Está en la página 1de 1

YOCASTA

Más se ha hablado de mi tragedia y no de mí. Me he juzgado yo misma, bajo la vista horrorizada de las

creencias. La catástrofe sobrevino demasiado pronto. Los hechos se precipitaron con espantosa rapidez. Y

casi sin darnos cuenta todos nos vimos arrastrados por el torrente de calamidades que sumergió a

Tebas. Nunca tuve tiempo de reflexionar sobre lo que nos estaba pasando porque cuando todo terminó yo ya

no pertenecía a este mundo. Me he quitado la vida, al no soportar tanto pecado surgido de mí, sin intención.

He pasado por alto todas las suposiciones muy por encima de los oráculos. He muerto para huir de  los

horrores que mi vientre y mi deseo produjeron. Y estoy parada acá, en nuestro purgatorio presente. Por eso,

ahora, cuando ya no quedan ni rastros de mí misma, de Edipo, de mis hijos en el corazón de los humanos,

vuelvo del fondo de los tiempos para recordar algunos hechos que están enlazados con mi existencia y la de

los que me rodearon en vida. No fue el destino, No fue la fatalidad No fueron los vaticinios, los que nos

arruinaron. Fue la pasión de Edipo, su delirio por el poder, lo que lo terminó consumiendo, a él, a mí, al

palacio. Fue esa pasión de Edipo la que lo perturbó de tal manera que ya no pudo escucharme. Esa misma

pasión también había dominado a Layo, su padre, y también a él lo condujo a la catástrofe. Hice lo posible

para advertírselo pero no quiso atender razones. Con los oráculos comenzó la desgracia. No por lo que

auguraban sino porque Layo, el antiguo soberano, extravió su razón al conocerlos. Y desde entonces todas sus

acciones fueron guiadas por su afán de eludir la suerte que los augurios presentaban como inexorable. Y ese

mismo afán lo decidió a sacrificar a su hijo, mi propio hijo, gestado con amor y esperanza, parido con dolor y

alegría, mi propio hijo, al que nunca quise abandonar. Cuando, en mi propia presencia, Layo lo entregó al

pastor. Rogué, supliqué, imploré por la vida de ese niño. Traté de arrancarlo de sus brazos, Me retorcí de

dolor, me arrastré, Yo, la reina, Por mi hijo.

También podría gustarte