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CLACSO

Chapter Title: Violencia simbólica sistémica en la educación, reproductora eficiente del


modelo de sociedad

Book Title: La formación docente


Book Subtitle: horizontes y rutas de innovación
Book Author(s): Rafael Lucio Gil
Published by: CLACSO. (2018)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctvnp0k1g.25

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607

C a p í t u l o X XI

Violencia simbólica sistémica en la educación,


reproductora eficiente del modelo de sociedad

1. La Violencia simbólica sistémica en la educación


nicaragüense: hechos y procesos
Son múltiples los procesos de violencia simbólica que se gestan en un país
multiétnico y multicultural como Nicaragua, donde predomina una cultura
hegemónica, a la vez que orillan otras subalternas.
Desde nuestra experiencia, los procesos de reforma educativa vividos
han activado la violencia simbólica, generalmente, motivados por el
poder económico y también por el poder político de un partido, capaz de
desconocer el pasado y el respeto que ya anunciaba Newton en su momento:
“Si he logrado ver más alto, es porque estoy subido sobre hombros de
gigantes”.
A partir de la imposición de políticas de reforma, el diseño curricular
representa el mecanismo e instrumento más poderoso con que cuenta el
poder, para imponer una filosofía, contenidos y métodos de enseñanza,
donde no cabe ninguna negociación social. Su objetivo no es solo penetrar
en el currículum, sino, a través de él, ingresar por la puerta grande en las
conciencias de maestros y estudiantes, con el propósito de configurar y de
preparar en las mentes, un modelo social y económico acorde con el Modelo

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de Desarrollo también impuesto, el que demanda procesos de reproducción
eficaces y normalizados.
El modelo educativo se impone negando y anulando las experiencias
anteriores, asumiendo la educación como propiedad absoluta del Estado,
con la respuesta casi mimética a las demandas del Modelo de Desarrollo. Tal
como lo denuncia Apple (1994), la lógica del control del Modelo de Desarrollo y
del Estado, está mediatizada y reforzada por sus propias necesidades burocráticas,
de procedimientos responsables y racionales, y por el conjunto de fuerzas
que actúan sobre el Estado. De esta manera, con la carga inmensa de
608 violencia simbólica que ello encierra, la enseñanza se hará cargo de los
aspectos necesarios para lograr la legitimación necesaria.
En correspondencia con esto, se impone un Modelo de Calidad implícito
(input-output), no declarado, que se ha concretado de manera ciega por
dirigentes y docentes, desprendido de la inspiración del Modelo Educativo
y de sus estrategias, para lograr un claro reduccionismo de la calidad
educativa, estrechando al mínimo la conciencia de la calidad por parte de
los actores educativos, conformados como fieles consumidores de una calidad
difusa y en deterioro, enfocada en aspectos no relevantes; y todo ello, haciendo
posible el poder y la violencia simbólica sin lugar alguno a la reacción de las
conciencias.
Para comprender mejor este fenómeno, algunos autores hacen
aportes sustanciosos al respecto. En los últimos tiempos, se han venido
analizando fenómenos complejos de interrelación entre Estado-Sociedad-
Economía-Escuela, que han llevado a descubrir hábitos impositivos desde las
instituciones, que constituyen un factor de violencia sistémica y simbólica,
ya que su mecanismo de violencia no aparece visible, pero sus resultados
son manifiestos. Según Epp (1999) en Lodeiro (2001), los principales medios
de la violencia simbólica son: la estandarización, la práctica pedagógica y
el castigo.
En este mismo contexto, asoma el currículum a las puertas, con un
frente impositivo previo y tecnocrático, absorbedor hegemónico del
protagonismo cultural, desatendiendo el llamado de los sectores más
pobres y originarios, culturalmente más en desventaja y desplazados.
Sus severas consecuencias en el mediano plazo, no se hicieron esperar:
frustración de niños-niñas más pobres y de culturas originarias, abandono
escolar, fracaso educativo, condena a repetir el ciclo de la pobreza por parte
de niños y de niñas “expulsados(as) del sistema educativo”. En definitiva, se
produce el epistemicidio de otros saberes culturales (De Souza, 2010) que
continua perviviendo en el país, a pesar de algunos esfuerzos que se han

