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2 por 1: caminos enlazados

Múltiples son las historias que a diario toman lugar y se entretejen en el anonimato tan
característico de las grandes ciudades, esos conglomerados urbanos que en la realidad
cotidiana de muchas personas mutan para transformarse en modernas selvas de concreto,
pero a su vez cruentas y despiadadas, donde encarna y prevalece permanentemente la ley
del más fuerte, del más privilegiado, del que mejor acomodado este, donde en definitiva
imperaba en su mayor expresión del ‘‘sálvese quien pueda’’… y como sea.

Mujer de la ‘‘vida alegre’’

Es otro día más que trascurre en la normal anormalidad inherente, al parecer, a aquel
sector. Las imparables agujas del reloj marcan infaliblemente las 8:13 de la noche de un
frío, pero ajetreado martes 5 de septiembre para Lucia. Mientras lleva 2 horas
aproximadamente tratando de ‘‘levantarse lo del diario’’ en su tradicional jornada laboral,
deja de ser por un momento Lu o Lucha, como le dicen generalmente de cariño algunas
de sus compañeras en la labor, dando paso al alter ego de ‘‘Celeste’’ que se activa ante la
expectante mirada de esos efímeros y transitorios visitantes quienes constituyen
mayoritariamente su clientela frecuente en la pequeña, oscura y recóndita habitación que
hace las veces de su ‘‘oficina’’

Las paredes de esta ‘‘dulce morada’’ son testigos fieles de los actos que, contra su propia
voluntad Lucia, en su faceta de Celeste, ha tenido que llevar a cabo forzosamente para
complacer las más violentas pasiones pulsionales, para cumplir un sinnúmero de
insospechadas e inimaginables fantasías, deseos y demandas caprichosas exigidas por
parte de aquellos que al final de su difícil vida, por demás atormentada, recordará
simplemente como extraños seres pasajeros. Imágenes que quizá la abrumarán por el resto
de su vida o que quizá perduren mucho tiempo en su mente… momentos convertidos en
dolorosos recuerdos adheridos a su memoria, tal como tristes inscripciones grabadas en
piedra. Condenada a resignarse a un camino de deseos ajenos que experimenta en su
propio cuerpo, cuerpo aquel que para para muchos individuos ocasionales se vuelve en
una zona predilecta para plasmar los más profundos y salvajes instintos de la libido. Asi,
se somete cada tanto a un erotismo impropio, acogiéndose a lo ajeno de la sexualidad
paga por otros.
En lo más profundo de su interior, el desconsuelo y la desolación embargan el alma y el
espíritu de Lucia, quien siente como va perdiendo poco a poco partes de su propia esencia.
Tiende a verse a sí misma cada vez más reducida tan solo a un vestigio, un lejano y vago
sueño que alguna vez fue, una sombra de la cantante y artista que quiso ser…pero no
pudo ante la abundancia de escasez.

Pese a esto, para Celeste todo siempre tendrá sentido y habrá valido realmente la pena
con tal de huirle al estruendoso ruido, cuanto menos insoportable, emitido de manera
incesante por el monstruo del hambre, una bestia de la cual busca escapar
permanentemente a como dé lugar. En medio de un panorama de por si desalentador y
agobiante, las precarias condiciones en las que vive la empujan inevitablemente a entregar
su cuerpo sin mayores opciones ni alternativas reales a la vista para conseguir algo de
plata que le ayude para pasar los tragos amargos que son sus días.

La lamentable formula, la triste constante: deambular de aquí para allá, de una esquina a
otra, esperando sin más a ese alguien que quiera, y sobre todo pueda, acceder a ella. Años
enteros caminando calles bajo la blanca luz de la luna, le dan tristemente una basta
experiencia para saber que ‘‘tarifas’’ son las que ‘‘debe aplicarle’’ a su ‘‘queridos
visitantes’’…. que van desde hombres comunes y corrientes con vidas a simples, hasta
una que otro personaje de la vida pública, celebridades, en búsqueda de embarcarse en
aventuras. Esa ‘‘envidiable’’ trayectoria, le indica que entresemana el negocio no anda
bien, no es tan bueno, pues la meta personal a la que puede aspirar son 50 mil pesos; el
botín, el premio gordo, el fortín sin dudas está en los fines de semana, donde fácilmente
puede ‘‘embolsillarse’’ entre 85 y 90 mil pesos… claro está, tiene que ‘‘ponerse mosca’’,
‘‘ser abeja’’, porque la competencia no da tregua y la puede dejar con las manos vacías.

