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El régimen otomano: la organización interior

Gilles Veinstein

El siglo XVI, momento de máxima extensión y apogeo del Imperio Otomano, puede considerarse el período
clásico de las transformaciones de su organización interna. Las instituciones características de este Estado
hallan en ese momento su forma más conseguida. En muchos de sus aspectos, este régimen otomano clásico
era tributario de las tradiciones políticas, sociales y económicas procedentes tanto de los orígenes turcos de
la dinastía como de las herencias islámicas o cristianas de las diversas regiones sobre las que se extendió su
imperio. Pero la síntesis resultante fue original.

El sultán, clave del edificio político

Este es el caso de la institución sultánica. El soberano detentaba un poder absoluto, en el que se fundían las
concepciones monárquicas del califato abasí, con sus componentes persas y musulmanes, con las teorías
políticas de la antigüedad grecorromana y bizantina. El sultán mandaba en todos los dominios y designaba
todos los cargos, era el comandante supremo de los ejércitos y firmaba los tratados. En el plano religioso
ostentaba el titulo de califa y se erigía como imam supremo de la comunidad musulmana sunní. No obstante,
no podía legislar en materia sagrada, pues la elaboración de la ley canónica (seriat) ya había sido
definitivamente terminada. Podía elaborar un derecho secular (qanun) destinado a complementar la seriat,
cuyas prescripciones limitaban el absolutismo sultánico. Así Mehmet II y sus sucesores, sobre todo Solimán,
emprendieron una importante obra de legislación y codificación.

Hasta principios del siglo XVII reinó la costumbre de considerar a todos los hijos del sultán como los
potenciales sucesores de éste, sin ningún principio de sucesión que diese la primacía a ninguno de los
hermanos rivales. Así, se impuso la práctica según la cual el príncipe que conseguía subir al trono de facto
mandaba estrangular a todos sus hermanos. La aplicación de esta “ley de fratricidio” no empezó a caer en
desuso hasta principios del siglo XVII.

Aunque en teoría el poder del sultán seguía siendo el mismo, sobre todo a partir del final del reinado de
Solimán se inicio una evolución en el ejercicio de las funciones de soberano: el dueño del inmenso imperio,
heredero de las grandes monarquías orientales, dejó de ser el efectivo soberano que habían sido los primeros
sultanes, para convertirse en una especie de semidiós, apartado del común de los mortales. Ya sólo se
limitaba a nombrar y destituir a los grandes dignatarios, en los que delegaba sus funciones, y dar a conocer
su opinión en las decisiones de mayor importancia.

Dos instituciones fundamentales: devsirme y timar

Los súbditos del Gran Señor estaban divididos en 2 órdenes distintos: los askeri (soldados) y los reaya. Los
primeros estaban exentos de la mayor parte de impuestos y participaban de la autoridad del soberano en sus
distintos sectores: administrativo, militar y religioso. Los reaya eran los agentes económicos (campesinos,
artesanos, comerciantes); representaban a la mayor parte de la población y a la totalidad de los súbditos no
musulmanes (ortodoxos, armenios, judíos) y pagaban impuestos.

Dos instituciones relacionadas con los askeri cuentan entre las bases y los rasgos más originales del régimen
otomano clásico: la desvirme y el timar. Mediante la práctica de la desvirme (reclutamiento), el sultán
tomaba como esclavos a muchachos y jóvenes (de 8 a 20 años) de la población cristiana de Rumelia y
Anatolia. Eran llevados a Estambul y convertidos por la fuerza al Islam. Los menos prometedores eran
“turquificados” y destinados a los distintos cuerpos del ejército, sobre todo al de los jenízaros. Los mejores
(los iç oglan) recibían una elaborada formación física y espiritual, y una selección de entre ellos era llamada
a completar esta educación para ocuparse del servicio personal del sultán, como pajes en la pequeña y la
gran cámara, en la despensa, en el tesoro privado y en la cámara imperial. Entre ellos se reclutaban los
cuerpos de elite que constituían las unidades de caballería de la capital.

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La institución del timar era una forma de pago, junto a la retribución en forma de sueldos. El Estado, que
disponía de la mayor parte de la tierra cultivable otorgaba a algunos particulares el derecho a percibir en
provecho propio una parte o la totalidad de los censos debidos por los reaya (campesinos). Una pequeña
parte de las contribuciones fiscales de un pueblo o algunos elementos de los ingresos urbanos podían entrar
igualmente en los timar. Cuando la renta anual de un timar era superior a los 20.000 aspros, se llamaba
zeamet, y por encima de los 100.000 aspros se llamaba hass. Además de los censos cobrados sobre los
predios que cultivaban los reaya, el timariota podía tener una reserva formada por una tierra cultivada,
mediante las prestaciones personales que realizaban los reaya. El sultán, que no otorgaba la tierra, sino un
simple derecho de percepción, ligaba este derecho al cumplimiento de un servicio; si un timariota dejaba de
cumplirlo le era retirado su timar.

