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CAPÍTULO IV

REVOLUCIÓN PASIVA, REVOLUCIÓN


PERMANENTE Y HEGEMONÍA

Los tres conceptos que dan título a este capítulo concentran


muchos de los debates respecto de los Cuadernos de la cárcel. Sobre
ellos, asimismo, se han establecido ciertos lugares comunes com-
partidos, en algunos casos, tanto por críticos como por “defenso-
res” de Gramsci. Uno, de cuño togliattiano, es que la teoría de la
hegemonía se opone tajantemente a la teoría de la revolución per-
manente. El otro, de cuño posmarxista, es que Gramsci sienta las
bases para una teoría de la hegemonía, entendida como una arti-
culación de distintas demandas y movimientos sociales, sin centra-
lidad de la clase obrera y sin horizonte de revolución social. Por
último, la categoría de revolución pasiva se ha utilizado en muchos
casos como un punto de apoyo, junto con los elementos anteriores,
para transformar a Gramsci en un teórico de las “transiciones a la
democracia”, en América Latina especialmente.
En este capítulo, intentaremos reflexionar sobre el tratamiento
de estos conceptos y problemas por Gramsci, así como ofrecer al-
gunas líneas de interpretación diferentes a las predominantes.

Revolución pasiva: poder explicativo y ambigüedades


de un concepto
La cuestión de la revolución pasiva es una clave de la reflexión
carcelaria de Gramsci. Con este concepto busca analizar procesos
bastante disímiles, como el Risorgimento italiano31, el Americanismo/

31  Conjunto de eventos políticos, culturales y militares que condujeron a la


unificación italiana en 1861.
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Fordismo32, el fascismo y la evolución del Estado burgués moder-


no después de 1848 en general.
El término “revolución pasiva” fue acuñado originalmente por
el historiador italiano Vicenzo Cuoco (1770-1823) en su balance de
la revolución napolitana de 1799. Cuoco proponía una revolución
realmente popular y masiva, para diferenciarse de las concepcio-
nes elitistas. En ese marco, la revolución pasiva se caracterizaba por
ganarse la opinión del pueblo e interesar en la revolución a la ma-
yor cantidad de personas que fuera posible33.
Gramsci sostiene que los moderados del Risorgimento pervirtie-
ron esta idea, transformándola en una concepción de revolución
sin revolución o revolución–restauración en que solo el segundo
término es válido. Es decir, algunas exigencias que vienen desde
abajo son asumidas, para garantizar el carácter conservador del
proceso en su conjunto, excluyendo precisamente a las masas po-
pulares para evitar la “vía jacobina” (ver capítulo II).
Asimismo, a partir de la filiación entre los moderados del
Risorgimento y Croce, Gramsci llega a la pregunta de si el fascismo
puede constituir una revolución pasiva:

32  El “fordismo” es el método de producción creado por Henry Ford, consis-


tente en la organización de una cadena de montaje, mediante la cual se van aña-
diendo las piezas a medida que el producto se va trasladando de una estación a
otra del proceso de montaje. Esto implica a su vez una sistematización y automa-
tización de la actividad del trabajador. Con el término polisémico “americanismo”
Gramsci hace referencia a una serie de valores y prácticas asociados al fordismo
y funcionales a la expansión del capitalismo y de la potencia norteamericana, que
se resumen en la “racionalización de la población”, que implica un intento de mol-
dear las pautas de conducta del trabajador fuera de la fábrica. Asimismo hace re-
ferencia a la ausencia en EE.UU. de clases parasitarias no ligadas al mundo de la
producción y la existencia de un nuevo tipo de intelectual “orgánico” surgido del
proceso de producción. Por último, el término hace referencia a cierta ideología di-
fusa que combina la filosofía del pragmatismo, el interés por la producción indus-
trial y los avances tecnológicos y la modernización. Ver al respecto capítulo VIII.
33  Cuoco, Vicenzo, Saggio storico sulla Rivoluzione Napoletana del 1799 seguito dal
Rapporto al Cittadino Carnot di Franceso Lomonaco a cura di Fausto Nicolini. Bari, Gius.
Laterza & Figli, 1913.
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La hipótesis ideológica podría ser presentada en estos términos:


existiría una revolución pasiva en el hecho de que, por medio de
la intervención legislativa del Estado y a través de la organiza-
ción corporativa, fuesen introducidas en la estructura económi-
ca del país modificaciones más o menos profundas para acentuar
el elemento “plan de producción”, y se acentuaría la socialización
y cooperación en la producción sin por ello tocar (o limitándose
solo a regular y fiscalizar) la apropiación individual y de grupo
de la ganancia. En el cuadro concreto de las relaciones sociales
italianas, ésta podría ser la única solución para desarrollar las
fuerzas productivas de la industria bajo la dirección de las clases
dirigentes tradicionales, en concurrencia con las más avanzadas
formaciones industriales de países que monopolizan las materias
primas y han acumulado capitales imponentes. (C10 I §9, redac-
tado entre mitad de abril y mitad de mayo de 1932).

Es importante aclarar que Gramsci se plantea esta cuestión a


modo de pregunta (en el mismo sentido en que se preguntaba si el
historicismo moderado no tenía expresión práctica en el fascismo
más allá de las intenciones de Croce, ver capítulo II) y que no está
definiendo como “progresista” al fascismo, en el sentido de algo
“históricamente progresivo” que debiera ser apoyado, como po-
dría suponer un crítica un tanto apresurada.
En el Cuaderno 15, que contiene productivas reflexiones, algu-
nas de las cuales consideraremos a lo largo de este capítulo, tomaba
como un aspecto saliente del proceso el rol del Estado piamontés
que había suplantado el papel de una clase dirigente nacional:

Este hecho es de la máxima importancia para el concepto de “re-


volución pasiva”: que no es que un grupo social sea el dirigen-
te de otros grupos, sino que un Estado, aunque limitado como
potencia, sea el “dirigente” del grupo que debería ser dirigente
y pueda poner a disposición de éste un ejército y una fuerza po-
lítico–diplomática. […] Lo importante es profundizar el signifi-
cado que tiene una función tipo “Piamonte” en las revoluciones
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pasivas, o sea, el hecho de que un Estado sustituye a los grupos


sociales locales para dirigir una lucha de renovación. Es uno de
los casos en que se da la función de “dominio” y no de “direc-
ción” en estos grupos: dictadura sin hegemonía. La hegemonía
será de una parte del grupo social sobre todo el grupo, no de éste
sobre otras fuerzas para potenciar el movimiento, radicalizarlo et-
cétera, según el modelo “jacobino”. (C15 §59, redactado entre ju-
nio y julio de 1933).

Por otra parte, en sus reflexiones sobre americanismo y fordis-


mo, Gramsci se pregunta si el americanismo puede constituir tam-
bién una revolución pasiva:

¿Puede el americanismo constituir una “época” histórica?, vale


decir, ¿puede determinar un desarrollo gradual del tipo, ya exa-
minado en otro lugar, de las “revoluciones pasivas” propias del si-
glo pasado, o representa solamente la acumulación molecular de
elementos destinados a producir una “explosión”, es decir, una
subversión de tipo francés? (C22 §1, redactado entre febrero y
marzo de 1934).

Desde el punto de vista “metodológico” Gramsci utiliza el con-


cepto para demostrar que el capitalismo no tiene situación “sin sali-
da” y que siempre puede buscar las formas de recrear su duración.
En el conjunto de la reflexión gramsciana los efectos de este concep-
to son contradictorios. Por un lado, acorde a los criterios de traduci-
bilidad de los lenguajes y nueva inmanencia, opera como concepto
“integral” en el sentido de que intenta conceptualizar o dirigir hacia
una posible conceptualización diversos rasgos comunes de distintos
fenómenos, y de ese modo fundamentar la problemática de la hege-
monía y la guerra de posiciones como respuesta a las reconfigura-
ciones del capitalismo que opera a través de revoluciones pasivas.
Por otro lado, si esta generalización (que para Gramsci está
planteada en términos de una pregunta), se plantea de modo aser-
tivo, podría hacer perder ciertas diferencias específicas entre los
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fenómenos bajo análisis, tanto como crear la idea de un proceso de


recomposición de las formas estatales más cercano a una “época”
más que un “período” de revoluciones pasivas.
Siguiendo los criterios metodológicos que planteamos en el pri-
mer capítulo, consideramos esencial no tomar el concepto aisla-
damente sino en relación primero con el contexto argumentativo
en que Gramsci lo utiliza y segundo con otras categorías elabora-
das por Gramsci en su reflexión carcelaria, en este caso, la de cri-
sis orgánica.

