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INSTITUTO SUPERIOR DE EDUCACIÓN PÚBLICO

“TÚPAC AMARU” – TINTA

LAS MISIONES

Uno de los principales problemas que enfrentaron los colonizadores españoles, fue el de “civilizar”
a los indígenas.

Para analizar esta cuestión, es preciso tener en cuenta que los exploradores españoles venían a
América en base a las concepciones imperantes en su nación y en su época; conforme a las cuales
en primer lugar estaban amparados por derechos emanados del descubrimiento de territorios
desconocidos y de su conquista; y en segundo lugar, al conquistar esos territorios, sus pobladores
aborígenes eran “infieles”, que no rendían culto a Dios, no profesaban la religión católica que como
tal se consideraba universal, y por lo tanto necesitaban ser evangelizados para que, al convertirse,
sus almas entraran en la Gracia de Dios.

Si bien desde cierta tesitura puede sostenerse que los aborígenes americanos ocupaban ese
continente con anterioridad a los conquistadores españoles, y en consecuencia era legítimo que se
resistieran a permitir que los conquistadores españoles les arrebataran sus tierras; lo cierto es que
aún aquellas civilizaciones de los indígenas americanos que se encontraban más avanzadas —
caso de los Aztecas, los Mayas y los Incas — no habían alcanzado el grado de desarrollo
económico, técnico y cultural de los europeos. Con lo cual la colonización constituyó,
evidentemente, un proceso que — a pesar de los cuestionamientos que modernamente pueden
hacérsele — contribuyó a incluir el nuevo continente en el mundo civilizado occidental, y a la
inclusión de sus pobladores en el mundo moderno.

Cuando América fue descubierta y se inició su exploración y colonización, además de ser un


territorio mucho mayor que el de la Europa de ese tiempo, tenía una población que,
numéricamente, también superaba ampliamente al total de los europeos. Pero, a la vez que esa
población se encontraba distribuida de manera muy despareja en un territorio que tenía vastas
superficies deshabitadas por el hombre; y el grado de su evolución política, técnica y cultural era
también muy dispar.

Mientras en los tres grandes centros de las civilizaciones indígenas — los Aztecas, los Mayas y los
Incas — se concentraban grandes poblaciones integradas en sociedades que tenían lo que cabe
considerar un grado importante de organización social y política, que habían llegado a evoluciones
como sociedades sedentarias, urbanas, agrícolas y con autoridades políticas y religiosas que
efectivamente las gobernaban; existían grandes conglomerados — caso de los pueblos de la etnia
guaraní —que vivían en un estado salvaje, como nómades meramente recolectores o cazadores y
pescadores, en una organización a lo sumo tribal, con creencias de carácter sobrenatural
meramente supersticiosas, y en un nivel tecnológico igualmente primitivo; de hecho estaban en la
edad de piedra.

Los expedicionarios españoles, que indudablemente constituían un número ínfimo desde el punto
de vista militar, ampliamente superado por los guerreros indígenas; lograron imponérseles debido a
su muy superior tecnología bélica, frente a oponentes que ni siquiera conocían la pólvora. Incluso,
cuando llegaron a tratar de conquistar las grandes civilizaciones Azteca, Inca y Maya, tuvieron a su
favor las creencias religiosas de éstas, que comprendían profecías de que un día llegarían a ellas
seres superiores, verdaderos dioses; por lo cual los europeos de cutis blanco fueron en muchos
casos acogidos como tales.
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Las Misiones apuntaban a la Conquista espiritual por medio de la evangelización de los indios
agrupándolos en pueblos o reducciones*. Se procuraba que en todas ellas “hubiese escuelas de
doctrina y de leer y escribir en todos los lugares de indios”, aunque en la realidad, muchas veces,
esto fue solo una expresión de deseo.

En las Misiones Jesuíticas del Paraguay se logró que cada reducción formara una unidad
económica casi independiente, donde existían talleres en los que se aprendían oficios y elaboraban
los objetos necesarios para vivir y para el culto católico: cruces, pinturas, imágenes talladas en
madera, etc. Además se producían y vendían productos como: yerba mate, cuero, algodón y
azúcar de los cuales muchos eran exportados a Europa. Cada pueblo formaba parte de un sistema
económico mayor: el de las Misiones Jesuíticas.

Las Misiones además de su objetivo de catequizar a los indígenas, fueron utilizadas por los
españoles como defensa del avance portugués.

Junto con los mineros, soldados, indios, esclavos negros, artesanos y agricultores llegaron otros
españoles, los misioneros franciscanos. Éstos habían acompañado a Ibarra desde sus primeras
expediciones en 1554. En 1574, como se dijo, habían fundado el convento del Valle de San
Bartolomé. Desde allí comenzaron su labor de evangelización entre la población indígena de los
alrededores. Más tarde, en los años iniciales del siglo XVII, arribaron los primeros misioneros
jesuitas.

