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Circulación de productos entre los Pastos. Siglo XVI.

Tesis para optar por el título de Antropólogo

Director: Felipe Cárdenas-Arroyo.

Departamento de Antropología
Universidad de los Andes.

Agosto de 1998

1
Prólogo

Ante un gran cúmulo de evidencias, tanto arqueológicas como etnohistóricas, la antropología


colombiana se ha quedado corta en sus explicaciones sobre el origen y la naturaleza de las
llamadas “sociedades complejas” o en términos más simples sobre los cacicazgos. Esto no quiere
decir que todos los intentos para aproximarse hayan sido malos o inútiles, por el contrario, se
requirió de un primer intento para seguir construyendo el conocimiento sobre este tipo de
sociedades. Si el panorama ha cambiado en los últimos años en algunas regiones de Colombia, en
Nariño el panorama es realmente lamentable.

Hace una o dos décadas, tal vez por razones científicas ajenas al interés de conocer como son y
cómo cambian las sociedades, Nariño fue una región bastante estudiada, siendo la principal
ocupación de los investigadores la apremiante tarea de recuperar los horribles destrozos que los
guaqueros de la zona habían dejado en las tumbas. En este caso, de un cuerpo de datos se pasó a
la interpretación y a la teoría. Entonces viene la irrupción de la etnohistoria y los datos de uno u
otro cronista, y ocasionalmente de un documento de archivo, ayudan a interpretar tal evidencia
arqueológica. Este parece ser el típico caso de la arqueología de períodos inmediatamente
precoloniales en Colombia: se excava sin saber por qué; se encuentra la cita precisa de un
cronista, “olvidando” que una o dos páginas más adelante existe otra que dice lo contrario, para
sustentar el por qué un tipo cerámico aparece en un lado o en otro, o por qué existen tumbas más
“ricas” y decoradas que otras, y en el más abusivo de los casos si hay algo que los tiestos no
dicen, entonces aparece la cita, de nuevo sin la más mínima crítica, de Cieza o de Simón. Así se
construye la interpretación en arqueología. Que la etnohistoria sea entendida como una gran masa
moldeable no puede dar pie a abusar de ella. Afortunadamente para el progreso de la arqueología
y la supervivencia de la naciente etnohistoria, en Colombia se han venido desarrollando o
aplicando estrategias investigativas en las cuales se tiene una pregunta de investigación clara,
siguiendo algún modelo teórico y que bién puede estar ayudada por información etnohistórica y
documental, luego se va al campo y al archivo con visión crítica, y así se construye la
interpretación. Este es el interés personal de esta investigación.

Se podría pensar que esto lo escribe un profundo fanático de la arqueología que condena a la
etnohistoria a ser una ciencia auxiliar de la primera. No. Esta investigación fue realizada por
alguien que cree que los documentos escritos, tan sólo una parte de la etnohistoria, dicen mucho si
se los sabe leer y que está interesado en una, no en todas, de las preguntas por excelencia de la
arqueología: el por qué existen sociedades en las cuales hay una serie de personas que controlan
la producción, que tienen privilegios innegables sobre el resto de la población, y que además
buscan por muchos medios las vías para sustentar su poder y privilegios. También cree que uno de
2
los mecanismos para obtener esta preciada legitimidad es la posesión y control de ciertos artículos
que no son fácilmente obtenibles.

Las páginas que siguen a continuación son un intento por entender cómo el intercambio de cierto
tipo de productos en el sur de Colombia y norte del Ecuador sirvió para legitimar la posición de una
élite cacical.

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1. INTRODUCCION

1.1. PRESENTACION DEL TEMA:

Para el siglo XVI los cronistas españoles describen algunos grupos del sur de Colombia que hoy
en día son clasificados tanto por arqueólogos como por antropólogos con un nivel de
complejización socio-político de cacicazgo. Las fuentes también revelan un sistema de circulación
de bienes y productos que se dio en el territorio del actual departamento de Nariño, y que además
se presentó entre esta región y otras como la Amazonía, la costa Pacífica, y con algunos grupos
andinos del norte del Ecuador, integrando así comunidades como las de los pastos, quillacingas,
abades, sucumbios (kofanes) e indígenas de la región Caranqui en el Ecuador. Esta investigación
se centrará en el papel que jugó la circulación de productos para el grupo pasto durante el siglo
XVI, y, bajo esta misma mirada la relación de éstos con sus vecinos. La región en estudio es
delimitada de la siguiente manera: el actual departamento de Nariño (tanto lo que se define como
“Macizo Andino del Sur” como la parte del piedemonte amazónico y la costa pacífica), la parte
occidental del departamento del Putumayo, así como también el norte ecuatoriano, concretamente
las provincias de Pichincha Imbabura, Carchi, Esmeraldas y Napo.

De otra parte, resulta primordial efectuar un balance sobre la documentación etnohistórica


disponible para la región.

En esta investigación se hace referencia a circulación de productos para incluir una amplia gama
de relaciones económicas como tributo, reciprocidad, redistribución e intercambio, siendo esta
última la que mayor explicación y profundidad tendrán a lo largo de la investigación. Sobre las dos
primeras, reciprocidad y redistribución, se hará referencia cuando esté en estrecha relación con la
introducción o exportación de mercaderías y bienes dentro de cada cacicazgo o pueblo pasto, o del
territorio en general.

La división temática de esta investigación de grado será la siguiente: en la introducción se


propondrán unos objetivos, la hipótesis que impulsó la investigación y unas consideraciones
metodológicas. También se hará una síntesis de lo investigado por otros autores tanto del área de
estudio (Departamento de Nariño y el grupo pasto) y unas consideraciones teóricas tanto de los
cacicazgos y la circulación de productos en general, como de lo propuesto para las sociedades
complejas del suroccidente de Colombia y norte del Ecuador. Aquí se incluye una exposición más
larga sobre la arqueología de la región. Inicialmente se pensó hacerlo como un solo capítulo que
estaría dedicado a la arqueología y que contendría una discusión y profunda sobre el suroccidente,

4
la relación entre lo Capulí, lo Piartal y lo Tuza; pero el tema es tan amplio, y por otro lado lo
discutido por otros autores sobre el tema está hasta ahora en sus inicios, que se podría constituir
en el tema de otra investigación. Por ser otra la discusión de esta investigación y por no disponer
del tiempo necesario para ello se resolvió incluir estos aspectos dentro de los antecedentes.

En esta introducción, como se dijo arriba, también se tratarán las distintas posiciones teóricas
sobre los cacicazgos y de lo que se entiende por circulación de productos y sus distintos
elementos. Se hace también un resumen sobre algunos elementos de los cacicazgos del
suroccidente de Colombia y norte del Ecuador. Esto con el fin de “aterrizar” la teoría con la
evidencia presentada en esta región y más concretamente con el área de estudio. Esta parte se
decidió colocarla antes de la parte metodológica (hipótesis, objetivos y consideraciones
metodológicas) para que sus propuestas queden más claras.

El primer capítulo tratará sobre el tema de la “microverticalidad”. Pudo ser pensado un aparte sobre
medio ambiente, pero el tema seleccionado para este capítulo hace más dinámica una exposición
sobre las condiciones ecológicas y geográficas al estar en estrecho contacto con las relaciones
sociales y cómo se verá la aplicación de este modelo de explotación del medio tiene bastante
relación con el tema de la circulación de productos. Por otro lado, es necesaria una explicación del
por qué se acude a la “microverticalidad” para entender ciertos procesos sociales que se dieron en
el sur de Nariño y el Carchi. Como se verá en este capítulo y en general a lo largo de esta
investigación los datos encontrados permiten suponer que este patrón, o modelo si se quiere,
funcionó bien en el área de estudio.

Para un mejor entendimiento de los procesos de circulación es necesario hacer unos cortos
comentarios sobre la sociedad pasto. El segundo capítulo trata sobre el territorio ocupado por los
pastos, sus vecinos, la economía (cabría mejor agricultura) pasto y por último su organización
política.

El tercer capítulo estará dedicado al tema central de esta investigación, la circulación de productos
y su función dentro de la sociedad pasto. Se tratará de enlazar aspectos de la “microverticalidad” y
la organización económica y política de los pastos con algunas generalidades sobre el tipo de
circulación de productos que tuvieron los pastos. Después de esto se entrará en los detalles y
partes constituyentes de los procesos de circulación: mercancías y bienes que circularon, es decir
su procedencia, la evidencia que apoya y confirma su circulación y los posibles usos que se dio a
tales bienes; las personas que manipularon, intercambiaron y transportaron tales bienes; los sitos
dedicados a los intercambios así como las rutas por donde entraron algunos productos al territorio
pasto. Una forma de acceder a ciertos productos escasos y estratégicos, y que está en íntima
relación con la circulación fueron las colonias extraterritoriales. Al final de este capítulo hay un
5
aparte donde se describe su presencia, su funcionamiento y los sitios donde se evidencia su
existencia. Después pasaremos a las conclusiones generales de la investigación.

1.2. ANTECEDENTES INVESTIGATIVOS EN EL AREA PASTO:

En los años 20’s se da inicio a una serie de excavaciones en el norte del Ecuador por parte de
Max Uhle, y posteriormente Jacinto Jijón y Caamaño, quienes trazaron los primeros lineamientos
sobre el complejo Carchi-Nariño. Anteriormente Jijón había realizado algunos estudios en la región
de Imbabura. Sergio Elías Ortiz realiza también investigaciones de carácter arqueológico e
histórico sobre Nariño en la década siguiente. Los estudios anteriores, junto con el de Carlos Emilio
Grijalva a principios de los años 40’s sobre la toponimia relativa a las provincias de Carchi, Obando
y Túquerres relativos a la etnia pasto se constituyeron como los trabajos pioneros sobre el área
(Rodríguez 1991: 96-97).

Para el final de la década de los 40’s Julian Steward edita una serie de ensayos de diversos
autores en el clásico Handbook of South American Indians. En el volumen 2, dedicado a las
“civilizaciones andinas”, autores como Wendel Benett, John Murra, Gregorio Hernández de Alba y
Sergio Elías Ortiz hacen un primer intento de descripción sistemática, tanto arqueológica como
etnohistórica, de los grupos localizados en el norte del Ecuador y en el sur de Colombia.
Basándose en algunas seriaciones de cerámica y en la información proveniente de cronistas como
Cieza de León, establecen algunas caracterizaciones culturales de los grupos que se localizaban
en esta área y se hace un primer intento de delimitación étnica (Benett 1963, Murra 1963,
Hernández de Alba 1963, Ortiz 1963a; 1963b). Adicionalmente se realiza una nueva investigación
de Jijón y Caamaño sobre sepulcros y tipología cerámica de las culturas arqueológicas tardías de
Carchi-Nariño (Rodríguez 1991: 97).

Carlos Armando Rodríguez (1991: 98) ubica estas investigaciones dentro de un contexto regional
(el suroccidente de Colombia y norte del Ecuador) opinando que:

De tal manera, hacia 1960 ya se habían sentado las bases de la arqueología en las
regiones Quimbaya, valle medio del río Cauca, Calima, Alto Cauca, San Agustín,
Tierradentro, Nariño-Carchi y Tolita-Tumaco. Habían sido identificados varios complejos
agroalfareros prehispánicos en estas regiones, y se habían dado los primeros pasos firmes
para su delimitación cronológico espacial. Por otra parte, la etnohistoria había irrumpido la
palestra, complementando en gran medida, la información suministrada por la arqueología
y la antropología física.

Algunas aproximaciones arqueológicas a la región se presentaron por medio de excavaciones de


rescate en un cementerio de Pupiales realizadas por el Instituto Colombiano de Antropología a
comienzos de la década de los 70’s (Groot de Mahecha 1989:181). Dentro de estas
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investigaciones se destaca la primera parte del trabajo de arqueología de rescate en la zona de
Pupiales por parte de Lucía Rojas de Perdomo, Luisa Fernanda Herrera de Turbay y Mauricio
Londoño. Este último aportó fechas obtenidas por radio carbono y se dan algunos pasos en la
clasificación de tipologías cerámicas (Rojas de Perdomo, Herrera de Turbay y Londoño 1974).

Con base en documentación etnohistórica, María Victoria Uribe (1975) hizo una aproximación a los
pastos del siglo XVI resaltando algunas indicaciones socioculturales como el parentesco y su
relación con el cacicazgo, implícitas en las crónicas y documentos. También proporcionó
elementos para evaluar el territorio y la sociedad pasto como frontera norte del imperio inca.
Posteriormente, Kathleen Romoli (1977-78), con base en el mismo tipo de documentación, realizó
una investigación llegando a proponer la existencia de varios grupos y su localización: pastos
(región centro-sur), quillacingas (al nororiente de los pastos) y abades (región centro norte) y
mencionó otros grupos como sucumbios y sindaguas.

Ambos estudios hicieron valiosos aportes sobre la demografía de estos grupos en el siglo XVI y
principios del XVII, la conquista de estos grupos por parte de los españoles, así como un intento de
caracterización social, económica y cultural. El estudio de Romoli es también importante porque su
aproximación a los documentos es crítica, aspecto que los investigadores del Handbook no
contemplaron. Por otro lado, Luis Fernando Calero (1991), con la misma metodología, avanzó
también hacia la definición de territorios y características etnográficas de los grupos nariñences. En
1
esta misma línea de ideas, Ana María Groot de Mahecha y Eva María Hooykas publican en 1991
un estudio donde intentaron hacer nuevos delineamientos territoriales de los grupos nariñences
utilizando la lingüística, la etnohistoria y la arqueología.

Apoyándose en investigaciones arqueológicas previas en la región de Carchi en el Ecuador,


realizadas por Alice Francisco (citada por Groot de Mahecha 1988: 183, Calero 1991: 32, Uribe
1976: 13, Uribe 1977-78: 154), donde se estableció una secuencia de tres estilos cerámicos, María
Victoria Uribe propuso la diferenciación de los mismos estilos cerámicos presentes en el altiplano
nariñence: Capulí, que apareció primero pero que continúa en el tiempo (De Francisco los colocó
como secuencia en la que Capulí da paso a los otros dos), simultáneamente a este último surgió
Piartal, identificado con los protopastos y Tuza, el más reciente, que parece corresponder a la
cerámica de los pastos del siglo XVI.

Uribe, manifestó que, de acuerdo tanto a los motivos decorativos de la cerámica encontrados en
tumbas, como a los objetos encontrados en otros contextos (plantas habitacionales y basureros),
se nota una relación cultural entre el litoral pacífico y el altiplano de Nariño. Desde otras regiones

1
La primera fase del estudio fue realizada en la década de los 70s.
7
se importaban al altiplano conchas marinas, oro, coca y algunos animales, a juzgar, según esta
autora, por los motivos faunísticos de las piezas cerámicas y otros objetos, principalmente de
madera. Estas relaciones decrecen con el tiempo al punto de ser poco evidentes en la fase Tuza
(Uribe 1976:13-18, Uribe 1977-78: 154-166).

Además existió un argumento paralelo a éste por parte de Uribe, la sociedad protopasto da paso a
una pasto menos compleja, es decir, la autoridad del cacique se vuelve difusa, perdiendo su
capacidad y su control político, los objetos son menos elaborados y la diferenciación social se
reduce, a juzgar por la distribución y composición de las tumbas. Es importante resaltar aquí que,
en un estudio posterior, J. Stephen Athens (1995) nota el mismo fenómeno: reducción en los
objetos foráneos para el norte del Ecuador, pero, contrario a Uribe, propone que entre más
compleja una sociedad menor debe ser el comercio a larga distancia.

La proposición de María Victoria Uribe de las tres fases y estilos cerámicos (Capulí, Piartal y Tuza)
asociados con etnias concretas -Piartal con protopasto y Tuza con pasto- es criticada por Felipe
Cárdenas-Arroyo (1995; 1996). El nuevo argumento es que no se pueden definir culturas de
acuerdo a estilos cerámicos, y que para este caso concreto han aparecido los dos estilos
simultáneos cronológicamente, o también fuera de las fronteras establecidas etnohistóricamente
para los pastos.

El problema básico, según Cárdenas-Arroyo, es que no podemos asumir que las fronteras étnicas
que nos traen los documentos del siglo XVI se comportaban así desde siglos anteriores a la
penetración española en el área. Además se podría postular que una diferenciación cerámica no
implica la existencia de dos grupos distintos, sino probablemente una diferenciación interna de la
misma sociedad, en la cual, la cerámica mas elaborada (Piartal) podría haber pertenecido a
contextos de élite. También se critica que la argumentación de Uribe solo tiene en cuenta una parte
del registro arqueológico, la cerámica, y que ésta proviene en su mayoría de tumbas (Cárdenas-
Arroyo 1995: 50-51). De otro lado Doyon (1995) pone en duda la secuencia de Francisco por tener
fallas metodológicas en la recolección de los datos, una de ellas la falta de fechas.

Por otro lado, datos etnohistóricos aportados por Uribe (1995a) y por trabajos arqueológicos de la
autora con investigadores ecuatorianos (Echavarría, Berenguer y Uribe 1995) apuntan a que en la
Fase Tuza los pastos del siglo XVI, sí realizaban intercambios con grupos a mediana y larga
distancia. Bien pudo haber sido cierto que las relaciones con la costa decayeran, pero el
abastecimiento de ciertos productos, casi todos de carácter santuario, se efectuó por intercambios
con grupos amazónicos.

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Gracias a la aparición del concepto de verticalidad y microverticalidad, en la teoría antropológica, el
entendimiento del funcionamiento de las sociedades del sur de Colombia y norte del Ecuador contó
con nuevas líneas interpretativas. Frank Salomon (1978) utilizó el concepto de microverticalidad
desarrollado por Udo Oberem y describió para el norte de los Andes un complejo de relaciones
comerciales realizadas por medio de especialistas (mindalaes) cuyo fin era el de abastecer de
productos provenientes de regiones ecológicamente distintas. Microverticalidadidad quiere decir
que los habitantes de un pueblo tenían campos situados en diferentes pisos ecológicos
alcanzables en un mismo día con la posibilidad de regresar al lugar de residencia por la noche.
(Oberem 1981:51)

Concretamente para el caso de los pastos, Salomon (1988) analizó un sistema de mindalaes
controlados por los caciques locales como medio para abastecerse de productos exóticos y de
regiones distantes. Salomon supone que los pastos estaban en vías de integración al imperio Inca
y proporciona elementos para entender cómo los pueblos conquistados por el Tawantinsuyu eran
integrados al nuevo sistema económico. María Victoria Uribe (1995a), utilizando el mismo concepto
de Obrem y algunas consideraciones de Salomon describió un complejo de intercambios
regionales en el sur de Colombia y norte del Ecuador y también postuló cierta penetración incaica
en la zona.

Estos argumentos son puestos en duda por Calero (1991) y por Carl Langebaek (1991), quien
niega que la penetración inca haya llegado hasta el sur de Colombia por la poca significación
económica que tienen los productos que estaban circulando. Los intercambios que estamos
observando no se dirigen a la obtención desde Perú u otras regiones de artículos necesarios; son
más bien la necesidad de las élites locales de obtener artículos exóticos y rituales, con lo cual
estaría sustentando y legitimando su poder.

Otro concepto de importancia en las investigaciones sobre el área de estudio es el de fronteras


étnicas o culturales. Para el caso colombiano se cuenta con el estudio de María Clemencia
Ramírez de Jara (1996a; 1996b), quien dirigió su atención al piedemonte amazónico de Nariño
como frontera entre el universo andino y el amazónico y a las características de intermediarios
entre estos dos universos de los habitantes del piedemonte, resaltando las relaciones culturales y
étnicas que desde la colonia se han tejido entre las dos regiones. Tamara Bray (1995) hace para
el norte del Ecuador (región de Pimampiro) unas consideraciones sobre el papel que jugaron las
áreas de frontera como puertos comerciales entre Andes y tierras bajas, y entre los fondos y partes
altas de los valles interandinos.

Un reciente estudio de Cristóbal Landázuri (1995) sobre los pastos del siglo XVI, proporcionó una
integración de los datos y las consideraciones anteriores (microverticalidad, delimitaciones étnicas
9
y relaciones comerciales), además presentó nuevos datos sobre la producción económica de los
pastos. Para este autor los procesos de circulación no pueden ser desligados de los de producción.
Utilizando conceptos clásicos sobre el comercio y el intercambio desarrollados por Carl Polanyi
(citado por Landázuri 1995: 84), como comercio e intercambio dirigido o administrado, es decir,
aquel en donde las relaciones económicas se dan entre unidades iguales o relativamente iguales y
los bienes intercambiados pueden ser iguales o equivalentes. Aquí también entran las relaciones
de redistribución del cacique.

La otra forma de comercio definida por Polanyi (citado por Landázuri 1995: 84) es el comercio libre
o mercantil, donde no existen relaciones simétricas entre los agentes y el valor de las mercancías
está regulado por las leyes de la oferta y la demanda que se presentan en el mercado. Landázuri
argumentó que ambos tipos de comercio se dieron entre los pastos y documentó para el siglo XVI
la existencia de mercados, mercaderes, productos circulantes y las regiones con las que
interactuaron los pastos.

Respecto al comercio e intercambio, Landázuri (1995: 86-87) presentó una síntesis de casos
documentados por otros autores para la región norandina: el de Rostwrosky para al área de
Chincha, donde se argumenta que los mercaderes del siglo XVI son de posible raigambre
preincaica y su función era la obtención de artículos de prestigio. El postulado de Murra de un
tráfico estatal y redistributivo como formas más generalizadas de intercambio económico en razón
de la ausencia de tributo y del modelo de “archipiélago vertical”. El modelo de Hartmann de
mercados y ferias, quien siguiendo a Murra opina que aparte de la reciprocidad y la redistribución,
se dieron formas de intercambios económicos mercantiles, las tres con la misma importancia. Por
último, coloca el planteamiento de Salomon descrito anteriormente.

En último lugar, cabe destacar el trabajo etnográfico y etnohistórico de Joanne Rappaport (1988)
sobre la interacción regional y la complementariedad de regiones en algunos resguardos del sur de
Nariño. Se incluyen en este trabajo las discusiones de los modelos de Murra y Oberem.

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1.3. CACICAZGOS Y CIRCULACION DE PRODUCTOS. ASPECTOS TEORICOS:

1.3.1. Una corta discusión acerca de los cacicazgos:

Existen varias teorías sobre el origen y desarrollo de los cacicazgos, así como también sobre su
caracterización y definición. En la presente investigación se hará una breve discusión sobre
algunas de ellas señalando posibles rutas de utilización de conceptos y esquemas.

Uno de los primeros antropólogos en hacer una generalización sobre los orígenes y naturaleza de
los cacicazgos fue Elman Service en los años 60. Anteriormente, autores como Steward, Faron y
Oberg, y posteriormente Sahlins, habían descrito en varias partes de Polinesia y América del Sur
un tipo de sociedades que rebasaban en algunas instituciones sociales y económicas el simple
nivel tribal, pero que tampoco se podían considerar como sociedades estatales. Service integró los
datos de estas sociedades y propuso la siguiente definición:
Un cacicazgo ocupa un nivel de integración social que trasciende a la sociedad tribal en
dos importantes aspectos. Primero, un cacicazgo es usualmente más denso socialmente
que la tribu, aumento hecho posible por una mayor centralización. Pero segundo, y más
indicativo de su estadio evolutivo, la sociedad es también más compleja y más organizada,
particularmente diferenciado de la tribu por la presencia de centros que coordinan
2
actividades económicas, sociales y religiosas (1966:143)

Este enfoque se remite a dos aspectos principales que no están tan implícitos en la definición
propuesta. En primera medida, existe en tales sociedades una especialización en la producción. En
segundo lugar, se presentan centros de distribución de productos. Esto está relacionado con la
alta integración social de los cacicazgos, porque según Service se debe precisamente a un
incremento en la producción y la redistribución. Aclara que tanto en bandas como en tribus existen
la especialización en la producción y la redistribución; la gran innovación de los cacicazgos es la
aparición de un agente central de coordinación. Tal personaje comienza a trascender el plano
simplemente económico y comienza a tener un papel importante en actividades sociales, políticas y
religiosas. (Service 1966:144; 1975: 75).

2
Traducción propia.
11
Sobre su surgimiento aclara Service (1966:145): “Claramente, la redistribución es una
consecuencia de la especialización y muestra necesidades de una coordinación y asignación de
3
productos ”

Pueden existir dos tipos de especialización que pueden conducir o guiar hacia una redistribución;
ambos son independientes, pero no mutuamente excluyentes. El primero (según Service el más
frecuente) está relacionado con la especialización regional o ecológica en la producción de
diferentes unidades residenciales; el segundo tipo de especialización está en conexión directa con
una cooperación de intereses o capacidades individuales en esfuerzos productivos.

Los cacicazgos sedentarios normalmente habitan áreas de variados recursos naturales,


con numerosos nichos ecológicos requiriendo simbiosis locales y regionales. Algunos están
4
localizados en valles de montaña con variaciones en altitud (Service 1975:75)

Para Service (1966) esto es sólo posible en comunidades agrícolas con un alto grado de
sedentarización donde se puede generar un excedente con miras a dedicarlo al intercambio con
productos de regiones o zonas distintas. Es el agente central de coordinación quien se encarga de
regular los intercambios y la redistribución de los productos. Como se explicó arriba, este agente se
convierte en líder, trasciende su papel de regulador económico y se hace visible al coordinar
labores de planeación y en la guerra.

Cuando el puesto del líder dentro de la comunidad empieza a ser hereditario, comienza además a
dejar de participar en la producción directa de alimentos y es seguido en el escalafón social por un
grupo de especialistas que tampoco participan en tal producción. Cuando observamos una
verdadera estratificación y desigualdad social, nos encontramos según Service ante un cacicazgo
(1966:150). Dicho líder o, mejor expresado, el cacique, comienza a necesitar legitimidad y objetos
que marquen la diferencia entre él y sus súbditos y más aun con los plebeyos. La conexión del líder
con lo sobrenatural y lo divino comienza a aparecer. Mediante el intercambio a larga distancia el
cacique obtiene objetos y mercancías exóticas para el ritual y para marcar su diferencia social
(Service 1975:91-93).

Por su parte, Harris (1992) asocia el surgimiento de sociedades jerarquizadas o cacicazgos con la
evolución de los sistemas de “grandes hombres” y la aparición de la redistribución estratificada; es
decir, con el cambio que se produce entre un cabecilla redistribuidor que no puede controlar
punitiva o militarmente el incremento de la producción y su distribución, y el que tiene la forma y la
legitimidad de hacerlo.

3
Traducción propia.
4
Traducción propia.
12
Algunos modelos aparecidos posteriormente, como el de Robert Carneiro (1981) (por citar sólo un
ejemplo), plantearon “nuevos modelos” en los cuales se incluyen aspectos como circunscripción,
crecimiento de población y guerra como posibles variables para la comprensión tanto del origen
como de la caracterización de los cacicazgos. Según Drennan (1993) otros autores desarrollaron
teorías y modelos que tuvieron en cuenta otras variables y que, saliéndose de la pretensión de
indicar únicos factores de cambio social o primeros motores, tratan de realzar detalles específicos
sobre cada desarrollo local sin perder de vista consideraciones generales.

Lo anterior es extraído de modelos como el de Flannery, quien a partir de considerar la aplicación


de la teoría de sistemas a la evolución humana trata de integrar todas las variables contempladas
dentro de un sistema en el cual existe [...] toda una serie de variables importantes con complejas
5
interacciones y feedback entre ellas. [...] Una forma de organizar las variables de tal teoría
evolutiva consiste en considerar la sociedad humana como una clase de sistema vivo y aplicarle un
modelo general de tales sistemas. (Flannery 1975: 29-31).

Lewis Binford (1991:247) propone argumentos críticos sobre los modelos de origen de los
cacicazgos planteados arriba:
El argumento en defensa de la redistribución carece de bases objetivas: por el momento,
las noticias que tengo sobre los agentes redistributivos indican que operan en sociedades
basadas ya en el poder político y dudo que el poder sea el resultado de un comportamiento
amable. Los argumentos a favor de los incentivos económicos, practicados con la finalidad
de intensificar la producción necesaria para sostener un sistema complejo, se asemejan al
problema del huevo y la gallina. De todos modos, conocemos poco acerca de porqué
alguien <<querría>> un sistema complejo hasta el extremo de invertir esfuerzo para
producir en exceso. Deben existir presiones a favor del cambio en el sentido darwiniano,
todavía no podamos identificar cuales son y cómo operan. Los argumentos a favor del
comercio, como base necesaria para adquirir el poder, generalmente fracasan,
porque la mayoría de los ejemplos citados como evidencia se refieren al intercambio de
obsequios sociales y no a artículos de consumo valorados económicamente: aquellos
nos informan acerca de las alianzas sociales existentes entre individuos y no sobre la
articulación económica de los grupos sociales.

Una de las teorías que también revaluaron los postulados sobre la redistribución, y a su vez
propuso mecanismos que condujeron a entender el surgimiento de cacicazgos y su dinámica
interna fue la propuesta de Timothy K Earle. Este definió a los cacicazgos como:
[...] sociedades de nivel intermedio, constituyéndose en un puente entre sociedades
acéfalas y estados burocráticos, el termino es actualmente entendido como entidades
políticas organizadas regionalmente, con una población de miles o decenas de miles de
individuos. Esta organización es constituida por una jerarquía central de líderes que
organizan al resto de la población. La diferenciación socio-política genera ciertas dinámicas
6
de competición, manejo y control, convirtiéndose en la base de la evolución al estado
(Earle 1987: 279).

