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SCHILLER

t11;1cción) por la forma (a saber, la aplicación de la


misma)». La. naturalez~ del len~uaje (precisamente
esta tendencia a lo umversal) tiene que sumergirse
plenamente en la forma que se le ha dado· el cuerpo
tiene que perderse en la idea; el signo, e~ lo desig-
nado; la realidad efectiva, en el fenómeno. Lo que •
h.a de exponerse tiene que comparecer libre y victo-
noso desde lo que. lo expone y, pese a todas las
c~denas del lenguaJe, erguirse allí ante la ima~ina­
Ción, en toda su verdad, vivacidad y personalidad.
En una palabra: la belleza de la exposición poética SOBRE LO PATÉTICO
es «acción de la naturaleza, libre y por mor de la
naturaleza misma, en las cadenas de/lenguaje».
La representación (Darstellung) del padecimien-
(La continuación, el próximo dfa de correo.) to --como mero padecimient(}- nunca es fin del
arte, aungue, como medio rara su fin, es extrema-
damente tmportante para é . El fin último del arte
es la exposición (Darstellung) de lo suprasensible, y
esto se cumple especialmente en el arte trágico, que
hace sensible en el estado de afecto (Affekt) la inde-
pendencia moral respecto de las leyes naturales.
Sólo la resistencia que el principio libre exterioriza
contra la violencia de los sentimientos lo hace reco-
nocible en nosotros; la resistencia, empero, sólo
puede estimarse atendiendo a la intensidad del em-
bate. Así pues, si la inteligencia en el hombre debe
manifestarse como una fuerza inde{'endiente de la
naturaleza, la naturaleza primero tiene que haber
demostrado todo su poder ante nuestros ojos. El
ser sensible tiene que padecer profundamente y que
verse zarandeado con violencia en este padecer; tie-
ne que haber páthos para que el ser racional pue-
da dar a conocer su independencia y exponerse
actuando.
No se puede saber nunca si la presencia de áni-
mo es un efecto de la fuerza moral del propio ánimo
si antes no se está convencido de que no es un efec-
to de la insensibilidad. No es un arte llegar a domi-
nar sentimientos que recubren ligera y efímeramen-
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te la superficie del alma; pero para conservar la li- despliegue su propia libertad. Los reyes, princesas
bertad del ánimo en una tempestad que agita a toda Y. héroes de un Corneille y de un Voltaire no olvi-
la naturaleza sensible, hace falta una facultad de re- (ian nunca su rango, incluso en el padecimiento más
sistencia que sea infinitamente superior a todo po- intenso, y se despojan mucho antes de su humani-
d~~ natural. Sólo a través de la representación más dad que de su dignidad. Se asemejan a los reyes y
vavada de la naturaleza en su padecer se consigue emperadores de los antiguos libros de grabados,
pue~, la ~xposición de la libertad moral, y el héro~ que se acostaban con la corona puesta.
trágaco tiene que haberse legitimado ante nosotros ¡Qué distintos son los griegos y aquellos de entre
~omo ser sensible antes de que le rindamos homena- )os modernos que han poetizado en su espíritu! El
Je como ser racional y de que creamos en la grande- griego nunca se avergüenza de la naturaleza, respe-
za de su alma. ta los plenos derechos de la sensibilidad y, no obs-
. Páthos es, pues, la primera e ineludible exigen- tante, está seguro de que nunca será subyugado por
caa para el artista trágico, y a éste le está permitido ella. Su entendimiento profundo y certero le permi-
llevar la representación del padecimiento tan lejos te diferenciar Jo contingente, que el mal gusto con-
c?mo. se pueda sin p_erjuicio de su fin último, es de- vierte en obra principal, de Jo necesario ; todo Jo
c.tr, san coartar la libertad moral. Por decirlo así que no es humanidad es, empero, contingente en el
t1ene que echar sobre su héroe o sobre su lecto; hombre. El artista griego que ha de representar a
toda la carga del padecimiento en su plenitud por- un Laocoonte, a una Níobe, a un Filoctetes, no sabe
que de lo cont~ano s.igue siendo siempre probÍemá- de princesas, ni de reyes, ni de hijos de reyes; se
tl.c_o que ~u .resastenc1a frente al mismo sea una ac- atiene sólo al hombre. Por eso, el escultor sabio eli-
Cion del ammo, ~lgo positivo, y no más bien algo mina las vestiduras y nos muestra tan sólo figuras
meramen.te.negatlvo y una carencia. desnudas, aunque sabe muy bien que esto no ocu-
Esto ultimo es el caso en la tragedia de los fran- rría en la vida real. Los vestidos son para él algo
ceses de antaño, donde muy rara vez o nunca lle~a­ contingente, y las leyes del decoro o de la indigencia
mos a ver.Ja. naturaleza padeciendo, sino que a quten no son las leyes del arte. El escultor debe y quiere
vef!IOS c~s1 s1empre es al poeta frío, de estilo declama- mostrarnos al hombre, y los ropajes lo ocultan; los
to~o, o mcluso al comedaante con sus zancos. El tono desecha , pues, con razón.
gélt~o de la declamación ahoga toda naturaleza au- .~ ~ismo que el escultor ·gri~go suprime la car-
téntaca, y el venerado decoro de los trágicos france- ga tnuh) y engorrosa de los rorajeS para hacer más
ses les hac.e enteramente imposible dar un solo trazo sitio a la naturaleza humana, e poeta griego desliga
de ~umamdad verdadera. El decoro, incluso cuando a los hombres que aparecen en sus composiciones
esta .en su lugar correcto, falsea por doquier la ex- de la coacción igualmente inútil e igualmente engo-
presaón de la n~tur~leza, y el arte, sin embargo, exi- rrosa de la conveniencia y de todas las gélidas leyes
ge esta expresaón arre~uncia~lc;:mente . Apenas po- del decoro, que sólo obran con artificios en el hom-
demos creer que un heroe trag1co francés padezca, bre y ocultan lo que en él es naturaleza. La natura-
pu_es se so~repone a su estado de ánimo como el leza que padece habla de modo penetrante y sincero
mas tranquilo de los hombres y, como atiende ince- a "'-!estro corazón en l.a poes!a de Ho":Jero y en los
santemente a la impresión que causa en otros ello trág1cos: todas las pastones tienen un Juego libre '1
no le permite nunca dejar que la naturaleza ~n él la regla de lo conveniente no reprime ningún senta-
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miento. Los héroes son tan sensibles como cual· constituir la tercera exigencia en el hombre impo-
quier ~tro hof!lbre a todos Jos padecimientos de la nerle consideración hacia la sociedad en ta' expre-
humamd~d? y JUsto esto les hace héroes, que sienten sión tanto de sus sensaciones como de sus intencio-
e.l padec1m1ento con fuerza y muy dentro de sí y, nes, y mostrarse así, el decoro mismo ~n y como
s1.n embargo, no son doblegados por él. Aman la un ser civilizado-.
v1da tan ardientemente como nosotros pero esta La primera ley del arte trágico era la representa-
sensación no les domina hasta el extrem~ de no po- ción de la naturaleza en su padecer. La segunda es
der sacrificarla cuando Jo exigen los deberes del ho- la exposición de la resistencta moral frente al pade-
n~r y de la humanidad. Filoctetes llena la escena cimiento.
gnega con sus lamentos; el mismo Hércules, iracun· El afecto, en. ~uanto af~cto, es a16o indiferente,
do, .no. reprime su dolor. La Ifigenia destinada al 1 y la representac1on del m1smo, considerada por sí
sacnfic1o confiesa con conmovedora franqueza que sola, carecería de todo valor estético, pues, para de-
se separa con dolor de la luz del sol. En ningún cirlo una vez más, nada que concierna meramente a
m~mento bu~ca. el gri~go su gloria en el abotarga- la naturaleza sensible es digno de representación.
miento y la md1f~renc1a frente al padecer, sino en De ahí que no sólo todos los afectos relajados (lán-
sopo~tarlo cualqUiera que sea el sentimiento hacia guidos), sino en general también todos los grados
el m1sm~. Inclu~o Jos dioses de Jos griegos tienen supremos de cualesquiera afectos, estén por debajo
que rend!r un tnbu!o a la naturaleza siempre que el de la dignidad del arte trágico.
