a ñ e d a c o n t in ú a n e n f a t iz a n d o e n la le y e n d a n e g r a y, p a r t i c u l a r m e n
te , s ig u e n e n f a t iz a n d o , s in s u s te n to a lg u n o , la a lta p o b la c ió n d e p r o s t it u t a s
y h o m o s e x u a le s . E l lib r o d e Goyo y la e x p o s ic ió n d e L a C a s t a ñ e d a fu e r o n
e x p e r ie n c ia s m u y g r a t if ic a n t e s e n el t e r r e n o d e la d ifu s ió n ; p e r o la s a lid a d e
c ir c u la c ió n d e l lib r o y la d e fo r m a c ió n m e d iá t ic a d e la s id e a s c e n t r a le s d e la
e x p o s ic ió n m e lle v a r o n a t o m a r d is t a n c ia d e la d ifu s ió n . S i b ie n im p a r t o
c o n fe r e n c ia s e n el m a r c o d e lo s e v e n t o s d e d if u s i ó n o r g a n iz a d o s t a n to e n m i
in s tit u t o c o m o e n o t r a s p a r t e s d e la U n a m , y a n o m e e m b a r c o e n p r o y e c t o s
ta n a m b ic io s o s c o m o e s to s d o s.
D e s p u é s d e h a c e r la te s is d e c id í s e g u i r t r a b a ja n d o c o n lo s e x p e d ie n t e s c l í n i
c o s d e lo s p a c ie n t e s d e L a C a s t a ñ e d a . D e b id o a q u e el a r c h iv o c o n t e n ía m á s
d e s e s e n ta m il, a r m é u n p r o y e c t o p a r a t r a b a ja r a lo la r g o d e tr e s a ñ o s c o n
u n e q u ip o d e c o le g a s e n a r a s d e h a c e r u n a n á li s is g lo b a l d e d ic h a s fu e n te s ,
a p a r t i r d e la c o m b in a c ió n d e lo c u a n t it a t iv o c o n lo c u a lit a t iv o . E l p r o y e c t o
fu e a p r o b a d o y a llí t u v e el g u s t o d e t r a b a ja r c o n m i c o le g a C r i s t i n a S a c r is t á n
19 4
De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
Para concluir
6 Véanse los artículos "Ssa otorga acceso a expedientes clínicos de 'La Castañeda" de Alberto
Morales, 2014, y "Autoriza el Ifai acceso a los datos personales de los pacientes de La
Castañeda", de Ciro Pérez Silva, 2013. El debate puede verse en la página del Ifai, 2013.
195
Andrés Ríos Molina
texto, sería de mayor calidad. Es más: era de aquellos estudiantes que entre
más enredado e ininteligible encontrara un texto, más admiración me desper
taba. Mientras que encontraba “ descriptivos” y “positivistas” los textos con
narraciones entendibles y coherentes, como la mayoría de la producción his-
toriográfica. Pero la clave está en saber deshacerse de las bridas intelectuales
que las subculturas académicas generan. En este proceso fue importante una
frase de Carlos Garma, quien fuera mi director de tesis en la UAM. Cuando
vio semejante texto en el que citaba una retahila de autores sin método alguno
sonrió y me dijo: “ Las teorías pasan, pero las etnografías se quedan. Ponte a
hacer una buena etnografía y agarra la teoría que te sirva para organizar las
ideas”. Tan sencilla sugerencia me llevó a leer y a disfrutar la lectura de las
etnografías clásicas, las cuales me enseñaron que el etnógrafo debe esmerarse
por comprender realidades culturales, y las teorías son herramientas para la
interpretación. Quien quiera hacer de la teoría el principio y el final de su
quehacer como antropólogo, sin lugar a dudas podrá hacerlo y escribirá y
venderá muchos libros. Pero yo voy por otro camino: considero que entender
la realidad cultural es más apasionante, complejo y enriquecedor que cual
quier teoría. Por ello no fue tan difícil el salto a la historia: así como fui el
antropólogo que reunía datos metódicamente en su trabajo de campo, llegué
a ser el historiador que en el archivo reúne información sobre otros momen
tos históricos. Si bien encontré una cercanía en el método, ambas disciplinas
son muy diferentes epistemológicamente. Solo cuando pude comprender qué
significaba la conformación de un debate historiográfico, me di cuenta que
la historia no podía ser solamente “ juntar datos”. Frecuentemente llegan a
mis manos trabajos de antropólogos que se acercan a la historia en busca de
“ datos” que les permitan comprobar teorías sobre la biopolítica y sobre el
control social, donde las narraciones están con Foucault, contra Foucault,
pero nunca sin Foucault.
El próximo año cumpliré veinte años desde que llegué a México. Mis
recuerdos de Colombia son lejanos y fragmentados. Entre mis más nebulosos
recuerdos de infancia está aquella sonora voz informativa que me despertaba
cada mañana con la frase “ -Alerta Bogotá!” Actualmente, mis estudiantes
colombianos están en la obligación de traerme Pony Malta y Chocoramo
cada vez que viajan a mi tierra. Elíxires que saboreo en soledad, cual ritual
que me permite traer esos recuerdos que definen lo que soy y lo que seré.
19 6
De la antropología de la religión en el Urabá a la historia de la locura en México
Bibliografía
197
Andrés Ríos Molina
19 8
EL T A L L E R D E L H I S T O R I A D O R : L A H I S T O R I A
D E LA C O M P A Ñ Í A D E J E S Ú S E N C O L O M B I A
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
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Jorge Enrique Salcedo Martínez, S . }.
este archivo cada provincia cuenta con un fondo, en donde se pueden en
contrar las copias de la correspondencia entre los jesuítas y sus superiores en
Roma. Además, existen documentos y cartas de los treinta y un superiores
generales que han liderado la orden desde 1540. El quinto, Claudio Aquaviva,
ordenó por el año de 1581 que se enviasen a Roma las historias de cada uno
de los colegios o domicilios de la Compañía con el fin de preservar y escribir
la historia de la orden (Padberg, O’Keefe y McCarthy, 1994:178). Aquaviva
insistió en que en dichas cartas se enfatizara en las dimensiones religiosas y
edificantes de sus miembros.1
Desde 1957 hasta su muerte, en 2001, el jesuíta László Polgár publicó
sistemáticamente una bibliografía sobre la Compañía de Jesús.12 Esta biblio
grafía recoge los estudios históricos publicados sobre los jesuítas a nivel
general, por países en donde están presentes, de aquellos jesuítas destaca
dos en teología, filosofía, literatura, historia, matemáticas, física, etcétera.
