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Recorrido en torno a lo Imaginario, la Agresividad, la Anticipación y la

Identidad en la obra de Jacques Lacan


Ensayo

Autor
Carlos E. Barbato

Resumen
Este ensayo es la primera de cuatro partes de una monografía destinad a a
cumplimentar la exigencia de un curso de posgrado que fuera dictado por el Prof.
Jorge Belinsky en noviembre de 2004, en nuestra Facultad de Psicología de la
U.N.R., denominado “La noción de lo imaginario en el pensamiento
contem p o rá neo”. El presente trabajo es entonces consecuencia de investigar
sobre el tema propues to. Se ha intentado en el mismo situar el concepto de lo
Imaginario en los primeros tiempos de la enseñan z a de Jacques Lacan; para lo
cual he creído necesario introducir otros tópicos: la agresividad, la anticipación y
el consentimiento, y una referencia a la identidad resultante de todo este
proceso.

Jacques Lacan describe por primera vez en el congreso de Marienbad en el


año 1936, lo que llamó “Estadío del espejo”. Más adelante será incorporad o y
publicado en 1966 en sus “Escritos”, bajo el nombre de: “El estadío del espejo
como formador de la función del yo (“Je”) tal como se nos revela en la
experiencia analítica”, sucedáneo de una presentación del tema al 16º Congreso
Internacional de Psicoanálisis de Zurich en el año 1949. De igual manera, lo
expuso durante el dictado de su Seminario en el período 1953 – 54, al que
deno minó “Los Escritos Técnicos de Freud” y en general no dejó de referirse al
mismo a lo largo de toda su obra. Tanta recurrencia sostenida sobre un tema
indica el lugar destacado que el autor le asignó.

Se basó en principio en un experimento que el francés Henri Wallon llamó


"test del espejo", y que consistía en comparar la reacción de un humano y un
chimpancé puestos frente a ese instrume nt o. Se constata en el mismo que el
animal se desentiende rápidame nte de su propio reflejo. Asimismo en los
experimen tos de Harrisson, del año 1939 llevados a cabo con palomas en los que
compr ueba que la simple visión –la imago - de un congénere macho o hembra o
su propia imagen en el espejo provoca la ovulación. Y también en las
investigaciones relatadas en un trabajo de Chauvin de 1941 con insectos, los que
ante la presencia de un semejante, de ser originalmente individuos solitarios
tornan a gregarios.

El humano por su parte queda preso del júbilo –y esto es sencillo de


constatar como experiencia - , fascinado con su propio reflejo, que Lacan nombró
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como una “asunción jubilosa”. Capturado por la imago se asume en ella, la toma
como algo de su máximo interés y regocijo. (1)

En la historia de un sujeto ubica la fase entre los seis y los dieciocho


primeros meses de vida. Se trata entonces, de lo que le acontece a la cría humana
en un momento en que o bien no camina o no habla –Lacan llama infans a ese
niño que nacido en un universo de palabras, aún no es un usuario de las
mismas - , o ha comenza do a hacerlo recientemente, pero ríe con frecuencia y
además ve lo que acontece a su alrededor con cierta eficacia.
El proceso se constituye en mucho más que una simple experiencia, en tanto
nuestro autor le otorga estatus de momento funda nte de la subjetividad que
deter minará la estructura permanente de ésta.

El cuerpo de un niño de pocos meses adolece de la falta de mielinización de


las vías neuronales necesaria para manejarse con cierta autono mía en el mun do.
La incoordinación de sus movimientos es una de sus consecuencias. A cambio de
ello, el otro del espejo –es decir, por identificación - al que sí capta en pleno
dominio de sí mismo, le brinda una unidad virtual, una gestalt ortopédica que lo
salva de la dispersión.

Si no pudiera captar esa imagen que le permite tomarse como un cuerpo


unificado, se percibiría probablemente fragmenta do, parcelado. Pero si lo ha
logrado, entonces podemos decir que se ha identificado al falo faltante de la
madre, es decir que se ha hecho presente “Su majestad, el bebé”. La imagen en el
espejo le permite percibirse y concebirse como unido, sin falta y por eso se
presta para ser aquello que colma a quien cumple la función materna. Y esa
identificación a la gestalt captada, que queda como siendo aquello que a una
madre le faltó, es el Yo ideal.