En 1604 los franciscanos fundaron la misión de San Francisco de Conchos, a la orilla de dicho río.
Fray Alonso de Oliva, el fundador, había empezado a trabajar con los conchos por lo menos desde
1595 y con ellos viviría casi veinticinco años, intentando congregar a los conchos "bajo campana",
es decir, en el asentamiento fijo de la misión. En 1609 se aseguraba que Oliva había logrado reunir
a 4 000 indios en la misión, aunque para 1622 la cifra se había reducido a la mitad. Oliva abrió
tierras de cultivo y enseñó métodos para la crianza de ganado que los españoles habían llevado
consigo: caballos, burros, mulas, gallina, ovejas, cabras y vacas, además de gallinas. Otra misión
nacida en estos años fue la del Valle de San Bartolomé, que en 1601 ya incluía como pueblo de
visita a Atotonilco, donde había indios conchos y tobosos. En 1607 nacía la misión del Tizonazo, no
muy lejos de Indé.

Por su parte, los jesuitas fundaron su primera misión en esta zona en San Pablo (el actual Balleza)
en 1611, gracias a los esfuerzos del padre Joan Font, quien había llegado a Santa Bárbara en
1604. Uno de los problemas que halló este misionero fue la honda animadversión entre
tarahumaras y tepehuanes. Entre 1623 y 1630 los jesuitas fundaron otras cuatro: una cerca de Indé
(Santa Cruz del Nazas), la de Cerro Gordo, San Felipe y San Miguel de Bocas, estas dos últimas
sobre el río Florido. En estas misiones se reunieron por igual tepehuanes y tarahumaras y chizos y
tobosos, es decir, población indígena nómada y sedentaria. Sin embargo, el trabajo de
franciscanos y jesuitas estaba bien diferenciado: a los primeros les correspondían los indios
conchos y los grupos del desierto de la porción del este; los jesuitas, por su parte, se encargaban
de los tarahumaras y tepehuanes y algunos grupos nómadas del suroriente. Como dice
Cramaussel, no era una división geográfica sino una división basada en un criterio cultural.

En las misiones los indígenas recibían la doctrina, se les enseñaba el español y se les entrenaba
en el manejo del ganado y en el cultivo de las nuevas plantas, como el trigo. También eran
utilizados para construir las iglesias y demás instalaciones de la misión, por ejemplo, las acequias
para el riego.

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Pero las misiones adquirieron pronto una gran importancia, no sólo como centros de
evangelización sino también como lugares de reclutamiento de mano de obra para los exigentes
estancieros y mineros españoles. De las misiones comenzaron a salir regularmente los peones
indios para efectuar trabajos temporales con los españoles. Vista en perspectiva, ésta era su
función clave. Para algunos sectores del gobierno, las misiones además tenían la ventaja de que
disminuían las cacerías de indios, lo que redundaba en una convivencia menos violenta entre éstos
y los españoles.

Los misioneros de ambas órdenes (sobre todo los jesuitas) no tardaron en enfrentarse con los
intereses de los mineros y rancheros a causa de los indios, o mejor dicho, a causa de la fuerza de
trabajo de los indios. Los colonos requerían mano de obra para sus explotaciones, mientras que
aquéllos requerían sujetos para su labor evangelizadora y para las actividades productivas de las
propias misiones. El problema surgía porque los misioneros pronto entendieron que era preferible
mantener aislados a los indios de las perniciosas influencias de los propios españoles. Pero lo
cierto es que las misiones contribuyeron en gran medida a resolver el problema de escasez de
trabajadores.

Algunos indígenas descubrieron que a pesar de tener que renunciar a algunas de sus costumbres y
creencias (obviamente a su religión y a su nomadismo), la misión ofrecía ventajas, por ejemplo,
una cierta seguridad alimentaria y el consumo de algunos productos españoles, sobre todo textiles.
Además, según Deeds, las misiones parecían contrarrestar, de manera contradictoria, la
incertidumbre provocada por el arribo de los españoles. El dios español podía complementar a sus
antiguas deidades y brindar así una protección adicional contra las enfermedades y epidemias y
contra los grupos enemigos. Por estas razones las misiones han sido vistas como uno de los
principales métodos de conquista y expansión española en el septentrión; sin duda conformaron un
espacio de una densa complejidad social que desembocó en la aculturación de los indios y su
integración a los modos de los europeos.

TAREA
1. ¿Qué eran los Corregimientos?
2. ¿Qué fueron las Audiencias?
3. Averiguar sobre la Intendencia de Tinta.
4. ¿En qué consistió el Tribunal de la Santa Inquisición?
5. Explique las posibles causas para el fracaso de la gesta libertaria de Túpac Amaru II.
6. Indagar sobre la historia del niño mártir Fernando Túpac Amaru Bastidas.
7. Indagar sobre el por qué Tinta pierde su categoría de capital de provincia.

ftb/isepta-t.

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