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CAPÍTULO 9

La casa sobre la roca

L
os dichos del sabio podrían hallar su eco en la parábola de
Jesús: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le
compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la
roca” (Mateo 7:24). Del mismo modo, el sabio de Proverbios nos
insta a confiar en Dios y a edificar nuestra casa sobre la roca. Esta nueva
sección del libro, “Las palabras de los sabios”, se desarrolla en dos partes.
La primera parte (22:17-24:22), después de algunos preliminares con respec-
to a la necesidad de poseer sabiduría en nuestro corazón (22:17-21), enu-
mera una serie de “treinta dichos” (22:20, NVI) 1 que consisten en instruc-
ciones específicas con respecto a nuestra conducta concreta en la vida:
nuestra ética de trabajo, nuestro comer y beber, nuestra familia, nuestro
prójimo y nuestro gobierno. Es interesante que Salomón, como dijimos al
comienzo, deliberadamente extrajera algo del material para sus dichos de
una fuente egipcia, “La instrucción de Amenemope”. La razón de este prés-
tamo no es que el autor bíblico hubiese perdido la inspiración: la razón es
que encontró, en la verdad y el valor de esta ética “secular”, verdades que
Dios debió haber revelado a su autor. Aun los paganos y los ateos deben su
sabiduría a Dios.
El sabio de Proverbios declara explícitamente el propósito de sus dichos:
“Para que tu confianza sea en Jehová” (22:19). La segunda parte (24:23-34)
parece ser diferente de la primera. El estilo es diferente: no hay referencias a
la confianza en Dios, a pesar de lo cual el sabio busca la misma sabiduría.
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No debemos procurar juzgar basados sobre nuestra propia “acepción” sub-


jetiva (24:23-25, 28, 29), o edificar nuestra casa en la superficie de nuestro
“campo” (24:27, 30-34). En cambio, debemos juzgar nuestro caso sobre la
base de evidencias sólidas, o edificar nuestra casa sobre un fundamento
bien preparado.

¡NO LO HAGAS!
La religión que se afirma aquí no está constituida por creencias religiosas
o declaraciones teológicas; está compuesta por declaraciones tangibles de
“No lo hagas”, que conciernen a nuestra vida diaria. La verdad religiosa
promovida aquí debiera ser probada en nuestra propia existencia.
La profundidad de la sabiduría. Las palabras del sabio deben ser bien
recibidas en nuestro corazón y rebalsar hasta nuestros labios (22:17-19), de
manera tal que quienes las oyen reconozcan la certeza de su verdad (22:21,
22). La eficiencia de nuestro testimonio verbal esencialmente depende,
entonces, de cómo nuestros corazones hayan recibido la verdad. Para dejar
bien en claro su punto, el sabio compara la sabiduría con la miel que co-
memos y gozamos: “Come, hijo mío, de la miel, porque es buena [...] dulce
a tu paladar. Así será a tu alma el conocimiento de la sabiduría” (24:13).
Antes de pasar a los labios, la sabiduría debe ser bien asimilada. Lo que
importa principalmente es que las palabras “sobre tus labios" estén profun-
damente arraigadas en nuestro entendimiento.
El maestro sabio comienza con la premisa: “Aplica tu corazón a mi sabi-
duría” (22:17). Lo que importa más que nada es la sabiduría en nuestro
corazón. Este requisito básico se repite a través de todo este discurso: “Apli-
ca tu corazón a la enseñanza” (23:12); “No tenga tu corazón envidia de los
pecadores” (23:17); a lo cual se agrega la promesa de vida eterna (23:18).
“Compra la verdad [...] la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia” (23:23).
La razón de este énfasis se declara explícitamente en lenguaje metafórico
en los dichos 20 (24:3,4) y 21 (24:5,6), en los cuales el proceso de adopción
de la sabiduría se compara con la edificación de una casa: “Con sabiduría
se edificará la casa” (24:3). La sabiduría es lo que garantiza la solidez de la
casa, así como la casa edificada sobre la roca es sólida (Mateo 7:24). Por

