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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Filosofía y Letras


Colegio de Letras Clásicas

RETÓRICA
¿Factor antidemocrático de la antigua Atenas?

David Moreno Guinea


Retórica
Profr. Gerardo Ramírez Vidal
Diciembre de 2010
The best argument against democracy
is a five-minute conversation
with the average voter.
~ Winston Churchill

“Al inicio, los atenienses echaron mano de la monarquía.” Así comienza la

reconstrucción que a partir de fragmentos posteriores se ha hecho de la Constitución de

los Atenienenses, atribuida a Aristóteles. ¿Cómo logró transitar Atenas de la monarquía a

la democracia y por qué? ¿Cómo funcionaba tal régimen? ¿Qué papel desempeñó la

retórica en su sistema de pesos y contrapesos?

A lo largo de siglos, y especialmente en los más recientes, estas preguntas han

despertado el interés de muchos estudiosos. En efecto, es nuestra época la primera que

postula el régimen democrático como el mejor. Aunque a veces con ironía, como

Churchill lo expuso1, las sociedades contemporáneas (occidentales) encuentran en la

democracia el “menos peor” de los sistemas. De ahí que nazca la inquietud de conocer su

origen griego, tarea nada sencilla. En un primer acercamiento, novato, desde luego, he

querido entender a (muy) grandes rasgos el funcionamiento de la democracia ateniense.

Me interesa establecer su sistema de pesos y contrapesos, de acuerdo como lo explica

Gomme. Más adelante quiero exponer brevemente parte de la compleja tesis de Ober en

torno a este equilibrio de poderes.

Es una dificultad histórica y global la manera en que los pueblos se rigen. El problema

fundamental surge puesto que quienes gobiernan abusan tarde o temprano del poder, se

corrompen, utilizan su privilegiada posición para el interés propio. Teóricos políticos,

desde Platón y Aristóteles, pasando por Cicerón, San Agustín, Santo Tomás, hasta

Maquiavelo, Hobbes, Locke, Rousseau y una larga lista que se engrosa y alarga, han
1
“La democracia es el peor régimen, excepto por todos los demás.”
intentado definir parámetros para evitar este proceso de descomposición y conseguir una

convivencia armónica y sustentable. Especialmente en época antigua el énfasis se hizo en

la ética, como base para construir una sociedad sana. La teorías modernas están cargadas

por un marcado descuido de la vida en comunidad y una preocupación por la vida

individual. Algunos, como los padres de la patria norteamericana, retomaron ideas

gestadas desde Platón: el equilibrio de poderes. Argumentan que un mundo donde los

individuos buscan su propio beneficio, debe hacer que unos y otros se vigilen, y llaman a

este sistema uno de pesos y contrapesos. Otros son más pesimistas, como Robert de

Jouvenel, citado por Gomme: “hay menos diferencia entre dos diputados, de los cuales

uno es revolucionario y el otro no, que entre dos revolucionarios, de los cuales uno es

diputado y el otro no.”2 El punto que quiere demostrar es que dos líderes políticos, por

distintas que sean sus ideologías, tienen una postura en común: obtener beneficios para sí

a costa del pueblo. De manera que tienen incentivos para coludirse y, cada uno desde su

esquina, actuar en contra de la mayoría.

Semejante es la opinión de Robert Michels. En su libro Los partidos políticos,

expone que quienes comparten el poder por largo tiempo, terminan por corromperse, por

formar una oligarquía que se benificiará a sí misma a costa de la mayoría. Michels es

tajante. Explica el argumento de Gaetano Mosca: “no es posible un orden social muy

desarrollado sin una ‘clase política’, es decir, una clase políticamente dominante: la clase

de una minoría”3; una buena organización requiere una clase dominante, que terminará

por corromperse. Más adelante, Michels cita la expresión francesa homme elu, homme

foutu4, como resumen de su filosofía antropológica.

2
Gomme, p. 183
3
Michels, p. 164
4
“Hombre elegido, hombre jodido”, p. 179
Las pruebas que expone Michels de estos casos de corrupción de las oligarquías en

diversas partes del mundo a lo largo de la historia parecen ser irrefutables. La democracia

ateniense, sin embargo, parece ser una excepción. Tal es la intuición de Gomme (que no

pensaba en Michels5), y es lo que intenta demostrar Ober, cuyo propósito es retar la tesis

michelsiana de “la ley de hierro de la oligarquía.” Los atenienses, “aunque ellos no

habían leído a Michels”6, desarrollaron mecanismos que les permitieron organizarse lo

suficiente como para decidir en mayoría sobre temas de política pública, a la vez que

limitaban el poder de la clase política. Abordo primeramente la tesis de Gomme.

