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L
os dichos del sabio podrían hallar su eco en la parábola de
Jesús: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le
compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la
roca” (Mateo 7:24). Del mismo modo, el sabio de Proverbios nos
insta a confiar en Dios y a edificar nuestra casa sobre la roca. Esta nueva
sección del libro, “Las palabras de los sabios”, se desarrolla en dos partes.
La primera parte (22:17-24:22), después de algunos preliminares con respec-
to a la necesidad de poseer sabiduría en nuestro corazón (22:17-21), enu-
mera una serie de “treinta dichos” (22:20, NVI) 1 que consisten en instruc-
ciones específicas con respecto a nuestra conducta concreta en la vida:
nuestra ética de trabajo, nuestro comer y beber, nuestra familia, nuestro
prójimo y nuestro gobierno. Es interesante que Salomón, como dijimos al
comienzo, deliberadamente extrajera algo del material para sus dichos de
una fuente egipcia, “La instrucción de Amenemope”. La razón de este prés-
tamo no es que el autor bíblico hubiese perdido la inspiración: la razón es
que encontró, en la verdad y el valor de esta ética “secular”, verdades que
Dios debió haber revelado a su autor. Aun los paganos y los ateos deben su
sabiduría a Dios.
El sabio de Proverbios declara explícitamente el propósito de sus dichos:
“Para que tu confianza sea en Jehová” (22:19). La segunda parte (24:23-34)
parece ser diferente de la primera. El estilo es diferente: no hay referencias a
la confianza en Dios, a pesar de lo cual el sabio busca la misma sabiduría.
80 LIBRO DE PROVERBIOS
¡NO LO HAGAS!
La religión que se afirma aquí no está constituida por creencias religiosas
o declaraciones teológicas; está compuesta por declaraciones tangibles de
“No lo hagas”, que conciernen a nuestra vida diaria. La verdad religiosa
promovida aquí debiera ser probada en nuestra propia existencia.
La profundidad de la sabiduría. Las palabras del sabio deben ser bien
recibidas en nuestro corazón y rebalsar hasta nuestros labios (22:17-19), de
manera tal que quienes las oyen reconozcan la certeza de su verdad (22:21,
22). La eficiencia de nuestro testimonio verbal esencialmente depende,
entonces, de cómo nuestros corazones hayan recibido la verdad. Para dejar
bien en claro su punto, el sabio compara la sabiduría con la miel que co-
memos y gozamos: “Come, hijo mío, de la miel, porque es buena [...] dulce
a tu paladar. Así será a tu alma el conocimiento de la sabiduría” (24:13).
Antes de pasar a los labios, la sabiduría debe ser bien asimilada. Lo que
importa principalmente es que las palabras “sobre tus labios" estén profun-
damente arraigadas en nuestro entendimiento.
El maestro sabio comienza con la premisa: “Aplica tu corazón a mi sabi-
duría” (22:17). Lo que importa más que nada es la sabiduría en nuestro
corazón. Este requisito básico se repite a través de todo este discurso: “Apli-
ca tu corazón a la enseñanza” (23:12); “No tenga tu corazón envidia de los
pecadores” (23:17); a lo cual se agrega la promesa de vida eterna (23:18).
“Compra la verdad [...] la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia” (23:23).
La razón de este énfasis se declara explícitamente en lenguaje metafórico
en los dichos 20 (24:3,4) y 21 (24:5,6), en los cuales el proceso de adopción
de la sabiduría se compara con la edificación de una casa: “Con sabiduría
se edificará la casa” (24:3). La sabiduría es lo que garantiza la solidez de la
casa, así como la casa edificada sobre la roca es sólida (Mateo 7:24). Por
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ello, busca la sabiduría si quieres garantizar el éxito en tus desafíos, aun los
más riesgosos, tales como una guerra.
Basa tus actividades no sobre la fuerza, sino sobre la sabiduría (24:5), acti-
tud bien probada mediante la consulta de muchos consejeros (24:6). Como
solían decir los antiguos rabíes del Talmud: “La rivalidad entre los sabios au-
menta la sabiduría” {Baba Batra 21a). Esta profunda dedicación a la sabiduría
es muy exigente. El sabio es consciente de la dificultad de ese requisito, y su
enseñanza, a menudo, está marcada con dudas de que su alumno la adopta-
rá. El sabio, como otros maestros, se desanima al ver que el elevado valor de
su enseñanza con frecuencia es despreciado, o no es como la gente quisiera.
Es como “zarcillo de oro en el hocico de un cerdo" (11:22), o “perlas delante
de los cerdos” (Mateo 7:6).El sabio suspira, entonces, y se siente desesperan-
zado frente a este desafío: “Alta está para el insensato la sabiduría” (24:7).
Pero él no rebaja sus normas ni se somete a la presión de la mediocridad. El
sabio todavía insiste en que a menos que la sabiduría llegue al corazón y
afecte todos los aspectos de nuestra vida, es sabiduría falsa.