Revolución pasiva y crisis orgánica


La cuestión de la crisis orgánica es un claro contrapeso respecto
de cualquier lectura “gradualista” del concepto de revolución pasi-
va y su rol en la reflexión gramsciana.
La categoría de crisis orgánica, está emparentada, aunque no es
directamente asimilable, con el concepto de situación revoluciona-
ria de Lenin. Lenin señalaba que una situación revolucionaria es-
taba dada por los siguientes elementos:

¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de


una situación revolucionaria? Estamos seguros de no equivocar-
nos cuando señalamos los siguientes tres síntomas principales: 1)
cuando es imposible para las clases gobernantes mantener su do-
minación sin ningún cambio; cuando hay una crisis, en una u otra
forma, entre las “clases altas”, una crisis en la política de la clase
dominante, que abre una hendidura por la que irrumpen el des-
contento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle
la revolución no basta, por lo general, que “los de abajo no quie-
ran” vivir como antes, sino que también es necesario que “los de
arriba no puedan vivir” como hasta entonces; 2) cuando los su-
frimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho
más agudos que habitualmente; 3) cuando, como consecuencia
de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación
de la actividad de las masas, las cuales en tiempos “pacíficos” se
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dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son arro-
jadas, tanto por todas las circunstancias de la crisis como por las
mismas “clases altas”, a la acción histórica independiente34.

Veamos cómo definía Gramsci la crisis orgánica:

En cierto punto de su vida histórica los grupos sociales se separan


de sus partidos tradicionales, o sea que los partidos tradicionales
en aquella determinada forma organizativa, con aquellos determi-
nados hombres que los constituyen, los representan y los dirigen
no son ya reconocidos como su expresión por su clase o fracción
de clase. Cuando estas crisis tienen lugar, la situación inmediata se
vuelve delicada y peligrosa, porque el campo queda abierto a solu-
ciones de fuerza, a la actividad de potencias oscuras representadas
por los hombres providenciales o carismáticos ¿Cómo se crean es-
tas situaciones de oposición entre representantes y representados,
que del terreno de los partidos (organizaciones de partido en senti-
do estricto, campo electoral-parlamentario, organización periodís-
tica) se refleja en todo el organismo estatal, reforzando la posición
relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de la alta finan-
za, de la Iglesia y en general de todos los organismos relativamente
independientes de las fluctuaciones de la opinión pública? En cada
país el proceso es distinto, si bien el contenido es el mismo. Y el
contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que se pro-
duce ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran
empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza
el consenso de las grandes masas (como la guerra) o porque vastas
masas (especialmente de campesinos y de pequeñoburgueses inte-
lectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta
actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgá-
nico constituyen una revolución. Se habla de “crisis de autoridad”
y esto precisamente es la crisis de hegemonía, o crisis del Estado

34  Lenin, Vladimir I. La Bancarrota de la II Internacional en Obras Selectas


(1898/1916), Tomo I, Bs. As., Ed. IPS, 2013, p. 427.
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en su conjunto. (C13 §23, redactado entre mayo de 1932 y prime-


ros meses de 1934).

La categoría de crisis orgánica plantea elementos similares a los


de la de situación revolucionaria: 1) separación de las masas de
sus partidos, 2) deslegitimación de la clase dominante como direc-
ción del conjunto de la nación, 3) crisis de la autoridad estatal en
su conjunto.
La diferencia principal está en que la definición de Lenin enfati-
za las acciones históricas independientes de las masas, no incluidas
por Gramsci en la definición de crisis orgánica. En segundo lugar,
que Gramsci señala la existencia de una cierta capacidad de resis-
tencia del Estado. En este marco, la crisis orgánica no implica nece-
sariamente una situación revolucionaria. La crisis orgánica puede
abarcar varias situaciones ya que sus implicancias espacio–tempo-
rales son de mediano y largo plazo.
Este análisis puede “situarse” junto con las reflexiones sobre la
peculiaridades de los capitalismos periféricos (ver capítulo VIII) y
el peso de los estratos medios en la vida nacional de países como
España, Italia, Grecia y en cierta medida, aunque no tenga la mis-
ma jerarquía en la óptica de Gramsci, Francia.
La categoría de crisis orgánica plantea, por lo tanto, un momen-
to previo al de una situación revolucionaria y una serie de elemen-
tos sobre las relaciones entre las clases que inciden en el “atraso”
de lo que Lenin denomina “acciones históricas independientes”.
No obstante estas diferencias, esto no significa que una crisis orgá-
nica no pueda generar una situación revolucionaria, sino que en los pe-
ríodos de crisis orgánica el carácter más o menos revolucionario de
la situación está dado por el nivel previo de autonomía y organiza-
ción de la clase obrera, así como por el grado de hegemonía alcan-
zado respecto de las restantes clases subalternas (Ver capítulo VI).
En este marco, cabe destacar el concepto de catarsis como mo-
mento de pasaje de una conciencia económico-corporativa a una
conciencia política y hegemónica:
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Se puede emplear el término “catarsis” para indicar la transi-


ción del momento puramente económico (o egoísta-pasional) al
momento ético-político, o sea la elaboración superior en la con-
ciencia de los hombres de la estructura en superestructura. Eso
también significa el paso de lo “objetivo a lo subjetivo” y de la
“necesidad a la libertad”. La estructura da fuerza exterior que
aplasta al hombre, lo asimila a sí, lo hace pasivo, se transforma
en medio de libertad, en instrumento para crear una nueva for-
ma ético-política en origen de nuevas iniciativas. La fijación del
momento “catártico” se convierte de este modo, según me pare-
ce a mí, en el punto de partida para toda la filosofía de la praxis:
el proceso catártico coincide con la cadena de síntesis que resultó
del desarrollo dialéctico. (C10 I §6, redactado entre la mitad de
abril y la mitad de mayo de 1932).

Este concepto de catarsis complementa el de crisis orgánica,


aproximándolo al de situación revolucionaria, aunque sin identi-
ficarlos plenamente. Asimismo puede emparentarse, en el terreno
del análisis de situaciones y relaciones de fuerzas, con el pasaje del
momento de conciencia “político-sindical” al “político-hegemóni-
co” en lo que es el segundo momento de las relaciones de fuerzas
(ver capítulo siguiente).
En resumen, la categoría de crisis orgánica juega el rol de señalar
que la situación estructural del capitalismo no es de estabilidad y desa-
rrollo progresivo sino que está planteada la crisis de hegemonía o del
Estado en su conjunto como perspectiva cercana. Por tanto, puede
resultar más productivo teóricamente comprender la revolución pasi-
va como respuesta al fracaso de la revolución activa de las clases populares y
no como proceso de modernización determinado por la progresivi-
dad histórica del capitalismo.
EL MARXISMO DE GRAMSCI 83

El marxismo y la revolución permanente


Como se puede constatar en el completo estudio de Richard B.
Day y Daniel Gaido, Witnesses of Permanent Revolution35, la cuestión de
la revolución permanente tiene una larga historia en el marxismo.
En efecto, Marx había planteado la cuestión de la revolu-
ción permanente en su carta al Comité Central de la Liga de los
Comunistas, luego de la experiencia de la revolución alemana de
1848-1849. En esa carta, Marx indicaba la necesidad de una ubi-
cación independiente del proletariado respecto de los demócratas
pequeñoburgueses y la necesidad del proletariado de impulsar el
proceso revolucionario más allá de los límites de las revoluciones
burguesas tardías, para avanzar en su propia revolución.
Así lo sintetizaría el propio Trotsky en diciembre de 1928, aun-
que haciendo referencia al Manifiesto Comunista:

[…] la idea de revolución permanente era una de las ideas más


importantes de Marx y de Engels. El Manifiesto Comunista fue es-
crito en 1847, algunos meses antes de la revolución de 1848 que
pasó a la historia como una revolución burguesa parcial e inaca-
bada. Alemania en esa época era un país muy atrasado, aferrado
estrechamente a las cadenas del feudalismo y de la servidumbre.
[…] Marx y Engels […] Consideraban a la revolución que ven-
dría como una revolución transitoria, es decir, que comenzaría
por aplicar un programa democrático burgués pero se transfor-
maría mediante el mecanismo interno de las fuerzas involucra-
das y se transformaría en revolución socialista. […] Esta idea no
era para nada accidental. En la Neue Rheinische Zeitung, durante el
transcurso mismo de la revolución de 1848, Marx y Engels pro-
pusieron el programa de la revolución permanente y Marx inclu-
so escribió un artículo que tenía estas palabras como título. La
revolución de 1848 no se transformó en una revolución socialis-
ta. Pero tampoco se concluyó como una revolución democrática.

35  Day, Richard B. & Gaido, Daniel. Witnesses to Permanent Revolution: The
Documentary Record, Leiden-Boston, Brill, 2009.
84 JUAN DAL MASO

Para comprender la dinámica histórica, el segundo hecho no es


menos importante que el primero. En 1848 se ha demostrado
que, si bien las condiciones no estaban aún maduras para una
dictadura del proletariado, tampoco había ningún lugar para
una realización auténtica de la revolución democrática. La pri-
mera y la tercera etapa se revelaron unidas inseparablemente.
En este sentido fundamental, el Manifiesto Comunista tenía comple-
ta razón36.

