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Pueblos indígenas

y Plan Colombia

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Pueblos indígenas
y Plan Colombia

COMPILADORES:

THEODORE MACDONALD JR.


DAVID EDELI

3
Pueblos indígenas y Plan Colombia
Compiladores:
Theodore MacDonald Jr.
David Edeli

1a. edición Ediciones Abya-Yala


Av. 12 de octubre 14-30 y Wilson
Casilla 17-12-719
Telef: 2506-251 / 2506-247
Fax: (593 2) 2506-255 / 2506-267
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http//: www.abyayala.org

Cultural Survival Winter 2003


Volume 26
Issue 4
215 Prospect St.
Cambridge, MA 02139
t 617.441.5400 f 617.441.5417
www.cs.org csinc@cs.org

Diseño y
Diagramación: Ediciones ABYA - YALA

ISBN: 9978-22-507-2
Impresión: Producciones Digitales Abya - Yala
Quito - Ecuador

Impreso en Quito Ecuador, abril 2005

* Los artículos de este libro fueron publicados en el Winter 2003, Volume 26, Issue 4,
de la Revista Cultural Survival.

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Tabla de Contenido

capítulo 1
Voces de los invencibles
Respuestas indígenas al Plan Colombia...................................... 7
capítulo 2
No puede haber paz sin los indios sentados a la mesa de las
negociaciones................................................................................. 13
capítulo 3
La batalla por el Putumayo .......................................................... 25
capítulo 4
¿Partidarios u obstáculos?
Las ONG’s y el Plan Colombia.................................................... 33
capítulo 5
Una historia de residencia espiritual ............................................ 43
capítulo 6
Fumigar cultivos, erradicar personas ............................................ 49
capítulo 7
Voces indígenas en Washington D.C. ........................................... 67
capítulo 8
Una experiencia en el Putumayo.................................................. 73
capítulo 9
Resistencia innovadora en el Cauca.............................................. 75

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CAPÍTULO

Voces de los Invencibles


Respuestas Indígenas al Plan Colombia
Por Theodore Macdonald y David Edeli

El 7 de Agosto del 2003 el New York Times informó que “cinco


bombas mortero de fabricación casera fueron detonadas en el centro
de Bogotá mientras el nuevo presidente electo, Alvaro Uribe Vélez, se
preparaba para tomar el juramento de oficio en el Congreso”. El ataque
mató a 19 personas e hirió a otras 70 en los vecindarios pobres de las
cercanías del Congreso y del Palacio Presidencial. El 22 de Octubre,
otro reporte dijo que un carro bomba mató a dos personas e hirió a
otras 36 en las afueras del cuartel general de policía de Bogotá. Dos días
después, una granada fue lanzada a un camión de policía, matando a
un oficial de 18 años de edad e hiriendo a 13 personas en una calle de
Bogotá.
Estos incidentes ilustran un nuevo patrón de violencia que pa-
rece hacer noticia: el auge del terrorismo urbano. En cada caso los
ataques fueros atribuidos a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), las cuales, durante 38 años, han peleado con el
ejército colombiano y, en los últimos años, con una fuerza paramili-
tar creciente. Para las FARC y las Fuerzas Paramilitares, la guerra se
alimenta de los beneficios de la producción y venta de cocaína y he-
roína, en su mayoría destinadas a Estados Unidos y Europa. Estas
drogas provienen principalmente del sur de Colombia, donde los va-
lles del Cauca producen amapolas (para la heroína) y las selvas del
Putumayo proveen hojas de coca (para la cocaína). De ahí que el Pu-
tumayo es también el frente de las otras batallas colombianas “que
hacen noticia”: la erradicación de los cultivos, lo cual ha sido finan-
ciado cada vez más desde el 2001.

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La creciente presencia militar, paramilitar y guerrillera junto con
la fumigación del área con herbicidas, son componentes importantes
del polémico Plan Colombia que se está llevando a cabo en los depar-
tamentos del sur de Colombia de Putumayo, Sibundoy y Cauca y que
se extiende hasta las áreas fronterizas de Ecuador, Perú, Venezuela y
Brasil. Grandes porciones de cada área están relativamente aisladas,
vastamente forestadas y largamente pobladas por pueblos indígenas.
Esas situaciones, lugares y poblaciones generalmente no se con-
sideran hechos noticiosos. En las llamadas poblaciones “marginales” a
través del mundo - desde los tugurios de Nueva Delhi hasta los muchos
vecindarios hispanos y afroamericanos de Estados Unidos - la violen-
cia casi endémica, rara vez sale en primera plana. Las voces de estas po-
blaciones suelen ser ignoradas, pero en el sur de Colombia la margina-
lidad no es sinónimo de invisibilidad. Hace algunos años, miles de
campesinos de la región manifestaron para protestar la erradicación de
los cultivos; forzaron al gobierno a retrasar los planes para la erradica-
ción intensiva. Esa marcha reveló que muchos sectores diversos de la
población coincidían en que el problema verdadero es de demanda in-
ternacional y no la oferta local.
Sin embargo, con el apoyo económico y logístico de Estados Uni-
dos, las iniciativas para la erradicación han crecido de manera impor-
tante. Pero, como indígenas y varios autores señalan en esta edición, la
resiembra podría exceder fácilmente la erradicación, y los efectos se-
cundarios de la erradicación han sido particularmente destructivos pa-
ra las comunidades indígenas. Resulta que en lugar de esperar a que los
medios los consideren un tema de interés periodístico, los pueblos in-
dígenas en Colombia y las áreas adyacentes han alzado la voz, corrien-
do riesgos individuales importantes, para hacerse a sí mismos tema de
gran interés periodístico.
Lo que estas voces dicen se extiende más allá de los temas econó-
micos. Como los artículos siguientes demuestran, los problemas eco-
nómicos van acompañados de las preocupaciones sociales, culturales y
de salud asociadas con la erradicación, la mayor presencia de actores
armados y la globalización. Pero las entrevistas no son súplicas pasivas
emitidas por oprimidos. Respuestas indígenas imaginativas y proacti-
vas están ilustradas más dramática y exitosamente en el Departamento
del Cauca (ver Rappaport), pero acciones similares caracterizan otras
áreas también.
Estas actitudes proactivas inspiraron esta edición, lo cual res-
ponde a una solicitud proveniente directamente de las poblaciones in-
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dígenas afectadas de seis países. Muchos de los artículos están escritos
a partir de entrevistas con líderes y otros indígenas llevadas a cabo du-
rante el histórico Foro Internacional sobre el Impacto de la Fumiga-
ción Aérea con Herbicidas en los Productos Agrícolas clasificado como
“Ilícito” y el Conflicto Armado: Las Respuestas de la Gente Indígena de
la Amazonía en Áreas Fronterizas. El evento se celebró del 26 al 28 de
junio en Quito, Ecuador y fue iniciativa del grupo coordinador para las
Organizaciones Indígenas de la Cuenca del Amazonas (COICA), la Or-
ganización de Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana
(OPIAC) y la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Ama-
zonía Ecuatoriana (CONFENIAE); las organizaciones anfitrionas eran
la Fundación Gaia - Colombia, la Alianza Amazónica y la Asociación
Latinoamericana para los Derechos Humanos. Las organizaciones in-
dígenas pidieron apoyo internacional para publicar sus preocupacio-
nes y respuestas unificadas.
Durante el foro, escritores no indígenas entrevistaron a partici-
pantes indígenas y armaron artículos que analizan el impacto de varias
acciones y actores. Solamente unos pocos indígenas entrevistados, los
ya prominentes y conocidos por el público, han escogido ser identifi-
cados por su nombre y aparecen fotografiados. Otros, por razones de
seguridad personal en un ambiente peligroso, permanecen anónimos.
El anonimato, sin embargo, no es silencio. Los expositores tratan
una gran variedad de preocupaciones e impactos, resumidos en varios
artículos analíticos que abarcan género (ver Kosec), ONGs (ver Flet-
cher), herbicidas (ver Walcott y Marsh) y resistencia espiritual (ver
Hurwitz). Las entrevistas, editadas para dar claridad y continuidad,
ofrecen opiniones honestas y de primera mano. Cada una muestra có-
mo los líderes y pobladores han experimentado y respondido a la pre-
sencia de actores armados. En el Putumayo, los residentes sufren la vio-
lencia y la fumigación con herbicidas y sienten que se les negó la opor-
tunidad de arrancar las plantaciones de coca por voluntad propia y
buscar otras opciones.
A pesar del aislamiento de las comunidades indígenas, su situa-
ción debe entenderse como parte de los grandes patrones de la globa-
lización (ver Edeli y Richardson). Mientras que nadie puede negar que
ciertos beneficios sí resultan del intercambio global, muchos concuer-
dan con que en cuanto a los productores aislados, los productores de
subsistencia y los pequeños productores como los del Putumayo y las
selvas adyacentes de las áreas fronterizas, lo más probable es que sean

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los primeros en sufrir las consecuencias del comercio libre que permi-
te a las industrias con bajos costos de producción eliminar a los peque-
ños actores económicos.
Una de las aportaciones únicas de estas entrevistas es la impre-
sión que dan de hasta qué punto los efectos del Plan Colombia se sien-
ten en comunidades en todos los países que colindan con Colombia.
Los que están relacionados con la producción de coca hablan con fre-
cuencia del “efecto globo” que ocurre cuando la presión en un área o
país, en este caso la presión gubernamental o militar, lleva a una expan-
sión de producción en las vecinas. Desgraciadamente, lo que las narra-
tivas revelan es que la violencia, el reclutamiento y el simple “descanso”
para los actores armados – tanto guerrillas como paramilitares - está te-
niendo este efecto. Como las entrevistas de Bolivia ilustran, las declara-
ciones públicas hechas por gobiernos diciendo que la presión hará de-
saparecer la producción de coca no son nada más que observaciones
equivocadas o ilusiones.