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venido realizando, heredados de la Revolución Popular Sandinista (1980-
1998). Esta paradoja y su resolución solo se pueden comprender y resolver
desde una visión de interculturalidad sana, alternativa, no solo respetuosa,
sino también emergente.
La realidad demanda apertura a la interculturalidad desde una “ecología de
saberes”. Esta interacción importante de culturas, creencias, conocimient*os
y visiones, al contrario de los hechos habituales normalizados, debiera
de constituirse en una gran oportunidad para hacer efectivo el “diálogo
de saberes” (De Souza, 2010), respetando y aprendiendo de la diversidad
epistemológica de estos sectores y culturas, a la vez que reconociendo la 609
existencia de una pluralidad de conocimientos. El autor lo aclara cuando
expresa que “hay diversas formas de conocimiento de la materia, la
sociedad, la vida y el espíritu” (p. 50).
Esta ecología de saberes no se trata de que desacredite el conocimiento
científico, simplemente implica su uso contrahegemónico. Ello nos invita
a explorar la pluralidad interna de la ciencia y de prácticas científicas
alternativas que han sido visibilizadas por epistemologías feministas y
poscoloniales, a la vez, promover la interacción e interdependencia entre
conocimientos científicos y otros saberes. Por supuesto que, si lo asumimos
y recordamos que Nicaragua es un país multicultural y multiétnico,
deberemos reconocer la necesidad de formular y de concertar otro tipo de
currículum nacional que presente un equilibrio en el protagonismo de sus
culturas.
Desde otra perspectiva complementaria, se produce una cadena de
poderes vinculados –el Modelo de Desarrollo y el Modelo Educativo–, desde los
cuales la educación cumple su papel reproductor del modelo de desarrollo,
imponiendo las pautas de autoridad y reproduciendo el orden social propio
de la sociedad de clases en la que la escuela, según Ávila (2005), actúa como
mecanismo de legitimación de las jerarquías sociales, de manera sutil,
como la mejor herramienta para el éxito, en tanto no es percibido como tal,
llegando a contar con la adhesión de los sectores más pobres y necesitados
La violencia simbólica se impone con diversas formas harto comunes:
la violencia simbólica y la violencia directa. La violencia directa se traduce
normalmente en dos posibilidades: la violencia expresiva y la violencia
instrumental.
Desde otra perspectiva, Gentili (2011) deja claro que la educación –sea
la que se imparte en las escuelas o la que se aprende en diversas formas de
socialización– es factor de producción que diferencia y califica, potencia
y empodera para la lucha competitiva. Para él, inspirado en el derecho a

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la educación, está caracterizada por una dinámica de exclusión incluyente,
por cuanto los mecanismos de exclusión educativa, se recrean y asumen
nuevas fisonomías, en el marco de dinámicas de inclusión o inserción
institucional. A esta exclusión incluyente contribuyen los docentes, en
tanto los patrones de su formación están centrados en imponer modelos
de actuación, normas y disciplina, y de reproducirlas.
Esta violencia simbólica es, exactamente, la acción pedagógica que
impone significaciones como legítimas. Pero, justo esta legitimización,
implica la autonomía relativa de la escuela para disimular las relaciones
610 de fuerza que determinan la acción; sin tal disimulo, tal como lo expresan
Bourdieu y Passeron (1970), las funciones específicamente sociales de la
escuela, serían evidentes y develadas, lo que tendría como consecuencia
impedir que la escuela pudiera llevar a efecto su cumplimiento.
La violencia simbólica corresponde a un aspecto que transversaliza la
definición del Modelo de Calidad de cada país, derivado del Modelo
Educativo específico, desprendido, a su vez, del Modelo de Desarrollo de
cada país. Si bien los resultados de este proceso nos abrirán muchas puertas
y perspectivas al respecto, en esta ponencia pretendemos hipotetizar que
en la red de incidencia directa de los Modelos de Desarrollo, Modelos
Educativos y Modelos de Calidad, se actúa desde posiciones de poder,
desencadenando procesos de violencia simbólica, como el mejor recurso
para atenuar, justificar y, en definitiva, normalizar y ocultar, decisiones y
procesos educativos perversos.
Es a través del poder y del concurso eficiente de la violencia
simbólica, que los Modelos de Desarrollo se imponen a cada país, y de
ellos se desprenden los Modelos Educativos y sus Modelos de Calidad. Es
el Currículum, el corazón y centro de gravedad desde el que se subtiende
una red eficaz de concepciones, contenidos y métodos de enseñanza y
evaluación. Se cierra, así, un círculo pernicioso de poder y dominación.
Apenas se trata de un rasgo que, aunque invisible, es el principal y más
efectivo por ser normalizado e invisibilizado por el país.
En este sentido tan clarividente, la Filosofía y Principios Epistemológicos
Curriculares que dan vida al Currículum Nacional, desde las concepciones
del equipo tecnocrático que lo elabora se convierten en la principal
salvaguarda y paraguas que figuran en esta experiencia nacional. Sobre
su base impositiva y no concertada, resaltan principios tecnocráticos
curriculares tradicionales, revestidos de tecnicismos academicistas,
fuertemente criticados hoy por la teoría curricular innovadora alternativa,

