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“PERSEGUIDOR”

He vuelto a ser asestada por la misma pesadilla.

En las entrañas de una selva espesa, todo es oscuro a mi alrededor y tengo la certeza que
desde algún punto desconocido, entre la penumbra, un par de ojos diabólicos están
asechándome, no puedo ver nada, pero cada ulular de las lechuzas anuncia su cercanía;
mi cuerpo tiembla por completo y mis piernas se rehúsan a obedecer las órdenes
desesperadas de mi cerebro. No sé cuánto tiempo he permanecido inerte, producto del
miedo, pero ahora no solo mi hipersensibilidad me advierte su presencia, ahora mis
sentidos lo confirman con el sonido de una risa ahogada, ¡ya no solo lo presiento, ahora lo
sé!, el ruido de sus zapatos aplastando la maleza y las ramas pequeñas caídas de los
árboles me advierten que nada ha sido producto de la imaginación mía, y que desde el
primer instante el verdugo se estaba aproximando más y más a su presa.

Está tan próximo ahora que su respiración pesada llega plenamente inteligible a mis oídos,
no puedo siquiera gritar o mover un solo músculo de mi cuerpo, mi sistema nervioso se ha
declarado en emergencia. Los músculos de mi cuello empiezan a responder, de forma casi
inútil, y logro dirigir torpemente mi mirada hacia atrás, aquella acción tan insignificante me
permite descubrir con la colilla de mi ojo derecho la sombra de un hombre con un saco y
un sombrero, el pavor y la curiosidad contenida durante tantos días explotan
simultáneamente al compás de la noche dentro de mí, por fin conoceré su rostro. Un
graznido terrible sacude todo mi cuerpo y despierto.

Una vez más la pesadilla ha terminado y no he podido reconocerlo.

Mi habitación parece crecer ante mis ojos, o es tal vez sea la oscuridad la que inspira
aquella ilusión retorcida de estar, en cada minuto que pasa, más perdida. Estoy al borde de
la locura, me siento Segismundo, pero en vez de estar atrapada en un sueño, soy reclusa
en mis peores pesadillas.

La pandemia nos ha vuelto a todos locos, solo han pasado cinco días de encierro, casi
total, y Miraflores amanece, hoy, más muerto que nunca. Cuando la luna empezó a
establecer su hegemonía en el infinito cielo, sentí que algo en mí moría junto con los
últimos rayos de sol exiliados por la oscuridad. Fue exactamente a las nueve de la noche,
que empecé a sentir su presencia. Tres golpeteos pausados pero fuertes, dirigieron mi
atención hacia el madero oscuro que me alejaba del resto del mundo. Es imposible que
alguien haya venido a visitarme en pleno toque de queda. Le resté importancia y continué
mirando escondida detrás de la cortina la pulcritud envidiable de la luna. Las pequeñas
estrellas a su alrededor parecían alabar su majestuosidad colocándose salpicadas en
distintos extremos para observarla mejor.

- Nisaaaaaa - oí tras la puerta. Sentí como si aquella voz penetrara hasta la última fibra de
mi alma y la hiciera tiritar de miedo. Era un susurro agudo y melódico, en demasía
aterrador. Me quedé estática, tratando de recordar en qué momento pude haberme
quedado dormida para estar viviendo la misma pesadilla, una vez más.

Me mantuve con los ojos clavados en la puerta a la espera de alguna otra manifestación de
quien estuviera afuera, y no obtuve más que un sepulcral silencio. Pronto, el silencio fue
roto por una corta, pero suficiente, risa socarrona; pude imaginar esos labios contornearse
y develar un cúmulo de dientes. Sin quererlo, me sobresalté e hice sonar las patas de la
silla metálica contra el piso. ¿Me habrá oído?

- Sé que estás ahí - dijo otra vez aquel personaje desconocido, con una seguridad
inexplicable.

Mi cuerpo era presa de un pavor incontenible, todo aquello de lo que había huido durante
tantas noche, en mis sueños, empezaba a cobrar vida en mi realidad. Todo en mí quería
salir corriendo hacia la cocina y tomar lo primero que encontrase, para luego armar una
barricada en mi habitación, pero no me moví ni un solo milímetro.

Me mantuve a la expectativa por más de treinta segundos y no recibí ninguna


comunicación del exterior. Una pequeña pieza de papel inicio su trayecto hacia el interior
de mi departamento y sin problema alguno, después de tres segundos, ya había llegado
por completo a su destino. Saqué mis pies de los zapatos y me coloqué al lado de la pared,
con la espalda pegada a ella, temía pararme frente a la puerta y que él pudiera observarme
por la pequeña ranura inferior. Desdoblé el papel, que pronto quedó humedecido por el
sudor de mis manos y leí la inscripción.

"No puedes escapar" - escrito con una caligrafía casi perfecta.