5
Retroalimentación.
6
Traducción propia.
13
Para este autor los cacicazgos presentan tres características económicas principales: su escala de
integración, por lo cual entiende el alcance del control político que se puede tener sobre un grupo
de poblaciones organizadas regionalmente y en estrecha relación con esto el grado de cohesión,
dispersión, tamaño de los asentamientos; a su vez éste puede tener relación con la productividad
del cacicazgo. Otra característica es la coordinación y toma de decisiones centrales, realizada en
un cacicazgo por una jerarquía y relacionada con el control político y la integración (cuanto más
extenso y cohesionador es el poder político mayor serán, obviamente, las jerarquías y la cantidad
de éstas). Además cuando dicho poder crece se sobrepasa el simple nivel individual apareciendo
un cuerpo de especialistas que efectúan la coordinación y toma de decisiones. Por último, aparece
la estratificación como otra característica económica de los cacicazgos. Esto es una persona o
personas que por su control político disfrutan de ventajas económicas y sociales, y es reconocible
por el diferente acceso a productos y servicios, así como también en salud y dieta, la construcción
de viviendas y el tipo de entierros (Earle 1987: 288-291).

Por otro lado Earle dividió en dos las proposiciones que se han hecho con respecto a las bases
7
económicas de los cacicazgos. Son éstas la administración (managment ) y control (control ). “Los
cacicazgos fueron originalmente vistos como una organización centralizada, una sociedad
8
redistributiva en esencia ” (Earle 1987:291-292). Esta relación entre centralización y economía fue
debatida: en primera instancia cuál de las dos (administración y control) prevalece; segundo, si el
énfasis es en el control, el debate se presentó entre un control derivado o resultante de la
producción de materias primas o relacionado con una distribución de la riqueza (Earle 1987:292).

9
Service (citado por Earle: 292 ) proponía que la organización regional y la administración central de
los cacicazgos resultaba de una especialización local, producto de una variedad ecológica, en la
cual se requería un agente central que coordinara el intercambio y la interdependencia entre las
comunidades locales.

Este modelo se basó en informaciones sobre la Polinesia, donde existe una gran diversidad
ecológica. Otros análisis indicaron que la producción especializada de cada comunidad no es el
mejor candidato para argumentar la redistribución por un agente central, por el contrario, se ha
podido evidenciar que tal producción local es autosuficiente en productos básicos. También parece
ser poco exitoso que la redistribución haya sido el mecanismo responsable para la circulación de
productos dentro del cacicazgo, además sólo en muy pocas épocas del año existen ceremonias
redistributivas como para poder suplir de necesidades básicas a cada unidad doméstica. Muchas

7
Términos en inglés que utiliza el autor en el texto.
8
Traducción propia.
9
Earl utiliza el texto de Service de 1966 que se citó anteriormente.
14
de estas movilizaciones se hacen con el fin de financiar el festín y el ritual, y la atención y
alimentación de los invitados del cacique (Earle 1987: 292).

Otros postulados, en especial los de Karl Wittfogel (Citado por Earle: 292), indicaron que la
administración central de recursos por parte de un cacique jugó un papel de primera magnitud en la
construcción de grandes obras de ingeniería, primordialmente canales de riego; sin embargo, como
expresó Earle (1987: 293), las evidencias indican que no en todos los cacicazgos se aprecian
obras de este tipo. La guerra como mecanismo para explicar el papel de un agente central de
administración (se requiere organizar la producción de recursos y manejar la población) se
rechazó. Si se recurre a la acción bélica por una necesidad de encontrar tierras debido a un
crecimiento de la población, al final de la contienda el vencedor no solo obtendrá nuevas tierras,
también una nueva cantidad de población (Earle 1987: 193). Otra posibilidad para argumentar el
puesto que ocupa la administración dentro de las bases económicas de los cacicazgos es la
imagen del cacique como un banquero, un almacenista que administra los bienes de la población y
las diversas comunidades para minimizar los riesgos inherentes a una intensificación en la
producción. El argumento tiene sus puntos débiles cuando se toma en cuenta el problema de la
distancia entre comunidades y poblaciones, y las necesidades de cada población (Earle 1987: 293-
294).

La otra base económica de los cacicazgos que fue definida por Earle (1987: 294) es el control.
Para algunos la explicación de la evolución de las sociedades complejas radicó en la forma en que
una élite de acuerdo al grado en que controle la economía. Este control es producto de un acceso
diferencial a recursos productivos y el intercambio de bienes o que tal control sirve para canalizar
tales recursos para la circulación de bienes, ambos permiten canalizar canales de energía y el
control sobre el trabajo. “En este sentido, la evolución de sociedades complejas es dependiente de
10
la movilización y uso de recursos para financiar élites e instituciones asociadas a éstas ”. Este
control está reducido a una pequeña fracción de la población y trae consigo un mayor éxito
reproductivo y un incremento en el nivel de vida.

Existió también un debate respecto a la naturaleza de este control. Una primera postura enfatizó el
control sobre la producción, basado en un dominio sobre los recursos productivos, principalmente
la tierra. En economías redistributivas la tierra pertenece al cacique, el derecho que tiene sobre
ésta radica en que fue conquistada por él, y los comunes tienen como obligación trabajarla y dar su
producción al cacique, quien la almacena y luego la distribuye. Aquí se distinguen dos tipos de
personas: productores y no productores; los primeros trabajan para el mantenimiento de los
últimos. Otra vía alternativa para explicar el control sobre la producción enfatiza el rol que juega el

10
Traducción propia.
15
cacique en la manufactura de tecnología productiva. Esto se puede ilustrar con dos ejemplos: en el
caso de la importación de piedras y la hechura de instrumentos para trabajar la piedra en las islas
Trobriand y el control sobre la distribución y elaboración de herramientas de hierro en Europa
durante la Edad del Hierro (Earle 1987: 294-295).

Otra postura enfatizó el control que tiene el cacique sobre la distribución de bienes de prestigio. La
simple existencia de bienes de prestigio en una sociedad no sirve para argumentar complejidad
social, de hecho existen también en sociedades acéfalas. La clave está en entender cómo la
circulación de estos bienes es controlada por una persona. La creación de esferas de intercambio
muestra cómo se restringe la participación de algunos sectores. Esto, además, está relacionado
con el intercambio a larga distancia y con el control y administración sobre su manufactura (Earle
1987: 296-297).

Una tercera posición argumentó que el control está radicado en el dominio sobre las fuerzas
bélicas y la producción y circulación de armas. Se postula aquí la existencia de fuertes élites
guerreras. Una de las funciones del cacique, además de ser un foco de su poder, es la conquista
de nuevas tierras y la captura de esclavos (Earle 1987: 297).

Este autor también exploró las bases ideológicas de los cacicazgos argumentando que en éstos
se necesita crear una ideología que sustente la posición de la élite y colabore con el mantenimiento
del sistema. Estas bases están en relación con relaciones de poder; están plasmadas en el ritual,
la iconografía, la construcción de templos y obras monumentales, y la creación de tierras sagradas;
y tienen directa incidencia con esferas de interacción entre élites y circulación de bienes de
prestigio (Earle 1987: 298-300).

1.3.2. La circulación de productos:

Para entender y poder trabajar sobre los mecanismos de circulación de productos es necesario
aclarar los conceptos que se utilizan en esta investigación. En primer lugar, nos referimos aquí al
término circulación de productos como un término amplio dentro del cual se incluyen otros más
específicos como intercambio, reciprocidad, redistribución e inclusive tributación. No obstante, se
hace preeminente hacer una revisión de cada uno de ellos. Como en el caso de los cacicazgos se
hará una síntesis de las teorías existentes y luego se pasará a la discusión.

Una primera aproximación a los conceptos reciprocidad, redistribución e intercambio la aportó la


teoría de Karl Polanyi (1976). Para este autor el estudio de las formas económicas, denominadas

16
por él sociedades arcaicas, se tiene que desligar de la teoría de economía de mercados,
proponiendo que existe una forma nueva de entenderlas bajo una forma de economía institucional.

Reciprocidad, redistribución e intercambio dan coherencia y estabilidad a la economía institucional;


son formas de integración que se manifiestan juntas en diferentes niveles y en distintos sectores.
No se pueden separar para colocar alguna de ellas como dominante. Se constituyen como
herramientas eficaces a la hora de entender el funcionamiento de cada nivel o de cada sector
(Polanyi 1976: 296).

La reciprocidad supone movimientos entre puntos correlativos de agrupaciones simétricas;


la redistribución consiste en movimientos de apropiación en dirección a un centro primero
y, posteriormente, desde este centro hacia afuera otra vez; por intercambio entendemos
movimientos recíprocos como los que realizan los <<sujetos>> en un sistema de mercado.
La reciprocidad. Pues, presupone un trasfondo social de agrupaciones distribuidas
simétricamente; la redistribución depende de la presencia de cierto grado de centralización
del grupo; el intercambio, para producir integración; necesita un sistema de mercados
creadores de precios. Es evidente que las distintas pautas de integración se encarnan en
estructuras institucionales distintas (Polanyi 1976: 296) .

Son mecanismos que transgreden el plano personal y requieren estructuras sociales


preestablecidas como podría ser por ejemplo, el sistema de parentesco y la reciprocidad, o una
estructura de centralización y la redistribución, o un mercado creador de precios y el intercambio.
No son la suma o el producto de las conductas individuales lo que produce alguno de los tres
mecanismos. “Superficialmente, la pauta institucional puede parecer el resultado de una
acumulación de la conducta individual correspondiente, pero los elementos vitales de organización
y consolidación son creados por un tipo de conducta totalmente diferente” (Polanyi 1976: 296-297).

Sólo en un entorno organizado simétricamente la conducta de reciprocidad dará lugar a


instituciones de alguna importancia; sólo donde se han creado centros de asignación de
recursos los actos de reparto de los individuos podrán hacer surgir una economía
redistributiva; sólo en presencia de un sistema de mercados creadores de precios los actos
de intercambio realizados por los individuos originarán precios fluctuantes que integren la
economía (Polanyi 1975: 298).

También argumenta que:

La reciprocidad, como forma de integración se refuerza notablemente cuando consigue


utilizar tanto la redistribución como el intercambio como métodos subordinados. Puede
llegarse a ella a través de la división del peso del trabajo según reglas definidas en
redistribución como el caso de realización de tareas <<por turno>>, y también, a veces, a
través del intercambio a equivalencias fijas para beneficiar a la parte que carece de algún
tipo de bienes de primera necesidad (ésta es una institución fundamental en las
sociedades orientales antiguas). En las economías sin mercado la reciprocidad y la
redistribución se dan con frecuencia juntas (Polanyi 1975: 299).

17
Tanto reciprocidad como redistribución funcionan siguiendo modelos generales de la sociedad. En
el caso de la primera, las relaciones recíprocas entre familias seguirán el modelo de simetría
adoptado por el clan o el tótem. La redistribución surge mientras existan modelos o leyes que
muestren cómo debe ser la asignación y el movimiento de entidades centralizadas. Esta no es
necesariamente física, puede también tener una connotación jurídica como en el caso de los
derechos sobre la localización física de los bienes (Polanyi 1975: 298-299).

El intercambio para que sirva como mecanismo de integración requiere un sistema de mercados
generadores de precios. Polanyi distinguió tres tipos de intercambio: Intercambio operacional:
“movimiento puramente físico de un <<cambio de lugares>> entre los sujetos”; un intercambio
acordado: “los movimientos apropiativos de intercambio, a una equivalencia fija”; y intercambio
integrador: “equivalencia acordada “ (Polanyi 1975: 300).

Cuando el intercambio se produce a una equivalencia fija la economía está integrada por
los factores que fijan dicha equivalencia, no por el mecanismo de mercado. Incluso los
mercados creadores de precios no son integradores más que cuando están enmarcados
en un sistema que tiende a extender el efecto de los precios a otros mercados que no sean
los directamente afectados.
Se ha se ha señalado justamente en el regateo la esencia de la conducta negociadora.
Para que el intercambio sea integrador la conducta de las partes ha de estar orientada a
producir un precio que favorezca el máximo a cada uno de los contratantes. Este
comportamiento contrasta fuertemente con el intercambio a un precio fijo. La ambigüedad
del término ganancia tiende a ocultar la diferencia. El intercambio a precios fijos no supone
más que una ganancia para las dos partes implicadas en la decisión de intercambiar; el
intercambio a precios fijos fluctuantes tiene como objetivo una ganancia que sólo se puede
conseguir por una actitud de claro antagonismo entre los contratantes. Este elemento de
antagonismo puede presentarse muy diluido, pero no se puede eliminar (Polanyi 1975:
300).

Para este autor las tres formas de integrar la economía son un intento valido de entender un
sistema económico. Otros autores intentaron entender la economía bajo la perspectiva de otros
sistemas de integración como pueden ser la tenencia de tierra o la forma de apropiarse del trabajo,
y de acuerdo a esto han propuesto etapas de desarrollo histórico como pueden ser la sociedad
llamada por Polanyi bárbara: “caracterizada por la integración de la tierra y el trabajo en la
economía por medio de vínculos de parentesco”, la sociedad feudal en donde “los vínculos de
lealtad determinan el destino de la tierra y de la fuerza de trabajo ligada a ella”, los imperios
fluviales poseen el templo y el palacio que son los encargados de distribuir la tierra y el trabajo.
Con el surgimiento del mercado la fuerza de trabajo y la tierra comienzan a entrar en un sistema de
intercambio, convirtiéndose además en productos de libre adquisición. Esclavitud, servidumbre y
trabajo asalariado pueden constituirse como las tres etapas de desarrollo histórico (Polanyi 1975:
301).

18
Polanyi criticó estas posiciones (colocar la tierra o el trabajo como formas integradoras de la
economía) y argumenta que las que él propone no permiten agrupaciones cronológicas, ni
superposiciones en el tiempo. Junto con una forma dominante pueden estar funcionando las otras
dos subordinadas.
Las sociedades tribales practican la reciprocidad y la redistribución, y las sociedades
arcaicas son predominantemente redistributivas, aunque pueden permitir cierto grado de
actividad comercial. La reciprocidad, que desempeña un papel dominante en algunas
comunidades melanesias, aparece como un rasgo de cierta importancia, aunque
subordinado, en los imperios antiguos redistributivos, en los que modela en gran medida la
organización del comercio exterior (llevado a cabo en forma de regalos y contrarregalos)
(Polanyi 1975: 301).

Dejando de lado estas consideraciones reflexionemos con mayor cuidado la forma en que Karl
Polanyi analiza el comercio, pues uno de los objetivos en esta investigación es adentrarse en el
papel que el intercambio y el comercio jugaron para el grupo pasto en el sur de Colombia.

Un simple análisis de datos aportados por la antropología y la historia bastan para comprobar que
la teoría de mercados se queda corta a la hora de entender el funcionamiento del intercambio
como forma integrativa de la economía. Para esta teoría el mercado aparece como el lugar del
intercambio, el comercio su forma y el dinero su medio. “El mercado es la institución generadora de
la que el comercio y el dinero son las formas”. Sin embargo no todo el comercio está orientado por
precios ni éstos en función del mercado, tampoco todo dinero es dinero para el intercambio. Para la
teoría de mercados éste se presentó como el armazón conceptual bajo el cual están cobijados el
comercio y el dinero; presentándose el esquema como “un movimiento de bienes en dos
direcciones a través del mercado, y el dinero como bienes cuantificables utilizados para el
intercambio indirecto con la finalidad de facilitar dicho movimiento”. Este enfoque conduce a “ver
mercados donde no hay y a ignorar la existencia de comercio y de dinero cuando no se puede
probar que actúan en un marco de mercado” (Polanyi 1975: 302-303).

Es necesario para este autor hacer un análisis por separado de lo que significan el comercio, el
dinero y los mercados. El comercio se define fácilmente como la forma pacífica de adquirir
artículos y productos que en un lugar y en un momento determinado no se obtienen fácilmente. Es
una actividad que como la caza, o las incursiones bélicas, trasciende el nivel individual y como no
toda búsqueda de bienes en lugares distantes (animales, productos de recolección o mujeres)
implica una bilateralidad, ésta se postula como uno de los distintivos del comercio.
Consecuentemente, éste se centra en la finalidad de intercambiar productos entre dos o más
grupos. Estas transacciones comerciales “no producen tasas de intercambio, como funcionaría en
un mercado generador de precios, sino que por el contrario las presuponen”. No existe la
posibilidad de ganancia personal, ni la acción de mercaderes individuales. “Tanto en el caso de que
el jefe o el rey actúe en nombre de la comunidad tras recoger entre los miembros de ésta los

19
bienes de <<exportación>> como el de que los grupos se encuentren físicamente en la playa para
intercambiar, la acción era básicamente colectiva” (Polanyi 1975: 303-304).

Este modelo implica que el comercio se realice mediante el transporte de productos a lugares
distantes y en direcciones opuestas. Esto genera varios componentes que pueden ser estudiados
por separado: las personas que realizan las actividades comerciales, las mercancías, es decir los
bienes y productos que se intercambian, el transporte y la bilateralidad.

Respecto a las personas que efectúan las transacciones existen motivos referentes a la condición
del mercader, bien puede ser una motivación de rango (el individuo que adquiere elementos de
deber y servicio) o la motivación de ganancia, es decir el beneficio material que se obtiene. Aparte,
el comerciante generalmente está inserto en una clase social determinada y el beneficio material
no radica necesariamente en la adquisición de los bienes obtenidos directamente por él en las
transacciones, ésta puede estar dada por la recompensa que el rey o el jefe le otorga en tierras o
en fuerza de trabajo por la obtención de los productos distantes, productos que pueden ser
necesarios política o militarmente. Esto se puede relacionar directamente con la motivación de
rango (Polanyi 1975: 304-305).

Respecto al tipo de mercancías, sus consecuentes dificultades de transporte, la distancia a


recorrer, y las condiciones políticas y ecológicas, Polanyi (1975: 306) argumentó que en este
sentido los orígenes de las diversas instituciones comerciales que se observan en la historia
poseen cierta especificidad.

La decisión de adquirir un tipo de bienes en un lugar determinado se toma en


circunstancias diferentes de las que aconsejarían comprar otros productos en algún otro
lugar. Por consiguiente las aventuras comerciales tienen un carácter discontinuo. Están
restringidas a empresas concretas, que se liquidan una por una y no tienden a convertirse
en una actividad continua.
La especificidad del comercio está agudizada por la necesidad de adquirir los productos
importados por medio de otros exportados, pues cuando la economía no está regida por el
mercado las importaciones y las exportaciones tienden a estar sometidas a regímenes
distintos. El proceso por el que se recogen los productos destinados a la exportación suele
estar separado y ser relativamente independiente del que rige el reparto de los bienes
importados. El primero puede ser una cuestión de tributos o impuestos feudales o de
cualquier otro mecanismo por el que las mercancías fluyan hacia el centro, mientras que
los impuestos repartidos pueden discurrir por canales completamente diferentes (Polanyi
1975: 305-306).

Para Polanyi existen tres tipos principales de comercio si se lo mira en lo respectivo a la


bilateralidad que tales transacciones implican. En primer lugar un comercio de presentes, en donde
las reglas de reciprocidad existentes unen a las dos partes interactuantes. Puede estar
encaminada a una función ceremonial, y también estar regulada por tratos políticos entre jefes y
reyes. Los productos implicados son tesoros, artículos de lujo. Es el caso típico de los presentes
20
dados por visitantes o amigos huéspedes. Aquí los contactos son superficiales y los intercambios
reducidos y espaciados. (Polanyi 1975: 307).

Otra clase de comercio es el comercio administrativo. Este se regula por tratados más o menos
formalizados. Para ambas partes la respectiva importación y exportación de mercancías se hace
bajo canales regulados por el gobierno (esto supone la existencia de un centro que contenga una
institución política permanente) y asociado con su modelo y prácticas redistributivas. “Por
consiguiente, toda la actividad comercial está regida por métodos administrativos”. Los acuerdos
entre los contratantes incluyen: “los acuerdos sobre las <<tasas>> o proporciones en que se
intercambian las unidades, las facilidades portuarias, el peso, la comprobación de la calidad, el
intercambio físico de las mercancías, la vigilancia, el control del personal comercial, la
regularización de los <<pagos>>, los créditos, y las diferencias de precios” (Polanyi 1975: 307-
308).

Dentro de la clasificación anterior es fundamental la existencia de puertos de comercio, término


que por cierto no es equiparable a mercado. Definida por Polanyi (1975 : 308) de la siguiente
manera:

Una vez establecidas en una región, bajo la protección solemne de los dioses, las formas
administrativas de comercio pueden practicarse sin ningún tratado previo. La principal
institución es, como se empieza a comprender ahora, el puerto de comercio, como
llamamos aquí al lugar donde se desarrolla el comercio administrativo. El puerto de
comercio ofrece seguridad militar a la potencia interior, protección civil al comerciante
extranjero, facilidades de fondeo, descarga y almacenamiento, autoridades judiciales,
acuerdo sobre productos a intercambiar y sobre las <<proporciones>> de las diferentes
mercancías en paquetes mixtos.

Por último existe el comercio mercantil. En esta forma los intercambios son la forma de integración
que relaciona las dos partes entre sí. Es la organización del comercio de mercado, donde los
precios están sometidos a la oferta y la demanda y la gama de productos es casi ilimitada. “El
mecanismo del mercado demuestra su inmenso campo de aplicación al adaptarse no sólo al
manejo de mercancías, sino al de cualquier otro elemento del comercio: almacenamiento,
transporte, riesgo, crédito, pagos etc., gracias a la formación de mercados especiales para fletes,
seguros, créditos a corto plazo, capital, espacio de almacenamiento, facilidades bancarias y así
sucesivamente” (Polanyi 1975: 309).

Recordemos que Polanyi había definido que dentro de los elementos constitutivos del intercambio
había que separar comercio, moneda y mercados. Entremos en el análisis de la moneda.
Nuevamente se aplica a una definición de los usos monetarios, o el dinero independiente del
comercio o el mercado, y hace una distinción entre pago y dinero.

21
El pago puede ser definido como el “descargo de obligaciones en el que cambian de manos
objetos cuantificables. La situación se refiere aquí no a un tipo de obligación sino a varios, pues
sólo si un objeto se utiliza para eliminar más de una obligación podemos hablar de él como
<<medio de pago>> en el sentido distintivo del término (de lo contrario sólo se puede hablar de
descargo de obligaciones en especie)” (Polanyi 1975: 309-310) .

El dinero puede ser un medio de pago. Es una equiparación de las cantidades de diferentes tipos
de productos. La situación puede ser el intercambio (Polanyi lo llamó trueque) o la administración
de alimentos. La operación es atribuirle valores numéricos a los objetos de las transacciones con el
fin de facilitar su manipulación. Esto puede ser fundamental para el funcionamiento de los sistemas
redistributivos, en el caso del almacenamiento de alimentos y otros bienes, facilita la labor al
deudor y al acreedor. El dinero como medio para el intercambio surge de la necesidad de objetos
cuantificables para el intercambio indirecto, es decir “adquirir unidades de dichos objetos a través
de transacciones directas, para adquirir los productos deseados por medio de un ulterior acto de
intercambio”. Cuando no hay mercados su utilización como medio de intercambio no es más que
un rasgo cultural secundario. Además la utilización de objetos cuantificables no necesariamente
está restringida a usos monetarios, puede estar encaminada a su utilización con fines estadísticos
o administrativos, relacionados, claro está, con la vida económica (Polanyi 1975: 310-311).

Por último nos referiremos al mercado. Este aparece cuando existe un sistema creador de precios,
es decir cuando se presenta una relación entre oferta y demanda. Aquí el intercambio se realiza
con equivalencias negociadas y es el espacio donde se desarrolla el comercio mercantil (Polanyi
1975: 311-315).

Maurice Godelier es otro autor que propuso nuevos argumentos para el entendimiento de los
procesos e instituciones que rigen la circulación de productos. “[...] el modo de reparto y circulación
de los productos dependen del modo de reparto de los medios de producción” (Godelier 1981: 89).

Criticando las posturas “sustancialistas” al estilo de Polanyi o Dalton (citados por Godelier 1981:
12) , para los cuales la economía es definida como “las formas y estructuras sociales de
producción, distribución y circulación de bienes que caracterizan a una sociedad en un
determinado momento de su existencia”, Godelier (1981: 13) propuso :
[...] analizar y explicar las formas y estructuras de los procesos materiales de cada
sociedad con ayuda de los conceptos desarrollados por Marx, principalmente los de
<<modo de producción>> y <<estructura social>>. Con el término modo de producción, en
sentido restringido, se quiere señalar la combinación concreta de las fuerzas productivas y
las relaciones de producción capaces de reproducirse y que determinan tanto la estructura
como la forma de los procesos de producción y la circulación de bienes en el interior de
una determinada sociedad histórica.

22
Para este autor existen dos categorías de circulación de bienes que se definen por el grado en que
están ligadas al mercado. “De hecho son varias, son varios los modos de circulación que pueden
coexistir y articularse en el marco de un solo modo de producción, dependiendo de que los
productos implicados en ellos sean medios de producción, de subsistencia, o lo que Cora Du Bois
ha llamado <<bienes de prestigio>> “(Godelier 1981: 91).

[...] la diferencia entre estas dos clases de bienes se da a la vez una jerarquía recíproca y
no una convertibilidad correlativa a su función, su utilidad dentro del mecanismo de la
reproducción del modo de producción, y de las estructuras sociales en cuyo interior dichos
bienes se producen y circulan (Godelier 1981: 91).

Volviendo sobre la redistribución es quizás Marvin Harris (1992:322) quien mejor sintetizó el
desarrollo y caracterización de la redistribución. Es importante resaltar la distinción entre formas
igualitarias y estratificada de redistribución:
En la forma igualitaria, la aportación a los fondos centrales es voluntaria y los trabajadores
recuperan todo o la mayor parte de lo que han aportado o artículos de valor comparable.
En la forma estratificada, los trabajadores deben contribuir a los fondos centrales o sufrir
castigos, y puede que no se les dé nada a cambio. De nuevo, en la forma igualitaria, el
redistribuidor carece de poder para obligar a sus seguidores e intensificar la producción, y
debe depender de su buena voluntad.

Otro importante aporte teórico a lo relacionado con la circulación de productos fue el de Marcel
Mauss. En un artículo sobre intercambio de bienes de élite Cristóbal Gnecco (1996) exploró acerca
de los postulados de Mauss sobre el intercambio y los de Meillasoux sobre los bienes de élite.

Mauss propuso que el intercambio ocupa un lugar importante en sociedades arcaicas. Idealmente
éstas son autosuficientes, por lo cual se entra en la pregunta ¿si son autosuficientes para qué
intercambian?. Esta autosuficiencia se encuentra allí donde: “la circulación no es mercantil, las
unidades de producción y consumo son homólogas, i,e, las dos unidades están construidas bajo el
mismo principio y por el mismo mecanismo, de tal manera que son del mismo tamaño y estructura;
las unidades de producción y consumo son co-términas, i.e, la unidad de producción encuentra
dentro de sí misma las condiciones necesarias para su reproducción” (Terray citado por Gnecco
1996: 179).

Mauss definió los intercambios ocurridos dentro y entre sociedades, dando el nombre a este
sistema de intercambios como “prestaciones totales”. El intercambio ocurre entre grupos, no entre
individuos, estando las dos partes en obligación contractual; los grupos se constituyen como
personas morales (clan, tribu, familia, etc.) siendo los jefes de éstos o sus cabezas sus
intermediarios, y estando además en oposición a otros iguales; los bienes intercambiados no son
necesariamente bienes materiales, también pueden ser asistencia, rituales, mujeres y niños; bajo

23
una apariencia de voluntariedad son obligatorias, existiendo una sanción para el incumplimiento
(por ejemplo la guerra) (Gnecco 1996: 180).

Las prestaciones totales de Mauss están envueltas en un sistema de prestaciones y


contraprestaciones que envuelven a todo tipo de instituciones sociales y existe una relación directa
entre transferencia de objetos y posición social (Gnecco 1996: 180).

Se proponen dos tipos de bienes para intercambiar: bienes de circulación libre y circulación
restringida. Los primeros son los que suplen necesidades básicas para la reproducción de la
formación económica y social, y su circulación generalmente se hace dentro del grupo y su
movimiento no implica una consecuencia política directa. Los segundos son bienes de circulación
cerrada y cuyo acceso es restringido, su utilidad inmediata para el grupo no es cuantificable y
circulan entre segmentos homólogos de grupos distintos. Estos tipos de bienes tienen una crucial
importancia para la reproducción de las condiciones de producción de grupos sociales
particulares. Los bienes de circulación restringida son llamados por Claude Meillasoux (citado por
Gnecco 1996: 180) “bienes de élite” y están asociados al surgimiento y mantenimiento del poder
político, ésta es la circulación más característica de las sociedades autosuficientes (Gnecco 1996:
180-181).