En 1899, Bernstein le dedicaría un ataque nada casual a esta


idea, contraponiendo a la revolución permanente una política de
reformas graduales, mientras ante la emergencia de la revolución
rusa de 1905, Mehring y Kautsky defenderían la idea de “revolu-
ción en permanencia”.
En el marxismo ruso, la cuestión fue planteada por David
Riazanov en 1903 antes que Trotsky, y utilizando la fórmula de
“revolución en permanencia”, en su comentario al proyecto de pro-
grama de Iskra elaborado por Plejanov. Riazanov había englobado
bajo ese concepto un conjunto de tareas que el proletariado debe-
ría llevar adelante para la transformación de la revolución demo-
crática en socialista. Parvus fue también uno de los pioneros de la
problemática de la revolución permanente, como destacara el pro-
pio Trotsky37.
La cuestión de la relación entre revolución democrático-burgue-
sa y revolución proletaria y socialista enfrentaría a Lenin y Trotsky
durante los años de fundamentación de una estrategia para la
Revolución Rusa, tanto en los orígenes como en el balance del pro-
ceso de 1905. Algunos de los argumentos de Trotsky, en Resultados
y Perspectivas, ofrecen de hecho una refutación de ciertos planteos

36  Trotsky, León, “El marxismo y la relación entre revolución proletaria y


revolución campesina” en Teoría de la Revolución Permanente (compilación), Bs. As.,
CEIP, 2005, pp. 396–397.
37  Trotsky, León, “Tres concepciones de la revolución rusa”, op. cit., pp.
171–274.
EL MARXISMO DE GRAMSCI 85

de Lenin en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democráti-


ca38. En ese trabajo, Lenin destacaba la diferencia entre revolución
proletaria y revolución burguesa, defendía la posibilidad de partici-
par en un gobierno provisional revolucionario sosteniendo el pro-
grama mínimo de la socialdemocracia y reivindicaba la fórmula de
“dictadura democrática del proletariado y el campesinado”.
Trotsky sostenía, por el contrario, que si la revolución burguesa
llevaba al poder al proletariado en alianza con el campesinado, la
diferencia entre el “programa mínimo” y el “máximo” de la social-
democracia debía considerarse superada. Para Trotsky, era “utópi-
co” pensar que el proletariado podía adueñarse del poder y limitar
su ejercicio a los objetivos de una revolución burguesa, lo cual pon-
dría al gobierno obrero en contradicción con los propios obreros
y sus reclamos. Un gobierno de tales características no podía sos-
tenerse más que atacando la propiedad privada, con lo cual la re-
volución avanzaría hacia tareas socialistas. Lo que permitía una
“mecánica” de este tipo era la inserción de Rusia en el mercado
mundial y el desarrollo de un proletariado minoritario pero con-
centrado en los centros urbanos. En posteriores artículos, como
“Nuestras diferencias” (publicado en 1908) Trotsky realizaría una
polémica explícita con la posición de los bolcheviques y Lenin, re-
tomando los planteos de Resultados y Perspectivas39.
Con posterioridad a la Revolución de Octubre de 1917, Trotsky
señalaría que a partir de las Tesis de Abril se había dado una con-
fluencia en la práctica con Lenin y el Partido Bolchevique.
Recordemos que en las Tesis de Abril Lenin planteaba la consig-
na “Todo el poder a los soviets”, frente a los “viejos bolcheviques”
que seguían sosteniendo la vieja consigna de “dictadura democráti-
ca del proletariado y el campesinado”. Lenin señalaba en sus Cartas
sobre táctica que esta fórmula solamente preveía una correlación de

38  Lenin, Vladimir I, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democráti-


ca, Bs. As., Editorial Anteo, 1986.
39  Trotsky, León, “Nuestras Diferencias”, en Teoría de la Revolución Permanente
(compilación), op. cit, pp. 144–154.
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clases y no la institución política concreta que realizaría esa corre-


lación y que el Soviet de diputados obreros y soldados (campesinos
en uniforme) expresaba esa fórmula, plasmada por la vida40.
Lenin discutía especialmente contra la idea de que era necesario
“consumar” la revolución democrático-burguesa. Alertaba contra los
“viejos bolcheviques” que “más de una vez” habían jugado un “tris-
te papel en la historia de nuestro partido, repitiendo sin sentido una
fórmula aprendida de memoria en lugar de estudiar la peculiaridad de la
nueva situación, de la realidad viva”. Y destacaba que la novedad a
considerar en la situación era la existencia de una dualidad de poderes,
producto de que los soviets decidían voluntariamente dejar el poder en
manos del gobierno provisional, pero que esa situación no se exten-
dería mucho tiempo. En este marco, Lenin planteaba la consigna de
todo el poder a los soviets que tendría su continuación en su posterior
llamado a la insurrección una vez que el gobierno provisional pasara
a la represión abierta contra los bolcheviques y los obreros.
Sin dudas, el pensamiento estratégico de Lenin se había enrique-
cido a partir de la experiencia de la guerra mundial, su estudio so-
bre las cuestiones del imperialismo y la bancarrota de la Segunda
Internacional, así como sus lecturas de Hegel y Clausewitz. Sin embar-
go, en su argumentación, Lenin utilizaba incluso la cita del Fausto de
Goethe sobre que “gris es la teoría, pero verde al árbol de la vida”, es
decir, que explicaba la necesidad de un rearme táctico y estratégico, sin
defender a ultranza pero tampoco abandonar su viejo marco teórico.
Y precisamente, más allá de la referencia de Adolf Ioffe en la
carta que le dejó a Trotsky antes de suicidarse, sobre que escuchó a
Lenin decir que Trotsky había tenido razón en 190541 nunca Lenin
se pronunció explícita y públicamente en tal sentido, menos aún
desde el punto de vista teórico.

40  Lenin, Vladimir I, Las Tesis de Abril, Bs. As., Editorial Anteo, 1969, pp.
19–20.
41  Ioffe Adolf, “Última carta para León Trotsky”. Jornal Luta de Classe, órgão
da Oposição da Esquerda no Brasil nº 2, año 1, junio de 1930, versión electrónica en
marxists.org
EL MARXISMO DE GRAMSCI 87

La Internacional Comunista (IC) se constituyó sobre la base de


un marxismo con predominancia de la estrategia, en los convul-
sionados años que siguieron a la revolución rusa. En líneas gene-
rales, el marco teórico de la IC se mantuvo en las líneas centrales
del “viejo bolchevismo”, de lo cual es expresión el texto de las
“Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, aprobado por su
IV Congreso en 1922, que tenía el mérito de plantear la unidad
de lucha entre el proletariado y los pueblos coloniales, pero consi-
deraba muy lejana la perspectiva del poder obrero en las colonias
y semicolonias.
Trotsky insistiría durante esos años con que los comunistas de
Occidente debían interiorizar las lecciones de la revolución y la gue-
rra civil rusa, aprender el arte de la insurrección, profundizar su co-
nocimiento del proceso revolucionario. En sus escritos posteriores a
la derrota de la revolución alemana de 1923 haría especial hincapié
en este aspecto, así como en el cambio de carácter del marxismo del
siglo XX (estratégico) frente al del siglo XIX (táctico).
En el plano de la teoría, nunca se dio un rearme parecido, aun-
que el marco teórico del “viejo bolchevismo” estaba superado por
el propio desarrollo de la revolución rusa, como se vería en los
años posteriores.
Posiblemente en esos años de ascenso revolucionario de la cla-
se obrera, resultara inimaginable una canonización del pensamien-
to de Lenin como la que tuvo lugar después de su muerte en 1924,
aunque la resistencia de los dirigentes bolcheviques a las Tesis de
Abril había ofrecido algunas pistas en tal sentido.
Pero incluso siendo conscientes de que la afirmación puede con-
tener cierto aspecto anacrónico o de historia contrafáctica, se pue-
de considerar que, en líneas generales, la falta de un rearme teórico
desde el punto de vista de la revolución permanente en el movi-
miento comunista fue funcional a la falta de un rearme estratégico
consecuente en cuanto a los problemas de la revolución, la guerra
civil y la insurrección.
Por su parte, Trotsky asumió distintas posturas sobre esta po-
lémica teórica, según el desarrollo de los acontecimientos en la
88 JUAN DAL MASO

URSS y los ataques lanzados por la “troika” Kamenev-Zinoviev-


Stalin primero y el bloque Bujarin-Stalin después.
En un primer momento, señalaba que la teoría de la revolu-
ción permanente coincidía con el punto de vista adoptado por el
Partido Bolchevique desde abril de 1917. De esto modo, Trotsky
mantenía la defensa de su punto de vista, pero quitaba importancia
a las viejas polémicas teóricas. Por ejemplo, así lo planteaba en su
prólogo a la edición rusa de 1922 de sus escritos de 1905:

Fue precisamente en el intervalo que separa el 9 de enero y la


huelga de octubre de 1905, cuando el autor llegó a concebir el de-
sarrollo revolucionario de Rusia bajo la perspectiva fijada a con-
tinuación por la teoría llamada “de la revolución permanente”.
Esta designación, ciertamente algo abstrusa, quería expresar que
la revolución rusa, obligada en primer término a considerar en
su porvenir más inmediato determinados fines burgueses, no po-
dría sin embargo detenerse ahí. La revolución no resolvería los
problemas burgueses que se presentaban ante ella en primer pla-
no más que llevando el proletariado al poder. Y una vez que éste
se hubiera apoderado del poder, no podría limitarse el marco bur-
gués de la revolución. [...] Los intereses contradictorios que domi-
naban la situación de un gobierno obrero, en un país atrasado en
que la inmensa mayoría de la población se componía de campe-
sinos, no podían conducir a una solución sino en el plano inter-
nacional, sobre el fondo de una revolución proletaria mundial42.

