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Por: Gustavo Petro

“No puedo respirar” decía George Floyd, ya sin alientos y con su


cara contra el pavimento, mientras un policía de Minneapolis
apretaba su rodilla contra su garganta. “No puedo respirar” gritaron
millones de manifestantes en todo el mundo protestando por su
asesinato. Y “No puedo respirar” podría ser la dolorosa frase que
pronuncien muchos colombianos cuando lleguemos al pico de la
pandemia y se agoten las pocas UCI y respiradores con las que los
gobiernos del orden nacional y local decidieron afrontar,
irresponsablemente, esta peligrosa amenaza.

Uno de los puntos centrales de la preparación de la pandemia era el


fortalecimiento de la infraestructura de los hospitales. En particular,
la dotación de las máquinas que pueden reemplazar la deficiencia de
los pulmones, uno de los efectos que más muertes causa a los
contagiados con el virus covid-19.

Las máquinas no se manejan solas, y tendemos a olvidarnos de los


seres humanos que las hacen o que las ponen a funcionar.

Cuando los cálculos hablan de la necesidad de dos mil o tres mil


unidades de cuidados intensivos nuevas para contener el virus, se
necesitan por lo menos de 8.000 a 12.000 personas capacitadas para
manejarlas.

En los meses de enero y febrero, conociendo ya las noticias de


China y Europa y sabiendo que el virus, sí o sí, llegaría a Colombia,
ninguna autoridad sanitaria decidió iniciar la compra de las
maquinas, ni muchísimo menos iniciar la contratación y/o
entrenamiento del personal de salud que se requería para manejarlas.

Tal olvido en realidad no fue un olvido, sino el reflejo de una


organización de las prioridades completamente invertida. A los
gobiernos no les importa la vida humana que crecientemente se está
arriesgando.
Para el gobierno nacional la prioridad era salvar empresas y no
personas, y entre más grandes en finanzas con mayor razón. La
prioridad era mantener activas a las EPS a las que se le inyectaron
billones de pesos, que no se han gastado, pero en cambio, si han
descontado el porcentaje de administración y utilidades. La
prioridad era salvar a los bancos con sus banqueros, uno de ellos con
el dinero repartido en utilidades y con fuente en el erario. Mientras
la población pasaba generalizadamente a la pobreza, uno de estos
banqueros, el más grande, logró comprar un gran banco en
Centroamérica.

Para el gobierno de Bogotá, en esos primeros meses, la prioridad era


privatizar tres hospitales de la red pública, y demoler el San Juan de
Dios, que paradójicamente tenía una instalación nueva de red de
gases para conectar 100 unidades de cuidados intensivos. La
alcaldesa pensaba que el virus era una gripa, y así lo dijo
públicamente, y la secretaría de salud solo miraba cómo continuar
los negocios inmobiliarios de Peñalosa.

Solo el 26 de marzo el gobierno nacional contrató a unas empresas


intermediarias para que salieran a buscar respiradores, ventiladores,
o pulmones mecánicos por el mundo, cuando ya en el mercado la
demanda de respiradores y UCI estaba desbordada y/o en manos de
piratas y especuladores.

Las empresas Mindray S.A, Instrumentation S.A, Allianz Grup, j


Medics’s, y Futuro Médico, debían traer para el mes de Junio 1.495
respiradores. Hoy, cumplido el plazo, solo se tiene noticia de la
entrada de 340 de ellos, el 23%.

El incumplimiento del contrato es flagrante, y significa la pérdida de


miles de vidas que podían salvarse simplemente si a Duque se le
hubiera ocurrido, como le imploramos, iniciar la compra desde
principio de año, o si las alcaldías fuertes hubieran hecho lo mismo.
Para la época en que el mundo se aterraba por la irrupción del
peligroso virus, Duque estaba inmerso en labores de politiquería fina
propias de un gobierno obstinado en acabar con el Acuerdo de paz.
Necesitaba cambiar el ministro de salud por uno de Cambio Radical
para obtener mayorías en el Congreso que le permitieran destruir la
JEP. La preocupación de Duque, y así lo demostró el cambio del
ministro, no estaba en la pandemia.