“El modelo Meillasoux se limita a sociedades autosuficientes segmentarias basadas en el linaje y


excluye a sociedades que viven de la caza-recolección, como agrícolas que producen para
intercambiar”. Este autor notó que los intercambios de estos bienes se hacen entre las élites de los
linajes y, en particular, “el intercambio de mujeres y acceso restringido a varias clases de
conocimiento esotérico”. Reciprocidad y redistribución son en realidad las relaciones económicas
que se dan dentro de estas sociedades, esta última puede adquirir un papel de “reciprocidad
altruista institucional”. Existe también dentro de este modelo una circulación vertical de bienes:
comunero-élite y élite-comunero (Gnecco 1996: 181).

La reciprocidad debe entenderse, según Gnecco (siguiendo a autores como Sahlins y Earle) dentro
de un plano político, más que económico, critica además las posturas que ven en la redistribución
una función exclusivamente económica en lo que respecta a la distribución de bienes básicos.
Discutible o no, tanto su función como su definición, la redistribución existe, y mediante las “fiestas
redistributivas” se puede cumplir una doble función: “distribución del excedente/acumulación de
prestigio y en la propiciación de un orden simbólico” (Gnecco 1996: 182).

24
1.3.3. Los cacicazgos del suroccidente de Colombia y el norte del Ecuador como ejemplo:

El marco geográfico y cronológico que abarca lo que llamamos suroccidente de Colombia y norte
del Ecuador está inscrita en un área comprendida entre la línea equinoccial y los 5 grados de
latitud norte, y entre los paralelos 74 y 79 grados de longitud oeste. En un área aproximada de
195.000 Km2 se distribuyen ocho regiones arqueológicas (Quimbaya, Calima, Valle geográfico del
río Cauca, Alto Cauca, San Agustín, Tierradentro, Nariño-Carchi, y Tolita-Tumaco), con una
cronología que abarca desde el 8.000 A.C y el 1.600 D.C, y en la cual se pueden verificar varias
secuencias de desarrollo sociocultural (Rodríguez 1991:94).

Haciendo una revisión histórica sobre los procesos investigativos sobre el suroccidente de
Colombia y Norte del Ecuador Carlos Armando Rodríguez (1991:106-108) sostuvo que:

[...] los estudios sobre la historia prehispánica del suroccidente de Colombia y suroccidente
del Ecuador, desde principios del siglo actual hasta el presente, se han venido realizando
más o menos periódicamente, siendo las décadas del setenta y ochenta las de mayor
productividad científica. Se realizan a partir de 1970 seis proyectos macro-regionales con
una tendencia interdisciplinaria, cuyos resultados han permitido reconstruir aun cuando de
una manera muy general, una secuencia de desarrollo sociocultural de unos 10.000 años.
Desde la aparición de los primeros grupos de cazadores-recolectores a principios del
Holoceno, hacia el 8.000 a.C., pasando por el surgimiento de la agricultura (a partir del
5.000 a.C. ?) y su posterior desarrollo, hasta llegar a la gran diversidad de sociedades
cacicales, en un estado de transición a las clases sociales, que encontraron los
conquistadores españoles en la primera mitad del siglo XVI.

Carlos Armando Rodríguez apeló por una regionalización, multidisciplinaridad e


interinstitucionalidad en los estudios de esta región, además de la utilización de programas de
investigación en miras a salir, como lo expresa este autor, de los “pequeños problemas” (Rodríguez
1991: 107). Para otros autores si algo ha caracterizado a la arqueología del suroccidente ha sido
precisamente la falta de investigaciones regionales y que planteen rasgos culturales y procesos
comunes, es decir “grandes problemas” (Cárdenas-Arroyo, comunicación personal).

Una vez definida el área de estudio se desarrollarán a continuación las síntesis que se han
presentado sobre el suroccidente en miras a indicar algunos problemas que generan las dinámicas
sociales producto de la complejización social.

Siguiendo un modelo estilo Service, Reichel-Dolmatoff (1977:26) caracterizó a los cacicazgos


desarrollados en Colombia:
[...] eran pequeñas confederaciones de aldeas, con estratificación de clase y una sociedad
políticamente organizada bajo jefes territoriales. El carácter preciso de jefatura variaba de
un grupo a otro [...] La subsistencia, en el sentido más amplio, se basaba en la agricultura y
el comercio.

25
La organización de estos cacicazgos locales se orientaba no sólo hacia la conservación de
un abastecimiento estable de alimentos, sino también hacia la adquisición de excedentes
que sostuviesen la diferenciación existente, así como el poder político, la especialización y
el desarrollo de las guerras y el comercio.

Además agregó que la construcción de grandes obras de ingeniería, centros ceremoniales y un


elaborado trabajo del oro fue otra característica de la formación de sociedades cacicales. Sobre el
papel del comercio en los llamados “cacicazgos sub-andinos” colombianos el mismo autor
(Reichel-Dolmatoff 1977:31) nos dice:
Aparte de las guerras intertribales, otro factor que parece significativo respecto al desarrollo
de la agricultura, fue el comercio. Muchos de los indios sub-andinos eran grandes
comerciantes y en muchos casos la riqueza -y con ella el rango social y controles políticos-
se basaba no tanto en la producción de un excedente de alimentos, en la estabilidad de los
recursos o en las proezas militares, sino en el comercio lucrativo de productos industriales
tales como objetos de oro, telas de algodón y sal.

Dentro de la definición general de Reichel-Dolmatoff se podrían incluir las sociedades cacicales del
suroccidente.

Para un período anterior al estudiado en esta investigación se ha propuesto una “tradición”


metalúrgica que fue común en el área. Nos interesa retener de esto la discusión que se presenta
entre quienes postulan que una homogeneidad cultural propició el origen de tal tradición y los
autores que postulan que la denominada “tradición metalúrgica del suroccidente” es producto de
esferas de interacción y de intercambio entre las diversas élites cacicales del suroccidente. Por
ahora se presenta la argumentación de los distintos autores, en la parte dedicada a la discusión se
volverá sobre este punto.

Plazas y Falchetti (1986: 203) argumentaban que:


En una época anterior al año 1.000 de nuestra era, una tradición cultural se extendió por el
suroccidente colombiano, involucrando a las zonas arqueológicas conocidas como
11
Tumaco, Calima, San Agustín, Tierradentro, Nariño , Quimbaya y Tolima. Fue una época
de auge en que participaron grupos unidos por un fuerte substrato cultural común, pero que
al mismo tiempo, conservaron un carácter muy propio, resultado de la unión de largos
desarrollos locales y diversas influencias externas. A él se asocia una tradición metalúrgica
con características tecnológicas y formales comunes.
En el panorama de la orfebrería prehispánica de Colombia, el suroccidente se distingue por
el énfasis en el uso de oro de mayor pureza, y también por el empleo de la plata y el
platino, metales que no fueron trabajados en las áreas orfebres del centro y norte del país.

Para otras autoras:

11
“En Nariño, en la zona andina del extremo sur colombiano, han sido definidos dos conjuntos de
piezas de orfebrería; el llamado Capulí participa, según su tecnología y algunas formas, en la
tradición metalúrgica del suroccidente colombiano. El otro, Piartal-Tuza , no se puede agrupar con
ningún otro desarrollo metalúrgico conocido hasta ahora” (Plazas y Falchetti 1986 : 206).
26
[...] existía una homogeneidad cultural básica, a pesar de las indudables variaciones
locales, la cual, inclusive, habría sido una condición indispensable para la acogida de los
bienes de élite disponibles para el intercambio.
En el estado actual de nuestros conocimientos pensamos que para interpretar las
sociedades del suroccidente podría ser apropiado un modelo basado en la analogía de la
cadena -o mejor todavía, la malla-. [...] Parecen haber existido además, algunos elementos
unificadores, especialmente en el campo de la cosmología, que trascendieron las
distancias y resultaron poco afectados por las fronteras políticas.
No sabemos como fue el inicio de esta homogeneidad, si se debió a contactos estrechos
mantenidos durante muchos siglos o si tuvo raíces todavía más hondas que se remontan a
una tradición compartida desde la época precerámica. Tampoco sabemos cómo y por qué
llegó a su fin esta tradición, un proceso que no necesariamente fue sincrónico. En la zona
cordillerana parece haber tenido lugar alrededor de los siglos sexto y séptimo después de
Cristo, mientras que en Tumaco habría ocurrido antes (Cardale y Herrera 1995: 196).

En contraposición a esta visión autores como Gnecco (1996: 177) utilizan conceptos como
intercambio, élites, y bienes de prestigio para argumentar que:
Quizás no se haya tratado de sugerir la existencia de una misma etnia en el suroccidente
de Colombia durante 1.500 años, pero es evidente que el uso de ese concepto entraña una
explicación culturalista. Los 1.500 años imputados a la “tradición” también son
problemáticos, puesto que la fecha más antigua para metalurgia en el país
[aproximadamente 2275, citando a Bouchard], es no sólo posterior a sus comienzos sino
que está asociada a hilos de oro y no a la clase de piezas asignadas a la “tradición”; éstas,
además han sido obtenidas en su gran mayoría por guaqueros y son, por lo tanto, piezas
sin fechar. Hasta tanto exista un mejor control cronológico, es más prudente considerar el
inicio de la “tradición” alrededor de 2.000 A.P. Su final está mejor controlado y puede
aceptarse tentativamente. Sin embargo, el tiempo involucrado no marca la existencia de
una homogeneidad cultural en todo el suroccidente de Colombia sino de una dinámica de
relaciones de poder que pudo haber determinado la presencia o ausencia de las
características definitorias de la “tradición” en cualquier área de la región.

En cambio plantea que lo que se está observando es:


[...] un epifenómeno de una extensa, inestable y compleja red de alianzas entre las élites
de varios cacicazgos de esta zona del país, a través de la cual se legitimó su uso del poder
desde un espacio de control básicamente simbólico. Creo posible considerar que los
llamados “bienes de élite” de los cacicazgos del suroccidente colombiano fueron iconos de
interacciones sociales concretas, intercambio entre élites, durante un lapso de unos mil
años y en toda esa área (Gnecco 1995: 177-179).

Ante el mismo fenómeno Langebaek (1996: 317) proporciona una visión similar a la de Gnecco.
Está básicamente de acuerdo en que la llamada tradición orfebre del suroccidente fue no una
especie de horizonte cultural, sino una red de intercambio de bienes de prestigio entre élites para
sustentar su poder, además su argumento no discrepa en las fechas de inicio y fin de dicha
tradición orfebre. Lo que cambia es la propuesta. Mientras que Gnecco “enfatiza la existencia de
algún centro de surgimiento de sociedades tempranas (quizás San Agustín) que sirvió de
inspiración a otras un poco más tardías”, Langebaek no considera este aspecto. Para este autor la
dispersión de estilos orfebres se hizo mediante la copia, para Gnecco la similitud de tales piezas se
explica por la circulación de objetos. Sobre su final una propuesta es el colapso de las sociedades
cacicales (argumento de Gnecco), para el otro es una reorientación de las estrategias de las élites.

27
También existe una controversia grande entre los autores que estudian la dinámica de los
cacicazgos del suroccidente de Colombia, ésta es la de los desarrollos tardíos y el fin de las
formaciones complejas que se presentan entre 1900 y el 1200 A.P. María Victoria Uribe (1995b)
denomina al período que siguió al rompimiento de estos desarrollos como “Tardíos I y II” y los
sintetiza bajo un común denominador en los cuales los fenómenos imperantes son la
fragmentación política y la pérdida de la memoria histórica.

Parte de la explicación a este fenómeno puede estar en la presencia de un fenómeno


cultural que ha marcado profundamente al país, a saber, las continuas migraciones y
desplazamientos internos de población, inducidos por causas que van desde el
agotamiento de los recursos naturales hasta el aniquilamiento masivo de grupos enteros,
fenómeno que aun persiste entre nosotros en las postrimerías del siglo XX. Pero las
migraciones no lo explican todo; la ausencia de instituciones aborígenes con profundidad
histórica capaces de establecer y controlar hegemonías territoriales y políticas puede ser la
otra parte de la explicación. Ambos factores pueden haber incidido en el abandono de
ciertos logros tecnológicos en favor de una mayor independencia política y territorial de las
comunidades tardías (Uribe 1995b: 247).

Los cambios a los que se refiere esta autora son la disminución en la producción de artículos de
oro de buena ley, dando paso a la producción de artículos de oro con alto contenido en cobre.
También decae la importación de artículos santuarios de las tierras bajas a las tierras altas (por
ejemplo conchas marinas y oro de aluvión) y el papel del cacique como controlador del intercambio
a larga distancia se pierde. Estos a su vez pierden su capacidad para canalizar la población y se
convierten en autoridades difusas e indiferenciadas. Se exhibe también una simplificación en las
técnicas y manufactura de alfarería, en especial a la decoración (Uribe 1995b: 248).

Considerados a nivel global dichos cambios no parecen haber implicado una


transformación a fondo de la sociedad sino más bien una mejoría sustancial de las
condiciones de vida de la población general, en detrimento de los privilegios cacicales. La
dinámica grupal tardía parece haber estado orientada a incrementar las condiciones de
producción de alimentos con la construcción de algunas obras de infraestructura como las
terrazas de cultivo y los canales de drenaje; lo anterior puede haber incidido en el
progresivo abandono de circuitos de intercambio de bienes santuarios de lejana
procedencia, acaparados anteriormente por la élite cacical, así como en el fortalecimiento
de las relaciones de intercambio con los grupos más cercanos ubicados a una cuantas
horas de camino a una mediana y corta distancia (Uribe 1995b: 248).

Estos desarrollos tardíos los agrupa Uribe, como ya se dijo, en dos períodos: Tardío I (1.200-400
A.P) y Tardío II (700-500 A.P). Lo denominado por esta autora como fases Piartal y Tuza
pertenecen junto a las de otras regiones, que no viene al caso mencionar, respectivamente a estas
dos fases.

Piartal es definida de la siguiente forma:

28
Identificada con pequeños asentamientos distantes entre sí, uno y dos días de camino,
ubicados en los altiplanos de Nariño en Colombia y Carchi en el Ecuador. Las evidencias
indican que se trata de grupos agrícolas con una jerarquización social marcada. Entre los
rasgos más notables de la cultura material de estos grupos están los adornos en tumbaga,
los textiles de pelo de camélido y la gran cantidad de cuentas de Spondylus depositadas
como ofrenda en las tumbas de los principales, quienes controlaban el intercambio con
zonas selváticas y con el litoral pacífico (Uribe 1995: 249).

Se caracteriza a Tuza como:


[...] los vestigios arqueológicos dispersos en los altiplanos nariñences de Colombia y
carchense del Ecuador, incluidas las riberas del río Chota, frontera septentrional del
Tawantisuyo. Esta fase ha sido atribuida a los pastos históricos y está integrada por
asentamientos nucleados con una alta densidad de población. Sus pobladores vivían en
aldeas hasta de cien bohíos y tenían rebaños de llamas. Según los documentos históricos
en intercambio a larga distancia los realizaban los mindalaes, unos mercaderes
especializados en trasladar productos desde sus comunidades de origen hasta zonas
distantes, de tal forma que podían proveer a los caciques de bienes de lejana procedencia
(Uribe 1995b: 250-251).

Resulta incomprensible que se plantee en un mismo artículo una contradicción tan grande. Si se le
presta atención a lo que Uribe dice al principio del texto, y que resumimos arriba, es sorprendente
que se llegue a concluir lo siguiente:
Según lo anterior, antes de la llegada de los españoles el suroccidente colombiano estaba
poblado por un mosaico de grupos autónomos de diverso nivel de desarrollo, estilo de vida
y organización política, que vivían diseminados en el paisaje y acomodados a la topografía
natural. [...] Este mosaico de etnias disímiles estaba articulado por medio del intercambio
de productos y materias primas; muestra de esto último son los numerosos vestigios
excavados en tumbas y basureros del altiplano nariñence, la región Calima y el Alto
Magdalena. Al parecer, el intercambio tenía un radio de acción variable, pues abarcaba
desde el trueque sencillo de productos alimenticios entre las unidades domésticas hasta el
intercambio a larga distancia de productos exóticos (Uribe 1995b: 251).

Los mecanismos por los cuales se disgregan los cacicazgos del suroccidente y las características
de los desarrollos tardíos argumentados por Uribe (migración y pérdida de la memoria histórica y el
paso a unas sociedades más igualitarias) son puestos en duda por Langebaek (1995: 325), quien
además de contradecir el hecho de una dispersión y disminución en la densidad de población era
la característica de los cacicazgos tardíos, argumenta que mientras no se conozcan con precisión
desarrollos culturales más antiguos fuera de las zonas donde se habla de migraciones, es muy
complicado referirse a ellas como posible factor de cambio.

En el mismo artículo Langebaek (1995: 316-317) propone que una forma de mirar el problema de
los cacicazgos del suroccidente es el de la interacción social, es decir el intercambio. El tema
según este autor es relevante porque sirve para vincular la discusión de diversas regiones, es uno
de los puntos centrales en lo que respecta a las sociedades complejas y es un aspecto poco
desarrollado en los trabajos sobre el suroccidente de Colombia y norte del Ecuador. Mientras que
en este último el tema tiene un desarrollo más grande por parte de investigaciones arqueológicas y

29
etnohistóricas (como los trabajos de Salomon y Oberem), en Colombia ha estado concentrado en
investigaciones etnohistóricas.

De una simple recolección de datos que indican mecanismos, productos, rutas de intercambio y
circulación de productos se ha pasado a formular preguntas sobre el papel de la interacción social
y el intercambio en la dinámica de cambio social. En el Ecuador, por ejemplo, se han hecho
cuestionamientos en torno a modelos recientes, entre ellos la crítica a un modelo centro-perisferia.
Para el suroccidente de Colombia, argumenta Langebaek (1995: 317), este modelo es inadecuado
para entender la dinámica social. Diversos autores se refieren a la difusión de amplios horizontes y
tradiciones; sin embargo nos estamos centrando en el entendimiento de unidades políticas
relativamente pequeñas como son los cacicazgos.

Contrario a esta propuesta, autores como John Stephen Athens (1995) ponen en tela de juicio los
argumentos a favor del intercambio como mecanismo de integración social y económica de las
sociedades complejas. Basando su crítica en exploraciones arqueológicas realizadas por él en el
sitio de la Chimba, al norte del Ecuador, este autor expone:

Es probable entonces [criticando el modelo mercantil], que la organización social en los


Andes Septentrionales se desarrolló, sobretodo, como respuesta a la competición
intergrupal por las tierras cultivables; si es así el intercambio tuvo poca o ninguna
incidencia en la organización social. Con una competición creciente la etnicidad se define
de manera más cerrada y las fronteras entre los grupos se delimitan de manera más rígida.
En consecuencia, a medida que las fronteras sociales se vuelven menos permeables a
través del tiempo debe haber menos intercambio, especialmente si los productos
involucrados en él no son esenciales para la vida (Athens 1995:5).

El mismo autor concluye que:


[...] los arqueólogos necesitan desarrollar un mejor entendimiento de todos los mecanismos
a través de los cuales los bienes se mueven de una región a otra, de manera que el
concepto pueda ser más específico y útil para entender comportamientos prehistóricos.
Después de todo, un gran cuerpo de literatura etnográfica sugiere, conexión entre la
adquisición de bienes foráneos y la economía de mercado (Athens 1995:24).

1.3.4.Discusión:

Después de la revisión bibliográfica tanto de los aspectos teóricos, como de los antecedentes
investigativos para el área de estudio, quedan en claro algunos elementos críticos como la forma
en que se pueden definir los cacicazgos, aun con la definición clásica de Service. Esta
investigación no está encaminada a proponer una nueva definición del término o en presentar
alguna teoría que privilegie sobre otra, pero sí a discutir, de acuerdo con los datos que se

30
encuentran en las fuentes etnohistóricas, el papel que la circulación de productos, bien sean de
consumo o de prestigio, juegan para este tipo de sociedades.

Al menos Service deja en claro que para poder argumentar que estamos hablando de cacicazgos
al referirnos a una sociedad en concreto, en este caso los pastos del siglo XVI, tendríamos que
esperar la presencia de un centro administrativo regido por un líder, que tiene un control sobre la
producción y distribución de recursos y que además está constantemente buscando una
legitimación de su posición social y su jerarquía. Para otras regiones colombianas Reichel-
Dolmatoff ha documentado la importancia de la circulación de productos dentro de los cacicazgos.
En esta misma línea de argumentación, las investigaciones realizadas en Nariño permiten tener
elementos críticos para establecer que así pudo estar ocurriendo, esta investigación intenta
profundizar un poco más en la importancia que la circulación de productos tuvo en esta región.

Sin embargo las aproximaciones investigativas para el área pasto han sido poco exitosas,
exceptuando pocos casos, en su intento por aclarar procesos y dinámicas sociales. En cuanto a la
circulación de productos y su función dentro de la sociedad pasto no ha existido mucha
profundización sobre el tipo de productos que circularon o sobre el control que sobre ellos, o
algunos de ellos, pudo tener un cacique o una élite cacical. Esto se puede deber al interés y las
motivaciones de la investigaciones efectuadas en el área y que parece ser un fenómeno de la
arqueología colombiana: no se va al campo o a los archivos con una pregunta previa o una
metodología clara que hile una teoría en cuestión con la evidencia empírica. La etnohistoria sobre
el área ha sido un poco más clara en este sentido. Lastimosamente la inexistente antropología
física y junto a esta la zooarqueología sobre los pastos podría aportar datos sobre complejización e
intercambios con grupos vecinos y distantes.

Dentro de un modelo Service, la redistribución juega un gran papel en la dinámica cacical. No se


descarta la existencia de ésta, lo que se revalúa es su rol como fuente de poder de una élite social.
Tampoco es producto de la especialización ecológica. Las evidencias indican que los cacicazgos
no son enclaves autosuficientes, los datos etnohistóricos sobre los pastos permiten avanzar hacia
la comprobación de esto.

Lo que definitivamente no queda claro dentro de los argumentos estilo Service es el papel que
debemos esperar del intercambio a larga distancia y es aquí donde la proposición crítica de Binford
y la evidencia de Athens, aunque él mismo reconoce que para el siglo XVI sí se presentó algún tipo
de relación comercial, deben ser tenidas en cuenta como modelos alternos. En esta medida, esta
investigación es también un intento de discusión sobre lo que estamos considerando como
intercambio y su función dentro de la sociedad; es decir si realmente cumplen un rol como

31
integrador social, aspecto que los trabajos previos, exceptuando la síntesis de Landázuri y la crítica
de Langebaek, dejan siempre abierta.

Si bien Binford discute las teorías sobre el surgimiento de sociedades complejas, no su dinámica
interna, una vez establecido, nos proporciona algunas líneas y consideraciones sobre las cuales
hay que trabajar. Primero, este antropólogo aclara que los agentes redistributivos están presentes
en algunos sistemas complejos (basados ya en el poder político), lo cual nos indica qué podemos
esperar para los pastos del siglo XVI, sociedad descrita como compleja según varios autores: la
presencia de personas que están controlando la redistribución de productos y la presencia de
centros de control. Según lo expuesto anteriormente su crítica a la redistribución es válida.

Por otro lado, y más importante para esta investigación, Binford está criticando modelos basados
en el intercambio con el argumento de la importancia económica de los objetos que tales
transacciones deben tener. Sin embargo, éste puede estar encaminado no a la obtención de
artículos valorados económicamente, sino relacionados con aspectos ideológicos y de control
político. Mauss y para el caso colombiano, Gnecco, han demostrado la importancia del intercambio
de bienes “socialmente necesarios”. Siguiendo algunos de los principios de Service y de Earl, los
cacicazgos se caracterizan por la presencia de un líder, que si bien no es necesariamente
religioso, necesita objetos de prestigio, y artículos exóticos para legitimar su poder, estos artículos
se pueden obtener por intercambio, en este sentido la propuesta de este último autor, tratar de
poner énfasis en los movimientos, circulación y apropiación de productos, así como el acceso
diferencial a algunos de ellos por parte de una élite que necesita legitimarse, es bastante viable. La
evidencia encontrada en el sur de Nariño y la provincia del Carchi parece ser bastante clara en
este sentido.

Si se tienen en cuenta los argumentos de Polanyi existen varias formas de intercambio, y más aun
de comercio. Estas pueden ser definidas por fuera de la teoría de mercados y además no todo
comercio es mercantil. Una de las formas de comercio más opcionado para los pastos del siglo XVI
es el comercio administrativo, un punto crítico para esto es la comprobación de la existencia o
ausencia de mercados. Bray (1995) ha evidenciado la presencia de puertos de comercio en el
norte del Ecuador, elemento básico en el funcionamiento del comercio administrativo. Se han
propuesto para el área de estudio varios lugares donde se realizaban intercambios, asignándoles
un valor como mercados. Cabe hacerse la pregunta sobre si eran mercados, puertos de comercio o
simplemente sitios dedicados al intercambio.

Para fines prácticos es mejor desechar la palabra comercio entendida en el sentido que le asigna
Polanyi. Hasta ahora es más prudente hablar de intercambio para el caso pasto, aun sabiendo que
no toda relación de comercio es mercantil o realizada con un factor de cambio o una moneda. No
32
sabemos si existió un factor de oferta y demanda. Todo parece indicar que se trata de productos
controlados políticamente cuyo valor es entendido sólo cultural y socialmente. Hay evidencias de
algunos artículos que mediatizaron el intercambio en el caso pasto, se los ha interpretado como
monedas, pero no existen evidencias claras de que se comportaran de esta manera. Es más viable
proponer que los datos documentales sobre estos bienes “monedas” hay que tomarlos como una
necesidad española de regularizar su entendimiento comercial con los aborígenes y como tal se les
impuso un valor por unidad.

Respecto a lo anterior Earle pone en claro que el poder del cacique radica en su capacidad de
controlar el intercambio y la circulación de bienes de prestigio (recordemos también la clasificación
de Godelier) y además propone que existen en estas sociedades esferas de interacción que
restringen el acceso a tales productos. Gnecco demuestra que es posible entender cómo podría
funcionar un sistema de circulación de bienes de prestigio y el papel que estos tienen dentro de un
cacicazgo.

Dentro de esto, cabe hacerse la pregunta sobre el tipo de bienes que circulaban en el sur de
Colombia, es decir si eran bienes de circulación libre, o bienes de prestigio o de élite, cuya
circulación era restringida. Polanyi propone que el intercambio tiene varios elementos que deber
ser incorporados al análisis como son las personas implicadas, los productos, el transporte y la
bilateralidad.

Se ha postulado que una de las formas de entender el funcionamiento de las sociedades del
suroccidente de Colombia y norte del Ecuador es el tema de la interacción social. En este sentido
esta investigación pretende contribuir a ese conocimiento. Para Godelier la circulación de
productos es dependiente de los modos de producción, estudiando ésta se puede entender el
funcionamiento de los cacicazgos pasto.

De la evidencia arqueológica reunida para plantear la complejización social en el suroccidente de


Colombia es posible tomar como verdadera la interpretación sobre una disminución en las
relaciones a larga distancia para la fase definida por Uribe (1995b) como tardía I. Sin embargo, la
evidencia etnohistórica sugiere que al menos en el siglo XVI existían relaciones de intercambio a
larga distancia. ¿Debemos esperar que el movimiento de productos se comporte igual y cumpla la
misma función en los pastos del siglo XVI?.

33
1.4 HIPOTESIS:
Existen tres formas en las cuales los productos circulan en una sociedad: reciprocidad,
redistribución e intercambio. Hasta este momento un gran cúmulo de información había propuesto
que dentro de los cacicazgos, sociedades con un determinado nivel de complejización
sociopolítico, la redistribución era uno de los tipos de circulación más influyente para su
organización. Así mismo que dentro de sus principales características se encuentra la
diferenciación social y con esto un acceso diferencial a los recursos, o al menos a cierto tipo de
bienes y productos. También son postuladas en algunos casos como sociedades autosuficientes,
es decir que actividades de intercambio se presentaron en muy poco grado o en algunos casos tal
actividad fue nula.

Esta investigación tratará de demostrar que al menos para los cacicazgos pastos del siglo XIV no
existía una autosuficiencia en la producción que permitiera un abastecimiento de todos los recursos
requeridos por la sociedad y que por ello se recurrieron a ciertas prácticas de intercambio. La
reciprocidad, como forma de circulación está presente en los cacicazgos pasto, y por este
mecanismo circularon algunos bienes de interés general, pero no constituyeron la base del poder
de los caciques. Existieron formas de intercambio y de éstas la que representó una adquisición de
objetos en lugares distantes fue la más propensa a ser politizada. De acuerdo con la información
disponible es posible afirmar que las élites de los pastos recurrieron a otras estrategias para
garantizar su poder, de éstas el control de la circulación de objetos santuarios y exóticos parece
ser la más evidente.

Este interés marcado por la adquisición de determinados bienes, que se podían llamar de élite,
fomentó un control de ciertas tierras para generar excedentes de producción dedicados al
intercambio y al patrocinio de unos especialistas que adquiría los preciados bienes de élite para los
caciques. También se pretenderá demostrar que no todos los circuitos de intercambio y los
procesos de circulación estuvieron bajo el control de una o unas personas.

1.5. OBJETIVOS:

1.5.1. Objetivo Principal:

Determinar el papel que jugó la circulación de productos en la organización socio-política de los


pastos y con esto la posición que este grupo tuvo con respecto a otros grupos del área. Por otro
lado, se tratará de exponer en qué forma y en qué términos se dio esta actividad, es decir, entre
qué tipos de comunidades se efectuó, qué productos circulaban y en qué forma: qué personas
(caciques, sacerdotes, comerciantes, etc.) se distribuían los productos.