En ese mismo prólogo hacía referencia a los artículos de


Kautsky y Mehring, incluidos en el estudio de Gaido y Day que
mencionamos anteriormente:

Los conflictos de ideas relativos al carácter de la revolución rusa


rebasaron desde un comienzo los límites de la socialdemocracia

42  Trotsky, León, “Prefacio a la edición Rusa 1922” en 1905, Bs. As.,
CEIP, 2006, pp. 13–14.
EL MARXISMO DE GRAMSCI 89

rusa, alcanzando a los elementos avanzados del socialismo mun-


dial. La forma en que los mencheviques concebían la revolución
fue expuesta a conciencia, es decir, con toda su vulgaridad, por el
libro de Cherevanin. En seguida, apresuradamente, los oportunis-
tas alemanes adoptaron esta perspectiva. A propuesta de Kautsky,
hice la crítica de este libro en Neue Zeit. Entonces Kautsky se mos-
tró totalmente de acuerdo con mi apreciación. También él, como
el fallecido Mehring, se adhería al punto de vista de “la revolución
permanente”. Ahora, un poco tarde, Kautsky pretende unirse en
el pasado a los mencheviques. Pretende disminuir y tragarse de
nuevo su ayer al nivel de su hoy. Pero esta falsificación exigida por
las inquietudes de una conciencia que, ante sus propias teorías, no
se encuentra demasiado pura, está al descubierto gracias a los do-
cumentos que subsisten en la prensa. Lo que en aquella época es-
cribía Kautsky, lo mejor de su actividad literaria y científica (la
respuesta al socialista polaco Lusnia, los estudios sobre los obreros
americanos y rusos, la respuesta a la encuesta de Plejanov sobre el
carácter de la revolución rusa, etc.), todo lo cual fue y sigue siendo
una implacable refutación del menchevismo, y justifica completa-
mente, desde el punto de vista teórico, la táctica revolucionaria
adoptada más tarde por los bolcheviques, a los que estúpidos y re-
negados, con el Kautsky de hoy a su cabeza, acusan ahora de ser
aventureros, demagogos, sectarios de Bakunin43.

En resumen, Trotsky reivindicaba su previsión teórica sobre el


carácter y la “mecánica” de la revolución rusa y señalaba que esta
previsión coincidía con el punto de vista que finalmente habían
adoptado los bolcheviques en abril de 1917 por iniciativa de Lenin.
A su vez planteaba que la cuestión de la revolución permanente era
un tema de debate en la socialdemocracia internacional y no sola-
mente en el marxismo ruso, desde antes de 1905.
Cuando se inicia en 1923 la campaña de la troika contra el
“trotskismo” vuelve a defender su punto de vista:

43  Ibídem, p. 15.


90 JUAN DAL MASO

En lo concerniente a la teoría de la revolución permanente, no


veo ninguna razón para renegar de lo que he escrito al respecto
en 1904, 1905, 1906 y posteriormente. Aún ahora insisto en con-
siderar que las ideas que yo desarrollaba en esa época están en
su conjunto mucho más próximas al verdadero leninismo que la
mayoría de los escritos que publicaban por ese entonces nume-
rosos bolcheviques. La expresión “revolución permanente” per-
tenece a Marx, quien la aplicaba a la revolución de 1848. En la
literatura marxista revolucionaria ese término siempre tuvo carta
de ciudadanía. Franz Mehring lo usó a propósito de la revolución
de 1905–1907. La revolución permanente es la revolución conti-
nua, sin interrupción. ¿Cuál es el pensamiento político que se in-
tenta resumir en esta expresión? Para nosotros comunistas, este
pensamiento consiste en la afirmación de que la revolución no
acaba luego de una determinada conquista política, luego de la
obtención de una determinada reforma social, sino que continúa
desarrollándose hasta la realización del socialismo integral. Así
pues, una vez comenzada, la revolución (en la que participamos
y que dirigimos) en ningún caso es interrumpida por nosotros en
una etapa formal determinada. Por el contrario, no dejamos de
realizar y de llevar adelante a esta revolución, conforme a la si-
tuación, en tanto que ella no haya agotado todas las posibilida-
des y todos los recursos del movimiento. Este concepto se aplica
tanto a las conquistas de la revolución en un país como a su am-
pliación en el área internacional. En el caso de Rusia esta teo-
ría significaba: lo que necesitamos no es la república burguesa ni
tampoco la dictadura democrática del proletariado y del campe-
sinado, sino el gobierno obrero apoyado por el campesinado que
inicie la era de la revolución socialista internacional. Así pues, la
idea de la revolución permanente coincide totalmente con la lí-
nea estratégica fundamental del bolchevismo. […] La teoría de
la revolución permanente conducía directamente al leninismo y en par-
ticular a las Tesis de Abril de 1917 (destacado en el original, NDR).
Ahora bien, esas tesis que predeterminaron la política de nuestro
partido con vistas a octubre y en el momento de la insurrección
EL MARXISMO DE GRAMSCI 91

provocaron, como se sabe, el pánico en muchos de aquellos que


ahora solo hablan con un santo horror de la teoría de la revolu-
ción permanente44.

Luego de conformada la Oposición Conjunta en 1926, en de-


terminados momentos Trotsky plantearía que la cuestión de la re-
volución permanente era una discusión del pasado, para quitarle
un argumento al bloque Bujarin-Stalin y posiblemente sostener el
bloque con Zinoviev Kamenev, que adherían a las consignas del
“viejo bolchevismo”:

No tengo ninguna intención, camaradas, de plantear la cuestión


de la teoría de la revolución permanente. Esta teoría –tanto en re-
lación a lo que en ella era correcto como lo que era incompleto
y equivocado– no tiene nada que ver con las actuales discusio-
nes. En todo caso, esta teoría de la revolución permanente, a la
cual se le ha dedicado tanta atención recientemente, no es respon-
sabilidad en lo más mínimo ni de la Oposición de 1925 ni de la
Oposición de 1923, e incluso yo mismo la considero una cuestión
que ha quedado ya hace mucho tiempo relegada a los archivos45.

La plataforma de la Oposición Conjunta asimismo criticaba la


política seguida por la IC en China en el período 1925-1927 y pos-
tulaba “una verdadera dictadura democrática del proletariado y el
campesinado”. Trotsky señalaría después que Zinoviev había in-
fluido en que se planteara esa formulación.

Con posterioridad, en su crítica del programa de la Internacional


Comunista redactado por Bujarin para el VI Congreso de esa or-
ganización que sesionó en Moscú entre julio y septiembre de 1928,

44  Trotsky, León, El Nuevo Curso, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la


economía de transición, op. cit., pp. 293–294.
45  Trotsky, León, “Discurso a la XV Conferencia” (1° de noviembre de
1926), en Teoría de la Revolución Permanente, op. cit., pp. 265–266.
92 JUAN DAL MASO

Trotsky reafirma el punto de vista de la teoría de la revolución per-


manente, haciendo especial hincapié en el aspecto internacional
contra la “teoría” del “socialismo en un solo país”:

Había hablado yo en la séptima reunión plenaria de las lagunas


existentes en la teoría de la revolución permanente tal como la
había formulado en 1905-1906. Pero ni qué decir tiene que no ha-
bía ni siquiera pensado en renunciar a lo fundamental de esa teo-
ría, a lo que me aproximaba y me aproximó a Lenin, a lo que no
me permite admitir actualmente la revisión del leninismo.
Había dos tesis fundamentales en la teoría de la revolución
permanente:
Primero: a pesar del atraso histórico de Rusia, la revolución pue-
de dar el poder al proletariado ruso antes de dárselo al de los
países avanzados. Segundo: para salir de las contradicciones con
que tropezará la dictadura del proletariado en un país atrasado,
rodeado por un mundo de enemigos capitalistas, será necesario
descender al ruedo de la revolución mundial. La primera de es-
tas tesis se basa en una justa concepción de la ley del desarrollo
desigual. La segunda, en una comprensión exacta de la realidad
de los lazos económicos y políticos que unen a los países capita-
listas. Bujarin tiene razón cuando dice que continúo profesando
esas dos tesis fundamentales de la teoría de la revolución perma-
nente. Ahora más que nunca. Pues las considero enteramente
comprobadas y confirmadas: en el dominio teórico, por las obras
completas de Marx y de Lenin, y, en el dominio práctico, por la
experiencia de la Revolución de Octubre46.

