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Inicio, nudo y desenlace: historias de

emprendimiento en Colombia

Emprender es una tarea compleja, llena de oportunidades, pero también de


fracasos y quiebras. Al margen de la glorificación de este modelo, estas voces
dan una perspectiva real y humana de los retos que hay en el camino.

Durante los últimos cinco años, en Colombia han surgido una serie de empresas
que están revolucionando sus mercados a través de la innovación y la tecnología.
Liderados por jóvenes profesionales, que decidieron abandonar un trabajo estable
y bien remunerado para perseguir un sueño que parecía imposible,
emprendimientos como Fitpal, Datagran, Mesfix, Fitlit y Hogaru son ejemplos de
cómo canalizar los cambios en la industria, transformar las clásicas estrategias de
venta, evitar la quiebra y sobreponerse a los fracasos.

“Al principio uno se siente como un loco con una idea”, reconoce Julián Torres,
fundador y gerente general de Fitpal, una plataforma web creada a finales de
2015, que se define como el Netflix de los gimnasios, y hasta el momento ha
realizado 42 mil reservas de sesiones de ejercicio exitosas, tiene 1.700
suscriptores pagos y factura más de $100 millones mensuales.

Cuando nació la compañía, el equipo de Fitpal enfrentó los obstáculos de un


país que constantemente les da la espalda a las pequeñas empresas. “El sistema
financiero no cuenta con productos diseñados para los emprendimientos. Uno
va a cualquier banco y es muy difícil abrir una cuenta, no les interesa apoyar
nuestros proyectos, están dedicados a trabajar con las grandes compañías”,
añade Torres, cuando se refiere a las dificultades que tuvo que sortear para
lograr el primer requisito que exige la Cámara de Comercio a la hora de
constituir una empresa.

Después, el proceso está lleno de fracasos. “En los primeros meses no sabíamos
cómo conseguir clientes. Nos fuimos al parque El Virrey, montamos una carpa,
con sillas y mesas prestadas por amigos, y empezamos a hablar con la gente, a
entregar volantes, a tratar de vender el producto. Las personas no se acercaban
mucho, no confiaban, no entendían: parecíamos pidiendo limosna”.

Un par de meses después, a fuerza de ensayo y error, y con la financiación de


inversionistas extranjeros y el acompañamiento de entidades como INNpulsa,
hoy Fitpal tiene más de 160 gimnasios suscritos en tres ciudades del país, una
filial en Ciudad de México y, con una sola suscripción online, le permite al
usuario acceder a miles de clases diferentes en el centro deportivo que
prefiera. “Es chévere ver cómo después de tantos fracasos la gente poco a poco
empieza a creer y las cosas empiezan a funcionar”.

La historia de Fitpal se repite con frecuencia, pero no siempre tiene un final


feliz. De hecho, según los datos de la Asociación Colombiana de Pequeñas y
Medianas Empresas (Acopi), de los 2,3 millones de pymes del país, que
representan cerca del 94 % del tejido empresarial, aportan 67 % del empleo y
generan 30 % del PIB, la mitad se quiebra después del primer año y sólo 20 %
sobrevive al tercero.

Estas cifras refuerzan lo que Carlos Méndez, gerente y fundador de DataGran,


cree: “Quien hace empresa en Colombia está solo. No tiene el apoyo de nadie,
ni de los bancos ni del Gobierno”. Esta empresa de publicidad, que se dedica a
optimizar la pauta digital y hacer análisis de “big data” a través de inteligencia
artificial, tuvo que salir del país para sobrevivir. “En Colombia no hay personas
que supieran hacer lo que nosotros necesitábamos. La mano de obra para estos
proyectos era imposible de encontrar”, reconoce Méndez.

La experiencia de Datagran demuestra que además del continuo rechazo de los


bancos, la falta de financiación y la escasez de mano de obra especializada, en
Colombia hay otra dificultad cardinal para los pequeños empresarios. “Cuando
hicimos el flujo proyectado de la empresa nos dimos cuenta de que si hubiéramos
seguido en el país, hace tres meses estaríamos quebrados”. El IVA de 19 %, que
se debe cancelar así el cliente aún no haya pagado, la retención en la fuente del
35 % en promedio, la ausencia de beneficios tributarios para los emprendedores y
el hecho absurdo de que las grandes empresas paguen los servicios de los
emprendimientos a 90 días hacen un poco más oscuro el panorama.

Esta última circunstancia, que afecta la liquidez y la rentabilidad de muchos


emprendedores jóvenes, fue uno de los motores que impulsaron a Felipe Tascón
para crear Mesfix, uno de los pocos crowdfoundigs financieros de Colombia.
Esta plataforma web, en la que pequeños empresarios suben sus facturas por
cobrar para que pequeños inversionistas las compren por partes y con un
descuento, es una especie de factoring democrático y sostenible que mata dos
pájaros de un solo tiro.

