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José Luis Romero, una tradición historiográfica en

debate

Liliana O. Caló

HISTORIAFotomontaje: Juan Atacho

José Luis Romero, una tradición historiográfica en


debate

Liliana O. Caló

Encabezó la renovación historiográfica de los años ´50


disputando la validez del historiador como actor de la
realidad política, anclado en las filas del gorilismo liberal
del Partido Socialista. Fue interventor de la Libertadora
designado Rector de la Universidad de Buenos Aires.
Bajo la luz de una trayectoria académica prestigiosa,
¿quién fue José Luis Romero?

No existe un camino único para aproximarse al


conocimiento de la historiografía del país, es decir, al
análisis y las formas de entender la historia nacional. Se
podría comenzar por los abordajes y problemas a los que
los historiadores se apegaron a lo largo del tiempo u
optar por la relación que establecieron con el mundo
académico. En esta nota elegimos hacerlo recorriendo el
itinerario de uno de sus autores emblemáticos, José Luis
Romero, del que el pasado 28 de febrero se cumplieron
42 años de su fallecimiento.

José Luis Romero nació en Buenos Aires en 1909 y murió


en 1977, en la ciudad de Tokio. Declarado antiperonista,
fue funcionario de la Revolución Libertadora ejerciendo
el papel de Rector interventor de la Universidad de
Buenos Aires en 1955 [1]. Con el golpe, el Ministerio de
Educación quedó en manos de los grupos católicos que
habían jugado un rol clave en el derrocamiento de Perón,
representados por el clerical orgánico Atilio Dell’Oro
Maini (fundador de la católica y derechista revista
Criterio en la década de 1920) y, en una especie de
división de tareas, Romero se hizo cargo de la
intervención de la UBA como funcionario de la dictadura,
respaldado por sectores del movimiento estudiantil y la
Federación Universitaria de Buenos Aires (dirigida por
los llamados “reformistas”: radicales, socialistas,
antiperonistas) que ocupó aquel año las facultades.

Su primer desempeño como docente universitario fue el


curso de Historiografía de la Historia que dictó en la
Universidad Nacional de la Plata hasta 1946 y en 1949,
durante el primer gobierno peronista, dio clases en la
Universidad de la República, en Montevideo, en la
materia Introducción a los estudios históricos, Filosofía
de la Historia e Historia de la Cultura. En 1953 se
publicó, bajo su dirección, la revista Imago Mundi,
revista de historia de la cultura [2], que generó un
espacio de producción cultural alternativo, aglutinando a
un sector de intelectuales disidentes del peronismo. Casi
una década después, entre 1962 y 1966, Romero asumió
como decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la
UBA, año en que fundó ya consolidado institucionalmente,
la famosa cátedra de Historia Social General [3].

Es una de las referencias historiográficas cuyo itinerario


intelectual es frecuentemente recordado por sus obras
en el dominio de la historia medieval, con trabajos como
La revolución burguesa en el mundo feudal de 1967 o
Crisis y orden en el mundo feudo burgués del mismo año,
campo temático que nunca abandonó, enfocando su
abordaje en el mundo feudal de Occidente y sus crisis, la
aparición de las ciudades y su protagonista, la burguesía.
Incursionó en otros temas no menos frecuentes como el
consagrado Las ideas políticas en la Argentina (1946),
Breve historia de la Argentina (1965), El desarrollo de
las ideas políticas de la sociedad argentina en el siglo XX
(1965) y su última obra mayor, Latinoamérica: las
ciudades y las ideas (1976).
Crítica a la Nueva Escuela Histórica

José Luis Romero comenzó a involucrarse en el ámbito


académico en el interregno de las dos guerras mundiales
y los convulsionados años 40. Convulsionados no solo por
la inestabilidad económica mundial y el surgimiento de
nacionalismos de derecha y conservadores sino porque en
el terreno propio de la historia se vislumbraba el
agotamiento del modelo de erudición del siglo XIX,
inaugurado por el alemán Leopold von Ranke, con
pretensión de objetividad científica que poco tenía de
neutralidad, en la medida que contribuyó a la formación
de una historia política –del tipo de las “historias
nacionales”– acorde a las ideologías de Estado de los
grupos dominantes. Pero fue la irrupción de nuevos
fenómenos sociales de masas los que plantearon nuevas
incertidumbres y problemas a la historia y una
renovación de sus métodos. En nuestro país, aquella
versión autóctona de la escuela alemana estuvo
representada por la Nueva Escuela Histórica (NEH) que
pregonaba de su validez científica en la crítica
documental y fue promotora de la idea de erudición
sostenida por Bartolomé Mitre. El golpe de 1930 no
supuso su desaparición sino que acomodó sus fuerzas
internas, favoreciendo a sus sectores más
conservadores.
José Luis Romero rescataba la validez científica de la
disciplina histórica que postulaba la NEH críticamente,
cuestión que esbozó en una de sus primeras obras, un
ensayo publicado en la revista Nosotros dedicada a Paul
Groussac (1929), en el que debatía la forma en que se
interrogaba el pasado [4]. Para Romero “la Historia no se
ocupa del pasado. Le pregunta al pasado cosas que le
interesan al Hombre vivo” [5], enfoque precursor de una
nueva tradición que se conocerá como Renovación
historiográfica en los años cincuenta.

