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EL FENÓMENO DE LAS GRANDES CIUDADES.

La primera gran oleada tuvo lugar en el periodo comprendido entre 5000 a.C.
hasta el 500 d.C. es decir, hasta la caída de Roma.

En ese periodo surgieron grandes ciudades cómo Jericó, Biblos, Jerusalén,


Babilonia, Nínive, Atenas, Esparta y Roma. Por sus dimensiones, estas ciudades
son llamadas Polis.

En una segunda etapa histórica, que se inicia con el renacimiento, surgen


Roma, Babilonia, Florencia, Constantinopla, Londres, París, y Toledo. Estas son
llamadas neópolis.

Un tercer periodo de grandes ciudades comienza en el 1800, con la llamada


Revolución Industrial. La característica determinante en esta etapa es la ciudad
central rodeada de suburbios. Es la llamada metrópolis (ciudad madre). En esta
lista aparecen New York, Chicago, Londres, Berlín, París, Tokio y Mosku.

La actual etapa histórica de movimientos de las grandes ciudades es llamada


megalópolis, cuya característica dominante es la ciudad central, con sus
suburbios formando ciudades satélites. Todas las grandes ciudades del mundo
se encuentran en esta situación.

Este fenómeno se extendió después de la Segunda Guerra Mundial.

La formación de megalópolis es algo tan alarmante que Harvey Cox, es un libro


missión in a world of cities, afirma:

“Los historiadores del futuro se referían al siglo XX, como el siglo en que el
mundo entero se transformó en una gran ciudad”.

LAS GRANDES CIUDADES Y EL PLAN DE DIOS

A estas alturas, conviene que meditemos un poco en cuanto a la manera como


Dios ha desarrollado su plan, utilizando las grandes ciudades. Veamos algunos
ejemplos.

Abraham, el llamado “padre de la fe” fue sacado de una gran ciudad: Ur de los
caldeos. Israel inició la conquista de Canaán comenzando con una gran ciudad:
Jericó. El cristianismo nació en una gran ciudad: Jerusalén, y se extendió a las
grandes ciudades, por ejemplo, Samaria y Antioquía. Por estos ejemplos,
creemos que Dios está interesado, principalmente, por las grandes ciudades.

LA COMPLEJIDAD CONTEXTUAL DE LAS GRANDES CIUDADES.

Las grandes ciudades atraen siempre a grupos de inmigrantes. Es constante el


flujo migratorio de personas venidas de todas partes, sin ninguna garantía de
medios de vida, que se convierten en un problema desde el punto de vista del
contexto social. Son personas que pasan a formar nuestra lista de
preocupaciones evangelísticas, y que merecen, sin duda alguna un tratamiento
muy especial que exige hacer considerables gastos.

Con un crecimiento así, violento, y por tanto desordenado, la estructura social


se hace muy compleja. Surgen los barrios marginales. Sumamente pobres,
aumenta la mendicidad y prolifera la delincuencia, la prostitución y el consumo
de drogas. Pero además se crean problemas de transporte ya que, a pesar de
que la ciudad tiende a crecer hacia la periférica, la gente va a los lugares
céntricos en busca de trabajo para ganarse la vida. Por otra parte, el sector de
la población que no cumple con sus compromisos civiles, aliado a la corrupción,
hace que las autoridades no dispongan de los recursos necesarios para
estructuras de crecimiento adecuado de las ciudades. Esto se traduce en falta
de agua, electricidad, y salubridad básica.

Toda esta situación ejerce una enorme presión sobre la población de las
grandes ciudades, los más ricos se encierran en sus palacetas y fortalezas, por
temor a los asaltos y secuestros, y por ello resulta difícil abordarlos con el
evangelio. Los de la clase media trabajan día y noche para mantener un cierto
estatus, y no les queda tiempo para ocuparse de la religión; y los más pobres
recurren muchas veces a la religión, básicamente por un interés material,
comúnmente en busca de curación de sus enfermedades o de comida para su
estómago. Ante este cuadro, la evangelización de las grandes ciudades es,
realmente, un capítulo muy especial en el evangelio.

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