¿Cómo funciona la democracia ateniense? Tres son los órganos fundamentales para

comprender el funcionamiento de esta pólis. Existe en primer lugar la Asamblea

(ekklēsía), que era la reunión de todos los ciudadanos7 para votar las políticas que el

Consejo (boulé) preparaba. Tales reuniones se llevaban a cabo más o menos una vez cada

diez días. La reunión comenzaba temprano por la mañana y terminaba al medio día.

Naturalmente no todos los ciudadanos acudían a cada reunión, pero se estima que las

reuniones eran de varios miles y que en los asuntos importantes se requería un quórum

mínimo de 6,000.

El Consejo de los quinientos se reunía con mayor frecuencia que la Asamblea:

prácticamente diario excepto por los días feriados y los “nefastos”. Es decir, unos

trescientos días al año, aproximadamente. Su principal tarea era la de discutir y definir los

temas para proponerlos en la Asamblea para votación. Este control de la agenda es

fundamental para el funcionamiento de la democracia. Un grupo como éste podía haber

5
Aunque el libro donde aparece este artículo es del mismo año en que por primera vez se editó en inglés el
libro de Michels, 1962, el artículo “The Working of the Athenian Democracy” es de 1949.
6
Dicho irónico de Ober, p. 327
7
Es largo explicar quiénes eran ciudadanos. En términos generales diré que no son ciudadanos las mujeres,
los esclavos y los extranjeros.
sido de gran peligro, pues constituye precisamente una clase política que se reúne con

frecuencia y tiene control de asuntos relevantes. No obstante, dice Gomme, el sistema de

elección por suerte, así como la prohibición consecutiva de reelección, lograron hacer del

Consejo un órgano que no tenía la suficiente cohesión para organizarse en contra de la

mayoría. Y no solamente eso, sino que constituyó la pieza clave para evitar que una

oligarquía tomara el poder. En efecto, el Areópago, que al parecer estaba constituido por

miembros de la élite, tuvo, al menos en el siglo cuarto, funciones muy restringidas:

juzgaba casos de homicidio y trataba algunos asuntos de política.

Gomme argumenta que la Asamblea no habría podido organizarse lo suficiente en

contra de la élite del Areópago de no ser por la existencia del Consejo. Ciertamente, dice,

cada vez que se intentó un golpe en contra de la democracia, la primera acción de los

tiranos fue la disolución del Consejo. En otras palabras, estos tres poderes son los pesos y

contrapesos de la democracia ateniense, que permitió mantener las decisiones en la

mayoría de la gente.

Ober aborda la problemática de los pesos y contrapesos de una manera mucho más

elaborada y compleja. En su libro Mass and elite in democratic Athens, explica que la

democracia ateniense efectivamente logró que el poder se mantuviera en manos del

pueblo. Sin embargo, los mecanismos para lograrlo no eran sencillos. Es más, incluso

eran contradictorios. Este hecho, lejos de impedir el funcionamiento de la democracia,

consiguió un equilibrio que exigía cuentas a los gobernantes, otorgaba premios y castigos

para los líderes políticos por cumplir o no su trabajo.


Por supuesto, debe tomarse en cuenta que la sociedad ateniense era en muchos

aspectos distinta de la nuestra. Ober hace una amplia introducción8 donde advierte los

peligros de comparar la democracia de aquel tiempo con la democracia de nuestros días.

Toca aspectos interesantes, desde la ciudadanía, la esclavitud y la (no) participación de

las mujeres, hasta el hecho de que no había partidos políticos, como equivocadamente

asumen autores modernos. Estas explicaciones las pasaré de largo para entrar al tema que

me interesa. No obstante, es necesario tener en mente que existen muchas acotaciones

que no se pueden incluir aquí.

Si bien el Consejo es indispensable para el buen funcionamiento de la democracia

ateniense, la conciencia política de la Asamblea fue la que logró mantener a raya a la

clase política en muchas ocasiones. Los líderes políticos que solían hablar ante la

Asamblea y en los diacasterios buscaron sin duda adular a la masa para obtener

beneficios propios. La retórica fue un factor indispensable para los oradores, pues de ella

dependía que pudieran hacerse escuchar, mantener la atención y conseguir lo que se

proponían —convencer a la mayoría del pueblo. Esta postura, junto con los comentarios

de Platón o Aristóteles sobre las pobres decisiones de la masa, puede llevarnos a pensar

que el pueblo era ignorante y votaba asuntos de importancia mayor con base solo en un

simple discurso que le había complacido. Esta democracia, diría Michels, es falsa, pues

es en realidad una especie de aristocracia autorizada por la mayoría.