34
1.5.2. Objetivo secundario:

Especificar el grado de especialización regional o ecológica que tenía el grupo que se intenta
abarcar en la investigación (los pastos) y su posible relación con la circulación de productos; así
mismo, qué papel tuvo esta circulación de productos en la consolidación de jefes o caciques
locales o regionales. Esto también nos pone en contacto con la necesidad de evaluar hasta dónde
llegaba el control político del grupo étnico, es decir, si existía una correspondencia entre unidades
étnicas y medios ambientes.

1.6. CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS:

Para la realización de la investigación se hizo una revisión y lectura crítica de documentos


etnohistóricos del siglo XVI, es decir, se privilegiarán los documentos más tempranos, y con la
ayuda de trabajos previos de otros investigadores se tratarán de localizar los distintos grupos
étnicos que se mencionan en las crónicas con el fin de minimizar los errores de localización que
tienen los documentos. En este mismo sentido es también importante dejar en claro cuáles son los
tipos de documentación que se utilizarán, pues no es lo mismo la información proveniente de una
crónica como la de Cieza de León que la proveniente de una relación o un informe parroquial. Se
hace especial énfasis en las visitas. Estas se encuentran en los archivos de Quito.

En el Archivo General de la Nación la documentación existente para esta área es casi inexistente y
una consulta previa descartó su utilización. Es evidente que en Popayán existe una gran cantidad
de documentos sobre la provincia de Pasto, pero se tuvo la oportunidad de viajar a Quito y sólo se
consultaron documentos en esta ciudad.

Quito tiene tres archivos de utilidad para los interesados en la historia del departamento de Nariño
y sobre los indios pastos. Una parte de estos indígenas vivía en la provincia ecuatoriana del Carchi
y por esta razón la documentación sobre éstos es para ciertos temas abundante. De los archivos
consultados en la capital ecuatoriana sólo el Archivo del Banco Central del Ecuador presentó
información útil para esta investigación. El Archivo Municipal de Quito contiene mucha información
sobre la conquista y los procesos coloniales, pero no tanta sobre los grupos indígenas, por lo tanto
no fue utilizado. El Archivo Histórico Nacional contiene un fondo especial sobre Popayán, pero son
fuentes muy tardías (del siglo XVII en adelante), y los pocos documentos de este fondo que hay
sobre la región de Pasto para el siglo XVI son sobre litigios de tierras y problemas de sucesión; su
aporte en datos para reconstruir dinámicas de circulación es casi nulo, al menos de una forma

35
directa. En el mismo archivo existe información similar sobre el Carchi y no se leyeron por estar
algunos transcritos por autores modernos como Cristóbal Landázuri (1995).

El Archivo del Banco Central del Ecuador de Quito contiene un fondo microfilmado del Archivo
General de Indias de Sevilla y de allí se consultó principalmente el tomo 60 de la Audiencia de
Quito, donde aparecen dos visitas a la región hechas por Tomás López y García de Valverde en el
siglo XVI. Otros documentos del mismo fondo fueron consultados y algunos de ellos están como
apéndice en el libro de Landázuri.

De las dos visitas la de García de Valverde (1571) es la más rica en datos sobre aspectos
relacionados con la circulación por tener información extra construida por testigos de la época. En
lo relacionado con la tasación para los impuestos es más precisa que la de Tomás López hecha en
1558, de hecho la visita de Valverde fue realizada para corregir errores en la forma de pedir el
tributo producto de la visita de López. Es muy ilustrativo que hasta los mismos encomenderos se
quejaron ante la Real Audiencia de sus cargas por pedir cosas que los indios no tenían o no sabían
hacer.

[...] porque muchos de ellos o los más no tienen algodón ni lo saben beneficiar ni es gente
de industria ni de contrato [...] (Anónimo 1992/1559-60/:23-24).

Además la visita de 1571 describe muy bien lo que podría ser una colonia extra-territorial pasto en
territorio abad. Este documento contiene información de los pastos hasta el folio 253 r.

La visita de López está transcrita por Landázuri y sólo se revisó que estuviera completa la
información sobre los pastos, se utiliza aquí la transcripción de este autor. Para la visita de García
de Valverde se transcribió sólo la información adicional por los testigos, y se consultó la parte de la
tasación buscando datos sobre productos producidos o comerciados en los distintos pueblos y
parcialidades pasto. Cuando se sabía que había algún dato importante en la tasación de los otros
grupos de Nariño se buscó dicha información.

Otra fuente de invaluable riqueza informativa son las relaciones geográficas. Las principales están
consignadas en tres colecciones: Relaciones geográficas de indias compiladas por Marcos
Jiménez de la Espada a finales del siglo pasado y reeditadas en 1965. La mayor parte de éstas
hacen referencia al Perú, pero contiene algunas sobre las audiencias de Quito y Popayán. Algunas
de ellas son transcritas también por Hermes Tovar en Relaciones y visitas a los Andes, quien
además analiza otras transcripciones del mismo documento e indica el foliaje respectivo del
documento original. El problema de éstas es que sólo representan la parte del documento que
hace referencia al territorio colombiano. Estas no se utilizaron. Tanto los documentos de los libros

36
de Tovar y de Jiménez de la Espada están también en una colección llamada Relaciones histórico-
geográficas de la Audiencia de Quito (siglos XVI-XIX) editadas por Pilar Ponce Leyva. También
tienen un juicioso análisis de tales fuentes documentales.

Tanto las relaciones como las visitas son de una inmensa utilidad para la etnohistoria. Ambas
fueron hechas para propósitos oficiales y en el caso de las relaciones, de manera más clara que
las visitas, fueron construidas siguiendo un cuestionario único de más de doscientas preguntas. En
algunos casos es posible leer la misma respuesta en dos relaciones distintas de dos autores
diferentes. En su mayoría fueron hechas en tiempos de Felipe II.

Las crónicas fueron usadas muy poco en esta investigación. Es de común acuerdo para muchos
autores de décadas pasadas utilizar a Cieza de León como la principal fuente informativa para
Nariño y otras áreas del suroccidente del país. Cierto es que Cieza, siendo apenas un mozuelo,
inició su viaje de norte a sur y terminando sus correrías en el Perú, donde reunió sus notas y
escribió su crónica, pero por tal razón su visión de los Andes del norte, fuera de las fronteras del
Tawantinsuyu, está condicionada desde una óptica incaica. No es de extrañar entonces que todo lo
que había visto hasta pisar suelo cuzqueño sea descrito como salvaje y poco hospitalario. El uso
de esta fuente quedó reducido a la utilización de ciertos datos sobre productos o cultivos.

La crónica de Juan de Velasco no se utilizó. Son tantas las críticas que le hacen autores modernos
como Jacinto Jijón y Caamaño que su utilidad es bastante dudosa. Por otro lado fue escrita en una
época muy tardía (finales del siglo XVIII y principios del XIX). Lastimosamente una crónica del siglo
XVI, la de López de Velasco, comúnmente utilizada y citada por autores modernos, no fue posible
localizarla ni en Quito, ni en Santafé de Bogotá.

De igual forma, se utilizarán también fuentes de segunda mano, informes e investigaciones de


otros autores, para poder contrastar otras miradas y posiciones. Los informes arqueológicos
tendrán importancia porque nos evidencian de forma positiva o negativa lo que las sociedades de
Nariño en el siglo XVI estaban importando de regiones vecinas y lejanas de una forma distinta a la
información extraída de las crónicas y documentos del siglo XVI, y además nos coloca en una
perspectiva temporal un poco más amplia, aunque la pretensión y alcance de esta investigación, y
que esto quede claro, es la función que pudo cumplir la circulación de productos para los pastos
del siglo XVI. Sería una perogrullada tratar de sustentar que tal circulación no sufrió un cambio
sustancial con la llegada de los europeos, pero sus cambios y función dentro de la nueva sociedad
que se gestó con la conquista son tema para otra investigación.

En un sugestivo trabajo Langebaek analiza a la sociedad muisca mirando la circulación de


productos que existía tanto dentro del altiplano cundiboyacense, como de ésta con sus regiones

37
aledañas. Se tratan adicionalmente procesos de tributo y redistribución. Todo esto utilizando
fuentes españolas del siglo XVI, en especial las visitas, pues según este autor aquí se describen
las actividades económicas o “granjerías”, los intercambios o “tratos y rescates” y alguna
información sobre tributación. Este autor explica que estos documentos son útiles ya que en un
principio los españoles dejaron intacto el sistema de tributación y circulación de productos que
hacían los muiscas. Por otro lado, los encomenderos, en algunos casos, preferían pedir la
tributación a los indígenas en objetos nativos tal y como hubiera podido suceder en tiempos
anteriores al contacto. Por último las informaciones de las visitas fueron recogidas de forma
rigurosa por los visitadores y aun cuando las declaraciones fueron hechas por indios ladinos,
traductores indios o “lenguas”, los curas o los encomenderos, éstas discrepan muy poco entre sí
(Langebaek 1987: 17-20).

Por último hay que aclarar que el uso de ciertos quechuismos no se debe a un interés en colocar a
los pastos dentro de las fronteras del imperio Inca. Esta investigación ha consultado principalmente
los textos de dos autores modernos, Salomon (1980) y Landázuri (1995). El primero constituye
uno de los mejores ejemplos de caracterización de las sociedades de los Andes de páramo,
algunas de ellas integradas al Cuzco en años recientes a la conquista europea. El libro de
Landázuri es tal vez la mejor y más completa exposición que existe de la sociedad pasto del siglo
XVI, aparte de contener datos documentales muy valiosos, sus interpretaciones cobran mucha
validez en esta investigación. En ambos textos se utilizan términos quechuas como llajtakuna y
curacazgo, se aplican en este estudio porque ambos están definidos de una manera análoga a
cacicazgo o jefatura. La palabra ayllú parece coincidir con la descripción de lo que es una
parcialidad. Para no cambiar las palabras exactas de los autores ciertos nombres quechuas
quedan como aparecen originalmente.

Respecto a la palabra cacicazgo no se hace diferencia, aun cuando algunos autores la hacen, con
“sociedades complejas” o “sociedades de rango medio”. Si semántica o conceptualmente existe
algún distanciamiento de los términos, esta investigación no se preocupa mucho por esto, así
como tampoco intenta resolver la discusión. Las referencias a uno u otro término en la literatura
consultada dan a entender que se trata de lo mismo y todo parece indicar que los pastos del siglo
XVI, según los datos etnohistóricos y arqueológicos disponibles, se comportaban como tal.

38
2. EL PROBLEMA DE LA MICROVERTICALIDAD

2.1. LOS ANDES DE PARAMO Y LOS ANDES DE PUNA:

Antes de comenzar a explicar el significado y la relevancia de esta división de paisajes andinos en


el tema de nuestro interés, explicaremos brevemente la configuración geográfica de la región que
habitaron los pastos del siglo XVI.

Los Andes del sur de Colombia pueden ser considerados como una prolongación geográfica de las
sierras ecuatorianas. Los dos ramales que conforman el sistema montañoso del Ecuador entran al
país y justo después de la frontera en el Nudo de los Pastos se unen y luego vuelven a separarse,
dando lugar a dos de las tres cordilleras colombianas, formando “un paisaje muy quebrado de
cimas altas, de faldas empinadas, de cañones de ríos profundos y valles andinos bien irrigados”.
Desde el noroeste de Túquerres la cordillera Occidental sigue corriendo paralela al océano
Pacífico. La otra sigue en dirección nordeste y más al norte, en el nudo de Almaguer, en el Macizo
Colombiano nace la tercera cordillera colombiana, la Oriental (Calero 1991:15).

La sierra ecuatoriana en su conjunto no sólo más angosta –a la altura de 2.000 m. sobre el


nivel del mar abarca mucho menos que un tercio de lo que mide el Altiplano peru-boliviano-
sino que en general es mucho más baja (Oberem 1981:50).

En estos sistemas montañosos, exceptuando la cara oriental, dan origen a numerosos ríos que
nutren el sistema fluvial del río Patía, que nace en el Macizo Colombiano y vierte sus aguas en el
12
Océano Pacífico. Uno de los principales contribuyentes de este río es el sistema Carchi-Guáytara
y es la principal arteria fluvial del territorio pasto (en su curso alto y medio). En su curso alto y
medio, hasta la población de Funes ha cortado numerosas terrazas formadas por mantos de ceniza
volcánica y lava, luego el Guáytara se encañona formando muros verticales de hasta 100 metros
de altura. Todos los ríos que irrigan el altiplano Túquerres-Ipiales nacen en las montañas
circundantes y vierten sus aguas en el Guáytara antes de su unión con el Patía. En el otro altiplano
ocupado por los pastos, el de Carchi en el Ecuador, el sistema fluvial Chota-Mira recoge asimismo
las aguas de esta parte del territorio. El lago Guamúes o laguna de la Cocha, da origen al río
Guamués que dirigiéndose al oriente vertiendo luego sus aguas al río Putumayo. Al este de la
Cocha encontramos el valle del Sibundoy (Calero 1991:19).

Al sur del puente de Rumichaca, en la República del Ecuador y en parte del norte del Perú, gran
parte del altiplano consiste en pequeños valles cerrados, separados por nudos, y que desaguan
mas o menos directamente en los flancos exteriores de la cadena montañosa de los Andes. Pero

39
es en Ecuador, debido a la estrechez exagerada del callejón interandino, donde este tipo de
geografía se produce más clara y regularmente. Una segunda característica es la diferencia entre
los perfiles de ambas cordilleras (la Oriental es más ancha, alta y continua que la Occidental). Por
otro lado y en consecuencia de lo anterior la cordillera Occidental del Ecuador tiene una mayor
penetrabilidad hidrográfica (de trece ríos sólo tres vierten sus aguas en la amazonía, lo otros diez
en el Pacífico) (Salomon 1980: 61-65). De esta parte del Ecuador nos interesa principalmente las
hoyas de los ríos Carchi-Guáytara y la del río Chota-Mira.

Frank Salomon y Cristóbal Landázuri, siguiendo a Carl Troll, definen dos tipos generales de
paisajes andinos tropicales: Andes de puna y Andes de páramo. Para Troll (citado por Salomon
1980:52 y Landázuri 1995:24) el primero presente en los Andes centrales es caracterizado por su
“escasa humedad, lomas altas, fuerte insolación variación marcada de la temperatura y presencia
frecuente de
heladas. El segundo presenta una mayor humedad, lomas menos altas y poca insolación”. El
análisis de Troll parte de la consideración de cuatro variables interdependientes: altura, latitud y
humedad, sobre las cuales se determinan cuatro fajas climáticas: faja ecuatorial de bosques
lluviosos, faja tropical húmeda (con períodos de verano e invierno), faja tropical de estepas, y faja
desértica.

Sintetizando las consideraciones de Troll, Salomon (1980:52-58) argumenta que:

Primero: que el impacto de los factores del medio ambiente, que varían con la elevación
sobre el nivel del mar (presión atmosférica, insolación), cambia de acuerdo a la incidencia
de otros factores que varían con la latitud (lluvias, capa de nubes, vientos dominantes,
duración diaria y variación anual de la luz solar). Al mismo tiempo, las diferencias entre el
régimen climático de la costa del Pacífico, que es en gran parte influenciado por las
corrientes de Humboldt y del Niño, y el de la cuenca amazónica, dan lugar a efectos
propiamente longitudinales.

Segundo: al sintetizar estos factores, se puede construir una representación tri-dimensional


del medio ambiente andino: para la división zonal, climática, de los Andes tropicales es
mejor comenzar por la región elevada, esto es por los escalones de altitud entre el límite de
la agricultura o de los bosques y el límite de las nieves perpetuas. Reconocemos entonces
que de modo muy semejante a lo que ocurre en las tierras bajas del trópico, en las
montañas también, entre el Ecuador y los subtrópicos, se escalonan cuatro fajas climáticas
según el grado de humedad [...].

Tercero: Que estas relaciones producen una división entre dos paisajes andinos, los
“Andes de puna” y los “Andes de páramo”.

Cuarto: Que existe una marcada co-distribución entre los “Andes de puna” y ciertos rasgos
culturales, fundamentales para las civilizaciones imperiales de los Andes; mientras que las
12
En su curso alto recibe el nombre de Carchi, luego de su paso por Ipiales recibe el nombre de
Guáytara.
40
condiciones naturales de los “Andes de páramo” no ofrecen ni los pre-requisitos ni la
necesidad funcional para el desarrollo de estos rasgos, que son:
A) Irrigación artificial [...] B) La crianza de grandes animales domésticos [...] C) El cultivo y
preservación de los tubérculos andinos [...].

En el pensamiento de Troll, no es el medio ambiente como tal el que determina el


“desarrollo”, sino más bien la interacción entre la intervención humana y el ambiente al cual
responde.

Los Andes de páramo están presentes en lo que se denomina Andes septentrionales o Andes del
norte, área donde habitaron los pastos históricos del siglo XVI. Para Oliver Dollfus (citado por
Landázuri 1995:25) existen los Andes del norte, con climas ecuatoriales, de cimas bajas y
recostadas y presencia de nubosidad casi todo el año. Mientras que los Andes del sur con climas
más tropicales, evidencian la presencia de mesetas y altiplanos más altos, mayor número de
cumbres nevadas y una marcada diferencia entre la estación seca y la húmeda. A su vez Dollfus
reconoce la existencia de tres grandes conjuntos orográficos (de ellos los pastos ocuparon el
segundo conjunto y dentro de éste el subconjunto del norte) a lo largo de los Andes. Landázuri
(1995:25-26) lo resume de la siguiente forma:

Primer conjunto: el área ubicada al norte del nudo de Pasto. La cordillera se divide en tres
ramales donde pocas zonas pasan de una altura de 3.200 m. y posee grandes valles
profundos y abrigados.

Segundo conjunto: incluye Ecuador y el norte de Perú. La cordillera es relativamente


angosta (150 – 250 Kms. de ancho) y está constituida por dos subconjuntos: el del norte,
con una serie de cuencas flanqueadas, al este y oeste, por volcanes de más de 5.000 m.
de altitud; el del sur, con cuencas generalmente secas, separadas por ramales, mesetas
secas y bisectadas, mientras que sobre los dos flancos de la cordillera comienza a
aparecer la diferencia entre el oeste seco y el frente oriental amazónico húmedo.

Tercer conjunto: incluye Perú, Bolivia, norte de Chile y noroeste de Argentina. Predomina
un mayor volumen de la cordillera. Los altiplanos ocupan la gran mayoría de la extensión
de la cordillera con alturas que sobrepasan los 6.000 m. de altitud; hay un claro contraste
entre un flanco seco occidental y la vertiente húmeda oriental.

Ambos paisajes (puna y páramo) se presentan independientemente y no se pueden superponer


verticalmente como pisos térmicos, es decir que la puna esta por encima del páramo. En palabras
de Troll:

[...] poseen una arquitectura vertical de paisajes completamente diferentes. Puna y páramo
son dos tipos de paisajes tropicales fundamentalmente diferentes y no es posible, como ya
ha ocurrido, dar a sus nombres otro sentido, colocarlos en una línea vertical, trasladando a
la puna sobre el páramo como piso más alto del paisaje. De acuerdo con el clima y
marcha del tiempo, vegetación y ecología de la vegetación, configuración del terreno
(formación del suelo, hidrología, urbanismo), posibilidad de empleo económico y significado
histórico-cultural, la puna y el páramo son fundamentalmente diferentes (citado por
Landázuri 1995: 24).

Dollfus reconoce que no existen límites marcados entre un paisaje y otro (tropicales y ecuatoriales),
existe una transición entre ambos, en una franja donde se comparten diversos geosistemas.
41
Landázuri (1995:26) coloca el territorio pasto dentro de esta zona de transición entre el primer y
segundo conjunto.

Si bien Troll marca un contraste entre los Andes que producen altas civilizaciones y los que no
(Andes de puna y páramo respectivamente), es pertinente decir, y resaltarlo es casi una necedad,
que ambos paisajes imprimen sus características en la utilización de los recursos naturales y la
actividad humana. Para Salomon (1980: 59) es Reichel-Dolmatoff el que soluciona la visión
negativa de Troll sobre las posibilidades de los Andes del norte, al tratar de responder a las
preguntas sobre los atributos positivos entre las relaciones hombre-medio en los Andes de páramo,
y sobre las oportunidades e impedimentos que tal paisaje representaba para la organización
13
política y económica .

Dentro de esta división, como ya se dijo, los pastos ocuparon los Andes de páramo o la zona de
transición entre Andes tropicales y ecuatoriales. En éstos, como en el resto del sistema andino
colombiano se presentan cuatro pisos térmicos de acuerdo con la altitud, constituyéndose a su vez
en zonas climáticas y ecológicas: páramo, frío, templado y cálido (Calero 1991:21). Dentro de cada
una de estas zonas, o cinturones climáticos se presentan variaciones ecológicas, que confieren
cierta variabilidad. Este grupo se localizó en un territorio que siguiendo a Landázuri (1995:26-28)
abarcó varios pisos térmicos:

El páramo alto o bosque pluvial sub-alpino (bp-sa) con alturas que oscilan entre los 4.000 y los
4.700 metros de altura. Hoy en día dedicadas al pastoreo (se desconoce su posible uso
prehispánico). Se caracteriza por la presencia de frailejones (espeletia) y las almohadillas y su
temperatura está entre los 2° y 7°C. “Corresponde este piso a la zona del cerro de Chiles, Azufral,
Cumbal y Galeras”.

Seguido (de arriba abajo) a éste está el páramo bajo, con dos sub-tipos: el bosque muy húmedo
Montano (bmh-M) y el bosque húmedo Montano (bh-M) estando ambos entre los 4.000 y los 3.000
metros de altitud. De 7° a 10°C de temperatura, su vegetación se caracteriza por la presencia de
árboles bajos de tronco nudoso, cubiertos por líquenes y epífitas, de rosáceas y ericáceos. Su
utilización actual es el pastoreo extensivo y el cultivo de ciertos tubérculos, además de haber sido
una posible fuente de leña y caza. “Corresponde a las estribaciones del Chiles, Cumbal y Azufral, a
algunas áreas de la cordillera oriental y aparte del altiplano de Túquerres y Guachucal. Además,
las zonas de San Isidro, El Angel, Libertad, García Moreno (Puracá), Guaca, El Pun, y al sur, sobre
Pimampiro, lo que se denominó como Chapi”.

13
Las citas que utiliza Salomon para sustentar esta idea de Reichel-Dolmatoff son las mismas que
se utilizan en esta investigación en lo relativo a los cacicazgos del suroccidente, por lo tanto es
innecesario volverlas a colocar.
42
Las mesetas onduladas húmedas o bosque húmedo Montano bajo (bh-MB) localizadas entre los
3.000 y los 2.000 metros de altitud siguen a los dos páramos. Para la época prehispánica fue el
lugar preferencial para el cultivo de los tubérculos (papa y olluco) y la quinua. Con la conquista se
introdujo el cultivo de cereales europeos. Es la parte donde se asentaron la mayoría de las
localidades pasto en los altiplanos de Nariño y Carchi. “Corresponde a las zonas de San Gabriel
(Tuza), Guaca, El Pun y Tulcán. En el Departamento de Nariño abarca la meseta de Túquerres-
Ipiales, formada por los altiplanos Túquerres e Ipiales [...]”.

Compartiendo esta altitud encontramos las mesetas onduladas secas o bosque seco Montano bajo
(bs-MB), la diferencia con el anterior es su menor promedio de altura y un índice menor de
humedad, y su importancia radicó en épocas prehispánicas fue su aprovechamiento para el cultivo
del maíz. “Corresponden a las zonas de La Paz (Pialarquer), Bolívar (Puntal), los Andes (Mumiar),
Mira y las secciones de Pimampiro en la rivera sur del Chota. Al norte comprende parte de la hoya
alta del Guáytara y la cuenca interandina nariñence”. Otra zona de ocupación con la misma altitud
fue el bosque muy húmedo Montano bajo (bmh-MB), localizada en las caras de la cordillera que
miran al Pacífico y amazonía. Corresponde “a las zonas de Maldonado y estribaciones de
Chiltazón, de Mallama, de Sotomayor [...]”.

Seguido a éstos, entre los 2.000 y los 300 metros, y en las estribaciones occidentales, el bosque
húmedo pre-Montano (bh-PM) se caracteriza por una temperatura promedio de 17° a 23°C y
corresponde a climas cálidos y tibios. En la época prehispánica fue utilizado para cultivos sub-
tropicales como algodón y coca. “Corresponde al cañón del río Mira, es decir a la sección de río
Blanco y de Lita; y a las tierras que miran al occidente, en los cursos de los ríos Mayasquer, Guiza
y Telembí y Patía. Las riberas bajas de la hoya del Guáytara y Pascual, región de probable
asentamiento multiétnico”.

Por último, y compartiendo esta altitud, encontramos el valle interandino o bosque seco pre-
Montano (bs-PM), correspondiendo a los piedemontes o valles secos, también propicios para la
explotación de coca y algodón, como fue el caso en épocas prehispánicas. Encontramos aquí “el
valle del río Chota y parte de la cuenca alta del río Mira, las áreas o valles de los ríos Mataquí,
Apaquí y las partes bajas de Pimampiro”.

En resumen, se puede caracterizar el hábitat de los pastos integrado por: un altiplano


húmedo-seco al interior de las cordilleras andinas; la ceja de selva occidental debido a su
mayor accequibilidad por cuanto la cordillera occidental es más baja y está cruzada por los
ríos Guáytara y Mira; y la cuenca alta y media de los valles interandinos y húmedos
formados por los ecosistemas fluviales Chota-Mira y Guáytara-Patía.
Esta región en principio reúne tres pisos altitudinales productores de los principales cultivos
prehispánicos: tubérculos, maíz, coca y algodón. Por otra parte, presenta las condiciones

43
para una actividad "agrícola dominante" ya que el medio ambiente no reúne las
características para una actividad pastoril de camélidos, practicada por otros grupos
andinos (Landázuri 1995: 29-30).

Por estar localizado casi sobre los 0° de latitud (0°, 37’) la insolación es perpendicular y las noches
y los días tienen igual duración, dando lugar a que no existan variaciones de temperatura muy
marcadas entre una estación y otra, en cada una de las zonas ecológicas definidas (Calero
1991:20).

En contraste con los Andes centrales (de puna), los septentrionales están franqueados al oeste y al
este por selvas tropicales muy húmedas, lo que permite que en las tierras altas se garantiza cierta
humedad y, 800mm anuales, siendo menor en los valles y cañones profundos (Calero 1991: 22).
En contraste la puna, localizada altitudinalmente más arriba, posee una menor humedad.

2.2. EL SISTEMA DEL ARCHIPIELAGO VERTICAL:

Una de las adaptaciones por las cuales las sociedades que habitaron los Andes de puna se
caracterizan en lo que John V. Murra (1975) denominó el control vertical de un máximo de pisos
ecológicos, esto significa que tales sociedades controlaban simultáneamente distintas “islas”
localizadas en diversos nichos ecológicos para aprovechar las limitaciones que dicho paisaje
andino les imprimía, logrando una complementariedad económica. Este sistema se presenta según
este autor en varias formas:

Un primer caso se refiere a etnias pequeñas política y demográficamente (de 500 a 3.000 unidades
domésticas) que tenían colonias en pisos ecológicos distintos de donde estaba su núcleo y
asentamiento principal, localizado por debajo de los 3.700 metros de altitud. En los casos referidos
por este autor, los grupos contaban con el control de zonas periféricas, viviendo
permanentemente en colonias de carácter multiétnico, localizadas tanto en pisos superiores al del
asentamiento principal (de carácter monoétnico), como por debajo de ellos. Tal aprovechamiento
no se hacía en sitos alejados a más de tres o cuatro días de camino. Las visitas referenciadas por
Murra dejan claro que los habitantes de estas colonias (en un número reducido) conservaban sus
derechos y propiedades localizadas en los centros de poder, y asimismo eran contados como
tributarios de los centros de poder. En el piso del núcleo (sierra) se explotaban maíz y tubérculos;
arriba, en la puna, se pastoreaba a los rebaños y se explotaba la sal; en otro mas abajo algodón y
coca; y al oriente otra de las “islas” proveía de maderas y miel (Murra 1975:70-71).

Un segundo caso contempla a grandes grupos (100.000 habitantes), reinos altiplánicos que
controlaban la producción y explotación de recursos en sitios distantes (hasta diez días o más)

44
tales como la costa y las selvas orientales. El centro o el núcleo de poder tenía el control directo
sobre el pastoreo, el almacenamiento y cultivo de productos básicos, estaba localizado sobre los
4.000 metros. Sus colonias o islas localizadas en la periferia, eran grandes asentamientos,
llegando a centenares de casas. Hipotéticamente los habitantes de las colonias (también de
carácter multiétnico) no perdían sus derechos en los núcleos de poder en el altiplano, ni su filiación
étnica original. Estos se podían dedicar fuera de su núcleo a labores artesanales como cerámica y
metalurgia (Murra 1975:79-80).