Además, sabe mejor que nadie que esa no es su única amenaza, no es de lo único que
tiene que estar pendiente. Mejor que nadie sabe que en la oscuridad las fieras acechan
camufladas para cazar mejor y con más ferocidad. Las campañas de limpieza social han
dejado a un par de compañeras de labor suyas ‘‘tiradas por ahí’’ en la calle, en el botadero
de basura o, en su defecto, desaparecidas… como si la tierra se las hubiera comido. Desde
hace tiempo aprendió a convivir con la muerte siguiéndole atentamente los pasos,
pisándole los talones.

Pero al igual que ocurre en todo trabajo, Lucia en modo Celeste, tiene que seguir al pie
de la letras las indicaciones de su superior, de su patrón, de un jefe a quien debe rendirle
cuentas sin siquiera poder meditarlo dos veces… porque no se le está permitido. Personaje
misterioso y enigmático este, sujeto escurridizo que con mucha cautela y sigilo se mueve
entre las sombras de esa otra Bogotá, l Bogotá noctambula, inevitablemente le recuerda
a Lucia a su difunto y terriblemente catastrófico padre.

Lo único que provoca en Lucia la imagen de Carlos, ese aborrecible y detestable hombre
ya inexistente sobre la faz de la tierra, es una compleja mezcla de sensaciones y
sentimientos encontrados, un intrincado arcoíris de rabia, melancolía, nostalgia, dolor,
angustia, impotencia, tristeza… huella aun hoy difícil de borrar. No pasa un solo día en
el cual ella no rebobine, asi sea durante una mínima fracción de segundo, las múltiples
‘‘muendas’’ y ‘‘tundas’’ infligidas por Carlos, no solo a ella sino además a su madre.

Varias cicatrices permanecen allí, tatuadas con cruda rudeza en la piel canela de Lucia,
tal vez como doloroso recordatorio de las únicas ‘‘tiernas caricias’’ que conoció de aquel
que se hacía llamar su progenitor: las fuertes golpizas propinadas como si fuese un saco
de boxeo. Las infames palizas fueron, por decirlo de algún modo, la única manifestación
de afecto y cariño provenientes alguna vez de su padre, agresiones convertidas
paulatinamente en pan de cada día, instaurándose en la forma predilecta que alguna vez
conoció de él para ‘‘comunicarse’’. El recibir toda clase de improperios, insultos,
vejámenes y ultrajes por parte de su padre definió, en gran medida, el derrotero de lo que
sería su infancia, desprovista de cualquier asomo o rastro de afectividad genuina…. un
trato a las patadas, como se diría popularmente.

El ‘‘pagadiario’’, ese pedacito de cuarto que, a duras penas, ‘‘a trancas y mochas’’ como
se dice popularmente, se costeaba su papá en una desordenada pensión de una céntrica
zona de Bogotá, era invivible y peor si ‘‘estaba con tragos en la cabeza’’… se convertía
entonces en un total infierno la trifulca. La voz autoritaria de Carlos era válida toda vez
que se soportaba en la vía comúnmente usada por el típico macho: la utilización irrestricta
de la fuerza violenta para mostrarse dominante y controlador de la situación. De modo tal
que, lo que él dijera en cualquier momento dentro de ese estrecho cuarto de era ley… y
el hecho de no recibir con beneplácito, no ver con buenos ojos, de no hacer caso a sus
órdenes podía ser fácilmente justificativo de sendas reprimendas.

Como todo ‘‘buen’’ macho que se respete, y que por sobre todas la cosas alardee, se
enorgullezca y se jacte de identificarse de ser tal, lo menos que se esperaba de la manera
de proceder de Carlos era, por supuesto, no dejar de imponer por ningún motivo sus
propios puntos de vista y decisiones ante su esposa e hija… ¡ni loco que fuera¡
Consideraba que igualar al hombre con la mujer era cuanto menos descabellado e
insensato, un total despropósito, un escándalo casi que de proporciones bíblicas, un
completo exabrupto mirara por donde se le mirara. Haciendo gala del amplio abanico de
‘‘honorables’’ enseñanzas y prácticas impregnadas de cultura patriarcal, que a su vez
tiempo atrás le habría de legar y heredar a él su padre Jerónimo, cual efecto dominó,
concebía a la mujer ubicada varios escalones por debajo del hombre y ahí debía seguir
estando sin mayores cuestionamientos, de allí no tenía permiso de salir asi lo desease…
a menos que el hombre dictara lo contrario. Saltaba a simple vista el hecho de que Carlos
veía con marcado desdén, desprecio e inferioridad a las mujeres; el destino encomendado
a esta en la tierra era la sumisión exclusiva al hombre en todos los sentidos habidos y por
haber, por lo cual su existencia solamente tenía propósito en tanto siga cabalmente las
órdenes del hombre. Para él la mujer era indiscutiblemente sinónimo de cocinar, de
planchar, de lavar ropa, de cuidar y criar hijos, de labores domésticas… reducida a esa
mínima expresión y nada más, recluida en una casa