“Un campesino, por ejemplo, que le vende a una gran superficie $100 millones
en tomate, sólo puede cobrar su dinero 90 días después. Durante esos tres meses
el productor tiene que pagar arriendos, salarios, materia prima y muchas veces no
da abasto y desiste. Cuando suben su factura en nuestra plataforma, pequeños
inversionistas que tienen un dinero ahorrado y quieren ponerlo a producir de
forma segura, la compran en $95 millones. Es un gana-gana. Los productores
obtienen la liquidez que necesitan y los inversionistas se quedan con el
excedente, equivalente a una rentabilidad del 17 % efectivo anual”.

La puesta en marcha del proyecto, que ya ha vendido $8.000 millones en


facturas, ha apoyado el crecimiento de 70 mipymes y les ha dado réditos a más
de 400 pequeños inversionistas, tiene muchos sacrificios escondidos. Cuando dos
empresarios demostraron que estaban dispuestos a financiar la idea, Tascón era
un alto ejecutivo de Falabella y estaba a punto de empezar un MBA. “Me iba a
arrepentir toda la vida si no lo intentaba”. Abandonó su sueño y empezó a
experimentar. Nos presentamos a todas las convocatorias que encontramos y no
ganamos ninguna, empezamos haciendo operaciones en Excel y ahora tenemos
un sistema de algoritmos, desarrollado por nosotros, que permite conectar las
necesidades de los usuarios, tener un nivel de transparencia que ningún otro
producto de inversión ofrece y prevenir riesgos más rápido que cualquier banco”,
añade Tascón.

Por su parte, Felipe Betancourt Celis, cofundador y COO de Liftit, una


aplicación web que podría describirse como el Uber para el transporte de carga,
afirma que el principal desafío para las empresas jóvenes es concretar negocios
con las grandes corporaciones. “El apoyo del Estado sería trascendental, no en
formación, ni capacitación, ni en programas de emprendimiento. La mejor
manera de que el Estado apoye estas empresas es consumiendo su tecnología, su
propuesta de valor, comprando sus productos”.

En menos de 45 minutos Liftit pone un vehículo de transporte de carga en donde


el usuario lo necesite. La empresa tiene 20 empleados directos, 1.200
conductores activos y desarrolló una tecnología interna que calcula tiempo,
distancia y tamaño de carga. “La logística es una industria que lleva mucho
tiempo sin ser disruptiva, sin innovar. Nuestros algoritmos, que sistematizan la
información y son escalables, nos hacen creer que en cinco años estaremos
trabajando por toda Latinoamérica.

Los sueños de los jóvenes detrás de Liftit son parecidos a los de Matteo Cera,
fundador y gerente general de Hogaru, una plataforma en línea que está
revolucionando el servicio de limpieza en el país. “No somos un Uber de
limpieza, somos una compañía de aseo y cafetería para hogares y pymes que
opera en tres ciudades de Colombia y tiene contratados a más de 500
profesionales de aseo, con sueldo fijo y todas las prestaciones sociales”, afirma
Cera. Hogaru tiene 2.500 clientes mensuales, realiza 20.000 servicios de limpieza
en este tiempo y el año pasado creció cinco veces más que en 2015.

Al igual que Fitpal, Datagran, Mesfix y Liftit la clave del negocio de Hogaru
es la tecnología. “Usamos algoritmos propios para atraer clientes de forma
eficiente y para distribuir el tiempo de trabajo de nuestro personal”, asegura Cera.
El proceso de crecimiento y consolidación de la aplicación, que viene desde
2013, también estuvo lleno de tropiezos. “Cada dos días hay un fracaso y eso
hace que construir la empresa sea un reto tan interesante. El colaborador que
renuncia, el cliente insatisfecho, la trabajadora que se enferma.. estos son
pequeños obstáculos que, vividos uno a uno, son muy dolorosos”.

Después de varios intentos fallidos, tres financiaciones externas y la


transformación total del modelo de negocio, Hogaru ha desarrollado un
sistema de interés global que se puede reproducir en muchas empresas de
vigilancia, aseo y mensajería en el mundo. “Cuando dejamos de ser
intermediarios y empezamos a contratar directamente a nuestros empleados
descubrimos que podríamos tener éxito”. En febrero de 2015, estábamos
chiquitos, el nuevo modelo empezó con seis profesionales de limpieza tiempo
completo y en muy pocos meses crecimos a 50. A los nuevos inversionistas les
gustó el cambio y ahora tenemos 500, y estamos buscando nuevos mercados
internacionales para expandirnos”.

El emprendimiento no es un hijo natural de esta época. Internet no se


inventó a los emprendedores. Pero el uso de tecnología sí ha permitido acelerar
los procesos de transformación en numerosas industrias generando una ola de
empresas emergentes y, también, de pequeños empresarios.

La escala del fenómeno y su velocidad son las verdaderas diferencias del


emprendimiento actual con el de otras épocas. Y ambos asuntos están bastante
ligados a la mediación de tecnología.

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