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ello, busca la sabiduría si quieres garantizar el éxito en tus desafíos, aun los
más riesgosos, tales como una guerra.
Basa tus actividades no sobre la fuerza, sino sobre la sabiduría (24:5), acti-
tud bien probada mediante la consulta de muchos consejeros (24:6). Como
solían decir los antiguos rabíes del Talmud: “La rivalidad entre los sabios au-
menta la sabiduría” {Baba Batra 21a). Esta profunda dedicación a la sabiduría
es muy exigente. El sabio es consciente de la dificultad de ese requisito, y su
enseñanza, a menudo, está marcada con dudas de que su alumno la adopta-
rá. El sabio, como otros maestros, se desanima al ver que el elevado valor de
su enseñanza con frecuencia es despreciado, o no es como la gente quisiera.
Es como “zarcillo de oro en el hocico de un cerdo" (11:22), o “perlas delante
de los cerdos” (Mateo 7:6).El sabio suspira, entonces, y se siente desesperan-
zado frente a este desafío: “Alta está para el insensato la sabiduría” (24:7).
Pero él no rebaja sus normas ni se somete a la presión de la mediocridad. El
sabio todavía insiste en que a menos que la sabiduría llegue al corazón y
afecte todos los aspectos de nuestra vida, es sabiduría falsa.
Nuestra ética del trabajo. La pereza es uno de los pecados contra los
cuales ya nos ha advertido el sabio de Proverbios (6:6-11; 10:4; 15:19; 19:15,
etc.). Solo unos pocos versículos antes, escuchamos la burla del perezoso
que teme trabajar como quien teme las amenazas de un león (22:13). El
trabajo, por lo tanto, es alabado como un importante valor que debemos
procurar: “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes
estará” (22:29). No es suficiente trabajar: debemos ser “diligentes” (NV1) al
hacerlo. No obstante, el trabajo debe ser monitoreado; de otro modo, po-
dría lastimar a otros, y hasta a nosotros mismos. No debemos trabajar contra
la gente; especialmente, a expensas de los desempleados, que son pobres y
vulnerables (22:22), y listos para aceptar todas nuestras condiciones porque
no tienen otra elección.
En nuestras sociedades modernas, este abuso ha sido practicado, y toda-
vía lo es. Pensemos en los extranjeros, legales o ilegales, que sufren abusos
en algunas de las grandes empresas. O piensa en el trabajo infantil, cuyos
patrocinadores emplean a niños con salarios muy bajos, que solo ayudan a
sus dueños a ser más ricos. También pensamos en las astutas estrategias de

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las multinacionales, que contratan trabajadores extranjeros a un salario muy


bajo y en condiciones inhumanas. En mayor escala, podemos incluir, tam-
bién, la explotación de la colonización y la esclavitud, por medio de las
cuales los países más ricos se aprovechan de los países pobres y menos
desarrollados para enriquecerse. El sabio también denuncia cualquier in-
tento de parte de un rico ávido de “traspasar el lindero antiguo" (23:10; cf.
22:28) o de aprovecharse de una propiedad que pudiera pertenecer a huér-
fanos.
También, nos advierte respecto del daño que el trabajo puede causarnos a
nosotros mismos. Por valioso que sea nuestro trabajo y nuestra dedicación a
la más alta calidad, no debemos trabajar a expensas de nuestra salud o de
nuestra vida familiar: “No te afanes por hacerte rico” (23:4). La intención de
este consejo no tiene nada que ver con la necesidad de trabajar o las deman-
das de la excelencia; es, sencillamente, “ser rico” (23:4). El sabio afirma que
la riqueza no vale el sacrificio; “volará” (23:5). El gozo de las riquezas que
adquirimos no durará, y nuestras riquezas desaparecerán (ver Eclesiastés 6:2).
El sabio insta a los “trabajaólicos” a “desistir” (23:4), porque han llegado a un
punto peligroso. El mismo verbo se usa para describir a los constructores de
la torre de Babel cuando “dejaron de edificar” (Génesis 11:8).
Nuestro comer y beber. El mismo consejo para la moderación se aplica a
la manera en que comemos y bebemos. A la persona que le gusta comer
mucho, el sabio aconseja: “Pon cuchillo a tu garganta” (23:2). Este llamado
al autocontrol se refiere a la situación de ser invitado, porque no es cortés
comer demasiado cuando has sido invitado; hasta perderías el respeto de tu
anfitrión, y su deliciosa comida podría serte “engañosa” (23:3) y ser ocasión
de caída. No obstante, este consejo va más allá de una situación específica
de un invitado y concierne, de forma más generaba los glotones. La imagen
del “cuchillo a tu garganta” es una medida dramática, que irónicamente es
apropiada para el caso. La imagen es sumamente sugerente. El cuchillo a la
garganta de un comilón no solo impide que la comida siga bajando por la
garganta, sino también amenaza su vida: el glotón está en peligro de muer-
te. Comer demasiado puede en realidad hasta costarle la vida al glotón.
Nota, sin embargo, que el sabio no favorece una norma ascética de vida;