Por último, en su trabajo La Revolución Permanente publicado en


1930, Trotsky desarrolla sus conclusiones de la revolución china de
1925-1927. A partir de ellas, generaliza la teoría de la transformación
de la revolución democrático-burguesa en socialista para todos los

46  Trotsky, León, “Crítica del programa de la Internacional Comunista”, en


Teoría de la Revolución Permanente (compilación), op. cit., p. 333.
EL MARXISMO DE GRAMSCI 93

países coloniales, semicoloniales y de desarrollo burgués retrasado,


así como la teoría del carácter mundial de la revolución y de perma-
nentes transformaciones de la sociedad posrevolucionaria.
Es importante señalar que este rearme teórico de Trotsky cho-
caba no tanto contra el marco teórico del marxismo en general,
que contenía el punto de vista permanentista en distintos aspec-
tos y momentos, como hemos señalado antes, sino sobre todo con-
tra la “teoría” del “socialismo en un solo país”. Esta “teoría” iba
acompañada de la repetición abstracta de las fórmulas “viejo-bol-
cheviques” para la revolución en los países coloniales y semicolo-
niales. A diferencia de la experiencia original de los bolcheviques,
estas fórmulas no servirían como una guía para la acción que po-
dían modificarse en función de la práctica. Por el contrario, como
demostraría la experiencia de la revolución china de 1925-1927,
servirían como un manto de “ortodoxia” para cubrir una política
menchevique clásica de alianza con la burguesía “progresista” (en
el caso chino, la burguesía nacional expresada por el Kuomintang,
partido nacionalista burgués con base campesina y popular).
El intercambio de cartas entre Trotsky y Preobrazhensky de-
muestra, en este contexto, que en las propias filas de los opositores
al stalinismo, había muchas dudas sobre la cuestión de la teoría de
la revolución permanente47.
Esto puede explicarse en gran parte por la persistencia de cier-
tas concepciones “semietapistas”, producto de las características del
marxismo ruso que se había fundado luchando contra los populis-
tas y de alguna manera fundamentando el carácter “necesario” del
desarrollo capitalista ruso.
Este pequeño repaso permite comprender dos cosas.
La primera, el carácter de “giro copernicano” que implicaba la
generalización de la teoría de la revolución permanente, frente al
giro conservador y contrario al internacionalismo marxista que ex-
presaba la “teoría” del “socialismo en un solo país.

47  “Correspondencia entre Trotsky y Preobrazhensky”, en Trotsky, León,


Teoría de la Revolución permanente, op. cit., pp. 379–394.
94 JUAN DAL MASO

En segundo lugar, podemos contextualizar de este modo por


qué Gramsci se pronuncia en líneas generales contra “la teoría de
Bronstein” en los Cuadernos, aunque es de suponer que no tuvo
oportunidad de conocer la versión “definitiva” de la revolución
permanente, de finales de los años ‘20.
Muchas de las críticas de Gramsci contra la revolución per-
manente parecerían estar directamente influidas por un escrito de
Bujarin publicado en 1925. En este artículo Bujarin señalaba que
la teoría de la revolución permanente se caracterizaba por ser un
análisis abstracto, que no tenía en cuenta las distintas etapas inter-
medias de la revolución ni la cuestión de la relación con los campe-
sinos. Hemos citado parcialmente las respuestas que daba Trotsky
a este tipo de objeciones, que se sostienen para aquellos pasajes en
que Gramsci reproduce el argumento de Bujarin48.
Pero veremos más adelante que el tratamiento por Gramsci de
este tema excede el de una reproducción de las críticas bujarinia-
nas. Asimismo, señalaremos ciertos aspectos de confluencia en-
tre ambos, incluso a veces en contradicción con lo que Gramsci
expresaba abiertamente. Sin embargo, sería un error soslayar las
diferencias.
El punto mayor de desacuerdo con Trotsky tiene que ver con
la cuestión internacional. Habiéndose posicionado a favor de la po-
lítica de la mayoría de la dirección del PCUS y la Internacional
Comunista durante los años en que surgiera la Oposición Conjunta,
y posiblemente por coincidir con sus preocupaciones sobre la cues-
tión de “traducir” el marxismo a lenguajes “nacionales”, Gramsci
critica el punto de vista internacionalista de Trotsky como un cos-
mopolitismo. En un conocido pasaje sobre internacionalismo y polí-
tica nacional, Gramsci plantea una de las posiciones que más lo aleja
de Trotsky (Ver capítulo VII).
Sin embargo, veremos que en muchos aspectos Gramsci desa-
rrolla posiciones que no son contradictorias con una concepción

48  Bukharin, Nikolai, “The Theory of Permanent Revolution”, Communist


Review, Volume 5, nº 10, February 1925, versión electrónica en www.marxists.org
EL MARXISMO DE GRAMSCI 95

de revolución permanente en cuanto a la dinámica interna del pro-


ceso revolucionario. En esto juega un especial papel su valoración
de Lenin como el creador de la “doctrina de la hegemonía como
complemento de la teoría del Estado-fuerza y como forma actual
de la doctrina cuarentiochesca de la ‘revolución permanente’”, que
se opone a la revolución pasiva. (C10 I §12).

Dos mediaciones de los mismos principios explicativos


En el pensamiento de Gramsci, la revolución permanente es el
par conceptual contradictorio de la revolución pasiva, es decir, de
la revolución-restauración “en la que solo el segundo término es
válido”. Esta relación entre ambos términos remite a las reflexiones
de Gramsci sobre la revolución burguesa moderna y la oposición
entre Francia (jacobinismo-revolución permanente) e Italia (mode-
rantismo-revolución pasiva).
Entonces, revolución permanente, como el otro de la revolución
pasiva. Pero curiosamente ambas categorías son presentadas por
Gramsci como mediación o resultado de las mismas premisas ex-
plicativas del materialismo histórico.
En C13 §17, retoma un conocido párrafo de Marx del Prólogo
a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, sobre el que luego
propondrá diversas conclusiones:

Ninguna formación social desaparece antes de que se desarro-


llen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y ja-
más aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes
de que las condiciones materiales para su existencia hayan ma-
durado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la hu-
manidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede
alcanzar, pues bien miradas las cosas, vemos siempre que estos
objetivos solo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están
gestando, las condiciones materiales para su realización. [Prólogo a
la Contribución a la crítica de la Economía Política]. (C13 §17, redactado
entre mayo de 1932 y primeros meses de 1934).
96 JUAN DAL MASO

Posteriormente, en el mismo parágrafo, reflexiona sobre los de-


bates acerca de qué conjunto de acontecimientos conformaban la
revolución francesa y dice:

En todos estos puntos de vista hay una parte de verdad. Realmente


las contradicciones internas de la estructura social francesa que
se desarrollan después de 1789 encuentran su resolución relati-
va solo con la tercera república y Francia tiene 60 años de vida
política equilibrada después de 80 años de trastornos en oleadas
cada vez más largas: 89–94–99–1804–1815–1830–1848–1870.
Es precisamente el estudio de estas “oleadas” de diversa oscila-
ción lo que permite reconstruir las relaciones entre estructura y
superestructura por una parte y por la otra entre el desarrollo del
movimiento orgánico y el del movimiento de coyuntura de la es-
tructura. Se puede decir entre tanto que la mediación dialéctica
entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo
de esta nota se puede encontrar en la fórmula político-histórica
de revolución permanente. (Ídem).

En C15 §17 formula la relación del concepto de revolución pa-


siva con los mismos principios explicativos:

El concepto de revolución pasiva debe ser deducido rigurosamente


de los dos principios fundamentales de ciencia política. 1) que nin-
guna formación social desaparece mientras las fuerzas productivas
que se han desarrollado en ella encuentran todavía lugar para su
ulterior movimiento progresivo; 2) que la sociedad no se impone
tareas para cuya solución no se hayan incubado las condiciones ne-
cesarias, etcétera. (C15 §17, redactado entre abril y mayo de 1933).

Entonces, de los principios del materialismo histórico, plantea-


dos en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía política,
cuya mediación dialéctica se sintetiza en la fórmula de “revolu-
ción permanente” debe deducirse el concepto de revolución pasi-
va. Este no debe interpretarse como programa, sino como “criterio
EL MARXISMO DE GRAMSCI 97

de interpretación en ausencia de otros elementos activos dominan-


tes”. (C15 §62, redactado entre junio y julio de 1933).
Que Gramsci considere como mediación o consecuencia de los
mismos principios explicativos las categorías aparentemente con-
trapuestas de revolución pasiva y revolución permanente no es en
sí mismo contradictorio. Por el contrario, busca desarrollar las dife-
rentes formas que puede adquirir el proceso histórico de la revolu-
ción burguesa, surgimiento del movimiento obrero y constitución
de los Estados modernos, a partir de la comparación entre Francia
e Italia con sus disímiles características, estableciendo asimismo un
paralelo en la comparación entre Rusia y Europa Occidental des-
pués de la revolución rusa.
Esta comparación alude a la dinámica de los acontecimientos,
combinando cuestiones objetivas y subjetivas, cuya expresión se
sintetiza en la existencia o ausencia de una fuerza “jacobina” capaz
de hacerse con el mando e impulsar el proceso revolucionario más
allá de los límites que buscan imponerle los sectores más modera-
dos. Este es el contexto en que se relacionan las temáticas de la he-
gemonía y la revolución permanente.