Desde el deceso de Polgár, esta tarea la ha continuado el jesuita holandés
Paul Begheyn.
Entre 1892 y 1906 el superior general, Luis M artín, emprendió una
de las iniciativas más valiosas en la m oderna com pañía, consistente en
la producción y en la publicación de documentos como las cartas de san
Ignacio y aquellos documentos que trataban sobre el origen y la historia de
la Compañía (Revuelta, 1988). Este fue el comienzo de la Monumento. Histó
rica Societatis Jesús (MHSI), que comenzó a publicarse en Madrid en 1894 y
luego se trasladó a Roma en 1934 para dar origen al Instituto Histórico de la
Compañía de Jesús. En 1930, el vigésimo sexto superior general, W lodim ir
Ledochowski, fundó un colegio de escritores de historia de la Compañía que
hacía parte de la curia y que en 1935 comenzó a llamarse Instituto Histórico
de la Compañía de Jesús. El objetivo de este instituto era continuar con la
labor de la Monumento Histórica Societatis Jesús, en Roma desde 1934. Más
1 Para Aquaviva y otros generales, cfr. M. Fois et al. 2001. “Generales”, en O’Neill y Domínguez
(eds.). 2001. Vol. 2: 1614-1621. En sus cuatrocientos setenta años de historia los jesuítas han
tenido treinta superiores generales. Después de la restauración de la orden en 1814, y hasta
comienzos del siglo XX fueron: Tadeuz Brzozowski del 7 de agosto de 1814 al 5 de febrero de
1820, Luigi Fortis del 18 de octubre de 1820 al 27 de enero de 1829, Jan Roothaan del 9 de julio
de 1829 al 8 de mayo de 1853, Pieter Beckx del 2 de agosto de 1853 al 4 de marzo de 1887, Antón
Anderledy del 4 de marzo de 1887 al 18 de enero de 1892 y Luis Martin García del 2 de octubre
de 1892 al 18 de abril de 1906.
2 Durante esos cuarenta y cuatro años, Polgár recogió pacientemente todo lo publicado sobre
jesuítas entre 1901 y 1980. Cfr. Polgár, 1967 y 1990.
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
3 Klaus Schatz. “ Bernhard Duhr”. En Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Vol. 2:1165.
En 2013 salieron publicados cuatro tomos de la Historia de los jesuítas alemanes, obra que
no ha sido publicada en otra lengua. Su título: Klaus Schatz. 2013. Geschichte der deutschen
Jesuiten. Band í-V. Münster.
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Jorge Enrique Salcedo Martínez, S. J.
4 Cabe anotar que en estos dos volúmenes Tacchi solo abarca la historia del periodo de vida de
san Ignacio de Loyola.
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El taller dd historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
5 Roothaan fue el vigésimo primer superior general. Elegido superior a los cuarenta y cuatro
años, del 9 de julio de 1829 hasta el 8 de mayo de 1853, fue testigo de muchas expulsiones
de los jesuitas en diferentes países europeos y en Latinoamérica. Durante su generalato el
número de jesuitas creció considerablemente, de 2137 a 5 209. De 727 sacerdotes a 2.429; de
777 estudiantes a 1 365; de 633 hermanos coadjutores a 1 415. Los colegios jesuitas crecieron
de cincuenta a cien entre 1844 a 1854. La Compañía de Jesús se expandió geográficamente
a Norte y Sudamérica, Asia, África y Australia. El número de jesuitas en ultramar aumentó
significativamente, de 119 en 1829 a 1 014 en 1853 (Chappin, 2001, vol. 2:1665-1671).
6 En la época colonial, el actual territorio de Colombia, junto con Venezuela, Ecuador, Panamá
y República Dominicana formaron la llamada antigua provincia de la Compañía de Jesús del
Nuevo Reino y Quito. En 1604, el superior general Claudio Aquaviva había determinado la
erección de la viceprovincia de Nuevo Reino de Granada, dependiente de la provincia del Perú.
La nueva viceprovincia debía formarse con el colegio de Quito, la residencia de Panamá y las
205
Jorge Enrique Salcedo Martínez, S. J.
casas que se fundaran en el Nuevo Reino de Granada. Debido a las distancias entre Santafé
de Bogotá y Quito, el 3 de febrero de 1609 Aquaviva escribió un decreto en el que separa el
colegio de Quito de la viceprovincia del Nuevo Reino. En 1610, como respuesta a uno de los
postulados enviados por los jesuitas de la viceprovincia, reunidos en Cartagena, de que la
constituyera formalmente en provincia y que se les dieran las mismas facultades que a los
provinciales de Perú y México, Aquaviva le otorgó al provincial del Nuevo Reino todos los
derechos que tenían los provinciales de Perú y México. Cfr. Pacheco. 1959. Vol. 1:146.
206
El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
Las historias generales sobre los jesuitas en Hispanoamérica han sido más
bien escasas.8 En algunas provincias jesuíticas se encuentran obras que
describen su historia, pero hacen falta estudios generales que ayuden a
entender más globalmente el trabajo educativo, pastoral y misionero de la
orden. Hace algunos años salieron a la luz pública dos historias generales
sobre los jesuitas que estudian el periodo colonial. Una de ellas es Soldiers of
God. The Jesuit in Colonial America, 1565-1767 (Cushner, 2006). La otra, Los
jesuitas en América, que contiene un ensayo bibliográfico sobre los jesuitas
en la época colonial (Santos, 1992). Recientemente se editó una obra sobre
los jesuitas en América Latina, que recoge cuatrocientos cincuenta años. En
esta última su autor, Jeffrey Klaiber no pretende relatar toda la historia de
los jesuitas en Hispanoamérica desde el siglo XVI hasta nuestros días, sino
mostrar los hitos más esenciales de ella. Es decir, quiere “ destacar las líneas
de continuidad que conectan a los jesuitas del siglo XVI con los del siglo XX.