El palacio y el gobierno central

El interior del palacio se componía de una parte interna (enderun), aislada del mundo exterior, y de una parte
externa (birun) que se relacionaba con el resto del imperio y era la sede del gobierno central. La parte interna
comprendía la escuela de los pajes procedentes de la devsirme, el harem, en el que reinaba la madre del
sultán. A medida que el sultán se iba aislando más del exterior, la influencia y las intrigas de la gente del
enderun, especialmente del harem, tendían a dominar su ánimo.

En el birun del palacio, numerosos cuerpos cuidaban de la vigilancia de las puertas (los qapici), la policía
interna (los cavus), y las múltiples tareas materiales ligadas al servicio del palacio. Los qapici y sobre todo
los cavus servían como enviados del poder central en el conjunto del imperio y en el extranjero. El birun era
la sede de los múltiples engranajes del gobierno central: el gran visir y sus acólitos ejercían allí su actividad,
y allí se desarrollaban las sesiones del divan (consejo) imperial.

Mientras que el sultán abandonaba el ejercicio efectivo del poder, el gran visir pasaba de simple ejecutante a
delegado absoluto del soberano: gobernaba en lugar de él. Sin embargo su gran poder tenía algunos límites,
pues el palacio o el cuerpo de jenízaros escapaban a su autoridad, y el sultán podía disponer de su vida y de
su fortuna y destituirlo. El gran visir presidía el divan, en el que se discutían las cuestiones importantes y
funcionaba también como una corte suprema de justicia. Tenía como miembros a los principales dignatarios
del Estado. Figuraban primero los visires de la cúpula, entre ellos el nisanci que ponía el sello del sultán en
las actas oficiales, estaba al frente de 11 secretarios que componían la chancillería del divan. Los qadi asker
(jueces del ejército) representaban en el divan la jerarquía jurídico religiosa de los cadíes sobre los que
ejercían su autoridad. Pero el primer dignatario religioso del imperio, jefe del conjunto de los ulemas, era el
muftí d Estambul, aunque no formara parte del divan.

Las cuestiones financieras eran representadas en el divan por el daftardar de Rumelia, administraba las
finanzas públicas (atribución de los timar, percepción y arrendamiento de los recursos del fisco, pago de las
soldadas, etc.). El sultán no solía asistir a las sesiones del divan, pero podía hacerlo de incógnito detrás de
una ventana. Al término de la sesión, las principales decisiones debían ser sometidas a su aprobación.

Un instrumento de poder: el ejército y su organización

El instrumento de la ascensión y el poderío de los otomanos fue su ejército. Comprendía elementos


heterogéneos y conjugaban la existencia de un ejército profesional permanente con la movilización de
amplias capas de la población.

El ejército permanente lo formaban los “esclavos de la Puerta”, procedentes de la devsirme. Era el núcleo de
las fuerzas otomanas. Sus miembros eran retribuidos mediante pagas, aunque en ocasiones recibían timar.
La infantería estaba formada por los jenízaros, que estaban divididos en 196 compañías, agrupadas en tres
conjuntos: la cemaat, la bölük y los seymen. A partir de mediados del siglo XVI los jenízaros empezaron a
utilizar su fuerza para intervenir en los asuntos políticos, especialmente en la designación de los sultanes. A
medida que el tesoro encontraba más dificultades para pagarles el sueldo, los jenízaros harían oír su voz de

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manera más brutal. Pero la elite del ejército permanente estuvo representada por la caballería a sueldo
procedente de los iç logan de la devsirme.

