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RESUMEN-RELATO DE UN NÁUFRAGO
En un principio, los editores del periódico del autor no querían comprarle la historia
que ya había sido contada en fragmentos y mercantilizada de diversas maneras,
pero gracias al instinto del director, Guillermo Cano, el autor publicó en 10
ejemplares del periódico “El Espectador” la historia de un Náufrago, la cual fue
recopilada y reeditada en los años 70’s.
El autor tuvo varias sesiones con Luis Alejandro Velasco, quien con una excelente
destreza para narrar detalló los sucesos de su aventura en el mar y demostró la
verdad del terrible accidente: el destructor iba demasiado cargado de mercancía de
contrabando para poder maniobrar debidamente y poder regresar a rescatar a los
marinos caídos. El gobierno se enfadó mucho con dichas declaraciones pero Luis
Alejandro jamás se retractó de su historia y ello le costó ser expulsado de la marina.
CAPÍTULO I
Luis Alejandro y sus compañeros llevaban ocho meses de estar en Mobile, Alabama
para reparar el destructor de la marina de guerra “Caldas”, así como para recibir
entrenamiento especial. Hacían lo que todos los marinos hacen en tierra: iban al
cine con la novia, se reunían en el Joe Palooka donde tomaban wiskey y armaban
una bronca de vez en cuando.
El día que zarparon, Luis no pensaba en Mary Address, su novie en Mobile, sino en
la fuerza e incertidumbre del mar. El barco cruzaría el Golfo de México, peligrosa
ruta en esas fechas. Jaime Martínez Diago ocupaba el puesto de teniente, fue el
único oficial muerto en la catástrofe. Luis Rengifo fue su compañero de litera, era
estudioso y hablaba el inglés perfectamente. Había estudiado en Washington y
estaba recién casado de una dominicana.
Cuando se fueron a dormir el mar se sentía muy alborotado. Luis Reginfo se burló
advirtiendo que cuando él se mareara el mar también lo haría y ello desató los malos
presentimientos que Luyis Alejandro había olvidado.
CAPÍTULO 2
Empieza el baile
Un minuto de silencio
Luis Rengifo advirtió que el barco se estaba hundiendo. La orden para pasarse a
babor se repitió. Pasó alrededor de un minuto y todos se sujetaban en silencio.
Después dieron la orden de colocarse los salvavidas. Eran las 11:45 cuando una
ola enorme los envistió y arrojó al mar. Por unos segundos no había nada más que
mar, pero el Caldas salió entre las olas chorreando como un submarino y fue
entonces cuando Luis comprendió que habían sido arrojados al mar.
CAPÍTULO 3
Solo en el mar
Eran las 12:00 en punto cuando Luis estaba en la balsa. Estaba completamente
solo en medio del mar y calculó que en dos o tres horas vendrían a rescatarlo. Tenía
una herida profunda en la rodilla en forma de media luna que le ardía, pero había
dejado de sangrar gracias a la sal del mar. Hizo un inventario de sus pertenencias:
su reloj que funcionaba perfectamente y lo miraba cada dos o tres minutos; sus
llaves del locker en el destructor, un anillo de oro, una cadena de la Virgen del
Carmen y tres tarjetas de almacén que le dieron en Mobile durante un paseo de
compras con Mary Address.
CAPÍTULO 4
La brisa movía con rapidez la balsa y Luis dedujo que sería hacia el Caribe, pues el
mar no arrojaría hacia la costa una balsa muy adentrada. Pensó que alrededor de
la 1:00 pm notarían su ausencia en el demoledor y enviarían helicópteros y aviones
para buscarlos. El sonido de la brisa le recordaba a Luis Reginfo cuando le gritaba
“Gordo, rema para este lado”. Las horas pasaban, la brisa paró, el murmullo de
Reginfo también pidiendo auxilio también, y ningún avión se aproximó.
La gran noche
Luis estuvo esperando atento a que pasaran los aviones. Cayó el atardecer y
cuando oscureció, esperaba ver las luces verdes y amarillas de los aviones en el
cielo, pero sólo vio un mundo de estrellas que trató de identificar para ubicarse
mejor. Se sentó al borde de la balsa, el pero lugar recomendado por sus
instructores, pero sólo allí se sentía seguro de las bestias y animales marinos que
pasaban debajo de la balsa. Durante cada minuto observó su reloj; lo estaba
volviendo loco la espera y el tiempo pasaba lentamente. Decidió quitárselo y
aventarlo al mar, pero al cabo de un rato, no lo hizo y siguió revisando la hora
constantemente.
No había dormido nada esperando ver las luces de los aviones y escrutando el
horizonte en busca de algún barco. Al amanecer sintió la tibia brisa, estiró su cuerpo
y le dolía la piel. Recordó el demoledor, cómo a esa hora estaría comiendo su
desayuno y le dio hambre. Comenzó a reconstruir lo sucedido, y de haber estado
en su litera y no en cubierta, ahora todo estaría bien. Pensó que todo había sido
culpa de su mala suerte y sintió angustia.