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El escenario sudanés. Ese era el objetivo de la llamada Operación Libertad. Una revolución
civil multitudinaria que empuja a los militares, especialmente los oficiales más jóvenes, a
unirse al movimiento para tumbar al tirano. Hasta el lugar elegido de Caracas se parecía al
de Jartum: una autovía colapsada por miles de manifestantes junto a una base militar
(La Carlota en Caracas, Cuartel General del Ejército en Jartum) a la que se intenta acceder
para convencer a los soldados. Hasta ahí, las similitudes.
Pero el escenario sudanés, que terminó con la caída del sátrapa Omar al Bashir, contó con
algún otro componente que hizo que prosperara, a diferencia del levantamiento militar que
alentó el pasado martes Juan Guaidó en Venezuela, escaso de apoyos castrenses y viciado
en su origen. La protesta de Sudán llevaba meses gestándose en las calles no sólo clamando
por los precios de la subida del pan, sino pidiendo la caída de un régimen criminal. En esos
meses, varios comandantes militares ya habían marcado distancias con el Gobierno de
Bashir. Aunque la revolución no tenía líderes visibles, ya contaba con la simpatía de parte
del Ejército, con asociaciones de mujeres y de miles de personas llegadas de otras zonas del
país.
Cuando los manifestantes se acercaron a la base militar a pedir la ayuda de los soldados,
estos estaban dispuestos a unirse masivamente a ellos, abrieron fuego contra los que
acudieron a reprimirles. El dictador estaba maduro para caer. En Venezuela es evidente
que no todos los militares están con el chavismo, pero ni son mayoría ni hasta ahora han
dado la cara a favor de la oposición. El ejército sostiene al hijo de Chávez.
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Al margen de ideologías, desde el golpe de Pinochet (un solo día, el 11 de septiembre de
1973) hasta la revolución de Octubre en Rusia (dos días, del 6 al 8 de noviembre de 1917) el
factor determinante es la velocidad. Un golpe militar o es fugaz o no prospera. Los
militares sudaneses afines a las protestas hicieron dos movimientos básicos: la toma de los
canales de radio y televisión estatales para controlar la narrativa, aunque sea a base de
marchas militares, y la detención relámpago del tirano, así como el bloqueo de las
unidades militares que no simpatizaban con la rebelión.
Los minutos corren contra los alzados. Un presidente con tiempo suficiente para
organizarse, pedir ayuda y comunicar que él sigue en el poder es letal para cualquier
levantamiento de este tipo. El primero en hablar aquel día fue el jefe del ejército de Sudán. El
presidente Bashir no tuvo un micrófono al que dirigirse.
El mejor ejemplo reciente de golpe fallido es el de gulenistas contra Recep Tayyip Erdogan en
2016. Un grupo de militares tomó los puentes sobre el Bósforo, bombardeó la Asamblea
Nacional y el Complejo Presidencial, pero no contó con todo el músculo del Ejército y no
pudo detener al primer ministro, que estaba en Bodrum de vacaciones. Con un móvil
prestado, Erdogan grabó un mensaje en vídeo a la nación que voló por celulares, radios y
televisiones. Si el líder comunica, el líder sigue al mando. A su llamada acudieron decenas de
miles de seguidores para enfrentarse cara a cara a los militares en los puentes. Fue el fin
del golpe y el comienzo de la purga de Erdogan. Unos cuantos soldados golpistas huyeron
a Grecia en helicóptero para pedir asilo, como intentaron hacer el martes 25 oficiales
venezolanos en la embajada de Brasil en Caracas.
Por suerte para Venezuela, no se dio la peor posibilidad de todas, que el levantamiento
triunfara en unas regiones y fracasara en otras, partiendo en dos al país y al Ejército. Es el
terrible escenario de la Guerra Civil española.
Para llegar a lo que los manifestantes consiguieron en Sudán no sólo hacen falta miles de
personas en las calles o un grupo de militares afines. Es necesario que las fuerzas represivas
incumplan sus órdenes y se queden en sus cuarteles. Y eso no sucedió en Caracas.
Recordemos las protestas de la plaza Tahrir en Egipto. Sólo cayó el tirano Hosni Mubarak
cuando el ejército dejó de sostenerlo.
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