Nuestra ética del trabajo. La pereza es uno de los pecados contra los
cuales ya nos ha advertido el sabio de Proverbios (6:6-11; 10:4; 15:19; 19:15,
etc.). Solo unos pocos versículos antes, escuchamos la burla del perezoso
que teme trabajar como quien teme las amenazas de un león (22:13). El
trabajo, por lo tanto, es alabado como un importante valor que debemos
procurar: “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes
estará” (22:29). No es suficiente trabajar: debemos ser “diligentes” (NV1) al
hacerlo. No obstante, el trabajo debe ser monitoreado; de otro modo, po-
dría lastimar a otros, y hasta a nosotros mismos. No debemos trabajar contra
la gente; especialmente, a expensas de los desempleados, que son pobres y
vulnerables (22:22), y listos para aceptar todas nuestras condiciones porque
no tienen otra elección.
En nuestras sociedades modernas, este abuso ha sido practicado, y toda-
vía lo es. Pensemos en los extranjeros, legales o ilegales, que sufren abusos
en algunas de las grandes empresas. O piensa en el trabajo infantil, cuyos
patrocinadores emplean a niños con salarios muy bajos, que solo ayudan a
sus dueños a ser más ricos. También pensamos en las astutas estrategias de
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estaban en las casas de los habitantes del pueblo y en sus chacras aisladas.
Cuando los alemanes llegaron, huyeron a los bosques circundantes. En
1988, Le Chambon-sur-Lignon recibió el nombre oficial de “Justos entre las
naciones”, por este acto de heroísmo, que involucró a todos los habitantes
de la aldea y a su pastor.
Desafortunadamente, esta clase de valor era raro, y muchas personas
prefirieron quedarse tranquilos ante las masacres. Muchos justificaron su
silencio y su pasividad con el pretexto de que no lo sabían. El autor de Pro-
verbios piensa en estas personas: “Si dijeres: Ciertamente no lo supimos,
¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones?” (24:12). Junto con esta
advertencia inspirada, una famosa declaración y un poema provocativo,
atribuido al pastor Martin Niemóller (1892-1984), nos advierte en contra de
la cobardía que caracterizó la respuesta de muchos intelectuales alemanes
ante el surgimiento del nazismo, sencillamente porque no se sentían preo-
cupados por ello:
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vez y ya no se levantará más. El valor, por lo tanto, es una parte del progra-
ma de la sabiduría: “Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada
es tu fortaleza (24:10, NVI). Este proverbio no es solo acerca de observar el
resultado inevitable de un carácter débil; es un estímulo a no “desanimarse”
en el día de las luchas y los temores. De otro modo, perderemos nuestras
fuerzas.
La práctica de la resistencia y la fortaleza aumentan nuestra fuerza. El
versículo hebreo puede también traducirse: “Si eres débil en el día de aflic-
ción, te volverás débil”. Hay un juego de palabras aquí entre la palabra
aflicción (tsaráh) y la palabra siguiente débil (tsar), lo cual sugiere que el
débil es dependiente en ocasión de las dificultades. La lección de sabiduría
escondida en este juego de palabras es que no deberíamos permitir que los
eventos determinen nuestra posición.
El caso extremo de la caída de nuestro enemigo puede servir como una
ilustración de este principio: “Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes”
(24:17). Aunque este impulso sería solo natural, el sabio lo denuncia como
una conducta que desagrada a Jehová (24:18). Se nos advierte que el hecho
de gozarnos con los infortunios de nuestro enemigo es como si participára-
mos en ese evento perturbador, y Dios, por tanto, “aparte de sobre él su
enojo” (24:18; cf. 15:1).
Nuestro gobierno. El rey representa la autoridad máxima sobre la tierra;
debemos respetar esta autoridad como respetamos a Dios mismo (cf. Mateo
22:21). La intención de esta asociación entre el rey y Dios no es solo para
justificar nuestros deberes civiles; también es una advertencia velada dirigi-
da a su hijo, el futuro rey, de que el rey debe su autoridad a Dios y, por lo
tanto, está sujeto a la Ley de Dios (Deuteronomio 17:14-20; cf. Eclesiastés
5:8, 9).
PREPARA EL CAMPO
Este breve apéndice (24:23,24), que también se atribuye al sabio (24:23),
se concentra en un aspecto específico de su enseñanza: la necesidad de
profundizar nuestro juicio y nuestro trabajo. El sabio advierte, por un lado,
sobre la tentación de ser “parcial en el juicio" (24:23-26) y contra los falsos
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Referencias
1 Los treinta dichos se agrupan del siguiente modo: (1) 22:21-23; (2) 22:24,25; (3)
22:26,27; (4) 22:28; (5) 22:29; (6) 23:1-3; (7) 23:4,5; (8) 23:6-8; (9) 23:9; (10) 23:10,11;
(11) 23:12; (12) 23:13,14;(13) 23:15,16; (14) 23:17,18; (15) 23:19-21; (16) 23:22-25; (17)
23:26-28; (18) 23:29-35; (19) 24:1,2; (20) 24:3,4; (21) 24:5,6; (22) 24:7; (23) 24:8,9; (24)
24:10; (25) 24:11,12; (26) 24:13,14; (27) 24:15, 16; (28) 24:17,18; (29) 24:19,20; (30)
24:21,22; cf. Duane Garret, Proverbs, Ecclesiastes, Song of Songs, tomo 14, New Ameri-
can Commentary (Nashville: B & H Publishing Group, 1993), pp. 193-200.