Para los grupos localizados en la costa peruana, es decir que su centro de poder no estuviera en la
sierra, ni en los altiplanos, Murra deja abierta la pregunta sobre un control en otros pisos. Para
grupos pequeños, que controlaban sólo un valle con buena irrigación, se postulan pequeñas y
ocasionales incursiones en las partes medias de la sierra, arreglos entre elites para explotación de
recursos estratégicos como la coca, por cierto no siempre amistosos (Murra 1975:81-95). Otro
caso, en grupos de la costa, es un hipotético “control horizontal” de valles bien irrigados por parte
de grandes y poderosos grupos. Si incursionaron en la sierra para explotación de recursos
estratégicos y básicos de la misma manera que los primeros dos casos presentados es materia de
discusión. Arqueológicamente hay evidencias de contactos con la sierra, lo más prudente para
Murra sería la consideración de intercambios inter-regionales pero con el establecimiento de
“colonias periféricas permanentes establecidas por los centros de poder costeño en la sierra y
viceversa. El vaivén entre las "islas" y los núcleos ocurría en el interior de una sola sociedad, un
solo archipiélago “ (Murra 1975:95-105).

Un quinto caso es la negación de los anteriores: los grupos niegan la explotación de recursos fuera
de su región. Se trata de un grupo del oriente boliviano, el cual aparte de cultivar sus alimentos era
un gran productor de coca y sólo explotaba dos pisos, en apariencia muy cercanos. Una
explicación probable dada por Murra es que este caso es una “isla” controlada directamente desde
Cuzco para el abastecimiento de las preciadas hojas (Murra 1975: 105-109).

El modelo de “archipiélagos verticales” de Murra tiene sus limitaciones y no puede bajo ningún
concepto aplicarse a todo el sistema andino. Parece corresponder al sistema articulado por los
incas, aunque el mismo autor deja abierta la posibilidad de que formaciones estatales anteriores a
los incas lo hubieran utilizado. En una perspectiva comparativa Murra (1981:93-94) argumenta que
mientras que en Mesoamérica el ingreso del estado era proveído por el tributo de los reinos y
etnias conquistadas, y los recursos de un piso ecológico eran aprovechados en otro mediante
mercados y ferias con la figura del pocteca como especialista de los intercambios inter-zonales, en
el mundo andino (incaico) no existió el tributo, “las autoridades políticas recibían sus ingresos en
forma de energía humana invertida en el cultivo de papakancha estatales, la ampliación de las

45
obras de riego o la colonización de nuevos nichos ambientales”. La institución de la mit’a fue la
encargada de regular tales movimientos de energía humana.

En los Andes, contrario a Mesoamérica, se presentaron intercambios ocasionales que abastecieron


de productos de la costa a los serranos y viceversa, sin que esto nos indique la presencia de
mercados y ferias, el tráfico de productos se realizaba “utilizando mecanismos que maximizaban el
uso recíproco de energías humanas”. Tales mecanismos pueden ser la mit’a precolombina y los
lazos de intercambio, reciprocidad y redistribución.

Las relaciones que existían entre núcleo e isla periférica eran de aquellas que, en la
antropología económica, se llaman de reciprocidad y redistribución. Esto quiere decir que
las unidades domésticas en la periferia dedicadas al pastoreo de auqénidos en la puna, al
cultivo de maíz o recolección de mana en la costa, al trabajo de la madera o cosecha de la
coca en las yungas, NO PERDIAN sus derechos a terrenos productores de tubérculos y
demás plantas alimenticias en el núcleo.

Todos los derechos se reclamaban y ejercían a través de lazos de parentesco y


periódicamente reafirmados ceremonialmente en sus asentamientos de origen. Aunque
vivían y trabajaban lejos del lago, los moradores en las “islas” periféricas formaban parte de
un mismo universo con los del núcleo, compartiendo una sola organización social y
económica (Murra 1981:94-95).

Dadas las diferencias ecológicas de los Andes de Puna y los de Páramo, el modelo Murra parece
no cumplirse en los Andes norteños:

La política bajo el modelo “archipiélago”, típico de la parte sur y central del Perú, tuvo por
meta el minimizar la necesidad de vínculos exteriores acrecentando el control de pequeños
enclaves económicamente complementarios. En cambio el estilo nor-andino exigía un
máximo de vínculos exteriores. Dado que el incentivo para la formación de alianzas parece
haber sido la existencia de diferencias complementarias en el potencial productivo, el
resultante padrón político habrá consistido de complejas alianzas rivales, cada una de las
cuales formaba en sí misma, una constelación dispersa ecológicamente equivalentes a un
“archipiélago”. Tales alianzas se interpenetraban geográficamente con otras alianzas, no
necesariamente amistosas. (Salomon 1980:315).

2.3. LA MICROVERTICALIDAD:

Las características geográficas y ecológicas que definimos arriba para los Andes de páramo dejan
en claro que el acceso vertical a diversos pisos ecológicos descrito por Murra tiene sus variaciones
en el norte de los Andes. Udo Oberem (1981) fue uno de los primeros en percatarse de esto,
definiendo una “microverticalidad”, esto es que las sociedades de los Andes septentrionales
explotaban pisos ecológicos ubicados a no más de un día de distancia y además las personas que
los explotaban regresaban a sus moradas en el mismo día, es decir no existe el carácter temporal
de los asentamientos en las periferias descritos por Murra.

46
Si la arqueología y la etnohistoria sobre las limitaciones que los Andes de puna imprimía sobre las
sociedades allí localizadas se habían desarrollado hasta hace relativamente poco de manera un
poco satisfactoria, los estudios referentes a los Andes de páramo dejaba mucho que desear. A
comienzos del pasado lustro Frank Salomon fue consciente de esta carencia de investigaciones.

Aparentemente, opina Salomon (1980:83-84), estos enclaves ecológicos (los valles y corredores
interandinos norandinos) ofrecieron buenas oportunidades para un complejo intercambio entre
ellos. No obstante por no haber tenido una organización central (estatal) que los uniera en épocas
14
preincaicas , muchos investigadores dejaron de lado qué tipo de mecanismos de articulación
integraron los distintos medios ecológicos. Para este autor esto ha llevado, principalmente, a
proponer seis principios erróneos:

(1) Que los “cacicazgos” de altiplano fueron pequeños enclaves locales sin lazos
regionales estables; (2) que las relaciones entre ellos fueron normalmente hostiles y mutuo
aislamiento, con la sola excepción de efímeras confederaciones militares; (3) que estos
rasgos eran más pronunciados entre las tribus “primitivas” de montaña; (4) que los
“cacicazgos” dependían de bases de subsistencia locales y poco diversificadas; (5) que
materialmente eran pobres y sujetos a una severa presión poblacional; (6) que su
organización interna era mucho más simple y menos estratificada que las comunidades
envueltas en sistemas estatales (Salomon 1980: 84).

Ante esto Salomon (1980:84-86) responde con tres proposiciones:

Para 1500 la población existente no era tan grande como para poder postular una presión de
población que calara duramente en los complejos de subsistencia. Algunos autores (como Reichel-
Dolmatoff o Athens) han postulado una presión maltusiana como motor de la política cacical, sin
embargo no ofrecen prueba alguna de su existencia. Para el caso norandino no se cuenta con
ninguna prueba fehaciente de grandes concentraciones de población.

En espera de una mayor evidencia, es más razonable la hipótesis de una población


relativamente escasa con relación a los medios de producción, que de una crisis
maltusiana. Esto implicaría, por un lado, ciertas limitaciones en el potencial control militar
de sitios remotos, y por otro, la existencia de excedentes exportables de comida y otros
productos (Salomon 1980: 85).

En esta región andina hay nichos ecológicos que se encuentran en un corto radio alrededor de los
centros altiplánicos.

Gracias a la estrechez de los valles del callejón interandino, los residentes de cualquier
piso pueden alcanzar al resto en un viaje de pocos días, aun a través de un difícil terreno
(Salomon 1980: 85).

14
El caso estudiado por Salomon (1980), el valle de Guayllabamba, corresponde a una zona
sometida por el Tawantisuyo.
47
Por último, no existe algún piso ecológico que sea autosuficiente, ninguno ofrece todos los
productos necesarios.

Dada la existencia de pequeñas unidades políticas, se supone que existieron medios de


intercambio interzonal a largas distancias, que fueron practicables a pequeña escala
(Salomon 1980: 85).

Como mecanismos integrativos se proponen: lazos de parentesco dinástico (¿de élites?),


relaciones de intercambio entre la familia u otras unidades pequeñas, exogamia intercomunal,
especialistas en el intercambio a larga distancia, residencia extra-territorial para propósitos de
aprendizaje o curación, arreglos extra-territoriales para compartir la cosecha, la formación de
enclaves multiétnicos, y arreglos militares. La acumulación de algunos excedentes permitió la
especialización y la consolidación de esas instituciones.

Oberem (1981) propone cuatro formas de acceder a los recursos que requerían las sociedades del
norte de los Andes:

a) Haciendo uso de la microverticalidad. Los habitantes de un núcleo de población se desplazaban


a cortas distancias para acceder a productos de otros climas. Teniendo éstos en los otros pisos
cultivos y chacras. Se va y se vuelve en el mismo día.

b) Un posible uso de archipiélagos como en el caso peruano. De dudosa y difícil verificación, no se


sabe si era costumbre pre-incaica. Enviar gente a trabajar o explotar un recurso determinado a
lugares distantes. Oberem da la posibilidad de la existencia de islas multiétnicas.

c) Intercambio y comercio.

d) trabajo en campos ajenos.

Esta forma de acceder a los recursos puede haber estado organizada de acuerdo a un modelo
concéntrico:

[...] el aparato de subsistencia tenía una estructura concéntrica: una organización


microvertical al centro, un sistema de intercambio generalizado conectado al centro con
zonas ecológicamente complementarias a distancias moderadas, y una organización de
intercambio a larga distancia, capaz de obtener los productos exóticos cuyas fuentes se
situaban más allá del radio de movilidad de personas con compromisos agrícolas (Salomon
1980:312).

Para el caso pasto, autores como Calero (1991), Landázuri (1995) y Uribe (1995a) han dejado
claro que es posible utilizar el principio de la microverticalidad para comprender el acceso a
recursos. Estos autores están de acuerdo en proponer la economía pasto como no autosuficiente.

48
Esta parece ser, según Salomon (1980), una constante en las economías del norte de los Andes.
Las actividades de intercambio y de comercio por fuera del territorio son entonces fundamentales
para la sociedad pasto.

La comunicación interregional ha sido una constante en el análisis de los grupos andinos.


El ordenamiento agrícola de “pisos verticales” en el área Andina dinamizó una
comunicación de intercambio (Terán 1995:231).

Los asentamientos pastos variaban en altitud desde Guachucal, localizado a 3.100 metros y
considerado uno de los pueblos más altos de Colombia, a Mallama, localizado sobre los 1.800
metros de altitud (Calero 1991:42).

Si se toma el caso de dos poblaciones de los pastos el principio de la microverticalidad y con esto
el acceso a recursos cercanos parece cumplirse:

La distancia de Mira a Tulcán, pueblos ubicados en los extremos del dicho altiplano [del
Carchi], es decir, desde tierras cultivables húmedas aptas para tubérculos hasta zonas
calientes de maíz y frutas, fue de 11 leguas. Asimismo, la distancia de las áreas de coca,
algodón y sal (Pimampiro, Ambuquí-Salinas) con tierras de la meseta ondulada húmeda
15
tendrán como límite máximo 15 leguas (Landázuri 1995:47).

La cuarta forma de acceso a los recursos propuesto por Oberem (1981) para las sociedades del
norte de los Andes es el trabajo en campos ajenos. Este tipo de acceso parece cumplir una
constante de esta región andina: la explotación de ciertos recursos en los valles secos
interandinos. El acceso a recursos como la coca, el algodón y la sal en estos valles está presente
en los pastos. Knapp (1992:25) pone en evidencia que tales cultivos son los encontrados en estas
regiones. Se destacan dos regiones: al norte, en la rivera de Guáytara en territorio abad y al sur en
la rivera del río Chota-Mira, donde parece haber una interacción con los caras.

Estos valles, en general tienen poca precipitación, pero debido a su situación protegida y
las elevadas temperaturas que en ellos reinan es posible el cultivo de plantas
subtropicales a base de irrigación artificial (Oberem 1981:50).

Landázuri (1987:39-41) caracteriza a los valles secos del corredor interandino como especializados
en la producción y explotación de bienes santuarios y utilitarios: coca, algodón y sal, y otros de
menor importancia: ají, añil, etc. Para ello se aprovecharon terrazas bien irrigadas para la
agricultura y la construcción de algún regadío simple. Para el abastecimiento de recursos básicos
se acondicionaron tierras.

15
11 leguas son aproximadamente 56 kilómetros en línea recta, 15 leguas 78 kilómetros. Los
cálculos se han hecho con base en la fórmula de Knapp (1992: 28) . La fórmula para pasar de
leguas coloniales a kilómetros modernos es en leguas largas (más de 4): D=-5.91+5.58n; donde D
es la distancia en kilómetros y n la distancia en leguas coloniales. Para distancias menores de 4
leguas D=1.37+6.37n.
49
Para el acceso y la producción de estos bienes se construyeron una serie de alianzas y arreglos
políticos y sociales para lograr enclaves multiétnicos y multicacicales.

Además se constituyeron como centros de intercambio o tiángueces (¿mercados?). En ellos


actuaban especialistas “mindalaes” quienes intercambiaban bienes exóticos por bienes del lugar.
También existió la contratación libre por personas no especializadas en el intercambio. Además
estos centros formaron parte de los circuitos de comercio ubicándose estratégicamente en las rutas
comerciales entre costa y sierra, y sierra y amazonía. La especialización en la producción de cierto
tipo de bienes aseguró la posesión de un patrón de intercambio (¿moneda?).

Pudo haber existido cierta necesidad de control sobre estas áreas por los caciques, aunque fue
evidente cierto grado de autonomía de los asentados allí respecto a señores o caciques mayores.

Existe una documentación más amplia sobre los valles secos del norte del Ecuador. Para los
pobladores de estos valles también se propone un principio microvertical. En la visita de García de
Valverde (A.G.I. Quito 60 1571) los testigos declaran en varias ocasiones que los abades del
pueblo de Yascual tenían productos de tierra caliente y de tierra fría.

El valle del Mira tiene una altura que oscila entre los 1.500 y los 2.000 metros, una pluviosidad de
1.000 mm anuales en sus estribaciones y temperaturas que van desde los 14°C hasta los 21°C
(Echeverría; Berenguer y Uribe 1995:50-51). En la relación de Otavalo hecha por Sancho Paz
Ponce (1965/1573/:238) se declaraba que el valle del Mira:

Es tierra enfermisima y que los más indios que bajan a este valle y río caen enfermos y
mueren muchos; y desde que yo soy corregidor hasta agora, he visto enterrar muchos
indios que han caído enfermos de solo haber ido a los valles y riberas deste dicho río a
trabajar en las dichas heredades de viñas y olivares.

De la anterior cita es necesario aclarar que los cultivos de uvas y olivos son introducidos por los
españoles, y que indican lo seco del valle, ambos son propios de climas secos (Knapp 1992:27).
Para finales del Siglo XVI, los caciques pastos de la provincia del Carchi se quejaron ante las
autoridades españolas sobre las muertes y daños que les causaba a ellos el enviar indios como
mitayos a este valle (A.G.I. Quito 22).

50
3. ETNOHISTORIA DE LOS PASTOS

3.1. EL TERRITORIO:

3.1.1. Los pastos:

Se localizaron en el extremo sur de Colombia y en la provincia del Carchi en el Ecuador en las


tierras altas de estas dos regiones, teniendo como límites occidentales y orientales las cimas que
rodean los altiplanos de Túquerres e Ipiales en Colombia y el del Carchi en el Ecuador. El sistema
fluvial Carchi-Guáitara atravesó este territorio en su parte media y baja. La mayor parte de los
asentamientos pastos se localizaron en el altiplano central, no obstante existieron algunos de ellos
en las vertientes de la cordillera que miran hacia el Pacífico. La configuración quebrada del
territorio determinó que los pastos no sólo aprovecharan los recursos de las tierras altas, la
presencia de profundos cañones posibilitó a este grupo la explotación de diversas ecologías (desde
los 3.100 metros de altitud hasta los 1.800 metros) (Calero 1991:43-44; Romoli 1977-78: 13-14).

Algunos datos permiten corroborar que este grupo ocupó principalmente las partes altas y frías de
la cordillera.

La tierra de los pastos es fría en demasía y en el verano hace más frío que no en el
invierno [...] (Cieza 1971/1553/:141).

La de los pastos es provincia fría [...] (Anónimo 1992/1559-60/:19).

La lingüística, por medio del estudio de la toponimia en el área pasto, ha llegado a determinar que:

La distribución geográfica de la toponimia pasto coincide en su mayor parte con aquella de


los pueblos pasto, citados por Cieza de León, aunque se evidencian dos extensiones
lingüísticas; una en Yacanquer (territorio Quillacinga) y otra en la región de Tabiles
(territorio abad). En cuanto a la sucesión temporal de ocupación, la homogeneidad de
estos toponímicos nos sugiere una ocupación continua del área por este grupo. A su vez,
los datos arqueológicos indican una ocupación prolongada del grupo pasto en el área y la
presencia de otra etnia (complejo Capulí) al parecer diferenciada de los pastos [...] Las
fuentes históricas no distinguen entre los pastos agrupaciones humanas diferentes, con
excepción quizás de posibles colonias de mitimaes en la provincia del Carchi, Ecuador
(Groot y Hooykaas 1991:97).

De otro lado la arqueología permite, según las mismas autoras, corroborar estos datos:

La distribución espacial de la cerámica de la fase Tuza se extiende más allá del límite que
se había señalado tradicionalmente por medio de documentación histórica a la ocupación
51
de los pastos. Esta extensión, dentro del territorio histórico de los quillacingas, señala su
prolongada permanencia en la región; zona, esta última de donde seguramente fueron
desplazados por los quillacingas en una época próxima a la llegada de los españoles. Sólo
a partir de la cuenca del río Juanambú hacia el norte, se experimenta un cambio sustancial
en la cerámica, en donde vale mencionar las regiones de San Pablo, La Cruz y El Rosario
(Groot y Hooykaas 1991:97).

Jijón (1912, 1956) daba como frontera un territorio mucho más extendido hacia el lado del Pacífico
e incluso los agrupaba con los indígenas de la Provincia de Barbacoas del litoral Pacífico y con los
cuayqueres.

El territorio de pastos y barbacoas se extendía desde el río Isacuandé, hasta la bahía de


San Mateo, del mar a la cordillera oriental, colindando con los yurumanguis, popayaneses
y quillacingas, por el norte y noreste, con los corneguajes (tucanos) por el este; kofanes,
caranquis, cayapas y pueblos de la tolita (puruhá-mochicas), por el sur (Jijón 1956:31).

Landázuri (1995:19) opina que el territorio de los pastos estaba dividido en dos: los del norte
abarcando la hoya del río Guáytara (en su curso alto y medio) y correspondiendo al altiplano
Túquerres-Ipiales en Colombia y los del sur ocupando la provincia del Carchi en el Ecuador, desde
el río Carchi hasta el río Chota y que forma parte de la hoya del río Mira. Ambos territorios se
extendieron por un área de 430 Kilómetros cuadrados.

Las fuentes del río Pisquer, tributario del Chota, era el río que marcaba en el valle interandino el
lindero de los pastos con los caranquis o caras del Ecuador (Martínez 1974:653).

Cieza enumeró doce pueblos de los pastos de la gobernación de Popayán, pero la visita de Tomás
López recogió información más sistemática y de carácter administrativo y el número que de estos
aportó, diecinueve asentamientos, se toma como más confiable. En la margen derecha del
altiplano: Túquerres, Calcan, Capuis, Guachucal, Gualmatan, Pastaz, Muellamas, Cumbal,
Carlosama, Pupiales e Ipiales. En la parte más occidental Mallama, y al norte del territorio Yascual
y Ancuya (Landázuri 1995:31-32).

Con certeza se puede decir que existieron cuatro asentamientos pasto entre el río Carchi y el Mira:
Tulcán, Tuza, Guaca y Mira. Estos pertenecieron al distrito de Otavalo y a su vez a la Audiencia de
Quito. Con la política colonial de las reducciones algunas parcialidades y pueblos quedaron bajo la
jurisdicción de otros como es el caso de Pun y Chunquín que se reducieron al pueblo de Guaca y
el Angel y Puntal con el pueblo de Tuza (Landázuri 1995:34-37).

De los cálculos efectuados por Horacio Larrain (citado por Landázuri 1995:46) se desprende que la
posible población del territorio de los pastos giró alrededor de las 239.604 almas, correspondiendo

52
55.268 a los pastos del sur y 184.336 a los pastos del territorio colombiano, es decir a los pastos
del norte.

Landázuri (1995) argumenta que tomando los casos de Tuza y Mira como ejemplo de los pastos se
puede inferir que algunos cacicazgos geográficamente dominaban dos zonas contiguas de
producción agrícola. Una dedicada al maíz (meseta ondulada seca) y otra a los tubérculos (meseta
ondulada húmeda). El control sobre estos productos incidencias sobre la distribución de los
asentamientos, en el cual un núcleo de población donde estaba la sede del curaca se ubicaba
cerca de la zona productora de papa y tubérculos al igual que los principales ayllus o parcialidades
del cacicazgo. Esta zona se localizó sobre los 2.800 metros.

Contigua a esta zona se ubica, más abajo, un enclave de producción maicera y cuya distancia del
núcleo no debió ser mayor a los 20 kilómetros. Según se infiere de algunos alegatos jurídicos en
torno al control y sucesión de las tierras de los caciques, el control directo de estos sobre las tierras
para el cultivo de maíz fue la base del prestigio y la riqueza. Para los pastos del norte se propone
un modelo similar y las fuentes son enfáticas al aclarar que algunos pueblos y asentamientos
pastos como Funes, Males, Ipiales y Guáytara producían maíz y papa “dentro de sus términos”.

[...] el modelo de ocupación de espacio en la sierra norandina, entre pastos, giró en torno a
la producción de tubérculos y maíz. Este requerimiento supuso formas de acceso a las
distintas tierras productivas al interior del callejón interandino. En su gran mayoría, los
curacazgos pasto tuvieron un asentamiento principal en la zona alta y fría en el altiplano de
Túquerres- Ipiales y en el del Carchi; estos espacios se dedicaron principalmente a la
actividad agrícola de tubérculos. En cambio la producción de maíz la realizaron en áreas
tibias ubicadas en los pisos contiguos (valles y cejas de montaña), a través de “colonias”
ocupadas por camayuq (Landázuri 1995:64).

Calero (1991:40-41) apoyándose en información suministrada por Uribe (1977-78:165) sostiene


que los pastos tenían un tipo de asentamiento disperso.

Algunos pastos vivían en poblaciones de casas agrupadas, construidas de tierra y en


forma circular [...] Aunque las ruinas arqueológicas de bohíos individuales indican que el
promedio de ellos medía unos 20 metros de diámetro, otros tenían hasta 53 metros en su
base circular. Sin embargo, la forma de asentamiento más común era de casas dispersas
en el campo, generalmente cerca de las fuentes de abastecimiento de agua y en los suelos
más fértiles.

3.1.2. Los vecinos de los pastos:

Los abades: habitaron la parte oriental de la Cordillera Occidental, desde el pueblo de Ancuya en
el sur hasta la confluencia del río Guáitara con el Patía. La vertiente occidental del río Guáitara
53
sirvió como uno de sus límites con los quillacingas. Los abades explotaron las ecologías de tierras
cálidas y templadas, y contrario a los pastos se los sugiere en las fuentes como un grupo poco
dedicado a la agricultura, con un énfasis en la minería y pocas relaciones de intercambio (Calero
1991:46; Romoli 1977-78:14).

[...] por tener minas en las tierras y no ser gente aplicadas a grangerias [...] (A.G.I Quito 60
f. 209 v).

[...] no son yndios que tienen contrataciones ni otras grangerias mas de acostumbran a
sacar oro de las minas que tienen en su tierra [...] (A.G.I Quito 60 f. 214 r).

Sin embargo los abades son de vital importancia para el tema de la circulación de productos para
los pastos. Se tiene evidencia, principalmente por la información de los testigos de la visita de
Valverde, sobre colonias extraterritoriales pasto en territorio abad, por las cuales se proveían de
oro y algodón. Existe la posibilidad, dado que eran valles secos, de una explotación de coca. La
relación de 1559 (1992/1559-60/:19) expresaba que En algunos valles templados cogen coca, y es
probable que estos no estuvieran en territorio pasto.

Los quillacingas: Explotando las partes templadas de las hoyas de los ríos Guapuscal, Bobo, Mayo,
Pasto, Juananbú, los quillacingas ocuparon un territorio que se extendió en el norte hasta el distrito
de Almaguer, limitando al sur con el territorio pasto. La orilla oriental de las partes media y baja del
río Guáitara sirvió como límite de estos con los abades y los pastos, y sus asentamientos llegaban
en el oriente hasta el valle de Sibundoy. Los españoles dividieron el territorio de estos en dos: el
perteneciente a la jurisdicción de la ciudad de Pasto, cuyo límite norte fue el río Mayo, y luego de
éste, hacia el norte y los del distrito de Almaguer (Calero 1991:48).

Romoli (1977-78:13-14) divide a los quillacingas en dos. En la parte oriental del territorio nariñence
existían los denominados “pueblo de la laguna” (laguna de la Cocha, o lago Guamués) y los que
poblaban el valle de Sibundoy o “provincias de la Montaña”. Esta autora asigna a estos pueblos
del Sibundoy un territorio que se extendía desde la cumbre de la cordillera central hasta la
cordillera de Portachuelo en el este del valle de Sibundoy y desde el divorcio de las cuencas del
Caquetá y Putumayo hasta el río Guamués. La otra sección de los quillacingas era en el territorio
central, al norte de los pastos en la banda derecha del Guáitara, asentados en el valle de Atris
(actualmente la ciudad de Pasto), siguiendo el valle del río Juananbú, teniendo como máxima
extensión al norte las partes alta y media del río Mayo.

[...] las provincias de los quillacingas que son los deste valle a la redonda desta cuidad
[Pasto] y los otros son los de la jornada a joananbu y quina y sus comarcas y mas la
provincia de cigundoy y la laguna y patascoy [...] (A.G.I Quito 60 f. 214 r).

54
Los testigos de García de Valverde son ambiguos sobre el intercambio que se pudo presentar con
otros grupos. Sin embargo como se verá después es muy posible que al menos ocurrió un
intercambio con los grupos del valle de Sibundoy.

[...] parece que no tienen trato ni contrato con otros yndios porque es testimonio [...] (A.G.I
Quito 60 f. 208 r).

[...] suelen tratar e contratar [...] (A.G.I Quito 60 f. 210 v).

Jijón (1912:315) dudaba si los pastos y los quillacingas eran un mismo grupo, opinión que para
ese entonces tenía el padre Federico Suarez González. Esta duda la tenía por que según la
opinión de Rivet estos eran dos grupos completamente distintos.

Cieza de León habla de los pastos y quillacingas, como si fueran gentes distintas; coloca a
los segundos hacia el oriente, respecto a los primeros, cuyo último pueblo dice que era el
de Tusa en la actual provincia del Carchi. No obstante la aseveración de Cieza de León,
bien podemos considerar a los pastos y quillacingas como tribus procedentes de un mismo
origen. (González Suarez en Grijalva 1988:41).

La confusión se puede deber en parte a que Benalcazar exageró los límites de los quillacingas
para evitarse problemas administrativos y de derechos sobre tierras conquistadas con su
comandante Francisco Pizarro.

Los mocoas y sucumbíos: localizados en las vertientes orientales de la cordillera, mirando a la


selva amazónica. Romoli le otorga a los sucumbios una posible filiación cofán, y habitaban un
territorio que se extendía desde las cumbres de la Cordillera Central hasta el Putumayo, y desde el
río Guamués hasta el San Miguel de Sucumbíos. Por su parte los mocoas son un grupo muy poco
definido y posiblemente se localizó sobre las riveras del río Mocoa y un trecho contiguo a la
margen derecha del río Caquetá (Calero 1991:53; Romoli 1977-78:13).

Sindaguas: se agruparon en la vertiente de la Cordillera Occidental que mira al Pacífico, desde los
afluentes derechos del Río Telembí alto hasta las cabeceras del río Iscuandé y el “puente de
Tierra” que divide los nacimientos de los ríos San Pablo y San Juan de Micay. Dispersos por la
llanura del Pacífico los españoles agruparon a diversos grupos con el nombre de “indios de las
Barbacoas” (Romoli 1977-78:13).

55
3.2. ALGUNAS NOTAS SOBRE LA AGRICULTURA PASTO:

Las fuentes son enfáticas en los productos agrícolas de los pastos. El maíz y los tubérculos fueron
su principal producción agrícola. Para autores como Salomon (1980) los Andes de páramo podrían
ser denominados también como Andes de maíz, en contraposición a los Andes de tubérculos o
Andes de puna. Este investigador postula que las economías del norte andino pusieron un
marcado énfasis en la producción maicera en contraste con unos Andes centrales donde el maíz
fue un cultivo estatal dedicado al ritual y no al sustento general de la población, sin embargo, no se
descarta su uso ceremonial e inclusive curativo.