poe.ta qm~re aproximarlos a la humanidad. Marte, Los afectos lánguidos, las emociones sólo tier-
hendo, gnta de dolor tan fuerte como diez mil hom- nas, pertenecen a la esfera de lo agradable, con la
bres, y el rasguño de una lanza hace subir a Venus que el arte bello nada tiene que ver. Deleitan mera-
llorando hasta el Olimpo y abjurar de todas las ba- m7nte al sentido mediante el desahogo o relaja-
tallas. miento , y no se refieren más que al estado externo
Esta delicada sensibilidad para el padecimiento del hombre, no al interno. Muchas de nuestras no-
esta naturaleza cálida, sincera y verdadera , que s~ velas y tragedias, especialmente los llamados dra-
a~re a nosotros y que nos conmueve tan profunda y mas (que son híbridos de comedia y tragedia), y los
v1vam~n!e e.n las obras de arte griegas, es un mode-
apreciados cuadros de familia , pertenecen a esta
lo de l!lllta~Jón para ~odos los artistas y una ley que clase. Su único efecto es el vaciamiento de los lacri·
el g~mo gnego ha d1ctado al arte. La primera exi- males y un alivio placentero de los vasos; pero el
gencm que se le plantea al hombre la ha constituido espíritu sale vacío y la fuerza más noble en el hom·
y C?~stituirá s.iempre la naturaleza, a la que nunca bre en nada queda fortalecida con ello. Del mismo
es hc1to rep~dmr, pues el hombr~ es antes que nada modo, dice Kant, alguno se llega a sentir edificado
un ser qu~ s1ente. La segunda ex1gencia la constitu- por un serf!ión en cuya escucha, sin embargo, no se
ye .la razon, pues el hombre es un ser '\ue siente ha constrUido absolutamente nada en su interior.
racionalmente, una persona moral para a que es También la música de los modernos earece apuntar
debe_r que la naturaleza no domine sobre ella, sino de modo preferente tan sólo a la sensibilidad y hala-
~0~1~arla . Sólo cuando, primero, se le ha hecho ga a~í al. gusto dominante, que no quiere más que
JU~tiCia a la NATU RALEZA y, segundo, la RAZÓN ha ser lisonJeado y agradado, pero no sobreco~ido ni
aftrmado su derecho, le está permitido al DECORO fuertemente conmovido, ni elevado. De ah1 qu~ se
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prefiera todo Jo lánguido Y qu.e, por grande que sea sólo permiten inferir una fuente sensible y que no
el ruido en una sala de conciertos, todo se vuelva están fundados más que en la afección de la facultad
de repente oídos cuando se interpreta un pasaje lán- del sentimiento no son nunca sublimes, por mucha
guido. Una expresión de sensualidad que llega hasta fuerza que delaten: pues todo lo sublime procede
lo animal suele aparecer entonces en todas las caras: de la razón y sólo de ella.
Jos ojos navegan ebrios, la boca abierta es pura avi- Se llama vulgar a una representación de la mera
dez, un temblor placentero se apodera del cuerpo pasión (tanto de la placentera como de la penosa)
entero, la respiración es rápida y débil, en resumen sin exposición de la fuerza suprasensible de resisten-
se presentan. todos los síntomas de la embriaguez: cia; se llama noble a lo contrario. Vulgar y noble
Jo cual constituye una prueba clara de que los senti- son conceptos que, dondequiera que se usen, desig-
dos se disipan , mientras que el espíritu o principio nan siempre una referencia a la participación o no
de la libertad en el hombre es hecho presa de la participación de la naturaleza suprasensible del
violencia de la impresión sensible. Todas estas emo- ' hombre en una acción o en una obra. Noble no es
clones, di.g ?, quedan excluidas d~l31rte por un gusto sino lo que brota de la razón; todo lo que de por sí
noble y vml, ya que complacen umcamente al senti- produce la sensibilidad es vulgar. Decimos de un
do, con el que el arte no ha de tener trato alguno. hombre que actúa vulgarmente cuando sigue tan
Pero, por otra parte, también están excluidos to- sólo los dictados de su instinto sensible; decimos
dos los grados del afecto que se limitan a atormentar que actúa decorosamente cuando sigue su interés
al sentido sin resarcir a la vez al espíritu por ello. pero tomando en consideración leyes; y decimos
Reprimen la libertad del ánimo con el dolor no me- que actúa noblemente cuando no si~ue más que a la
nos que aquéllos lo hacen con la voluptuosidad, y razón sin consideración de sus instmtos. Llamamos
por tanto pueden producir mero aborrecimiento vulgar a una fisonomía cuando absolutamente nada
mas no emoción que sea digna del arte. El arte tie: en ella hace reconocible la inteligencia en el hom-
ne que deleitar al espíritu y complacer a la libertad. bre; la llamamos expresiva cuando el espíritu deter-
Quien es presa de un dolor deja de ser un hombre mina los rasgos, y noble cuando es un espíritu puro
que padece y no es m~s que un animal torturado; el que los determina . Llamamos vulgar a una obra
pues del hombre se ex1ge absolutamente una resis- arquitectónica cuando no nos muestra otros fines
tencia moral frente al padecimiento, sólo a través que los físicos; la llamamos noble cuando, con inde-
de la cual puede darse a conocer el principio de la pendencia de todos los fines físicos, es al mismo
libertad en él, la inteligencia. tiempo exposición de ideas.
Por esta razón , entienden muy poco de su arte Digo, pues, que un buen gusto no deja lugar a
aquellos artistas y poetas que creen alcanzar el páthos una representación del afecto que , aun conteniendo
a través de la mera fuerza sensible del afecto y me- mucha fuerza, no exprese padecimiento físico y re-
diante la descripción más vívida posible del padeci- sistencia física, sin hacer visible al mismo tiempo la
miento. Olvidan que el padecimiento mismo no humanidad más alta , la presencia de una facultad
puede ser nunca el fin último de la representación suprasensible ; y ello precisamente por el argumento
ni la fuente inmediata de la satisfacción que senti- ya desarrollado según el cual el padecimiento en sí
mos en lo trágico. Lo patético sólo es estético en la nunca es patético y digno de representación, sino
medida en que es subhme. Mas los efectos que tan que sólo lo es la resistencia frente al padecimiento.
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De ahí que todos los grados supremos absolutos del
afecto estén vedados tanto al artista como al poeta ción. Pero negativa e indirectamente cabe exponer-
P.ues todo~ reprimen la fuerza que resiste en el inte: las , sin embargo, cuando en la intuición se da algo
f"!Or o, mas exactamente, presuponen ya la repre- cuyas condiciones buscamos en vano en la naturale-
saón de la misma, porque ningún afecto puede al- za. Todo fenómeno cuyo fundamento último no
canzar su grado supremo absoluto mientras la inteli- puede derivarse del mundo sensible es una exposi-
gencia en el hombre ofrezca aún alguna resistencia. ción indirecta de lo suprasensible.
Ahora surge la pregunta: ¿a través de qué se da ¿Cómo llega entonces el arte a representar algo
a c~noce.r en un afecto esta fuerza suprasensible de que está más allá de la naturaleza, sin servirse de
re~a~tencaa? _No de otro modo que mediante el do-
medios sobrenaturales? ~Qué clase de fenómeno
mamo o, mas en general, mediante el combate del tiene que ser el que, siendo llevado a cabo por fuer-
afecto. Digo del afecto, pues la sensibilidad también zas naturales (pues de lo contrario no sería fenóme-
puede luchar, pero la suya no es una lucha con el n~), no puede, ~i':' embargo, derivarse sin contradic-
afe~to, s.ino con la ~ausa que 1~ produce: no una CIÓn de causas fasacas? Tal es el problema; ¿cómo lo
resast~_ncaa m?ra.I, sano una resastencia física que
resuelve ahora el artista?