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que sí está logrando desentrañar tal engaño revestido con visos de verdad
absoluta.
En todos los procesos curriculares de las últimas décadas en el país, ha
predominado el Poder para decidir y normalizar las decisiones con violencia
simbólica, valiéndose de la exclusión de actores y culturas subalternas
y críticas. El mejor instrumento para este poder y dominación ha sido el
Currículum, en su integralidad, más allá de un Plan de Estudios: Filosofía,
Principios Epistemológicos, Contenidos, Competencias (Objetivos), Métodos,
Evaluación, etc. En todo su contenido e inspiración, la violencia simbólica
se introduce como un ladrón de conciencias de la capacidad de reflexión 611
y conciencia crítica, asegurando un “pensamiento único”, cosificando las
conciencias y el espíritu.
El Currículum Nacional Base, decidido sin distingos para todo el país,
acaba por negar el Currículum Local. La imposición de actores tecnocráticos
expertos, implica el cierre de espacios para otros escenarios de participación
y la inclusión de contenidos culturales contrahegemónicos; su enfoque
epistemológico excluyente, a la luz de teorías curriculares superadas, la
usanza de modos de selección de contenidos culturales y científicos al
gusto, y en correspondencia con las concepciones tecnocráticas, por lo
general son descontextualizados.
La decisión de realizar un currículum en competencias y logros de
aprendizaje para seguir la moda en uso en la región, sin consenso ni
condiciones de los contextos reales para su ejecución (sin laboratorios,
etc.), así como la selección de metodologías de enseñanza-aprendizaje-
evaluación nombradas constructivistas, pero desprovistas de capacidad
dialogal en la enseñanza y aprendizaje. Lo peor del caso es que se da
continuidad al eurocentrismo, particularmente, en la educación superior,
haciendo gala del dominio de la cultura hegemónica occidental, el Proyecto
Tunning (Beneitone et al. Eds (2007) también implanta sus raíces y
competencias eurocéntricas en el país, retando nuevamente a la perspectiva
decolonial, pensamiento del “Sur”.
Cerrando este círculo pernicioso de violencia simbólica, se requería
reforzar aún más el paradigma instrumental de formación docente inicial y en
servicio, y la capacitación, configuradas desde los intereses del poder, más
para disponer de instrumentos obedientes encargados y disciplinados en la
labor de educar en la escuela, sin capacidad para desarrollar el pensamiento
ni la posibilidad de discernir y pensar, más allá de lo que dicta el “pensamiento
único”. Esta arma mortífera para las conciencias docentes y estudiantiles,
viene conformada por dos cabezas: una encargada de ejercer violencia

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simbólica en el plano educativo, y la otra aún más fuerte, con el oficio de
implantar la opción político partidaria, sin derecho a otra opción. De esta
manera, no solo se preparan condiciones para el Modelo de Desarrollo de
corte empresarial, sino que también para la perpetuidad política partidaria
que preside el gobierno.
Bien lo aclara Peñalba (2006) al reconocer el papel que juega la escuela
dentro de los procesos sociales que llegan a legitimar el régimen económico
de la sociedad. Esta tiene dinámicas propias destinadas a lograr justificar el
statu quo, al configurar saberes autónomos dentro del sistema educativo,
612 de la evaluación, incluso, en la producción de los libros de texto, entre otros
(Apple, 1994, 1996)
Estos autores también concuerdan en reconocer que en la educación
tradicional, la reflexión acerca de la teoría del currículum es ignorada
por completo o instrumentalizada de manera tendenciosa. Así, la teoría
tradicional del currículum se convierte en una camisa de fuerza, desde la
que se explican los temas a la usanza de sus intereses.
En este derrotero curricular, para estos autores, en coincidencia con lo
que hemos venido analizando, se aprecia hoy la necesidad de incorporar una
dimensión étnica y epistémica al conflicto presentado, ya que este poder
y violencia simbólica y sistémica abarcador de todos los procesos, opera
en los sujetos como modos de conocer, de producir saber y conocimiento,
de producir imágenes, símbolos, hábitos, significación y modos de
relacionarse. Es claro que este nuestro contexto muestra singularidades
en cuanto al control y la dominación, que se logra por mecanismos no
coercitivos directos, que no apelan a la violencia directa, sino que entran en
un control que se desarrolla más en las estructuras.
La capacidad de multiplicación de este haber simbólico y sistémico también
opera en las maneras con que se comunica el currículum, al presentarlo a los
técnicos nacionales, departamentales y municipales, sin lugar a validación
ni retroalimentación alguna, como algo dado e inobjetable. Desde tal
concepto, se ve a los docentes como fieles reproductores, sin lugar a la
reflexión crítica compartida. En este proceso perverso e inadvertido, hace
presencia un actor sobresaliente en este camino circunvalatorio perfecto
del sistema de violencia: el temor, el miedo a discrepar. De esta manera, con
la conciencia atenazada, los temores se apoderan de los técnicos como si
se tratara de un “estado de sitio a la inteligencia”. En estos temores y grandes
dudas que se gestan en esta multiplicación del currículum, reside el
gran riesgo, real y efectivo, de que el currículum prescrito, oficial, acabe
deformado y diluido en su arribo hacia el centro educativo, compitiendo

