Está en la página 1de 5

Nombre: Viviana Del Rosario Vergara Guerra

Año de Egreso: Promoción 1979

“Mi camino escolar en el Colegio comenzó en el año 1970, en que arribé como
nueva a tercero básico. Llegué aquí ya que mi escuela anterior clausuró y postulé
para ingresar al Santa Familia en su lugar, tiempos cuando la Hermana Rosa era la
directora.

Al ser nueva, me sentía fuera de lugar y sin pertenencia a ningún grupo. Mis padres
me dieron su apoyo, animándome a participar en un taller para formar nuevas
amistades; así me uní al Taller de Folklore, que cursaba sus prácticas junto al
Instituto Zambrano, quiénes como vecinos aportaban el espacio para los ensayos.
Mi estadía en el taller fue por dos años.

Mis profesoras de básica fueron las señoritas María Ester, Pilar y Sandra Mondino.
Esta última fue personalmente una gran marca en mi vida escolar, ya que cumplió
la difícil tarea de enseñarnos los cambios de “niña a señorita” sin ninguna
restricción ni engaño, a pesar de la delicadeza que significaba el tema en esos
tiempos. Nos alistó para nuestro último año de ciclo básico, que era literalmente el
inicio del túnel para el nuevo mundo. Durante mis once años se vino el Golpe
Militar, donde uno esperaría grandes cambios en la rutina escolar, pero las
Hermanas del Colegio se dedicaron con esmero y generosidad a mantener sin
sorpresas ni sobresaltos el cambio por el que el país atravesaba. Tuvimos que
acostumbrarnos a cantar el Himno Nacional con dos estrofas todos los lunes,
marchar en las conmemoraciones que se tradujeron en ensayos y prácticas
matutinas, y al toque de queda, que limitaba nuestros eventos y festivales. A pesar
de lo ocurrido en el año 1973, para noviembre y la fiesta del Cristo Rey, realicé mi
Primera Comunión; nunca olvidaré la emoción del evento y poder disfrutar de los
tan protegidos jardines del colegio.

Para séptimo básico dimos el paso hacia el gran cambio; el patio de las “grandes”,
pérgolas con parrones, grandes salas, muchos baños, una hermosa capilla y el
amplio patio. Nuestros juegos de niñas, como el luche, el elástico, saltar la cuerda o
la payaya fueron reemplazados por las experiencias de nuestras compañeras más
osadas y una vida de colegio más compleja.

Nuestra sala de séptimo fue la más antigua del Colegio, contaba con unas
ventanucas conectadas con el colegio del lado República de Ecuador y unas
puertas amplias plegables de madera que daban espacio para pistas de baile, salón
techado para eventos o ceremonias, salas de ensayo, etc. Pronto llegó el progreso,
y nuestra escuela vecina se trasladó, dejando en su lugar una serie de tiendas
donde guardé muchos recuerdos con mis compañeras.
Entre los años 1974 y 1975 asistí por primera vez junto a mi hermana a las
vacaciones en la casa-refugio de las Hermanas en Quintero, donde nos ofrecían
pasar 15 días conociendo a otras niñas y divirtiéndonos con salidas a la playa,
juegos de las escondidas en el bosque y las actividades que organizaban las
Hermanas para nosotras.

Los últimos años antes de enseñanza media transcurrieron entre el estudio y las
carreras para comprar las inolvidables dobladitas de la tía del quiosco antes que
nadie.

Tuvimos una hermosa graduación de octavo básico y nos regalaron un anillo de


corazón que aún atesoro; dando el gran paso hacia la Enseñanza Media.

El Colegio también avanzó, dando inicio a la construcción del gran gimnasio


multifuncional en el que años después nos graduaríamos; que dejó en los
escombros a las antiguas salas, abriendo espacio para la nueva construcción. Como
generación de transición tuvimos la suerte de poder utilizarlo durante nuestro
último año y de ser las primeras en festejar su graduación en el nuevo recinto.
Durante mis cuatro años de enseñanza media, me dediqué a aprovechar y
participar en todo lo que el tiempo me permitió; desde la Pastoral y Directiva del
Curso, hasta el Taller de Teatro y el Festival de la Voz. Junto a mis padres fuimos
parte de diversos eventos como Kermesses o la Semana del Colegio; pero de todas
las puertas que abrí, la que llegó a mi corazón fue el Taller de Canto Coral. Me
siento infinitamente agradecida hacia mi Colegio y mi inolvidable Profesor de
Música Don Leonardo Nangari (Q.E.P.D), quién en el año 1976 llegó a nuestro
Colegio para fundar con dedicación el Coro Armonía y Juventud.