tambaen extenonza el gusano cuando se le pisa y el Tenemos que recordar que los fenómenos que
toro cuando es herido , sin despertar por ello páthos. pueden percioirse en un hombre en el estado de
que el hombr~ 9ue padece busque dar una expre- afecto son de dos géneros. Los hay, primero, que le
sa<?n a sus ~enttmaentos, que trate de alejar a su ene- pertenecen meramente como animal y en cuanto
mago, que mtente poner a salvo el miembro que pa- tales, no siguen más que la ley natural: sin que la
dece, tOdo eso lo taene en común con cualquier otro voluntad del hombre pueda dominarlos ni, en gene-
animal, y el propio instinto se hace cargo de ello sin ral, la fuerza autónoma en él tener influjo inmediato
preguntar pnmero a la voluntad. Todavía no se tra- sobre ellos. El instinto produce esos fenómenos di-
rectam~nte y ellos ?bedecen de f':'odo ciego las leyes
ta, pues, de un acto de humanidad, de algo que le
dé a conocer como inteligencia. La sensibilidad de aqu.el. De. ~ste tapo son,, por eJemplo, los órganos
ciertamente, ~o,mbatirá sie,mp.re a su enemigo, per¿ de la ca~culac10n, ~e .la ~esparacaón y toda la superficie
no se combattra nunca asa masma. d~ la pael.. Pero m saqUJera aquellos ~rganos que es-
La lucha con el afecto es, en cambio una lucha tan sometados a la voluntad esperan saempre la deci-
con la sensibilidad y rresupone pues algo diferente sión .d': ésta, s~no que. el. instinto los suele poner en
de .la sensibilidad. E hombre puede 'defenderse del movJmaento sm medmcaón alguna, especialmente
O~Jeto que le hace padecer con ayuda de su entendi- allí donde el dolor o el peligro amenazan el estado
m!ento y .de su fu~rza muscular; contra el padeci- físico. Así, nuestro brazo está sin duda bajo el do-
maento masmo no t1ene otras armas que las ideas de minio de la voluntad, pero, cuando agarramos algo
la razón. que quema sin saberlo, el retirar la mano no es
Po~ tanto, éstas tienen que aparecer en la repre- ciertamente, un acto voluntario, sino un acto qu~
sentacaón o ser despertadas por ella, que es donde llev~ a cabo el solo instinto. Y aún hay más. El len-
debe tener lugar el páthos. Ahora bien en sentido guaJe es algo que está bajo el dominio de la volun-
propio y positivamente no cabe expon~r las ideas, t~~ y, sin emb~r~o, el instinto puede disponer tam-
porque no les puede corresponder nada en la intuí- baen a su <~:nt?JO mcl~so de esta herramienta y obra
del entendamaento, sm tener que preguntar primero
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a la voluntad, en cuanto nos sorprende un dolor nos, no lo hayan sido por él. Ya el hecho de que no
grande o tan sólo un afecto fuerte . Dejemos que el hayan sido determinados por el instinto es suficiente
estoico más sereno aviste de repente algo extraordi- para guiarnos a una fuente más alta cuando repara-
nariamente prodigioso o inesperadamente horrible, mos en que, de no haber sido quebrantado el vio-
dejemos que esté cerca cuando alguien resbale y se lento poder del instinto, éste habría tenido que de-
precipite por el abismo; se le escapará entonces, sin terminarlos simplemente de otro modo.
querer, una fuerte exclamación, no precisamente un Ahora estamos en condiciones de indicar el
mero sonido inarticulado, sino una palabra muy de- modo y manera en que la fuerza autónoma y supra-
terminada, y la naturaleza habrá actuado en él antes sensible en el hombre, su sí-mismo moral, puede
que la voluntad. Esto sirve, pues, como prueba de venir a exponerse en el afecto. A saber: todas aque-
que en el hombre se dan fenómenos que no pue- llas partes que meramente obedecen a la naturale-
den atribuirse a su persona en cuanto inteligencia, za, y de las que la voluntad no puede disponer nun-
sino meramente a su instinto en cuanto fuerza na- ca en absoluto o, al menos, no bajo ciertas circuns-
tural. tancias, delatarán la presencia de padecimiento,
Ahora bien, en segundo lugar, hay asimismo en mientras que aquellas partes que se hallan sustraí-
el hombre fenómenos que están bajo el influjo y das a la violencia ciega del instinto y que no obede-
bajo el dominio de la voluntad o que, cuando me- cen necesariamente a la ley de la naturaleza, apenas
nos, pueden considerarse como fenómenos tales si mostrarán huella de este padecimiento, y apare-
que la voluntad hubiera podido impedirlos; de tales cerán, pues, libres hasta cierto punto. Pues bien, en
fenómenos ha de responder, pues, la persona y no esta falta de armonía entre aquellos rasgos que son
el instinto. A éste corresponde cuidar del interes de acuñados en la naturaleza animal según la ley de la
la sensibilidad con fervor ciego; a la persona, en necesidad y aquellos otros determinados por el espí-
cambio, limitar el instinto tomando en considera- ritu autoactivo, se reconoce la presencia de un prin-
ción leyes. En sí mismo, el instinto no atiende a ley cipio suprasensible en el hombre, principio que pue-
alguna, pero la persona ha de cuidar de q_ue ninguna de poner un límite a los efectos de la naturaleza y
acción del instinto vulnere las prescripciones de la que, justo así, se da a conocer como diferente de
razón. No es cierto, pues, que el solo instinto haya ella. La parte meramente animal del hombre sigue
de determinar de modo incondicionado todos los fe- la ley de la naturaleza, y de ahí que tenga derecho
nómenos del hombre en el ámbito del afecto, sino a aparecer bajo la opres1ón ejercida por la violencia
que la voluntad del hombre puede ponerle un lími- del afecto. En esta parte se hace patente, pues, toda
te . Cuando el solo instinto determina todos los fe- la fuerza del padecimiento, y ésta sirve, por decirlo
nómenos en el hombre, no existe nada que pueda así, como medida para estimar la resistencia; pues
recordar a la persona, y es meramente un ser natu- sólo se puede enjUiciar la fuerza de la resistencia o
ral, es decir, un animal, lo que tenemos ante noso- el poder moral en el hombre según la fuerza del
tros, pues se llama «animal» a todo ser de la natura- embate. Cuanto más decisiva y violentamente se ex-
leza que está bajo el dominio del instinto. Por tanto, terioriza el afecto en la esfera de la animalidad, sin
si la persona debe ser expuesta, tienen que presen- poder afirmar por ello el mismo poder en la esfera
tarse algunos fenómenos en el hombre que hayan de la humanidad, tanto más se da a conocer esta
sino determinados contra el instinto o que, al me- última, tanto más gloriosa se manifiesta la autono-
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mía moral del hombre, tanto más patética es la re- que queda contraído en ambos lados, Jo cual, a su
presentación y tanto más sublime el páthos 1• vez, nos permite hacernos una idea del movimiento
En las esculturas de los anti~uos encontramos de las vísceras. Pero sus propios padecimientos pa-
ejemplificado este principio estét1co, pero es difícil recen angustiarle menos que el tormento de sus hi-
traer a conceptos la impresión que produce la esce- jos, que vuelven el semblante hacia el padre y gritan
na viva que se ofrece a nuestros sentidos y detallarla pidiendo socorro; pues el corazón del padre se ma-
con palabras. El grupo de Laocoonte y sus hijos nos nifiesta en sus ojos afligidos, y es como si la compa-
da una medida aproximada .de lo que el arte plástico sión atravesara la oscura niebla que los vela. Su ros-
de los antiguos fue capaz de hacer en lo patético. tro es un lamento, pero no grita, sus ojos están vuel-
«Lacoonte -nos dice Winckelman en su Historia tos hacia la ayuda más alta. La tristeza ha invadido
del arte (p. 699 de la edición en cuarto)- es una su boca, y el labio inferior, vencido por ella, cae
naturaleza en el estado de dolor supremo, hecha pesadamente; pero en el labio superior, que se ten-
conforme a la imagen de un hombre que trata de reu- sa hacia arriba, esa tristeza está mezclada con un
nir conscientemente la fortaleza de su espíritu para dolor que llega hasta la nariz en un movimiento de
hacer frente a ese dolor; y, mientras el padecimien- rabia, como por un padecimiento inmerecido e in-
to hincha sus músculos y pone sus nervios en ten- digno, y la hincha, y esta tristeza y esta rabia se
sión, en la frente dirigida a lo alto se dibuja su espí- muestran entonces en las fosas nasales dilatadas y
ritu vigoroso, y el pecho se alza por la respiración estiradas hacia arriba. Hay gran verdad en el modo
ahogada y por el esfuerzo para contener el estallido en que está plasmado, bajo la frente, el conflicto
del dolor, para guardarlo y para dejarlo encerrado entre dolor y resistencia, que quedan como unidos
dentro de sí. El gemido de angustia que reprime en un punto; pues, mientras e[ dolor hace que las
hasta perder la respiración deja exhausto su vientre, cejas se alcen, el esfuerzo por no ceder a él oprime
la carnosidad de la parte superior del ojo contra el
1
Por esfera de la animalidad entiendo todo el sistema de párpado, de modo que éste queda casi cubierto. El
aquellos fenómenos en el hombre que están bajo la violencia cie- artista ha intentado mostrar más desatada, más im-
ga del instinto natural y que son perfectamente explicables sin petuosa y más poderosa la naturaleza que no ha po-
presuponer una libertad de la voluntad; P.Or ~sf~ra d~ lo humoni- dido embellecer; pues allí donde se da el mayor do-
(Jod, empero, aquellos que reciben de la libertad sus leyes. Ahora
bien, una representación en la que falta el afecto en la esfera de lor, se muestra también la mayor belleza. El costa-
la animalidad nos deja fríos; si, por el contrario, el afecto domina do izquierdo, en el que la serpiente ha dejado el
en la esfera de la humanidad, la representación nos asquea y nos veneno con una fiera mordedura, es el que parece
indigna. En la esfera de la animalidad el afecto tiene que perma- soportar el padecimiento más intenso, por ser este
necer siempre refrenado, de lo contrario falta lo patético; sólo en
la esfera de la humanidad es trcito encontrar el desahogo. De ahí dolor el más próximo al corazón. Las paernas quie-
que una persona que padece, representada lamentándose y llo- ren enderezarse para escapar de todo este mal; nin-
rando, sólo emocionará débilmente, pues lamentaciones y lágri- guna parte del cuerpo está en reposo, y hasta las
mas diluyen el dolor ya en la esfera de la animalidad. Mucho estrías dejadas por el cincel ayudan a realzar una
más fuertemente nos sobrecoge el dolor contenido y mudo, en el
que no encontramos ayuda por parte de la naturaleza , sino que piel en tensión.))
