Está en la página 1de 7

“Género y desigualdad: una crítica a los esencialismos

y el estatus quo”

Por
Javier Toro
Claudio Parada

Ramo
Estratificación y desigualdad II

Profesor
Sergio Fiedler
El presente ensayo intentará abordar bajo una perspectiva sociológica tres aspectos sobre la teoría
de género que permiten tensionar el estatus quo y las concepciones esencialistas con respecto a la
sexualidad humana. En primera instancia, se abordará la relación del concepto de género con la idea
de contingencia de la realidad social. Posteriormente se hará una crítica a los esencialismos
presentes en la noción de sexualidad, para ello se analizarán las críticas hechas al concepto de sexo
biológico.
La segunda etapa de este trabajo explicará la conceptualización de los aspectos que creemos más
importantes a la hora de dar cuenta las asimetrías de género presentes en Chile, a saber, roles de
género, desigualdad y masculinidad. Finalmente, se mostrará cómo se expresa en la maternidad y
la idea de liderazgos femeninos la desigualdad de género en el país.

La contingencia de la realidad social y la sexualidad


Una de las grandes ideas que subyacen a los argumentos sobre el concepto de género en la literatura
feminista es la noción de contingencia de la realidad social: estamos inmersos en una forma de vida
particular, pero ésta no es la única ni ha existido siempre. Para explicar a grandes rasgos la
importancia e implicancia de esta visión vale la pena recordar al filósofo austriaco Ludwig
Wittgenstein. Carlos Peña (2018), rector de la universidad Diego Portales, refiriéndose en su libro
Ideas de perfil al texto Investigaciones filosóficas de Wittgenstein, señala que dicho autor rompe
con la visión del estructuralismo que piensa que todo sistema de signos y símbolos se organiza bajo
las mismas leyes. Peña, refiriéndose a la obra de Wittgenstein, va a sostener en cambio que “las
palabras que hablamos y las frases que construimos se sostienen en una práctica que él
(Wittgenstein) llama forma de vida” (Peña, 2018, p.82). Las distintas formas de vida se
compondrían de reglas, formas de interacción, pero no por ello éstas serían preexistentes a una
realidad social dada. Las consecuencias de este argumento son poner en cuestión una visión
sustancialista o metafísica con respecto a la realidad social. He aquí donde cobra importancia el
argumento anterior para el concepto de género, puesto que al ser susceptible la realidad social o
forma de vida a transformaciones, también lo será nuestra concepción sobre la sexualidad humana.

Anne Fausto Sterling y Judith Butler: el sexo en jaque


Si reflexionamos sobre los roles género en el Chile actual, podemos detectar y categorizar dos
visiones ampliamente disímiles (tanto en la sociedad civil como en el mundo académico). Esto
muestra que la sexualidad humana no es un tema zanjado o inocuo para los actores sociales. Anne
Fausto Sterling (2006), doctora en filosofía y profesora de biología y estudios de género, va a
declarar que en la esfera social “(…) las verdades sobre la sexualidad humana creadas por los
intelectuales en general y los biólogos en particular forman parte de los debates políticos, sociales y
morales sobre nuestras culturas y economías.” (Sterling, 2006, p.20). En el país, una visión es
representada por quienes creen que las cualidades fisiológicas y conductuales de cada género son
producto únicamente del componente genético y otra que, en cambio, cree que además de aspectos
biológicos, existe un factor socio-histórico que influye en dichas cualidades. La creencia de la
primera categoría es la muestra de la legitimación de las desigualdades y asimetrías de poder en el
país, puesto que naturaliza las posiciones de poder entre personas remitiéndose únicamente a
aspectos biológicos. Bajo esta perspectiva, por ejemplo, los hombres al ser “biológicamente más
racionales e inteligentes” deberían tener cargos más importantes y mejor remunerados (como cargos
directivos, gerencias) que las mujeres, ya que ellas serían supuestamente más “emotivas e
irracionales” (por tanto, no contarían con las aptitudes y capacidades requeridas para dichos
cargos).

Estos debates sobre la naturaleza y las “verdades” de la sexualidad no solo se imprimirán en la


naturalización de asimetrías de poder entre mujeres y hombres, sino que también configurarían
nuestros cuerpos. Sterling (2006), en nombre de las teorías feministas, va a criticar el entender al
cuerpo como una esencia y propondrá en cambio entender a éste como un “armazón desnudo”,
donde “la ejecutoría y el discurso modelan un ser absolutamente cultural” (Sterling, 2006, p.21).
Este control subjetivo y material sobre los cuerpos contribuye a la reproducción de las
desigualdades, puesto que impone psíquica y físicamente una perspectiva hegemónica de la
“naturaleza” sexual.
Otro ejemplo que pone en tensión la concepción esencialista de la sexualidad humana, y por
consecuencia, al concepto de sexo biológico, puede expresarse utilizando el libro Por qué importa
la filosofía del rector Carlos Peña (2018). En él, Peña expone como ejemplo al feminismo para
explicar la radicalidad del pensamiento filosófico. El autor arguye, refiriéndose a la obra de Judith
Butler sobre género y feminismo, que el sexo, entendido como cuerpo o genitalidad, estaría
mediado por un significante que sería el género. Este significante produce subjetividades, como por
ejemplo la visión binaria mujer-hombre. Esto implica que se reduzca la sexualidad solo a dichas
alternativas, por lo que un transexual, por ejemplo, no sería reconocido en la esfera social (o
derechamente excluido). Pero además de reducir la sexualidad a la categoría binaria mujer-hombre,
el sexo es una cualidad performativa: en la medida que actúo en función de la distinción de género,
la produzco.

