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Evangelio en tiempos de pandemia

Ciclo A
P. Nelson Chávez Díaz
Párroco san Juan – Bautista Curicó

Mateo 5, 20-26.

1. En el texto de hoy el Señor Jesús eleva las exigencias de los mandamientos del
Antiguo Testamento a un nivel maximalista cuyo cumplimiento hace entrar en el
reino de los cielos; en efecto, si a los antepasados se les dijo “No matar” y de lo
contrario se los llevará a los tribunales, ahora el Señor plantes que el simple
“enojo” tendrá una pena impuesta por un tribunal; y a todo aquel que profiere un
“insulto” o una “maldición” contra su prójimo los castigos serán aún más severos.
En la segunda parte el Señor también eleva la exigencia para todo aquel que
quiere presentarse delante de Dios; es necesario estar reconciliado con aquel que
puede tener una queja en contra porque así la ofrenda a Dios logra ser auténtica y
sincera. Termina el texto con un llamado a acuerdo entre litigantes antes de llegar
a los tribunales.
2. Uno de los desafíos más importantes para un ser humano y también para una
sociedad será asumir, trabajar y resolver los conflictos para llegar a una
reconciliación entre las partes; es, sin duda, una tarea de toda la vida que indica
ciertamente una actitud madura y realista ante ella. Ahora bien, a la hora de
abordar los conflictos tenemos que tener de entrada al menos dos elementos bien
claros, a saber: en primer lugar que el conflicto no puede ser ignorado o
disimulado sino ser asumido y, en segundo lugar, saber aceptar con humildad y
paciencia la parte que nos toca, es decir, asumir con responsabilidad las propias
faltas y culpas. Con respecto a lo primero, el Papa Francisco ha dedicado algunas
palabras sabias sobre la experiencia del conflicto; nos ha dicho que en un conflicto
no es conveniente quedarse atrapado ni menos quedarse paralizado;
manifestaciones de estas actitudes ante el conflicto son mirar el conflicto pero
seguir adelante como si nada pasara, lavarse las manos y disculparse echándole
la culpa a los otros. Una actitud sabia será siempre aceptar sufrir el conflicto,
hacerlo visible para poder resolverlo y, posteriormente, transformarlo en un
proceso de crecimiento. Con respecto a lo segundo, id est, nuestra falta de
responsabilidad para asumir las propias culpas, es una tendencia en todos los
seres humanos, desde los orígenes culpar a otro de las acciones personales;
recordemos a Adan y Eva en el paraíso; allí Adán le echa la culpa a Eva y ni
siquiera es capaz de ver en sí mismo la parte de responsabilidad que le
corresponde. No asumir la responsabilidad y la culpa de nuestras propias acciones
significa no tomar conciencia del daño o del mal que ocasionamos a otros;
ciertamente que para hacerse cargo de la culpa y la responsabilidad ante el daño
infligido a otro se necesita una actitud de humildad, de reconocimiento de los
propios límites y debilidades pero, sobre todo, significa dar un paso, avanzar
hacia una actitud reparadora del daño ocasionado; es lo que algunos especialistas
dicen cuando plantean que hay que transitar desde una “culpa persecutoria” que
nos hace no ver el daño y el mal hacia una “culpa reparatoria” que nos permite
reparar, en la medida de lo posible, el daño realizado a otros.

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