nos obliga a refugiarnos en algo '\uc está más allá de toda natura- ¡Cuán verídica y matizadamente está desarrolla-
leza; y precisamente en esta remtsión a lo suprosensible reside el da en esta descripcaón la lucha de la inteligencia con
pdthos y la fuerza trágica. [Nota de Schiller.J el padecimiento de la naturaleza sensible, y de qué
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modo tan certero están indicados los fenómenos en Con vistas a esto último no me parece, empero, me-
los que se manifiestan animalidad y humanidad, nos utilizable; permítaseme, pues, recorrerla de
coacción de la naturaleza y libertad de la razón! Vir- nuevo en este respecto.
gilio, como es sabido, describió la misma escena en
su Eneida, pero no estaba en el plan del poeta épico Ecce cwtem gemini Tenedo tranquillo per alta
demorarse en el estado de ámmo de Laocoonte, (lrorresco referens) immemis orbibus angues
como tuvo que hacerlo el escultor. En el plan de incumbum pdago, pariterque atlliuora temlum
Virgilio toda la narración es meramente secundaria, Pectora quomm inter flucws arrecur, jubaeque
sanguinrar c:rmperant tmtlas, pars cartera pontwn
y la intención a la que debe servir se alcanza sufi- pone legit, sinuatque immmsa t•olumille terga.
cientemente a través de la mera representación de Fit sonilll.f spwnallle sab, jomque arrmeneballt,
lo físico, sin que el poeta haya necesitado dejarnos ardenteis oculos suffecti sanguine et igni,
penetrar en el alma del que padece, ya que no quie- sibila lambebam linguis vibramibus ora '".
re tanto movernos a la compasión como dejarnos
traspasados de horror. El deber del poeta era, pues, Aquí está dada la primera de las tres condiciones
meramente negativo en este respecto, a saber, no de lo sublime del poder aducidas arriba, a saber,
llevar la representación de la naturaleza en su¡ade- una fuerza natural poderosa que está armada para
cer tan lejos que la expresión de la humanida o de
la resistencia moral se perdiera en ello, porque, de
ocurrir esto último, tendrían que seguirse inevita- • Eneida, 11 , 203-217. "He aquí que desde Ténedos, a través
blemente enojo y aborrecimiento. Por eso prefiere de las profundas y tranquilas aguas (horror me causa el referirlo),
atenerse a la representación de la causa del padeci- dos serpientes de anillos inmensos se apoyan pesadamente en el
mar y avanzan a la par hacia la costa; sus pechos erguidos entre
miento, y le parece OP.ortuno extenderse más proli- las olas y sus crestas color de sangre sobrepasan las ondas: el
jamente sobre lo temtble de ambas serpientes y so- resto de su cuerJ?O en la parte posterior se :trrastra por el piélago
bre la rabia con la que atacan a su víctima que sobre y enrosca en espiral sus enormes espinazos. Prodúcese un sonido
las sensaciones de ésta. No se detuvo en ella, por- en el mar esP.umante; ya tocaban la tierra e inyectados de sangre
y fuego sus OJOS ardientes lamían con lenguas vibrátiles sus fauces
que lo que tenía que importarle era conservar en sibilantes.» La traducción de éste y de los siguientes pasajes es
toda su fuerza la representación de un juicio de Dios y de Víctor José Herrero, Gredos, Madrid, 1986.
la impresión del horror. Si, por el contrario, nos A continuación damos en el original alemán la traducción que
hubiera permitido saber tanto de la persona de Lao- hizo Schiller de este pasaje:
Da kam (mir bebt die Zung·, es auszudriicken)
coonte como el escultor, el héroe de la acción ya no Von T~nedos ein griifJ/ich Schlangenpaar,
habría sido la divinidad castigadora, sino el hombre Den Schweif gerollt in fürchterlichem Bogen,
que padece, y el episodio habría perdido su confor- Dalrergerschwommen auf den stilletl Wogefl.
midad a fin con relación al todo. Die Briiste steigefl aus dem W~lleflbude,
hoch DIIS det1 Wassem steigt der Kümme blut'ge G/111,
La narración de Virgilio es bien conocida por Und nacltgesclrleift in rmgeheurem Rade
el insuperable comentario de Lessing. Pero la inten- Netu sich der lange Rücken in der Ffut;
ción con la que Lessing hizo uso de ella era mera- Lautrausclren schiiumt es unter iherem Pfade,
mente la de exhibir en este ejemplo los límites entre /m bfut'gen Auge flammt des Hut~gers Wut,
Am Rachen wetzen ziscltend sich die zu,gen:
la representación poética y la pictórica, no la de de- So kommen sie 011s Land gesprrmgen."
sarrollar el concepto de lo patético a partir de él. (N. de Jos T.)
80 J. CH. F. SCHILLER ESCRITOS SOBRE ESTl.TICA 81

la destrucción y se burla de toda resistencia. Pero Lo vemos entrar realmente en lucha con la impoten-
que esto poderoso llegue a ser al mismo tiempo te- cia del hombre. Laocoonte o nosotros, la diferencia
mible, y que lo temible llegue a sublime, descansa del efecto es meramente de grado. El instinto siro-
en dos operaciones diversas del ánimo, esto es, en patético ahuyenta al instinto de conservación, los
dos representaciones que producimos en nosotros monstruos aparecen bruscamente --se nos apare-
de modo autoactivo. Manteniendo en primer lugar, cen-, y todo intento de escapar es vano.
el poder irresistible de la naturaleza junto a la débil Ahora ya no depende de nosotros, de que que-
facultad de resistencia del hombre físico, reconoce- ramos o no, el medtr este poder con el nuestro y el
mos a aquél como temible; refiriéndolo, en segundo referirlo a nuestra existencia. Esto acontece en el
lugar, a nuestra voluntad y tomando conciencia de objeto mismo sin nuestra intervención. Así pues,
la absoluta independencia de ésta con respecto a nuestro temor no tiene, como en el momento prece-
todo influjo natural, dicho poder se convertirá en dente, un fundamento meramente subjetivo en
un objeto sublime para nosotros. Ambas referen- nuestro ánimo, sino un fundamento objetivo en el
cias, empero, las establecemos nosotros; el poeta no objeto. Pues, aunque para una mera ficción de la
nos da nada más que un objeto armado con un fuer- imaginación reconozcamos el todo, no por ello deja-
te poder y que aspira a exteriorizarlo. Cuando tem- mos de diferenciar en esta ficción una representa-
blamos ante él, esto sucede sólo porque nos pensa- ción que se nos comunica desde fuera de otra que
mos a nosotros mismos, o una criatura parecida a producimos en nosotros de modo autoactivo.
