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La Bondad de Dios en el Arrepentimiento de Juda

Para una persona que haya pasado cualquier cantidad de tiempo


en el Antiguo Testamento, la escena es probablemente familiar:
José, el alto funcionario en la corte del Faraón, revela con
lágrimas su identidad a sus hermanos (Gn. 45:3). Ha estado
separado de la familia por décadas, y ellos habían asumido que
estaba perdido o muerto. Después de algunas tensas
interacciones, José finalmente revela su identidad en un diluvio
emocional.

En el trasfondo de esta escena, mientras vemos el rostro lloroso


de José y escuchamos su reacción emocional, se encuentran los
hijos de Jacob, los hermanos de José. Estos mismos hombres
antes resentían a José (Gn. 37:4, 8, 11); estos mismos hombres
lo vendieron como esclavo e informaron falsamente a su padre
de su muerte (Gn. 37:31-33).

Por un momento, enfoquemos nuestra atención en el cuarto hijo,


Judá.

La desobediencia de Judá
Este es Judá, hijo de Lea, la esposa “aborrecida”; llamado
“alabanza” porque su madre aceptó su completa dependencia de
Dios (y alejamiento de Jacob) en su nacimiento (Gn. 29:35). El
primer incidente registrado en la vida de Judá es de engaño y
asesinato: él y sus hermanos, dirigidos por los hijos mayores
Simeón y Leví, engañan a los hijos de Siquem para que sean
circuncidados; mientras los hombres se recuperan, los matan y
saquean la ciudad (Gn. 34).

Este mismo Judá, cuando se enfrenta a la elección de matar a


José o venderlo como esclavo, opta por la última opción. Si bien
podríamos elogiarlo por salvar la vida de José (junto con Rubén,
quien sugirió que abandonaran a José en lugar de matarlo, Gn.
37:22), también es cierto que Judá aprovecha la oportunidad de
dejar a su hermano por muerto y beneficiarse monetariamente
(Gn. 37:26-27).

Este mismo Judá no cumple su promesa a Tamar como su


suegro. Cuando sus dos primeros hijos fueron ejecutados a causa
de su maldad, Tamar se queda sola. En lugar de casarla con su
tercer hijo, Judá la envía de regreso a su casa (Gn. 38:11).
Luego, sin saberlo, la confunde por prostituta y la trata como a
una (Gn. 38:15). Cuando este encuentro resulta en el embarazo
de Tamar, al principio él la avergüenza, hasta que descubre que
él es el hombre responsable por el niño que lleva dentro.
Entonces, y sólo entonces, Judá admite su injusticia (Gn. 38:26).

El arrepentimiento de Judá
Este mismo Judá, años más tarde, se encuentra en la corte de
Faraón ante un hombre que él sabía tenía el poder de la vida y la
muerte en sus manos, y dice “tómame en su lugar” cuando su
hermano Benjamín es señalado (Gn. 44:33). Benjamin es otro
favorito de su padre. Judá nunca tendrá el mismo estatus que sus
hermanos menores, pero dada esta segunda oportunidad de
intervenir en favor de uno de ellos, esta vez Judá hace lo
correcto. Él intercede.
Es evidente que la gracia de Dios obró en Judá,
permitiéndole amar a su familia, tanto a su hermano como a
su padre, de una manera sacrificial
 

Hemos recorrido un largo camino desde: “Vengan, vendámoslo


a los ismaelitas” (Gn. 37:27), hasta: “Ahora pues, le ruego que
quede este su siervo como esclavo de mi señor, en lugar del
muchacho, y que el muchacho suba con sus hermanos” (Gn.
44:33). Es evidente que la gracia de Dios obró en Judá,
permitiéndole amar a su familia, tanto a su hermano como a su
padre, de una manera sacrificial.

“Que quede este su siervo como esclavo de mi señor, en lugar


del muchacho”. Cómo debieron haber retumbado esas palabras
en los oídos de José. Ante él se encuentra un testimonio de la
gracia de Dios: Judá, un hermano mayor, ahora cambiado y
desempeñando el papel de proteger al hermano menor y más
débil. Las maneras en que Judá había fallado a José quedaron en
el pasado. Judá era ahora protector tanto de jóvenes (Gn. 44:32)
como de ancianos (”Pues, ¿cómo subiré a mi padre no estando el
muchacho conmigo, sin que yo vea el mal que sobrevendrá a mi
padre?”, Gn. 44:34). En el siguiente verso, vemos a José
completamente deshecho: incapaz de “contenerse”, se da a
conocer a los hermanos (Gn. 45:1).

Aunque no tenemos todo el panorama, algunos académicos


especulan que la tragedia de Tamar fue el momento decisivo
para Judá. Tamar actúa justamente al llamar a Judá para que
rinda cuenta de su pecado. Cuando él es expuesto como el
hombre que la ha profanado, su respuesta es: “ella es más justa
que yo” (Gn. 38:26). Estas no son las palabras de un hombre que
se excusa por su comportamiento malvado. La respuesta de Judá
implica que es, por fin, honesto con Dios y con él mismo acerca
de su pecado.

Hay arrepentimiento, un giro. Y la próxima vez que vemos a


Judá, él es diferente.

La fidelidad de Dios
Con la impactante historia de Judá en mente, considera cuán
lleno de gracia es Dios al hacer de la línea de Judá la línea de la
realeza de la herencia de Jesús.

Cuando los hijos de Jacob se reúnen para las bendiciones de su


padre en su lecho de muerte (Gn. 49), Judá recibe las primeras
palabras positivas (Gn. 49:8-12); los hermanos antes de él solo
reciben advertencias severas. Judá eventualmente se convierte
en el padre de muchos reyes justos, entre ellos: David, Josafat,
Uzías, Jotam, Ezequías, y Josías. Finalmente, uno de sus
descendientes es otro José, “de la casa y de la familia de David”,
que lleva a su joven esposa embarazada a Belén para inscribirse
en el censo (Lc. 2). De hecho, este bebé sería el “León de la
tribu de Judá” (Ap. 5:5).

En Génesis 37, José tiene un sueño en el que sus hermanos se


inclinan ante él, y lo hicieron, en un sentido temporal. Pero al
mirar hacia adelante, vemos que la descendencia de Judá era la
preeminente, aquella ante la cual todos los hombres se
inclinarán: “a él sea dada la obediencia de los pueblos” (Gn.
49:10). La bondad de Dios se extiende hasta aquí: Judá, una
mancha en su familia por muchos años, al arrepentirse, se
convirtió en el padre del Rey de Reyes.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Diana Rodríguez.
Kelly Keller es madre de cinco hijos, esposa de David, y miembro de Oakhurst
Baptist Church en Charlotte, Carolina del Norte. Es una colaboradora de Story
Warren.

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