Mi corazón empezó a acelerarse como no lo había hecho nunca, y sentí que toda la sangre
de mi cuerpo se dirigía hacia mi cabeza y estaba a punto de explotar, no pude más. Me
acerqué a la mirilla para saber de una vez por todas quién se ocultaba tras la puerta. Yo
vivía en el cuarto piso de un edificio y el alcance de mi mirilla terminaba en la esquina que
se debía doblar para bajar las escaleras. Lo único que alcancé a ver, fue un saco negro y
un sombrero perdiéndose en la penumbra de aquel pasillo. Sin pensarlo dos veces y
desplazando al miedo por mi curiosidad, abrí la puerta, y carta en mano corrí descalza
hacia la escalera, con la intención de gritarle la primera lisura que se me ocurriera, me
lancé al interior de pasillo y me detuve en la escalera. No vi nada.

¡Era imposible!, nadie puede bajar tan rápido, continué descendiendo pero por más que me
apresuraba no podía ver aquel saco negro.

Llegué a la puerta del edificio y me detuve, la puerta de ingreso estaba cerrada, como lo
hacía el dueño todas las noches al iniciar el toque de queda. Subí hasta mi piso y encontré
la puerta abierta, claro, salí con tanta prisa que ni siquiera pensé en cerrarla, agradecí
aquella de decisión involuntaria ya que no había cargado con las llaves.

Poco antes de entrar sentí miedo. Evoqué aquel fragmento de “Crimen y Castigo” en el que
Raskolnikov se oculta en uno de los pisos inferiores al de Aliona y aguarda el momento
idóneo para poder escapar; pero en este caso aquel desconocido no podría hacerlo, la
puerta principal estaba cerrada ¿Y si aquel hombre no se había ido? ¿Y si solo espero en
el piso de abajo, escondido, a que yo fuera corriendo en su búsqueda para luego subir con
toda tranquilidad y esperarme en mi propio de apartamento? Era obvio que habitaba uno
de los tantos pisos del edificio, de alguna otra forma no pudo haber ingresado en él. Si su
plan era matarme no tendría problemas para hacerlo y nadie descubriría mi cuerpo hasta
que este empezara a descomponerse y emanar olores putrefactos.

Desplacé todos mis pensamientos paranoicos y entré con la expectativa de que al primer
pie que pusiera dentro, alguien se abalanzaría sobre mí con un cuchillo y tendría que
luchar contra él por mi vida. Ingresé de la forma más abrupta posible que pudo permitirme
el miedo, con la esperanza de asustar a quien me aguardara dentro, pero contrario a lo
que yo pensaba, nadie quiso liquidarme.

Tomé una de mis mejores armas de la cocina y cuchillo en mano revisé toda la casa, de
rincón a rincón, sin encontrar nada.

Cansada de toda la faena nocturna me recosté en la cama y no recuerdo exactamente en


qué momento me quedé dormida.

Los primeros rayos de sol que pudieron escurrirse por mi ventana, rompieron aquel estado
de paz que después de muchas noches por fin había logrado; siempre he convivido con
cierto halo triste, que solo el sueño era capaz de contener, pero esta última semana ni
siquiera poseía aquel mediocre consuelo. Permanecí mirando hacia el techo por unos
segundos, y cerré mi puño apretando las sábanas, un extraño hincón llamó mi atención y
me llevó a descubrir que todas las uñas de mis manos estaban mordidas, he tenido
episodios de sonambulismo un par de veces en mi vida, pero no recuerdo jamás haberme
mordido las uñas en ellos.

La ráfaga de recuerdos se agolpó de repente en mi cabeza, como si alguien con un taladro


los introdujera a la mala. Busqué hasta en el rincón menos pensado de mi departamento
aquella nota, por una necesidad absurda del volver a mortificarme una y otra vez
leyéndola, pero no pude encontrarla; no es que recordara con exactitud haberla guardado,
pero tenía el presentimiento de haberlo hecho en algún lugar.

Todo lo ocurrido anoche había sido sacado de película de terror, mas tenía la convicción
de que era real. Tal vez en algún momento sin ser consciente de ello comenté algo de mis
pesadillas con los vecinos, como lo he hecho con algunas personas y han querido jugarme
una mala broma. Sea como fuere tenía la plena convicción de que mi “perseguidor” y yo,
compartíamos el mismo edificio, de cualquier otra manera no puedo haber ingresado, y
mucho menos salido.

Por un momento pensé en el sistema de seguridad que había empezado a instalarse antes
del estado de emergencia, pero aquella posibilidad quedó descartada cuando recordé
precisamente la instalación se había visto frenada por el estado de excepción. No tenía
posibilidad alguna de conocer quién fue el malnacido que quiso entretener su toque de
queda conmigo.