Hegemonía y “mecánica” de la revolución permanente


Las temáticas de la hegemonía y la revolución permanente es-
tán unidas por la reflexión sobre el derrotero de las revoluciones
burguesas, el surgimiento del proletariado como actor diferencia-
do del “pueblo” y las relaciones entre las revoluciones burguesas y
las revoluciones obreras.
Este punto de vista aparece en la formulación de la revolución per-
manente realizada por Trotsky en Resultados y perspectivas, al que ya
nos referimos. En este trabajo, el revolucionario ruso planteaba cier-
tas conclusiones de las revoluciones de 1789, 1848 y 1905, destacan-
do el proceso de diferenciación del proletariado respecto del “pueblo”
dentro del cual anteriormente estaba diluido, bajo dirección burguesa.
En la argumentación de Trotsky, la Revolución Francesa de
1789 ofrece el modelo de “revolución nacional”, en la que toda la
98 JUAN DAL MASO

nación, bajo dirección burguesa, se dispone a la lucha contra la re-


acción. En las revoluciones de 1848 surge la clase obrera como un
actor diferenciado de la burguesía republicana y la pequeñobur-
guesía democrática, pero todavía es débil para imponer su pro-
pio poder. Finalmente, en la Revolución de 1905 en Rusia, la clase
obrera aparece como la combatiente de vanguardia de la revolu-
ción democrático–burguesa, que la lleva al poder, circunstancia
que le plantea la necesidad de avanzar contra la propiedad priva-
da, transformándose la revolución en socialista.
Si comparamos esta “mecánica” con la de la revolución en
Occidente, veremos que presenta elementos comunes y diferencias.
Mientras en la periferia la burguesía “nacional” no logra crear
un bloque capaz de dar una solución íntegra y definitiva a los
problemas de independencia nacional y revolución agraria, en
“Occidente” asistimos a la sobrevida del “bloque de 1789”. La bur-
guesía busca recomponer ese bloque por la vía del republicanismo
(composición pasiva de los conflictos a través del Estado liberal),
la socialdemocracia (compromiso entre los bandos antagónicos) o
resolver la imposibilidad de recrear ese bloque mediante el fascis-
mo (“solución plebeya” al servicio del gran capital que da paso a
un régimen de guerra civil contra la clase obrera).
Estos procesos reconfiguran las formas estatales en los términos
señalados en el capítulo sobre el Estado integral y se relacionan
con la temática de la revolución pasiva. Ésta se introduce como un
“moderador” de la “tendencia a los extremos” de la lucha de cla-
ses, es decir, de la dinámica permanente del proceso revoluciona-
rio. Esta dinámica permanente se expresa en la continuidad de la
desagregación del bloque de 1789, esbozada en 1793 e iniciada efec-
tivamente en 1848; frente a la cual la constitución de los Estados
modernos con base de masas es una respuesta a gran escala.
Por su parte, la clase obrera lucha por llevar hasta el final la
desagregación de ese bloque, para constituirse como clase inde-
pendiente y agrupar a los restantes sectores sociales oprimidos
para luchar por el poder. Esto implica, en primer lugar, una po-
lítica tendiente a completar la experiencia de las masas obreras y
EL MARXISMO DE GRAMSCI 99

populares con la democracia burguesa, formulada por Gramsci en


las Tesis de Lyon y por Trotsky en Adónde va Inglaterra y otros traba-
jos49 tanto como la política del Frente Único y la lucha por los sin-
dicatos (ver capítulo anterior).
En este contexto, se presenta un punto de convergencia entre
Trotsky y Gramsci, dado que la mecánica de la revolución perma-
nente en Occidente está estrechamente ligada a la constitución de
la clase obrera como clase hegemónica50 que es precisamente uno
de los ejes de reflexión del comunista italiano.
Gramsci realiza, por su parte, un recorrido histórico que tiene
puntos de contacto con el de Resultados y Perspectivas, aunque presen-
ta el punto de vista de Lenin como alternativo al de Trotsky.
Esto se expresa en una reivindicación del permanentismo de he-
cho de Lenin en términos similares a los planteados por Trotsky en
ciertas ocasiones, cuando hablaba de una confluencia estratégica
con las Tesis de Abril, pero acompañada de una oposición antidialéc-
tica a la teoría de Trotsky. De este modo, Gramsci se posicionaba
en términos similares a los que plantearan alternativamente la troi-
ka Zinoviev-Kamenv-Stalin o el bloque Stalin-Bujarin en la lucha
contra la Oposición de Izquierda.
No obstante esto, su reflexión deja abierta la puerta para pensar
el problema de la continuidad de la cuestión de la revolución per-
manente y su relación con la hegemonía.
En C1 §44, Gramsci señala:

A propósito de la consigna “jacobina” lanzada por Marx a


Alemania en 48-49 hay que observar su complicada fortuna.
Retomada, sistematizada, elaborada, intelectualizada por el gru-
po Parvus-Bronstein, se manifestó inerte e ineficaz en 1905 y a

49  Ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “Gramsci, Trotsky y la demo-


cracia capitalista” en Estrategia Internacional N° 29, enero de 2016.
50  En este caso nos referimos a la hegemonía previa a la conquista del po-
der, que en el capítulo siguiente denominamos “el momento estratégico” de la
hegemonía.
100 JUAN DAL MASO

continuación: era una cosa abstracta, de gabinete científico. La


corriente que se opuso a ella en ésta su manifestación intelectua-
lizada, al contrario sin usarla “de propósito” la empleó de hecho
en su forma histórica, concreta, viviente, adaptada al tiempo y al
lugar, como brotando de todos los poros de la sociedad que había
que transformar, de alianza entre dos clases con hegemonía de la
clase urbana. (C1 §44, redactado entre febrero y marzo de 1930).

Este párrafo resulta muy interesante por varios motivos. Primero,


porque establece algún tipo de continuidad entre la estrategia prole-
taria en las revoluciones burguesas tardías de 1848-1849, la teoría de
Trotsky (aunque la rechaza) y la práctica de Lenin (que destaca). En
la perspectiva de Gramsci, Lenin habría logrado llevar a la práctica
la consigna de Marx que Trotsky había “intelectualizado”.
Segundo, porque la política de Lenin que Gramsci está reivindi-
cando tiene su consumación en las Tesis de Abril (alianza de dos cla-
ses con hegemonía de la clase urbana), es decir, no más “dictadura
democrática de obreros y campesinos” y sí Todo el poder a los soviets.
Tercero y en definitiva, Gramsci está criticando a Trotsky, citan-
do al Lenin más cercano a la perspectiva de Trotsky51.
Señalaremos un aspecto más para completar el análisis.
En el pensamiento gramsciano de los Cuadernos de la cárcel se
puede rastrear una cierta ambivalencia entre presentar la hegemo-
nía como superación de la revolución permanente y como su “for-
ma histórico concreta”, su “profundización” y forma “actual”, es
decir, su continuidad.

51  Sobre el análisis de este pasaje, desde ópticas muy diferentes, pero que
aportan a la reflexión sobre las relaciones entre hegemonía y revolución per-
manente ver Bianchi, Alvaro. O Laboratório de Gramsci–Filosofía, História E Política,
Campinas, Alameda Editorial, 2008, pp. 234–237 y Frosini, Fabio “Hacia una
teoría de la hegemonía”, en Modonesi, Massimo (coordinador) Horizontes gram-
scianos. Estudios en torno al pensamiento de Antonio Gramsci, México, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales UNAM, 2013, pp. 59–79.
EL MARXISMO DE GRAMSCI 101

Esta ambivalencia está relacionada directamente con la crítica


de la revolución pasiva. Gramsci no podía formular una teoría “an-
tipermanentista” en toda la línea, porque sus análisis sobre la cues-
tión de la revolución pasiva y el Estado integral suponen que la
guerra de posición y la hegemonía deben cumplir en las condi-
ciones actuales (las que él analizaba) el mismo rol que la “consig-
na jacobina” de Marx en 1848-1849. Puede rechazar la teoría de
Trotsky, reproduciendo ciertos planteos bujarinianos, pero no pue-
de desconocer la necesidad de la continuidad de la revolución per-
manente bajo otras formas, y en ese sentido postula la teoría de
Lenin como “forma actual” de la fórmula de Marx, y como “forma
histórica y concreta” de lo que Trotsky habría “intelectualizado”.
En definitiva, siendo las tendencias contrapuestas a la revolución
permanente y la revolución pasiva las que se ponen en juego como
motores de las reconfiguraciones de las formas estatales para recom-
poner la dominación burguesa, un antipermanentismo exacerbado
conduciría a la reivindicación de la revolución pasiva como progra-
ma, posición rechazada explícitamente por Gramsci (C15 §62).
Por este motivo, la temática de la hegemonía siempre permane-
ce en relación con la de la revolución permanente, en proporciones
variables según el momento, pero siempre oscilando entre la idea
de “superación” y la de “forma actual”.
En resumen, si antes señalábamos un límite “orgánico” del pen-
samiento de Gramsci para adoptar una teoría de la revolución per-
manente en la cuestión de las relaciones entre política nacional
e internacionalismo, su posición contraria a la revolución pasiva
como programa impulsa a Gramsci a pensar las condiciones de ac-
tualidad de una concepción “permanentista” en lo referente a la di-
námica interna del proceso revolucionario.

