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Bob Dylan y su Nobel: ¿Times are a-changin’?

; por Ulises Hadjis

Me ha sido útil comenzar mis clases aclarando que los hombres


somos lenguaje. Somos palabras. Habitamos en narrativas. Un
chisme, una crónica o una novela nos sirven de refugio porque nos
esconden y nos nombran.

También las canciones.

En el mundo de la música es común escuchar que Bob Dylan es “más


escritor que músico”. Algo similar sucede con referencias como el
canadiense Leonard Cohen o el español Joaquín Sabina. Incluso en
una entrevista dijo que se le hacía absurdo un disco de
“Instrumentales de Bob Dylan”, ya que las letras eran el pilar de su
trabajo. De modo que para alguien como yo, quien tuvo la suerte de
crecer en el mundo de la música, no resulta extraño su Premio Nobel
de Literatura.

Aún así, sería ingrato empezar a tratar a Dylan como un escritor


porque, en esencia, es músico. Sus palabras se editan mayormente en
discos, no en libros. Y, a diferencia de Sabina y Cohen, ha puesto un
particular esfuerzo en su sonido como artista discográfico. Se
demuestra en sus complejos arpegios de guitarra en Freewheeling, el
sonido eléctrico en Blonde on Blonde y el etéreo murmullo que lo
acompañaría en Time out of mind. Pero hablemos de sus letras, la
razón por la cual hoy ha recibido el Nobel.
Las letras de Dylan remiten a un opaco microcosmos, al cual sólo
podemos entrar gracias a su obra poética, a su lírica. A diferencia de
John Lennon, Dylan no tiene una larga serie de entrevistas donde
esclarezca ese mundo interior. Ni siquiera en el primer volumen de su
autobiografía aparecen esas claves. Y cito ese tomo porque en buena
parte de sus letras el cantautor se funde con el sujeto lírico, como
sucede con la obra de poetas como Walt Whitman o Rafael Cadenas.
Así se crea la ilusión de que el protagonista de las canciones es un
Dylan asombrado por una realidad frente que critica, como en “Master
of war” o “Blowing in the wind”; o un Dylan partícipe de una íntima
relación con otro, como en “Tangled up in blue” o “Dont think twice its
alright”.

La importancia de lo que ha conseguido Dylan desde su poética está


unido a la manera en la que replantea sintácticamente las estructuras
líricas del inglés, concretamente dentro de la tradición de la canción
estadounidense. Dylan reordena y resemantiza el inglés cuando
escribe y, luego, cuando lo canta. Por eso son tan poco frecuentes las
traducciones de sus canciones a otros idiomas: su emoción y su
expresión quedan materializadas en esas palabras que los lectores
entendemos como signos, pero también las cristaliza como imágenes
acústicas que son formas estéticas en sí mismas, como sucede con el
James Joyce de Finnegans Wake o el César Vallejo de Trilce: “Aint no
reason sitting here and wonder why babe” es algo que dista mucho de
“No hay razón para sentarse aquí y preguntarse por qué, nena”.

Si esto es así, si la obra de Bob Dylan tiene el comportamiento propio


de una poética que destaca porque descubre nuevas posibilidades en
el idioma que habita y las explora estéticamente desde uno de los
territorios más antiguos de la poesía, como la canción, ¿entonces
dónde reside el conflicto para quienes ven el Premio Nobel de Bob
Dylan como un exceso?

Las letras de Dylan no aparecieron en el mundo desde una pluma, ni


desde una máquina de escribir ni en letra de imprenta encuadernada,
sino desde un lugar de enunciación distinto: un cantar. Su poética
emerge desde una relación con el otro que es agenciada por la
música. Y puede que ahí sea donde radica el conflicto: no es un
“escritor” al uso, no sólo escribe las palabras sino que además les
compone música y las canta, rompiendo esta imagen de “hombre de la
cultura” a quien se le exige un escritorio y un recital. Sin embargo, aún
así, es innegable que hace poesía: Dylan usa el lenguaje para fundar
nuevos espacios de expresión, sólo que con las manos ocupadas en
una guitarra.

En este mundo de mensajes de texto, Bob Dylan aparece como el


primer Premio Nobel de Literatura que ha sido más escuchado que
leído. Quizás sea también una celebración de nuestra oralidad, que
nos recuerda que la literatura no es un animal que esté condenado al
papel para poder transformarnos. Sea como sea “Times are a-
changin”.