Salir a la calle a hacerse de lo esencial para vivir, es caótico, la gente actúa como si tuviera
que enfrentarse a un apocalipsis zombi y debiera agenciarse de lo necesario para vivir
durante meses, la paranoia crece muchísimo más rápido que el virus y creo que será ella
la que finalmente termine matándonos. Tuve que pasarme cinco horas que parecieron
eternas, para poder entrar a Wong, pero por lo menos me queda el consuelo que al
regreso solo debo someter a mis piernas a una corta agonía de doce minutos.

De regreso, mientras limpiaba hasta la última rama de lechuga vi a un hombre vestido con
un saco y sombrero negro parado, de espalda a mi edificio, en la ciclo vía. Mis músculos
actuaron como por reflejo y salí corriendo, dejando caer las lechugas al piso, bajé las
escaleras lo más rápido que mi condición física me permitió y cuando por fin salí al
exterior, ya no estaba, plenamente confundida miré hacia todas las direcciones y tres
metros a la izquierda el desgraciado emprendía la huida; sin tiempo que perder me eché a
correr con la plena convicción de que podía alcanzarlo, pero parecía que a cada zancada
estaba más lejos que antes. Corrí con todas mis fuerzas alrededor de 3 minutos, y un
efectivo policial me detuvo, con toda la prisa ni siquiera recordé que para salir a la calle
debía llevar puesta una mascarilla; y mientras el policía me reprendía la posibilidad de
conocer a mi perseguidor moría con cada metro de distancia que él iba ganando.

Con la cabeza a punto de estallar regresé a mi departamento y me eché a vegetar en el


mueble hasta que me dieran ganas hacer algo más, la paranoia del virus interrumpió mis
planes y recordé que ni siquiera me había lavado las manos, y con la suerte que había
tenido en estos últimos días lo último que me faltaba era contraer el covid.

La noche ha vuelto a llegar cuando menos lo he pensado y eso es muy extraño, desde el
primer día de encierro las horas se me han hecho eternas, pero esta tarde ha sido muy
diferente. Nunca he sido alguien fácil de asustar, pero aquellas apariciones me tienen
bastante inquieta.

Unos arañazos en la puerta me obligaron a salir de mis divagaciones y mirar el reloj, LAS
NUEVE, la pesadilla vuelve a materializarse y mi cuerpo tiembla de miedo; mi lado racional
intenta aplacar el pavor, pero cada célula de mi cuerpo es plagada por la desesperación,
lágrimas saladas llenan mi rostro y tengo ganas de tirarme por la ventana antes de volver a
vivir lo mismo que ayer. Mi cuerpo se arrastra, como el de una serpiente, hasta llegar bajo
la mesa, y me siento como una niña que lo único que atina a hacer es llorar para que el
brabucón deje de molestarla. Los arañazos en la puerta se hacen cada vez más violentos y
parece que esta fuera a sucumbir por la fuerza, tengo la cara empapada de lágrimas y
presiono mis dedos con fuerza sobre ella. Muchos fragmentos de sueños llegan como
cuervos hambrientos a arrancar hasta lo último de fuerza que quede en mí.

Después de largo rato de desesperación empiezo a recobrar la razón poco a poco y un


gran sentimiento de lástima, por mi estado, me embarga; la actividad ahí afuera había
terminado y en busca de aquella certeza acerco mi ojo a la mirilla de la puerta, no había
nadie. Con todo el cuerpo temblando decido abrirla y terribles zarpazos habían quedado
marcados en ella. Eso rebasaba todos los límites de una broma de mal gusto, alguien
quería dañarme, no sé con qué magnitud, pero ya había empezado a lograrlo.
Un punto rojo al final del pasillo captura mi atención, el análisis más minucioso de este me
hace descubrir que se trata de la luz de una cámara de seguridad, una risa de victoria es
contenida con mis dos manos e ingreso otra vez a mi refugio. Tal vez y el dueño sí llego a
instalar las cámaras en todos los pisos y esa ha estado funcionando desde días anteriores,
sea como fuere la cámara debió captar este momento y el conjunto de las grabaciones de
las otras cámaras me llevarían a descubrir por fin quién ha estado acosándome estos dos
días. No tenía la nota de papel, pero no existían pruebas más suficientes que los arañazos
en mi puerta y esas cintas de video.