Sin sostener un incontenible llanto, lagrimas bajan por su mejilla, llegando hasta una de
aquellas marcas malditas que no puede ocultar ni con todo el maquillaje del mundo. El
primero de tantos otros y venideros, de otras tantas muestras de virilidad de sujetos con
ganas de demostrar su ‘‘hombría’’. Llorando en calma termina otra noche más para ella
a las doce de la noche, y asi, hasta mañana, se esfuma como fantasma en la neblina de la
desértica noche capitalina.

El ‘‘sabor’’ de la vida

Aquel mismo 5 de septiembre al otro extremo de la ciudad, siendo las 6:17 de la


madrugada, cuando recién vislumbra el sol emergiendo a lo lejos en el horizonte y
erigiéndose en medio de un opaco, nuboso y grisáceo firmamento bogotano, Maria, como
ya es costumbre, se dispone a preparar y repartir desayunos ‘‘a lo que marca’’ para los
comensales que hambrientos se van acercando tímidamente para ocupar las frías sillas y
mesas del pequeño pero acogedor restaurante El buen sazón, que es para algunos un
simple y triste ‘‘chuzo’’. Sin mayor certeza que el anhelo mismo de ganar los pesos que
más pueda al iniciar el día para soportar, por lo menos, 24 horas más en la dura Bogotá,
un salario fijo significa prácticamente un imposible y una ilusión poco palpable… una
utopía

En el mejor de los casos, y si la suerte se encuentra de su lado, veinticinco mil pesos,


entre arrugados billetes deteriorados y oxidadas monedas, son lo máximo que caerá
lentamente y con cierta emoción en las palmas de las diminutas, trajinadas y trabajadoras
manos de Maria. Ínfimo pago, pero al fin y al cabo añorado, que Maria sorprendentemente
valora con gratitud, porque, dice ella, al menos puede ‘‘darse ese lujo’’. Pero al igual que
ella, muchas sus compañeras del restaurante andan prácticamente en las mismas,
afrontando como pueden las obligaciones diarias.

Lo que desde la perspectiva de la gran mayoría son simples miserias e incluso limosnas,
y con toda razón, para la humilde Maria esas mismas ‘‘migajas’’ constituyen un bálsamo,
un oasis, entre tantas penurias y afugias económicas con las cuales tiene que lidiar en lo
cotidiano. En la informalidad no hay escapatoria, no existe otro camino diferente al de
ser ‘‘todera’’, no ‘‘arrugarse’’ y ‘‘medírsele a lo que allá, a lo que caiga, a lo que venga’’.
No obstante, Maria, aunque no es una ferviente creyente cristiana, se vale de aquella vieja
y conocida cita bíblica que reza: ‘‘te ganaras el pan con el sudor de tu frente’’

En su adolescencia, flanqueando algún otro punto de esta cosmopolita, diversa y un tanto


caótica Bogotá, Maria recuerda bien como trataba de ‘‘rebuscársela’’, ganándose la vida
como pudiera en el transporte público. Imitando el ágil movimiento de las mejores
gimnastas artísticas, tenía que ingeniárselas abriéndose camino en cualquier
congestionado colectivo, alimentador o articulado, en lo primero donde la dejaran subir,
para repartir todos los dulces que usualmente cargaba consigo… guardando la esperanza
de que la mayoría de ellos no regresasen nuevamente al fondo de la cajita de cartón, su
fiel compañera de mil batallas. Sin importar cuan atiborrados estuviesen, sin importar que
al frente surgiera un ‘‘mar de gente’’, sabía que por algún margen estrecho debía pasar,
algún espacio había para poder colarse.

Mientras recorría de extremo a extremo la capital a bordo de buses de diferentes colores,


y contemplando el cielo a través de una ventana un tanto percudida de polvo y cubierta
de una casi imperceptible capa de smog, para continuar su largo y tortuoso viaje por la
vida, la joven e inocente Maria se aferraba a sus muchos sueños, ahora frustrados, y
encontraba en ellos un aliciente para seguir, para no desistir y no bajar la guardia en
silenciosa lucha personal contra la exclusión, la marginalidad y la desigualdad tan
comúnmente naturalizados y normalizados.

