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Pensar en un futuro que cada día se hace más distante, es la esperanza a la cual nos

aferramos todos de manera inconsciente. Estar tanto tiempo en mi casa me ha hecho pensar
que esto es lo único que nos motiva a realizar las tareas de cada día. A levantarnos y
decirnos a nosotros mismos que hay mucho por cambiar y por hacer, y que aún más, en
estas circunstancias globales debemos afrontar todo, ser guerreros y nunca desfallecer. Ya
estamos aprendiendo una nueva cotidianidad en nuestro cuerpo. El cuerpo lo siente y
sobretodo trata de comprenderlo. Sabe que debe adaptarse y entender que lo que está
sucediendo es solo algo transitorio y que algún día tendrá que cambiar. No sabemos
cuando, pero cambiará. Así es la guerra, así es la violencia, así es dolor, así es la felicidad.
Nos han enseñado desde pequeños a esperar y a tener esperanza ciegamente.

Confiaré en que todo se puede solucionar, y que mi vida tal cual como la recordaba volverá.
Volveré a ver a mi amigos, a mis primos, a mis abuelos y a todos quienes considero que
hacen parte de mi vida. Me volveré a enamorar y seré feliz. Haré ese concierto que tanto
había postergado y por fin entenderé mi papel como artista en el mundo. No puedo parar,
me enseñaron que no debía parar. Debo seguir corriendo aunque todos paren.

Hay días en que quiero volver a esa realidad, a la cual me acomodé demasiado porque es
una vida que funciona para mi. No sabría que cambiar. Es una vida en que puedo seguir.

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