Dylan: el ganador y los perdedores; por Gisela Kozak Rovero


Fotografía de EFE

Lo primero que hay que decir sobre el Premio Nobel de Literatura


otorgado al cantautor estadounidense Bob Dylan es que ha causado
menos escándalo entre escritores, críticos y profesores de literatura
que en sus numerosos admiradores y detractores; éstos, por lo
general, admiten su calidad musical pero no entienden que fuese
premiado por la academia sueca. En los debates académicos y entre
escritores se acepta hace muchísimos años que lo que llamamos
literatura, un arte verbal de milenaria trayectoria, es una noción
histórica, siempre cambiante, y que, por lo tanto, no hay sociedad,
academia o experto que pueda con seguridad decirnos qué es literario
y que no lo es. Las peleas de comentaristas y tuiteros con los
“académicos” han sido boxeo de sombra entonces, una pelea con
nadie. La literatura no es un canon religioso, como los cuatro
evangelios cristianos, es más bien un gran conjunto de escrituras
sometidas al escrutinio de lectores, escritores y expertos. En el caso
de Dylan su éxito musical sin duda se ha basado en la calidad de sus
letras, podría decirse que es un poeta que canta, como los de la
antigua Grecia o los trovadores medievales. En su trayectoria,
coinciden quienes han analizado su obra en artículos y hasta tesis
doctorales, hay una indudable influencia de la llamada generación
“beatnik” estadounidense, con poetas como Allen Ginsberg a la
cabeza y narradores como Jack Kerouac, y se le considera heredero
del gran trovador de los Estados Unidos, Walt Whitman. Incluso,
llamaba a su guitarra Rimbaud, en honor al poeta maldito francés del
siglo XIX.

Quizás la pregunta correcta no es si la Academia sueca se abre a los


nuevos tiempos, en tanto la conexión de lo popular con la llamada alta
cultura fue protagónica en el siglo XX. Ya no hablamos de “nuevos
tiempos” respecto a este tema. Pareciera que la pregunta correcta es
si el acto de leer literatura como la conexión con un libro que nos
llevará a otros libros de múltiples épocas y culturas es lo que retrocede
ante el ímpetu de la oralidad propiciada por la cultura de masas. Como
admiradora de escritores como Vince Gilligan, el libretista de Breaking
Bad, me imagino que tarde o temprano un guionista de cine y
televisión será Nobel de Literatura. También, si lo ganó Dylan debieron
ganárselo Juan Gabriel y Simón Díaz, Chico Buarque pasa a ser
candidato y deberíamos dar la pelea por Juan Luis Guerra y Ruben
Blades.

Pero yo tengo derecho a decir que preferiría que le dieran el Nobel a


otro tipo de escritor.

Me explico:

Dylan tiene un lugar que nadie se lo quita; tal vez quienes están
perdiendo su lugar son Jorge Luis Borges, Marcel Proust, Teresa de la
Parra, César Vallejo y Virginia Woolf, por no hablar de Shakespeare,
Sor Juana Inés de la Cruz, Esquilo y las hermanas Bronte. Los
comentadores, generalmente ya de mediana edad, que creen que la
academia o los escritores “aburridos” se oponen a Dylan, emulan
rebeldías de hace cincuenta años y realmente cree que Dylan es una
suerte de Tristán Tzara que escandaliza a telarañosos académicos y
señoras burguesas. No es verdad, Dylan es parte del canon
norteamericano y del buen decir de la intelectualidad del partido
demócrata. Es el vencedor en la contiendas del arte literario del siglo
XXI, no Rafael Cadenas o Amos Oz. Y no porque Dylan sea mejor que
ellos sino porque es más potable para el gran público auditivo y visual
que declina las dificultades que significan los rebeldes de la literatura
como Rimbaud, Proust, Joyce o Teresa de la Parra.

Pero yo, sin despreciar la literatura oída (espero que todos los
fanáticos de Dylan al menos entiendan inglés), seguiré leyendo a
quienes perdieron el Nobel 2016: Amos Oz, Joyce Carol Oates, Philip
Roth.
Y después de ver otra vez la saga cinematográfica completa de Los
juegos del hambre, bailar a Carlos Vives, cantar a Juan Gabriel y a
Dylan, y extrañar Juego de tronos, leeré solitariamente el primer tomo
de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Este tipo de
escritor es el perdedor frente a Dylan y suelo sentir debilidad por los
perdedores geniales.

 
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/14/actualidad/1476463891_
691904.html
¿MERECE BOB DYLAN EL NOBEL DE LITERATURA?