Repaso de los antecedentes

El Plan Colombia es una iniciativa del ex presidente colombiano


Andrés Pastrana. Según aparece en los documentos, es un plan general
para mejorar Colombia a través de la paz, la erradicación de la droga y
proyectos alternativos de desarrollo que abarquen de alguna forma las
causas fundamentales de los disturbios. Las acciones iniciales, con el
firme apoyo de Estados Unidos en términos de fondos (Colombia es el
tercer destinatario más grande de ayuda extranjera de Estados Unidos),
equipo y entrenamiento militar, se limitaron a la erradicación de culti-
vos sin la participación financiera ni estratégica de Estados Unidos en
la guerra interna a largo plazo en Colombia, que enfrenta al gobierno
colombiano y su ejército contra las FARC y las Fuerzas de Guerrilla del
Ejército de Liberación Nacional, así como fuerzas paramilitares. Desde
que el plan fue anunciado, la distinción que se hacía entre los varios
grupos de oposición era dudosa. Las dudosas distinciones desaparecie-
ron después del 11 de Septiembre del 2001, cuando ambos guerrillas y
paramilitares fueron clasificados como terroristas. El Congreso de Es-
tados Unidos, con el apoyo firme del Presidente George W. Bush y Vé-
lez, aprobó el uso de fondos y equipo de Estados Unidos para la guerra
contra los insurgentes y traficantes de droga.

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Desgraciadamente, mientras que gobiernos europeos habían
criticado la fumigación con herbicidas y creciente presencia militar, no
han proveído fondos para alternativas. The Economist, revista londo-
niense de análisis económico y político, informa que “de USD 113 mi-
llones prometidos desde 1996 a Plante, la agencia gubernamental co-
lombiana para el desarrollo alternativo, USD 104 millones vinieron de
Estados Unidos”. Dada la ausencia de alternativas y pese a unos adver-
sarios elocuentes e informados, la gran mayoría de los colombianos
apoya el Plan Colombia. Mientras que la mayoría de los observadores
concuerda con que, en conjunto, la violencia colombiana no es como
aquella que asoló algunos países latinoamericanos durante la década
de los 80, no obstante los pueblos indígenas colombianos se encuen-
tran asediados como la población rural en el Perú, Guatemala y El Sal-
vador durante esa misma década. Desde el punto de vista militar co-
rren el riesgo de ser “culpables por estar presentes” al incursionar en
sus tierras diferentes fuerzas militares, cada una de las cuales supone
que la comunidad apoya a los adversarios.
El Putumayo no es un microcosmo de un país de regiones tan
distintas como Colombia, pero su situación ilustra patrones inquietan-
tes que no pueden ser descartados como excepcionales ni tampoco co-
mo daños colaterales desafortunados. Las narrativas y los artículos en
esta edición ilustran la destrucción de vidas y de formas de vida y po-
nen de relieve las persistentes desigualdades políticas y económicas que
penetran gran parte de la Colombia rural. También muestran la atrac-
ción ideológica de organizaciones como las FARC que, para la mayoría
de los colombianos, han perdido su autoridad moral, su credibilidad
ideológica y su legitimidad representativa. Las FARC han reclutado jó-
venes indígenas y han obtenido apoyo de los indígenas locales, no sim-
plemente porque les proveen comida, ingresos económicos, ropa y
aventura, sino porque también la percepción local muestra que el con-
fiar en las FARC es más beneficioso que enfrentar los problemas fun-
damentales y las sospechas que el conflicto trae a las comunidades. Iró-
nicamente, los paramilitares ofrecen algo de atracciones similares.
Los artículos aquí no pretenden ser la palabra final sobre el te-
ma. Son historias, y muchas de ellas son muy subjetivas. Hay también
numerosos “hechos” pronunciados por personas indígenas que pueden
ser y han sido cuestionados, a veces refutados. Sin embargo, las opinio-
nes y percepciones provocan preguntas legítimas y piden que se les es-
cuche. Tal vez el mensaje más fuerte, de colombianos y bolivianos, es
también el más sencillo, el mejor conocido y el más citado: ¿por qué
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deberían los pequeños productores con ingresos económicos mínimos
- incluso de la producción de “droga” - desear terminar con una activi-
dad que tiene tanta demanda en el mundo “desarrollado”?

Theodore Macdonald es director asociado del Programa sobre San-


ciones no Violentas y Supervivencia Cultural (PONSACS) en la Universi-
dad de Harvard.
David Edeli (edeli@post.harvard.edu) es investigador y consultor
para la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía
Ecuatoriana y socio de PONSACS.

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2
CAPÍTULO

No puede haber paz sin los indios


sentados a la mesa de las negociaciones
Narración de Armando Valbuena
(Según se contó a David Edeli y Zachary Hurwitz)

En la región andina, los líderes indígenas hablan con cada vez más
frecuencia del Plan Colombia como el brazo militar del Área de Libre Co-
mercio de las Américas y la política económica de Estados Unidos en Amé-
rica Latina. Los líderes ven conectar puntos en el mapa al ser invadidos
sus territorios por grupos armados, sujetos a fumigaciones aéreas con quí-
micos, y arrendados a corporaciones multinacionales para grandes pro-
yectos de desarrollo de recursos naturales. Sus respuestas son diversas, pe-
ro en la mayoría de los casos apuntan hacia la importancia de la consul-
ta y participación de las comunidades indígenas.
Armando Valbuena, presidente de la Organización Nacional de In-
dígenas de Colombia (ONIC), destaca por sus críticas del Plan Colombia
y las perspectivas de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos sobre có-
mo terminar el conflicto. La ONIC representa la mayoría de los pueblos
indígenas en Colombia, y trabaja con grupos que representan a y abogan
por los grupos de campesinos mestizos y afrocolombianos. La organización
ha iniciado diálogos con todos los actores del conflicto incluyendo el nue-
vo presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez.1
Valbuena es portavoz prominente del mensaje más importante de
los pueblos indígenas para el gobierno colombiano y los grupos armados:
los grupos indígenas de Colombia son independientes, autónomos, y no
son parte del conflicto armado colombiano. La ONIC y Valbuena siguen
condenando el Plan Colombia y argumentan que un acuerdo negociado
es la única solución factible. De manera igual, Valbuena critica a las
FARC por negarse a respetar la autonomía indígena y crear las condicio-
nes necesarias para la paz. En la narrativa siguiente, elaborada a partir

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de una entrevista llevada a cabo durante la conferencia en Quito, Ecua-
dor, sobre el impacto del Plan Colombia en los pueblos indígenas, Valbue-
na analiza la concurrencia de recursos naturales y conflictos, y la dificul-
tad de presionar el gobierno colombiano y las FARC a respetar los dere-
chos humanos de los pueblos indígenas e incluirlos como miembros claves
del proceso de paz.
En 1903, cuando Estados Unidos impulsó la separación de Pana-
má de Colombia, había un oficial indígena en el ejército colombiano
llamado Manuel Quintín Lame Chante. Quintín fue a la guerra y en-
tonces se dio cuenta de que había un oficial panameño que también era
indio. Los dos se encontraron y Quintín dijo “¿qué hacemos peleando
así? Uno de nosotros está del lado del gobierno gringo de Panamá y el
otro del lado del gobierno de Colombia, pero estamos peleando por tie-
rras que son tuyas y mías. Vete a tu casa, y yo también me iré a la mía”.
Fue entonces, en medio de una guerra entre nosotros mismos y pelean-
do en el nombre de otros, que el actual movimiento indígena Colom-
biano nació.
El viejo Quintín dio las gracias al ejército colombiano y se fue.
Empezó a buscar todas las leyes y textos que Simón Bolívar había escri-
to a favor de los pueblos indígenas. Allí encontró entre ellos la ley 89 de
1889, la cual creó las reservas indígenas, habló de los gobiernos y los go-
bernadores municipales indígenas e, irónicamente, excluyó a los pue-
blos indígenas del servicio militar colombiano. Quintín pasó más de 18
años de su vida en prisiones en varias partes del país escribiendo cartas
a presidentes y senadores. También promovió la ocupación de las gran-
jas de los propietarios feudales y de esta manera comenzó la recupera-
ción de las tierras indígenas. Quintín murió en 1968, dejando como le-
gado la historia de las organizaciones indígenas de Colombia, princi-
palmente en los departamentos del Cauca y Tolima.