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hasta anima a comer miel, “porque es buena” (24:13). El problema contra el


cual lucha es la intemperancia.
Beber vino ocupa un lugar especial en el libro de Proverbios, como se
ejemplifica aquí. Aunque se asocia al glotón y al bebedor en el mismo juicio
(ambos conducen a la pobreza [23:21]), el sabio dedica todo un poema
satírico al bebedor de vino (23:29-35). Esto sugiere un peligro diferente, que
no aflige al glotón. Mientras que el glotón recibe la advertencia en la etapa
de su glotonería en que come demasiado, el bebedor de vino es advertido
en una etapa muy temprana, cuando sencillamente mira “el vino cuando
rojea”, y todavía no ha tomado la copa (23:31). Para desanimarnos de beber
vino, se nos explicitan variéis consecuencias: “ay”, “dolor”, “quejas”, “renci-
llas”, “heridas gratuitas” (NVI), ojos amoratados (23:29). El sabio aun predi-
ce la última etapa del beber vino (“al fin como serpiente morderá” [23:32])
y prevé la tristeza del alcohólico (24:35). Mientras el sabio de Proverbios
recomienda moderación y autocontrol con respecto a la comida, opta por
la abstinencia total con respecto al vino. La razón de su opción radical es la
amenaza potencial del alcoholismo; el alcoholismo es la razón para la abs-
tención.
Nuestra familia. La felicidad de las familias depende tanto de la relación
entre el esposo y la esposa como de la relación entre padres e hijos. Es in-
teresante que las dos relaciones están planteadas en mutua conexión. El
llamado a abstenerse de entrar en relaciones adúlteras sigue inmediatamen-
te al llamado a honrar al padre y a la madre (23:22) y a gozarse en ellos
(23:24, 25).Todo esto está arraigado en la calidad de su relación con su
padre y la conducta del padre como modelo: “Dame, hijo mío, tu corazón, y
miren tus ojos por mis caminos” (23:26).
Nuestros prójimos. Somos responsables por nuestros prójimos. La pará-
bola que narró Jesús del buen samaritano (Lucas 10:33-37) no solo nos en-
seña quién es nuestro prójimo (Lucas 10:36,37), sino también nos obliga a
actuar para salvar al prójimo cuando está en peligro. La historia del rescate
de tres mil judíos, la mayoría de los cuales eran niños, en La Chambon-sur-
Lignon, un pueblo protestante de la región de los Cévennes, en Francia,
durante el período del Holocausto, ilustra el punto de Proverbios. Los judíos