La otra gran facción del ejército, la de los sipahi provinciales estaba compuesta por soldados de caballería de
origen musulmán y libre, que mediante la concesión de un timar, debían tomar parte en la campaña imperial
durante la temporada de los combates. El resto del año lo pasaban en sus timar ocupándose de cobrar los
censos y de explotar su reserva timarial. Las obligaciones de equipamiento de los sipahi variaban en función
de los ingresos de su timar. La posesión de un timar, en principio, iba rigurosamente ligada al respeto de las
obligaciones militares, y su aumento, al cumplimiento de actos de valentía notables. Los sipahi retirados
recibían timar especiales; no existía la herencia, pero la reglamentación de Solimán y de Selim II aseguraba
la estabilidad social del cuerpo al sentar el principio d que a la muerte de un sipahi dos de sus hijos tenían
derecho a un timar proporcional al que aquel poseía al finalizar su carrera. A partir del siglo XVI empezaron
a dar muestras de algunos de sus futuros defectos: el absentismo y la ineficacia militar. De ahí la creciente
necesidad de compensar la insuficiencia de estos efectivos mediante el recurso a nuevos elementos: gönüllü
(voluntarios), yarar yigit (jóvenes guerreros) y qara levendleri, en parte procedente de los reaya (simples
campesinos), cuya irrupción en el ejército trastocó el antiguo orden establecido. Tropas diversas eran
destinadas a servir en los navíos, los remeros eran prisioneros de guerra, condenados, mercenarios y reaya
compensados con exenciones fiscales.

También había numerosos cuerpos, de origen musulmán o cristiano, que tenían un estatuto intermedio entre
los askeri y los reaya, y que, a cambio de un régimen fiscal particular, cumplían múltiples servicios militares
o paramilitares requeridos por las necesidades del Estado: yaya, müsellem, yürük, derbenci, martolos,
valacos.

La fuerza militar otomana dependía también de la notable preparación de las campañas en el terreno de la
intendencia. Gran cantidad de órdenes enviadas a través del imperio durante los meses precedentes a la
campaña procuraban asegurar el buen estado de las fortalezas, carreteras, puentes, al tiempo que se
preparaba el aprovisionamiento de víveres y material, mediante la contribución de los reaya o la requisa de
mercancías.

La administración territorial: provincias y gobernadores

La extensión del imperio en el siglo XIV impuso la formación de provincias y el establecimiento de


gobernadores, delegados del poder central. El gobernador de una provincia era también el jefe militar que
dirigía el ejército de los sipahi dotados de timar en dicha provincia. Las circunscripciones más importantes
eran llamadas beylerbeyilik o eyalet. A su frente estaba el beylerbeg, que tenía título de bajá. Su autoridad
en la concesión de timar se limitó a partir d 1530 en beneficio del poder central: sólo podía otorgar timar
inferiores a 3000 aspros. Asistía al beylerbeg una administración financiera, que comprendía el sipahi
yacïcïsï, que inscribía a los sipahi, ayudado por un defter kahyasi (para los zeamet) y un timar daftardari
(para los timar). Los beylerbeyilik agrupaban una circunscripción de rango inferior, los sancaq, que eran
gobernados por sancaqbey. Los beylerbey y los sancaqbey solían ser elegidos entre los qul (esclavos) del
sultán, y eran dotados de hass importantes.

A nivel del qaza, subdivisión del sancaq, era sustituido en su tarea por el subasi, oficial encargado de las
funciones de policía en las ciudades importantes. A nivel de las aldeas, los sipahi ejercían su autoridad sobre
los reaya y percibían sus impuestos.

Este esquema constituía la organización provincial propiamente otomana y se aplicaba en el corazón del
imperio. Pero no todos los elementos de esta vasta construcción eran homogéneos. En algunas regiones del
imperio la dominación otomana se reducía a la presencia de un gobernador, agentes financieros, jueces y
guarniciones. Este dispositivo elemental se superponía a una organización administrativa y social secular
que la conquista turca había dejado intacta. Al sultán le bastaba con percibir los ingresos fiscales en forma
de tributo, una vez deducidos los gastos administrativos y militares, y con reclutar efectivos militares. Las
provincias que recibían este trato se llamaban saliyaneli y un ejemplo es Egipto. En otras zonas, en las
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montañas pobladas de nómadas, difíciles de controlar, la Puerta dejó una amplia a los jefes tribales
tradicionales. Todos estos elementos quedaban integrados dentro del marco del eyalet. Otros, por el
contrario, seguían siendo entidades políticas específicas ligadas al imperio mediante un lazo de vasallaje
más o menos fuerte: el cherifato de La Meca, el janato de Crime y los mirza, jefes de los grandes clanes
tártaros.

Allí donde existía una población musulmana las funciones de los militares eran completadas y limitadas por
los cadíes. Estos salían del cuerpo de los ulemas y se formaban en las diversas disciplinas islámicas en las
madrazas (escuelas superiores). En el marco de su circunscripción el qaza (el cadi) debía resolver todos los
asuntos públicos y privados que dependieran tanto de la seriat como del qanun. En materia de derecho
privado los no musulmanes dependían de las instituciones propias de sus respectivas comunidades.