Territorios indígenas y conflicto

Colombia tiene 42 millones de habitantes, de los cuales cerca de


2 millones son indígenas. Entre éstos hay 84 grupos que hablan 65 len-
guajes distintos. Hay grupos indígenas con más de 100.000 miembros,
como los pastos y los paezes. Hay grupos medianos, como los embera,
que tienen alrededor de 60.000 miembros, y grupos pequeños como los
koreguaje, con 1.600 miembros, y aún más pequeños como los Siria-

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nos, quienes tienen poco más de 30 miembros. En la región amazóni-
ca colombiana hay 62 diferentes grupos indígenas, casi todos ellos con
poco más de 1.000 miembros. Son grupos muy vulnerables. Los grupos
indígenas viven a lo largo de la mayor parte de los 1.138.000 kms.2 del
territorio colombiano. Hay grupos indígenas que tienen sus territorios
en las fronteras con Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá. En Co-
lombia, gracias a los territorios de las reservas indígenas que son ina-
lienables e inviolables, ocupamos el 27% del territorio del país. En la
cuenca del Amazonas las reservas se crearon hace más de 20 años,
cuando las tierras no se consideraban de mucho valor.
Sin embargo, ahora las tierras se han convertido en bienes de va-
lor para el gobierno colombiano. Cerca del 80% de los recursos ener-
géticos y minerales del país - agua, minerales, petróleo, biodiversidad -
están en nuestros territorios. El departamento del Putumayo se entre-
gó a más de 28 compañías petroleras multinacionales distintas. Por es-
to, nos parece que el problema del Plan Colombia para el gobierno co-
lombiano y para Estados Unidos no es el narcotráfico o la insurgencia.
El problema verdadero es la existencia de las reservas indígenas y la
Convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
que requiere que consulten a los pueblos indígenas y que los pueblos
indígenas participen en los proyectos de recursos naturales ubicados en
sus territorios.
Es por esto que se inició el Plan Colombia en el Putumayo y por-
qué está vigente en Catatumbo, donde a lo largo de la frontera de Ve-
nezuela uno puede encontrar a los pueblos bari y petróleo. La inten-
ción del Plan Colombia, al parecer, no es erradicar la coca. Es erradicar
a los indios por ser “no viables”, erradicar a los indios por estar “en con-
tra del desarrollo,” erradicar a los indios porque el gobierno está obli-
gado a consultarlos. Con los requerimientos relacionados con la ratifi-
cación de ILO 169 nos convertimos en un gran problema para esos in-
tereses que quieren controlar y aprovechar estos recursos.
Puesto que los grupos armados también quieren aprovechar los
recursos naturales, el tener el 80% de los recursos naturales significa
que también tenemos el 80% del conflicto colombiano. Hay conflicto
en las montañas, donde hay carbón y energía hidroeléctrica. Los para-
militares reciben financiamiento de las compañías mineras para res-
guardar sus territorios. De igual manera, las guerrillas entran a estos te-
rritorios para robar vacas de los rancheros, para extorsionar a las com-
pañías mineras y a las compañías eléctricas. En los llanos, en Catatun-

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go y en el Putumayo, donde están los oleoductos y las minas de petró-
leo, las guerrillas pueden extorsionar fondos de las multinacionales; los
paramilitares hacen lo mismo. Los recursos minerales y energéticos
proveen fondos; las condiciones geográficas necesarias para el cultivo
de la amapola y la coca proveen fondos para las guerrillas y los parami-
litares. Nuestros territorios se convierten en “territorios ocupados” y
somos nosotros los más afectados.

Un proceso de resistencia indígena

Colombia es un país sin estado de derecho. Es un país donde las


reglas están impuestas por la violencia. Las organizaciones indígenas
más fuertes son fuertes porque sus procesos organizacionales están
ajustados a la realidad de este país. La fuerza cultural y organizacional
es un requerimiento para resistir la guerra.
El mejor ejemplo de esta resistencia se encuentra en el departa-
mento del Cauca, donde las organizaciones indígenas se han ajustado a
las condiciones actuales. En el Cauca la resistencia indígena tiene una
larga historia - resistencia lingüística, resistencia cultural y resistencia a
la pérdida del territorio. El pueblo nasa en el Cauca ha estado trabajan-
do durante 30 años para crear un alfabeto y reconstruir su lenguaje.
Hoy en día, casi todos los niños hablan el lenguaje nasa. Decimos que
eso es un proceso de resistencia. Ahora, la guerra ha llegado a su terri-
torio y los nasa están resistiendo por medio del desarrollo político y or-
ganizacional para preservar su cultura; están desarrollando una juris-
dicción interna hasta su expresión máxima. Con estas convicciones y
herramientas, los nasa luchan contra las FARC para que no puedan se-
guir reclutando a los jóvenes. Luchan contra el estado para que no pue-
da legislar la vida de los pueblos nasa. Pelean contra los paramilitares
de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) para que tampoco
puedan legislar la vida de los nasa. Son los nasa quienes deben legislar;
esto es lo que llamamos resistencia indígena.
Para ser más preciso, los nasa han creado “guardias indígenas”.
Tienen “sistemas de alerta precoz”. Por ejemplo, si llegan personas des-
conocidas, disparan una bengala y suenan campanas y todo el pueblo
sale de sus casas - niños, mujeres, ancianos, todo el mundo. Les dicen a
las guerrillas que deben irse; con solamente palos y palabras, los sacan
para afuera. La convicción es su fuerza. Dicen que no permitirán que se

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les desplace. No pelean por el reconocimiento ni los recursos, sino por
el respeto a su territorio. La situación es distinta para los campesinos.
Los campesinos se van, porque saben que los matarán. No tienen cohe-
sión cultural, política ni ideológica. Al fortalecer su aspecto ideológico-
cultural, los nasa tienen más herramientas.
En la Organización Nacional de Indígenas de Colombia
(ONIC) ayudamos a los nasa a informarse, coordinar, mejorar e im-
plementar mecanismos de comunicación con grupos de otras regio-
nes de Colombia. Por ejemplo, en junio del 2002 un grupo de 30 per-
sonas de la etnia embera-chami visitaron el Cauca para aprender de
sus experiencias. Los embera-chami han estado creando guardias in-
dígenas durante cerca de un año y actualmente tienen cerca de 100.
Querían aumentar este número y crear cursos de entrenamiento pa-
ra su pueblo en su propia ideología histórica y política. Algunos gru-
pos -como los embera-chami y muchos grupos amazónicos que ya
tienen un fuerte componente espiritual- están muy interesados y les
gustaría aprender más. Quieren ir al Cauca para aprender y ser capa-
ces de hacer cosas similares.
Sin embargo, no todos los grupos indígenas son iguales. Hay
grupos que no resisten. Los grupos en el oeste de Colombia han tendi-
do a ser luchadores; siempre han sido capaces de confrontar el estado,
las guerrillas y los paramilitares. Pero las organizaciones de grupos que
tienen menos de 1.000 miembros no tienen la fuerza para confrontar a
las guerrillas, a los paramilitares o al estado colombiano. Es para ellos,
más que nada, que nosotros trabajamos en la ONIC.
En 1987 hablamos con Manuel Marulanda, el comandante na-
cional de las FARC, y con los comandantes de alto nivel Jacob Guare-
nas y Raúl Reyes. Firmaron documentos diciendo que respetarían la
autodeterminación de los pueblos indígenas y el desarrollo de los pro-
cesos organizacionales y de jurisdicciones indígenas. En 1994 tuvimos
que hablar nuevamente a causa de un problema en la comunidad de
Coreguay. Ochenta y cuatro líderes habían sido asesinados. Llegamos a
un acuerdo con las FARC de que no habría más asesinatos, ni más en-
frentamientos.
Desgraciadamente, en los últimos años, no ha sido posible sos-
tener un diálogo con el mando nacional de las FARC. Hemos tenido
muchas dificultades porque argumentan que los que no estén con ellos
están en contra de ellos. Han asesinado algunos de nuestros mejores lí-
deres. Hemos recibido este tratamiento porque dicen que nos repre-
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sentan y nosotros decimos que no nos representan. Últimamente exis-
te una fuerte represión, incluso en el Cauca. Hay confrontaciones per-
manentes. Hemos pasado tres años tratando de llegar a una solución
con ellos, pero todavía no han tomado ninguna decisión.
El ELN (Ejército de Liberación Nacional), por el otro lado, ha te-
nido reuniones con la sociedad civil de Colombia. En Alemania, en el
2000, acordaron que respetarían la auto-determinación de los pueblos
indígenas. Y luego en septiembre del 2001, en la reunión por la paz en
Costa Rica con el gobierno colombiano y la sociedad civil, volvieron a
afirmar su respeto a la autonomía y autodeterminación de los pueblos
indígenas. Cuando el Consejo Nacional de la paz se reunió con el ELN
en Cuba en enero del 2002, volvieron a afirmar su respeto a la autode-
terminación de los pueblos indígenas. Así que ellos también, de cierta
manera, han llegado a respetar nuestros criterios: unidad, territorio,
cultura y autonomía.

La reforma del estado colombiano

Los hombres que constituyen la milicia colombiana son campe-


sinos; los hombres quienes constituyen la policía colombiana son cam-
pesinos; los hombres que constituyen los paramilitares son campesi-
nos; los hombres que constituyen las FARC son campesinos.
La verdad es que el 90% de estos cuatro grupos están ahí porque
les pagan. No están ahí por proceso ideológico ni político. Sin una re-
forma agraria profunda y protección para los campesinos, el conflicto
solamente será más fuerte, más violento y habrá más confrontaciones.
Algunas soluciones son muy claras. Por ejemplo, Colombia tiene
alrededor de 5 millones de has. de territorio, que son propiedad del go-
bierno que las confiscó a los narcotraficantes. Estas tierras están allí sin
definición jurídica. Miles de campesinos podrían trabajar esta tierra.
Esta sería una solución agraria, donde el gobierno y las FARC podrían
adaptar estas tierras. Si las FARC simplemente y sin el acuerdo del go-
bierno dijera a todos los colombianos “exigimos una solución al pro-
blema de las tierras para la seguridad de alimentos de Colombia”, el
problema de los campesinos sería resuelto. Eso no es un problema de
decretos ni siquiera leyes, sino simplemente de una acción administra-
tiva. Si las FARC hicieran eso entonces el gobierno tendría que imple-
mentar los recursos necesarios para este proceso. Pero ni las FARC ni el

