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En la antigüedad clásica el fuego fue uno de los cuatro elementos clásicos, junto con el agua,

el aire y la tierra. Los cuatro elementos representaban las cuatro formas conocidas de la materia y
eran utilizados para explicar diferentes comportamientos de la naturaleza. En la cultura occidental,
el origen de la teoría de los cuatro elementos se encuentra en los filósofos presocráticos de
la Grecia clásica, y desde entonces ha sido objeto de numerosas obras de expresión artística y
filosófica, perdurando durante la Edad Media y el Renacimiento e influyendo profundamente en la
cultura y el pensamiento europeos. Paralelamente, el hinduismo y el budismo habían desarrollado
concepciones muy parecidas.
En la mayoría de estas escuelas de pensamiento se suele añadir un quinto elemento a los cuatro
tradicionales, que se denomina, alternativamente, idea, vacío, éter o quintaesencia (literalmente "la
quinta esencia").
El concepto de los elementos clásicos continuó vigente en Europa durante la Edad Media, debido a
la preeminencia de la visión cosmológica aristotélica y a la aprobación de la Iglesia católica del
concepto del éter que apoyaba la concepción de la vida terrenal como un estado imperfecto y el
paraíso como algo eterno.
El uso de los cuatro elementos en la ciencia se abandonó en los siglos XVI y XVII, cuando los nuevos
descubrimientos sobre los estados de la materia superaron la concepción clásica.
En el siglo XVII, Johann Joachim Becher propuso una versión particular de la teoría de los cuatro
elementos: el papel fundamental estaba reservado a la tierra y al agua, mientras que el fuego y
el aire eran considerados como simples agentes de las transformaciones. Todos los cuerpos, tanto
animales como vegetales y minerales, estaban formados, según Becher, por mezclas de agua y
tierra. Defendió también que los verdaderos elementos de los cuerpos debían ser investigados
mediante el análisis, y, en coherencia, propuso una clasificación basada en un orden creciente de
composición. Becher sostenía que los componentes inmediatos de los cuerpos minerales eran tres
tipos diferentes de tierras, cada una de ellas portadora de una propiedad: el aspecto vítreo, el
carácter combustible y la fluidez o volatilidad. La tierra, que denominó terra pinguis, se consideraba
portadora del principio de la inflamabilidad. Su nombre podría traducirse como tierra grasa o tierra
oleaginosa, que en la alquimia se conoce con el nombre de azufre, aunque Becher empleó también
otras expresiones para designarla; entre ellas, azufre flogisto (este sustantivo derivado del
griego phlogistos, que significa ‘inflamable’). Finalmente fue la palabra flogisto la que acabó
imponiéndose, gracias sobre todo a la labor del más efectivo defensor de sus ideas, Georg Ernst
Stahl.

Teoría de la combustión de Lavoisier

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