Dedicó especial atención a la transformaciones


culturales, de tiempos largos, que son las que dan forma,
según el autor, a la vida histórica, concepto que definía
“como el esclarecimiento de sobre qué debe ocuparse el
historiador y dónde se inserta cada uno de los aspectos
de la investigación concreta [...] es lo que se ha dado en
llamar proceso histórico” [6]. Especialmente le
interesaron los procesos culturales que dan marco a una
época más allá de sus acontecimientos observables,
individuales y fácticos. Su historia es sobre todo una
historia expresada en continuidades y transformaciones
del mundo sociocultural, cuyos cambios disponen de
sentido a la historia y explican el presente. Con este
criterio demarcó los períodos de la historia argentina
abreviados en una serie de etapas –la era colonial, la era
criolla, la era aluvial [7]–, sugiriendo un trayecto en el
avance de la Historia acuciada por el devenir originario
de una matriz liberal (legado de la Ilustración borbónica)
y otra autoritaria (heredada de la España de los
Austria): “este duelo entre dos principios y este otro
entre la realidad y la estructura institucional se
perpetúa y constituye el nudo del drama político
argentino” [8]. Como señala Carlos Altamirano, lo que
Romero buscaba “era una ampliación antes que una
alternativa a la imaginación histórica del liberalismo
argentino” [9], que había fundado el mitrismo. Su
admiración por Mitre [10] no se limitaba a su
interpretación histórica sino a la capacidad que había
demostrado para combinar su labor historiográfica y la
del político, capaz de proyectar un modelo de nación
desde una perspectiva burguesa.

Un antiperonista recargado

La trayectoria del Partido Socialista (PS) en Argentina


estuvo marcada por una particular interpretación del
marxismo, en el que las mayorías obreras y populares
debían incorporarse al progreso económico capitalista
dejando atrás las formas políticas bárbaras –en una
confrontación cercana al binomio civilización y barbarie
sarmientina– que las caracterizaban desde sus orígenes.
En este proceso, el Socialismo tenía un papel
esclarecedor que cumplir, contribuyendo a su educación
política en el espíritu pacífico, adaptado a las
instituciones burguesas parlamentarias.

Luego del golpe de junio de 1943, Romero define su


ingreso en 1945 al Partido Socialista en esta confluencia
de visiones e intereses políticos, que podrían resumirse a
un compartido gorilismo. Por un lado, el PS se sumaba en
nombre de la democracia a la campaña de la “Unión
Democrática” liderada por el embajador del imperialismo
norteamericano Spruille Braden, para hacer frente a la
fórmula Juan D. Perón-Quijano que contaba con el apoyo
de la mayoría de la clase obrera, con la convicción de que
era la corriente socialista la que conservaba viva la
tradición liberal compatible con el librecambio y su
ideario progresista. En palabras de Romero:

… firme en los puntos fundamentales de su doctrina, el


socialismo argentino ha procurado compenetrarse con la
tradición liberal que anima las etapas mejores de nuestro
desarrollo político; […] sin abandonar ninguna de sus
consignas fundamentales en cuanto a los bienes de
producción, pero manteniendo, al mismo tiempo, las
conquistas que considera decisivas en el plano de la
libertad individual [11].
Esta decisión se fundaba, además, en su caracterización
del peronismo, al que definía como un movimiento de
carácter fascista, que había logrado imponer sus
propósitos en “las conciencias de la masa
insuficientemente politizada”. Respecto al golpe de junio
de 1943 señalaba que “este proceso no era sino el de la
génesis de un fascismo [...] Perón comenzó a utilizar los
típicos métodos aconsejados por la tradición nazi
fascista y la concepción de la política vigente en ciertos
grupos militares” [12].