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gobierno tomarán esta iniciativa. Ahí están las tierras; ahí están las so-
luciones. ¿Será que las FARC no quieren que esto suceda?
Otro aspecto de esta solución son los aranceles protectores. Un
campesino en Colombia puede sembrar un máximo de seis has. de
maíz. Sin embargo el maíz importado a Colombia por Estados Unidos
es más barato que el maíz que se puede producir en Colombia. ¿A quié-
nes pueden vender los campesinos su maíz si el maíz estadounidense es
más barato? Aquí el asunto es que no hay medidas que protejan al pe-
queño agricultor. Los campesinos no pueden cultivar maíz de manera
rentable, porque no hay a quien vendérselo. Al mismo tiempo, para im-
portar carne a Colombia las compañías deben pagar tarifas superiores
al 70% -una medida que protege a los ganaderos en Colombia, que son
de la oligarquía. ¿Qué sucedería si las tarifas para la carne se redujeran
a la mitad y las tarifas para el maíz se incrementaran? Los campesinos
podrían vender su maíz y los ganaderos tendrían que bajar el precio de
la carne, lo cual bajaría el precio de la tierra. Con eso, ya no habría ra-
zón para que los paramilitares existan.
Con el proceso de globalización económica y la presencia de
corporaciones multinacionales, en la práctica nos quitan todos los
derechos que hemos ganado y todas las posibilidades para la paz. Con
la Organización Mundial del Comercio y el Área de Comercio Libre
de las Américas no podemos proteger a nuestros agricultores de las
importaciones de Estados Unidos. Con estos acuerdos de comercio,
las inversiones de las corporaciones multinacionales tendrán más
protección que nosotros y las leyes internacionales para la inversión
serán más fuertes que las leyes nacionales por las cuales hemos lucha-
do tan duro.
Si el Plan Colombia destruye a las FARC y desubica a los pueblos
indígenas, los procesos de expansión de la exploración de minerales y
petróleo continuarán. Hay 28 compañías petroleras en el Putumayo; la
privatización del agua y la industrialización de la biodiversidad son in-
minentes. Todo esto beneficiará a los grandes hombres de negocios a
costo de todos los demás. Los pueblos indígenas serán desalojados, co-
mo lo fueron en los tiempos de la expansión del hule. Los suelos se des-
truirán y la tierra tendrá valor solamente para los colonizadores y para
el mismo estado. En Colombia, muchos pequeños negocios han ido a
la bancarrota. De los sobrevivientes, algunos posiblemente sobrevivi-
rán en el futuro. Sin embargo, si las cosas continúan así, existan las
FARC o no, la globalización terminará con todos nosotros. De esta ma-

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nera, nuestra resistencia se convierte en una resistencia contra todos,
porque todos codician nuestro territorio.

La voluntad política

En Colombia la guerra es un problema de corrupción y de vo-


luntad política. Las organizaciones derechistas actúan con la aproba-
ción del gobierno. Para las organizaciones izquierdistas, el gobierno
nunca ha tenido la voluntad para la paz. Nuestra posición es que la paz
solamente es posible con la participación de todas las organizaciones
sociales. El hecho histórico es que los procesos de paz en Guatemala, El
Salvador y Nicaragua se llevaron a cabo entre el gobierno y los grupos
armados. La sociedad civil y las organizaciones sociales nunca partici-
paron. Hoy en día, hay más muertos de los que hubo en el medio de las
guerras civiles. Hoy no hay gobierno. El problema de la seguridad de
alimentos de los pueblos indígenas, campesinos y pobres de América
Central no se ha solucionado. Negociaron la paz pero hoy la situación
está peor.
En Colombia si las negociaciones progresan de esta manera - sin
la participación de las organizaciones sociales para expresar a todos los
partidos que el verdadero problema es sobre territorio, recursos natu-
rales y energía- entonces no habrá paz. Eso es cuestión de voluntad po-
lítica, de la voluntad de luchar contra la corrupción, porque no hay
concepto de “nación” entre los que nos gobiernan. ¿Qué podrían hacer
aquí las tropas de las Naciones Unidas encargadas de mantener la paz?
Tal vez podrían atender a los refugiados y personas desplazadas, pero
nada más. ¿Qué pueden hacer aquí las tropas de Estados Unidos? Por
supuesto que no resolverán los problemas fundamentales. Solamente
las leyes nacionales y la voluntad política pueden resolver el problema
de la tierra.
La Convención 169 de la OIT requiere precisamente la consulta
y participación de los pueblos indígenas que son necesarias para un
proceso de paz de verdad exitoso. El convenio 169 fue aprobado en Co-
lombia el 20 de febrero de 1991 y la nueva constitución, que es multiét-
nica y pluricultural, remonta al 5 de junio de 1991. La constitución de
1991 contiene cláusulas importantes que reconocen oficialmente las re-
ligiones, culturas y lenguajes de los pueblos indígenas. Muchas decisio-
nes de la corte constitucional, alrededor de 140 hasta la fecha, recono-

20
cieron la existencia, autonomía, auto-determinación, derecho a la par-
ticipación y derecho a ser consultado de los pueblos indígenas.
Se han dado pasos positivos en las decisiones de las cortes, pero
hemos retrocedido muchísimo en la práctica. En Colombia hay 102 se-
nadores, de los cuales solo dos son indios. Pero dos senadores no pue-
den hacer nada, porque el Senado colombiano está conformado casi en
su totalidad por gente con intereses económicos. Por ejemplo, en el
quinto comité del Senado, para presentar un proyecto de ley la mitad
del comité tiene que aprobarlo. Hay 17 miembros del quinto comité,
así que se necesitan 9 votos. Pero este comité está compuesto por gran-
des terratenientes, ejecutivos de la industria del carbón y magnates de
las minas de oro. De manera que ¿qué puede hacer un solo indio en el
quinto comité? Todos los comités del senado son iguales. Me imagino
que es lo mismo en toda Latinoamérica.
¿Qué puede hacer un indio insignificante ante esta estructura
económica del estado y la falta de respeto a la Constitución? En 1996,
en un acto de desobediencia civil, ocupamos la sede de la Conferencia
Episcopal Colombiana y después de 40 días de ocupación se negocia-
ron dos nuevos decretos. Estos decretos, el 1396 y 1397, crean regula-
ciones para el convenio OIT 169 y para la relación entre los pueblos in-
dígenas y el gobierno colombiano. Los decretos establecieron la exis-
tencia de tres nuevos espacios de consulta con los pueblos indígenas: el
Consejo Nacional de Reconciliación, el Consejo Nacional de Territo-
rios Indígenas y el Consejo Nacional de Derechos Humanos de los Pue-
blos Indígenas. Esto significó que cuando las leyes o actos parlamenta-
rios - como el del proceso de paz - pudieran afectar a los pueblos indí-
genas, el gobierno debe sentarse con nosotros para llegar a un acuerdo
sobre la implementación del convenio OIT 169 y, en particular, la con-
sulta de los pueblos indígenas.
Desgraciadamente en el Consejo Nacional de los Derechos Hu-
manos de los Pueblos Indígenas, y en todos los otros consejos, había
una gran falta de voluntad política – lo cual resulta en la pérdida de
centenares de vidas. En varias ocasiones dijimos al gobierno que ha-
bía una solución para evitar las masacres de comunidades indígenas
específicas. La paz en muchos territorios significa que los agriculto-
res colonizadores dejen de sembrar amapolas. Si el estado hubiera
comprado estas tierras para devolverlas a las reservas indígenas, los
colonizadores se hubieran ido y se hubiera evitado el conflicto. El me-
jor mecanismo hubiera sido tomar 3 mil millones de pesos del presu-

21
puesto nacional y comprar las tierras donde hay conflictos para regre-
sarlas a las reservas indígenas. Pero los ministros nos dijeron que no
tenían el dinero para eso.
En el fondo, la discusión llegó a la pregunta de cuál es el monto
de fondos que el gobierno nacional puede asignar a estos asuntos.
¿Cuánto tienen? ¿Cuánto pueden designar? Durante la administración
de Ernesto Samper (presidente colombiano anterior a Pastrana) el plan
de desarrollo nacional asignó el 2% del presupuesto del estado a los
pueblos indígenas. No nos lo dieron todo, pero fue una política de go-
bierno. Si uno hablaba de educación, había cierta cantidad de dinero;
para la salud había dinero; para la tierra había dinero. Andrés Pastrana
eliminó a los indios del presupuesto. Ahora, del presupuesto nacional
recibimos el 0.000014%. Así de malas están las cosas.
(Si se nos hubiera designado dinero), una vez que reconocimos
los medios para una solución (de cualquier problema) y si el ministro
nos hubiera dicho entonces que tenía, digamos mil pesos, entonces ten-
dríamos mil pesos ahora. Hubiéramos podido ir a buscar otros fondos
de la Unión Europea, del Banco Mundial,o del gobernador del estado,
hasta encontrar lo suficiente para la solución. En la Mesa Nacional de
los Derechos Humanos las soluciones no podían encontrarse en dis-
cursos, medidas legislativas, ni decretos; estaban en el dinero y la vo-
luntad política. Desgraciadamente, no hubo voluntad política (para
utilizar dinero del gobierno para resolver los conflictos de la tierra que
llevan al cultivo de la droga y la violencia) y el resultado fue varias ma-
sacres que habíamos pronosticado y que hubieron podido evitarse. En
ese momento rompimos las discusiones con el gobierno, porque era
obvio que ellos no podían o no querían detener las masacres.
Fue en este Consejo Nacional de los Derechos Humanos donde
la consulta necesaria a los pueblos indígenas sobre el Plan Colombia y
el conflicto social pudieron y debieron funcionar. En el vacío que resul-
tó, hemos tenido que crear de manera unilateral un Consejo Nacional
de Pueblos Indígenas para la Paz. La idea es poder sentarnos con los
grupos armados, con las ONGs de derechos humanos, con gobiernos
internacionales, con la OIT y las Naciones Unidas. Para tener éxito, el
consejo de paz de los pueblos indígenas colombianos debe convertirse
en un consejo de paz que abarque a todos los de las Américas y todos
los gobiernos que se interesen por los pueblos indígenas y los derechos
humanos en las Américas. Ahora estamos comenzando el proceso en
varios espacios nacionales e internacionales, como el Foro Internacio-

22
nal en Quito, para informar a otros pueblos indígenas sobre los temas,
hablar con otros gobiernos y explicar lo que está pasando.