Para hacerlo centra su enfoque en ciertas figuras, situaciones y regiones que le
permiten ilustrar el cuadro mayor” (Klaiber, 2007: ix). Esta obra se distancia
de las lecturas “ institucionales”, de los manuales de Astrain y de Pérez y de
las obras apologéticas porque utiliza variables interpretativas resaltando tres
aspectos que son los hilos conductores de una época a otra. Estos aspectos
son: “ la inculturación, la defensa de los pueblos nativos y otros grupos mar
ginados y la capacidad creativa para adaptarse a nuevos tiempos” (Klaiber,
20 0 7 :1; López-Gay, 2001, vol. 3: 2696-2711). Algunos historiadores jesuitas
han escrito manuales de historia que se caracterizan por una riqueza de fuen
207
Jorge Enrique Salcedo Martínez, S. J.
Las obras generales que se han escrito sobre la Compañía de Jesús durante
el periodo colonial nos muestran el importante papel desempeñado por los
religiosos en dicho periodo. Una de las obras generales más exhaustivas y
eruditas escritas en el siglo XX sobre la historia de la Compañía de Jesús en
el actual territorio de Colombia durante el periodo colonial es la de Juan
Manuel Pacheco (1959-1988,3 vols.). Este historiador tuvo la oportunidad de
consultar los archivos de la Compañía de Jesús en Roma, Madrid, Loyola,
Quito y Bogotá, el Archivo General de Indias, en Sevilla, España, el Archivo
Nacional de Bogotá, el Archivo Histórico de Tunja, el Archivo del Cauca, en
Popayán, y el archivo histórico de Antioquia, en Medellín. Pacheco se valió de
la Historia de la provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús,
una obra escrita por Pedro de Mercado, jesuíta riobambeño.10
9 Para México, cfr. Gutiérrez, 1972; Decorme, 1941 y 1959 y Pérez, 1972. Para Perú, cfr. Vargas, 1963.
Para Centroamérica, cfr. Sariego, 1999. Para República Dominicana, cfr. Sáez, 1988-1990. Para
Cuba, Sáez, 2016. Para Nicaragua, cfr. Cerutti, 1984. Para Ecuador, cfr. Loor, 1959 y Jouanen
y Villalba, 2003. Para Brasil, cfr. Leite, 1938-1950. Para Paraguay cfr. Pastells, 1912-1949. Para
Uruguay, cfr. Fernández, 2007. Para Argentina, cfr. Furlong, 1944 y 1946.
10 El trabajo de Mercado fue escrito en 1689 pero permaneció inédito hasta 1957, cuando se
publicó por primera vez en la Biblioteca de la Presidencia de Colombia. El historiador José
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
Cassani escribió una nueva historia de la Compañía que corrigió y pulió la de Mercado. Este
es el origen de la Historia de la provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Granada
publicada en 1741. Cassani resumió la obra de Mercado y omitió lo referente a la Compañía de
Jesús en Quito, porque en la época en que escribió su obra ya estaban divididas las provincias
del Nuevo Reino de Granada y la de Quito.
11 Astrain describió los aportes y sucesos de estas cuatro provincias. Además, estudió las nuevas
provincias y misiones que se fundaron en ultramar. Desde el tercer tomo de su obra se dedica
a analizar el trabajo que se llevó a cabo en las antiguas provincias de México, Perú, Paraguay,
Chile, Nuevo Reino, Quito y Filipinas. Sin embargo, en lo que se refiere a la Nueva Granada,
su visión de dicha historia es providencialista, al dar unas explicaciones sobrenaturales a las
experiencias vividas por los religiosos en las misiones. Finalmente destaca las falencias de los
jesuítas en algunos periodos y no ofrece los contextos políticos, económicos y sociales en los
cuales intervino la Compañía de Jesús.
12 En la introducción a su obra, Fajardo describe la labor realizada por los jesuítas en Cartagena.
“Dentro del sistema jesuítico el ‘Colegio de Cartagena actuaba a través de tres grandes
estructuras: el ‘Colegio’ que atendía a la juventud para formarla en virtud y letras; el
‘templo’ que servía tanto al culto divino como a la vida sacramental y organizaba en su seno
congregaciones por estamentos, sermones, procesiones y demás actos religiosos; y finalmente
la ‘Residencia’ en la que laboraban los ‘operarios’ y en el caso específico que nos atañe el trabajo
con la raza negra esclavizada. Todo este complejo entramado era dirigido por una autoridad
única que residía en el rector”. Cfr. Fajardo, 2004b: 18.
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14 En el archivo existe otro manuscrito de 1029 páginas, que recoge la misma información de
estos cuatro tomos con significativas correcciones a la primera redacción. La obra fue escrita
en La Habana entre 1864 y 1869, pues los cuatro tomos están fechados en 1864 y el segundo
manuscrito, en la primera hoja y en la última página, en 1869. Existen asimismo cuatro
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
de la historia de los jesuítas en Colombia que abarca desde los años de la fun
dación en tiempos coloniales hasta 1940. Su obra está dividida en cuarenta
capítulos. Los primeros catorce se dedican a los tiempos coloniales que van
desde 1589 hasta 1767. Del capítulo quince al veintiocho describe la restau
ración de la orden en 1814 y su regreso en 1844 y las expulsiones de 1850 y
1861. Del veintinueve al cuarenta narra los años de 1884 a 1940. Finalmente
hay una sesión titulada “Galería de varones ilustres”, en la que proporciona
un acervo bibliográfico sobre los jesuítas en Colombia hasta 1940 y reconoce
que las obras escritas en los siglos anteriores “ distan mucho de ceñirse a las
normas que la crítica moderna impone a la obra histórica” (Restrepo, 1940:8).
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Jorge Enrique Salcedo Martínez, S. J.
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
Ahora bien, tanto los jesuítas historiadores del siglo XIX como los
que escriben antes del Concilio Vaticano II fueron formados en un contex
to histórico de antiliberalismo. En la encíclica Quanta Cura y el Syllabus o
Compilación de los errores del mundo moderno del papa Pió IX del 8 de di
ciembre de 1864 se condena el liberalismo (Papa Pió IX, 1962, vol. 1:899-904).
