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Iván Camacho Anguiano

01/07/2020

Principio y fin del tiempo


Por IVÁN CAMACHO ANGUIANO

Si el tiempo nos espanta es


porque hace la demostración;
la solución viene luego.
ALBERT CAMUS

Cada 31 de diciembre es manifiesto que el paso de un año a otro no puede ser


solamente un hecho administrativo o civil. Cada fin de año trae consigo, además de
festejos y derroche, la esperanza de que las cosas, ahora sí, irán mejor. Lo que cada cual
considera que el destino le debe, espera recibirlo en el año que comienza y, junto a la
lista de propósitos, siempre se coloca la de los sueños y deseos. Estas costumbres tienen
su origen en las antiguas sociedades, en las que el “Año Nuevo” equivale al
levantamiento del tabú de la nueva cosecha; es decir, cuando se proclama que es
comestible e inofensiva para toda la comunidad. Aunque hace ya mucho que dejamos de
ser una comunidad agrícola, en todas partes existe aún una concepción cíclica del
tiempo, de la existencia de un inicio y una terminación de períodos temporales. Estos
ciclos, aunque están basados en las observaciones de los ritmos biocósmicos en general,
se encuadran en un marco cultural mayor, el de las purificaciones periódicas y la
regeneración, también periódica, de la vida.

Estas prácticas culturales tienen por objeto abolir el tiempo transcurrido,


restaurar el caos primordial y repetir el acto cosmogónico. Así, mediante la repetición
del acto de la creación se regresa al momento en que tanto el mundo como el tiempo
fueron creado. Haciendo coincidir el “instante mítico” y el “momento actual”, se
pretende abolir el tiempo profano, anulando así los errores y pecados (alejamientos del
arquetipo) que producen sufrimiento para empezar de nuevo. Esto trae consigo la
posibilidad de la regeneración continua del mundo y el acceso a la eternidad. En lo que
se refiere a restaurar el caos primordial, existente antes de la creación, los intentos
generalmente se encausan a la celebración de orgías, bacanales, y cualquier fiesta que
suponga excesos. Una forma, sea cual fuere, por el hecho de que exista como tal y dure,
se debilita y se gasta. Para retomar vigor le es necesario ser reabsorbida en lo amorfo,
aunque sólo sea un instante; ser reintegrada en la unidad primordial de la que salió; en

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otros términos, volver al “caos” (en el plano cósmico), a la “orgía” (en el plano social),
a las “tinieblas” (para las semillas), al “agua” (bautismos en el plano humano; Atlántida
y Diluvios en el plano social).

La expulsión anual de los demonios puede practicarse en la forma del despido


ritual de un animal (chivo expiatorio o emisario) o de un hombre (Mamurio Veturio),
considerado como el vehículo material, gracias al cual las tareas de la comunidad son
transportadas allende los límites del territorio habitado. En nuestras modernas
sociedades, esta eliminación de los demonios se practica mediante la expulsión o
aniquilamiento de objetos familiares (cambio de guardarropa, de auto, de televisor), así
como a través del abandono de prácticas o hábitos a los que se les atribuye ser la causa
de todos los padecimientos personales o colectivos (dejar de fumar, dejar de beber,
hacer ejercicio).

Cuando ocurre ese corte del tiempo que es el año, asistimos no sólo al cese
efectivo de cierto intervalo temporal, sino también a la abolición del año pasado y del
tiempo transcurrido. La duración del tiempo queda suspendida por el rito, de ahí la
importancia de los festejos de fin de año. La expulsión anual de los pecados,
enfermedades y demonios es en realidad una tentativa de restauración, aunque sea
momentánea (sic), del tiempo mítico y primordial, del tiempo “puro”, el del “instante”
de la creación. La coincidencia entre el “instante mítico” y el “momento actual” supone
tanto la abolición del tiempo profano como la regeneración continua del mundo. Todo
Año Nuevo es volver a tomar al tiempo en su comienzo; es decir, una repetición de la
cosmogonía. Al conferir al tiempo una dirección cíclica, se anula su irreversibilidad.
Todo puede recomenzar por su principio. El pasado pasa a ser sólo un prefiguración del
futuro. El tiempo se limita a hacer posible la aparición y la existencia de las cosas. No
tiene ninguna influencia decisiva sobre esta existencia, puesto que también él se
regenera sin cesar. La repetición del tiempo tiene el sentido de conferir realidad a los
acontecimientos. Ya decía Jorge Santayana que “vivir es perder tiempo: nada podemos
recobrar o guardar sino bajo la forma de eternidad”.

Opiniones y comentarios: mithrandir_71@hotmail.com

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Publicado en
EL HERALDO DE CHIHUAHUA
Viernes 19 de septiembre de 2002
Año LXXV N° 26737

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