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LA IGLESIA SUJETO DE LA PASTORAL DE LA SALUD

Reseña:

El libro escrito por Angelo Brusco y Sergio Pintor, en el capítulo 7 (la Iglesia sujeto de
la pastoral de la salud), quiere demostrar el compromiso que tenemos toda la comunidad
cristiana ante la pastoral de la salud, siendo el espíritu santo el impulsador que nos
conduzca a este misterio de la mutua caridad.

El capítulo ilustra las tareas o acciones a seguir que deben practicar todo el pueblo de
Dios: Obispos, Sacerdotes, Diáconos, Religiosos y laicos. Además quiere resaltar el
papel fundamental que tiene la mujer (acompañante) y el enfermo (rostro del Cristo
doliente) para la obra evangelizadora en el mundo de la pastoral salud.

En breve resumen el texto quiere deslumbrarnos a que debemos ser agentes o


promotores de salud y bienestar, invitándonos a una serie de responsabilidades según el
servicio que prestamos dentro de la Iglesia como lo es para:

1) Los Obispos: son los que deben rodear a los enfermos con una caridad paternal.
2) Los Presbíteros: deben cuidar a los enfermos a los enfermos y moribundos
visitándolos y confrontándolos en el señor.
3) Los Diáconos: siendo la oreja, el oído, el corazón, el alma de su obispo para con
los pobres y los que sufren.
4) Los religiosos(as): que deben ejercer el máximo grado en el ministerio de la
reconciliación en favor de los enfermos, como también deben conservar
fidelidad al carisma de la caridad misericordiosa para con los enfermos.
5) Los laicos: practicando la misericordia para con los pobres y enfermos.

Critica:

En general me impresiona la tarea que tenemos todos como pueblo cristiano, ya que a la
finalidad debemos ser como dice San Camilo “cristo para con los que sufren”. Esto
solo es posible si nos dejamos interpelar de la presencia de Jesucristo, siendo dóciles a
su voluntad y entregándonos a esta misión evangélica siendo promotores de salud y
bienestar.

También es propicio que desde nuestra misión como pueblo que va en camino al reino
de Dios, esforzarnos en vivir en fidelidad a esta obra de caridad, es decir, que demos de
lo que tengamos; para esto debemos tener una formación idónea para poder salir al
encuentro con el otro y poder finalmente como el buen samaritano experimentar la obra
salvífica de Cristo, que nos impulsa a entregarnos a este gran misterio de la mutua
caridad.

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