Él sembró en mí el amor hacia la interpretación de la música clásica y el canto coral;


mi deseo de disfrutar cantando por la vida y alegrar a quiénes me escuchan.

Su legado comenzó una mañana en un aula del Liceo de Aplicación, donde a mis
catorce años acompañaba a una amiga a su audición para el Coro; cuando terminó,
el profesor me tomó de sorpresa al invitarme a probar mi voz. A gusto con mi
desempeño, me ofreció unirme a su Coro, lo que acepté encantada. Entonces pasé
mis cuatro años de media cantando y participando en diversos escenarios como
graduaciones, festivales y teatros.
Mi corazón rebozaba de alegría luego de descubrir mi talento para el canto y sentir
que finalmente pertenecía a un lugar hecho para mí, pero al terminar el Colegio
pensé que se me cortaban las alas, ya que dejaba atrás mi vida de niña y mis
sueños de adolescente. Pero el mundo es muy pequeño y llegando a la Universidad
me reencontré con un excompañero de mi Canto Coral, que me invitó para la
audición del recién formado Coro del Instituto Pedagógico. Ahí me mantuve
durante ocho años, incluso habiendo terminado mi carrera universitaria.

Siendo parte de este grupo, extendimos nuestro amor por la música por todo tipo
de sectores en Santiago; sobre todo a quiénes no tenían acceso a esa posibilidad.
Pero nuevamente me sentí ahogada cuando el Coro del Pedagógico llegó a su fin;
aunque la luz no tardó en volver a entrar cuando se me presentó la oportunidad de
asistir a una presentación de la Novena Sinfonía de Beethoven en el Teatro de la
Universidad de Chile. Al finalizar, fue tanta mi felicidad, que sentí la necesidad de
recobrar aquella satisfacción que me producía el canto coral, de inmediato
pregunté cómo unirme a tal maravilloso Coro. Tuve mi audición con el maestro
Guido Minoletti en la Casa del Coro Sinfónico de la Universidad de Chile; que se
convirtió en mi segundo hogar desde ese día y hasta la fecha.

Al dar el paso hacia una nueva dimensión del canto coral, me encontré con
grandes presentaciones y festivales a lo largo de Chile; sobre todo las magníficas
temporadas oficiales en conjunto con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de
Chile. Grandes escenarios, como el Festival de la Canción de Viña del Mar, la
Competencia Internacional de Coros de Latinoamérica, el proyecto 300 Voces para
el aniversario de Pablo Neruda en Francia, las Semanas Musicales de Frutillar en el
Teatro del Lago; el mejor escenario de Sudamérica e incluso en la Ceremonia de
Vuelta a la Democracia en el emblemático Estadio Nacional.

Hemos colaborado con diversas orquestas, como la Sinfónica de Roma y de Praga,


también dirigidos por destacados directores como Leonid Grin, Itzhak Perlman, Nic
Raine, Mickael Nesterowicz y Ennio Morricone (Q.E.P.D). Para finalizar, recibimos el
Premio Nacional de la Música a la Mejor Agrupación Cultural de Chile y fuimos
seleccionados para ser parte del proyecto Bicentenario de la ciudad de Santiago.
Hoy, a mis 58 años quiero dejar en la bitácora del Establecimiento mis infinitos
agradecimientos al Colegio Santa Familia y a mi Profesor de Música Leonardo
Nangarí, pues a él le debo la devoción a este arte que impulsó a aquellos jóvenes
de mi época a dedicarse hoy a la música, que es para mí, la más bella de todas las
Bellas Artes; cuya magia y poder se manifiesta cuando cantamos todos juntos.

He perseverado, y cual dice nuestro Himno “He brillado como estrella en un mundo
sin luz, he cambiado en dicha las penas, he cambiado el odio en amor, bellas flores
de esfuerzo he dado y he caminado en un mundo mejor…”

También podría gustarte