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Lautaro E.

Raue Peña
40.105.045
Ensayo Poético

Escape hacia la mentira

La mejor excusa no viene de la mano de la verdad. ¿Por qué siempre nos damos el lujo de
convencer mediante la mentira? Nos acostumbramos a persuadir al otro con ciertas estrategias que
llevan consigo sus puntos débiles o incoherencias. No es que la honestidad esté mal vista,
solamente no conviene usarla. Decir que no es muy usada implicaría que su desuso se debe a que
decir la verdad ha pasado de moda, ahora hablamos de otra manera nos relacionamos diferente, sin
desdeñar el ser honestos, pero salta a la vista que por alguna razón ya no es cool hablar así. ¿Cuál
sería? Que afirmemos que existe un grupo de personas que aún mantiene tales valores no nos
vuelve mentirosos, no decimos una gran mentira, sin embargo el grupo que se adjudique
honestidad, y que pretenda resaltar sobre los demás como sacro, puro y pulcro no hace más que
mentir a lo grande con sesgo de rutina. Queda mejor hablar de que están en peligro de extinción los
honestos, y que son un grupo reducido.
Pero, ¿Por qué? ¿Por qué queremos esconder lo que sabemos dándole cuartel en el fondo de
nuestros silencios? ¿Por qué escondemos la verdad entre nuestras palabras? Hay veces que
preferimos guardar las apariencias para no espantar a los demás y mantenerlos cerca; la honestidad
brutal muchas veces no es bien recibida. En cambio, al que miente le abrimos nuestros brazos lo
más que podemos y lo refugiamos en nuestros corazones, por miedo a que lo rechacen; sufrimos
una gran metamorfosis en ironía cuando nos quejamos de la corrupción, argumentando que es culpa
y causa de los otros y no nuestra.
Queremos caerle mejor a las demás personas con sortilegios propios de un ilusionista
experimentando, pero por mucho que lo hagan las mentiras tiene patas cortas; no sé quien habrá
pronunciado ese refrán, pero no sabía lo suficiente sobre la mentira; no tienen patas, ni pies, tienen
alas, y no son para nada cortas.
Pareciera que lo que antes significaban atajos, caminos que siempre llevaban a Roma, ahora nos
conducen a Babilonia. La voluptuosidad de las palabras engañosas, el cosquilleo jovial que nos
producen en las amígdalas, es casi tan dulce que se hacen empalagosas en cierto punto, como la
miel; nos convertimos en osos cantores, entonando melodías casi ahogadas con nuestras cuerdas
vocales de animal. Se vuelve música en los oídos que buscan emociones, que sin descanso andan
de cacería para arrancar de sus tímpanos el aburrimiento del silencio; oyen un juego de tonalidades
y notas constantes que se dibujan en el aire, volviendo el paso del tiempo una nimiedad por el
disfrute que producen.
Hay una relación entre el amor, la música y la mentira, que llamamos seducción, dejando en
segundo plano las consecuencias perniciosas de la última, volviéndose tentación constante el poder
seducir con las apariencias. ¿Quién no habrá conseguido un poco de carne habiendo taladrado la
consciencia de los con jugosos hechizos lingüísticos?
Más allá de esta oda a este escape cuasi cobarde de las palabras, ¿Qué es la mentira? Porque hasta
ahora siempre hemos convenido que se da en contraposición de la verdad; no sudamos la gota
gorda en mostrar qué es lo verdadero, en cambio el espíritu siempre está próximo en querer sacar a
la luz qué no lo es, como una grey hambrienta por la verdad. Parece que somos más conocedores de
la mentira que de la verdad, por ello se vuelve más difícil defender a esta última; Nietzsche estuvo,
de gran manera, en lo cierto en decir que la verdad puede defenderse por sí sola, queriendo
tentarnos a no embrollarnos en una empresa sin sentido. Raudos queremos refutar lo que no es, pero
lo que es muy rara vez lo sacamos a la luz. ¿Por qué la Tierra es redonda? ¿Por qué el cielo es azul?
“Es obvio, aunque no lo sé”, podríamos decir de manera laxa… La mejor excusa no viene nunca de
la mano de la verdad.

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