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El Chirigua

Apenas dadas las 18 horas, sonaba el clarín desde la guardia, convocando a


la tropa del regimiento a formarse por compañía en el gran patio central.
Cada soldado debía estar firme, llevando consigo sus utensilios para el
rancho: jarro, escudilla de aluminio y su respectivo servicio.

Apareció el oficial de guardia, esta vez un teniente regordete, que con su


mejor voz de mando saludaba:
- ¡Buenas tardes, compañías!
- ¡Buenas tardes, mi teniente! – coreaba al unísono todo el personal
formado.
- ¡Conversión a la izquierda! ¡Por compañías, al casino! ¡Mar!.

Esta orden era obedecida con prontitud, acicateados por el reclamo de las
tripas, que al retorcerse sonaban cadenciosamente.

Terminada la cena, la compañía elegida para hacer la guardia, se dirigió a


su respectiva cuadra, donde en perfecta formación, esperaban las
instrucciones. Se notaba cierta expectación entre el personal. Había una
guardia, no muy bien recibida, la de caballadas; la otra, guardia de cuartel
sí que era bien codiciada. Todos esperaban estar en la segunda, porque los
de la guardia de caballadas, sólo vestidos de overol, cuidaban los establos,
manteniéndolos limpios, preparaban un lecho de pajas mullido para los
sementales y mantenían para éstos agua fresca. Esta duraba toda la noche y
generalmente se enviaba allí a quienes tenían una cuenta pendiente con los
suboficiales a cargo, ya sea por desobediencia o mal comportamiento. La
guardia de cuartel era para los reclutas un privilegio, ya que vestían
uniforme de combate y junto a su respectiva arma se apostaban en lugares
estratégicos del cuartel para resguardarlo durante 3 horas, para luego ser
relevados. Ocasionalmente, también había que hacer guardia en el
calabozo, para vigilar a los reclutas que estaban castigados por robo,
pendencia o agresión a algún superior.

Esa noche, entre la guardia de cuartel, estaba presente el recluta Garate. Su


tarea fue vigilar el calabozo, en especial al soldado Canales, quien había
sido descubierto robando especies en el almacén de cargos, y que se resistió
al arresto golpeando al oficial y tropa que intentaban reducirlo.

A este, casi nadie lo conocía por su nombre, sino por su alias “el Chirigua”.
Venia de una de las poblaciones más temidas de Santiago: la San Gregorio.
Esta peculiar población tenía un grito que la identificaba plenamente:
¡Combo, cuchillo y velorio! ¡Población San Gregorio! Eso lo expresaba
todo.

El calabozo era una pieza al fondo del recinto de guardia, cerrada por una
puerta de fierro, con un ventanuco con barrotes hacia el interior desde
donde podía observarse al detenido. Afuera, en el pasillo, había un taburete
donde se solía sentar el vigilante un momento, sin dejar de escuchar lo que
sucedía en la pieza contigua. A intervalos se paraba y caminaba
acompasadamente, para no quedarse dormido. En ese instante envidiaba a
Canales, quien parecía descansar, aunque se removía inquieto y
rezongando.
Al cabo de un rato, de improviso escucha a Canales hablar roncamente:
- ¡Garate, dame un poco de agua, que parece estoy ardiendo!

Este se asoma al ventanuco a ve al primero parado cerca de ella, con la


mirada extraviada, el rostro desencajado, al parecer completamente
afiebrado.
- ¡Tu sabes que esta prohibido darte nada!
- ¡Que importa, dame agua por la mièchica!
El centinela abrió su caramañola y a través de la mirilla, vertió agua en los
sedientos labios del confinado.
- ¡No le vayas a decir a nadie, porque me friegas!
- ¿Tengo cara de chivato acaso? – rezongó Canales.

Tres años más tarde, un grupo numeroso de personas, salía del salón de una
Junta de Vecinos. En cada rostro se observaba satisfacción y esperanza.
Afuera, se despedían del presidente de la Junta:
- ¡Gracias señor Canales, ahora sí que vamos a tener el agua potable
instalada! ¡El Alcalde se comprometió con nosotros esta vez!

Después de despedirse de todos, y reiterar los agradecimientos a la


autoridad, que también se retiraba, el dirigente, levantándose la solapa del
abrigo, se dirigió a otro encuentro, en un lugar cercano, mientras musitaba
para sí:
- ¡Qué bien se siente, ser tratado como señor!

Caminó unos pocos pasos, escuchando al acercarse al otro recinto,


melodías que conseguían henchir su corazón de paz y alegría. Recordaba el
momento en que a través de un sorbo de agua, en el calabozo de la guardia,
su improvisado carcelero, el conscripto Garate le contó esa historia que
conmovió su espíritu, donde le presentó a un Mesías ofreciendo a una
mujer el agua de vida que sacia la sed. Recordaba con gratitud, el instante
en que él también, buscando saciar su intensa sed interior, invocó a aquel
Salvador y éste volcó sobre él, como una lluvia, su misericordia, amor y
perdón.

En su rostro se dibujó una amplia sonrisa anticipando el encuentro,


mientras se decía a sí mismo:

- Mejor se siente escuchar las palabras, ¡bienvenido hermano Canales!

Y metiéndose las manos en los bolsillos, el Chirigua, se perdió en las


sombras de la noche, para alcanzar la luz que fulguraba desde aquella
capilla.

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