nosotros, luchando con él. Si en este temblor nos El ánimo pierde, pues, una parte de su libertad,
sentimos elevados, ello se debe a la conciencia de porque recibe de fuera lo que antes produjo gracias
que, incluso como víctimas de este J?Oder, nada ten- a su autoactividad. La representación del peligro al-
dríamos que temer por nuestro sí-mtsmo libre ni por canza una apariencia de realidad objetiva, y el afec-
la autonomía de las determinaciones que damos a to se vuelve serio.
nuestra voluntad. En resumen, hasta aquí la repre- Ahora bien, si no fuéramos nada más que seres
sentación es meramente sublime-contemplativa. sensibles que no siguen otro instinto que el de con-
servación, nos quedaríamos aquí, petrificados, y
Diffugimus visu exangues, illi agmine certo persistiríamos en el estado de mero padecimiento.
LDocoonta petunt •. Pero hay algo en nosotros que no toma parte en las
afecciones de la naturaleza sensible y cuya actividad
Ahora lo poderoso se da al mismo tiempo como no está regida por ninguna condictón física . Pues
temible, y lo sublime-contemplativo pasa a patético. bien, según lo que se haya desarrollado este princi-
pio autoactivo (la disposición moral) en un animo,
• fdem. «Al verlas, quedamos exangües y emprendemos la se dejará más o menos espacio a la naturaleza que
huida. Pero ellas, con rumbo certero, se dirigen hacia Laocoon· padece y quedará más o menos autoactividad en el
te." La traducción de Schiller reza: afecto.
«Der blofJe Anblick bleicht schon alfe Wangen, En los caracteres morales lo temible (de la ima-
Und auseinandl!r flieht die [urchtensselte Schar;
Der pfeilgerade SchufJ der Schlangen ginación) pasa a sublime de una manera fácil y rápi-
Erwiihlt sieh nur den Priester am Altar.» da. Así como la imaginación pierde su libertad, la
(N. de los T.) razón hace valer la suya, y el ánimo se ensancha
82 J. CH. F. SCHILLER ESCRITOS SOBRE ESTitTICA 83

hacia dentro tanto más al encontrar lfmites hacia fue- Post ipsum auxilio subeuntem ac tela ferentem
ra. Habiendo tenido que abandonar a la fuerza to- corripiunt •.
das las fortificaciones que pueden proporcionar al
ser sensible una protecc1ón física, nos lanzamos a la Ahora había llegado el momento de hacer que
fortaleza inexpugnable de nuestra libertad moral y el héroe fuera respetado por nosotros en cuanto
ganamos una segurida~ absoluta e infinita, precisa- persona moral, y el poeta se hizo cargo de este ins-
mente al dar por perd1da una defensa sólo relativa tante. Conocemos por su descripción todo el poder
y precaria ~n el ámbito del fenómeno. Pero justo y la rabia de los monstruos enemigos, y sabemos
porque se t1ene que haber llegado a esta opresión cuán vana es toda resistencia. Ahora bien, si Lao-
física para que busquemos ayuda en nuestra natura- coonte fuera sólo un hombre vulgar, sacaría prove-
leza moral, no podemos adquirir este elevado senti- cho de su ventaja '/• al igual que los demás troyanos,
miento de libertad sino mediante padecimiento. El buscaría su salvactón en una rápida huida. Pero tie-
alm~ vulgar se queda en este mero padecer y en lo ne un corazón en el pecho, y el peligro en que están
sub~t~e del p~thos nunca siente más que lo temible; sus hijos le retiene hasta su propia perdición. Ya
un ammo autonomo, en cambio, encuentra precisa- este único rasgo le hace digno de toda nuestra com-
mente en este padecer el paso al sentimiento de la pasión. No importa el momento en que las serpien-
más grandiosa acción de su fuerza y sabe engendrar tes hubieran podido atraparle, siempre nos habría
algo sublime a partir de todo lo temible. conmovido y estremecido. El que, sin embargo, ello
suceda justo en el momento en que el padre se nos
Laocoonta petunt, ac primum parva duorum vuelve digno de respeto, el que su fin sea represen-
corpora gnatorum serperu amplexus uterque tado, en cierto modo, como consecuencia inmediata
implicat, ac miseros morsu depascitur arws • . del deber paterno cumplido, de la tierna preocupa-
ción por sus hijos, esto inflama al máximo nuestro
Causa un gran efecto el que el hombre moral (el sentimiento de participación. Ahora se podría decir
padre) sea atacado antes que el hombre físico. To- que es él mismo el que se entrega a su perdición
dos. los afectos so~. más estéticos de segunda mano eligiéndola libremente, y su muerte se torna una ac-
y nmguna ~ompaston (Sympat~ie) es más fuerte que ción voluntaria.
la que sentimos por la compastón (Sympathie).
Así pues, en todo pátlws tienen que estar des-
piertos el interés del sentido y el del espíritu, el uno
por el padecimiento y el otro por la libertad. Si a
una representación patética le falta una expresión
•. fdem . ..-[.:.J se dirigen hacia Laocoonte; y primero ambas
serpiente~.· apns1onando los pequeños cuerpos de cada uno de
sus dos hiJOS, se enroscan en sus miserables miembros y los devo- • ldem. «Luego, arrebata al mismo Laocoonte, que, con las
ran a mordiscos ... Schiller traduce: armas en la mano, acudía a prestarles socorro.,. Schiller lo tradu-
«Der Knaben zittern Paar sieht man sie schne/1 umwinden, ce como sigue:
Den ersten Hrmger stillt der Siihne Blw· MZum Beistand schwingt der Vater sein Geschop
Der Unglückse/igen Gebeine schwinden' Doc/1 in dem Augenblick ergreifen
Dahin von ihres Bisses Ww ... Die Ungeheu' r ilm selbst."
(N. de los T.) (N. de los T.)
84 J. CH. F. SCHILLER ESCRITOS SOBRE ESTÉTICA 85

de la naturaleza padeciendo, es entonces una repre- de la acción, en cambio, sólo puede pensarse, pues
sentación sin fuerza estética, y nuestro corazón per- descansa en la sucesión y es necesario entendimien-
manece frío. Si le falta una expresión de la disposi- to para deducir el padecer de una resolución libre.
ción ética, entonces, aun con toda su fuerza sensi- De aquí que sólo lo primero sea apropiado para el
ble, no puede ser nunca patética, y nos dejará inde- artista plástico, porque éste sólo puede representar
fectiblemente una sensación exasperada. En toda la bien lo coexistente, mientras que el poeta tiene la
libertad del ánimo tiene que traslucirse siempre el posibilidad de abarcar ambos modos de lo sublime.
hombre que padece, en todo el padecimiento de la Incluso cuando es una acción sublime lo que el artis-
humanidad tiene que traslucirse siempre el espíritu ta plástico ha de exponer, tiene que transformarla
autónomo o capaz de autonomía. en una sublime presencia de ánimo.
