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haya dejado su huella: chucherías en los estantes, velillos sobre los sofás, visillos en
las ventanas, rejillas ante la chimenea. Una hermosa frase de Brecht nos ayudará a
seguir, a seguir lejos: «Borra las huellas», dice el estribillo en el primer poema del
«Libro de lectura para los habitantes de la ciudad». Pero en este cuarto burgués se ha hecho costumbre el
comportamiento opuesto. Y viceversa, el «intérieur» obliga al que lo
habita a aceptar un número altísimo de costumbres, costumbres que desde luego se ajustan
más al interior en el que vive que a él mismo. Esto lo entiende todo aquel que conozca
la actitud en que caían los moradores de esos aposentos afelpados cuando algo se enredaba
en el gobierno doméstico. Incluso su manera de enfadarse (animosidad que paulatinamente
comienza a desaparecer y que podían poner en juego con todo virtuosismo) era sobre todo
la reacción de un hombre al que le borran «las huellas de sus días sobre esta tierra».
Cosa que han llevado a cabo Scheerbart con su vidrio y el grupo «Bauhaus» con su acero:
han creado espacios en los que resulta difícil dejar huellas. «Después de lo dicho», explica Scheerbart veinte
años ha, «podemos hablar de una cultura del vidrio. El nuevo
ambiente de vidrio transformará por completo al hombre. Y sólo nos queda desear que esta
nueva cultura no halle excesivos enemigos».
Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombres
añorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un
mundo entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por último también la
interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso. No
siempre son ignorantes o inexpertos. Con frecuencia es posible decir todo lo contrario: lo
han «devorado» todo, «la cultura» y «el hombre», y están sobresaturados y cansados.
Nadie se siente tan concernido como ellos por las palabras de Scheerbart: «Estáis todos
tan cansados, pero sólo porque no habéis concentrado todos vuestros pensamientos en un
plan enteramente simple y enteramente grandioso». Al cansancio le sigue el sueño, y no
es raro por tanto que el ensueño indemnice de la tristeza y del cansancio del día y que
muestre realizada esa existencia enteramente simple, pero enteramente grandiosa para la
que faltan fuerzas en la vigilia. La existencia del ratón Micky es ese ensueño de los
hombres actuales. Es una existencia llena de prodigios que no sólo superan los prodigios técnicos, sino que
se ríen de ellos. Ya que lo más notable de ellos es que proceden
todos sin maquinaria, improvisados, del cuerpo del ratón Micky, del de sus compañeros y
sus perseguidores, o de los muebles más cotidianos, igual que si saliesen de un árbol,
de las nubes o del océano. Naturaleza y técnica, primitivismo y confort van aquí a una,
y ante los ojos de las gentes, fatigadas por las complicaciones sin fin de cada día y
cuya meta vital no emerge sino como lejanísimo punto de fuga en una perspectiva infinita
de medios, aparece redentora una existencia que en cada giro se basta a sí misma del modo
más simple a la par que más confortable, y en la cual un auto no pesa más que un
sombrero de paja y la fruta en el árbol se redondea tan deprisa como la barquilla de un
globo. Pero mantengamos ahora distancia, retrocedamos.
Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de
la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por
cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo «actual».
La crisis económica está a las puertas y tras ella, como una sombra, la guerra
inminente. Aguantar es hoy cosa de los pocos poderosos que, Dios lo sabe, son menos
humanos que muchos; en el mayor de los casos son más bárbaros, pero no de la manera
buena. Los demás en cambio tienen que arreglárselas partiendo de cero y con muy poco. Lo
hacen a una con los hombres que desde el fondo consideran lo nuevo como cosa suya y lo
fundamentan en atisbos y renuncia. En sus edificaciones, en sus imágenes y en sus
historias la humanidad se prepara a sobrevivir, si es preciso, a la cultura. Y lo que
resulta primordial, lo hace riéndose. Tal vez esta risa suene a algo bárbaro. Bien
está. Que cada uno ceda a ratos un poco de humanidad a esa masa que un día se la
devolverá con intereses, incluso con interés compuesto.