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en el terreno con las representaciones mentales y sociales del profesorado.
Estas se dedican a potenciar y a dinamizar, aún más, la violencia simbólica,
reforzados por una formación deficiente y enfrascada en razones de
obligatoriedad y de disciplina, sin ninguna posibilidad de reacción ni
posiciones alternativas o de discusión respetuosa.
Del Currículum prescrito y comunicado, llegamos al centro educativo. Los
Modelos de Gestión del Currículum, tanto desde el centro de decisión, como desde los
centros educativos, son también parte de lo mismo. Se ejerce también presión
para lograr la enseñanza, y no tanto el aprendizaje significativo. Y es que la
repetición sin significado ni lugar a concertar procesos de transformación, 613
le hace un mayor favor al sistema social de injusticia y desigualdad.
Los directores, nombrados a partir de criterios políticos partidarios, se
configuran como las personas idóneas para gestionar el currículum,
tomando en cuenta que sus roles de funcionarios políticos son priorizados
en esta gestión curricular. Se trata, en esta lógica, de que su competencia
y función se centre en el plano político partidario, para acabar siendo
meros lacayos de esta dinámica en estas dos vertientes. Se completa, así, la
lógica sistémica de la violencia simbólica, cuidando de que los guardianes
ideológicos políticos, centren su interés en responder de manera mimética
a los mandatos del partido, y no a los de las necesidades que presentan
las personas que se educan. Las normas y reglamentos establecidos por el
Mined, sin concertación con actores educativos implicados, constituyen
los mejores instrumentos de coerción, disciplinadores de mentes y
conciencias. Al final del camino, la educación es convertida en la mejor
excusa para transformar a los educandos en dóciles cumplidores de los
mandatos que otros han decidido por ellos, sin razones para argüir nada
que se oponga a esa docilidad y disciplina.
Como parte de este proceso de monitorización y de coordinación
en la aplicación del currículum, funcionan reuniones o encuentros de
intercambio entre docentes, en los que toman nota de una programación
única, ajena a las diferencias de contextos y realidades, y centrada en la
eficiencia de la enseñanza de contenidos, no en la significatividad y
utilidad del aprendizaje. Se fuerza, así, a unificar procesos y resultados,
irrespetando las diferencias psicosociales, geográficas y culturales.
La violencia simbólica está en todas partes, es sistémica, pero de manera
especial se reproduce, invisible e inexorablemente, en los sistemas de
enseñanza. Este problema no es solo académico, es ante todo político, ético
y estético; la violencia simbólica se ejerce en el Estado, se encarna a la vez en
la objetividad bajo formas de estructuras y de mecanismos específicos. Hay