Notas:

1 Comunicado de Prensa de la ONIC, 27 de agosto, 2002.


David Edeli (edeli@post.harvard.edu) es socio del Programa de Sanciones
No Violentas y Supervivencia Cultural de la Universidad de Harvard.

23
24
3
CAPÍTULO

La batalla por el Putumayo


Por Kyle Richardson

El departamento colombiano del Putumayo, ubicado en las


fronteras ecuatorianas y peruanas, está en el centro de la guerra de Co-
lombia y Estados Unidos contra las drogas. Se cultivan unos 50.000 a
60.000 acres de coca en la provincia, casi la mitad del total de cultivos
en el país entero, haciendo de la región el foco principal de la estrate-
gia colombiana contra las drogas, conocida como el Plan Colombia, y
su equivalente estadounidense, la Iniciativa Regional Andina. Las altas
concentraciones de coca y las fronteras internacionales de la provincia
la hacen un área estratégica de control para los varios actores armados
en Colombia. La batalla por el Putumayo ha resultado en altas tazas de
violencia, abusos a los derechos humanos, decadencia económica, de-
vastación ambiental y reclutamiento para guerrillas y paramilitares.

Crecimiento de la violencia

Varios actores armados operan en Colombia, incluyendo la mi-


licia colombiana, paramilitares de las Auto-defensas Unidas de Colom-
bia (AUC) y dos grupos de guerrilla: Las Fuerzas Armadas Revolucio-
narias de Colombia (FARC) y El Ejército de Liberación Nacional
(ELN), de los cuales el último es el más importante. Estos grupos com-
piten el uno con el otro por el control del territorio del sur de Colom-
bia y por la fidelidad de las varias poblaciones a lo largo del país. Las
comunidades indígenas están atrapadas en un despiadado conflicto tri-
partito por su lealtad. Luisa*, una líder de las comunidades indígenas
del Putumayo describe la situación actual: “Hay persecución de parte
de los militares, las guerrillas, y los paramilitares. La situación es difí-

25
cil. Un día pasa el ejército, al siguiente son las guerrillas y al siguiente
son los paramilitares”.1
Asesinatos, masacres, raptos y reclutamiento forzado de niños
soldados son todos comunes, como lo es el desplazamiento de comuni-
dades enteras. En Colombia, en conjunto, el número de muertes atri-
buidas anualmente a la violencia política de la guerra está entre 3.500 y
5.000. El ministro de defensa colombiano estimó que en el 2001 las
guerrillas y los paramilitares habían asesinado y masacrado cada uno a
más de 1.000 civiles.2 Más de 16.000 personas han sido secuestradas en
Colombia en los últimos cinco años, 1.734 en los primeros seis meses
del 2002. Relativamente pocos de estos secuestros han ocurrido en el
Putumayo, sin embargo, debido a que los indios pobres no constituyen
buenos prisioneros para demandar rescates.3 Sin embargo, eventos co-
mo el inexplicable secuestro paramilitar de tres indios cofanes del Pu-
tumayo en agosto del 2002 revelan el carácter arbitrario de la violencia.
Otro aspecto de la violencia es que muchas comunidades indíge-
nas se ven forzadas a trabajar en contra de su voluntad para los insur-
gentes. Informes de organizaciones de derechos humanos indican que
las FARC han ordenado a varias comunidades construir caminos estra-
tégicos y talar la selva para preparar nuevos campos de coca.4
Además de estar sujetos al trabajo forzado, los niños son muchas veces
obligados a pelear por los insurgentes, lo cual llevó a la denuncia en
contra de las FARC de parte de la comunidad internacional.5
La presencia de corporaciones multinacionales en el Putumayo
parece agravar el desorden, ya que las compañías traen sus propias
fuerzas de seguridad para defender sus intereses comerciales. Incluso
en medio de la vorágine, las compañías petroleras continúan en pobla-
ciones como Orito y Mocoa y un nuevo proyecto hidroeléctrico se de-
sarrolla en el río Caquetá. El personal de seguridad privada asociada
con estos proyectos es muchas veces indistinguible de los otros actores
armados que operan en la región. Alberto*, otro líder de una comuni-
dad indígena local, describe la recurrente escena: “cada vez que hay una
exploración petrolera, el ejército colombiano está presente. Lo que no
sabemos es si vienen representando al estado o a la compañía petrole-
ra. Parecen los mismos. No sabemos de dónde vienen, pero cada grupo
de exploración petrolera trae sus propias fuerzas de seguridad”.6

26
Matar para vivir

Según los líderes indígenas del Putumayo, 6.000 jóvenes indíge-


nas se han unido a las guerrillas y algunos más están vinculados, al pa-
recer, con los paramilitares. ¿Por qué dejan sus comunidades para unir-
se a movimientos insurgentes a quienes cada vez más llaman terroris-
tas por su matanza indiscriminada de civiles, secuestros y participación
en el narcotráfico internacional? La respuesta de los líderes locales es
unánime: las guerrillas y sus adversarios paramilitares ofrecen oportu-
nidades económicas en una de las áreas más pobres de América del Sur.
Los paramilitares ofrecen 800.000 pesos (USD 400) al mes a los que es-
tén dispuestos a llevar rifle. Las alternativas son escasas, con pocos em-
pleos o posibilidades para un futuro económico viable.
La necesidad de proveer a sus familias es muchas veces la razón
por la que los jóvenes indígenas se involucran en el conflicto. Luisa des-
cribe el proceso de pensamiento de un joven local, quien es responsa-
ble de proveer para su familia: “¿Cómo puedo trabajar, cómo puedo vi-
vir, cómo puedo preocuparme de su comida? Está bien, me uniré a es-
te lado, al ejército, porque ellos están pagando y esto me permite enviar
dinero a mi casa, a mis hermanas y a mi abuela”.
Las culturas indígenas parecen fracturarse bajo la pesada presión
de la violencia y la pobreza descontrolada a lo largo del sur de Colom-
bia. “Desde el punto de vista de la cultura, las comunidades están co-
menzando a quebrantarse,” dice Luisa. “No pueden mantener su inte-
gridad frente a los individuos que traen el desorden”.7 Alberto señala
que “hay individuos, sin respeto a sus propias autoridades, quienes se
van (para unirse a las guerrillas). Hay pueblos que incluso han decidi-
do expulsar a los que se van voluntariamente”.8
La cultura es importante para las comunidades indígenas afecta-
das por una guerra que no es suya. Alejandro*, un residente del Putu-
mayo, dice que la fuerza de la educación y la cultura pueden superar la
atracción del dinero. “Tengo tres hermanos jóvenes y dos niñas y cuan-
do las guerrillas vinieron y les hablaron les dijeron que les pagarían y
que apoyarían nuestra familia completamente,” Alejandro dijo. “Afor-
tunadamente, los crié bien; entienden las cosas y son educados, así que
no aceptaron”.9

27
Todas nuestras siembras estaban muriendo

La violencia y los esfuerzos de reclutamiento de los grupos arma-


dos representan solamente una parte de la pesadilla diaria de los del
Putumayo. Desgraciadamente, los problemas del Putumayo solamente
han empeorado con el inicio de la fumigación aérea con herbicidas aso-
ciada con el Plan Colombia. Las pocas oportunidades económicas que
existían previas a los esfuerzos de la fumigación han sido borradas por
la campaña para la erradicación de la coca. Sin importar su impacto en
el mercado de la droga y en los insurgentes, los residentes del Putuma-
yo ven la fumigación como la causa de graves problemas económicos,
ambientales y de la salud. No solamente están preocupados por las con-
secuencias de la fumigación, sino también por las intenciones. Alberto
comenta: “las fumigaciones se están llevando a cabo sobre pequeños
campos de coca… Los grandes campos de tamaño industrial que exis-
ten en el Putumayo no se fumigan”.
Según Alejandro, el daño económico no se ha limitado al área
donde los intentos de fumigación ocurrieron. “La fumigación ha afec-
tado el área entera del Alto Putumayo,” dice él. “Nuestros tomates, fri-
joles y plátanos murieron y nuestras fuentes tradicionales de medicina
se acabaron por completo. Al principio no sabíamos por qué todas
nuestras plantas se estaban muriendo, pero entonces aprendimos que
esto era un efecto de las fumigaciones en el Putumayo bajo y que los
efectos estaban propagándose hasta nosotros. Esa es la razón de que to-
das nuestras plantas murieran”.
José Soria, presidente de la Organización de Pueblos Indígenas
Amazónicos Colombianos (OPIAC), argumenta que la campaña de fu-
migación aérea con herbicida ha agravado los problemas locales de dos
formas. “Primero, hay la idea errónea de que los herbicidas están erra-
dicando los cultivos ilícitos. Eso no es verdad”, dice Soria. “En lugar de
acabar con los cultivos, la cantidad de estos cultivos se está incremen-
tando. Porque una vez que ciertas áreas han sido erradicadas, la siem-
bra cambia de lugar. Esto causa un problema adicional para nosotros.
Cada vez que los cultivos se reubican, la selva se tala y los árboles se cor-
tan para que un nuevo cultivo de coca pueda sembrarse. (Segundo),
nuestros ríos están contaminándose, nuestros árboles están muriendo
como resultado de los herbicidas, y campos enteros de cosechas legales,
cultivadas para el consumo de la comunidad, están muriéndose”.10

