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Yo, Jesús María Pérez Ortega, por muchos conocido como Chucho, comienzo
estas memorias con una autobiografía, que sin duda es la muestra común y gene-
ralizada de todo hijo de campesino que logró destacarse en este país, que antes
fuera agrario y rural y que hoy en día está más enfocado al progreso y a la consoli-
Memorias de un campesino de la anuc en la costa caribe
dación de centros urbanos. Nací en el corazón de las sabanas de Sucre y fui auto-
didacta porque carecí en mi niñez y juventud de instrucción escolar. La voluntad
de acero que imprimieron mis actos me ha permitido ser un destacado dirigente
de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (anuc) a escala nacional y
departamental desde principios de la década de 1970, y jugué un papel de gran
importancia en el Segundo Congreso en la ciudad de Sincelejo. En esa oportuni-
dad, junto con otros cuantos campesinos herederos del Boche y de Juana Julia
Guzmán, consolidamos la aún recordada anuc línea Sincelejo.
Nací el 30 de agosto de 1934 en la finca El Palmito, propiedad de Martín Pérez
Estrada y Antonia Acosta Salgado, de cuya unión nacieron dieciséis hijos. Gracias
Luchas campesinas y reforma agraria
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nació la idea de luchar por la educación, propósito que culminó con la creación de la
plaza y la inauguración de una escuela en noviembre de 1945. Por esa época, a cam-
bio de la enseñanza que Conde comenzó a impartir a los niños, los padres de familia
le remuneraban el tiempo de las clases que dictaba. A esas clases asistió Adelmo
Manuel, mi hermano mayor. Yo hábilmente aproveché ese conocimiento que le lle-
gaba a mi hermano y pude aprender a leer y escribir, incluso a resolver problemas
elementales en las cuatro operaciones de la aritmética. Sin embargo, algún tiempo
después Adelmo tuvo que retirarse por falta de dinero. Esto también nos afectó a
nosotros, porque a pesar de que mi padre le recomendó que nos enseñara más, mi
hermano no tenía la paciencia propia de los profesores. Por el contrario, su carácter
era muy rígido y por eso sólo nos alcanzó a enseñar lo básico.
Yo debí esperar otra nueva oportunidad, que llegó en enero de 1947. Un
sobrino de Bernaldina Domínguez, llamado Francisco Antonio Mendoza
Domínguez, llegó a la finca Palmito procedente de Los Palmitos, hoy cabecera
municipal. Iba a pasar sus vacaciones porque había acabado de terminar sus estu-
dios de secundaria. A este joven también le preocupó el estado de analfabetismo
de sus familiares; con los hijos de su propia tía y con los de los demás vecinos
del poblado se planteó abrir una escuelita, que funcionó entre febrero y julio del
mismo año. Éste fue otro período de enseñanza en mi vida. A pesar de su corta
duración, pude reforzar lo que había aprendido con mi hermano.
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El desarrollo del movimiento gaitanista tensionaba el ambiente en esos días, pues
se convertía rápidamente en un grave peligro para la oligarquía. Aunque Francisco
Antonio no había recibido estudios superiores, se convirtió en uno de los capitanes de
la zona junto con Roque Imitola. Este último era natural del corregimiento de Flor del
Monte, municipio de Ovejas, y aunque era tan astuto como Francisco, era muy mal
lector, pues no dominaba la puntuación. Para resolver esta dificultad, Roque Imitola
requería de los servicios de lectura de mi hermano Adelmo en las horas de la noche.
Memorias de un campesino de la anuc en la costa caribe
ciones. Para pasar las horas aciagas yo lo iba a acompañar cuando podía, pues
además por esa época se intensificó el conflicto después del 9 de abril de 1948. El
orden público se turbó por completo y fue necesario que se decretara el estado de
sitio en todo el país. Este cúmulo de experiencias negativas engendró en mí un
odio acérrimo contra los conservadores, lo que después se acentuó en mi espíritu
como un sentimiento de rebeldía e inconformismo por la situación de miseria en
que vivían los campesinos sucreños.