Ni en enero, ni en febrero, ni en marzo se compraron las maquinas


respiradoras y no entró para esa época una sola al país.

Hoy, las máquinas que ya teníamos, no están donde están los


enfermos. La mayor parte de la población colombiana vive a horas
de una máquina respiradora, probablemente, salvadora. Las
máquinas están donde el neoliberalismo puede usufructuarlas. En las
zonas prósperas de las grandes ciudades donde habita la población
con mayor capacidad de pago, y, por tanto, también está allí el
personal capaz de manejarlas. Ese es el efecto de la ley 100. Es un
efecto de mercado. La ley 100 transformó la salud en una mercancía
sometida a las leyes de la oferta y la demanda. La demanda solo se
puede construir si hay disponibilidad de pago y es allí donde está la
oferta.

El actual ministro de salud nunca pudo contestarme esta pregunta.


¿Por qué razón la mayor parte de las personas que han muerto por el
virus, fallecen en sus casas, o en hospitales sin pasar por una UCI?
La respuesta no es más que esta, y de allí el silencio ministerial: Allí
donde muere la gente no hay UCI y, por tanto, tampoco personal que
pueda manejarlas.

De esa pregunta se desprende otra de consecuencias terribles: ¿Si las


UCI y su personal estuvieran donde la gente se ha enfermado o
fueran llevadas allí, ¿cuánta gente se hubiera salvado? La respuesta
es obvia: hoy centenares, mañana miles, y pasado mañana, decenas
de miles.
La ley 100 y sus actuales gobernantes defensores, son culpables de
la muerte de miles de colombianos por respetar las reglas del
mercado en un espacio que corresponde a un derecho fundamental y
por no haber priorizado la vida humana en sus decisiones.

El poder, hoy desnudo ante el virus, nos muestra su catadura


criminal: a la salud como al agua, como a lo indispensable para
vivir, la convirtieron en simple merchantería, en valor de cambio, en
medio para realizar ganancias particulares de grupos empresariales
muy poderosos.

Por eso ya no hay que extrañarse que convoquen más días sin IVA,
o que aumenten el uso del Transmilenio. La política de
enfrentamiento al virus tanto en el gobierno nacional como en los
locales, no sigue la priorización de la vida, sino que, siguiendo a
Trump y Bolsonaro, sigue la reactivación económica y por tanto ve a
la población como una masa para producir ganancias y no como una
humanidad cuya vida necesita ser cuidada. Un ser humano para la
ganancia de otros, y no un ser humano para la vida.

Si las máquinas, esos objetos que son la cosificación de las


relaciones humanas, no están, menos aún, las personas. No se pensó
en las personas que las manejarían. No se contrató y/o preparó el
personal esencial para el manejo de las UCI o respiradores.

Miles de enfermeras y auxiliares de enfermería, y médicos siguen


desempleados en todo el país, y los que están contratados, lo están a
través de la miseria, de su esclavización laboral por la vía de
intermediarios laborales o a través de los contratos de prestación de
servicios basura, cuando en realidad cumplen funciones misionales,
y vaya que misión: la de salvar vidas humanas.

En el ser humano dedicado a la profesión de la salud han marcado


todos los desafueros que el Estado ha querido marcar sobre el
conjunto del mundo laboral del país. La sobre explotación, el
deterioro de sus condiciones de existencia, la esclavización sin
contemplaciones de su seguridad vital.

La pandemia ha desnudado el poder tal cual es. Un poder pensado


en el crimen y el negocio y no un poder pensado en la vida de la
gente.

Cuando llegue el terrible momento, que ya vivieron en Europa, en


que el médico deba decidir a quién poner y a quién quitar el
respirador, las víctimas del virus y del gobierno indolente, tendrán
que pronunciar la terrible frase de George Floyd, que no voy a
repetir, pero que representa hoy, para el mundo, el símbolo de todas
las miserias humanas.

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