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estaban en las casas de los habitantes del pueblo y en sus chacras aisladas.
Cuando los alemanes llegaron, huyeron a los bosques circundantes. En
1988, Le Chambon-sur-Lignon recibió el nombre oficial de “Justos entre las
naciones”, por este acto de heroísmo, que involucró a todos los habitantes
de la aldea y a su pastor.
Desafortunadamente, esta clase de valor era raro, y muchas personas
prefirieron quedarse tranquilos ante las masacres. Muchos justificaron su
silencio y su pasividad con el pretexto de que no lo sabían. El autor de Pro-
verbios piensa en estas personas: “Si dijeres: Ciertamente no lo supimos,
¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones?” (24:12). Junto con esta
advertencia inspirada, una famosa declaración y un poema provocativo,
atribuido al pastor Martin Niemóller (1892-1984), nos advierte en contra de
la cobardía que caracterizó la respuesta de muchos intelectuales alemanes
ante el surgimiento del nazismo, sencillamente porque no se sentían preo-
cupados por ello:

Primero, vinieron para buscar a los socialistas, y yo no hablé...


Porque no era un socialista.
Luego vinieron por los gremialistas, y yo no hablé...
Porque no era un gremialista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no hablé...
Porque no era judío.

Así como el samaritano de la parábola y los habitantes de Le Chambon-


sur-Lignon, somos responsables por nuestro prójimo, y deberíamos estar
preocupados por su miseria. Paradójicamente, entre la “sabia” prudencia
del cobarde, quien dice que no sabía, y las acciones arriesgadas de los jus-
tos, el libro de Proverbios opta por esto último.
Con pesimismo, el sabio predice que la actitud de los justos no vale la
pena: “Porque siete veces podrá caer el justo” (24:16a, NVI). Por otro lado,
la actitud del impío parece valer más: “los impíos caerán” (24:16b). El justo
cae siete veces; el impío, solo una vez. Sin embargo, la diferencia funda-
mental es que el justo se levantará siete veces, pero el impío caerá una sola

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vez y ya no se levantará más. El valor, por lo tanto, es una parte del progra-
ma de la sabiduría: “Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada
es tu fortaleza (24:10, NVI). Este proverbio no es solo acerca de observar el
resultado inevitable de un carácter débil; es un estímulo a no “desanimarse”
en el día de las luchas y los temores. De otro modo, perderemos nuestras
fuerzas.
La práctica de la resistencia y la fortaleza aumentan nuestra fuerza. El
versículo hebreo puede también traducirse: “Si eres débil en el día de aflic-
ción, te volverás débil”. Hay un juego de palabras aquí entre la palabra
aflicción (tsaráh) y la palabra siguiente débil (tsar), lo cual sugiere que el
débil es dependiente en ocasión de las dificultades. La lección de sabiduría
escondida en este juego de palabras es que no deberíamos permitir que los
eventos determinen nuestra posición.
El caso extremo de la caída de nuestro enemigo puede servir como una
ilustración de este principio: “Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes”
(24:17). Aunque este impulso sería solo natural, el sabio lo denuncia como
una conducta que desagrada a Jehová (24:18). Se nos advierte que el hecho
de gozarnos con los infortunios de nuestro enemigo es como si participára-
mos en ese evento perturbador, y Dios, por tanto, “aparte de sobre él su
enojo” (24:18; cf. 15:1).
Nuestro gobierno. El rey representa la autoridad máxima sobre la tierra;
debemos respetar esta autoridad como respetamos a Dios mismo (cf. Mateo
22:21). La intención de esta asociación entre el rey y Dios no es solo para
justificar nuestros deberes civiles; también es una advertencia velada dirigi-
da a su hijo, el futuro rey, de que el rey debe su autoridad a Dios y, por lo
tanto, está sujeto a la Ley de Dios (Deuteronomio 17:14-20; cf. Eclesiastés
5:8, 9).