En el Syllabus se formulan ochenta anatemas que finalizan con la condena
de quien considere que “el Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y
entenderse con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moder
na” (Papa Pió IX, 1962a, vol. 1:905-911). La postura antimoderna promovida
por el papa no fue acogida por buena parte de pensadores católicos, pese a
que quiso imponer su indiscutida potestad con la definición de un m agis
terio infalible por parte del Concilio Vaticano I, celebrado entre 1869 y 1870
(Bentué, 2010, vol. 4: 220).
Rafael Pérez escribe su obra en este contexto del Syllabus y del Con
cilio Vaticano I, lo mismo pasa con los historiadores Restrepo y Pacheco.
Sus posturas antiliberales obedecen a esa posición que asumió la institución
eclesiástica europea del siglo XIX y que durará hasta el Concilio Vaticano II.
Recordemos que un número significativo de miembros estuvieron ligados
a las corrientes restauracionistas y tradicionalistas que reaccionaron en
Europa contra la Revolución Francesa. Aquellos miembros de la sociedad
y de la institución eclesiástica que pretendieron reconciliarse con las ideas
de progreso, liberalismo y nueva civilización fueron condenados por dichos
documentos. Ahora bien, en el caso de la Nueva Granada los miembros del
Partido Liberal que criticaron, desacreditaron y denigraron eran católicos y
hasta familiares de los conservadores, pero esto no impidió que se ensañaran
contra los jesuítas y los expulsaran en 1850 y 1861.
Ahora bien, los jesuítas como miembros de la institución eclesiástica
defendieron las doctrinas católicas, los derechos de la Iglesia y las labores
propias de su instituto, como eran la catequización y propagación de la doc
trina cristiana. Esta se realizaba por medio de los colegios, las misiones que
desarrollaron en el Caquetá y Putumayo y en general mediante las congre
gaciones de católicos que ayudaron a forjar. En este apostolado experimen
taron conflictos y malentendidos con algunos miembros de la sociedad y de
la institución eclesiástica.
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El taller del historiador: la historia de la Compañía de Jesús en Colombia
los idearios del primer programa del Partido Liberal colombiano redactado
por Ezequiel Rojas estaba la expulsión de los jesuitas.16 Para Fernán González,
el liberalismo de hoy se ha despojado de su anticlericalismo decimonónico
y “ ha descubierto las limitaciones sociales y económicas que se oponen al
optimismo decimonónico del progreso limitado y se ha hecho consciente
del espíritu de tolerancia que lleva implícita su propia doctrina” (González,
1984: 271-272).
El tercer trabajo es una tesis de maestría de Floriberto Sánchez de
1988. En ella se analiza de manera exhaustiva la expulsión de los jesuitas en
1861, siendo lo novedoso de esta tesis el intento de recopilación de la historia
de las acusaciones contra los jesuitas desde su origen. Estas acusaciones van
desde su moral laxa hasta la severidad de sus doctrinas, desde sus riquezas
económicas hasta sus influencias en las cortes y en las monarquías. Se hace
referencia al cuarto voto de obediencia que algunos jesuitas le hacen al papa.
Para Sánchez, este voto dio herramientas a los enciclopedistas y a los libe
rales para desprestigiar a la orden y luego para descristianizar a Occidente
e imponer el racionalismo.
La cuarta obra que menciona la presencia de los jesuitas en el siglo
XIX es la de los historiadores estadounidenses. Una es del profesor David
Bushnell, en la que muestra cómo la cuestión jesuíta fue la que determinó la
división entre los partidos políticos Liberal y Conservador (Bushnell, 1993).
Idea defendida también por la quinta obra, de Frank Safford y Marco Palacios
(2002: 385-386). Estos estudios han mencionado el papel desempeñado por
los jesuitas en la configuración del Partido Conservador. Para estos autores,
uno de los puntos en donde se encuentran diferencias entre estos dos parti
dos es en la cuestión jesuíta.
El sexto trabajo es del profesor Francisco Javier Gómez, historiador
de la Universidad Complutense de Madrid. Gómez publicó un texto en 2007
en el que caracteriza la actividad desarrollada por la Compañía de Jesús en la
segunda mitad del siglo XIX en la Nueva Granada, Ecuador, Centroamérica
y las Antillas. El estudio evidencia la dimensión misionera de los jesuitas que
retornaron a América del Sur. Según Gómez, los jesuitas
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A manera de conclusión
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A VATARE S Y T R Á N S I T O S DE LA H I S T O R I A R E G I O N A L
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EXTRAVÍOS Y REENCUENTROS
Para la historiografía es una fortuna que la musa Clío nos permita transitar
por caminos sinuosos a lo largo de nuestra vida académica. Estos caminos
tan inciertos son los que nos han permitido ir de la historia regional a la
historia cultural con el fin de llegar a un puerto que nos permita anclar y
hacer amarras para aprontar energías y volver a partir. Se hace camino al
andar y de puerto en puerto este camino ha estado fabulado por momentos
de reflexión, de dudas, de incertidumbres, de encarnaciones y de transiciones
con tropiezos y dificultades para llegar hasta aquí.
Un camino en el que los grandes metarrelatos ya no movilizan a
la sociedad. Ni siquiera la innovación tecnológica ha logrado cumplir sus
promesas de un futuro mejor. En esta etapa acelerada del espacio-tiempo
el porvenir nos arroja a un acontecer cada vez más difícil de llevar a una
fábula crítica de la naturaleza social con inferencias explicativas sobre esta
misma naturaleza social. En otras palabras, cada vez nos resulta más difícil
leer y comprender la rapidez del acontecer que, a su vez, nos conduce a la
imposibilidad, cada vez más creciente también, para leer y comprender la
historia escrita de este acontecer. Sobre todo a partir de 1989 con la caída
del muro de Berlín, por ponerle un ancla y amarre a este punto de partida,
pues luego de mayo del 68 no se había presentado otro acontecimiento que
se constituyera en un punto de quiebre del acontecer. Desde entonces, puede
ser cierto, que los dos extremos del pesimismo y el triunfalismo se expanden
en una explosión por ahora sin retorno. Es probable que estemos asistiendo
al fin de este sistema mundo y al tránsito de uno nuevo, y lo único claro del
cambio es que este, advierte Immanuel Wallerstein, será muy turbulento
(Wallerstein, 1997).