En esos momentos estaba prohibida la información y actividad política, pues
el país estaba sometido a la censura oficial, y la única actividad que no tenía esa
restricción era el deporte, principalmente el fútbol. Pero por las sabanas sucreñas
no se conocía su práctica ni el transistor. Yo, que era un gran aficionado, com-
praba El Espectador de todos los lunes para informarme de los resultados de los
partidos del domingo; estas lecturas me inspiraron el hábito del estudio, de modo
que el periódico se convirtió no sólo en una fuente de datos sobre fútbol y otros
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acontecimientos, sino también en mi manera de acceder a un medio de informa-
ción que me permitía acceder a un juicio sobre los sucesos políticos y culturales. Si
bien la información política nacional estaba prohibida, en la prensa sí se hablaba de
cómo eran los combates contra los bandoleros y forajidos, título que se les daba a
los guerrilleros. Así mismo, en la página internacional se describían los combates y
las batallas que se libraban en China entre el Ejército Rojo y el de Kuomintang. De
esa manera nos enterábamos de lo que pasaba en la guerra de Corea.
Estos acontecimientos me inspiraron a estudiar geografía e historia, disciplinas
que me llevarían hacia el complejo terreno de la política, la economía e, incluso, la
filosofía. Desde esos momentos me dediqué a devorar libros, revistas y periódicos, y
participé en seminarios, foros, conferencias e intercambios, en donde se abordaban
diferentes temas de la vida nacional. Gracias a ese afán fui construyendo los cono-
cimientos adquiridos en los últimos treinta y cinco años.
Inspirado en los principios liberales y haciendo uso del derecho al sufragio uni-
versal, voté a favor de la reforma plebiscitaria de diciembre del 19571 y por Alberto
Lleras Camargo en 1958. Fui enemigo acérrimo de la alternación presidencial.
Quizás por mis antecedentes de rebeldía y de odio hacia los conservadores o por
mis convicciones políticas, en julio de 1959 decidí vincularme al movimiento de
La Calle, dirigido, entre otros, por Ramiro de la Espriella. Algún tiempo después
el movimiento cambió para convertirse en el Movimiento Revolucionario Liberal
(mrl), dirigido nacionalmente por Alfonso López Michelsen. Además de luchar
contra la alternación, este dirigente agitó banderas de cambio en las instituciones
económicas, sociales y políticas contempladas en el plan sett (Salud, Educación,
Tierra y Trabajo). La actividad política que desarrollé en el movimiento fue una
rica experiencia que me llevó a elevar mis conocimientos más allá de las esfe-
ras del liberalismo. Fue por eso que al fusionarse el mrl con el oficialismo, no
claudiqué a la hora de vincularme al sector abstencionista, donde deambulé por
espacio de casi doce años. La situación reinante consistía en que los forjadores del
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movimiento simplemente se limitaron a la agitación política en cada coyuntura
electoral en lugar de construir una estructura organizativa.
Desde la fusión del mrl después de las elecciones del 1964, además de la activi-
dad política del abstencionismo me dediqué a la práctica activa del fútbol. Así conti-
nuó mi vida hasta mi vinculación con el movimiento de Usuarios Campesinos, que
se inició con la promulgación del decreto n.o 755 de mayo de 1967 y que culminó
oficialmente en julio de 1970 con la creación de la Asociación Nacional de Usuarios
Memorias de un campesino de la anuc en la costa caribe
que luchó por la paz y por el bienestar de los campesinos. Aun hoy, jóvenes estu-
diantes y viejos líderes de los Usuarios Campesinos, académicos y docentes de
escuela pasan por mi casa en Los Palmitos para recibir lecciones sobre qué hacer en
un contexto de inequidades sociales, exclusiones políticas y pobreza como las que
padece el campesinado colombiano.
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