28
Huir de la pesadilla

La combinación de reclutamiento y violencia, junto con el daño


ambiental, consecuencias para la salud, impactos económicos de la
guerra, comercio de la droga y el Plan Colombia han contribuido a una
de las peores crisis humanitarias en el mundo. Durante los últimos 40
años en Colombia, entre uno y dos millones de personas han sido des-
plazadas de sus hogares por la fuerza. En los primeros tres meses del
2002, unas 90 mil personas fueron desplazadas en toda Colombia,
aproximadamente 1.000 cada día.11 Durante los últimos cinco años
cerca de 150 mil personas han sido desplazadas hacia y dentro de la
Amazonía colombiana de escasa población, no solamente personas del
Putumayo, sino también del Cauca, Caldas y Chipto. Dentro del Putu-
mayo, la mayoría de las personas desplazadas eran de varias comunida-
des del sur incluyendo Puerto Asís, Puerto Caicedo, Villa Garzón, Ori-
to y el Valle de Guamez. La mayoría de estas personas se fueron hacia
el norte a los valles de Sibundoy y Mocoa, a las provincias vecinas del
Cauca y Huila, y a la capital, Bogotá.
“La gente está siendo desplazada porque los insurgentes están
peleando por un espacio territorial en nuestros territorios indígenas,”
dice Alberto. “Hoy tenemos la presencia de los actores armados y el
único refugio que nosotros como comunidades indígenas tenemos es
movernos del territorio o convertirnos en víctimas”. La necesidad de
escapar nace de las amenazas de varios grupos de insurgentes hacia las
comunidades que ellos creen simpatizan con el otro bando. La inten-
ción de los insurgentes es depurar grandes zonas de territorio y asegu-
rarse de que los habitantes que permanezcan les sean leales.
Sin embargo, la violencia no es el único factor que contribuye al
problema de los refugiados. “Creemos que este incremento se debe al
Plan Colombia,” dice Soria. El hecho de que los residentes locales cul-
pen el Plan Colombia en vez de a las guerrillas o a los paramilitares in-
dica que los intentos de fumigación aérea y los esfuerzos de la milicia
colombiana por volver a tomar el Putumayo están contribuyendo a la
crisis interna de los refugiados. “Si el Plan Colombia hubiera incluido
una política o estrategia que abarcara un plan de desarrollo para los
peones y las comunidades indígenas, no hubiera causado esta inmensa
ola de gente desplazada,” dice Soria.
El desplazamiento forzado de miles de personas presiona aún
más en áreas que apenas pueden cumplir con las necesidades de su
29
gente. Alejandro describió la situación grave de su comunidad: “esta-
mos experimentando problemas terribles en el valle de Sibundoy, por-
que muchas familias indígenas desplazadas vienen a nuestra comuni-
dad y no tenemos capacidad alguna para ayudarlos”.

Buscar una solución

La crítica básica de los indígenas al control de drogas y estrate-


gias de guerra utilizadas por el gobierno colombiano y Estados Uni-
dos es que no abarcan el vínculo claro entre pobreza, drogas y el cre-
cimiento de los insurgentes. En lugar de mejorar las vidas de los ha-
bitantes de manera que estén menos inclinados a unirse a los insur-
gentes, el Plan Colombia ha tratado de acabar con la fuente de ingre-
sos de los insurgentes y la capacidad de ofrecer salarios a los reclutas
potenciales. Soria dice que esta táctica no responde a las raíces de la
voluntad de los pueblos indígenas para aceptar el reclutamiento. “El
dinero del Plan Colombia no crea ninguna oportunidad de empleo
para nuestra gente,” argumenta. “Al contrario lo invierten en la mili-
cia para combatir el narcotráfico y las guerrillas. No hay ninguna in-
versión social que pueda ayudar a mejorar la situación y calidad de vi-
da de las comunidades indígenas.

“Hemos estado trabajando con el gobierno en algo llamado


erradicación manual, porque les hemos dicho que no queremos
la erradicación forzada. La razón por la que preferimos esto es
que, primero, los miembros de nuestra comunidad preferirían
un método que permita quitar los cultivos ilícitos paulatina-
mente. Segundo, creemos que es necesario tener algo que acom-
pañe la erradicación, una inversión social para que la gente pue-
da seguir viviendo. De no ser así, vamos a tener problemas se-
rios. El problema con la erradicación forzada de los cultivos de
coca es que esto está quitando de un día para otro una fuente de
ingresos para muchas familias. Estas personas son campesinos
que viven en regiones lejanas donde no tienen acceso ninguno a
la educación o a los servicios de salud. Este es su único medio de
sobrevivencia”.

El gobierno colombiano y varias comunidades del Putumayo


han llegado a varios acuerdos con respecto a la erradicación manual.
“Uno de los acuerdos mas grandes es el programa Raíz por raíz, un
proyecto mutuo para la preservación de los pueblos indígenas en el

30
Putumayo”, dice Alberto. “Este acuerdo ha beneficiado indirectamen-
te a 36 mil personas indígenas incluyendo 6.700 familias del Putuma-
yo central y bajo, porque la negociación se llevó a cabo directamente
con las comunidades indígenas que tienen cultivos ilícitos en sus te-
rritorios. Queremos acceder a este proceso de transformar la econo-
mía indígena del Putumayo”.
Acuerdos como el de Raíz por raíz representan una alternativa al
estatu quo. Soluciones suplementarias son necesarias para frenar la de-
vastación que el conflicto colombiano ha traído a las comunidades in-
dígenas, muchas de las cuales anteriormente eran aisladas del mundo.
Soria nos advierte: “Yo creo que un gran número de culturas Amazó-
nicas, si no están preparadas, simplemente van a desaparecer”.
La predicción de Soria podría ser verdad, “pero los pueblos indí-
genas del Putumayo no quieren morir sin dar pelea”. Alberto nos ad-
vierte también: “seguiremos peleando por nuestro derecho a vivir en la
Amazonía porque en realidad no tenemos a dónde más ir”.

Notas:

* El nombre ha sido cambiado.


Entrevista con “Luisa” realizada el 28 de Junio del 2002, en la Conferencia
en Quito, Ecuador. El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad
de la persona entrevistada.
2 Scott Wilson, “Fewer Massacres in Colombia But More Deaths” Washing-
ton Post, Junio 24 del 2002, P A 15.
3 Fundación País Libre, 2002.
4 Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos, Agosto del
2002.
5 Diario Hoy, “FARC son investigadas por reclutar a menores”, Abril 6 del
2001, P 12 A.
6 Entrevista con “Alberto” realizada el 28 de Junio del 2002 en el Foro In-
ternacional; Impactos de las Fumigaciones sobre los Cultivos Tipificados
como “Ilícitos” y el Conflicto Armado: Respuestas de los Pueblos Indíge-
nas Amazónicos, en Áreas de Frontera. El nombre ha sido cambiado pa-
ra proteger la identidad de la persona entrevistada.
7 Declaración durante una ponencia en una conferencia en Quito, Junio 27
del 2002, Quito, Ecuador.

31
8 Ibíd.
9 Entrevista con “Alejandro” realizada el 28 de Junio del 2002, en una confe-
rencia en Quito. El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad de
la persona entrevistada.
10 Entrevista con José Soria realizada el 27 de Junio del 2002, en una confe-
rencia en Quito.

Kyle Richardson, antiguo becario Fulbright en Ecuador, estudia relaciones


internacionales y economía internacional en la Escuela de Estudios Inter-
nacionales Avanzados en la Universidad John Hopkins.

Referencias y lecturas relacionadas


Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos (ALDHU).
2002 La Atrocidad de la Guerra Afecta a Pueblos Indígenas Amazó-
nicos.
Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES)
2002 Codees Informa, Boletín 41: “más de 90.000 Desplazados en el
Primer Trimestre del 2002. El destierro no se detiene”, Bogotá:
CODHES.
http://www.codhes.org.co/boletín_public/boletín_ult.htm.
Fundación País Libre
2002 “Total Secuestros en Colombia 1997 - 2002”.
Http://www.paíslibre.org.co/el_secuestro_colombia.asp.