La economía, base material del poderío otomano

La economía otomana que, junto con el botín mantenía al Estado, conservaba un carácter tradicional. Su
poderío se debe a la amplitud y diversidad de los recursos disponibles, así como a la estabilidad política y a
la seguridad que solía reinar en tan vasto territorio. Otros factores fueron la expansión demográfica de los
estados Mediterráneos y la existencia de un inmenso mercado en el que destacaban los centros de consumo:
el palacio, los cuarteles, los campamentos y la capital.

Dentro de la economía el papel principal lo ostentaba el sector rural, donde el peso respectivo de la
agricultura y la ganadería variaba según los lugares y las poblaciones.

El reaya cristiano o musulmán entregaba a la autoridad de la que dependía (timariota, administrador de


legados piadosos, arrendatario de hass sultánicos) un diezmo en especie sobre las cosechas de su tenencia
hereditaria. El censo podía llegar hasta un tercio de la producción, como en Siria y Palestina. A ello se
suman impuestos en metálico.

Análogamente los fellah de las provincias árabes entregaban sus censos a unos arrendatarios (multazim) por
mediación de los jefes de pueblo. En todas las regiones las técnicas agrícolas eran rudimentarias y el
rendimiento modesto.

Junto a los campesinos sedentarios existían importantes poblaciones nómadas dedicadas a la ganadería en
las estepas, montañas y desiertos: los turcomanos y kurdos de Anatolia, los beduinos de las provincias
árabes…Todos ellos grupos tribales sobre los cuales el Estado trataba de ejercer presión fiscal.

Entre los cultivos destacaban los cereales, con predominio del trigo y secundariamente la cebada. También
había forrajes, fruta y hortalizas, colmenas, ovejas y cerdos. También se desarrollaron especialidades
regionales (Egipto, Siria: arroz; costas mediterráneas: olivos; Bajo Irak: dátiles).

Las riquezas del subsuelo estaban arrendadas por el Estado: salinas, minas de plomo y plata.

No faltaba en el medio rural cierta actividad artesanal y mercantil, destinada sobre todo a satisfacer las
necesidades locales. Pero el artesanado y el comercio eran actividades propias de las ciudades. En las
ciudades otomanas el artesanado y el pequeño comercio quedaban estrechamente encerrados dentro del
marco de las corporaciones. Igual que en el caso de la agricultura se distingue entre la producción corriente
destinada al consumo local y las especialidades regionales, abiertas a un mercado más amplio. Es en el
sector industrial más importante, el textil, donde mejor se ilustra este principio (ej.: tejidos de lino del delta
del Nilo). En Estambul las grandes empresas que trabajaban para el ejército o para el palacio se saláan del
marco artesanal y constituían auténticas fábricas.

Los grandes mercaderes, musulmanes o infieles, que no estaban sometidos al rígido reglamento de las
corporaciones, se beneficiaban de los grandes capitales que invertían los altos dignatarios interesados en sus
negocios.
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Mientras el sultán enviaba a algunos mercaderes oficiales a Moscú o a Venecia, numerosos extranjeros
tomaban parte en el comercio del imperio. Los venecianos, establecidos de antiguo, se vieron cada vez más
desplazados por los franceses, aliados del sultán, que en 1569 obtuvieron las primeras concesiones oficiales;
más tarde obtendrían estos privilegios comerciales sus rivales, los ingleses, y más adelante, los holandeses.

Centro de consumo sin par, Estambul tendía a arrastrar la mayor parte de las corrientes comerciales del
imperio. A partir de mediados del siglo proliferaron los síntomas alarmantes. La ruta de El Cabo empezaba a
hacer notar su competencia, provocando una disminución de los ingresos aduaneros; la plata americana
introducida por los occidentales devaluaba el aspro; los reaya habían abandonado las aldeas que habían
llegado a la superpoblacion huyendo de la presión fiscal que el Estado había aumentado como respuesta a la
crisis financiera y formaban bandas de rebeldes. Contrariamente, las ciudades eran invadidas por elementos
nuevos, cuyo aflujo subvirtió el orden social antiguo.

El desarrollo de las ciencias y las artes

El poderío del imperio estimuló el florecimiento de las ciencias y las artes, no sólo en las disciplinas
tradicionales arabo-musulmanas cultivadas por los ulemas, sino también en las ciencias más modernas,
impulsadas por Solimán, que favoreció las matemáticas y la medicina en sus madrazas. La vida de la corte
suscitó el desarrollo de las escuelas de miniaturistas y de la poesía aristocrática llamada de divan. En la
arquitectura se encuentra la manifestación más evidente del poderío otomano, sobre todo en las grandes
mezquitas de Sinan, síntesis del modelo Justiniano de Santa Sofía y de las tradiciones ornamentales
selyuquíes.

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