Lírica viene de lira

Fernando Aramburu
15 OCT 2016 - 16:41 CEST

La Academia Sueca decidió conceder el Nobel de Literatura a un


poeta. La circunstancia de que el galardonado cante sus textos causó
una ola general de sorpresa que acto seguido tomó un cariz de
indignación en ciertas personas, llamativamente entre algunas que se
dedican al ejercicio público de la palabra. Están en su derecho, si bien,
sobrepasados ciertos límites de temperatura emocional, su discurso
simplemente opinativo se reviste, quieras que no, de un barniz
bastante ridículo. A algunos el desasosiego los llevó a arremeter
contra quienes se congratulan de la decisión de los académicos
suecos. Esto, huelga decir, lo expresan con una modulación del
lenguaje muy alejada de la función poética.

MÁS INFORMACIÓN

 Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016


 Bob Dylan abre la puerta del cielo literario
 Con Dylan el Nobel gana prestigio

Ya Octavio Paz refirió con su habitual sabiduría que la primera


literatura fue poética y fue oral, y que se difundía acompañada de
instrumentos por lo general de cuerda. No en vano la palabra lírica es
un derivado de lira. No es verdad que esta tradición se haya
terminado. Y todavía numerosos poetas de libro siguen explicando su
arte con términos (ritmo, sonoridad, tono, cadencia) sacados de la
música.

La Academia Sueca acaba de premiar a uno de sus representantes


más notables. En mi país de residencia tienen mucho auge los
audiolibros y no es raro que un local se llene para escuchar las
palabras de un buen recitador. He visto asimismo multitud de
colombianos atentos a las palabras de un poeta. Recuerdo a Juan
Carlos Mestre, acordeón en mano, ofrecer poemas ante un público
numeroso. Y también he visto/soportado a poetas actuales españoles,
bastante conocidos por cierto, leyendo dificultosamente sus textos.

De hecho, es relativamente reciente el fenómeno de la experiencia


poética centrada en la lectura solitaria del libro. Esta forma de
transmisión ha sido muy dañina para la poesía. La poesía no se
vende, dicen sus propios cultivadores. La poesía no se lee. Y algunos,
con férrea impaciencia, insultan al potencial público ignorante. Yo creo
que se equivocan al razonar un hecho por otro lado innegable.
Recuerdo unas páginas luminosas de los diarios de Jaime Gil de
Biedma. La poesía acaso no sea, contra lo que algunos piensen, una
sustancia que el poeta deja en un sitio llamado poema. La poesía es
una experiencia de quien escucha o lee, para la cual, naturalmente, es
necesario que haya algo que escuchar o leer.

Yo entiendo que la Academia ha adoptado este año, al conceder el


Nobel a Dylan, una decisión que podría ayudar a algunos a romper,
siquiera un poco, sus mármoles mentales.

El ser humano necesita dicha experiencia. El ser humano no se


conforma con lo feo, lo ruidoso, lo rastrero, lo cacofónico, lo superficial.
No hace falta ser catedrático para disfrutar de la belleza, la emoción, la
intensidad, la armonía, la altura de pensamiento, los matices del placer
y otros valores que incluso el más analfabeto interpreta o siente. Hace
tiempo que la gente busca, y encuentra, la experiencia poética fuera
de los libros. En secuencias de películas, en paisajes, en canciones,
en piezas musicales. Por eso no se leen con mayor asiduidad los
libros de poemas, tan mal promocionados por gentes dedicadas a
establecer escuelas, tendencias y otros artefactos aburridos que, en
apariencia, requieren el entendimiento del experto.

Yo entiendo que la Academia ha adoptado este año, al conceder el


Nobel a Dylan, una decisión que podría ayudar a algunos a romper,
siquiera un poco, sus mármoles mentales. La rapidez con que
algunos, atiborrados de rotundidad, se lanzaron a negar que un
cantante haga literatura despide un tufo a prisión en categorías
intelectuales muy estrictas. Considerar que el premio lo merecía otro
equivale, no solo a desautorizar a una comisión de expertos, sino a
proclamarse virtualmente miembro de dicha comisión. Todo esto es
bastante irrisorio, además de entristecedor.

A mí, que soy tan defectuoso como cualquier otro, Bob Dylan me ha
dado más poesía que muchos de los que ahora protestan. Me basta
mi gozo propio para darle la enhorabuena, que es tanto como darle las
gracias.

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