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una gama de aspectos o de formas de cómo se puede ejercer tal violencia
simbólica, y cada campo es un lugar de su ejercicio. Puede verse que los
sistemas culturales funcionan como una matriz simbólica de las prácticas
sociales, a la vez que se constituyen en el fundamento de una teoría del
poder, de la reproducción de la dominación (Peña, 2009). Esta violencia,
forma encubierta y engañosa de imponer un modelo educativo desde la
cultura dominante y el poder, excluye también las culturas subalternas.
La educación reproduce, en otro nivel, el trabajo que realiza la institución
familiar. En ella, el niño y la niña son objetos de violencia simbólica, a través
614 de sanciones, apelativos, calificaciones-descalificaciones, juicios, que no
por no ser castigos corporales, lesionan menos la autoestima y contribuyen
a la formación de un debilitado yo (Gómez, Leigh, & Nova, 2012).
Posteriormente, toma su relevo la escuela, donde se entraman normativas
y reglamentaciones en las que subyacen modelos e ideales sostenidos en un
proyecto político, que castiga a quienes no responden a dichos mandatos.
Como vemos, el currículum nunca es un mero agregado neutral (Apple, 1996)
de conocimientos que aparece en los textos y aulas del país, seleccionado
por un grupo tecnocrático, con respecto al conocimiento que se considera
legítimo. Escudriñar qué se acepta como conocimiento, cómo se organiza,
quién está capacitado para enseñarlo, quién tiene la potestad de preguntar
y de responder todas estas cuestiones, son aspectos de cómo la dominación
y la subordinación se reproducen y alternan en esta sociedad. Siempre hay
una política de conocimiento oficial que lleva consigo el conflicto.
Tal como se ha podido apreciar en esta discusión, se confirma en
esta mezcla de combinación de mercantilización y del Estado fuerte, lo
que Apple nombra como, “la retirada de las políticas educativas de los debates
públicos”, es decir, la elección se deja en mano de los padres y “la mano
oculta de las consecuencias imprevistas hace el resto”.
Tal como hemos mostrado, el currículum nacional deviene en
un mecanismo para el control político del conocimiento, en tanto nos
percatamos de que su lógica subyacente de consenso nacional es falsa.

2. Currículum explícito e implícito: círculo perfecto de


violencia simbólica y sistémica
Al currículum explícito oficial impuesto desde la cultura hegemónica, se suma
el currículum implícito (oculto), que involucra comportamientos-actitudes
de dirigentes y docentes. Desde estos dos frentes eficientes de violencia

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simbólica, se transmite al estudiantado un discurso educativo dual: al
discurso curricular explícito, cargado de dobleces y de imposiciones
descontextualizadas para el estudiantado, se une el ejemplo contradictorio
de la práctica de directores y de docentes, que contraviene los contenidos
curriculares. Se cierra, de esta forma, el círculo curricular perfecto, con el
mensaje claro de que lo importante es repetir el discurso aprendido, pero
con una práctica contraria. Es de esta forma que se nutre lo que nosotros
llamaríamos “bipolaridad ética”, en la que el personal docente llegará a pensar
lo correcto, pero se verá obligado, por el control y el temor, a practicar lo
contrario y no deseado. 615
Al fin y al cabo, un currículum implícito centrado en la imposición,
no en el diálogo, afianza el doble discurso, la bipolaridad ética de dirigentes
y docentes. Un efecto que, cada día, se replica en instituciones del país, con
consecuencias funestas para la transparencia, y que genera corrupción.
Puede verse en esto, un aprendizaje “perfecto” para el sistema, hilado por la
violencia simbólica en el discurso curricular, y doblemente violentado por
la contraposición de la práctica de dirigentes y docentes.
Desde este panorama, se preconiza y garantiza la reproducción social
y económica, en tanto se trata de un currículum explícito alejado de la
problemática y de la realidad social. De alguna manera, esta imposición
simbólica sistémica, se configura como germen de la violencia física y del acoso
escolar y social.
Tal como lo confiesa Bernstein (1990), las formas de clasificación,
transmisión y evaluación del conocimiento educativo, reflejan el poder y su
distribución, así como los principios de control dados. La acción pedagógica,
que favorece los intereses de las clases dominantes, se transmuta en
mecanismo de dominación y de violencia simbólica, impone arbitrarios
culturales que favorecen los intereses de clase. En este orden, el sistema
educativo desempeña el rol de inculcar un arbitrario cultural: el currículum
(Ávila, 2005), que es definido por los grupos dominantes de la sociedad,
y que opera a través de la también arbitraria autoridad pedagógica, que
se impone mediante la acción educativa y funciona con efectividad e
invisibilidad, mediante la violencia simbólica. Hay innumerables muestras
en esta misma realidad, con múltiples dinámicas homogeneizadoras, que
es preciso descifrar en el contexto de la violencia simbólica. Ball (1990),
citado en Postigo, Alarcón y Castillo (2014), señala que el uso de un currículum
común, de tests estándar y de métodos de enseñanza rutinarios, facilitan, en su
conjunto, el proceso de clasificación de los alumnos.