Guerra de posición y guerra de maniobra:


la “anomalía” del Cuaderno 15
Es conocida la idea gramsciana de la primacía de la “guerra
de posición” (lucha política preparatoria, Frente Único, lucha
102 JUAN DAL MASO

ideológica, lucha político–militar que va de la guerra de posición


defensiva a la “guerra de asedio”) por sobre la “guerra de manio-
bra” (Huelga General, lucha por el poder, formas de lucha político–
militar basadas en acciones rápidas y contundentes, insurrección).
Sin embargo, así como las relaciones entre hegemonía y revo-
lución permanente son más complejas de lo que sugirieron ciertas
lecturas simplificadoras, también las relaciones entre guerra de po-
sición y guerra de maniobra pueden pensarse, a partir del propio
texto de los Cuadernos, desde nuevos puntos de vista. Puntos de vis-
ta que, sin forzar el texto, logren una lectura más ajustada tanto
para complejizar el análisis de las relaciones entre hegemonía y re-
volución permanente desde el punto de vista teórico general, como
la cuestión más específica de las relaciones entre la hegemonía, la
guerra civil y la insurrección.
Retomando lo planteado en el apartado anterior, Gramsci pare-
cería asociar la “guerra de movimiento” al período previo a la con-
solidación del Estado burgués, tomando como bisagra el período
de 1848–1850 y la Revolución Rusa como último coletazo de esta
forma de lucha asociada a la fórmula histórico-política de la revo-
lución permanente.
Sin embargo, el propio Gramsci se encarga de complejizar sus
propias periodizaciones, señalando una sucesión de primacías de
ambas formas de lucha que llega hasta el momento de redacción
de los Cuadernos (C10 I §9):

En la Europa de 1789 a 1870 se dio una guerra de movimientos


(política) en la Revolución Francesa y una larga guerra de posi-
ciones desde 1815 hasta 1870; en la época actual, la guerra de
movimientos se ha dado políticamente desde marzo de 1917 has-
ta marzo de 1921 y le ha seguido una guerra de posiciones cuyo
representante, además de práctico (para Italia), ideológico, para
Europa, es el fascismo. (C10 I §9, redactado entre mitad de abril
y mitad de mayo de 1932).
EL MARXISMO DE GRAMSCI 103

Si bien no es contradictoria con la idea de que después de los


acontecimientos de 1917 se impone el pasaje de la guerra de movi-
miento a la guerra de posición en el arte político, la periodización
que citamos muestra que en la perspectiva de Gramsci la prima-
cía de cada forma de lucha no necesariamente se impone para toda
una época histórica, sino para distintos períodos dentro de una
misma época, así como tampoco una es privativa de Oriente y otra
de Occidente (habla explícitamente de que en Europa primó políti-
camente la guerra de movimiento entre 1917 y 1921).
Esto permite explorar desde un nuevo punto de vista el clásico
esquema Occidente/Estado integral/revolución pasiva/guerra de
posición/Hegemonía vs. Oriente/Estado represor/Guerra de ma-
niobra/revolución permanente, esquema compartido paradójica-
mente muchas veces tanto por las interpretaciones reformistas de
Gramsci como por sus críticos de izquierda.
En O laboratório de Gramsci, Alvaro Bianchi aborda distintos as-
pectos del pensamiento de Gramsci, en especial, su teoría de la re-
volución y las relaciones de ésta con la teoría de Trotsky. Aquí nos
referiremos específicamente al trabajo filológico que realiza Bianchi
para establecer una hipótesis sobre la evolución de las reflexiones
de Gramsci en torno a la identificación de guerra de movimien-
to y revolución permanente, ya que permite profundizar el análi-
sis del problema.
Bianchi compara el texto A (de primera redacción) del C8 §52,
en el que Gramsci identifica directamente la revolución permanen-
te con la guerra de movimiento, con el texto C (de redacción defi-
nitiva) del C13 §7, en el que aparecen emparentadas, pero de modo
más complejo a partir de la descripción del proceso histórico de
conformación de los Estados modernos.
Transcribimos a continuación los dos parágrafos citados por
Bianchi:

También la cuestión de la llamada “revolución permanente”, con-


cepto político surgido hacia 1848, como expresión científica del
jacobinismo en un período en el que aún no se habían constituido
104 JUAN DAL MASO

los grandes partidos políticos y los grandes sindicatos económi-


cos, y que ulteriormente sería ajustado y superado en el concepto
de “hegemonía civil”. La cuestión de la guerra de posiciones y de
la guerra de movimientos, con la cuestión del arditismo, en cuan-
to vinculado a la ciencia política: concepto del 48 de la guerra de
movimientos en política y precisamente el de la revolución perma-
nente: la guerra de posiciones, en política, es el concepto de hege-
monía, que solo puede nacer después del advenimiento de ciertas
premisas, a saber las grandes organizaciones populares de tipo
moderno, que representan como las “trincheras” y las fortifica-
ciones permanentes de la guerra de posiciones (C8 §52, redacta-
do en febrero de 1932).
Concepto político de la llamada “revolución permanente” sur-
gido antes de 1848, como expresión científicamente elaborada
de las experiencias jacobinas desde 1789 hasta el Termidor. La
fórmula es propia de un periodo histórico en el que no existían
todavía los grandes partidos políticos de masas ni los grandes sin-
dicatos económicos y la sociedad estaba aún, por así decirlo, en
un estado de fluidez en muchos aspectos: mayor atraso en las zo-
nas rurales y monopolio casi completo de la eficiencia político-es-
tatal en pocas ciudades o incluso en una sola (París para Francia),
aparato estatal relativamente poco desarrollado y mayor autono-
mía de la sociedad civil respecto a la actividad estatal, determi-
nado sistema de las fuerzas militares y del armamento nacional,
mayor autonomía de las economías nacionales respecto a las rela-
ciones económicas del mercado mundial, etcétera. En el período
posterior a 1870, con la expansión colonial europea, todos es-
tos elementos cambian, las relaciones organizativas internas e in-
ternacionales del Estado se vuelven más globales y masivas y la
fórmula del 48 de la “revolución permanente” es elaborada y su-
perada en la ciencia política en la fórmula de “hegemonía civil”.
Sucede en el arte político lo que sucede en el arte militar: la gue-
rra de movimientos se vuelve cada vez más guerra de posiciones
y se puede decir que un Estado gana una guerra en cuanto que la
prepara minuciosa y técnicamente en época de paz. La estructura
EL MARXISMO DE GRAMSCI 105

masiva de las democracias modernas, tanto como organizacio-


nes estatales cuanto como complejo de asociaciones en la vida ci-
vil, constituyen para el arte político lo que las “trincheras” y las
fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones:
hacen solamente “parcial” el elemento del movimiento que antes
era “toda” la guerra, etcétera. (C13 §7, redactado entre mayo de
1932 y primeros meses de 1934).

Señala Bianchi:

En el pasaje de la primera a la segunda versión desaparecía la


identificación mecánica entre guerra de movimiento y revolución
permanente, guerra de posición y hegemonía. Las definiciones
simplificadoras daban lugar, así, a nociones construidas por me-
dio de la descripción del proceso histórico de complejización del
Estado (en un sentido estricto) y de la sociedad civil. Tal descrip-
ción destacaba en la construcción del argumento el pasaje de la
fórmula política marxiana de “revolución permanente” a la fór-
mula política de “hegemonía civil”. La fórmula política de la he-
gemonía era, así, la “forma actual” (C10/I §12, p. 1235) de la
revolución permanente, su “elaboración y superación” (C13 §7,
1566) [...] A partir de mayo de 1932, Gramsci parece no insistir
en la identidad de la guerra de movimiento con la revolución per-
manente, como es posible constatar en la supresión de esa identi-
dad en el citado pasaje del Cuaderno 1352.

Esta lectura plantea la idea de que Gramsci no tenía un esquema


cerrado sobre las relaciones entre hegemonía y revolución permanen-
te, por lo que resulta atractiva, pero merece un análisis más detallado.
Parece claro que, como dice Bianchi, en el texto C citado no
aparece identificada abiertamente la “guerra de movimiento” con
la revolución permanente.