32
4
CAPÍTULO

¿Partidarios u obstáculos?
Las ONGs y el Plan Colombia
Por Nataly Fletcher

El título original del Plan Colombia era “Plan Colombia, Plan


por la Paz, Prosperidad y Fortalecimiento del Estado”. Pero aunque la
‘paz’ aparecía como el primero de los tres elementos que describían
los objetivos del plan, solamente USD 3 millones de los USD 860.3
millones en ayuda otorgados a Colombia a través del Plan Colombia
en el 2000 - 2001 fueron designados para promover la paz. Los fon-
dos para la “paz” se destinaron a seminarios de entrenamiento en re-
solución de conflictos para los negociadores del gobierno. Mientras
tanto, USD 642.3 millones se destinaron a asistencia política y mili-
tar (ver figura 1).2
El enfoque militar del Plan Colombia ha llevado a muchas
ONGs internacionales, incluyendo Cruz Roja Internacional y Visión
Mundial, a rechazar la ayuda económica relacionada con el programa.3
Las ONGs no solamente han reaccionado en contra de las discrepan-
cias ideológicas entre sus misiones y la posición oficial de quienes fi-
nancian el Plan Colombia, sino que muchos tampoco aceptaron invo-
lucrarse porque estaban preocupados por la seguridad de su personal
en entornos que serían cada vez más armados y peligrosos. Los para-
militares colombianos atacaron a varias ONGs durante los 80s; por lo
cual estas organizaciones estaban en contra de que el Plan Colombia fi-
nanciara las tropas colombianas, varias de las cuales tienen lazos, ma-
nifiestos pero no oficiales, con los paramilitares.
En octubre del 2000, representantes de más de 100 ONGs hicie-
ron pública una declaración sobre el Plan Colombia en la Conferencia
Internacional por la Paz y los Derechos Humanos. El documento dice:
“las organizaciones internacionales están completamente convencidas
de que el Plan Colombia como está diseñado, no contribuye a la paz,
33
sino que, mucho nos tememos, resultará en más muertes y desespera-
ción para el pueblo colombiano y llevará a una regionalización del con-
flicto”.4 Las organizaciones de derechos humanos y las ONGs con bases
en Colombia también han rehusado aceptar fondos del Plan Colombia.
En Agosto del 2000, una coalición de 37 ONGs colombianas rechazó
fondos del Plan debido a “dificultades éticas y políticas,” e incitaron a la
Unión Europea a buscar alternativas al Plan Colombia. 5
La Unión Europea designó unos USD 300 millones en ayuda pa-
ra programas de desarrollo económico y social en Colombia en octu-
bre del 2000. Para evitar la asociación con el programa de ayuda de Es-
tados Unidos y su sesgo militar, el dinero de la Unión Europea iba a ser
administrado por las ONGs que trabajaban en derechos humanos y de-
sarrollo económico, en lugar del gobierno colombiano. Una vez que el
Plan Colombia fue implementado y el dinero comenzó a entrar al país,
hubo casi una explosión de ONGs, en la cual las ONGs competían por
los fondos recién llegados. Según la Confederación Colombiana de Or-
ganizaciones No Gubernamentales, 5.432 ONGs con base en Colombia
están activas en la actualidad. De ellas, 1.000 pertenecen a la confede-
ración, la cual recibe una cantidad de dinero importante del Plan Co-
lombia. La confederación tiene registradas 720 ONGs distintas quienes
participan en un solo proyecto: el programa Empleo en Acción del Plan
Colombia, un vehículo para crear trabajo que apunta a mejorar la in-
fraestructura urbana.

Aceptar ayuda: ¿un riesgo financiero?

A pesar de que los pueblos indígenas constituyen menos del 2%


de la población total, la constitución colombiana de 1991 les otorga el
control sobre aproximadamente un cuarto del conjunto territorial del
país.6 Tanto las FARC como las tropas paramilitares quieren controlar
las grandes expansiones de territorios escasamente poblados, muchos
de los cuales están ubicados en la cuenca del Amazonas, utilizando las
ganancias sacadas del cultivo allí para financiar su conflicto interno. Ya
que muchas veces las comunidades indígenas están ubicadas en el cen-
tro de estas tierras fértiles, están en medio del fuego cruzado. Como de-
mandantes de recursos expansivos tan buscados, las comunidades indí-
genas deberían ser una prioridad central del Plan Colombia.
En septiembre del 2001, la Agencia de Estados Unidos para el
Desarrollo Internacional (USAID) había desembolsado USD 981.808 a

34
nueve organizaciones para llevar a cabo actividades relacionadas con la
paz en Colombia. El tercer donativo más grande, USD 112.394, fue
concedido en su totalidad a la Confederación Colombiana de ONGs
para “proveer fortalecimiento institucional a las ONGs miembros que
trabajaban con el Plan Colombia en cuestiones de paz en los departa-
mentos de Chocó, Meta, Santander, Quindio y Magdalena Medio”.7 En
Septiembre del 2001 la USAID publicó un informe sobre la implemen-
tación de las actividades apoyadas por ese dinero. No mencionó a las
comunidades indígenas específicamente, pero mencionó un plan geo-
gráficamente específico, el Plan Putumayo, el cual provee USD 150,5
millones durante un período de cinco años. El Plan Putumayo está
principalmente enfocado en proyectos sociales, incluyendo nutrición y
subsidios escolares para 3.405 familias, mejoramiento de carreteras,
energía eléctrica, agua potable y alcantarillado, centros de salud y asis-
tencia humanitaria. Varias comunidades indígenas en la región del Pu-
tumayo (figura 2) parecerían estar entre los beneficiarios de los fondos.
Pero en Julio del 2002 líderes de estas comunidades dijeron que no ha-
bían recibido dinero.
Mientras no se especifica en el documento de la USAID, la em-
bajada colombiana indica en un comunicado cómo el dinero de la
USAID ha beneficiado a grupos indígenas y resalta un acuerdo con la
tribu kofan del Putumayo, a quienes otorgaron USD 864.000 para
proyectos de ayuda y entrenamiento a 487 familias kofanes (USD
1.774 por familia) a cambio de la erradicación manual de sus planta-
ciones de coca.8
Los programas de compensación para la erradicación manual
han sido altamente controversiales. Los cultivos de coca podrían exis-
tir en territorios de muchas comunidades en contra de la voluntad de
los miembros de la comunidad. Muchas veces están sembradas bajo la
coerción de paramilitares, guerrillas o narcotraficantes, lo cual plantea
varios temas: ¿es posible la erradicación manual en áreas donde las
FARC o los paramilitares han tomado el control? Si los cultivos son
erradicados en esas áreas ¿serán simplemente sembrados de nuevo en
los mismos lugares? Las familias que reciben fondos para erradicar ma-
nualmente, ¿serán castigadas si posteriormente se encuentran cultivos
de coca en sus tierras?
La pura economía también es un factor: USD 1.774 por fami-
lia no es suficiente para justificar la destrucción de los cultivos de los
cuales reciben un flujo de ingresos económicos fijo y constante para

35
alimentar a su familia. Esa compensación tampoco les permitiría a las
familias el sembrar, mantener y alternar cultivos que les aseguren un
espacio en el mercado. El aceptar el dinero donado por la USAID po-
dría implicar más riesgos financieros que ganancias para las familias
promedio. La erradicación manual, sin embargo - incluso por remu-
neraciones menores - podría ser mejor que la alternativa de la erradi-
cación forzada a través de la fumigación aérea con herbicidas que, se-
gún informes, contamina la subsistencia de los cultivos locales y los
recursos de agua y causa enfermedad y escasez de comida dentro de
las comunidades.
Los acuerdos para la erradicación manual han causado disputas.
De acuerdo a un memorando preparado por cuatro ONGs en Abril del
2002, ocho meses después de que el último acuerdo fue firmado, sola-
mente el 30% de las familias había recibido compensación económica
y no recibieron todo el dinero prometido.9 Resulta que muy poca coca
ha sido erradicada manualmente, lo cual ha llevado a la USAID a con-
cluir que la erradicación manual es inferior a la erradicación vía fumi-
gación aérea.10

Las ONGs: el panorama

Varias coaliciones de ONGs se formaron para oponerse formalmente a


la ayuda militar de Estados Unidos en Colombia:
• 38 ONGs de Estados Unidos enviaron una carta al Congreso de Es-
tados Unidos el 16 de abril del 2002, con respecto a un requerimien-
to para apropiaciones suplementarias en el 2002 que proveerían mi-
llones de dólares en fondos para entrenar tropas del ejército colom-
biano que cuidan el oleoducto de Cano-Limón, el cual cruza un
área donde los grupos indígenas están involucrados en una disputa
sobre la exploración petrolera y los derechos indígenas.
• 4 ONGs escribieron un memorando con fecha 10 de abril del 2002,
con respecto a las quejas sobre las condiciones de fumigación de la
Iniciativa Regional Andina, indicando los efectos dañinos que la fu-
migación tiene sobre los recursos naturales y las comunidades.
• 62 ONGs de Estados Unidos escribieron una carta al Secretario de
Estado de Estados Unidos, Colin Powell, el 7 de diciembre del 2001
en donde presentaron una lista de los efectos que las fumigaciones
tienen sobre los habitantes de la región del Putumayo y trataron los

36
pactos para erradicación manual a los que se había llegado, estipu-
lando que seis meses después de los acuerdos los residentes no ha-
bían recibido fondos.
• Varias ONGs de Estados Unidos escribieron una declaración el 9 de
noviembre del 2001, con respecto a la visita del Presidente Andrés
Pastrana a Estados Unidos. Expresaron su preocupación por el rit-
mo lento de la implementación de los componentes económicos y
sociales de la asistencia de Estados Unidos que beneficiaría a las co-
munidades.
• 33 ONGs de Estados Unidos publicaron un comunicado de prensa
y una carta al entonces Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton,
el 31 de julio del 2000, expresando oposición a la ayuda de Estados
Unidos para la milicia colombiana y las pruebas de las violaciones a
los derechos humanos y apoyo a los grupos paramilitares de la mi-
licia colombiana.
• 24 ONGs colombianas hicieron una declaración el 1 de julio del
2000, la cual indica que el Plan Colombia es negligente con los ob-
jetivos sociales como la paz y los derechos humanos y que se estaba
reduciendo a un plan militar, causando daños irreparables a los
bosques.
• 73 ONGs colombianas escribieron una declaración en junio del
2000 con respecto al Plan Colombia, la cual denunció que estaban
atacando a los pueblos indígenas y destruyendo sus culturas y es-
tilos de vida, mientras que dañaban seriamente el ecosistema ama-
zónico.
Además de estos esfuerzos colectivos, un sinnúmero de ONGs
han realizado declaraciones, escrito boletines de prensa y enviado car-
tas a oficiales de gobierno pertinentes.