En este momento de la vida, es observable un transitivismo normal que


permite entender el porqué si un niño de su entorno tropieza, otro llore como si
le hubiese acontecido a él mismo, o si uno agrede a otro, acuse a ese semejante
de que le ha pegado; todo esto teniendo en cuenta que no conoce aún el arte de
la simulación ni puede mentir eficazmente como es casi seguro que lo haga en el
futuro. Semejante resulta ser de esta manera, aquél que estando u ocupand o su
lugar es a la vez él mismo.

La experiencia jubilosa a la que hicimos referencia anterior mente es


entonces un espejismo que permite como al sediento en el desierto continuar el
camino, un espejismo que autoriza a anticiparse a lo que aún no ha acontecido,
anticiparse imaginariame nte con cierto orden en el caos que las pulsiones le
provocan y que S. Freud llamó el autoerotis m o; que no implica que no haya para
ese niño mundo exterior, todo lo contrario, sino que le está faltando el Yo que lo
proteja –aunque siempre precariamente - de su posición de peluche, de juguete.
Hay demasiado de lo ajeno, del Otro.
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Sobre la anticipación a la que hacíamos referencia en el párrafo anterior,


Lacan en el Seminario I afirma: “Saben que su proceso de maduración fisiológica
permite al sujeto, en un momento determinado de su historia, integrar
efectiva mente sus funciones motoras y acceder a un dominio real de su cuerpo.
Pero antes de este momento, aunque en forma correlativa con él, el sujeto toma
conciencia de su cuerpo como totalidad. Insisto en este punto en mi teoría del
estadio del espejo: la sola visión de la forma total del cuerpo hum ano brinda al
sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro al dominio real. Esta
formación se desvincula así del proceso mismo de maduración , y no se confunde
con él. El sujeto anticipa la culminación del dominio psicológico, y esta
anticipación dará su estilo al ejercicio ulterior del dominio motor efectivo ”. (2) (El
subrayado es nuestro)

Pero, tal como lo veremos más adelante, esta anticipación requiere de un


consentimiento del Otro.
En todo este proceso se puede vislumbrar la captura imaginaria que sufre
en los comienzos de su vida y cómo esta captura contribuye a la formación de la
función del Yo (Je), Lacan llama a esto “intrusión narcisista”, en su texto “La
familia”, de 1938. (3)

Se trata de un Yo (Je) ilusorio, un señuelo, una impostura. Este Yo (je) es el


que aparece cuando el sujeto dice: “Yo me llamo...”, o “Yo soy...”, o “Yo digo...”,
etc. Es el yo del enunciado.
Mientras que en nuestro español o en el alemán (“Ich” en el idioma de S.
Freud) sólo tenemos una sola palabra para designar al yo, la lengua francesa le
permite a Lacan referirse en su teoría también al Yo (moi) al que designa como el
yo de la enunciación.
Este “moi” al que se referirá de modo sistemático a partir de 1957, supone la
intervención del registro Simbólico en la cría humana e implica esencialmente
aquello de lo que el sujeto no quiere saber nada o desconoce de si con una cierta
intencionalidad. Si el sujeto pudiera o quisiera formularlo diría: “Yo soy llamado,
soy dicho, pensado, etc.”. Es decir, desde otro lugar distinto del que dice decirse o
llamarse.

La agresividad.

Por el poder cautivante de la imagen del otro, queda explicada la relación


esencialmente paranoica –“para noesis”- del sujeto con sus objetos y como lógica
consecuencia la tensión agresiva en la relación que se establece con el semejante.
De esta serie de razona mientos Lacan llega a la conclusión de que todo
conocimiento humano, todo saber es en su propia esencia, paranoico.