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Así, para este historiador los primeros y segundos Anuales —por de
nominarlos de alguna manera— dan fundamento a la historia regional. Marc
Bloch, fundador de esta corriente de pensamiento, define la historia regional
como la reconstrucción científica de la evolución histórica de una región que
sea ella misma una verdadera región histórica. Estas ideas posteriormente se
complementarían con la de otros teóricos como Vidal de La Blache, uno de los
primeros autores en darle una definición a la región. La Blache funda el tér
mino de “geografía humana” basándose un poco en la teoría de Ratzel, quien
planteó de manera un tanto determinista que es la configuración geográfica
de un espacio, a partir de las tesis de las fronteras naturales, la que determina
la sociedad que sobre dicho espacio se construye, además de configurar el
tipo de Estado que allí se forma (Aguirre Rojas, 2015). En este sentido, para
Ratzel, la geografía humana es paisaje, es decir que el objeto principal de la
geografía humana es el paisaje, pues este incluye el clima, el relieve, la morfo
logía terrestre, los recursos minerales, las montañas y el subsuelo, lo mismo
que los recursos vegetales, la flora, la fauna, incluyendo, por supuesto, el
factor más importante: el factor humano (Aguirre Rojas, 2015: 280). De este
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Alvaro Acevedo Tarazona
Todas estas historias estudiadas a nivel regional pueden revelar lo que a una
escala mayor no se conseguiría ver. Y no obstante, las inferencias que de allí
se extrapolen darán luces a una historia general. Las escalas reducidas de
análisis permiten plantearse problemas generales o, lo contrario, las escalas
amplias de análisis permiten planearse problemas particulares. No obstante,
como lo señala Giovanni Levi, no hay historia total, pues “uno puede seguir a
los actores más allá de las acumulaciones más amplias y probables de docu
mentos”, pero en el intento siempre existirán lagunas, vacíos, imprecisiones
porque el autor debe recurrir a la “reconstrucción de los acontecimientos y
de las biografías (y) deberá ser a menudo impresionista, alusiva, quizás ima
ginaria” (Levi, 1990:47-48). Es decir que la historia requiere del esfuerzo por
parte del lector, quien con su imaginación enriquece el momento histórico
descrito y, a su vez, con su participación se convierte en coautor del texto.
Al respecto, el profesor Martínez Garnica indica que la historia regio
nal es, de alguna manera, la imbricación de varias historias temáticas, es decir
que para hacer historia regional se tienen que ver la economía, la política,
las relaciones personales. El profesor M artínez argumenta que existen tres
regímenes: el régimen personal, el régimen político y el régimen ambiental,
y entre estos, de alguna manera, el tercero es el de la geografía humana. Es
tos regímenes, a su vez, se encuentran conectados a una historia nacional.
Carlos Aguirre, por su parte, en la perspectiva Anuales, señala que la historia
regional, que es la suma de muchas historias temáticas, tiene que llevarnos a
una historia general explicativa, de lo contrario no tendría ningún sentido.
Esta distinción de la historia regional implica reconocer que esta
historia de los individuos que trasforman su entorno es una historia en m o
vimiento o en permanente cambio. En esta perspectiva, asimismo, una región
pudo existir en la historia y transformarse o puede ya no existir porque toda
región es dinámica, ya que tiene un origen, un desarrollo y, posiblemente,
un final. Por otro lado, es posible afirmar que toda historia regional es el
estudio de los individuos que trasforman un lugar, es decir, la historia re
gional define el estudio del paisaje, el cual es un componente de la geografía
humana. Esta historia regional implica, entonces, la capacidad de hacer una
historia total con el propósito de hacer historia general o historia explicativa
de procesos más amplios.
Cada uno de los historiadores que han construido historia regional
en las últimas décadas destaca que esta forma de hacer historia de los grupos
humanos no solo rescata la memoria de los pueblos, comunidades y regiones
olvidadas de Colombia, sino que, al tratar de describir toda su historia, debe
existir una interdisciplinariedad y un diálogo constante con otras ciencias
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está conformada por distintos grupos que son capaces de crear y recrear
sentidos propios a partir de una realidad determinada y de dotar de signi
ficados particulares a los objetos y a los discursos, especialmente a aquellos
de naturaleza histórica.
En este sentido, los cultivadores de la historia cultural recuperaron
las formulaciones elaboradas por Maurice Halbwachs acere# de la memoria
colectiva con el fin de comprender de manera más clara los procesos por me
dio de los cuales la memoria de un grupo termina convirtiéndose en discurso
historiográfico. La historia cultural se desenvuelve y estudia generalmente
desde las élites de la sociedad, ya que es en este lugar donde los investigado
res tienen más facilidades de acceso a las diferentes fuentes, además de tener
una posición más cómoda desde la cual analizar el objeto a estudiar. Y como
diría Huizinga, los temas de la ciencia histórica “son innumerables y solo
unos cuantos tienen por qué conocerlos por separado” (Huizinga, 1994a: 15).
Para la historia cultural los hechos históricos a interpretarse son co
mo textos en los que hay un contenido simbólico y de representación mental
de los objetos culturales. Se debe recordar que la representación es el camino
por el cual los individuos y grupos dotan de sentido a su mundo. Ejemplo
de esto son los textos ya mencionados de Emmanuel Le Roy Ladurie, Luis
González y Giovanni Levi. Se puede pensar que en Pueblo en vilo se pretende
mostrar un ejemplo de esa vida cotidiana de una comunidad concreta, es de
cir, esbozar las actuaciones humanas en una comunidad política particular.
Como menciona González, “el área histórica seleccionada no es influyente ni
trascendente, pero sí representativa. Vale como botón de muestra de lo que
son y han sido muchas comunidades minúsculas, mestizas y huérfanas de
las regiones montañosas del México central” (González, 1999:16).
