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Sobre un héroe y su tumba

Dicen que no hay mal ni bien que dure 100 años; se toma al tiempo que abarca
un siglo como algo incognoscible en su totalidad por un ser, o por lo menos muy difícil
de abrazar.
Pues bien, quizás tengan –las voces anónimas, los ecos sociales- razón: al
mismo tiempo que abril -the cruellest month, en palabras de T.S Eliot- moría, fallecía
uno de los grandes escritores argentinos –reconocido mundialmente- del siglo XX:
Ernesto Sabato. Murió un mes y medio antes de alcanzar el siglo de vida.
Admirado y odiado, elogiado y criticado, ignorado por la mayoría de los
académicos de las Letras, Sabato fue además de escritor, físico, pintor y personaje
importantísimo dentro de la escena pública argentina posterior a la recuperación de la
democracia, en 1983. A partir de esa imagen pública y de sus contradicciones, que
muchos toman como ‘nefastas’ (debido a la “Teoría de los dos demonios” y a un
almuerzo con Videla a finales de los ’70; ignorando quizás o no teniendo tan en cuenta
su actividad como presidente de la CONADEP, que publicó el Nunca Más, emblemático
libro de la lucha por los derechos humanos y la memoria) se olvida en la mayoría de los
casos su tarea y su prestigio como escritor.
Quizás si uno lee su obra, al menos su novelística (que consta sólo de tres
producciones porque el resto decidió arrojarlas a la hoguera), puede llegar a creer que
es a este autor al que le correspondería haber escrito 100 años de soledad: no por la
temática del libro que en realidad escribió García Márquez, sino por el oscuro
aislamiento en el que se insertan los personajes de las ficciones de Sábato. Juan Pablo
Castel, Alejandra Vidal, Fernando Vidal Olmos –por nombrar algunos- son personajes
que se sumen en la más profunda de las tinieblas, en lo más recóndito de la
misantropía –en algunos casos- y en mundos tristes, solitarios, dignos de pesadillas
cruentas e inolvidables. Personajes de psiquis tortuosas, de pasados retorcidos, de
existencias condenadas, esos son los que forman parte de la novelística de Ernesto
Sabato.
Su muerte coincidió con la lluvia de un sábado helado, con una melancolía
digna para el adiós de un escritor que Camus supo elogiar y que el premio Cervantes
tuvo como ganador. Por eso para recordarlo, servirán la lluvia y la eterna memoria, sus
libros leídos infinitamente por toda la eternidad, un Réquiem de Mozart y sabernos
sumergir en la trágica oscuridad.

Por María Lucía S.

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