Es precisamente a esa lucha, a este perpetuo juego de exclusión e inclusión con y


en el otro, a lo que Lacan llama lo Imaginario. Se trata de una completu d aparente
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de la imagen de si mismo en el niño que brinda un nuevo dominio de su cuerpo,


pero, en tanto sustenta da en la imagen del otro, alienante.
Entiende la agresividad dentro del contexto en el que S. Freud da a la
“ambivalencia”: una tensión permanente entre amor y odio al mismo objeto, una
relación ambivalente con el semejante. Erotismo y agresividad que se establece en
forma reversible entre la imagen de completud que amenaza, en contraste con la
propia percepción de su cuerpo fragmenta do, el cuerpo real.
Reversibilidad que se hace clara en las palabras de Rimbaud: “Yo es otro”.
Un otro que también se encuentra en el mismo estado de miseria original que el
sujeto porque ambos disponen de una sola imagen.
Un pasaje desde el júbilo al sentimiento de amenaza y a la agresividad
consecuen te. De esta manera, toda relación presente y futura será ambivalente en
cada acto aparente men te afectuoso o amoroso. Actos como los de un filántrop o,
un humanista, un idealista o en la misma relación de amor corriente.
Pero la agresividad surge también en el intento de deshacer ese “pegoteo”,
esa pregnancia entre la imagen propia y la del semejante –la de la especie
humana - , extraña. En esta forma de entender la agresividad, Lacan sigue a Hegel
en su concepción de la misma como una lucha a muerte entre el amo y el esclavo.
El deseo - establecido en un momento lógico posterior - , es el intento de
despegarse de esa imagen que lo capturó, de manera que se instaura como lo más
propio de cada sujeto.

Lacan afirma que cuatro objetos quedarían por fuera de lo que es lo


especular: el pecho, las heces –ya establecidos por S. Freud - la mirada y la voz.
Objetos preciados pero parciales, que atañen directame nte a cierta independ encia
de la imagen: los objetos de la pulsión, un paliativo ante lo alienante.

Con respecto a las imágenes, es necesario tener en cuenta que son por
definición bidimensionales, sin textura ni accidentes y su función primordial – y
esto es lo que llama la atención sobre el carácter ilusorio de su función en estas
circuns ta ncias - es obturar lo hueco, lo que falta.

El Yo (je) que se conforma de esta manera tiene por función mantener una falsa
apariencia de coherencia y completud que oculte la fragmentación. Es decir, dos
polos: la imagen que aliena –Imaginario - y el cuerpo real fragmenta do –Real- .
Una identificación imaginaria basada en la idea –ilusoria - de totalidad,
síntesis, semejanza y autonomía.

Como ya fue afirmado, el “estadio del espejo” fue retomado muchas veces
en el desarrollo de la obra de Lacan y en cada caso, modificado. Cada vez se
acercaba más a la idea de que no se trataba sólo de un estadío que precede a la
aparición de las primeras palabras en el niño –es decir algo que alguna vez ocurrió
como una experiencia - sino como aquel momento funda me nt al que participa de
toda la estructur a psíquica finalmente constituida, es decir, una “fase” como
concluye designándola a partir de 1946, en “Acerca de la causalidad psíquica”.
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Anticipación y consentimie nto:


Al investigar lo ya recorrido por otros autores, las contribuciones básicas
necesarias de las que tomamos nota, nos dirigimos hacia una zona que se
encuentra un poco más allá de lo ya sabido, actuam os elípticamente, salteamo s
pasos y nos anticipamos desde una certeza supues ta, una conclusión al mejor
estilo del famoso personaje de A. Conan Doyle. Para lo cual los antecedentes no
son ni más ni menos que la condición de posibilidad, pero no lo son todo.
Así ocurre en el niño, el que acomete con un verdadero salto al vacío tras la
suposición de que le han sido brindada s las condiciones para ser ratificado en su
condición. Suposición sustentada en base a los antecedentes. Esto es, sus
primeros 6 meses de vida, período en el que en el mejor de los casos ha sido
acogido por quienes cumplen funciones materna y paterna. Que sea ratificado o
no, es un albur que a ninguna de las especies animales le toca transitar.
Suponemos que a éstas la dotación instintual las salva de todo déficit, de toda
falta.
Por otra parte, que el discurso preexiste a la aparición del sujeto en el
mund o, es decir, que una estructur a legal lo espera desde antes de su nacimiento,
es un hecho a no dejar de tener en cuenta. Ya que la anticipación del niño en una
identificación con esa imagen de cierta completud y dominio del cuerpo propio,
sólo por el adulto que lo sostiene en brazos o que se encuentra en su entorno
puede ser ratificada con su asentimiento. Constituyéndose entonces éste como el
Otro.
Esta ratificación se produce como consecuencia de que ese Otro sustenta lo
que se llama el discurso, en el cual el niño está inmerso, pero del que no
participa sino como un objeto del mundo a ser nombra do: recibe nombre,
apellido, el Otro dice cómo es, qué hace, qué se espera de él, en definitiva cómo
es mirado.
Podría ahora el bebé decir gozosamen te: “Yo soy ése”, siempre y cuando
Otro diga: “Eso eres tu”. Se identifica con lo que el otro - en su imagen especular -
y el Otro - nominándolo - dice que él es: Pequeño Narciso encarnado que
desmiente cualquier ideal individualista. Entonces, lo que Yo (je - imaginario) es,
sólo el Otro (simbólico) podrá convalidarlo. De manera que la definición clásica
de “Narcisismo”: “Amor a la imagen de sí mismo”, podría traducírsela: “Amor a la
imagen de sí mismo consentida por el Otro”.
Con la intervención del Otro con sus exigencias de Ley y de normas aparece
el Ideal del yo, que es el lugar desde donde se le anuncia al sujeto de qué manera
debe ser para alcanzar la perfección, es decir que ya no le sería al niño tan
sencillo e inmediato alcanzar las metas del Yo ideal que quedó como producto de
la identificación al falo materno.
Conviene en este punto recordar que no se trata de una sucesión histórica o
diacrónica de anticipación y consentimiento, sino que se trata de momen to s
lógicos, es decir que en todo caso, lo cronológico da marco o sirve de substrato.
Siempre que se tenga en cuenta que lo Imaginario es efecto de lo Simbólico,
en tanto como ya fue afirmado, el lenguaje precede la aparición de un sujeto en
el mund o, podemos esquemá ticame nte sostener que la evolución lógica sería: de
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lo real del cuerpo –el autoerotis m o, el caos pulsional - , al Yo (je) - lo imaginario, el


narcisismo primario y el Yo ideal como consecuencia - y de allí al Yo (moi) - lo
simbólico, el Ideal del yo, las normas, la Ley y el deseo - . Y de otro modo: de la
insuficiencia a la anticipación, y de ella al consentimiento.

La identidad:
Lacan afirmó en su seminario en el año 1955: “¿Qué sabemos respecto al yo?
¿Es real el yo, es una luna, o es una construcción imaginaria? Partimos de la idea,
que les vengo machacando desde hace tanto tiempo, de que no hay forma de
aprehender cosa alguna de la dialéctica analítica si no plantea mos que el yo es
una construcción imaginaria. Nada le quita al pobre yo el hecho de que sea
imaginario: diría inclusive que esto es lo que tiene de bueno. Si no fuera
imaginario no seríamos hombres, seríamos lunas. Lo cual no significa que basta
con que tenga mos ese yo imaginario para ser hombres. También podemos ser esa
cosa intermedia llamada loco”. (4)
Es necesario entonces resaltar el siguiente detalle: La identida d del human o,
la estofa de su orgulloso Yo es siempre una cuestión de identificación, es siempre
virtual; lo que explica su vulnerabilidad, algo pronto a romperse frente a los
avatares que la vida le presenta. Parafraseando a S. Freud, tal como ocurriría al
dejar caer al suelo una copa de cristal, siguiendo en cada caso líneas de quiebre
invisibles pero presentes desde siempre en la estructur a.
Estas líneas de quiebre son atribuibles al caos pulsional que habita al sujeto,
sumado al hecho de que el Otro no posee en sí todos los significantes necesarios
para una solución definitiva a ese desorde n inicial. Así el Yo no deja de ser un
emplasto que no cura definitivamente la herida, un artefacto ortopédico
insuficiente para todas las funciones y mal adapta do, una armadur a mal
entraza d a, frágil y oxidada. Pero esta armadur a desvencijada salva del caos.
Por otra parte no podría decirse que esa identidad basada en la
identificación sea falsa, porque no hay otra verdadera. El tan anhelado,
idealizado y muchas veces perseguido “uno mismo” en el humano deja paso a ser
hijo de, padre de, estudiante de. Siempre en relación al Otro. En contraste con
ello la libertad a ultranz a, la falta de armadura y vestiduras, la falta de ortopedia
implican desorganización extrema y angustia máxima.