Roles de género, masculinidad y desigualdad


El concepto roles de género da cuenta de las distinciones construidas y reproducidas socialmente
entre mujeres y hombres en conductas y prácticas dentro de la estructura social. Aquí la
masculinidad se relaciona con el trabajo instrumental en lo público y la productividad, en cambio lo
femenino con la reproducción y la esfera doméstica.  Las prácticas al mismo tiempo que generan
esta subordinación, contribuyen en su reproducción. Según Connell (1997) estas prácticas de género
no pueden verse como hechos aislados, “atan” a un grupo a un contexto histórico, por lo que, si bien
la práctica reproduce los roles de género, también es creativa e inventiva, es decir, a medida que el
contexto vaya cambiando, en cierta medida los roles de género también cambian. Por otro lado, la
feminidad que se asocia con la mujer, y la masculinidad con el hombre. Connell las llama
configuraciones de prácticas de género, en otras palabras, una de infinidades de posibles maneras de
asociar un género con ciertas características. “Estos son procesos de configuración de la práctica a
través del tiempo, que transforman sus puntos de partida en las estructuras de género” (Connell,
1997, p.7).

Siguiendo con los conceptos, la masculinidad, según Connell (1997), tiene variadas definiciones:
esencialista, positivista, normativa, y un enfoque semiótico.  Para poder adentrarse en este concepto
debemos despojarnos de una definición que busca lo macro, esto en el sentido de intentar englobar
la masculinidad en todos los ámbitos de la vida social. Para Connell (1997) el enfoque semiótico lo
explica de la mejor manera. Sin embargo, por los fines de este ensayo, daremos más importancia a
la definición normativa y la que da Connell haciendo en cierta medida un cruce de las dos: “Las
definiciones normativas nos ofrecen un modelo la masculinidad es lo que los hombres debieran ser”
(Connell, 1997, p. 4). Este tipo de definiciones lleva a que la masculinidad tenga ciertos grados en
relación a las normas, en un caso específico, el espacio laboral tiene ciertas normas, por lo tanto, se
presenta un grado de masculinidad que no está expresado en otros ámbitos de la vida cotidiana.
Connell expresa la masculinidad como algo que “[…] es al mismo tiempo la posición en las
relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y mujeres se comprometen con esa
posición […]” (Connell, 1997, p.6). Entonces podemos decir que el género nace de las relaciones de
género, es decir, existe cierta diferenciación, y las prácticas son reproducidas a partir de estas
diferencias. Sin embargo, todo esto depende del contexto social en el cual se enmarca, ya que las
relaciones de género en una fiesta son distintas de las del espacio del trabajo.

La desigualdad tiene su inicio en la diferenciación social, con diferenciación nos referimos a las
diferentes cualidades que poseen los individuos como el tamaño, la fuerza, el sexo, entre otras.
Estas distinciones no tienen un orden jerárquico y han sido aumentados por la división del trabajo y
complejización de las sociedades. Según Kerbo (1999), la desigualdad es la condición en la cual los
sujetos tienen un desigual acceso a servicios, bienes, y posiciones socialmente valoradas.
Los roles de género presentan la subordinación de la mujer, esto nace socialmente a partir de las
diferencias biológicas entre ambos sexos, se reproduce la idea de que la biología determina el
género. Sin embargo, según Connell “el género existe precisamente en la medida que el sexo no
determina lo social” (Connell, 1997, p. 6). Los roles de género en Chile comprenden una jerarquía
de las aptitudes y capacidades de cada sexo. En el caso de las mujeres, al ser el grupo subordinado a
un contexto socio-histórico patriarcal, no están en la igualdad de condiciones para conseguir bienes,
servicios o puestos socialmente valorados. Para efectos de ensayo, abordaremos las posiciones
socialmente valoradas, específicamente en el espacio laboral.