52  Bianchi, Alvaro. O Laboratório de Gramsci–Filosofía, História E Política,


Campinas, Alameda Editorial, 2008, p. 243.
106 JUAN DAL MASO

Pero sigue presente en ese mismo texto la idea de que es nece-


sario realizar en política el pasaje de la guerra de movimiento a la
guerra de posición, como forma predominante de lucha. Esto po-
dría ser compatible con una concepción que opone la hegemonía
con la revolución permanente, en la medida en que esta última
plantea una relación entre aquellas formas de lucha distinta a la
primacía de la guerra de posición.
Desde el punto de vista teórico, la reflexión no tiene salida en
tanto no se pueda demostrar que Gramsci haya planteado en sus
reflexiones carcelarias una relación entre guerra de posición y gue-
rra de movimiento que supere los términos de una oposición está-
tica. Es decir, que él mismo haya concebido el pasaje de una forma de lucha a
otra como componente de su propia teoría.
La posible respuesta está en el Cuaderno 15, destacado a su vez
por el propio Bianchi pero en razón de otros debates, escrito entre
febrero y agosto de 1933, en el que Gramsci profundiza la cuestión
de la revolución pasiva:
 
El concepto de “revolución pasiva” en el sentido de  Vicenzo
Cuoco atribuida al primer período del Risorgimento italiano, ¿pue-
de ser relacionado con el concepto de “guerra de posiciones”
en contraposición a la guerra de maniobras? Esto es, ¿estos con-
ceptos han surgido después de la Revolución Francesa y el bino-
mio Proudhon-Gioberti puede ser justificado por el pánico creado
por el terror de 1793 como el sorelismo por el pánico subsiguiente
a los estragos parisienses de 1871? Es decir, ¿existe una identidad
absoluta entre guerra de posiciones y revolución pasiva? ¿O exis-
te al menos o puede concebirse todo un período histórico en el
que los dos conceptos se deban identificar, hasta el punto en que
la guerra de posiciones vuelve a convertirse en guerra de manio-
bras? Es un juicio “dinámico” que hay que dar sobre las “restau-
raciones” que serían una “astucia de la providencia” en sentido
viquiano (C15 §11, redactado entre marzo y abril de 1933).

Una interpretación posible es la siguiente:


EL MARXISMO DE GRAMSCI 107

Las revoluciones pasivas (restauraciones), cuyo principal rol so-


cial es la “subalternización” de las “clases peligrosas”, imponen la
guerra de posición como forma de lucha predominante por todo
un período, para crear condiciones más favorables para extender
la dominación burguesa desde un aparato estatal fortalecido.
El “pánico” por el “Terror de 1793” o “los estragos parisienses de
1871” tiene su propia expresión en el proletariado por el predominio
de una posición subalterna (es decir, de subordinación política). Por
eso Gramsci utiliza los ejemplos de Proudhon-Gioberti y Sorel. Para
Gramsci, el socialista utópico Proudhon expresaba en el movimien-
to obrero francés la misma posición que el neogüelfo Gioberti en el
movimiento nacional italiano: la defensa de una concepción “conci-
liadora” de la dialéctica que, en términos del proceso histórico, im-
plicaba la definición a priori de aquello que había que conservar.
Sorel, creador del “sindicalismo revolucionario” defendía una con-
cepción de la huelga general como “mito” implicaba el abandono de
la lucha por el poder después de la derrota de la Comuna de París.
Las restauraciones se imponen por sobre los intentos revolu-
cionarios que buscaron forzar ciertas condiciones objetivas aún
“inmaduras” y fueron derrotados, dando lugar a procesos de
transformación “molecular” que Gramsci describe en la temática
del transformismo.
Sin embargo, así como las restauraciones son limitadas en espa-
cio y tiempo, si la clase trabajadora quiere consolidar las relaciones
de fuerzas que va modificando en su favor hasta estar en condicio-
nes de la lucha directa por el poder, el propio desarrollo de la lu-
cha requiere de la “guerra de maniobra”. Aquí opera la “astucia de
la providencia” que sin duda es un movimiento complejo: Las res-
tauraciones, sin quererlo, crean las condiciones para nuevas revo-
luciones, en el mismo sentido de lo afirmado por Gramsci en el
C10 II §41 XVI, que ya citamos en el capítulo II.
Esta idea de las restauraciones como “astucia de la providencia”
podría ser considerada superficialmente como otra forma de lectu-
ra teleológica, contracara de la versión conciliadora de la dialécti-
ca que Gramsci identifica en el reformismo (ver capítulo II). Para
108 JUAN DAL MASO

despejar dudas, veamos lo que dice Gramsci en una nota escrita


entre abril y mayo de 1932, en la que plantea un cuestionamiento
de la lógica política del “mal menor”:

Argumentos de cultura. El mal menor. Hay siempre un mal me-


nor respecto de aquel precedentemente menor y frente a un peli-
gro mayor respecto de aquel precedentemente mayor. Cada mal
mayor deviene menor frente a otro mayor y así al infinito. No se
trata por tanto de otra cosa que de la forma que asume el proce-
so de adaptación a un movimiento regresivo, cuyo desarrollo es
conducido por una fuerza eficiente, mientras la fuerza antitética
está decidida a capitular progresivamente, en pequeñas etapas, y
no de un solo golpe, lo que llevaría, por el efecto psicológico con-
densado, a hacer nacer una fuerza competidora activa o a refor-
zar la ya existente (C9 §7).

Es decir, las “restauraciones” pueden crear las condiciones para


nuevas revoluciones, en la medida en que las fuerzas constreñidas
por el reformismo puedan orientarse en un sentido autónomo e in-
dependiente, o por el contrario: pueden allanar el camino para el
ascenso de corrientes abiertamente reaccionarias.
Habiendo propuesto una posible interpretación, señalemos dis-
tintos elementos con los que se podría plantear una contracara de
nuestra propia lectura:
Para Gramsci la guerra de posición no se reduce a la lucha en
condiciones de subalternidad. En este sentido, cabe señalar el as-
pecto de la “guerra de asedio” (C1 §133, redactado entre febre-
ro marzo de 1930) como componente “ofensivo” de la guerra de
posición, que requiere una “concentración inaudita de la hege-
monía” e indica que “se ha entrado en una fase culminante de la
situación histórico–política”, en la que la guerra de posición, una
vez ganada “es decisiva definitivamente” (C6 §138, redactado en
agosto de 1931).
En este contexto, lo señalado en C15 §11 podría ser una
“anomalía” del discurso gramsciano y no la clave de una nueva
EL MARXISMO DE GRAMSCI 109

generalización acerca de las relaciones entre “guerra de posición”


y “guerra de maniobra”.
Sin embargo, esta “anomalía” tiene otros indicios en el texto
de los Cuadernos, en los que la “guerra de movimiento” reapare-
ce entre los intersticios de la primacía de la “guerra de posición”.
Por ejemplo, en el carácter dual de la valoración del jacobinismo
por Gramsci, como revolución permanente, en tanto impulsa el
proceso de la “guerra de movimiento” de la Revolución Francesa
(C10 I §9, ya citado) más allá de los límites que querían imponer
las tendencias moderadas, y como hegemonía, en tanto constitu-
ye una voluntad colectiva nacional–popular. (C13 §1, redactado a
partir mayo de 1932).
Ya vimos antes que en C22 §1, Gramsci se pregunta por la po-
sibilidad de que el americanismo constituya “un desarrollo gradual”
del tipo de las “revoluciones pasivas” o la “acumulación molecular
de elementos destinados a producir una “explosión”, es decir, “una
subversión de tipo francés”, es decir, un proceso revolucionario de
tipo “clásico”, asociado a la guerra de movimiento.
Por último, tomaremos en cuenta la reflexión de Gramsci ex-
puesta en C13 §14, sobre la “doble perspectiva”, característica del
“Centauro maquiavélico”, en referencia al planteo de Maquiavelo
que consideraba que la figura del centauro Quirón, educador de
los héroes antiguos, era una metáfora para señalar que el Príncipe
debe valerse de la ley y de la fuerza.
Gramsci señala que esta “doble perspectiva” es un “principio
a fijar y desarrollar para la comprensión de la acción política y la
vida estatal”. Menciona expresamente los pares conceptuales fuer-
za/consenso, autoridad/hegemonía, violencia/civilización, indivi-
duo/universal, agitación/propaganda, táctica/estrategia, etcétera.
El par conceptual guerra de posición/guerra de movimiento
puede incluirse dentro de esta “doble perspectiva”, en los térmi-
nos del C15 §11, dando lugar a una lectura que no las contrapon-
ga de manera rígida.
A modo de conclusión de este capítulo, señalaremos entonces
que la cuestión de la revolución permanente en el pensamiento de
110 JUAN DAL MASO

Gramsci es sumamente compleja: antítesis y par conceptual de la


revolución pasiva, antecedente superado por la fórmula de la he-
gemonía, teorización intelectualizada por Trotsky de lo que Lenin
hizo en la práctica. La ambivalencia entre el enfoque que propo-
ne la oposición y aquel que propone la continuidad entre revolu-
ción permanente y hegemonía plantea una tensión que se sintetiza
en la idea de la hegemonía como “forma actual” de la revolución
permanente, con la mediación del hipotético pasaje de la guerra de
posición a la de maniobra, creando así un campo de problemas co-
munes entre las dos teorías.

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