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Tanto para Moreno (2006) como para Foucault (2006), esta imposición
del currículum es posible solo como relación de fuerzas, ya que impone una
arbitrariedad y liga así a los individuos, a quienes sujeta a un mundo donde
la mayor fuerza ejercida se encuentra en cualquier uso de poder de violencia
simbólica. Y opera imponiendo unos significados legítimos, ilegitimando
a otros no convenientes, contrarios, fortaleciendo el ejercicio del poder al
ocultar la procedencia de este. Ahora bien, si en la dominación el poder
se pertrecha con relaciones de fuerza puramente simbólicas, significa un
proceso de conversión en aras de “suavizar” la dominación.
616 En este marco del poder, para Foucault (2006), el cuerpo sólo se
convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo
sometido. Pero este sometimiento puede ser calculado, organizado,
técnicamente reflexivo, puede ser sutil, sin hacer uso ni de las armas ni
del terror, y, sin embargo, permanecer dentro del orden físico. En tal
sentido, es importante tomar en cuenta la importancia que tiene no solo
ser conscientes de esta violencia, sino hacer lo posible por dominarla, pues
como afirma el recién referido autor, el verdugo no es simplemente aquel
que aplica la ley, sino el que despliega la fuerza; es el agente de una violencia
que se aplica, para dominarla, a la violencia del crimen.

3. La doble victimización de los actores educativos claves, y el


aula como “nicho ecológico” del poder

Hasta aquí se confirma, como lo explican Bourdieu y Passeron (2001),


que todo poder de violencia simbólica que logra imponer significaciones
como legítimas, a la vez que disimula las relaciones de fuerza en que se
fundamenta dicha fuerza, añade su fuerza propia de violencia simbólica a
esas relaciones de fuerza.
Como consecuencia de esta violencia simbólica de los dirigentes máximos,
se produce un doble poder de victimización, en tanto las víctimas se
convierten en victimarios reproductores de la violencia simbólica en su
propio nivel. De alguna manera esta doble victimización --violencia simbólica
curricular y pedagógica, y violencia simbólica política-ideológica-partidaria--
convierte a los maestros y maestras en actores directos violentados, a la vez
que en ejecutores ingenuos de la violencia simbólica en sus estudiantes.
Esta violencia simbólica de doble composición, proporciona, no solo actores
sometidos al modelo económico, sino también al sistema político antidemocrático, al
perder la capacidad de pensar distinto y de disentir.

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De esta forma, niños y niñas de extracción popular y étnica, con códigos
culturales propios, no comprenden los códigos elaborados de directores y
maestros, y se constituyen en el sector contrahegemónico donde converge
la violencia simbólica desde varios frentes y diversidad de fuerzas,
convirtiéndolos en actores del fracaso y de la reproducción más eficiente
de un modelo económico excluyente. Es en esta exclusión la que, con
disimulos y discursos halagüeños, se oculta la perversidad de la exclusión
escolar, perfecta reproductora de la exclusión económica y social.
El abandono escolar, la frustración y el bajo rendimiento escolar de niños
y de niñas más pobres y de culturas subalternas, vendrán a ser los núcleos 617
generadores de una sociedad nutrida de analfabetas y jóvenes fracasados,
recicladores de la pobreza y de la desigualdad. Es de esta manera que el aula
se expresa como el nicho perfecto de imposición, con contenidos mecanizados,
desprovistos de comprensión (“cállense, siéntense y copien”), triángulo
de la cosificación educativa perfecta, como diría Habermas. Es esta doble
victimización que aterriza en el centro educativo, procedente de la violencia
simbólica escolar unida a la política partidaria, el círculo sistémico perfecto
requerido por el Modelo de Desarrollo productor de bienes para pocos, y de
pobreza para las mayorías. A final del proceso, se cuenta con un sistema
articulado, que impone modelos y estrategias educativas, que llevan
implícita la exclusión de sectores subalternos, a la vez que gestan jóvenes
sin futuro.