El papel de la retórica: ¿agente antidemocrático? Existieron en el siglo IV acerbas

críticas en contra de los demagogos, llamados así porque conducían a su parecer la

voluntad del pueblo. El hecho de que hubiera demagogos significaba, ciertamente, que

había rétores que manipulaban (o al menos intentaban manipular) con salamería las
8
cf. Ober pp. 3-10
decisiones del pueblo. No obstante, el hecho de que también hubiera crítica contra este

tipo de oradores deja entrever que no había una fe ciega para con los rétores. Las posturas

de los rétores frente a la masa eran complejas (como expone Ober). No se trataba

simplemente de adoptar una postura que halagara y llamara a los impulsos psicológicos

de la masa, sino que estaba constituido por un complejo entramado de discurso con

fundamentos verosímiles, acordes con la realidad del momento, y presentados en un

tiempo y espacio adecuados. Los rétores estaban obligados a agradar a la Asamblea, pero

en ocasiones su función era precisamente la opuesta, pues debían cuestionar sus

votaciones, sus actitudes, sus decisiones. Los rétores eran la voz de la Asamblea,

protectores del pueblo, consejeros, y también, en ocasiones, sus críticos. Se requería

mucha habilidad y oportunidad por parte de los rétores para saber qué esperaba la

Asamblea de ellos y hablar en consecuencia. Un discurso inoportuno podía llevar al

pueblo a denostar al orador. La retórica, como el Consejo, pudo haber sido el factor que

desvirtuara la democracia ateniense. No obstante, su función fue la contraria: fortaleció la

democracia pues aconsejaba al pueblo en casos serios, la defendía de ataques externos, la

apoyaba y expresaba su propia voz cuando era necesario y omitía su propia opinión si la

Asamblea tenía ya una mente común. A su vez, el sistema de rendición de cuentas de la

Asamblea funcionaba como retroalimentación para los propios oradores, que obtenían ya

reconocimiento, ya castigo por su función.

La retórica no fue un agente antidemocrático y se ha malinterpretado o

sobreestimado el que los rétores expresaran la opinión de la Asamblea. Ése era su papel.

También, sin embargo, debían velar por la conciencia de estos numerosos jueces. Ober

reúne ejemplos sobre las ocasiones en que los rétores se oponen a la Asamblea, y
encuentra algo peculiar. La única manera en que el rétor puede hablar en contra de la voz

común de la Asamblea es cuando ésta ha sido laxa, cuando permite que haya injusticias

generalizadas, cuando desconoce la ley de la democracia radical que los precedió. Las

veces en que los oradores ni critican ni adulan, sino que aconsejan, muestra Ober, son

casos en que no hay un criterio común: entonces el rétor debe exponer las posibles

opciones, con buenos argumentos, para facilitar la elección de una postura.

Estas funciones de la oratoria en Atenas deben insinuar que la masa no era del todo

ignorante y que las decisiones al vapor o por impulso no eran necesariamente la regla

común. Había limitaciones en el poder de la democracia. Hubo momentos mejores y

peores, sí. El régimen fue con frecuencia contradictorio, pero son estas contradicciones

sus pesos y contrapesos, a la que la clase política debía atenerse para mantener su

constantemente escrutada postura. Sin duda pone en cuestión la tesis de Michels, como

afirma Ober. No obstante, es en este punto donde no podemos olvidar las diferencias que

nos apartan de la democracia ateniense. Atrapados por el poder de los partidos políticos,

con líderes sobornados por el oligopolio económico que azota al pueblo, y dirigidos por

una retórica de consumismo, capitalismo y Teletón, difícilmente podremos llegar a

desarrollar una conciencia como la tuvieron los antiguos atenienses. Una propuesta

optimista contra la ley de hierro de la oligarquía, sin embargo, está en la mesa de la

historia.
Bibliografía

Aristóteles, Athenian Constitution, Eudemian Ethics, On Virtues and Vices (transl.


Rackham, H.), Londres, Harvard University Press (Loeb Classical Library #285), 1952,
503p.

Hansen, M.H., The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes. Structure,


principles and Ideology, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1999, 447p.

Gomme, A.W., “The Working of the Athenian Democracy” en More Essays in Greek
History and Literature, Nueva York, Garland, 1987, pp. 177-193

Michels, R., Los partidos políticos 2. Un estudio sociológico de las tendencias


oligárquicas de la democracia moderna, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1969, 199p.

Ober, J., Mass and Elite in Democratic Athens. Rhetoric, Ideology and the Power of the
People, Princeton, University Press, 1989, 390p.

Petrie, A., Introducción al estudio de Grecia (An introduction to Greek History,


Antiquities and Literature), México, Fondo de Cultura Económica (Breviarios #121),
2001, 181p.

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