PREPARA EL CAMPO
Este breve apéndice (24:23,24), que también se atribuye al sabio (24:23),
se concentra en un aspecto específico de su enseñanza: la necesidad de
profundizar nuestro juicio y nuestro trabajo. El sabio advierte, por un lado,
sobre la tentación de ser “parcial en el juicio" (24:23-26) y contra los falsos

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testigos (24:28, 29). Por otro lado, la tentación de la superficialidad en nues-


tro trabajo (24:27, 30-34). Las dos tentaciones se presentan en forma de un
quiasmo:

Parcialidad en el juicio (24:23-26)


Superficialidad en la edificación (24:27)
Parcialidad en ser un testigo (24:28,29)
Superficialidad en la cultura (24:30-34)

Parcialidad. La aplicación principal de este consejo es en las cortes lega-


les, y se ocupa del juez (24:23-26) o de los testigos (24:28, 29), quienes pue-
den estar tentados a apoyar o rechazar un caso no sobre la base de la ver-
dad, sino de su relación o de su experiencia pasada con la persona. Más
allá de este contexto legal, sin embargo, el principio puede aplicarse tam-
bién a nuestra vida diaria, a la manera en que juzgamos y tratamos a nues-
tros prójimos.
La doctrina de los dos caminos subyace a esta ética. Es importante que
el bien y el mal sean claramente reconocidos como tales. Por supuesto, es
en interés de los justos el reconocer su inocencia, porque esto fortalecerá y
estimulará su dedicación a la justicia. Pero también es en interés de los
impíos, porque los llevará al arrepentimiento. También es en interés del juez
y de los testigos el pronunciar un juicio justo o el testimonio correcto, pues
“besados serán los labios del que responde palabras rectas’’ (24:26), y así
silenciarán a las partes involucradas (ver Génesis 41:40).
Además, llamar a los justos malos y a los malos justos (24:24, 25) va en
contra de la misma naturaleza de la sabiduría, que consiste, precisamente,
en discernir el bien del mal (1 Reyes 3:9). El concepto de Deuteronomio
acerca de las bendiciones y las maldiciones, asociadas respectivamente con
la obediencia y la desobediencia a la Ley de Dios, refuerza la dicotomía
entre estos dos órdenes (Deuteronomio 27:11-28:68) y transforma este juicio
humano en un juicio divino (Eclesiastés 12:14). La lección de la recomen-
dación es la seguridad de la presencia de Dios de nuestro lado al aplicar
esta sabiduría de discernimiento, y la promesa redentora del juicio de Dios.

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Superficialidad El sabio nos advierte contra la tentación del trabajo ya


sea fácil o fuerte, que en realidad no conducen a ninguna parte. Cuando
edificamos una casa, primero tenemos que colocar los fundamentos, a pe-
sar de ser las partes que nadie verá ni admirará. Nuestra ansiedad de ser
rápidamente reconocidos y alabados y nuestra impaciencia por gozar tan
pronto como sea posible del resultado de nuestro trabajo, pueden incitar-
nos a concentrarnos solo en las partes visibles. Más tarde o más temprano,
la mala calidad de nuestro trabajo se revelará. Muy pronto, las espinas del
campo ahogarán cualquier viñedo que no haya sido cuidado íntegra y ver-
daderamente (24:30,31), y nuestra pobreza nos alcanzará como un ladrón
(24:34). La misma suerte espera a la casa fácilmente construida sobre arena
blanda: “Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con
ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina" (Mateo 7:27).

Referencias
1 Los treinta dichos se agrupan del siguiente modo: (1) 22:21-23; (2) 22:24,25; (3)
22:26,27; (4) 22:28; (5) 22:29; (6) 23:1-3; (7) 23:4,5; (8) 23:6-8; (9) 23:9; (10) 23:10,11;
(11) 23:12; (12) 23:13,14;(13) 23:15,16; (14) 23:17,18; (15) 23:19-21; (16) 23:22-25; (17)
23:26-28; (18) 23:29-35; (19) 24:1,2; (20) 24:3,4; (21) 24:5,6; (22) 24:7; (23) 24:8,9; (24)
24:10; (25) 24:11,12; (26) 24:13,14; (27) 24:15, 16; (28) 24:17,18; (29) 24:19,20; (30)
24:21,22; cf. Duane Garret, Proverbs, Ecclesiastes, Song of Songs, tomo 14, New Ameri-
can Commentary (Nashville: B & H Publishing Group, 1993), pp. 193-200.

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