Las posiciones que otorgaban al peronismo el carácter de


fascismo fueron ampliamente debatidas en la
historiografía sobre el tema. En la lectura de Romero el
peronismo representaba un momento crucial en la
historia nacional caracterizado por un Estado totalitario
y corporativo, a cuyo conductor seguían manipuladas las
masas. Su interpretación absolutizaba aspectos del
carácter bonapartista del régimen peronista, como las
limitaciones al ejercicio de las libertades democráticas o
la persecución a los opositores políticos, desconociendo
las contradicciones del vínculo que Perón mantuvo con el
movimiento de masas y el imperialismo norteamericano,
propio de los movimientos nacionalistas burgueses de la
época. Perón logró la adhesión de la mayoría de la clase
trabajadora al mismo tiempo que impedía su
independencia política, otorgándoles conquistas sociales
que no ponían en riesgo los cimientos capitalistas del
país. Casi una década después, se explica que Romero no
ofreciera reparos al golpe de la “Revolución Libertadora”
[13], promovido desde los EE. UU., apoyado por la
burguesía, los terratenientes y la Iglesia, que sobre la
base de la persecución y represión apuntaba al
disciplinamiento de la clase obrera y la apertura del país
al capital extranjero norteamericano.

Te puede interesar: “Los trotskistas y el 17 de octubre


de 1945”

Historia y marxismo

Afín al clima humanista de la cultura europea de la época,


Romero consideraba que el marxismo sobrevaloraba,
cercano a cierto determinismo, el papel de los factores
económicos en la explicación de los procesos históricos.
Aquellos eran para Romero, en realidad, los sustratos en
los que se desarrollaban las constelaciones culturales, las
tensiones reales que definen el rumbo de la historia. La
interpretación de Romero del cambio histórico y los
conflictos de clase según el marxismo resultan
declaradas simplificaciones. Veamos.
En la concepción del materialismo histórico el cambio
social es el resultado de la relación dialéctica de
factores estructurales y la acción humana
transformadora. Es decir, aunque el marxismo tiene en
cuenta el desarrollo de las fuerzas productivas y los
factores económicos no deduce mecánicamente de ellas
las posibilidades de cambio social. En primer lugar porque
aunque considera la acción humana como la fuerza motriz
de la historia, esta no actúa en “el aire” sino según
ciertos condicionamientos materiales. Ya lo aclaraba
Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, “los hombres
hacen su propia historia pero no lo hacen a su libre
arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos,
sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran
directamente, que existen, y les han sido legadas por el
pasado” [14].

En segundo lugar, si para el marxismo existe entre las


clases antagónicas (por ejemplo terratenientes y siervos,
burgueses y proletarios) intereses irreconciliables
basados en las formas de explotación que caracterizan
una formación social en un momento determinado, su
manifestación excede las formas económicas. Marx
escribía en la obra citada, “sobre las diversas formas de
propiedad y sobre las condiciones sociales de existencia,
se levanta toda una superestructura de sentimientos,
ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida
diversos y plasmados de un modo peculiar [...] El individuo
suelto, al que se le imbuye la tradición y la educación
podrá creer que son los verdaderos móviles y el punto de
partida de su conducta” [15], es decir, reconoce en
primer lugar el peso decisivo de las manifestaciones
culturales y concepciones del mundo de la vida social
pero resaltando que son producto de construcciones
sociales condicionadas por la pertenencia de clase. La
insistencia de Marx de este último aspecto constituía
además una reflexión metodológica clave sobre cómo
comprender la realidad, partiendo de la vida real de los
hombres y no al revés, como lo hacían habitualmente los
filósofos idealistas de su época.

Del otro lado de la barricada

Un aspecto que la normalización institucional


universitaria en los ‘80 puso en el olvido fue una
concepción sobre la Historia que no negaba su vitalidad
como conocimiento autónomo, en términos científicos,
vinculada a la intervención política. Para el marxismo,
como explicaba León Trotsky, no existe contradicción
entre una historia militante y la fidelidad de los
acontecimientos que se relatan. En el prólogo a su obra
La Historia de la Revolución Rusa escribió,
… el lector no está obligado, naturalmente, a compartir
las opiniones políticas del autor, que este, por su parte,
no tiene tampoco por qué ocultar. Pero sí tiene derecho a
exigir de un trabajo histórico que no sea precisamente la
apología de una posición política determinada, sino una
exposición, internamente razonada, del proceso real y
verdadero de la revolución. Un trabajo histórico solo
cumple del todo con su misión cuando en sus páginas los
acontecimientos se desarrollan con toda su forzosa
naturalidad.