Mas la autonomía del espíritu en el estado de Lo sublime de la acción requiere que el padeci-
padecimiento puede manifestarse de dos maneras. miento de un hombre no sólo no tenga influjo en su
O negativamente: cuando el hombre ético no recibe cualidad moral, sino que, antes bien, sea obra de su
la ley del hombre físico y no se deja lugar a que el carácter moral. Esto puede ocurrir de dos maneras.
estado tenga causalidad respecto de la intención; o O mediatamente y según la ley de la libertad, cuan-
positivamente: cuando el ético da la ley al hombre do por respeto hacia algún deber elige padecer: la
físico y la intención llega a tener causalidad respecto representación del deber le determina en este caso
del estado. De lo primero surge lo sublime de la como motivo, y su padecimiento es un acto de vo-
presencia de ánimo; de lo segundo, lo sublime de la luntad. O inmediatamente y según la ley de la nece-
acción. sidad, cuando exp(a moralmente un deber contrave-
Es sublime de la presencia de ánimo todo carác- nido. La representación del deber le determina en
ter que se mantiene independiente frente al destino. este caso como poder, y su padecimiento es tan sólo
«Un espíritu valeroso en lucha con la adversidad, un efecto. Un ejemplo de lo primero nos lo daRé-
dice Séneca, es un espectáculo atractivo incluso gulo cuando, para mantener la palabra, se entrega
para los dioses.» Algo así nos depara la visión del a. la sed de venganza de los cartagineses; como
senado romano tras la desgracia en Canas. Y por eJemplo de lo segundo nos serviría el propio Régulo
esta fortaleza de ánimo el propio Lucifer de Milton SI hubiera roto su palabra y la conctencia de esta
nos deja admirados hasta lo más hondo de nuestro culpa le hubiese hecho desdachado. En ambos casos
ser cuando recorre el infierno, su residencia futura, e! padec~r tiene un ~undamento moral, con la única
por primera vez. «Horrores, ¡os saludo! -excla- daferencta de que Regulo nos muestra, en el prime-
ma- . ¡Y a ti, mundo subterráneo! ¡Y a ti, el más ro, un carácter moral y, en el segundo, meramente
profundo de los infiernos, acoge a tu nuevo hués- su determinación para éste. En el primer caso, Ré-
ed! Viene a ti con un ánimo que ni el tiempo ni el gulo aparece como una persona grande en sentido
r.
ugar pueden modificar. En su ánimo habita. Éste moral; ~n el se~undo, sólo como un objeto grande
creará para él un cielo en el infierno mismo. Aquí en sentado estétaco.
somos, por fin, libres, etc.>~ La respuesta de Medea Esta última diferencia es importante para el arte
en la tragedia pertenece a la misma clase. trágico, y de ahí que merezca una discusión más
Lo sublime de la presencia de ánimo puede in- precisa.
tuirse, pues descansa en la coexistencia; lo sublime En la mera estimación estética es ya un objeto
86 J. CH. F. SCH/LLER ESCRITOS SOBRE ESTtTICA 87

sublime aquel hombre que, mediante su estado, Así como nuestro ser se divide en dos principios
P.one ante nuestros ojos la dignidad de la determina- o naturalezas, así también nuestros sentimientos se
CIÓn humana, aun en el supuesto de que no pudiéra- dividen, conforme a dichos principios, en dos géne-
mos encontrar realizada en su persona esta determi- ros muy diversos. Como seres racionales sentimos
nación. Llega a ser sublime en la estimación moral que aplaudimos o que desaprobamos; como seres
sólo cuando se comporta al mismo tiempo como sensibles sentimos placer o displacer. Ambos senti-
P.ersona, como corresponde a aquella determina- mientos, el de aplauso y el de placer, se fundan en
CIÓn, cuando nuestro respeto no está dirigido mera- un contentamiento (Bejriedigung); aquél, en el con-
mente a su facultad sino al uso de ésta cuando la tentamiento de una pretensión (Anspruch), pues la
d.ignidad es propia no meramente de su 'disposición razón meramente exige (Fordert), pero no «ha me-
smo de su conducta real. Es algo del todo distinto nester de»; éste, en el contentamiento de una de-
que, en nuestro juicio, fijemos la atención en la fa- manda (Anliegen), pues el sentido meramente «ha
cultad moral en general y en la posibilidad de una menester de» (bedarf), y no puede exigir. Ambas,
libertad absoluta de la voluntad, o que atendamos las exigencias de la razón y las menesterosidades del
al uso de esta facultad y a la realidad afectiva de sentido, están en la misma relación que necesidad
esta libertad absoluta de la voluntad. (Notwendiskeit) e indigencia (Notdurjt); ambas es-
Es .algo del todo distinto, digo, y esta diversidad tán contemdas, pues, bajo el concepto de necesarie-
no res.•de en modo alguno en los objetos enjuicia- dad (Nezessitiit); con la sola diferencia de que la ne-
dos, ~mo en !a manera di~ersa del enjuiciamiento. cesariedad de la razón tiene Jugar sin condición, y
El mtsmo objeto puede d1splacernos en la estima- la necesariedad de Jos sentidos, bajo condiciones.
ción moral y resultamos muy atrayente en la estéti- Pero en ambas el contentamiento es contingente.
ca. Pero, aunque nos aporte satisfacción en ambas Luego todo sentimiento de placer o de aplauso se
instancias del enjuiciamiento, produce este efecto funda, en última instancia, en la concordancia de lo
en ellas de manera del todo diversa. Por cuanto sea contingente con Jo necesario. Si lo necesario es un
susceptible de uso estético no contentará moralmen- imperativo, la sensación será aplauso; si lo necesa-
te, y por cuanto contente moralmente no será sus- rio es una indigencia, placer; ambas en un grado
ceptible de uso estético. tanto más intenso cuanto más contingente sea el
Pienso, por ejemplo, en la autoinmolación de contentamiento.
Leónidas en las Tennófilas. Enjuiciada moralmen- Pues bien, en todo enjuiciamiento moral subya-
te, esta acci~n es para mí una exposición de la ley ce una exigencia de la razón de que se actúe moral-
moral cumphda en toda la contradicción de los ins- mente, y está presente una necesariedad incondicio-
tint~~; enjuiciada estéticamente, es para mí una ex- nada de que queramos lo que es justo. Pero, al ser
p~s1c1ón de la facultad moral, la cual es indepen- la voluntad libre, es contingente (en sentido físico)
diente de toda coacción de los instintos. Esta acción que lo hagamos efectivamente. Que lo hacemos, en
contenta a mi sentido moral (a la razón); a mi senti- tonces esta concordancia del azar en el uso de la
do estético (a la imaginación) lo extasia. libertad con el imperativo de la razón obtiene apro-
Semejante diversidad de mis sensaciones ante el bación o aplauso, y por cierto que en un grado tanto
mismo objeto me está indicando el siguiente funda- más alto cuanto más contingente y dudoso volvía el
mento. contlicto de las inclinaciones a este uso de la libertad.
88 J. CH. F. SCHILLER ESCRITOS SOBRE ESTÉTICA 89

En la estimación estética, en cambio, el objeto tuosa, lo máximo que puede conseguirse es aproba-
es referido a la menesterosidad de la imaginación, ción, porque la razón no puede encontrar nunca
quien no puede mandar, sino meramente demandar más de lo que exige, y sólo rara vez puede encon-
que sea posible la concordancia de lo contingente trar tanto. Si, en cambio, es el sentido estético, la
con su interés. El interés de la imaginación es, em- imaginación, el que enjuicia la misma acción, se
pero, conservarse en el juego, libre de leyes. A esta consigue un placer positivo, porque la imaginación
propensión a la desligadura nada le es menos favo- jamás puede exigir consonancia con su menesterosi-
rable que la obligación moral de la voluntad, me- dad, y tiene que encontrarse, pues, sorprendida por
diante la que a ésta le es determinado su objeto del el contentamiento efectivo de la misma, que es un
modo más riguroso; y, como la obligación moral de azar feliz. Que Leónidas adoptase realmente la reso-
la voluntad es el objeto del juicio moral, se ve fácil- lución heroica lo aprobamos, que pudiera adoptarla
mente que la imaginación no puede quedar satisfe- nos llena de júbilo y nos extasaa.