El maíz podía ser el pan de cada día pero no por ello dejó de ser un alimento ceremonial
[...] como sustento general era servido en la vivienda, en el camino, o en el trabajo ya sea
en su forma de tostado (Kamlla) o servido como muti [maíz pelado y deshidratado] [...] era
consumido social o ceremonialmente en una amplia variedad de ocasiones, principalmente
en la forma de aswa [chicha], preparada en las casas de particulares o del señor étnico
(Salomon 1980:126).

Landázuri (1995:66) propone lo contrario, que fueron los tubérculos los que suplieron las
necesidades más básicas de alimentación y que el maíz fue un cultivo de orden principalmente
ritual. La información arqueológica proveniente de las tumbas de los caciques y principales de los
pastos permite avanzar un poco en la corroboración de este argumento. Las evidencias
documentales no son muy claras en este sentido.

En todos los términos destos pastos se da poco maíz [...] Dase en aquella tierra mucha
cebada y papas xiquimas (Cieza 1971/1553/:140).

En todos esos pueblos [de los pastos] se da poco maíz, o casi ninguno, a causa de ser
tierra muy fría y la semilla del maíz muy delicada; mas críanse abundancia de papas y
quinio y otras raíces que los naturales siembran” (Cieza 1971/1553/:151).

[...] hazen sementeras de mahiz y papas y lo venden y rrescatan con ello y lo mesmo
petates que los hacen en cantidad [...] (A.G.I Quito 60 f. 207 v).

Cogen gran cantidad de maíz y de papas, que es su general mantenimiento (Anónimo


1992/1559/:19).

Asimismo, es comprobable en los pastos la producción de piña (Ananas comosus), aguacate


(Persea spp), tomate de árbol (Cyphomancacra betacea), moras (Robus spp), Capulí (Prunus
salidifolia), yuca (Manihot esculenta crantz), algodón (Gossypium spp), fríjol (Phaseolus vulgaris)
maíz (Zea mays), olluco (Ullucus tuberusus), oca (Oxalis tuberosa), muyua o muxua (Tropacolum
tuberosa), papa (Solanum tuberusum), quinua (Chenopudium quinoa), chiocho (Lupinus mutabilis),
paico (Chenopodium ambrosicides), auyama (Lurcubita palmata) (Landázuri 1995:69).

56
Los tubérculos parecen responder mejor a las cualidades climáticas del territorio pasto que el maíz,
que por debajo de los 2.000 m. de altitud puede producir dos cosechas al año y está menos
propenso a ser dañado por heladas. De todas maneras no es descartable la producción en
cinturones altitudinales superiores a este dado que el maíz tiene una gran adaptabilidad (Calero
1991:40, Landázuri 1995:65). Hay que tener en cuenta que en tierras cálidas el maíz esta expuesto
a un mayor número de plagas, lo cual afectaría su productividad.

El espacio utilizado por los pastos para el maíz no debió representar una limitación para su
producción al punto que no debió ser necesario la construcción de obras de andenería. En la
cuenca media del río Guáytara existen algunos andenes, no obstante se desconoce si fueron
hechos por los pastos. La cantidad de agua requerida para su cultivo debió presentar alguna
limitante, sin embargo no se han encontrado indicios de regadío artificial en territorio pasto (Calero
1991:40, Landázuri 1995:67, 69). Fuera de éste, al sur, existen indicios de obras de regadío.

Knapp (1992:23-26) indica que algunos trabajos de ingeniería (canales y camellones de cultivo) en
la sierra norte del Ecuador datan de la época preincaica y que el influjo del gobierno del Cuzco
sobre la agricultura y los trabajos de infraestructura durante su corto dominio en esta zona fue
mínimo.

El papel del riego era 1) permitir el cultivo de plantas perennes o de larga maduración
como frutas, coca, algodón, necesarias para vestimentas o usos culturales; 2) mejorar la
agricultura en camellones, como en Caranqui (riego de vertientes); y 3) en regiones no
aptas para camellones, formar la base intensiva de maíz (chapi) (Knapp 1992:102).

Fuera de las reflexiones y las evidencias puramente ambientales y arqueológicas, los datos
etnohistóricos son poco consistentes como para poder afirmar una especialización maicera o un
énfasis en el cultivo de los tubérculos. Tampoco se tiene en cuenta por parte de algunos
investigadores el hecho que el maíz se puede recoger sin estar totalmente maduro, lo cual también
afecta notablemente las interpretaciones sobre la utilización de este grano.

Se ha propuesto que las condiciones imperantes en los Andes de páramo no permiten óptimos
mecanismos de almacenamiento como en el caso de los de puna. Sin embargo, primero habría
que analizar hasta qué punto se necesitó de ello; segundo, algunas evidencias indican que los
habitantes de la sierra norte del Ecuador tienen algunas manipulaciones con los alimentos que
permiten su conservación por largos periodos de tiempo.

[...] las posibilidades de utilización de la papa no fueron tan amplias como en los andes
centrales, en donde por medio de la deshidratación de la papa se elaboró el “chuño”, lo
que significó una mayor capacidad de conservación y almacenaje (Landázuri 1995:67).

57
Debido a las circunstancias climáticas distintas de las del Altiplano peru-boliviano no se
practica la preparación del “chuño” en las zonas altas de la sierra, la cual tampoco es
necesaria para asegurar la alimentación de sus habitantes (Oberem 1981:51).

En ausencia de las condiciones que permiten la conservación y almacenaje de alimentos en los


Andes del norte, y que por el contrario se presentan en los Andes centrales, Salomon (1980:125-
126) argumenta que ciertas prácticas permiten la conservación del maíz por largos períodos de
tiempo. Primero está la práctica, aun existente, de colgar las mazorcas en las vigas de las casas y
ahumarlas cerca de los fogones. Segundo la deshidratación de maíz pelado, aunque según este
autor actualmente en la sierra ecuatoriana no se usa mucho por su poco valor nutricional y es de
poco gusto en sabor. Otra forma, de sabor más apetecido, es tostar levemente los granos cuando
están maduros y luego secarlos al sol. Por otro lado, las leguminosas típicas que acompañan al
cultivo del maíz permiten también cierto tipo de almacenamiento.

Para Landázuri (1995:72-73) el almacenamiento de productos está en estrecha relación con la


capacidad de acumular productos por parte de los caciques para su posterior reparto por medio de
la redistribución y asimismo con la necesidad de almacenar para prevenir catástrofes.
Seguramente una forma de aprovisionamiento segura la pudo constituir el intercambio con otros
grupos, además de alianzas con otros grupos para garantizar acceso a otras tierras y el
abastecimiento de productos. En opinión de este autor las estrategias de producción (tipos de
cultivos, tecnología y utilización de la energía humana) adecuadas al medio ambiente del área
pasto junto con las alianzas políticas y el intercambio aseguraron la subsistencia mínima del grupo.

Como se dijo anteriormente la economía pasto no fue autosuficiente. La producción agrícola debió
estar destinada a garantizar el consumo de algunos productos por parte de la población, a
mantener a un grupo de no productores y a generar cierto excedente que permitiera intercambios
con grupos vecinos y cubrir las obligaciones políticas y sociales de los caciques.

3.3. ORGANIZACIÓN POLÍTICA:

La organización política que caracterizó a los grupos indígenas de los Andes del norte ha sido
sintetizada principalmente por Oberem y Salomon. El primero haciendo uso de una exposición
ideal típica opina que:

Cada señorío estaba integrado por varias aldeas de un mismo habla. Gobernaba cada
aldea el jefe del grupo de parentesco más importante y como el jefe del estado figuraba el
que gobernaba la aldea más grande. Los jefes de los diferentes rangos constituían la capa
social de los “nobles” a la cual pertenecían por herencia. Subordinada a ellos estaba la
58
“gente común” que formaba la mayoría de la población. Nobles y gente común estaban
enlazados por un sistema gradual de redistribución de bienes y del control de la mano de
obra. Había especialistas tales como comerciantes y artesanos.
La clase social más baja la formaban individuos cuya libertad personal estaba restringida,
es decir por personas cuya posición social era parecida a lo que en términos europeos
podríamos clasificar de “siervos” o “esclavos”.
Entre un señorío y los demás existían relaciones de diferente índole, tales como tipo
económico y de parentesco pero también de orden bélico (Oberem 1981:49).

Estos “señoríos” pueden ser descritos también como:


16
La llajta es un grupo de personas que comparten derechos hereditarios sobre ciertos
factores de producción (tierras, el trabajo de ciertos individuos, herramientas específicas e
infraestructuras), y que reconocen como autoridad política a un miembro privilegiado del
propio grupo. Tal autoridad es denominada “señor étnico” para distinguirlo de gobernantes
quienes no fueron reconocidos como miembros del propio grupo. Este término es
equivalente al “chief” en la terminología de Reichel-Dolmatoff y de Steward, e incluye a las
categorías llamadas kuraka, “cacique” y “principal” dentro de la terminología principal
(Salomon 1980:87-88).

Un señor local y su grupo de parentesco dominaba pequeños grupos de población en los que se
podría definir como un ayllú o una parcialidad, estos a su vez estuvieron, posiblemente, sujetos a
un cacique mayor. Las relaciones se pudieron expresar en “tributación” o en relaciones de
redistribución en las cuales los comuneros trabajaron las tierras de los caciques. Tanto la base de
la subsistencia, como la tributación fue esencialmente local, los cacicazgos del norte de los Andes
administraron los recursos de las regiones en que ellos residían de acuerdo a un modelo de
explotación “microvertical”, desde los productos que ofrecía el páramo a las tierras templadas aptas
para la producción maicera (Salomon 1980:311-312).

Las fuentes documentales también permiten definir la existencia de caciques y “señores”.

El hombre mas estimado entrellos era el cacique o principal mas valiente y que mejor
labranza hacía; porque como gastase en dar de comer y beber a los indios, acudíanle con
mas voluntad y amor que a los que no hacían esto.
El gobierno que antiguamente tenían era que los caciques cada uno en su territorio era tan
temido cuanto se podría decir, siendo hombre áspero, y lo que quería se había de hacer
sin haber pensamiento en contrario; porque si el cacique lo sentía, el súbdito había de
morir por ello (Anónimo 1965/1573/:226,227).

Para el caso pasto lo más seguro es que existieran numerosas aldeas gobernadas por una
persona, cada una de las cuales tenía cierta autonomía (Salomon 1988:110). En algunos casos se
pudo haber presentado la subordinación de varias aldeas a un solo cacique.

Los pastos, como muchos otros grupos que habitaron lo que hoy es Colombia, se
organizaron en cacicazgos, algunos de los cuales formaron federaciones. Estas

16
La palabra llajta, cuyo plural es llajtakuna, de es de origen quichua (Salomon 1980:87).
59
federaciones consistían en un agrupamiento de varias poblaciones bajo un mismo jefe
(cacique principal) quien tenía autoridad sobre los otros caciques locales (Calero 1991:43).

Esto puedo haber sido el caso de Chapal en la hoya alta del Guáytara: incluyó a los asentamientos
de Tescual, Puerres, Canchala y Chapal; y de Guachucal, Muellamues, Cumbal, Colimba y
Mallama que constituyeron una organización parecida, al igual que Túquerres, Sapuyes y
Guaitarilla.

No sabemos cuantas federaciones existieron ni tampoco cuál fue su relación entre sí. Hay
evidencia de que las fuertes relaciones de comunidad se mantuvieron vivas con base en
intercambios matrimoniales entre las familias importantes de estos cacicazgos como, por
ejemplo, en el caso de Tulcán y Guachucal. La unión entre comunidades por medio del
comercio y de lazos matrimoniales sugiere una relación de cooperación y amistad entre las
varias comunidades de los pastos (Calero 1991:43).

Calero (1991:45) da dos posibilidades de herencia del cacicazgo entre los pastos. Jijón y Caamaño
(citado por Calero 1991:45) piensa que éste se sucedía matrilinealmente al sobrino mayor, es decir
al hijo mayor de la hermana mayor del cacique. Calero sugiere, basándose en información
documental, una sucesión directa del padre al hijo mayor, en caso de no existir este, a una hija.

Aunque para una fecha muy tardía, 1676, un documento del Archivo Histórico Nacional de Quito
(citado por Calero 1991:44) describe la ceremonia de posesión como cacica de Guachucal de
Micaela García de Tulcananza:

Ella estaba sentada en una silla y habiéndose quitado los indios principales les mando
quitar las mantas y que se las volviesen a poner... uno a uno fueron a besarle la mano... la
cargaron cuatro indios principales rodeándola por la dicha plaza y la trajeron a casa de su
morada donde la bajaron de la silla y se le entregó la numeración del pueblo.

Según Landázuri (1995:64) el control sobre las áreas maiceras, es decir las mesetas onduladas
secas, es uno de los factores que determinó la base del poder de los caciques pastos.

De la documentación examinada, se puede proponer la existencia de tierras con uso


diferencial; es decir, dedicadas a tubérculos y a maíz, con acceso diferenciado en relación
a la jerarquía política, en razón de un mayor o menor grado de productividad. Esto nos
lleva a proponer dos tipos de acceso o posesión de la tierra al interior de los curacazgos
pastos: 1) tierras de uso individual, a las que tenían acceso todas las unidades domésticas,
preferentemente dedicadas al cultivo de tubérculos, ubicadas en la meseta húmeda y 2)
tierras bajo un régimen colectivo, dependiente de la autoridad del curaca o principal,
dedicadas al cultivo de maíz, situadas en la meseta seca y cuyo acceso estuvo regulado
por un sistema de relaciones de reciprocidad asimétrica al interior de la unidad política
(Landázuri 1995: 75-76).

60
Esto supone una utilización de la energía humana en la cual los comuneros trabajaron
comunalmente los campos de los señores. Tanto en las mingas y otras formas de reciprocidad,
como en los trabajos de las tierras de los caciques, es decir en una forma redistributiva, se repartía
como compensación maíz en forma cocinada o en chicha (Salomon 1980:132-133).

Si tomamos como referencia la tributación que los españoles impusieron a los indígenas tanto para
entregar a los caciques como a sus encomenderos, se pueden apreciar los artículos que entraban
en los circuitos redistributivos. Los españoles fueron “miopes” en la dirección en que los bienes
circulaban (comunero-señor, señor-comunero) y las nuevas pautas políticas de los conquistadores
rompieron esta forma de circulación volviéndola de una sola dirección: comunero-señor o
comunero-encomendero. Se puede establecer que la tributación fue establecida muchas veces
sobre prácticas aborígenes y con productos producidos en épocas pre-contacto.

Los tributos que de presente pagan a sus encomenderos, es cada un pueblo en lo que esta
tasado, ques de lo que en el se beneficia y coge, unos en oro, otros en mantas, algodón y
gallinas, madera y algunos venados; y en defecto de no dar algunas de estas cosas,
comútase a oro, conforme al valor dellas (Anónimo 1965/1573/:227).

[...] recogieron tributo, práctica que facilitó enormemente la implantación de la encomienda.


Lo que es incierto es que tipo de tributo los indios pagaron antes de la conquista europea,
cuánto, como se asignó el tributo y a quién se debía pagar. Muy probablemente el tributo
consistía en objetos de algodón, productos agrícolas, vasijas, oro en polvo y cuentas de
collar o chaquiras, los mismos objetos que se usaron más tarde para pagar tributo de
encomienda (Calero 1991:44).

61
4. LA CIRCULACION DE PRODUCTOS

Para Landázuri (1995: 76) de las formas de acceso a la tierra, la segunda (trabajos al cacique y sus
tierras) está en estrecha relación con la circulación de bienes y servicios, en donde las unidades
domésticas aportaron la energía humana y las élites cacicales distribuyeron bienes santuarios y
derechos sobre las tierras maiceras. Por otro lado, la generación de excedentes en la producción
posibilitó una dinámica de intercambio (Terán 1995:232).

Uribe (1995a:449-455) propone que gracias a tres factores fue posible la dinámica del intercambio
de los pastos. Microverticalidad: no existen comunidades andinas económicamente autosuficientes
y debido a esto se necesitó del intercambio entre las distintas zonas que aprovecharon los pastos.
Segundo la existencia de especialistas en el intercambio o mindalaes que cambiaron productos
terminados por materias primas y sirvieron a las comunidades andinas abasteciendo o importando
bienes de las selvas tropicales. Por último, la existencia de enclaves o colonias multiétnicas que
posibilitó el intercambio con otros grupos vecinos o lejanos.

Sin embargo, si algo caracteriza a la microverticalidad es la reducción en la dependencia externa,


al menos en lo que alimentos básicos se refiere. Esto no quiere decir que no se necesitara de
vínculos externos para obtener otros productos. Los intercambios con regiones distantes sirvieron a
los pastos para adquirir bienes exóticos o productos culturalmente importantes como la sal o la
coca.

Según la misma autora (1995a:448), todo parece indicar que el fin de la fase Piartal coincide con
una reducción en las relaciones de intercambio a larga distancia, al menos en lo que a contactos
con la costa pacífica se refiere. No obstante, existen indicaciones que los pastos tenían relaciones
de intercambio con otras regiones. En otros apartes de esta investigación se ha sugerido que el
argumento de Uribe es un poco contradictorio. Por un lado, postula una reducción en los circuitos
de intercambio a larga distancia, pero por otro la misma autora señala, con una gran cantidad de
información etnohistórica, que los pastos participaron en importantes intercambios en el norte del
Ecuador y sur de Colombia durante el siglo XVI. La evidencia encontrada durante esta
investigación permite sugerir que ésta era la situación durante esta centuria.

Es gente que tiene trato y contrato, así en su provincia como en las demás (Anónimo
1992/1559-60/:19).

[...] para aquellos bienes que estaban fuera del espectro “microvertical”, las poblaciones de
los pastos dependían de varios mecanismos de intercambio que no pueden reducirse al
modelo del “archipiélago vertical” (Salomon 1988:110-111).

62
Tales mecanismos fueron el intercambio por contratación libre, como en el caso de los
intercambios por oro y algodón en los asentamientos de los abades; asentamientos de carácter
permanente, tal vez con la pérdida de privilegios étnicos en otros territorios y la obtención de
objetos santuarios mediante un comercio institucionalizado realizado por agentes de comercio
especializados (mindalaes) bajo la dirección política de un cacique y posiblemente la circulación
de bienes santuarios con una función de cuasi-moneda (chaquiras y chaguales), cuya utilización
estaba no sólo permitida a nobles y especialistas comerciales, sino a los comuneros en general y
que sirvió para las transacciones en los mercados (tiangueces).

Dentro de esta misma línea de ideas se propone que los principales intercambios fueron los de
productos de tierras cálidas por los de tierras frías (Oberem 1981:59). Aquellos bienes que se
obtuvieron en los sitios más distantes parecen ser los más propensos a ser politizados (Salomon
1980:313). Además tal intercambio debió suponer un sistema de arreglos entre los grupos.

Este movimiento debe ser entendido dentro de un campo económico y social, desarrollado
en relaciones sociales de parentesco o amistad como lo señala Sahlins [...] La interrelación
de comercio entre dos grupos puede estar dominado por varios causales como parentesco
o arreglos políticos y económicos. Estos parámetros constituyen las bases para el
desarrollo de un activo comercio extra-comunal. (Terán 1995:231).

Todas las evidencias parecen indicar que el acceso a ciertos bienes necesarios, pero escasos, fue
un motor que impulsó las dinámicas de intercambio en los Andes del norte.

La dinámica establecida alrededor de los campos de extracción de la sal, producto no


encontrado en la región oriental, la importancia de la coca y las connotaciones de poder a
partir del intercambio se podrían plantear como un vector de singulares características para
el área septentrional andina. No sin ello dejando de lado el intercambio de la canela,
plumas de aves, vandul y ají (Terán 1995:235).

Las tierras bajas del oriente parecen haber suplido a los productos costeros. En el caso de la sierra
norte del Ecuador una cerámica denominada como Cosanga o Panzaleo es encontrada en varios
sitios de la sierra norteña, teniendo ésta un origen oriental y estando asociada a prácticas de
intercambio con grupos amazónicos y la circulación de hojas de coca y de sal (Terán 1995). Tres
productos, asociados con imaginarios de un nivel mínimo de comodidad culturalmente aceptados,
parecen ser el principal aliciente de tales intercambio entre selva y sierra: sal, algodón y ají
(Salomon 1980). Por otro lado, el comercio y el intercambio a larga distancia no fue sólo
indispensable para los serranos, también fue necesario para los grupos de las tierras bajas (Gómez
1996).

63
En el caso de los pastos del norte existe evidencia sobre actividades de intercambios con sus
vecinos orientales en el piedemonte y la selva amazónica.

Las fuentes documentales sugieren la existencia de una activa red de intercambio de los
grupos étnicos del Putumayo y Caquetá con los pobladores de la jurisdicción de Pasto, que
debió surgir desde épocas prehispánicas [...] (Gómez 1996-97:66).

Por otro lado, otra forma de acceso a recursos y que tuvo una implicación directa sobre la
circulación de bienes y productos fueron los enclaves multiétnicos y las colonias extraterritoriales.
Los pastos parecen haber participado en dos, una al sur de su territorio en el valle del Chota-Mira y
al norte en la hoya media del Guáytara con los abades.

La economía de los pastos, igual que las del sur, dependía no sólo de un comercio a larga
distancia, sino también en el acceso a las tierras de montaña a distancias medianas. La
población que parece haber jugado un papel paralelo al de los yumbos, fueron los
“abades”, una etnia poco conocida, a quienes los españoles consideraban pobres y
primitivos, y quienes residían en la parte occidental del valle del río Guáytara (Salomon
1980:302).

Gómez (1996-97) argumenta que a pesar de los procesos de colonización y reducción a


poblaciones, el traslado de gente para trabajos bajo las formas de yanaconas o mitimaes y otros
procesos típicos de la colonización hispánica que pudieron afectar procesos y dinámicas de
intercambio; algunas rutas naturales fueron utilizadas para el trazado de los “caminos reales” y el
intercambio de conocimientos médicos y chamanísticos siguió funcionando hasta las postrimerías
del siglo XIX, e inclusive hasta hoy. El afán de obtener oro por parte de los españoles contribuyó a
no frenar los intercambios entre los grupos serranos y los de la selva oriental.

4.1. BIENES Y MERCANCIAS:

Para Salomon (1980:153-155) existen cuatro grupos de bienes que circularon en los grupos
serranos. Un primer grupo de bienes tiene que ver con la subsistencia y circularon dentro del
grupo. Aquí se encuentran el maíz y los tubérculos principalmente. Su producción y circulación
eran controladas tanto por los caciques como por los comuneros, siendo lo normal la producción en
niveles más que suficientes para el consumo local.

Un segundo grupo de bienes está asociado con límites del territorio como la caza y la recolección.
Aquí sí existe una marcada preponderancia a ser controlados y distribuidos por el cacique.

La tercera categoría de bienes está asociada no con proteínas o requerimientos calóricos mínimos,
sino con el afianzamiento de un mínimo de comodidad aceptable como por ejemplo el algodón para

64
el vestido, y ají y sal como garantes de una comida socialmente aceptable. Para su acceso se debe
recurrir a la importación y tratos con otros grupos.

Dentro de un cuarto grupo de bienes están los bienes costosos, exóticos importados desde lugares
lejanos y de acceso peligroso. La disposición (acceso, almacenamiento y distribución) de éstos por
los caciques está asociado con el poder personal y social dentro del grupo.

Mientras que los grupos primero y tercero suponen una movilización dentro de un radio de acción
cercano, poniendo de manifiesto las relaciones de la sierra con la montaña o los valles
interandinos, las otras dos categorías (bienes asociados a los límites de los grupos y los bienes
exóticos y caros) representan el acceso a extremos ecológicos (Páramo, bosques altos y tierras
bajas lejanas), es decir sierra-costa y sierra-selva y dentro de la sierra propiamente dicha. La
circulación de los bienes de subsistencia básicos y los que representan un mínimo de comodidad
socialmente aceptado supuso poco control político por parte de los “señores” y estuvo moderada
por arreglos sociales entre unidades domésticas. Para los bienes de las categorías segunda y
cuarta existió un control político y una asociación de éstos con el poder y el prestigio, saliéndose su
obtención de las unidades domésticas.

Entre la redistribución de bienes preciosos que tienen connotaciones de rango y poder, y la


distribución de la comida, especialmente la carne, existen diferencias de énfasis. Primero,
la distribución de la comida propendía, y aún propende, a ser una función colectiva, con un
donante y muchos beneficiarios en un momento dado. La prestación de preciosos lujos, por
otro lado parece más típicamente haber ocurrido de parte a parte en una relación diádica.
Segundo, la remuneración dada en la forma de bienes prestigiosos, era más tangible y
durable. En la distribución de comida, ésta en sí misma no es la esencia de la
remuneración, lo importante es la “estimación” reflejada en la persona favorecida, que
mejora su situación social al aumentar su respeto total y su crédito, una remuneración que
la opinión pública o cacical puede revocar y el tiempo corroer.

Desde el punto de vista del donante, las transacciones de la riqueza pueden haber
representado ciertas alteraciones en la estructura del poder –la investidura del poder-
mientras que las transacciones de comida sólo representan la demostración de un status
quo (Salomon 1980:152,153).

Para Landázuri (1995:115) los bienes de prestigio pudieron presentarse como dones o presentes
que circularon dentro de las unidades políticas de los pastos dentro de sistemas de reciprocidad y
redistribución.

Algunos expresan su valor al ser conservados o mostrados por un período largo y aun
integracional, por ejemplo los ornamentos de metal y las mantas finas. Algunos eran
transferidos para validar una transacción interpersonal, sirviendo por ejemplo como una
prestación nupcial [...].

65
El más evidente rasgo común de esta mezcla de bienes, es que los nobles disfrutaban de
diversas ventajas distintivas en adquirirlos. Algunos eran suministrados a los mandatarios
por sus súbditos privilegiados, tal fue el caso con la coca, la ropa fina, el oro y las cuentas
[...] Pero éstos no eran bienes santuarios en el sentido de pertenecer inseparablemente al
funcionario noble, incapaces de un movimiento “hacia abajo”; solamente la tiana o el trono-
taburete de los “caciques” parece haber tenido este carácter. Más bien, estos bienes
funcionaban como símbolos y fuentes de poder, precisamente porque podían ser
trasladados a cualquier dirección, dentro o fuera de la llacta. Dentro de ésta parecen haber
sido intercambiadas (o destruidas en sacrificio, que puede ser considerado un intercambio
con lo invisible) principalmente en ceremonias o en transacciones complejas, personales y
culturalmente polivalente (Salomon 1980:152).

4.1.1. Bienes básicos de subsistencia:

Sobre la producción de los bienes básicos de subsistencia ya hablamos en el capítulo anterior.


Existen datos etnohistóricos que permiten afirmar que tuvieron cierta circulación entre los pastos:

[...] hazen sementeras de mahiz y papas y lo venden y rrescatan con ello y lo mesmo
petates que los hacen en cantidad y los venden por oro y chaquira [...] (A.G.I Quito 60 f.
207 v).

La anterior cita puede también ser ilustrativa de la importancia del maíz para la economía pasto, al
punto que se recurrió a él como objeto de intercambio.

Aunque no existieron distinciones sociales para la caza, el acceso a la carne estaba restringida a
los caciques y principales, pues parte de lo que la gente cazaba era entregado como tributo a los
mandatarios étnicos como propiedad (Salomon 1980:136-137).

4.1.2. Sal:

La sal utilizada por los grupos serranos del norte de los Andes fue extraída principalmente de
salitres y fuentes en la cordillera. La sal marina parece ser muy poco utilizada (Salomon 1980:144).

Una de las principales fuentes de sal fueron Las Salinas de Otavalo en el valle del Chota-Mira. Su
extracción posiblemente estuvo asociada a una explotación multiétnica y multicacical. Este fue el
único centro de explotación de sal desde Latacunga (al sur de Quito) hasta el Guáytara (Landázuri
1987:26-27; 1995:95). Para su acceso y control debieron existir múltiples alianzas y arreglos
sociales (Caillavet 1981:50; Terán 1995:233).

66
Hay en el distrito de mi corregimiento un pueblo ques del repartimiento de Otavalo, donde
los indios que están en él, cogen la tierra que están como salitre y la cuecen en unas ollas
della una sal muy ruin, y desta sal hacen mucha cantidad y con ella tienen grandisima
contratación los dichos indios naturales de aquel pueblo, que la van a mercar de todos los
pueblos desta comarca, y también vienen a mercarla los indios infieles que no están
conquistados y viven en tierras cerca destos pueblos deste corregimiento (Paz Ponce
1965/1582/:240).

En los términos del pueblo de Mira hay unas fuentes de agua salada, que están quince
leguas de la dicha cuidad [Quito], las cuales benefician a unos indios subjetos a un capitán
Luis Ango, cacique de Otavalo, encomendado al capitán Rodrigo de Salazar. La sal que de
ella se saca es parda y amarga; estímanla solo los naturales (Anónimo 1965/1573/:215).

Como centro de comercio de sal [La Salina] tuvo reconocida importancia, si se considera
que hacia norte el asentamiento de Yascual, el centro productor de sal mas cercano,
estuvo a 20 leguas y por el sur, los centros productores de sal estuvieron al sur de Quito lo
cual significa que fue el único centro de aprovisionamiento de sal en 35 leguas a lo largo de
la meseta andina. Otro indicador de la importancia que tuvo Salinas en el contacto
interregional fue que su producción circuló hacia la selva oriental y occidental: a través de
Pimampiro y Chapi hacia los grupos cofanes y Quijos del oriente; y por el curso del río Mira
hacia los lachas, Cayapas y Malabas de occidente (Landázuri 1995:96).

