Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mark Frost
Para Lynn
Prólogo
Grafenwöhr
Noviembre de 1944
Grafenwöhr
20 de noviembre de 1944
Grafenwöhr
10 de diciembre de 1944
Noreste de Bélgica
14 de diciembre de 1944, 20:40 horas
1
Adjetivo coloquial despectivo aplicados a los
franceses.
—Todo a partir del vagón ocho.
—Lo has captado, tío. —Dijo Bennings, dándole
unos golpecitos en el brazo y estrechándole la mano de
nuevo. Embutió en el bolsillo de la camisa de Grannit
un fajo de billetes de veinte dólares, enrollado en un par
de paquetes de Chesterfield, y le tendió una caja de
puros—. Esto es sólo un aperitivo. Espera a ver el
montaje de París. El 724 cuida de los suyos, amigo.
Nuestro Jonesy irá con vosotros en la máquina, para
controlar que todo sale bien.
Bennings bajó de la vía y retrocedió hacia los
oficiales. Grannit oyó que encendían los motores de sus
coches. El cuarto hombre del cruce, Jonesy, un
suboficial corpulento de mirada vigilante, caminó detrás
de Grannit hacia la locomotora. Grannit subió a la
cabina delante de él y metió los objetos de contrabando
en el ténder.
—¿Lo has oído todo? —preguntó Earl en voz baja.
—Los vagones del economato militar—dijo Ole
Carlson.
—¿Señales a la estación?
—Están al menos a cinco minutos de aquí.
Jonesy subió a la cabina. Grannit se volvió hacia él.
—Ole. Jonesy —les presentó.
Carlson hizo un gesto de asentimiento y se dispuso
a estrechar la mano de Jonesy. Pero éste se metió un
palillo en la boca y se llevó una mano a la cadera,
descubriendo el 45 de culata nacarada que guardaba en
la pistolera del cinturón. Toda una demostración de que
no estaba allí para charlar.
—Vamos allá —dijo Grannit.
Ole Carlson tiró de la palanca y dejó que el tren se
deslizara a ocho kilómetros por hora. Pasaron al cabo
Bennings, que estaba junto a las agujas del cruce y les
saludó con desenfado cuando le dejaron atrás para
entrar en la vía lateral. Grannit se asomó y comprobó el
cargamento que transportaba. Hizo señas a Carlson
para que frenase de nuevo en cuanto el último vagón
hubo salido de la vía principal.
—¿Quieren que digamos a la estación que llevamos
retraso? —preguntó Grannit.
Carlson acababa de coger el transmisor cuando
otros dos soldados salieron de las sombras junto a la
locomotora, armados con ametralladoras Thompson.
Jonesy le arrebató el transmisor a Carlson y lo devolvió
a su sitio.
—Dejaremos que se preocupen. Vamos a trabajar.
Grannit saltó de la cabina y se encaminó hacia el
final del tren, con Jonesy siguiéndole a unos pasos de
distancia. Pronto se vieron rodeados por una docena de
hombres uniformados salidos del bosque, que también
se dirigían a la cola del tren. Dos camiones de carga se
detuvieron junto a los últimos vagones y los hombres
empezaron a subir las lonas de la parte trasera, listos
para cargar.
«Como buitres. Como si pudieran olerlo», pensó
Grannit.
Los primeros ocho vagones contenían armamento
de artillería. Aquellos hombres sabían exactamente
dónde empezaban los vagones de intendencia. Para
cuando Grannit alcanzó el enganche, los hombres ya
habían forzado los cerrojos y apartado las tablas,
entraban en masa y empezaban a remover las cajas y los
paquetes en busca de cigarrillos, licor, chocolate, jabón,
café. Destinado a los batallones que luchaban en el
frente, Grannit sabía que aquel cargamento
desaparecería, al despuntar el día, en los florecientes
mercados negros de París y Bruselas. Durante los
últimos meses, cientos de soldados aliados habían
desertado para unirse a esta nueva fiebre del oro, un
negocio en que se desvalijaban trenes militares para
vender su contenido a los franceses, los belgas e incluso
a los alemanes con efectivo atrapados en territorio
aliado. Con la llegada de los norteamericanos a París, la
situación se había descontrolado del todo. Se estaban
amasando verdaderas fortunas. Se decía que los capos
del negocio vivían lujosamente en la orilla izquierda del
Sena, al estilo de Al Capone y Dutch Schultz. Ya en
diciembre, el cuarenta por ciento de los productos de
lujo que llegaban a Normandía, artículos básicos para
mantener la moral de las tropas, no llegaban a los
soldados que luchaban en el frente.
Por lo que Grannit veía ante él, un batallón
norteamericano al completo se había contagiado y sus
miembros pululaban por el tren como una plaga de
langostas, bajo la atenta supervisión de sus oficiales.
Grannit había presenciado con tal frecuencia la
imperfección humana que eran pocas las variaciones
que le sorprendían, pero aquello le sentó como un
puñetazo en el estómago.
Extrajo una pesada palanca de enganche que estaba
encajada entre los listones de los vagones. Cuando la
introducía entre las juntas para desenganchar los
vagones, oyó el silbato a vapor del tren: tres silbidos
cortos, tres largos, tres cortos.
Ole enviaba un SOS. Si lo oían, los refuerzos de la
estación se apresurarían en llegar.
Grannit miró a Jonesy. Éste se había vuelto hacia la
locomotora e intentaba decidir lo que significaba el
silbido y si debía preocuparse al respecto.