cha en este modo de juzgar. Sm embargo, sólo bajo La diferencia entre ambos modos de enjuicia-
la presuposición de la independencia absoluta de la miento salta a la vista aún más claramente cuando
voluntad respecto de la coacción de los instintos na- se pone a la base una acción sobre la cual el juicio
turales, cabe pensar una obligación moral de la mis-
ma; lue~o la posibilidad de lo moral postula libertad
r
moral el estético recaen de modo diverso. Tome-
mos e momento en que Proteo el peregrino se
y, consiguientemente, coincide en ello, del modo prende fuego a sí mismo en Olimpia. Al enjuiciarla
más perfecto, con el interés de la fantasía. Pero, moralmente, no puedo aplaudir esta acción en la
como la fantasía no puede prescribir mediante su medida en que encuentro en ella, actuando eficaz-
menesterosidad como la razón prescribe mediante mente, motores impuros, por mor de los cuales que-
su imperativo a la voluntad de los individuos, la fa- da postergado el deber de autoconservación. Pero,
cultad de la libertad, referida a la fantasía, es enton- al enjuiciarla estéticamente, esta acción me compla-
ces algo contingente, y de ahí que, como concordan- ce, y me complace precisamente porque atestigua
cia del azar con lo (condicionadamente) necesario, una facultad de la voluntad para resistir incluso al
tenga que despertar placer. Así, pues, si enjuicia- más poderoso de los instintos, el instinto de auto-
mos moralmente aquel acto de Leónidas, lo estamos conservación. Si en el caso del exaltado peregrino
contemplando desde un punto de vista en el que no se trataba de una intención moral pura o si era sólo
resalta tanto su contingencia cuanto su necesidad. un estímulo más poderoso lo que reprimió al instin-
Si, en cambio, lo enjuiciamos estéticamente, nos si- to de autoconservación, ésa es una cuestión a la que
tuamos para contemplarlo en un punto en el que no rresto atención en la estimación estética, en la
nos expone no tanto su necesidad, cuanto su contin- cua abandono al individuo, hago abstracción de la
gencia. Para toda voluntad es deber actuar así desde relación de su voluntad con la ley de la voluntad, y
el momento en que es una voluntad libre; pero que me imagino la voluntad humana en general, como
haya en generar una libertad de la voluntad que facultad del género, en relación con la violencia
haga posible actuar así, esto es un favor de la natu- toda de la naturaleza. En la estimación moral, como
raleza en consideración a aquella facultad para la hemos visto, la autoconservación fue representada
que es menester libertad. Así pues, si es el sentido como un deber; de ahí que ofendiera su vulnera-
moral -la razón- el que enjuicia una acción vir- ción; en la estimación estética, en cambio, fue con-
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siderada como un interés; de ahí que complaciese De todo esto resulta, pues, que el enjuiciamien-
su postergación. En este último modo de enjuiciar to moral y el enjuiciamiento estético, muy lejos de
se invierte, pues, justo la operación que ejecutamos apoyarse uno en otro, más bien se contrarrestan,
en el primero. Al enjuiciar moralmente enfrenta- por darle al ánimo dos direcciones del todo opues-
mos al individuo en su limitación sensible y a la vo- tas; pues la conformidad a la ley exigida por la ra-
luntad susceptible de ser afectada patológicamente zón como juez moral no es compatible con la desli-
con la ley absoluta de la voluntad y con el deber gadura que demanda la imaginación como juez esté-
infinito de los espíritus. Al enjuiciar estéticamente, tico. De aquí se sigue que un objeto perderá aptitud
por contra, ponemos a la facultad absoluta de la para un uso estético JUsto en el grado en que se
voluntad y a la violencia infinita de los espíritus cualifique para un uso moral; y, si el poeta tuviera,
frente a la coacción de la naturaleza y las limitacio- con todo, que elegirlo, lo que hará probablemente
nes de la sensibilidad. De ahí que el juicio estético será tratarlo de tal modo que más bien quede remi-
nos deje libres y nos eleve y nos entusiasme, porque tida en él nuestra fantasía a la facultad de la volun-
ya por la mera facultad de querer absolutamente, tad, que nuestra razón a la regla de la voluntad. El
por la mera disposición a la moralidad, nos encon- poeta tiene que tomar este camino por mor de sí
tramos en ventaja evidente frente a la sensibilidad, mismo, pues con nuestra libertad acaba su reino.
porque por la mera posibilidad de declararnos inde- Sólo mientras miramos fuera de nosotros somos su-
pendientes de la coacción de la naturaleza ya se ha- yos; nos ha perdido tan pronto como alcanzamos
laga a nuestra menesterosidad de libertad. Y de ahí
que el juicio moral nos limite y nos humille, porque
en cada acto particular de voluntad nos encontra- lamente. Ambas tienen razón, y el fundamento de esta contradic-
ción reside tan sólo en la diversidad del lugar desde el que ambos
mos más o menos en desventaja frente a la ley abso- contemplan el objeto. Cumplir con la mera obligacitín carece por
luta de la voluntad y, mediante la restricción de la completo de grandeza y, en la medida en que lo mejor que somos
voluntad a una única manera de determinación, exi- capaces de rendir no es sino el cumplimiento e incluso el delicicn·
~ida absolutamente por el deber, se contradice al le cumplimiento de nuestro deber, en la suprema virtud no hay
nada que entusiasme. Pero cumplir la obligación con fidelidad y
mstinto de libertad de la fantasía. Allí nos alzamos constancia, pese a todas las limitaciones de la naturaleza sensible,
desde lo efectivamente real hasta lo posible y desde y seguir inmutable la sagrada ley de los espfritus aun en las cade-
el individuo hasta el género; aquí, por contra, des- nas de la materia, es algo absolutamente enaltecedor y digno de
admiración. Es cierto que ante el mundo de los espíritus no hay
cendemos de lo posible a lo efectivamente real y nada de meritorio en nuestra virtud, y por mudio que pueda
encerramos el género en las limitaciones del indivi- costamos mantenerla, seremos siempre esclavos imílilmeme; pero
duo; no es de extrañar, pues, que en el juicio estéti- ante el mundo de los sentidos nuestra virtud es, en cambio, un
co nuestros sentimientos se ensanchen, mientras objeto tanto más sublime. Así pues, en la medida en que enjui-
ciemos acciones moralmente y las refiramos a la ley moral, ape-
que en el moral nos sintamos cohibidos y atados 2• nas tendremos motivo pam estar orgullosos de nuestra moraliáad;
pero en la medida en que atendemos a la posibilidad de estas
acciones y referimos la facultad de nuestro ánimo 9ue les subyace
2
Esta solución, recordaré de paso, nos explica también lo al mundo de los (enómenos, es decir, en la med1da en que las
diverso de la impresión estética que la representación kantiana enjuiciamos estéticamente, nos está permitido un cierto senti-
del deber suele hacerles a sus diversos enjmciadores. A una parle miento de la propia dignidad; más aún, es incluso necesario, por-
no de~~reciable del público le p~rece muy humillante esta repre- que descubrimos en nosotros un principi11m grande e infinito que
sentacaon del deber; la otra considera que eleva el corazón inlini· está más allá de toda comparación. [Nota de Schiller.J
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nuestro propio corazón. Mas esto ocurre indefecti- ca tiene que residir, por ende, en la posibilidad re-
blemente en cuanto dejamos de contemplar un obje- presentada.
to como fenómeno, para que rija sobre nosotros Ni siquiera en sucesos reales de personajes histó-
como ley. ricos es la existencia lo poético, sino la facultad que
Incluso de las manifestaciones de la virtud más se da a conocer a través de la existencia. La circuns-
sublime, lo único que puede usar el poeta para sus tancia de que estos personajes vivieran efectivamen-
miras es lo que en ellas hay de fuerza. No se preocu- te y de que estos sucesos tuvieran lugar efectiva-
pa por la dirección de la fuerza. Aun cuando ponga mente puede, es cierto, acrecentar muy a menudo
ante nuestros ojos los ejemplos morales más perfec- nuestra satisfacción, pero con un añadido extraño
tos, el poeta no tiene otro fin -y no es lfcito que q_ue es más desventajoso que propicio para la impre-
tenga otro fin- que deleitarnos mediante la contem- saón poética. Durante mucho tiempo se ha creído
plación de ellos. Ahora bien, no puede deleitarnos que se hacía un servicio a la poesía de nuestra patria
sino lo que mejora nuestro sujeto, y no puede delei- encomendando a los poetas la elaboración de temas
tarnos espiritualmente sino lo que enaltece nuestra nacionales. Por esto, se decía, llegó a tener tal po-
facultad espiritual. Mas ¿cómo puede la conformi- der sobre el corazón la poesía griega, porque pintó
dad con el deber guardada por otro mejorar nuestro escenas nacionales y eternizó los hechos nacionales.