4. El estudiantado, la respuesta esperada de este proceso de


sometimiento

Los resultados de este proceso engañoso, pero efectivo, no podían ser otros. Es el
estudiantado el objetivo principal. Es por ello que requiere ser sumamente
eficiente para que logre replicar el Modelo de Desarrollo que se busca con
este Modelo Educativo impuesto. En tanto muchos de estos estudiantes
de primaria no logran tener éxito y abandonan el centro educativo, se
perfila la reproducción del analfabetismo y de la pobreza, incrementando
la desigualdad, signo bajo el cual, solo un Modelo de Desarrollo podrá tener
“éxito”, en tanto sea capaz de contar con el mejor y obediente auxilio del
aparato educativo.
Esta trayectoria aún es más grave, cuando el estudiantado que egresa
del bachillerato, sin pensamiento crítico ni capacidad para cuestionar el
sistema de desigualdad, tampoco cuenta con las competencias básicas
instrumentales ni con la empleabilidad algo desarrollada, por lo que pasa

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a ser un actor mediocre, sin posibilidades de trascender el Modelo de
Desarrollo.
Se cierra, así, un círculo perverso destinado a hacer efectiva la
reproducción social y económica del país. Precisamente, Apple (1996) lo
plantea con suma claridad: “Una sociedad precisa trabajadores dóciles; la escuela,
a través de sus relaciones sociales y de enseñanza encubiertas, garantiza claramente
la producción de tal docilidad” (p. 80). En correspondencia, también aclara
que los empresarios y burócratas del Estado desean la eficacia de la escuela,
hacerla capaz de responder a las exigencias ideológicas y a “la fuerza de
618 trabajo” de la economía.
Y es que, los trabajadores obedientes en el mercado laboral, sin juicio
crítico, son el reflejo del “mercado de las ideas” de la escuela. Son estas
necesidades económicas tan poderosas, las que “determinan” lo que
ocurre en otros sectores de la sociedad, sobre todo en la escuela. Se trata
de aspectos tácitos que se enseñan a los estudiantes, el reflejo claro de la
personalidad y rasgos característicos que estos estudiantes “necesitarán”
después, cuando se incorporen al mercado laboral. Sabemos, tal como
lo explica Will, citado por Apple (1996), que los actores sociales no son
portadores pasivos de ideología, sino receptores activos reproductores de
las estructuras existentes. Saben, de hecho, que su rechazo del contenido
y la estructura de la cotidianeidad de la escuela, se relaciona con la idea
de que, como clase social, la educación no les capacitará para ir más allá
de donde están. Siguiendo a Bernstein (1988) y a Bourdieu (1977), el capital
cultural que se utiliza en las escuelas asegura el éxito de los niños de los
grupos hegemónicos de la sociedad, pero no de las culturas subalternas
(Baudelot y Establet, 1971).

5. Formación y capacitación docente: el germen


epistemológico de la violencia simbólica

La formación inicial y en servicio se constituye en un instrumento poderoso de


la violencia simbólica y su eficiente reproducción escolar y social. No solo
son objeto de ella, sino que se preparan de forma concienzuda para hacer
cumplir normas, métodos y disciplinas, que permitan reproducir fielmente
los modelos sociales y económicos. Esta formación se une al enfoque
eminentemente político partidario existente, por lo cual, la formación se
convierte en un instrumento poderoso para la reproducción de la violencia
simbólica y del sistema político vigente. Se convierte el proceso de formación

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en el “nicho eficiente de la violencia simbólica”, disfrazada del ropaje mítico y
virtuoso del docente, como el mejor escudo protector para los procesos
destinados a diseminar la violencia simbólica en los métodos de enseñar y
de evaluar de manera particular. La evaluación, por tanto, no se interesará
en que se rija por procesos autoconscientes de actividad metacognitiva
y autorreguladora, dinamizadores estratégicos de un comportamiento
educativo alternativo.
Formadores de formadores, entrenados por el sistema en Escuelas
Normales y Facultades de Educación, para ejercer la formación desde
patrones impositivos, con violencia simbólica normalizada por la tradición. 619
Ello comprende, ante todo, enseñanza de contenidos impuestos sin lugar
a comprensión y construcción de significados compartidos. El mito del
poder del profesorado es el escudo protector y simbólico de la fuerza de la
imposición y de la exclusión. En tanto estos docentes no aprenden a respetar
y a incorporar a través del diálogo pedagógico del aula, las particularidades y
diversidades, ni aprenden a comprender y a practicar la “ecología de saberes”,
desde una perspectiva intercultural decolonial, harán prevalecer códigos
lingüísticos incomprensibles para estudiantes de sectores más pobres y de
otras culturas, favoreciendo la exclusión, el fracaso y el abandono escolar.
Los currículos de formación docente (Escuelas Normales y Facultades
de Educación) se convierten, así, en el mejor constructo del núcleo emisor de
violencia simbólica, dispuesta a ser irradiada en los centros educativos.
Siguiendo también a otros autores (Postigo, Alarcón, & Castillo,
2014), la educación --y particularmente los procesos de formación
docente-- se transforman por estos discursos reiterados en su aprendizaje,
en un dispositivo de violencia simbólica, en tanto legitiman la autoridad
pedagógica y sus formas de comunicación, aprovechando su poder de
control. Esta violencia simbólica se ejerce en maestros en formación, en
tanto van acomodando y configurando a los más pobres en ciertos papeles
y estructuras de campo y de hábitus.
Desde otra perspectiva complementaria, Gentili (2011) deja claro que
la educación --sea la que se imparte en las escuelas o la que se aprende en
diversas formas de socialización--, es factor de producción que diferencia y
califica, potencia y empodera para la lucha competitiva. Para él, inspirado
en el derecho a la educación, esta se caracteriza por una dinámica de
exclusión incluyente, por cuanto los mecanismos de exclusión educativa
se recrean y asumen nuevas fisionomías en el marco de dinámicas de
inclusión o inserción institucional. A esta exclusión incluyente, contribuyen
los docentes, en tanto los patrones de su formación están centrados en