El autor de Pueblo en vilo, mediante fuentes como la documentación
manuscrita, archivos notariales, archivos parroquiales, colecciones tradicio
nales y algunas fuentes de tradición oral como las encuestas, reconstruye la
historia universal de San José de Gracia, una localidad que estudia durante
un siglo, y, a su vez, crea un retrato con la fuerza de una imagen panorá
mica de la realidad social en los contextos olvidados por las corrientes más
deterministas y ortodoxas del quehacer histórico. González da pinceladas
a una historia viva que enfoca a los actores de carne y hueso por encima de
los proceres de bronce para crear un relato historiográfico más cercano al
lector en una atmósfera cultural en todo el sentido de la palabra.
En el caso de Pueblo en vilo existe un retrato de la realidad social,
por lo que el historiador es un participante activo del trabajo de campo que
registra por medio de entrevistas, documentos y sus propias experiencias,
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A manera de cierre
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EN E X P E R I E N C I A S H I S T Ó R I C A S C O M P A R A T I V A S
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Hernando Cepeda Sánchez
x Los últimos años del siglo XX arrojaron destacadas obras, producidas en los centros
universitarios extranjeros, centradas en asuntos relacionados con imaginarios nacionales,
indispensables en la producción historiográfica local. Entre las principales obras sobresalen:
Bushnell, 1996; Guerra, 1994; Safford, 1989.
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La experiencia investigativa en la historia de la juventud
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Hernando Cepeda Sánchez
252
La experiencia investigativa en la historia de la juventud
253
Hernando Cepeda Sánchez
el encuentro consigo mismo, entendido como la formación del sujeto. Cfr., Touraine, 2000;
y Touraine y Khosrokhavar, 2002.
6 También acá serán reconocidas algunas obras primordiales: Alabarces, 1993; Beltrán Fuentes,
1989; Garay Sánchez, 1993; Pujol, 2005; Vila, 1987; y Díaz, 2005.
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7 Bell, 1992; Martín B., 2001; Martín B. y López de la Roche, 1998; Brunner, 1998.
8 Además de las obras clásicas en los estudios históricos comparativos (Moore, Bloch y Elliot,
entre otros) sobresalen los estudios realizados en la academia alemana: Kaelble, 1999; Haupt y
Kocka, 1996; y los estudios sobre esclavitud y raza producidos en Estados Unidos: Fredrickson,
1996 y 1997.
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Bibliografía
9 Cepeda Sánchez, 2013b. También destaco el trabajo: “A construyo de bairro da Lapa como
lugar central para a sociabilidade noturna: Urna análise dos projetos de espatos públicos”
(2013) y “Appropriation o f the U.S. American culture: modernity and transnational identities
in Bogotá, Buenos Aires and Rio de Janeiro” (2014).
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Hernando Cepeda Sánchez
262
La experiencia investigativa en la historia de la juventud
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P I S T A S DE U N A H I S T O R I A
MICROECONÓMICACOLONIAL
La construcción de la autonomía
H a c e m u c h o tie m p o q u e la h is t o r io g r a fía a b a n d o n ó la id e a q u e la s e c o n o m ía s
d e la s A m é r i c a s e n el p e r io d o c o lo n ia l e r a n d e p e n d ie n t e s o s im p le s c o r r e la
to s d e l r it m o e c o n ó m ic o d e la s m e t r ó p o lis e u r o p e a s . E n e s e s e n t id o , fu e r o n
s u p e r a d a s , p o r e je m p lo , la s o b r a s c lá s ic a s b r a s ile r a s d e C a io P r a d o (1976) y
C e ls o F u r t a d o (1959), la s q u e se o c u p a b a n d e c o n t e x t o s m á s g e n e r a le s c o m o
la s d e E a r l H a m ilt o n (1984) o S id n e y M in t z (1986) o la d e la h is t o r ia d e l t e
r r it o r io q u e o c u p a C o lo m b i a d e J a im e J a r a m i llo U r ib e (1989).
Esas obras son reconocidas hoy como clásicos historiográficos, como
ensayos generales que antecedieron, inspiraron e incentivaron investigacio
nes más cuidadosas, específicas y robustas. En ese ámbito, su valor es incues
tionable, pero sus interpretaciones generales de América como derivación
de Europa difícilmente son aceptadas por la historiografía contemporánea.
Los seis autores nombrados son solo un ejemplo de un conjunto
mayor que reúne muchos otros, por eso no es necesario entrar en detalles
sobre la verificación de su condición de clásicos, suficiente con decir que,
por ejemplo, cuando buscamos en el Google Académico en portugués por la
expresión: historia económica colonial do Brasil la primera obra que apareció
fue la de Celso Furtado, Formando Económica do Brasil, citada 4 066 veces
en diecisiete versiones.1 Para la búsqueda por historia económica colonial de
América Latina, en español,12el primer resultado es el clásico de Ciro Cardoso
y Héctor Pérez Brignoli, Historia económica de América Latina (1979), que
también seguía la idea general de Am érica como correlato.
E n t r e lo s e le m e n to s d e e se c o n ju n t o , q u e d e n o m in a m o s d e c lá s ic o s ,
h a b ía c la r a s d iv e r g e n c ia s y a lg u n o s p o d r ía n d e c ir q u e n o e s v á l id o a g r u p a r
e s o s a u to r e s e n u n ú n ic o g r u p o . A s í q u e a c la r e m o s q u e la a g r u p a c ió n e s s o lo
p a r a d e fi n i r u n g r u p o d e t e x t o s e s c r it o s e n u n a é p o c a e s p e c ífic a , q u e p r o c u
r a b a n d is c u t ic s o b r e a m p lia s r e g io n e s d e la s A m é r i c a s , q u e d e u n a fo r m a u
o t r a a s u m ía n c o m o p r in c ip io f u n d a m e n t a l d e e x p lic a c ió n el v í n c u l o e n tr e
2 Véase la búsqueda que aparece en Google Scholar de ‘historia económica colonial de América
Latina’.
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3 Véase en Google Books cuando se introduce ‘Celso Furtado’ en la búsqueda por términos el
Ngram Viewer.
Con la serie suavizada con parámetro 3 y media centrada, el máximo se alcanzó en 1981 y el
cero en 1994. Sin suavizar, la serie es irregular y no permite interpretación, pero, para satisfacer
la curiosidad de los lectores, podemos decir que la primera citación es de 1964, el máximo de
citaciones llegó en 1978 y el número cero de citaciones va desde 1992 hasta 2004. Acceso, 10
de junio de 2015.