No cabe negar que la poesía de los antiguos, gracias
sujeto y acrecentar nuestra fuerza espiritual'! Que a esta circunstancia, aportó efectos de los que la
cumpla su deber realmente descansa en un uso con- poesía más moderna no puede gloriarse. Mas ¿per-
tingente que él hace de su libertad y que justo por tenecían esos efectos al arte y al poeta? ¡Ay del ge-
ello no puede probarnos nada. Es tan sólo la facul- nio artístico griego si no te sacara al genio de los
tad para una parecida conformidad con el deber lo modernos nada más que esta ventaja contingente!,
que compartimos con él y, percibiendo en su facul- y ¡ay del gusto artístico griego si hubiera tenido que
tad también la nuestra, sentimos enaltecida nuestra ganarse sólo a través de estas referencias históricas
fuerza espiritual. Es, pues, por la mera posibilidad en las obras de sus poetas! Sólo un gusto bárbaro
representada de una voluntad absolutamente libre necesita el aguijón del interés privado para ser atraí-
por lo que el ejercicio efectivo de la misma compla- do por la belleza, y sólo el chapucero toma prestada
ce a nuestro sentido estético. de la materia una fuerza que desespera de llegar a
Nos convenceremos aún más de ello si paramos depositar en la forma. La poesía no debe seguir su
mientes en lo poco que depende de la realidad histó- camino a través de la fría región de la memoria, no
rica de los caracteres o acciones morales la fuerza debe convertir nunca la erudición en su intérprete
poética de la impresión que hacen en nosotros. ni el provecho propio en su abogado. Debe tocar al
Nuestra complacencia en caracteres ideales no pier- corazón, porque fluye del corazón, y no debe diri-
de nada al recordar que son ficciones poéticas, pues girse al ciudadano en el hombre, sino al hombre en
es en la verdad poética y no en la verdad histórica el ciudadano.
en la que se funda todo efecto poético. Pero la ver- Es una suerte que el verdadero genio no preste
dad poética no consiste en que algo haya acontecido mucha atención a las indicaciones que, con mejor
realment~ •. ~ino ~n que pueda acontecer, así pues, intención que derecho, uno se empeña en hacerle;
en la posabahdad mterna de la cosa. La fuerza estéti- de lo contrario, Sutzer y sus sucesores habrían dado
94 J. CH. F. SCHILLER F.SCRJTOS SOBRE ESTt.TICA 95

una figura muy ambigua a la poesía alemana. For- dad con la ley, resulta suficientemente manifiesto
mar moralmente al hombre y encender sentimientos por el hecho de que preferimos ver exteriorizadas
nacionales es, sin duda, una muy honorable misión fuerza y libertad a costa de la legalidad, que obser-
para el poeta, y las musas son las que mejor saben var la legalidad a costa de la fuerza y de la libertad.
en qué estrecha relación pueden estar con ella las En efecto, en cuanto se producen casos en que la
artes de lo sublime y de lo bello. Pero lo que la ley moral se empareja con impulsos que¡or su po-
poesía hace mediatamente de un modo insuperable, der amenazan con arrastrar a la volunta , el carác-
mmediatamente lo lograría sólo de muy mala mane- ter gana estéticamente si puede resistir esos impul-
ra. La poesía nunca se ocupa en el hombre de un sos. Un vicioso comienza a interesarnos desde el
asunto particular, y no se podría elegir instrumento momento en que tiene que arriesgar la felicidad y
más inapropiado para ver bien atendida una misión la vida para llevar a cabo su mala voluntad; un vir-
singular, un detalle. Su círculo de acción es la natu- tuoso, en cambio, deja de atraernos en la misma
raleza humana como totalidad, y sólo en la medida proporción cuando es su felicidad misma la que le
en que influye en el carácter puede tener influjo en pone en la necesidad de portarse bien. La venganza,
sus manifestaciones singulares. La poesía puede lle- por ejemplo, es, incontrovertiblemente, un afecto
gar a ser para el hombre Jo que el amor es para el mnoble e incluso vil. Mas no por ello deja de ser
héroe. No puede aconsejarle ni pelear a su lado, ni estético tan pronto como cuesta un sacrificio dolo-
en general hacer un trabajo por él; pero puede edu- roso a quien la ejerce. Al asesinar a sus hijos, Me-
carle para héroe, puede llamarle a realizar proezas dea apunta con este acto al corazón de Jasón, pero,
y dotarle de fortaleza para todo lo que deba ser. al mismo tiempo, clava un doloroso puñal en el
Así pues, la fuerza estética con que nos sobreco- suyo, y su venganza se vuelve estéticamente sublime
ge lo sublime de la intención y de la acción no des- desde el momento en que vemos la ternura de la
cansa, de ningún modo, en el interés de la razón en madre.
que se actúe rectamente, sino en el interés de la El juicio estético contiene aquí al~o más verda-
imaginación en que sea posible actuar rectamente, dero de lo que solemos creer. Es mantfiesto que los
es decir, en que ninguna sensación, por poderosa vicios que atestiguan fuerza de voluntad denotan
que sea, sea capaz de reprimir la libertad del ánimo. una disposición para la libertad moral mayor que
Esta posibilidad reside, empero, en cada exteriori- las virtudes que sacan un apoyo de la inclmación,
zación intensa de libertad y de fuerza de voluntad porque al malvado consecuente no le queda más
y, dondequiera que el poeta da con ellas, ha encon- que una única victoria sobre sí mismo, una única
trado ya un objeto conforme a fin para su represen- inversión de las máximas, para volver hacia el bien
tación. Y, en Jo que respecta a su interés, tanto da toda la consecuencia y presteza de voluntad que
que tome sus héroes de la clase de Jos buenos carac- prodiga en el mal. ¿De dónde si no que rechacemos
teres o de la de los malos, pues la misma medida de con aversión el carácter bueno a medias y sigamos
fuerza que es necesaria para el bien puede requerir- a menudo al carácter malo del todo con admiración
la muy a menudo el ser consecuente en el mal. Has- estremecida? Sin duda, del hecho de que con aquél
ta qué punto, cuando se trata de juicios estéticos, abandonamos también la posibilidad del querer ab-
nos fijamos más en la fuerza que en la dirección de solutamente libre , mientras que en éste, cada vez
la fuerza, y en la libertad más que en la conformi- que se exterioriza, advertimos cómo, por un único
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acto de voluntad, puede alzarse hasta la dignidad


toda de la humanidad.
Así pues, en los juicios estéticos estamos intere-
sados no por la moralidad en sí misma, sino mera-
mente por la libertad, y la moralidad puede compla-
cer a la imaginación sólo en la medida en que haga
visible la libertad. De ahí que sea una confusión ma-
nifiesta de límites cuando se exige conformidad mo-
rala fin en cosas estéticas y cuando, para ampliar el
reino de la razón, se quiere desplazar a la imagina-
ción de su esfera legíttma. O bien habrá que sojuz-
garla enteramente, y entonces está perdido todo SOBRE LA EDUCACIÓN
efecto estético, o bien compartirá su hegemonía con ESTÉTICA DEL HOMBRE
la razón, y entonces es probable que no se haya
ganado mucho para la moralidad. Persiguiendo dos
fines diversos, se corre el peligro de malograr am-
bos. Encadenaremos la libertad de la fantasía con CARTA 1
la conformidad moral a ley, y destruiremos la nece-
sidad de la razón con la arbitrariedad de la imagi-
nación. ¡Me concedéis el honor de exponeros, en una
serie de cartas, los resultados de mts investigaciones
sobre lo bello y el arte! Vivamente siento ro arduo
de tal empresa, pero también su encanto y su majes-
tad. Voy a hablar de un objeto que se halla en inme-
diata relación con la mejor parte de nuestra felici-
dad y que también toca de cerca a la nobleza moral
de la humana condición. Voy a defender la causa
de la belleza, ante un corazón que sabe sentirla y
manejarla con toda su fuerza. En el curso de estas
disqutsiciones será preciso acudir a los sentimientos
tanto, por lo menos, como a los principios. Vuestro
corazón toma sobre sí la parte más difícil de la
tarea.
Lo que yo quería pediros por favor, me lo impo-
néis generosamente como un deber, con lo cual co-
bra apariencias de mérito lo que en mí es inclina-
ción vehemente. La libertad de exposición que me
prescribís, lejos de cohibirme, me es muy necesaria.
Soy poco ducho en el manejo de las formas escolás-
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