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imponer modelos de actuación, normas y disciplinas, encargados como
son de imponerlas y reproducirlas.
Los maestros en formación o perfeccionamiento van construyendo estructuras
evaluativas y cognitivas como sistemas de disposiciones para actuar, sentir y
pensar de una determinada manera, interiorizadas e incorporadas por los
actores más o menos conscientemente.
La formación docente demanda, en consonancia, de procesos
sostenidos de reflexión crítica de la profesión, desde una perspectiva
epistemológica alternativa, alentada por dinamizadores estratégicos de la
620 actividad metacognitiva y autorreguladora, y por procesos de Investigación
Acción Participativa (Lucio, 2001). Ello demanda transformar el currículum
de formación, inspirado en un paradigma de Reflexión Crítica, de corte
Hermeneútico y de Transformación Social

6. Enfrentando la reproducción social y violencia simbólica


sistémica
¿No hay salida? ¿Hay alternativas? Lo dicho nos plantea la necesidad de
pensar en otro tipo de currículum, centrado en capacidades, contenidos y
competencias basados en la realidad social, económica y axiológica de los
contextos de vida. Es menester traspasar los muros actuales, para pensar
modelos de formación y de capacitación docente diferentes, concertados y
situados, comprometidos con la transformación social.-
En esta dinámica, en coincidencia con Giroux (1999) se requiere
transformar el pensamiento y las lógicas de la formación docente, tomando
en cuenta que:

(…) los educadores y educadoras progresistas en todo el mundo,


tienen que enfrentar al desafío de unir cultura y política, para hacer
que lo pedagógico sea más político uniendo el aprendizaje en su sentido
más amplio, a la misma naturaleza del cambio social. (p. 57)

Desde esta misma lógica, la nueva formación demanda que los


educadores y las educadoras enfaticen que la pedagogía no es un mero
conocimiento técnico, sino que representa, sobre todo, una “práctica moral y
política”. En tal sentido, una vez que asumamos este planteamiento desde
una perspectiva de Educación Popular, a la que está llamado el Programa
Fe y Alegría, de unir la pedagogía como práctica operativa y crítica para

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la expansión de identidades democráticas y relaciones y prácticas, tal
proyecto tiene que dirigirse hacia los problemas sociales más urgentes de
nuestros tiempos, sobre todo hacia los asuntos de desigualdad económica
e injusticia racial.
Además, siendo coherentes con este planteamiento de la formación,
Mejía (2012), nos anima a incorporar una dimensión étnica y epistémica
al conflicto. Ello demanda ubicarnos en nuestros contextos, que presentan
singularidades del control y de la dominación, a través de mecanismos no
coercitivos directos y que no apelan a la violencia directa, sino que entran
en un control que se desarrolla más en las estructuras subjetivas de corte 621
cognitivo, afectivo y volitivo.
Por último, se trata de convertir la formación docente, tal como
nos dice Foucault (2011), en un núcleo efectivo de la “parrhesía” griega,
esa capacidad a ultranza de hacer de la formación un espacio para “decir
siempre verdad”. Él lo expresa de esta forma: “el parrhesiasta es el interpelador
incesante, permanente, insoportable”, en función, siempre, de la verdad y nada
más.

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