Por un instante y tan solo un instante, un repentino suspiro, a su vez profundo y lleno de
efusividad, la lleva a volcarse hacia el pasado, reflexionar y cuestionarse acerca de las
mínimas posibilidades, en ocasiones nulas, que tuvo para sentarse en un pupitre y asistir
a un salón de clases, tal y como si pudieron hacerlo muchas y muchos jóvenes
privilegiadas y privilegiados, para compartir con demás compañeras y compañeros.
Cientos de cuestiones dieron vueltas en su cabeza. Una poderosa duda la invadió de lleno,
la carcomió por dentro…que hubiera ocurrido con el devenir de su vida si tan solo en
dicha época en vez de estar trasegando pasillos de estaciones y articulados de
Transmilenio, hubiera podido recorrer otro tipo de pasillos…. pasillos de una facultad
para quizá llegar a tiempo a clase de 7 de la mañana o tal vez para entregar un trabajo
final de una importante asignatura correspondiente al pensum de una carrera profesional.
En tan solo un momento vinieron a su mente falsos recuerdos de una vida que jamás
sucedió, que nunca tuvo, quizás una vida alterna o paralela de cosas que nunca vivió pero
que aún asi aspiró a realizar algún día ya lejano en el pasado.

Llegada la tarde, a eso de las 2: 30 de la tarde el turno de Maria termina como cualquier
otro día, no porque ella asi lo quiera precisamente, sino porque esa fue la propuesta de
trabajo que el dueño del local le hizo… o lo tomaba o lo dejaba. Ahí mismo, Maria
pregunta angustiada la hora, acto seguido, y con prisa más que evidentes, sale corriendo
como alma que lleva el diablo y sin que alguien allí presente sepa a ciencia cierta el porque
de dicha conducta sorpresiva ni para donde la llevo el viento en su angustioso afán

El espejo y una verdad incomoda

Al finalizar otra ardua, larga y, no menos, extenuante jornada, nuestras protagonistas solo
tienen en mente una cosa y tan solo una: descansar y apartarse de todo por un momento…
si es que eso llega a ser posible. Es probablemente que sea lo único que les puede entregar
y permitir siquiera algún atisbo de relativa paz, calma y tranquilidad a sus vidas.

Mientras tanto a la 1:05 de la madrugada, la escena es la de una solitaria mujer, un poco


más 30 años parece tener, está simplemente allí mirando hacia la nada misma, sentada a
la orilla de su vieja y deteriorada cama, a la espera de al fin conciliar el sueño. Una extraña
e inusual sensación de vacío, semejante a la producida por un fuerte escalofrío, sacude
todo su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de sus pies. Inusitadas divagaciones
entremezcladas revolotean imparablemente, de aquí para allá van sin cesar. El pasado
retumba con fuerza, el ahora la aflige y el porvenir… bueno, el porvenir es para ella algo
indefinido en manos del ingrato destino o tal vez del caprichoso azar, aún no lo sabe con
certeza.

Luego de haber estado varios minutos contemplando fijamente, y sin propósito aparente,
una de las pálidas paredes que suele rodearla, decide recostarse lentamente en su áspero
colchón. Aun sin poder ‘‘pegar ojo’’, con la cabeza acomodada sutilmente boca a arriba
en la almohada que tiene desde hace una década, detalla ahora el techo agrietado que
apenas, y milagrosamente, alcanza a resguardarla de la inclemente noche A su lado, en la
mesita de noche, un objeto en particular llama poderosa y repentinamente su atención: su
espejo, que reposa en una envidiable quietud.

Aunque generalmente se mire en ese gran espejo de marco roto, algo la hace querer verse
nuevamente. Con ansias incontenibles su mano se abalanzo para proceder con
determinación a empuñar aquel espejo. Ya en su poder, y en un parsimonioso
movimiento, lo ubicó frente a su rostro, quería verse solo una vez más. Pero esta vez era
diferente…. quería saber quién era realmente y, más importante aún, quien había sido
durante todos estos años. Perpleja y atónita, no daba crédito a lo que estaba sucediendo ,
su sorprendida e incrédula mirada lo decía todo, simplemente no creía lo que estaba
pasando.

El espejo perfectamente se podía partir de inmediato a la mitad. Dos personas, una misma
cara. La imagen proyectada por el espejo no mentía, no podía engañarse más asi quisiera
hacerlo, asi se intentara engañar a sí misma. En este se proyecta con claridad la imagen
de dos mujeres, una impresión que al unísono las reúne y recoge a ambas… Son Maria y
Lucia… no, más bien Maria Lucia.

Y asi mañana será otro día más, tal vez inmersa en un bucle infinito… dos vidas, una
misma realidad…

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