Al norte, en las riveras del Guáytara, en Yascual había minas de sal y se pedía la tributación a los
indios de este pueblo en arrobas y no en panes (A.G.I Quito 60 f. 254v, Landázuri 1995:99).

Las escasas fuentes de este producto hace que se desarrolle dentro de un sinónimo de
poder y por ende un elemento que se circunscribe a la negociación del cacique (Terán
1995:233).

En la tasación de 1558 (A.G.I. Quito 60: f. 17v) hecha por Tomás López se pedía tributación al
pueblo de Mallama en fanegas de sal y no en arrobas o panes. Landázuri (1995:102) interpreta
este hecho como sal proveniente por intercambio y comercio del mar, dado que esta población era
la más occidental de los pueblos pasto y pudo haber tenido contacto con grupos de las tierras
bajas del Pacífico.

Oberem (1981:59) argumenta que la sal fue uno de los principales productos intercambiados en la
sierra. Cieza (1971/1553/:145) confirma esta apreciación al poner en evidencia la presencia de sal
en el mercado de Pasto.

Salomon (1980:145) argumenta que como en el caso del ají es muy poco probable que cayera bajo
el espectro de los bienes controlados políticamente.

La sal pudo tener también un uso ritual:

Señalemos también que la sal no se consume, sin duda, en grandes cantidades a pesar de
ser indispensable para los indios “por ser la sal el temple que para el ají tienen que es todo

67
su mantenimiento y comida”; pero la sal está considerada como un producto de lujo, de
gran valor, vinculado al ritual (Caillavet 1981:52).

4.1.3. Algodón:

Pimampiro, localizado en el valle del Chota fue uno de los principales centros productores de
algodón. También en este valle, Las Salinas en Otavalo fueron otros centros productores
(Landázuri 1987:14, 26-27). El mercado de Quito fue suplido de algodón por estos centros.

[...] se aprovechan de la lana para sus vestidos aunque la mayor cantidad de ropa es de
algodón que siembran en tierra caliente y es su rescate en esta ciudad (Valverde
1965/1576/:170).

Y hay en esta tierra muchos algodonales que siembran los dichos indios del pueblo de
salinas, y contratan el algodón como la sal con los indios comarcanos, del cual hacen sus
vestidos que he dicho.
Son grandes labradores, que todos en general siembran sus tierras y cogen los frutos a
sus tiempos. Los tratos que hay entrellos es hacer mantas de algodón y venderlas por oro
a españoles e indios para pagar su tributo (Paz Ponce 1965/1582/:239-240).

Como en el caso de la coca, parece que el regadío estuvo utilizado mas para sus cultivos que para
el del maíz.

17
Si la tierra regada produjo maíz con un rendimiento de 1000 kg./ha estas tierras pudieron
haber mantenido cerca de 20.000 personas. Pero la evidencia sugiere que era poco el
terreno regado dedicado a cultivos nutritivos como maíz (El Quinche y Pimampiro son
excepciones): la coca y el algodón eran más importantes conjuntamente con los árboles
frutales (Knapp 1992:102).

Al norte, en la hoya del Guáytara Ancuyá parece ser otro centro productor.

[...] se sabe que es tierra caliente donde se puede coger algodón y otras de tierra caliente
[...] (A.G.I Quito 60 f. 212 v).

Aunque uno de los testigos de la visita de García de Valverde declara en territorio de los abades,
vecinos de los pastos de Ancuyá.

[...] que [en] la dicha tierra de los abades no hay algodon para mantas [...] (A.G.I Quito 60 f.
207 v).

17
“Los rendimientos del maíz sin riego y fertilizantes son aproximadamente 400-600 kg/ha. Con
riego y sin fertilizante el maíz da 1200-1500 kg/ha y con riego y fertilizante de 1800 a 2500 kg/ha o
más” (Knapp 1992:22)
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El territorio de los quillacingas del norte (los de Juananbú) pudieron haber tenido algodón en su
territorio.

[...] los yndios tienen algun prinzipio de hazer mantas de que se visten que teniendo
algodon como lo pueden coger en su tierra [...] (A.G.I Quito 60 f. 216 r).

El texto anterior va seguido de “y dandoles yndustria para hacer algunas le parece que cada yndio/
podra dar de tributo una manta al encomendero de algodon para ella [...] de lo cual se puede
argumentar que si bien tenían algodón, o su clima se prestó para esto, la práctica de hacer mantas
fue posterior a la conquista.

Las fuentes indican que en pastos algodón las mantas entraron en los circuitos de circulación.

[...] tienen oro y mantas y que todas las mugeres saben hilar y texer y que en sus
mercados no les falta algodón [...] (A.G.I Quito 60 f. 207 r).

[...] que los yndios de la provincia de los pastos podran dar de tributo en cada año cada
yndio dos pesos a dos y medio de buen oro y en mantas porque las pueden rescatar [...]
(A.G.I Quito 60 f. 209 v).

Este producto aparece como uno de los más intercambiados en el norte de los Andes (Oberem
1981:59).

La utilización de las mantas de algodón pudo haber sido usada en el vestido:

Su traje es que andan las mujeres vestidas con una manta angosta a manera de costal [...]
y todas las más son hechas de hierbas y de cortezas de árboles, y algunas de algodón.
Los indios se cubren con una manta ansimismo larga [...] (Cieza 1971/1553/:138-139).

Poco se sabe de la tecnología usada en la confección de mantas. Se puede suponer que las fibras
de algodón eran llevadas a los pueblos en la sierra y allí se procesaban para los textiles (Salomon
1980:138).

Landázuri (1995:78-79) haciendo cálculos sobre la producción de mantas, reatas y vestidos de


algodón opina que es muy posible sugerir que dentro de los pastos existía una especialización en
la producción artesanal de textiles, aunque no existe ninguna evidencia documental que mencione
la existencia de tales especialistas.

Tienen los naturales de esta provincia mucho algodón y labran e hilan y tejen y hacen
cantidad de mantas, que dan a sus encomenderos (Anónimo 1992/1559-60/:19).

[...] ellos las hazen y tienen por grangeria [...] (A.G.I Quito f. 213 r).

69
4.1.4. Coca:

Según el estudio llevado a cabo por Plowman en 1976, es la variedad Erytroxylum


novogratense la que se cultivaria en la zona andina de Colombia y norte del Ecuador, o sea
la variedad de hoja pequeña. La Erytroxylum truxillense es de hoja más grande y se cultiva
en valles orientales y a lo largo de la costa. Existe una variedad de 250 especies de las
cuales muchas no se utilizan para mascar o no son de cultivo regular. La variedad
Erytroxylum novogratense presenta una mayor tolerancia al cultivo en terrenos áridos o en
constante humedad, obteniendose una hoja de excelente sabor y mas dulce para mascar
(Terán 1995:234).

La coca fue producida al sur del territorio pasto en las riveras de río Chota-Mira. Como para los dos
bienes anteriores, Las Salinas es propuesto como sitio productor. Para la coca Pimampiro fue el
principal centro productor en este valle (Borja 1965/1582/:249; Landázuri 1987:14, 26-27). En los
valles secos del norte del Ecuador el riego pudo haber sido usado para garantizar una producción
más alta del producto (Knapp 1992:102).

Hay muchos indios que tienen en sus tierras riberas de los dichos ríos que he dicho [Mira y
Coangue], donde hacen grandes chacras de coca, que es una yerba de un árbol chiquito,
que se coge tres veces al año; y también hacen muchas chacras de algodonales; y los
señores destas tierras los tienen por ricos. También hay otros indios cazadores que cazan
muchos venados y los venden hechos cecina a otros indios, y este es otro genero de
granjería entre ellos (Paz Ponce 1965/1582/:240).

Knapp (1992:37) duda de la producción de coca en Pimampiro por tener un suelo y una ubicación
inapropiadas para su cultivo, el pueblo debió estar dedicado al cultivo del maíz. sin embargo no
descarta la producción coquera en todo el valle, de hecho sugiere que el riego pudo dedicarse a
esta actividad.

Los pastos pudieron utilizar la coca para el mambeo y fue principalmente introducida desde
Pimampiro (Rumazo 1933:136). Este centro productor también presencio colonias extraterritoriales
de los pastos, quienes por medio de arreglos y alianzas lograron compartir con otros grupos el
acceso a este producto.

En Pimampiro entre los habitantes caranquis no sólo vivían indios pastos como
cocamayos, sino que allí llegaban también comerciantes pastos a comprar la coca. Estos
provenían del territorio que se extendía por la actual provincia del Carchi y el sector vecino
del sur de Colombia (Oberem 1981:60-61).

De los valles secos como Pimampiro y Ambuqui se introdujo coca al territorio pasto. También
existen referencias de un comercio de la hoja con los quijos del piedemonte de la amazonía. Otro

70
centro de acceso a este producto fueron áreas bañadas por los afluentes del río Pastaza al noreste
del moderno Ambato (Salomon 1980:146).

Jijón (1912:317) coloca a la provincia de Imbabura como sitio de intensos intercambios, en donde
la obtención de coca parece ser el mayor atractivo:

[...] se sabe que en Pimampiro había indios de Pasto, Lactacunga y Sigchos que iban en
busca de las para ellos preciosas hojas de coca, y así como en Imbabura encontramos
objetos marcadamente exóticos y que sin duda han sido hechos por otros pueblos de la
república del Ecuador, obras de manufactura imbabureña se hallan a menudo en las áreas
de otras culturas.

La coca no fue sólo utilizada en la masticación; también tenía un uso ritual y ceremonial, y de aquí
se desprende la utilización de dos variedades, una importada desde las tierras orientales para fines
rituales, y una más local o de acceso más fácil, adaptada a las condiciones ecológicas locales,
para la masticación.

La coca como ha sido citada en varios datos etnográficos, se considera un elemento de


prestigio y de importancia para ofrendas en las diferentes ceremonias. La manipulación de
esta “comida para los dioses” se lleva a cabo por intermedio de los principales.

La producción de coca de la sierra, o sea la variedad de hojas pequeñas (Erytroxylum


novogratense) sería para el hábito de masticación. La variedad de hojas grandes que se
cultivaría en las zonas orientales, por su tamaño posiblemente permitió un manejo de
mayor significación ceremonial en una simbiosis religiosa y de adivinación[...] (Terán
1995:241, 244).

Para Langebaek (comunicación personal) es muy posible que en el momento de la conquista la


coca fuera sólo utilizada por la élite. Solo después de ésta se generalizó su uso.

4.1.5. Oro:

Los sitios más probables desde donde se introdujo el oro al territorio pasto están al norte y al
oriente de su territorio. En las regiones que circundaron a Quito las fuentes documentales dan
como ausente la existencia de este metal.

En el distrito no tiene S[u] M[agestad] mina alguna, porque las que hay no son sus
nacimientos (Anónimo 1965/1573/:207).

El oro probablemente llegó [a Quito] o bien de la costa norte, o de los Andes del sur de
Colombia; si las piedras eran esmeraldas, como usualmente eran las joyas del área,
vinieron del norte de Esmeraldas o del Chocó (Salomon 1980:159).

Sobre los quillacingas de Juananbú y Quina se la visita de 1571 decía que había oro:
71
[...] tienen algun oro de minas [...] (A.G.I Quito 60 f. 208 v).

[...] muchas veces han acos//tumbrado los yndios de la dicha provincia a sacar oro en su
tierra y fuera della [...] (A.G.I Quito 60 fols. 211 v-212 r).

La misma fuente narra que los del valle de Sibundoy también tuvieron minas

[...] cigundoy le parece a este testigo que pueden ser tassados en oro que por que tienen
minas en su propia tierra [...] (A.G.I Quito 60 f. 208 v).

En las tasas de García de Valverde aparecen dos sitios, fuera del territorio pasto, como
poseedores de minas: Ancuya (A.G.I Quito 60 f. 258 r) Sibundoy (A.G.I Quito 60 f. 371v).

Ancuyá quedaba en territorio abad y los pastos tuvieron una colonia extraterritorial en este pueblo.
Los abades son descritos como un pueblo minero.

[...] en cuanto a la provincia de los abades le parece dar de tributo sino de oro porque
tienen minas [...] (A.G.I Quito 60 f. 207 v).

[...] porque es gente que no tiene sino el oro de las minas [...] (A.G.I Quito 60 f. 208 v).

Los pastos en cambio no tuvieron acceso a minas dentro de su territorio.

No se ha(n) hallado en esta provincia minas de oro ni de plata hasta ahora (Anónimo
1992/1559-60/:19).

4.1.6. Ají:

Algunos tipos de ají son cultivados en la sierra como la variedad “rocoto”, pero no era considerado
ni estimado como los que provenían de la selva. Lo más posible es que no cayeran dentro de la
esfera de la economía política. No existe información expresa sobre su tributación al cacique y es
posible que acompañaran al maíz en la redistribución que hacía el cacique (Salomon 1980:
144,145).

4.1.7. Cuentas, chaquiras y conchas:

Fueron artículos de lujo, presumiblemente importados desde el oriente (Salomon 1980:147-148).


Arqueológicamente se ha demostrado su existencia y parece que al menos durante la fase Piartal
(siglos IX a XIII d.C) el uso de conchas de mar estuvo restringido a la élite cacical (Uribe
72
1995a:446). Para el momento de la conquista española no se encuentran conchas de Spondylus
mencionadas en las crónicas ni en los documentos (Oberem 1981:59).

Para las cuentas de collar y las chaquiras existen algunas evidencias arqueológicas y
documentales:

En algunas sepulturas de El Angel se encontraron cuentas o granos artificiales trabajados


con una masa arcillosa en diversos tamaños y colores. Estas eran las monedas de los
indígenas, las cuales, como a otros habitantes del oriente con quienes parece estuvieron
siempre en relaciones, les servia para facilitar el comercio, aunque la moneda fue
prerrogativa de los régulos y curacas y no de todo el pueblo (Rumazo 1933:137).

Las cuentas y las chaquiras pudieron tener como función una mediación para el intercambio, una
especie de moneda. A su vez, son descritas como objetos de lujo cuyo acceso y posesión fue
restringida por los caciques.

Es desconocido si los comerciantes usaban una especia de dinero al lado del sistema de
trueque de productos. Las fuentes no dicen nada al respecto, pero podría ser que las ya
mencionadas chaquiras de hueso hubiesen cumplido la función de circulante. Consta sin
embargo, que los comerciantes Quijos de la Montaña al este del Partido de Otavalo, que
también viajaban a la Sierra, se servían del llamado “carato” como “dinero”. La unidad
monetaria estaba formada por 24 pedacitos de hueso ensartadas en hilo. En cuanto a
relaciones fijas de valor sabemos que una de estas chaquiras correspondía al salario por
un día de trabajo, también se lo utilizaba entre indios y blancos en valor de un tomín
(Oberem 1981:62).

Además de su función como valor de intercambio, las cuentas también cumplían una
función política y santuaria. En efecto, su concentración tendía hacia las manos de los
señores (Salomon 1988:112).

Otro artículo que pudo haber servido como moneda fueron las hachas de cobre. Se desconoce su
uso en períodos recientemente anteriores a la conquista (Oberem 1981:62). No se encuentra
documentación sobre este artículo entre los pastos del Siglo XVI.

4.1.8. Maderas:

Para el caso pasto parece que las maderas pudieron haber provenido de los quillacingas de
Patascoy y la laguna.

[...] que los de la laguna y patascoy podran ser tassados en madera por estar en la
montaña y estar acostumbrados a traella y tenello por trato[...] (A.G.I Quito 60 f. 210 v).

73
Con una procedencia occidental, los protopasto usaron la madera para hacer implementos para el
telar (no el armazón del telar), bancas o tiangas de uso restringido para caciques, armas como
macanas, lanzas y estólicas, bastones de mando, cucharas y objetos representando animales
(principalmente monos). Son principalmente artículos de élite (Uribe 1995a: 440-441). Los pastos
históricos posiblemente usaron estos objetos, pero no se encuentran evidencias contundentes que
permitan confirmar su uso. Esta misma autora afirma que las maderas debieron provenir de tierras
cálidas y selváticas. Información suministrada por Calero (1991:52) permiten confirmar esta
suposición sobre su origen.

4.1.9. Otros artículos y bienes:

Al suroriente de Pimampiro y posteriormente reducido a éste, existió un pueblo llamado Chapi,


donde se presentó intercambio con grupos de las selvas orientales. Llaman la atención los artículos
y conocimientos de uso chamánico (Oberem 1981:59 Landázuri 1995:92-93).

18
Tienen estos indios de la montaña [de Chapi ] contratación con los indios de guerra y
resgatan los unos con los otros. Los indios de guerra traen muchas veces muchachos y
muchachas a vender a trueque de mantas y sal y perros; u así hay algunos muchachas y
muchachos en estos pueblos ya cristianos, y ansí hay algunos en la cuidad de Quito. Otras
19
veces traen bandul [manduru, achote o bija, sacada del fruto de la Bixa Orellana ], ques
una masa colorada que sacan de unos arboles, con que estos naturales se embijan y se
pintan y tiñen mantas. Traen pita y traen papagayos y monos; traen muchas yerbas secas;
20
tienen una raíz que se llama contrayerba [Flaberia Contrayerba ]; con las cuales se curan
estos naturales. Son estos indios tenidos por grandes hechiceros, y así dicen estos
naturales destos pueblos, que si no les compran lo que traen a vender, que los henchizan,
de suerte que dello vienen a morir. Ya ha cesado el resgate de los muchachos, por causa
que piden espadas y machetes a trueque dellos, y como no se dan, no los quieren traer
(Borja 1965/1582/:248-249).

Gómez (1996-97:67) sugiere que la cera de abejas para la decoración de la cerámica pasto pudo
haber provenido de grupos del Caquetá y sus afluentes. El tabaco fue probablemente traído del
oriente, desde la región de los Quijos (Salomon 1980:146).

18
En un aparte anterior dice: la mayor parte de los naturales de este dicho pueblo de Chapi se
llaman los montañeses [...] (Borja 1965/1541/:248)
19
Nota al pie que hace Jiménez de la Espada.
74
4.2. PERSONAS IMPLICADAS EN LA CIRCULACION:

En los centros de intercambio y en general para el comercio exterior de los pastos se evidencia la
presencia y actividad de mindalaes (especialistas en comercio de larga distancia y en la obtención
de artículos santuarios, exóticos y de lujo) o por el sistema de contratación (compra-venta) hecha
por unidades domésticas (Landázuri 1987:24; 1995:104).

Las personas comunes, no especialistas, negociaban con artículos y bienes de subsistencia (papa,
maíz, leguminosas, etc.) y productos que representaron alguna comodidad mínima aceptada
culturalmente (ají, sal, algodón). Posiblemente viajaron a regiones cercanas para ofrecer sus
excedentes caseros y tuvieron acceso a los mercados. Esto fue en el ámbito de unidades
domésticas y las relaciones fueron simétricas: casa-casa o llajta-llajta, suponiendo la preexistencia
de arreglos sociales (por ejemplo arreglos matrimoniales), culturales e incluso rituales. La otra
categoría de personas, los especialistas, están relacionadas con los intereses de una élite y
obtenían bienes santuarios y de procedencia lejana viajando a lugares distantes. Posiblemente
administraban los mercados y centros de intercambio, como en el caso de Quito (Salomon
1980:181).

4.2.1. Los mindalaes:

En el territorio de la actual República del Ecuador había comerciantes que facilitaban el


intercambio de productos entre diferentes zonas. Debido al hecho de que esta región no
había sido incorporada muchos antes de la llegada de los españoles al dominio incaico con
razón cabe suponer que la institución se remonta a tiempos preincaicos (Oberem 1981:60).

El origen de la palabra mindala es aún incierto. Según algunos estudios citados por Salomon
(1980:164-166), el origen de la palabra puede ser quechua, sin embargo, como dice este autor, no
existen en los diccionarios del aymará o el quechua palabras que se asemejen a ésta. Algunos le
asignan un origen chibcha, pero los estudios citados por Salomon son poco sistemáticos para que
se pueda llegar a comprobar su origen lingüístico. Chibcha o no, lo importante de retener de la
palabra y su etimología es la relación que guarda con significados como “echar camino” y “cargar”.
Hoy en día se utiliza para designar a mujeres vendedoras en algunos pueblos del Carchi y llegó
hasta ser un término despectivo.

La distribución de la institución mindalá en los primeros tiempos coloniales, de acuerdo a


las evidencias hasta ahora conocidas, está casi completamente limitada al extremo norte
del Tawantisuyu, a sus fronteras y a distrítos mas allá de ellas. A sur de Quito la evidencia
del mindalá es muy escasa.
20
Nota al pie que hace Jiménez de la Espada.
75
[...] el término mindalá está atestiguado en numerosísimos lugares desde Quito hacia el
norte, por todas las provincias de Imbabura y Carchi y aún en Colombia (Salomon
1980:166,167).

Estuvieron dedicados a la obtención de artículos santuarios y de lujo para los caciques. Estos
artículos suponían una obtención en lugares lejanos y obtenidos por intercambio o comercio con
grupos culturalmente distintos (Salomon 1980:169; 1988:116; Landázuri 1995:112). Recordemos
que los artículos provenientes de regiones más distantes fueron los más dados a ser politizados.
Como representantes de la clase política y importadores de bienes altamente apreciables los
mindalaes debieron jugar un papel muy importante tanto en su cacicazgo, como en un nivel
regional (Salomon 1980:169).

Existen evidencias que apoyan que era un oficio hereditario: dos mindalaes empadronados en
Quito en 1580 eran hijos de dos de los enumerados en 1559. También fue, posiblemente, un
oficio vitalicio: nueve de los mindalaes de 1582 estaban activos desde 1559. Aunque hoy en día el
término se aplica sólo a mujeres y tiene una connotación femenina, parece que hasta 1600 era un
oficio masculino (Salomon 1980:169).

Para los pastos, en comparación a otras regiones, cada pueblo pudo tener un mindalá, mientras
que al sur de éstos sólo tenían mindalaes los pueblos más importantes. Esto puede ser indicativo
de un menor grado de centralización entre los pastos.

En cada una de las poblaciones pasto (por lo menos unas 21) la jefatura tenía bajo su
control a un cuerpo de mercaderes que formaban una clase social casi única: no eran del
común, ni nobles, sirvientes o extranjeros. Se les consideraba como un sector corporado
aparte con fines tributarios, y pagaban tasas diferenciales de tributación a sus señores,
además de estar libres de carácter colectivo, siendo responsables solamente por el pago
de bienes santuarios para la redistribución (generalmente prendas terminadas y cuentas).
Las únicas comunidades pasto que no tenían mindalaes eran las expatriadas a territorio
abad (Salomon 1988:110).

Mientras que entre los pastos casi todas las comunidades tenían grupos propios de
mindalaes (excepto las aldeas más pequeñas), en Quito y Otavalo solamente los tenían los
más grandes de ciertos distritos (Salomon 1988:114).

Pero es improbable que todos los asentamientos indiscriminadamente disponían de


mindalaes. Primero, existió un mínimo nivel demográfico bajo el cual no era posible;
Nastar, la aldea más pequeña, carecía de mindalaes [Nastar pudo tener una población de
400 habitantes, mientras que las mas grande soportó a unas 2.500 personas]. Segundo,
aparentemete existía una clase de asentamientos especiales, distintos a los centros
andinos, cuya estructura prohibió la organización mindalá (Salomon 1980:304).

76
Estas afirmaciones de Salomon tienen una correspondencia con una de las declaraciones de los
testigos de García de Valverde. La colonia extraterritorial pasto en Ancuyá, en territorio abad no
tenía mindalaes.

[...] que cuanto al trato y contrato no tienen lo que los pastos por no estar acostumbrados a
traer ny aver entre ellos myndalaes a lo que este testigo no ha alcanzado como los azen
los pastos y por esta causa este testigo ha dicho que podran entrar mejor debajo de lo de
los abades [...] (A.G.I Quito f. 210 v).

Caillavet (1981:53) menciona la presencia de mindalaes en La Salina quienes comerciaban la sal


como artículo de lujo. Tal vez ésta no fue un artículo de lujo, lo que pudo representar en un
producto apetecido para los grupos de las selvas orientales quienes no tenían sal, mediante ésta
los mindalaes tuvieron acceso a los productos exóticos de su interés.

De la siguiente cita de la Relación de Borja se puede inferir que en la ciudad de Pasto había un
mercado, desprendiéndose también que se presentó actividad de mindalaes.

[...] aunque la ciudad de pasto está veinte dos leguas desta dotrina, no acuden a ella, y
casi todos estos indios no saben ir a allá sino son algunos mercaderes que son ladinos en
la lengua general del Inga, y estos van a sus rescates y granjerías (Borja 1965/1582/:252).

A parte de los valles secos donde se producía coca, algodón y sal los mindalaes actuaron también
en refinerías de sal y pesqueras en la costa y llanuras del pacífico como Ciscala, en donde también
se podían obtener las cuentas; así mismo, en tierras colombianas donde posiblemente el oro de las
minas fue el incentivo de sus viajes, y al sur de los Andes para obtención de la plata (Salomon
1988:116).

Mantuvieron una posición de status dentro de los pastos. No participaban en la producción agrícola
como los demás indios, y ya en la colonia la tributación que se les pedía a éstos para el cacique
era distinta a la del resto de la población. (Oberem 1981:61,62; Landázuri 1995:110-107). En
cuanto a su posición privilegiada dentro de los pastos existe información documental que apoya
esto.

[...] solo pagaban tributo de oro, mantas y chaquira de hueso blanco o colorado (Paz Ponce
1965/1582/:236).

En los pueblos, los mindales y sólo ellos tenían que tributar al cacique en mantas en determinadas
cantidades cada año. Por ejemplo para el pueblo de Guachuncal el licenciado Valverde determinó
que:

77
habeis de dar en cada un año vos los yndios mindalaes del dicho pueblo diez mantas de
algodón de la medida que susodicho ba declarada sin que en ello entren los demas yndios
y que en esto haya claridad (A.G.I. Quito 60 f. 228r).

Otros ejemplos de esto se pueden encontrar en Chungana: doce mantas (A.G.I Quito 60 f. 221v),
Mallama treinta mantas (A.G.I Quito 60 f. 234r) Muellamues: diez mantas (A.G.I Quito 60 fols. 246r-
v) y Yascual: quince mantas (A.G.I Quito 60 f. 254r).

La posición e importancia de los mindalaes era tal que después de la conquista algunos de estos
mercaderes tuvieron problemas de poder con sus señores.

Grijalva (citado por Landázuri 1995:74,78) transmite un litigio jurídico de 1563 en donde un indio
mindala abusa de los poderes que le otorgaban los señores de Tuza: “[...] se ha intremetido y
entremete en mandar los indios de mi señorío, que me dejó mi padre Chavilla y para el dicho
efecto, les da y enbía, muchos presentes, de coca, y chaquira y otras cosas, hasta tanto que los
atraído en si mucha cantidad de indios de que yo rrecibo notorio daño y agravio pido a vuestra
merced, mande al dicho cuaya, mindala so graves penas queno se entrometa enmandar los indios
de mi señorio nime perturbe la subseción dellos ya anmi mismo, mande a los dichos indios de mi
señorío que me acudan y me acaten, como a su principal y señor y me den los tributos que son
obligados a dar [...]”.

Este mismo caso ha sido transmitido por Oberem (1981:61,62) y por Salomon (1980:305-308) y
también ha sido interpretada como dato para decir que los mindalaes tenían indios sujetos.
Asimismo Salomon (1988:112) interpreta esto como evidencia para apoyar que los artículos que
importaban los mindalaes al territorio pasto entraban también en la redistribución.

La cita que transmite Grijalva puede corresponder más a una situación colonial que a una
prehispánica. Dado el valor que los españoles dieron a los objetos mencionados como regalos
(coca y chaquiras) del mindala a los indios del cacicazgo de Tuza, además de la obligación que
impuso el gobierno español de dar estos objetos como tributos al cacique y sobre todo al
encomendero, es muy probable que en una situación de presión tributaria sobre ellos, éstos
sirvieran más a quien se los podía dar. Tampoco es nada rechazable la hipótesis de un cacique
apelando por los verdaderos intereses del encomendero, al final del litigio el mencionado tuvo que
devolver al cacique cuarenta y dos indios con sus respectivas familias.

Salomon (1980:169) dice que también es posible que un excedente de las importaciones de los
mindalaes fuera llevada a los mercados y de esta manera llegar a circular en manos de sujetos
comunes.
78
4.2.2. Unidades domésticas y personas comunes:

Landázuri (1995:79-81) piensa que es factible proponer, aunque no exista evidencia directa sobre
esto para los pastos, que se presentaron tres modalidades de cooperación para el trabajo de la
tierra y en el cual intervienen también la circulación de bienes. Estas se presentaron bajo
relaciones de reciprocidad en las cuales el trabajo y la circulación de bienes se presentaron en dos
direcciones (ida y vuelta) y que se pudo dar entre unidades simétricas, con una equivalencia de
valores entre los bienes y servicios intercambiados. Aquí entran dos modalidades: entre unidades
domésticas, o entre unidades más grandes, unidas seguramente por lazos de parentesco, como
los ayllus o las parcialidades. La tercera hace referencia a la relación “sujeto”–“señor” y es una
relación de reciprocidad desbalanceada (no son unidades recíprocas), en donde se intercambia
energía humana en la producción de maíz por derecho a tierras y parte de su producción, y el
acceso a algunos bienes.