Maternidad y liderazgos femeninos: una expresión de la desigualdad de género


El acceso a los cargos socialmente valorados por parte de las mujeres es limitado, esto debido, entre
otras cosas, a la protección que tienen en la legislación, esto nos dice el estudio: “La maternidad y el
trabajo en Chile: Discursos actuales de actores sociales”, el cual corrobora que “[…] la idea que las
normas de protección a la maternidad en el trabajo afectan negativamente la empleabilidad de las
mujeres.” (Ansoleaga & Godoy, 2013, p. 345). El estudio en cuestión, está compuesto por una serie
de entrevistas a mujeres, actores políticos, organizaciones sociales y la sociedad civil. Las
legislaciones para proteger la maternidad elevan los costos indirectos y directos de contratar a una
mujer, lo que les genera una barrera si quieren perseguir ciertos cargos en el mercado laboral. En
Chile la maternidad de presenta “como un referente identitario femenino central […]” (Ansoleaga
& Godoy, 2013, p. 349), esto lleva una tensión entre la vida familiar y la del trabajo lo que termina
siendo desgastante para las mujeres.

Según el mismo estudio, al tener que contratar algún individuo, aquellos que deben tomar esta
decisión, toman como prioridad la dimensión económica, atribuyéndole así más peso a las mujeres.
Es decir, ellas tienen menos oportunidades de conseguir cargos valorados, solo por la potencialidad
de ser madres, lo que no solo significa tener menos probabilidades de ingresar al espacio laboral en
cierto tipo de ocupaciones, sino que también “[…] incide en que este ingreso se haga en malas
condiciones: menores salarios, menores posibilidades de promoción, malos tratos y mayor
informalidad” (Ansoleaga & Godoy, 2013, p. 351).

Otra expresión de la desigualdad de género en Chile se desprende de la idea de liderazgos


femeninos. El informe del año 2010 del PNUD, en su subcapítulo llamado Género, elites y poder,
narra, entre otras cosas, los obstáculos y facilidades de la mujer para alcanzar altos cargos en el
campo político y económico. El citado informe señala que la idea de liderazgos femeninos, que
atribuyen a la identidad femenina atributos que agregan valor en los procesos productivos y de
gestión de empresa, exalta las diferencias de género. Esto consolida en el campo económico la
naturalización de las desigualdades en el acceso a cargos de poder para las mujeres en el país: “(…)
este discurso tiende a reforzar un orden de género marcando una nítida división sexual del trabajo:
mujeres y hombres deben cumplir ciertos roles y tareas porque están innatamente capacitados para
ellos.” (PNUD, 2010, p.235). Como puede apreciarse, la idea de liderazgos femeninos refuerza las
desigualdades de género y reproduce la mirada esencialista de las identidades de mujeres y
hombres.

Conclusiones
Como vimos en el inicio de este ensayo, la idea de que pueda existir algo innato o imperecedero en
la condición humana ha sido duramente criticada. Desde el concepto de formas de vida en
Wittgenstein hasta las críticas del concepto de sexo biológico de Anne Fausto Sterling y Judith
Butler, dan cuenta de que la realidad social (y dentro de ella están contenida las ideas que se tienen
con respecto a la sexualidad humana) es continua y cambiante. Sin embargo, a pesar de los aportes
hechos por las teóricas feministas y la presencia de la idea de contingencia de la realidad social en
distintas disciplinas, se siguen presentando en Chile discursos esencialistas sobre la identidad de
género. Así vemos cómo en la idea de maternidad y liderazgos femeninos se vuelve a atribuir a las
mujeres una idea esencialista de habilidades interpersonales (empáticas, blandas, etc.). Lo anterior
implica la legitimación y reproducción de las desigualdades de género en las instituciones y el
imaginario de la población civil, donde los grandes ganadores son los hombres (puesto que sus
supuestas aptitudes y capacidades “innatas” son mejor valoradas socialmente) y las mujeres las
perdedoras (por estar desprovistas de las aptitudes socialmente mejor valoradas en el país).

Bibliografía
Ansoleaga, E. & Godoy, L. (2013) La maternidad y el trabajo en Chile: discursos actuales de
actores sociales. Polis Revista Latino Americana, 12: N° 35, pp. 337356.

Connell, Robert W., “La organización sexualde la masculinidad”, Valdez,Teresa y José Olavarría,
(eds.), Masculinidad/es. Poder y crisis, Santiago de Chile, ISIS-Flacso, 1997, pp. 31-48.

Fausto-Sterling, A. (2006). Cuerpos sexuados. Barcelona, Melusina. Capítulos 1 y 9.

Kerbo, H. (1999) Estratificación social y desigualdad: el conflicto de clases en perspectiva histórica


y comparada. Boston: Mac Graw Hill.  

Peña. C, (2018), "Por qué importa la filosofía", Capítulo: "¿Existen verdades?”. Santiago de Chile:
Taurus.
Peña. C, (2015), "Ideas de perfil", Ensayo: "Bourdieu: la ilusión de la meritocracia". Santiago de
Chile: Hueders.

PNUD (2010). Desarrollo Humano en Chile: Género: Los Desafíos de la Igualdad. Santiago de
Chile, PNUD. Parte 5: Género, elites y poder: 215-284 [online]

También podría gustarte