Entonces, lo lmaginario:
Para Lacan entonces, el registro Imaginario tiene características propias muy
definidas:

1: El Imaginario se apoya en el señuelo, en lo observable, en las imágenes,


teniendo en cuenta lo que ya anteriorme nte comenta m o s sobre éstas: que son por
definición bidimensionales, sin textura ni accidentes y que su función primor dial
es obturar lo hueco, lo que falta, es decir, lo que lo Simbólico ha producido. Esto
les da su carácter de ilusorias.
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2: La función de lo Imaginario entonces, es brindar una completu d aparen te e


ilusoria.
3: Se basa en una idea de totalidad, síntesis y autono mía
4: Imaginario implica isomorfismo, semejanza y relaciones –si puede sostenerse
tal cosa - intercambiables entre el sujeto y el semejante.
5: Supone asimismo alienación, seducción, fascinación, desconocimiento y engaño.
6: Lo Imaginario, por la agresividad que implica la relación con el semejan te,
conlleva rivalidad mortal.
7: El Imaginario supone una relación dual. Pero, está siempre recubierto y
establecido por el registro Simbólico –que es triádico - y sólo es descifrable en
tanto se lo tradu zca en significantes.
8: El Imaginario integra una tríada con el Simbólico y el Real.
9: En uno de sus últimos seminarios, “R.S.I.”, en 1970 y en el marco de la
topología del nudo borromea no, se referirá a lo Imaginario como aquello que
hace al sujeto débil mental, en tanto lo propioseptivo es sólo reflejo, un lugar de
ajenidad: Hay algo que hace que el ser hablante se demuestre consagrado a la
debilidad mental, y eso resulta de la sola noción de Imaginario en tanto que el
punto de partida de ésta es la referencia al cuerpo y al hecho de que su
representación —quiero decir todo lo que para él se representa— no es sino el
reflejo de su organismo. (5)
Mayo de 2004

Notas:
(1): Lacan , Jacques: Seminario 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”.
Clase 8, del 3- 2- 65.
(2): Lacan , Jacques: Seminario I. “Los escritos técnicos de Freud”. Clase 7. “La
tópica de lo imaginario”. 24 de febrero de 1954.
(3): Lacan , Jacques: “La familia” (1938). Editorial Homo Sapiens. Argentina 1977.
Pag. 44.
(4): Lacan , Jacques: Seminario 2. “El yo en la teoría de Freud”. Clase 19:
“Introducción del Gran Otro”, del 25 de mayo de 1955. El subrayado es nuestro.
(5): Lacan , Jacques: Seminario 22. “R.S.I.”. Clase 1. 10 de diciembre de 1974.

Bibliografía:
Clément , Catherine: “Vidas y leyendas de Jacques Lacan”. Editorial Anagrama.
Barcelona 1981.
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Eidelsztein, Alfredo: “Modelos, esquemas y grafos en la enseñan z a de Lacan”.


Editorial Manantial. Argentina 1992.
Freud, Sigmund: “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” (1933)
31ª conferencia: “La descom posición de la personalidad psíquica”. Editorial
Amorrortu. Argentina. 1993.
Miller , Jacques - Alain: “Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo”. Editorial
Colección Diva 2002.
Lacan , Jacques: “El estadío del espejo como formador de la función del yo (“Je”)
tal como se nos revela en la experiencia analítica”, en “Escritos 1”. Siglo XXI
editores S.A. Argentina. 1979.
Lacan , Jacques: Seminario 12: “Problemas cruciales para el psicoanálisis”. Clase 8,
del 3- 2- 65.
Lacan , Jacques: Seminario I. “Los escritos técnicos de Freud”. Clase 7. “La tópica
de lo imaginario”. 24 de febrero de 1954.
Lacan , Jacques: “La familia” (1938). Editorial Homo Sapiens. Argentina 1977.
Lacan , Jacques: Seminario 2. “El yo en la teoría de Freud”. Clase 19:
“Introducción del Gran Otro”, del 25 de mayo de 1955.
Lacan , Jacques: Seminario 22. “R.S.I.”. Clase 1. 10 de diciembre de 1974.
Lacan , Jacques: “Acerca de la causalidad psíquica”.
Barbato, Carlos: “Sexualidad y Edipo”. UNR Editora. Rosario 1996.

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