[...] es factible suponer que los bienes que circularon al interior de los curacazgos fueron
los productos de subsistencia básicos: maíz y tubérculos. Probablemente se trató de un
sistema de intercambio recíproco en torno a relaciones de reciprocidad “generalizada y
balanceada”, con la participación de varias unidades domésticas.

Los bienes que intercambiaban estas unidades domésticas fueron bienes de subsistencia
como tubérculos, maíz, carne de venado y, sobre todo, vestidos de algodón por los cuales
recibían coca, algodón y sal. Incluso la obligación de dar fuerza de trabajo parece que fue
uno de los medios que se utilizó para el rescate de coca, probablemente bajo un sistema
de intercambio de “bienes equivalentes” creando relaciones estables mientras duraba el
ciclo agrícola (Landázuri 1995:103, 106).

Los comuneros pudieron realizar contactos a medianas distancias viajando a otras comunidades
para obtener productos como algodón o sal. Esto supone un sistema de arreglos sociales
preexistentes y la posibilidad de sugerir la existencia de cacicazgos “hermanos” pertenecientes a
regiones distintas y ecológicamente complementarias (Salomon 1980:312).

Las fuentes documentales permiten también asegurar la existencia de intercambios y comercio


entre personas comunes.

[...] lo común y más ordinario es trocar entre los naturales una cosa por otra; como si yo he
de menester sal, doy por ella maíz, algodón, lana, u otra cosa que yo tenga, de la cual
como tenga necesidad el que vende, hace su comuta, dando uno por otro.

No hay mas contrato de daca esto y toma por ello esto, y habiéndose concertado, pasan
por ello; aunque si antes que se aparten alguna de las partes se arrepiente, con facilidad
vuelve cada uno a tomar lo que antes era suyo; pero, en apartándose, si alguna de las
partes no quiere, pasa adelante su concierto (Anónimo 1965/1573/:228).

79
La relación de Borja (1965/1581/:252) habla de unos indios pastos trabajando en los cocales de
Pimampiro, pero también se refiere a unos que van a comerciar. Estas personas parecen no ser
mindalaes sino personas comunes.

¿Qué es lo que nos hace suponer que eran unidades domésticas y no agentes
especializados o mercaderes? En primer lugar, la distancia desde los centros de
intercambio.[...] se observa que las distancias [desde los asentamientos pastos de Tulcán]
hacia los centros de comercio del valle del Chota no sobrepasaban las 15 leguas, lo cual
quiere decir que tales distancias podían ser recorridas en poco tiempo por las mismas
unidades domésticas sin desprenderse de las actividades productivas en sus lugares de
vivienda.
En segundo lugar, el número de “rescatadores” de coca, según Borja, eran 200 indios
aparte de 70 “camayos o mayordomos”. Si suponemos que eran mercaderes, quiere decir
que cada asentamiento debía tener un buen número de mercaderes, lo cual no parece
probable dada la magnitud demográfica de cada pueblo y dado que en el valle del
Guáytara, en Ancuyá, existió otro centro productor de coca al cual llegaban pastos de los
asentamientos del norte. Y, en tercer lugar, en la relación de Pimampiro, se dice que los
rescatadores de coca trabajaban las chacras de coca para asegurar su compra, es decir
eran trabajadores relativamente estables, lo cual estaría en contradicción con el carácter
del mercader, quien es un “agente viajero” que recorre los diferentes lugares de
intercambio (Landázuri 1995:106).

4.3. SITOS DE LOS INTERCAMBIOS:

Hartmann (1971:214-216) rechaza la hipótesis y argumentación de Murra, quien opinaba que


contrario al caso mesoaméricano, en los Andes Centrales no había mercados ni actividad
comercial presentándose en cambio principios de reciprocidad y redistribución dentro de un
socialismo estatal que suprimía cualquier iniciativa particular en los territorios recién conquistados.
Hartmann indica que algunas fuentes documentales del siglo XVI principalmente y algunas del XVII
narran sitios de mercado e intercambio o tiangues dentro de las fronteras del Tawantisuyo y que
cumplen, en palabras de este autor, con las expectativas de Polanyi sobre tales actividades:

realizada por instituciones que puedan ser calificadas como tales, siempre que reúnan las
características de efectuarse en un lugar fijo, una fecha determinada así como la
concurrencia de un público mas o menos numeroso.

Las ciudades de Cuzco y Potosí, al parecer de Cieza de León (citado por Hartmann 1971:216)
pudieron ser los mercados más grandes y posiblemente esta costumbre estaba arraigada desde
tiempos de Lloque Yupanqui, el tercer inca en el orden dinástico. No obstante Hartmann es
consciente de la cautela con que hay que tomar estas informaciones.

Para Hartmann (1971) es posible afirmar que existían mercados dentro de las fronteras del imperio
de los incas, Incluso en el mismo Cuzco, debido a que los españoles lo vieron en sus primeros

80
contactos, de estas informaciones se desprenden el tipo de objetos que transaron (de élite y de
subsistencia básica), la periodicidad de los mercados. Por otro lado tanto en el aimará como en el
quechua existen términos asociados a compra y venta; y que ante la afirmación de un gobierno
cuzqueño interesado en destruir cualquier forma de mercado en sus nuevas conquistas lo que se
evidencia es más bien un gobierno que adapta las viejas estructuras a sus nuevas necesidades.

Algunos datos etnohistóricos permiten probar su existencia en la Audiencia de Quito:


Entre los indios hacen sus mercados en sus pueblos, de manera que hoy se hacen en un
pueblo y mañana en otro más cercano, ansí andan por su rueda. Entrellos no tienen peso
ni medida, sino su contratación es trocar una cosa por otra y esto es a ojo (Anónimo
1965/1573/:220).

Dentro del territorio pasto debieron existir mercados donde se intercambiaron productos de las
distintas ecologías. En ellos se negociaba con algodón, mantas, productos agrícolas, cabuya y oro
Calero 1991:40, 45). En los pastos del norte Ancuyá y Yascual en la cuenca media del Guáytara
pudieron ser sitios de intercambio (Landázuri 1995:99,104). El comercio de algodón parece ser el
aliciente de los sitos de intercambio y mercados en esta parte.

[...] porque a viesto que se lo treren / en los dichos mercados a vender en cantidad y este
testigo lo ha visto en los dichos mercados como doctrinero que ha sido de la dicha
provincia de mas de seis años a esta parte [...] (A.G.I Quito 60 fols.207 r-v).

En territorio quillacinga, con la excepción de pasto no se conocen sitios de intercambio.

No hay una documentación comprobada sobre la existencia de mercados en sitios


quillacingas. La única excepción posible podría ser el mercado de Lagapamba en la
población de Pasto que puede datar de antes de la conquista (Calero 1991:52).

Se proponen para sur la existencia de centros de intercambio en Las Salinas, Pimampiro, Ancuyá y
Quito, y un posible centro en Císcala (provincia de Esmeraldas), donde se intercambió productos
marinos como pescado y sal de mar, otros como esmeraldas y algunos productos de posible
procedencia serrana como ropas y mantas y algodón (Paz Ponce 1965/1582/:239-240; Jijón
1912:317; Caillavet 1981:52; Landázuri 1987:24-25; 1995:112-115; Uribe 1995a:458).

La información documental temprana refuerza la condición especial de este valle, al


menos, en el Período Tardío (1000 d.C a 1500 d.C) por la producción e intercambio de
productos importantes en la vida del hombre andino, a saber: coa, algodón, ají y sal. Los
intercambios se hacían con gentes provenientes de los cuatro puntos cardinales, algunos
tan distantes como Latacunga y Sigchos, aproximadamente 220 kilómetros al sur
(Echeverría; Berenguer y Uribe 1995:48).

La existencia de sal, coca y algodón, productos básicos e indispensables para cualquier


economía indígena, mas no relacionado con su supervivencia, convirtieron el valle del
Chota-Mira, en una época prehispánica, en un mercado natural, entendiendo por esto, un

81
lugar de intenso y continuo intercambio de productos, intra e interétnicos (Echeverría;
Berenguer y Uribe 1995:141).

4.4. RUTAS DE LOS INTERCAMBIOS:

Por el occidente del territorio: por Mallama y Altaquer bordeando las laderas del Cumbal, por
Maldonado bordeando las laderas del Chiles y saliendo al río San Juan, al sur del territorio
tomando el cauce del río Guayllabamba para salir a la región de esmeraldas. El río Chota-Mira se
descarta por ser en su curso alto muy escarpado y abrupto para viajar por él. Por el oriente: desde
Pasto saliendo por Puerres a la Victoria y llegando a San Antonio de Guamués en territorio Kofán
(ruta actualemte utilizada), y por el valle del Chota a través de Pimampiro (Uribe 1995a:448-449).

Por el pueblo de Chapi cerca de Pimampiro se puede acceder fácilmente a las tierras bajas
orientales donde estaban los cofanes y los quijos (Landázuri 1995:92).

4.5. ASENTAMIENTOS EXTRATERRITORIALES:

Para Salomon (1980:308-309) el acceso a tierras fuera de sus territorios les permitió un método
adicional de acceder a recursos distintos al acceso que tenía la población por la microverticalidad y
las relaciones de intercambio. Esta fue la modalidad de colonias extraterritoriales para la
explotación de la coca, la sal y el oro.

[...] los señores andinos a veces enviaban, o permitían salir, a porciones de las poblaciones
andinas para que fueran a residir permanentemente en tales regiones. Estos llegaron a
estar sujetos a la autoridad política local de las zonas montañosas y se asimilaron a la
cultura local. Pero tales personas se mantenían en contacto con su etnia original a través
de los mecanismos de trueque ya mencionados (Salomon 1980:313).

Las colonias multiétnicas o extraterritoriales parecen haber solucionado una parte de las
limitaciones que el medio ambiente del norte de los Andes imprimieron sobre el acceso a recursos.
Para Landázuri (1987:1-2) las características de este tipo de explotación genera dos preguntas:

relaciones en torno al control de los recursos productivos ejercido por los propios grupos
asentados en la cuenca, y relaciones y vinculaciones de los pueblos de las zonas altas o
de montaña, de fuera de la cuenca, con los diversos espacios de los valles.

La última está relacionada con modelos y patrones de intercambio.

82
Existe evidencia arqueológica y documental sobre la actividad pasto en el valle del río Chota-Mira:

Los antiguos asentamientos detectados en el valle del Chota-Mira, confirman las


observaciones de la documentación temprana. En la última fase del Período Tardío
(aproximadamente, desde el 1250 hasta el 1525 d.C), el control del valle está en manos de
los “constructores de montículos” (carangues), cuyo material cultural se encuentra junto o
próximo a los asentamientos Tuza, quienes eran los que realmente cultivaban la coca, el
algodón y elaboraban la sal (Echeverría, Berenguer y Uribe 1995:139).

Las fuentes documentales del siglo XVI demuestran la existencia de tres centros de
producción de coca, algodón y sal: Pimampiro, Las Salinas y Ambuquí, sitios ocupados por
distintos grupos étnicos (Landázuri 1995:90).

En los valles cálidos se conoce de la presencia de una población multiétnica dedicada al


cultivo de varios productos como la coca, algodón y maíz (Terán 1995: 233).

La mejor evidencia documental sobre los cocales de Pimampiro los transmite la relación del padre
Borja:

Tienen estos indios de Pimampiro y parte de los de chapi sus sementeras de coca y
algodón y maíz y otras legumbres en este dicho valle de Coangue, que será poco más
ancho que cuatro tiros de arcabuz y en partes menos. Es un valle muy fértil y de mucha
recreación para los naturales, aunque en algunos tiempos del año enfermo, unos años mas
que otros. Son estos indios de muy poco trabajo, por causa del rescate de la coca, porque
están enseñados que los indios extrangeros que les vienen a comprar la coca les labren
las dichas chácras de coca para tenerlos gratos, porque no venden la dicha coca a otros
indios; y estos son como feligreses [parroquianos], que dicen.

Son estos indios deste valle tenidos por ricos entre los demás naturales deste distrito, por
caso del rescate de la coca, porque por ella les traen a sus casas plata, oro, mantas,
puercos y carneros y todo lo necesario que han de menester; por esta causa son estos
indios muy malos labradores, y los que entre ellos no tienen coca, se alquilan por días y
semanas para labrar las chácras del con que se alquila; y por tener estas chácras, son
tenidos por ricos y les fían en tiendas veinte y treinta pesos y los pagan (Borja
1965/1582/:249).

Hay siempre a la continua en este pueblo de Pimampiro y en el valle de Coangue más de


trescientos indios forasteros de Otavalo y Carangue y de Lactacunga y Sichos y de otras
tierras muy apartadas desta, que vienen por caso de la coca a contratar éstos. También
hay aquí más de ducientos indios de los pastos, que vienen al mismo rescate. Hay ochenta
indios pastos, que son como naturales; éstos son camayos, que dicen, que son como
mayordomos de los dueños de las rozas de coca, y estánse con estos naturales, porque
les dan tierra en que siembren; y así estan ya como naturales (Borja 1965/1582/:252).

En el caso de Las Salinas también aparecen los pastos como beneficiarios en la producción de
sal.

83
En 1577, hay dos clases de usauarios de los recursos de Las Salinas: Indios tributarios –15
solamente- pertenecientes al grupo Otavalo y los forasteros Pastos y demás forasteros
(Caillavet 1981:51).

En la hoya media del Guáytara, en las poblaciones de Yascual y Ancuyá también se presentaron
casos de explotación de recursos por fuera del territorio pasto (Landázuri 1995:99). La población
de Mallama sirvió para obtener artículos de la selva occidental. También es propuesto Funes en
territorio de los quillacingas como colonia extraterritorial pasto (Uribe 1995a:451).

Aunque no eran propiamente mineros [los pastos] ni tampoco tenían minas dentro de su
territorio, algunos de ellos aprendieron muy temprano suficientes técnicas para trabajar en
las minas de Yascual en el territorio de los abades y parece que usaron oro para comprar
algodón” (Calero 1991:45).

[...] van a las minas de los abades yascual y a otras partes donde ay oro a buscallo y con
ello rescatan algodon de que hacen las mantas [...](A.G.I Quito 60 f. 207 r)

[...] preguntando en lo tocante al pueblo de ancuya si son pastos o abades dixo que
algunos yndios de los del dicho pueblo de ancuya hablan lengua pasto y otros son abades
y hablan la lengua aunque estan poblados juntos y que hasta agora no les ha visto dar de
tributo porque andando a minas a sacar oro y las tienen junto a sus tierras assi frias como
caliente [...] (A.G.I Quito 60 f. 214 v).

La participación en la producción de los bienes fuera del territorio pasto supuso una serie de
arreglos entre los pastos y los grupos localizados en estas áreas de explotación (Landázuri
1995:47; Echeverría, Berenguer y Uribe 1995:48).

Landázuri (1987:20-23) indica las modalidades de alquiler de trabajo y los arreglos sociales que se
gestaron en torno al acceso a la producción en Pimampiro:
a) Indios “extranjeros” trabajando las tierras para la producción de coca y pagándoseles en hojas
de coca: parece que existió una continua demanda de hojas de coca, al punto de hacer arreglos
para obtenerla antes de sembrarla o recogerla para asegurar su abastecimiento regular, algo
similar a lo que los campesinos modernos llaman “compra en verde” o “compra en el terreno”. En la
relación de Borja se habla de “extranjeros” lo que supone que eran indios de fuera del área o de
grupos étnicos diferentes y que vivían ahí, y algún tipo de arreglos y alianzas sociales eran básicos
para esto, en la misma relación de Borja se habla de éstos como “feligreses”.

b) trabajo de indios locales, cuyos cacicazgos no tenían acceso a cocales y arreglaban: evidencia
una acumulación de tierras para coca en pocas manos. Este arreglo no supone pago en hojas de
coca.

84
c) Existencia de yanas o yanaconas: población servil que no entra en vínculos de parentesco,
reciprocidad, intercambio o redistribución.

d) Relaciones de reciprocidad para labrado de tierras, siembra y recolección: mingas (minkas),


trabajo comunal para una persona o trabajo uno a uno (ayni).

Existe una posibilidad que los kamayuj o camayos pastos en las colonias extraterritoriales
perdieran sus filiaciones étnicas originales y se adaptaran a las nuevas condiciones, manteniendo
algunos contactos con los demás pastos por filiaciones políticas y sociales, pero estando ya bajo el
mandato de otros señores. Además la cantidad de personas explotando los recursos
extraterritoriales es demasiado grande como para compararlo con el sistema de “archipiélagos
verticales” del modelo Murra. Al menos para el caso de Ancuyá no se mencionan, es más, se
niega, la existencia de mindalaes dentro de la población. Estos debieron ser los encargados de
llevar el oro y las mantas al territorio pasto propiamente dicho, pero pertenecían, o estaban bajo el
mandato de otros señores étnicos (Salomon 1980:308-310).

Postular la existencia de este tipo de asentamientos genera dos preguntas importantes. La primera
tiene relación con las fuentes que se están utilizando para sustentar su existencia y
funcionamiento, éstas son generalmente muy tardías y pueden ser más bien un producto de
imposiciones coloniales españolas y no una institución aborigen. En la relación de Borja (un poco
tardía) se menciona la palabra “mayordomo” y se nombran cultivos y animales europeos. Sin
embargo, en la visita de García de Valverde (efectuada unos diez años antes de la relación de
Borja), los testigos declaran que había pastos en territorio abad, por lo tanto queda abierta la
pregunta de la verdadera naturaleza de los asentamientos extraterritoriales. Lo que es en cierta
medida cierto es que se cuenta con muy poca evidencia documental para resolverla. La segunda
pregunta, relacionada un poco con las evidencias para sustentar su existencia, tiene que ver con la
arqueología. Si seguimos utilizando la cerámica como marcador territorial y con esto que habían
pastos fuera de su territorio en las riveras del Chota-Mira, en territorio caranqui, ¿no estamos
entonces incurriendo en los mismos errores interpretativos y metodológicos que tanto se han
criticado a lo largo de esta investigación?

85
5. CONCLUSIONES GENERALES

Los datos suministrados tanto por la etnohistoria, como por la arqueología y la lingüística, permiten
concluir que los cacicazgos pastos se ubicaron, en su mayoría, en las tierras altas del sur del
departamento de Nariño en Colombia y en la provincia del Carchi en el Ecuador. Sin embargo, tal
distribución debe ser tomada con cautela y no darla por afirmación totalmente verificada. Ya se ha
demostrado que la clasificación cerámica del área tiene ciertas inconsistencias metodológicas e
interpretativas. Hasta el momento los datos lingüísticos no han sido sometidos a críticas y
posteriores verificaciones, y como suele suceder con la etnohistoria (al menos en lo que a
documentos escritos se refiere), el impacto demográfico que los indígenas debieron sufrir hace
dudar que los pueblos pastos referenciados en las fuentes oficiales más tempranas representen su
condición prehispánica.

Uno de los problemas de las reconstrucciones etnohistóricas es que nos pueden estar indicando
las nuevas condiciones que se gestaron con la conquista española y no las que existían en tiempos
prehispánicos. Dentro de esta consideración no es difícil suponer que las “federaciones” de aldeas
corresponden a posibles reducciones coloniales.

El entorno geográfico y ecológico que ocupó este grupo puede ser caracterizado como típico de los
Andes del norte o de páramo. Es oportuno aclarar aquí que las relaciones de las sociedades con
su entorno al norte de los Andes no tienen por qué ser universales; existe evidencia de que otros
grupos “norteños” se relacionaron de diversas formas con el medio ambiente que lo rodeó. El
patrón microvertical no tiene por qué ser tomado como fenómeno pan-andino. Este funciona bien
para los pastos y gracias a él este grupo pudo acceder a algunos productos, no a todos. Existieron
ciertos bienes que se salieron del espectro de la microverticalidad.

Las características propuestas por autores como Salomon para las sociedades complejas de los
Andes del norte sirven como marco para caracterizar a los pastos del siglo XVI. Los datos
disponibles permiten definir que éstos eran un grupo organizado en señoríos, en donde una
persona o un grupo de personas conformaba una élite de carácter hereditario, no productora, y
cuyo poder posiblemente no pasó de ser estrictamente local. No existen datos consolidados ni
abundantes que indiquen el dominio de una aldea o un señorío sobre otros.

Para algunos autores, es posible afirmar que los señoríos de los pastos corresponden a las
definiciones clásicas y modernas de lo que es un cacicazgo: un grupo de personas dedicadas a la
producción que estaban sujetas a una élite no productora que necesitaba legitimar su poder y que
controlaba el acceso a ciertos productos. Esta actuaba a su vez como un agente central y queda
86
claro que jugaba un papel en la redistribución de productos. Sin embargo, no es en la asignación
de productos desde un centro donde debemos buscar las bases del poder de los caciques pasto.

El caso de los pastos indica que sólo una fracción de los productos que circulaban entre los
cacicazgos provenía de la redistribución. Se postula que los caciques pastos controlaban la
producción de maíz al tener un control directo sobre las mesetas onduladas secas, más propicias
para el cultivo de este cereal. El trabajo de los comuneros en las tierras maiceras era remunerado
por el cacique con productos. Para Landázuri una parte de la producción de este producto era
entregada como pago junto con mantas de algodón y otros productos como la sal. Para Salomon
los bienes santuarios, o los que podríamos llamar de élite, circularon bajo esta forma para toda la
población argumentando que la posesión de estos artículos no fue restringida. Los caciques tenían
el control de su acceso y almacenamiento, y al ser repartidos “hacia abajo” era la demostración del
poder de las élites, implicando una “sumisión simbólica” al cacique.

Diversas formas de reciprocidad, entre unidades domésticas o entre un cacicazgo y otro,


proporcionaron algunos bienes, principalmente de subsistencia, a las personas comunes. Otra
forma de acceso a productos básicos fue constituida por los centros de intercambio. Bajo una
forma de intercambio libre circularon principalmente bienes denominados por Salomon como
garantes de un “nivel mínimo de comodidad socialmente aceptado” y alimentos básicos.

Los artículos que circularon bajo la forma de reciprocidad fueron de subsistencia básica, como los
tubérculos y el maíz. Si la economía pasto puso énfasis en la producción de tubérculos o en el
maíz es aún una hipótesis por verificar. Parece más viable, aun con las ambigüedades que
presentan los documentos, suponer que se dedicaron a los tubérculos dadas las facilidades para
su producción en el medio ambiente que ocupó este grupo. Las áreas para una óptima producción
maicera eran escasas y estuvieron sometidas a una mayor presión por parte de los caciques de los
distintos cacicazgos pastos, lo que supuso arreglos intercacicales. Pero el maíz tiene más
facilidades para el almacenamiento (si suponemos que esto es realmente necesario para la
subsistencia del grupo) que los tubérculos en los Andes del norte, lo que podría hacer cambiar la
opinión sobre el énfasis en la producción.

Hasta el momento no se han encontrado pruebas contundentes sobre obras de ingeniería o de


regadío en el territorio pasto que nos indiquen un interés marcado en la producción de este grano.
Más al sur del territorio pasto las evidencias de riego y terrazas apuntan hacia una optimización en
la producción de coca.

El modelo concéntrico de acceso a recursos en el norte de los Andes propuesto por Salomon
parece tener viabilidad en el caso pasto. Los productos básicos de subsistencia están en el centro
87
y se obtuvieron bajo el espectro microvertical. Existe otra clase de bienes cuyo acceso implica una
circulación a mediana distancia. La categoría de bienes que implican una comodidad o un mínimo
de bienestar como algodón, sal o ají se obtuvieron a medianas distancias por los comuneros en
centros de intercambio o en los asentamientos localizados fuera del territorio. Con el ají parece
existir una contradicción, pues aún postulando que las variedades apetecidas eran las amazónicas,
la interpretación sobre su circulación es que no entraron bajo la esfera del control político.

Se habla de algodón y no de mantas, porque no es muy claro si éstas entraron en la esfera del
control político. Se puede afirmar que hubo ciertos artesanos dedicados a su producción, pero es
dudosa su posición en la pirámide social pasto. Si le hacemos caso a la etnohistoria el acceso no
fue controlado. Las evidencias arqueológicas, por cierto muy escasas, apuntarían, al menos para la
fase Piartal, en un control directo sobre la producción de las mantas por parte de la élite, esto si
tomamos como evidencia objetos de madera del Pacífico asociados a telares, no el telar mismo,
encontrado en las tumbas de los principales de los cacicazgos Piartal. Esta es la interpretación de
autores como Uribe y no deja de tener algunas fallas metodológicas, por lo tanto es mejor dejar
abierta esta inquietud. No se puede afirmar que un posible acceso a maderas importadas al
territorio pasto desde el oriente indiquen un mismo uso.

Otro artículo obtenido en el espectro de mediana distancia fue la coca. Si tomamos como
sustentada la evidencia de que las hojas de coca producidas en los valles secos era la usada para
mascar, y la proveniente de los quijos y otros grupos amazónicos la usada en el ritual, debemos
también asumir que fue esta última variedad la que cayó dentro de la esfera del control político.
Para otras áreas del Ecuador, una clase de la cerámica llamada Cosanga o Panzaleo indica que
21
hay una relación directa entre cerámica asociada a élites y hojas de coca amazónica . Aparte de
las consideraciones botánicas de los dos tipos de coca, sin duda el hecho de que fuera la variedad
amazónica, lo que suponía una importación desde lugares distantes, es lo que hace que tuviera un
mayor control político.

El control sobre los centros productores de sal y coca fuera de las fronteras de los pastos supuso
connotaciones de poder para los caciques de los grupos vecinos, no para los caciques pastos. Al
menos esto es evidente en los centros productores de estos bienes el sur del territorio pasto, en el
valle del Chota-Mira. La falta de investigaciones sobre los abades no permiten avanzar hacia la
comprensión de este mismo fenómeno al norte del territorio pasto. Existieron diversos arreglos
sociales entre los pastos y sus anfitriones para garantizar la participación directa en la producción
de coca y sal. Quedan por responder las preguntas referentes a las características prehispánicas
de tales asentamientos.

21
El artículo de Pauilna Terray (1995) explica esta relación.
88
Los bienes que tuvieron una incidencia directa con el poder y la legitimidad política de los caciques
fueron los que implicaron un acceso a larga distancia y obtenidos por especialistas mantenidos por
la élite. En el modelo concéntrico de Salomon estos bienes están en el último círculo. Estos
artículos pudieron haber entrado en circuitos redistributivos lo que indicaría que su circulación no
fue restringida. El control directo que los caciques pudieron tener sobre los bienes santuarios está
determinado por su acceso y almacenamiento. Su posterior repartición es la base de su poder al
formarse una obligatoriedad del que lo recibe con el donante. En tal caso es la redistribución la que
asegura el poder del cacique.

Pero también pudo ocurrir que ciertos productos tuviesen una circulación restringida por la élite y
fue la posesión, uso y manipulación de tales objetos por unos pocos la que les da la
categorización de bienes de élite. Las fuentes escritas y las investigaciones recientes son enfáticas
en que tales artículos provienen de regiones distantes y tuvieron un carácter simbólico asociado al
ritual y a lo exótico. Aparte de ser valorados socialmente son también apreciados políticamente al
punto que se crean alianzas con otros cacicazgos pastos para garantizar el acceso a tierras
óptimas para el maíz; y se invierte una gran cantidad de energía para producir los excedentes
necesarios para su obtención, además de mantener un cuerpo de especialistas no implicados en la
producción directa de alimentos. Respecto a estos especialistas los datos hay que tomarlos con
cautela. No se puede dar como cierto que los mindalaes participaban en la redistribución y que
tenían gran poder sobre los indígenas sólo porque existe un documento colonial que habla de un
señor étnico peleando con su mercader por repartir objetos santuarios entre los comuneros. Ya se
explicó la razón por la cual hay que tomar este dato críticamente.
También es criticable la posición que asumen autores como Landázuri y Salomon que los bienes
santuarios entraran en la circulación generalizada de productos por su acceso en los sitios de
intercambio, y que además estos pudieron ser controlados o administrados por los mindalaes.

Se suele otorgar a los mindalaes características y funciones que no tuvieron, asumiendo que como
no existe documentación negativa que lo rechace, ésta era la condición real para el siglo XVI. Las
fuentes consultadas para esta investigación no contienen información que permitan afirmar de
forma contundente que para el caso pasto los mindalaes controlaban los sitios de intercambio, ni
mucho menos que estos mercaderes no participaran en la producción directa de alimentos. Cierto
es que son personas que viajan, pero no se han intentado responder las preguntas inherentes al
funcionamiento de su núcleo familiar o referentes a su mantenimiento cotidiano. Es muy posible
suponer que sus esposas e hijos participaran en la producción agrícola.

Si las chaquiras y otros tipos de cuentas sirvieron como monedas o patrones de cambio está aún
por comprobarse. Es probable que su circulación generalizada y su función como moneda sea una
89
imposición española. Si eran moneda o patrones de cambio habría que esperar equivalencias fijas
y que tales objetos estuvieran sometidas a leyes de oferta y demanda.

90
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DOCUMENTACION DE ARCHIVO:

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Folios citados en el texto.

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