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Volumen I, número 4

Semana 18-23 mayo de 2020

Escuela Ministerial El Goel


Programa Misión Timoteo
REFLEXIONES SOBRE EL
LLAMADO DE LA CRUZ

La cruz es la instancia en que las pasiones y los deseos son crucificados, por
admirables que puedan parecer. Únicamente en el caso que uno discierne
esto y está dispuesto a negar toda su alma, buena o mala, puede, de hecho,
andar conforme al Espíritu Santo, agradar a Dios y vivir una vida espiritual
genuina. Este estar dispuesto no debe faltar en ningún momento, porque,
aunque la cruz como un hecho realizado es completa en sí misma, la
apropiación de ella en la vida de una persona se realiza en la medida que
nos rindamos y seamos quebrantados por el Espíritu Santo. El clímax o
pináculo de la rendición, es el quebrantamiento. El clímax o pináculo del
quebrantamiento es la cruz. Por tal motivo, la razón de ser de rendirnos
es poder experimentar el quebrantamiento porque es el camino que lleva
a la cruz.

“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y
deseos.” Gálatas 5:24 RVR1960

En su carta a los Gálatas, después de enumerar muchos actos de la carne, el


apóstol Pablo advierte que "los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (Gálatas 5:24). ¿No es
extraño que lo que interesa al creyente difiere mucho de lo que importa
para Dios? El creyente parece estar interesado en cada una de las
ramificaciones que pueda poseer la carne en el comportamiento público y
privado de él. Sería como estar pendiente de cada fruto de un árbol,
mientras se recoge una, se cae otra. Sin embargo, Dios apunta hacia la raíz.
Dios le interesa la carne, no las obras de la carne. Las obras de la carne
están descritas para una taxonomía descriptiva y una tipificación del

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pecado. Dios quiere arrancar el árbol llamado "carne", no estar apañando
cada uno de sus frutos.

El objetivo de Dios es crucificar junto con Cristo al viejo hombre. Sucede


que la intimación es una instancia de muerte, la cual es realizada por la
crucifixión a la que somos llevados por el Espíritu Santo. Para Pablo, el
morir, el ser sepultado y demás con Cristo encuentra en última instancia su
fundamento en el haber sido incorporado en la muerte y resurrección
históricas de Cristo mismo. En este contexto, es especialmente significativa
la expresión de 2 Corintios 5: 14... en la que se percibe una clara transición
que va desde "Cristo por nosotros" a "nosotros con o en Cristo.

«...habiendo concluido que uno murió por todos; por tanto, todos murieron; y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos. Por consiguiente, nosotros de aquí en adelante
a nadie conocemos según la carne...De modo que, si alguno está en Cristo, es
una nueva creación...».

En consecuencia, es cada vez más evidente que la expresión «morir y


resucitar con Cristo» no se origina en el ámbito de la experiencia mística
individual, ni tampoco en el automatismo de los ritos de iniciación de los
misterios griegos. Se ha intentado expresar esta «objetividad» del estar con
y en Cristo de diversas maneras. Sin embargo, ha llegado a ser cada vez más
evidente que el paralelismo Adán-Cristo no sólo aclara con nitidez el
significado que Pablo le atribuye a Cristo mismo, sino que también ilumina
la manera en que el apóstol considera que los suyos están envueltos en él
y con él en su obra redentora. Esto se hace manifiesto, por ejemplo, en las
palabras de 1 Corintios 15:22: «...porque, así como en Adán todos mueren,
así también en Cristo todos serán vivificados». En contraste con lo dicho en 2
Corintios 5, aquí se habla de la resurrección de los muertos en el día de la
parusía. Pero lo importante es que la expresión «en Cristo» (ὲν τῷ Χριστῷ)
está en paralelismo con «en Adán» (ὲν τῷ Ἀδὰμ). Es aquí donde el carácter
de este «en» se hace evidente. Así como en Adán recayó el juicio de que

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«todos» los que le pertenecen habrían de morir, así también cae en Cristo
la decisión de que habrían de vivir los que le pertenecen a él.

Finalmente, y en estrecha relación con lo que acabamos de mencionar


debemos señalar otro punto que tangencialmente precisa aún más el
paralelismo Adán-Cristo. Es la manera en que se habla, no sólo de Cristo
como el segundo hombre, sino también en general del viejo y del nuevo ser
humano. Los siguientes textos son de especial importancia aquí:

“sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,
para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al
pecado.” Romanos 6:6 RVR1960

“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y
deseos.” Gálatas 5:24 RVR1960

“En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al


echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo;”
Colosenses 2:11 RVR1960

“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos,” Efesios 4:22 RVR1960

“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con
sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó
se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo
es el todo, y en todos.” Colosenses 3:9-11 RVR1960

A menudo se interpreta al viejo hombre en un sentido individualista, y se


dice que el crucificar al viejo hombre y desvestirse de él apunta a la ruptura
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y a la lucha personal contra el poder del pecado. Dentro de este esquema
individualista, los términos «viejo» y «nuevo», indican el tiempo antes y
después de la conversión o la regeneración personal y su correspondiente
manera de vivir. Sin embargo, no es correcto entender los conceptos de
«viejo» y «nuevo» hombre como una indicación del ordo salutis (el orden
de la salvación), sino en el sentido de la historia de la redención. Aquí no se
trata principalmente de un cambio habido en la vida personal del creyente
por la vía de la fe y la conversión, sino de lo que aconteció una vez por todas
en Cristo y de la participación de los suyos «en él», en el sentido
corporativo que ya hemos descrito.

Éste al menos es el sentido evidente de Romanos 6:6, donde se dice que


nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, a saber, en el
Gólgota. La muerte de Cristo en la cruz fue la propia muerte de ellos (Ro.
6:2; Col. 3:3), y los afectó en su existencia. En la cruz se condenó y maldijo
al viejo hombre. esto es, al antiguo modo de existencia en pecado. Pues si
bien Cristo mismo no tenía pecado, fue enviado "en semejanza de carne de
pecado" y se unió con ellos en su existencia; y así el pecado de ellos, su viejo
hombre, fue condenado en la carne de Cristo.

De manera que, aquí también lo «viejo» se contrapone a lo «nuevo», no ante


todo en un sentido ético y personal, sino en un sentido histórico-redentor
y escatológico. Aquí no se trata, pues, todavía de lo que debe cumplirse en
el creyente y del cambio que debe operarse en él, sino de lo que
«objetivamente» se le hizo en Cristo al viejo hombre, de la crucifixión única
del viejo hombre con Cristo en el Gólgota. Por eso se puede decir a
continuación en Romanos 6:6 «para que el cuerpo del pecado sea privado
de su poder». Dado que el viejo hombre fue condenado y muerto «con
Cristo» en su muerte en la cruz, el cuerpo del pecado, la carne, el antiguo
modo de existencia en pecado, perdió su poder y su autoridad sobre los que
están incorporados en él. En la muerte y la resurrección de Cristo los
creyentes fueron trasladados a un nuevo orden de vida; al orden de Vida
de la nueva creación, del nuevo ser humano.

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Indudablemente que también se habla de que los creyentes deben
despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo (Ef. 4:22ss.; Col. 3:9ss.).
De la misma forma en que se afirma que ellos han crucificado la carne
(Gálatas 5:24) y que han destruido el cuerpo del pecado. Esto está
relacionado, con la transformación que opera y es obrada por el Espíritu
Santo. De ahí la radical importancia de la intimación, que hace que
asumamos la oración como absorción de lo mortal por la vida. Intimación
es antes que nada Rendición, Quebrantamiento y Crucifixión.

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