Grannit cubrió los cinco pasos que les separaban y
utilizó la palanca para golpear a Jonesy en la parte
trasera de la rodilla, haciéndole caer sobre la otra. Acto
seguido le asestó un segundo golpe en el hombro
derecho, paralizándole el brazo antes de que pudiese
alcanzar la pistolera. Le empujó y Jonesy cayó al suelo,
gimiendo de dolor e intentando levantar el hombro
herido. Grannit se apropió del Colt de Jonesy y se
abalanzó sobre él, agarrándole del cuello e hincándole
una rodilla en el riñón.
—Quédate en el suelo, Jonesy —le ordenó.
—¿Por qué me golpeas, joder?
—Estás arrestado, gilipollas. Pon las manos al frente
y la cara en el barro o te vuelo la cabeza.
Jonesy obedeció. Grannit se sacó del bolsillo una
cachiporra de fabricación casera (un calcetín negro
relleno de munición del calibre 12) y le golpeó detrás de
la oreja. Jonesy perdió el sentido. Grannit se puso en pie
y echó a andar hacia los vagones de intendencia. No
parecía que el silbato del tren hubiese alarmado a los
carroñeros ni nadie le había visto reducir a Jonesy en la
oscuridad, pero eran varios los que miraban en su
dirección. Grannit divisó junto a los camiones a los dos
oficiales que había visto antes con Eddie Bennings; ellos
parecían mucho más preocupados.
Se les acercó directamente, sosteniendo el revólver
a un lado. Los dos oficiales y Bennings se encaminaron
a su vehículo, que estaba aparcado en los alrededores.
Cuando encendieron el motor, Grannit alzó el 45 y
disparó a la rueda delantera izquierda. El ruido taladró
la noche. Llegó hasta el asiento del conductor, destrozó
la ventanilla con la culata del Colt, metió el brazo y sacó
las llaves del contacto. El hombre que estaba al volante,
un capitán, le miró con el rostro encendido e indignado,
mientras hacía un débil ademán de golpear la mano de
Grannit.
—¿Pero qué demonios cree que hace, soldado?
Grannit agarró al capitán por el cuello de la
trinchera, le sacó la cabeza por la ventanilla y le obligó
a apoyar la nuca en el borde de la capota, de forma que
se le cayó la gorra. Ahora ya había atraído la atención de
toda la unidad; algunos soldados corrían hacia él con las
armas desenfundadas, mientras que otros se
dispersaban. Eddie Bennings salió con dificultad del
asiento trasero y se quedó mirando a Grannit como si
hubiera visto un fantasma.
—Tranquilo, Earl, colega...
Grannit embutió el Colt en la mejilla del capitán y le
habló al oído.
—Nombre y graduación.
—Capitán John Stringer.
—Capitán, ordene a sus muchachos que lo suelten
todo y se echen al suelo ahora mismo.
—¿Quién coño eres?
—Policía militar. —Stringer, ojos como platos, no
respondió. Grannit se le acercó más—. División de
investigación militar.
—¿Y qué coño es eso?
—Malas noticias para la Compañía C. —Por el rabillo
del ojo, Grannit vio que Bennings intentaba
escabullirse—. Al suelo, Eddie... y todos los hijos de puta
del millón de dólares.
Grannit disparó un tiro al aire y otros dos al camión
más próximo, que rasgaron una llanta y destrozaron el
retrovisor del conductor. Eddie se arrojó al suelo y
muchos de los que le rodeaban le imitaron. Unos pocos
huyeron hacia el bosque.
Entonces se oyeron, a lo lejos, los silbatos de la
policía militar y los pasos de veinte hombres que corrían
por los bloques de cemento. Ole y sus refuerzos.
—¿No podríamos llegar a un acuerdo? —preguntó
Stringer.
—Claro, ¿qué le parecen veinte años? —replicó
Grannit.
7
Elsenborn, Bélgica
14 de diciembre, 21:30 horas
Spa, Bélgica
1 5 de diciembre, 2:00 horas
Este de Elsenborn
16 de diciembre, 1:00 horas
10
Stavelot, Bélgica
16 de diciembre, 6:30 horas
Malmédy, Bélgica
16 de diciembre, 6:30 horas
11
12
Versalles, Francia
16 de diciembre, 15:00 horas
13
Las Ardenas
16 de diciembre, 22:00 horas
Malmédy
17 de diciembre, 8:00 horas
Waimes, Bélgica
17 de diciembre, 16:30 horas
16
El puente de Amay
17 de diciembre, 16:30 horas
17
El puente de Amay
17 de diciembre, 19:00 horas
18
Waimes
17 de diciembre, 22:00 horas
19
Lieja
18 de diciembre, mediodía
22
La frontera francesa
18 de diciembre, 21:00 horas
23
Pont-Colin, Bélgica
19 de diciembre, 6:00 horas
24
Verdún, Francia
19 de diciembre, 11:00 horas
La carretera a Reims
19 de diciembre, mediodía
Reims
19 de diciembre, 19:00 horas
26
Reims
19 de diciembre, 20:40 horas
27
Reims
19 de diciembre, 21:20 horas
Reims
20 de diciembre, medianoche
29
Versalles
19 de diciembre
30
París, Francia
20 de diciembre
Montmartre, París
20 de diciembre
París
21 de diciembre, 10:30 horas
32
33
Montmartre
19 de diciembre, 18:30 horas
Montmartre
21 de diciembre, 21:20 horas
35
Versalles
22 de diciembre, 3:00 horas
Versalles
22 de diciembre, 5:15 horas
Versalles
22 de diciembre, 5:20 horas
37
38
Epílogo
OTTO SKORZENY
Agradecimientos