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internos del espacio colonial, que estarían demarcados por el ciclo de circu
lación del capital minero, pues este era preeminente en la reproducción de
la economía colonial ya que determinaba los volúmenes de producción
regional que se realizaban en el mercado interno. Este mercado interno
era, en las palabras del autor, olvidado y no estudiado por los historiadores
(Assadourian, 1982:15). .
Con esta visión, la interpretación de la dependencia o la condición
de correlato de América frente a Europa era cuestionada hasta su raíz, pues
la economía de la colonia era determinada por el ciclo minero que le era
interno, no por la pauta que se le imponía desde el otro lado del Atlántico.
Así, frente a la dependencia, se afirmaba la autonomía ya en el siglo XVII.
La interpretación que se establecía en la afirmación de la autonomía
americana incluía múltiples historiadores que trabajaban diferentes contex
tos, espaciales o temporales. Por ejemplo, en la introducción al estudio sobre
la economía neogranadina del siglo XVIII, Germ án Colmenares afirmaba
que la sociedad que se articulaba a partir de la producción aurífera y que
especialmente coincidía, a grandes rasgos, con la gobernación de Popayán
tenía una: “ fuerte tendencia a la autonomía política” (1997: xxiii).
La hipótesis que Colmenares proponía en 1979 (1997), para explicar
el montaje y dinamismo de la sociedad esclavista que producía grandes vo
lúmenes de oro en el siglo XVIII en esa amplia región, era la alianza fam iliar
entre la primitiva élite de encomenderos y terratenientes con mercaderes y
comerciantes. Esa hipótesis, que afirma el vínculo constantemente renova
do entre élites locales ancladas a la tierra con dinámicos comerciantes, pasó
a ser frecuentemente usada para entender, o proponer, la autonomía de las
sociedades coloniales.
En el último párrafo de la introducción del primer volumen de esa
obra, aquel que se ocupa de los siglos XVI y XVII neogranadinos, Colm e
nares agradecía a un número grande de colegas, investigadores y estudian
tes. Entre los que recibían ese agradecimiento estaba el profesor Marcelo
Carm agnani, que también apareció entre los tres profesores que recibieron
agradecimientos de Carlos Sempat Assadourian por la publicación de El
sistema de la economía colonial. Así que aprovechemos esa coincidencia y
citemos al autor italiano cuando insistía en la importancia de la autonomía
en la sociedad colonial:
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En las páginas que siguen repetí [...] que se trata de esferas econó
micas distintas, pero no separadas. Por otra parte, ya desde 1961 y
hasta mi último trabajo de 1999 sobre las monedas mexicanas he
tomado [...] [que] la complementariedad entre economía rural y
economía monetaria es evidente. (Romano, 2004: 32)
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Com o decim os, buena parte de las investigaciones que criticaban a los
clásicos se transformaron, a su turno, en la nueva hegemonía, en el para
digma dominante. Así, las economías de la América colonial pasaron a ser
entendidas como autónomas frente a sus respectivas metrópolis, con ciclos
económicos propios y con cartografías de circulación para productos, mer
cancías, capitales e individuos que no eran determinados por las condiciones
que existían en Europa.
A l construirse como la historiografía hegemónica,4 estas interpre
taciones pasaron a recibir críticas de un nuevo revisionismo que ha crecido
en los últimos años. Ese neorrevisionismo (decimos neo-revisionismo pues
se puede pensar que las interpretaciones sobre la autonomía fueron en su
momento revisionistas de los clásicos), por ahora, no se constituye en un
nuevo paradigma de interpretación, pues, por un lado, las propuestas de los
actualmente establecidos no están agotadas y seducen a bastantes grupos
de historiadores, sobre todo entre los más jóvenes que son atraídos por la
fuerza de los argumentos y de las evidencias en el debate a los modelos de
dependencia o de América como correlato de Europa. Muchos de estos jóve
nes, que defienden monografías, disertaciones o tesis, parece que se sienten
partícipes de la refutación a los modelos clásicos y, por lo tanto, aun izan la
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pues para ellos lo que ocurrió en un lugar específico del Atlántico tuvo efectos
sobre otros lugares específicos de ese mismo Atlántico. Además, debemos
repetirlo de nuevo, esas influencias son directas y empíricamente verificables.
Un buen ejemplo de esas relaciones es dado por David Hancock:
6 Como ejemplo de la vitalidad que esta interpretación tiene en la actualidad pueden consultarse
las recientes e importantes obras de Mauricio Abreu, 2010, Marta Herrera, 2009, Lía Quarleri,
2009, Carlos Contreras, 2014 y Guillermina del Valle, 2012.
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7 Adicionales a los autores ya citados dentro de este grupo también pueden verse: Salles, 2008,
Anthony Kaye, 2009 y Edward Baptist, 2002.
8 Otros ejemplos en esta perspectiva: Jonathan Israel, 1989, Margarita Suárez, 2001, David Eltis,
2006, Linda Newson y Susie Minchin, 2007 e Isabel Paredes y Fernando Jumar, 2008.
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sociedades y, por tanto, y como no podría ser de otro modo, cuando ellos son
agregados lo que resulta es que las actividades económicas son comparables
o incluso mayores que las de los grandes agentes (Valencia Villa, 2011 y 2015).
La investigación sobre estos pequeños agentes parte de lo que solía
pensarse como una cuestión difícil: ¿quiénes eran los pequeños agentes?
Pero con las actuales discusiones entre y dentro de los tres^grandes conjun
tos de interpretaciones esa pregunta pasó a ser relativamente fácil de ser
resuelta, pues no se trata de llegar con categorías predefinidas que procuran
establecer de antemano el lugar de los mosaicos de producción (Linhares,
1998) o de las brechas campesinas (C. Cardoso, 1987) o de las formas de
circulación (S. M intz, 1989) o cosas de ese tipo, tan comunes en los debates
entre los clásicos. Se trata de perm itir que la observación directa y empírica
establezca quiénes eran los pequeños en esos contextos.