Si en José Luis Romero convergen el académico y el


intelectual político, su pecado no fue romper con la
“sacrosanta neutralidad valorativa” sino hacerlo del lado
de la “Revolución fusiladora”. En este cruce de caminos
entre Historia y política, las limitaciones del pensamiento
burgués, incapaz de ir más allá del carácter histórico de
la sociedad de clases, circunscriben la obra de Romero a
una perspectiva liberal de la nación burguesa y los
objetivos políticos que defiende, salvar al capitalismo
argentino de la amenaza radical que pondría en juego la
irrupción de las masas.
Nuestro país se encuentra atravesado por una nueva
crisis social que nos plantea nuevas tareas a los
historiadores. La vitalidad de recuperar este breve
itinerario de José Luis Romero está sujeto a repensar el
estado de nuestra disciplina y la necesidad de un debate
historiográfico signado por otra perspectiva, una
historia marxista que desde el otro lado de la barricada
desnude los discursos oficiales, que tenga como punto de
partida los intereses de la clase obrera y los sectores
populares, con el fin de reconstruir el pasado y
desenmascarar, entre otras cosas, el supuesto “estado
natural de las cosas actuales”. Recuperar las
experiencias de la lucha de clases en función de un
proyecto transformador, revolucionario para contribuir a
que no sea –como hasta ahora– el pueblo laborioso el que
pague la fiesta ajena.

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NOTAS AL PIE

[1] Se sumaba a la labor de otros intelectuales como el


sociólogo Gino Germani, al frente de la reorganización de
los programas de investigación universitaria que a tono
con la política del gobierno se “desperonizaban”.
[2] Aparecieron 12 números, entre septiembre de 1953 y
junio de 1956.

[3] A finales de 1957 Romero se hizo cargo de la cátedra


de Historia Social como parte de la reorganizada carrera
de Sociología, y lo hará después en la carrera de
Historia. Habrá que esperar más de cuatro décadas para
que la Facultad habilitara una cátedra paralela a la suya,
luego de años de lucha de estudiantes de la carrera de
Historia.

[4] En 1933 publica La formación histórica, “que recoge


una conferencia pronunciada en la Universidad del
Litoral, exhibe toda la distancia que lo separaba de la
historiografía erudita y profesional, sea entendida ella
en sus más remotas raíces rankeanas, sea en la escuela
del método en sus versiones alemana (Bernheim) o
francesa (Langlois y Seignobos) y no solamente en la
variante argentina encarnada por la Nueva Escuela
Histórica” (Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de
la historiografía argentina, Bs. As., Editorial
Sudamericana, 2009, p. 343).

[5] Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero, Bs.


As., Sudamericana-Ediciones Bolsillo, 1986, p. 29.
[6] Ibídem, p. 137.

[7] José Luis Romero, Breve Historia de la Argentina, Bs.


As., Editorial Abril, 1987.

[8] José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina,


bs. As., Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 10-1.

[9] Carlos Altamirano, “José Luis Romero y la idea de la


Argentina aluvial”, Revista Prisma N.° 5, Bs. As., 2001.

[10] En 1943 aparece Mitre, un historiador frente al


destino nacional, contextualizada en la crisis que desata
el golpe de junio de ese mismo año.

[11] José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina,


ob. cit., p. 297.

[12] Ibídem, p. 245.


[13] El Partido Socialista apoyó la “Revolución
Libertadora”. Así lo manifestaba en La Vanguardia: “los
socialistas argentinos saludan emocionados el gran
esfuerzo de liberación de la tiranía que acaba de realizar
el pueblo argentino con la ayuda principal y decisiva de la
aviación, de la escuadra y del ejército, y confía en que la
magna tarea de reordenamiento que espera al gobierno
militar, será conducida hasta el fin con la misma decisión,
cordura y patriotismo con que ha sido llevada hasta aquí”.
Ver Panella, Claudio (2007), “Los socialistas y la
Revolución Libertadora. La Vanguardia y los
fusilamientos de junio de 1956”, Anuario del Instituto de
Historia Argentina (7). Luego del golpe Romero fue
elegido presidente del Congreso partidario de 1956 y
miembro de su Comité Ejecutivo en 1957.

[14] Karl Marx, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en


Revolución. Compilación de Karl Marx y Friedrich Engels,
Buenos Aires, Ediciones IPS, p. 197.

[15] Ibídem, p. 220.

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