Mi noche transcurrió entre sueños cortos y muy ligeros, en líneas generales podría decir
que no dormí nada, las ansias de ver aquellas grabaciones no dejaron en mi cabeza. Con
los primeros rayos del sol salté de la cama y estaba lista para ir a tocarle la puerta al dueño
del edificio, esta vez me aseguré de llevar la mascarilla, por si no quisiera atenderme sin
ella, y las llaves. Sentí la perilla de mi puerta totalmente helada, el contacto de mi piel con
ella fue una gélida tortura, inmediatamente pensé en llevar fotografías de los arañazos en
la puerta y regresé por mi teléfono a la habitación, volví a girar la perilla y al ver con
detenimiento la puerta perdí por completo el equilibrio, mis oído interno parecía estallar y
mis ojos no paraban de dar vuelvas, caí de rodillas al porcelanato y un chillido insoportable
terminó por vencer la poca fuerza que aún me quedaba. No estaban. La puerta estaba
intacta, como antes, y ni una sola astilla se había movido de su lugar; ese hecho, como la
gran mayoría de las cosas que había vivido en estos dos días, no tenido sentido. Volví a mí
misma gracias a un fuerte tirón de cabellos, jamás supe en qué momento me desconecté
del mundo, porque aquél tirón vino de mi propia mano; grandes mechones estaban
rodeándome y los nudillos de mis manos casi ensangrentados. Me puse de pie y continué
con lo planeado.

El dueño del edificio me recibió con la mayor distancia posible y después de pedirle el
acceso a las grabaciones me dejó entrar, no sin antes bañarme en alcohol, a la habitación
desde la que monitoreaba todo.

- Tuve suerte de instalar el equipo a tiempo, dicen que los malandros están aprovechando
el toque de queda para asaltar a diestra y siniestra… - sabía que continuaba hablando pero
dejé de prestarle atención cuando el monitor de la computadora empezó a cargar los
archivos de la noche pasada. – ¿A qué hora dices exactamente que empezaron a molestar
en tu puerta, Nisa?
- Aproximadamente a las nueve sentí golpeteos que con los minutos se convirtieron en
fuertes arañazos – tuve muchas ganas de contarle que los vi, que vi unas grandes brechas
en la puerta anoche y que hoy por la mañana ya no estaban, pero me contuve.

La cinta empezó a correr, no hubo ninguna clase de movimiento ni a las nueve ni en los
minutos posteriores, le pedí que retrocediera hasta las ocho y treinta, aunque tenía la
certeza de que todo aconteció a las nueve. Nada, no pasó absolutamente nada. Debí
haber perdido mi color por completo, porque Don Nicanor me miró preocupado.

- ¿Puede poner la grabación de antes de ayer, exactamente a la misma hora? – le dije


tratando emitir una voz lo más uniforme posible a pesar de sentir que se me había
escapado todo el aire.

- Claro, déjame buscar – me dijo mientras abría en otra carpeta.

La cinta empezó a correr y el pasillo estaba completamente vacío, no perdí la esperanza y


seguí aguardando a que aquel saco negro apareciera por las escaleras, pero toda mi
esperanza y calma se fueron para siempre cuando mi puerta se abrió y salí corriendo
detrás de… nadie. La grabación continuó avanzando y cuatro minutos después volví a
subir a mi piso con una de mis manos cerrada muy fuerte, como si sostuviera algo que no
quisiera dejar caer; probablemente, y como lo pensaba, la nota se me había caído cuando
bajé corriendo y al subir la no la traía conmigo, la adrenalina y el miedo no me hicieron
notar aquello, y fue por eso que al día siguiente no la encontré.

- Podría por favor retroceder al momento en el que salgo del departamento – dije casi
suplicando a Don Nicanor, tenía que comprobar que efectivamente salí con ese papel,
aunque el recuerdo era tan nítido que podría afirmar una y mil veces que lo hice; sin
embargo la confirmación de uno solo de los acontecimientos de ayer o antes de ayer me
devolvería el alma al cuerpo.

Don Nicanor retrocedió la grabación y le pedí que la reprodujera de forma más lenta. Salí
de mi departamento con la mano izquierda puesta en uno de los bordes de la puerta y la
derecha hecha un puño a la altura de mi estómago; me acerqué con mucho detenimiento
al monitor y vi que no llevaba nada en la mano.

Salí de la habitación, ida, la conexión entre mi cerebro y mis músculos se había perdido, mi
cuerpo estaba flotando y el piso se había convertido en un cúmulo de algodón. El umbral
de la puerta, el pasillo, la reja, la vereda, la pista…
Todo a partir de ahí se ha borrado de mis recuerdos para siempre y fugaces flashbacks
aparecen desde mi habitación en el Hospital Psiquiátrico Larco Herrera, hasta ahora.
Todos los días intento con todas mis fuerzas volver al momento en el que mis pies tocaron
el pavimento que sentí tan blando, o recordar mi llegada al Larco Herrera, aunque sea el
momento en el que me diagnosticaron esquizofrenia. Pero toda lucha contra el olvido es
estéril.

Las pastillas me han ayudado a frenar las alucinaciones, y hoy sé que nada de lo ocurrido
entre el 20 y el 21 de abril fue real.

¿Qué pasó con mi perseguidor?

Lo he mantenido atrapado en mis sueños.

FIN

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