La caracterización de esos agentes como pequeños debe ser resulta
do de la observación de sus fuentes de renta, de las formas que adquiría la
circulación de sus recursos, de los enlaces que se tejían entre los individuos
y sus familias, de las decisiones de cuándo y en qué invertir, de cuáles eran
las forma de acumular y atesorar, de qué se privilegiaba en el consumo y, no
menos importante, cuáles variaciones macroeconómicas en sus contextos
los impactaban más y cuáles eran los canales de transmisión de esos cambios
macro en las economías micro. Así, podremos tener una noción de cómo
percibían el contexto y cómo se lograba sacar ventaja o se intentaba superar
los obstáculos.
Esta perspectiva enriquecería el debate entre los tres grupos de inter
pretaciones sobre la historia económica colonial sin que necesariamente los
historiadores tengan que renunciar a la perspectiva que defienden, pues de
la microeconomía de los pequeños agentes se puede derivar tanto la im por
tancia de la autonomía regional como el peso y la recreación de la estructura
o la importancia de las conexiones.
Si la caracterización de los agentes es consecuencia y no punto de
partida, esto termina remitiendo el problema de por dónde empezar a las
fuentes y no en la definición de antemano de quién era pequeño, es decir,
lo importante pasa a ser cuáles son las fuentes que pueden ser usadas para
estudiar los que serán caracterizados como pequeños. Esto también es un
asunto fácil de resolver y es casi una tautología, pues si la sociedad colonial
está formada mayoritaria o abrumadoramente por pequeños agentes, enton
ces en las fuentes hablan y se habla básicamente de ellos.
C artas de m anum isión de esclavos, registros parroquiales, pe
queñas causas judiciales, sean civiles o penales, definiciones de ámbitos y
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necesario encajar el análisis de los grandes agentes dentro del inmenso uni
verso de los pequeños. Aprovechemos para aclarar que los análisis microeco-
nómicos evidentemente están lejos de los problemas y métodos de la historia
social y política que tratan de los subordinados, subalternos, dominados, en
resistencia, en adaptación y demás categorías usuales de esas narraciones.
Como ya dijimos, la cuestión microeconómica hace énfasis en deci
siones de inversión, consumo, ahorro, atesoramiento y empleo de recursos,
entre otras, y por lo tanto, no es propia solo de los pequeños agentes, esto es,
que la mención a la condición de micro se refiere al agente y no a su tamaño.
Así, lo que afirmamos es que el análisis microeconómico que se ha efectuado
sobre los grandes agentes debe ampliarse para incluir a los pequeños.
Las fuentes, y la información procesada de miles y miles de acciones,
están disponibles o puede ser construida, por eso el énfasis está en ampliar
horizontes de observación. Como decimos, esa ampliación es fundamental
para entender el universo en el que se encontraban los grandes agentes. E s
to es válido para las tres grandes interpretaciones de la historia económica
colonial.
Ya que así se puede establecer, y no presuponer, hasta dónde llegaban
los territorios de los agentes y, por lo tanto, cuáles eran las zonas específicas
o singulares que emanaban de las prácticas microeconómicas generales y
no solo de los mayores agentes. También permitirá comprender, a los que les
interese esa cuestión, cómo la estructura fijaba y recreaba la acción repetida
por miles de agentes que pueden ser observados directamente y no mediante
agregaciones preestablecidas. Además, posibilitará sobrepasar el análisis de
los agentes que están directamente conectados para ver cómo esos vínculos
directos entre agentes impactaban en otros agentes que se relacionaban de
forma indirecta por medio de ellos. Por último, y tal vez más importante,
permitirá que las tres interpretaciones discutan de forma aún más intensa
sobre la comprensión de la economía colonial.
Esta perspectiva permitirá valorar también las regiones y relaciones
regionales que a primera vista no han parecido tan relevantes (Crespo, 2009;
Wood, 2009), pues el análisis centrado en grandes agentes ha terminado por
enfocarse más en los espacios en que estos se encontraban sin dar lugar a la
comprensión de los territorios que eran construidos por las interacciones
microeconómicas más amplias. Así, la definición del territorio debe ser con
secuencia de la investigación y no punto de partida implícito que el análisis
de los grandes agentes conlleva (Gomes, 2011; Sánchez, 2011; Moraes, 2011).
Para esta ampliación del foco de investigación en realidad solo se
requiere un esfuerzo adicional a todos los avanzados hasta ahora. Se trata de
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Bibliografía
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AUTORES
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Los historiadores colombianos y su oficio
Aimer Granados
Licenciado y maestro en Historia por la Universidad del Valle. Maestro y
doctor en Historia de El Colegio de México. Se desempeña como docente e
investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimal-
pa, de la Ciudad de México. Ha impartido la docencia en universidades de
Colombia y México en los niveles de pregrado y posgrado. Sus principales
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Autores
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Autores
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§
Los historiadores colombianos y su oficio
se compuso con tipografía
de la fuente M inion Pro.
Se terminó de im prim ir en los talleres
de Javegraf en el mes de octubre de 2017.
§
El aumento de profesionales de la historia, la aparición de cen
tros de formación de historiadores en diversos niveles (del pre
grado al doctorado), el incremento y sostenimiento de revistas
especializadas en historia y la ampliación de materias de in
vestigación son muestras de la robustez actual de la disciplina
histórica en Colombia. Aunque estas condiciones son propi
cias, en el ambiente hay una discusión sobre el quehacer del
historiador que este libro ha intentado resolver.
Los historiadores colombianos y su oficio reúne los ensa
yos de doce reconocidos académicos que pertenecen a las gene
raciones posteriores a la llamada nueva historia de Colombia.
En estos, reflexionan sobre el oficio a partir de su propia expe
riencia. Por ello, los textos aquí reunidos no se preguntan por la
historia en sí misma, sino por la forma en que los historiadores
—desde su formación académica y su quehacer en el día a día,
entre la docencia y la investigación— se asumen como tales. En
definitiva, los textos muestran la reflexión de cada autor sobre
su propio trabajo y al autor en el escenario de la historia y la
historiografía colombianas.
ISBN 9 7 8 -9 5 8 -7 8 1 -1 2 0 - 9
Pontificia Universidad
JAVERIANA
■■ Bogotá-------------
9 789587 811209 >