Los líderes indígenas hablan sobre las actividades de las


ONGs

Cuando los líderes indígenas del Putumayo discuten por qué los
fondos del Plan Colombia no alcanzaron las comunidades que debían
beneficiar, explican como la participación de las ONGs ha complicado
estos asuntos para sus comunidades.

37
La narración que sigue se construyó a partir de entrevistas con
líderes indígenas del Putumayo y un taller en el Foro Internacional so-
bre los Impactos de las Fumigaciones en los Cultivos Tipificados como
“Ilícitos” y los Conflictos Armados, realizado en Quito, Ecuador:
“Las comunidades indígenas en el Putumayo firmaron un acuer-
do mutuo llamado Raíz por raíz para la erradicación manual. A nues-
tros miembros se les dio 12 meses desde el momento del desembolso de
recursos para erradicar sus cultivos. Sin embargo, todavía no se les ha
dado ningún dinero, así que los cultivos no han sido erradicados. Nos
gustaría que este programa sea reevaluado de forma que pueda ser im-
plementado y que lo que fue acordado en el documento sea cumplido.
Las ONGs están a cargo del desembolso de fondos para las co-
munidades. Según el gobierno los fondos ya fueron desembolsados. De
forma que esperan que los cultivos sean erradicados. Pero los miem-
bros de la comunidad no han recibido ningún dinero, así que ¿cómo es
posible erradicar sus cultivos? Las ONGs todavía tienen todo el dinero.
Pero muy pronto, una vez que el período permitido se haya cumplido,
las fumigaciones comenzarán de nuevo porque los cultivos todavía no
han sido erradicados. Mientras nos damos cuenta de que las intencio-
nes de las ONGs son nobles, su burocracia y lentos procesos de desem-
bolso de dinero solamente complican nuestra situación. Y no sólo eso,
sino que hace que nuestra gente se vea como irresponsable, sumándo-
se a un estereotipo y sugiriendo la futilidad del trabajo con indios. Es
como si fuéramos un grupo de salvajes que no pueden seguir un acuer-
do escrito. El hecho es que queremos cooperar, pero no lo podemos ha-
cer hasta que el dinero nos llegue. Los fondos han sido desembolsados,
pero sólo para las ONGs, no para nosotros.
Después de que el Plan Colombia fue aprobado, 3.200 ONGs
fueron creadas en Bogotá y registradas por la Cámara de Comercio.
Hubo literalmente una carrera, con los fondos del Plan Colombia co-
mo premio. Así que, el dinero nunca alcanzó las manos de las comuni-
dades indígenas sino que está bajo el control de las ONGs, las cuales,
muchas veces usan el dinero para beneficio suyo, para asegurarse de
que su organización sobreviva. Están compitiendo con otras ONGs por
recursos del Plan Colombia. En muchos casos, cuando el dinero final-
mente llega a una comunidad (en los pocos casos que hemos visto que
suceda), difícilmente queda algo.
Cuando 42 billones de pesos fueron aprobados para la OZIP
(Organización Zonal Indígena del Putumayo), las ONGs dijeron a los
38
miembros de la comunidad que cada individuo recibiría 2 millones de
pesos. Esta era la expectativa de los miembros de la comunidad. Tuvi-
mos que explicar, como líderes, que nuestra intención era utilizar el di-
nero de forma colectiva para programas y políticas que beneficiarían a
toda la comunidad. Ahora todos tienen dificultad para entender esto y
cada uno quiere sus 2 millones de pesos. Cuando las ONGs dijeron a
nuestra gente que el dinero sería dividido de manera equitativa entre
los individuos, perturbaron nuestra forma de vida colectiva tradicio-
nal. Ahora, nos tomará meses el tratar de corregir esto. Y la gente toda-
vía está molesta con nosotros.
Muchas veces, distintas ONGs vienen a nuestras comunidades.
Cada una tratando de encontrar su propio sector o “huequito” en el
“mercado” que representamos para ellos. Esto inevitablemente termi-
na dividiendo nuestra comunidad y destruyendo nuestra unidad.
El sólo darles el dinero a los líderes indígenas no es una buena
idea. En primer lugar, simplemente no tenemos los recursos humanos
para distribuir el dinero. Segundo, el poner mucho dinero en las ma-
nos de unos pocos podría llevar a la corrupción. Pero lo más importan-
te, si nos dieran el dinero directamente, lo más probable es que los pa-
ramilitares y las guerrillas vendrían a quitárnoslo. Esto nos haría inevi-
tablemente un blanco rápido y fácil. Esto podría hacerlos vulnerables a
que las guerrillas vinieran y le dijeran a la comunidad que ha aceptado
el dinero directamente del Plan Colombia y por lo tanto están con el
gobierno y en contra de su causa. Esto automáticamente haría que nos
vean como anti FARC, cuando realmente, no queremos estar involu-
crados en esta batalla de ninguna forma. No hay manera de que acep-
temos nunca dinero directamente a nivel de comunidad. Por esta razón
necesitamos a las ONGs ahora, pero definitivamente necesitamos que
ocurran algunos cambios.
Lo que de verdad necesitamos es que el dinero entre a las comu-
nidades a nivel de los cabildos indígenas (cada cabildo controla un res-
guardo separado, o una propiedad comunal de la comunidad indíge-
na11). Cada municipio tiene un gobernador y un tesorero y los fondos
pueden ser distribuidos a ese nivel y utilizados de forma que beneficien
a las comunidades. El factor más importante sería la participación am-
plia y la comunicación entre todos los líderes y miembros de la comu-
nidad y los líderes de las organizaciones indígenas. Idealmente el papel
de las ONGs sería el de facilitar el proceso de comunicación, para ase-
gurarse de que todas las partes se beneficien de los fondos.

39
La gran lección que hay que aprender en las ONGs de la región
del Putumayo parece ser doble:
1) Las ONGs deben trabajar para mejorar la comunicación entre sus
miembros y los líderes indígenas con el objetivo de evitar malos en-
tendidos culturales, para dirigir la comunicación con los miembros
de la comunidad que necesitan fondos y trabajar juntos para conse-
guir los objetivos de la comunidad; y
2) Las ONGs deben tener a los oficiales de gobierno nacional informa-
dos del desembolso de fondos para evitar malos entendidos sobre la
voluntad de las comunidades indígenas de cumplir con su coopera-
ción con los acuerdos para la erradicación manual.
Las ONGs parecen colaborar para atraer la atención internacio-
nal y apoyo para los planes sociales que han sido en mayor parte exclui-
dos del Plan Colombia. Aún así la importancia de actuar localmente
mientras se piensa globalmente no puede ignorarse y los líderes indíge-
nas locales están de acuerdo. Programas claves, como el de Raíz por
raíz, deben ser reexaminados y manejados con cuidado. Aunque la ges-
tión de la ínfima parte de los fondos del Plan Colombia podría verse
como una tarea insignificante, las vidas y bienestar de las poblaciones
indígenas de la Amazonía Colombiana dependen de esto”.

Notas:

1 Plan Colombia, Plan for Peace, Prosperity and Atrengthening of the State,
United States Institute of Peace Library.
http://www.usip.org/librar y/pa/colombia/adddoc/plan_colom-
bia_101999.html#planC.
2 Isacson, A. (5 de julio 2000). “The 2000-2001 Colombia aid package by
the numbers” Colombia Project, Center for International Policy. El Pro-
yecto Colombia del Centro para Políticas Internacionales provee análisis
detallados, estadísticas, documentos oficiales gubernamentales, y otra in-
formación con respecto a la ayuda de Estados Unidos a Colombia desde
el inicio del Plan Colombia hasta el presente. Más información puede ad-
quirirse en el sitio web de la organización:
http://www.ciponline.org/colombia/.

40
3 Leech, G. M: (23 de agosto 2000). ‘Plan Colombia lacks International Sup-
port’, Colombia Report. Information Network of the Americas.
http://www.colombiareport.org/colombia37.htm.
4 Carrigan, A. (23 de agosto 2000). ‘Clinton’s Plan Colombia: Disturbing
Questions Concerning the real US agenda’. The Irish Times.
5 Paz Colombia: Declaration of International NGOs, International Confe-
rence for Peace and Human Rights, San José, Costa Rica, 16 al 18 de octu-
bre 2000.
6 Colombia, Diversity is Our Strength. Indigenous Communities/Minori-
ties. Washington. D.C., Embajada de Colombia.
http://www.colombiaemb.org/indigenous_communities_minorities.htm.
7 USAID (2001, USAID). Colombia Report on Progress Toward Implemen-
ting Plan Colombia-Supported activities.
8 Embajada de Colombia (9 de julio 2001). Briefing Paper: Afrocolombian
Communities and Ethnic Minorities in Colombia.
http://www.colombiaemb.org/Doc_Ind_Com/Afrocolombian%20comu-
nities%20and%20minorities.pdf.
9 Compliance with Fumigation Conditions in the Andean Counter Drug
Initiative. Memo from four NGOs to foreign policy aids. 10 de abril 2002.
10 USAID. (2 de abril 2001) USAID - Colombia: Alternative Development.
United States Agency for International Development Fact Sheet. Washing-
ton, D.C. http://www.usaid.gob/pres/releases/2001/fs010601.html.
11 Liffman, P. Indigenous Territories in Mexico y Colombia. Departamento
de Antropología, Universidad de Chicago.

Nataly Fletcher es investigadora independiente en temas de políticas con-


temporáneas latinoamericanas. Completó las clases para la maestría en
Estudios Latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar en
Quito, Ecuador gracias a una beca Fullbright.

41
42
5CAPÍTULO

Una historia de resistencia espiritual


Una narración anónima contada a
David Edeli y Zachary Hurwitz

Desde los Andes hasta el África, a través de los siglos, las comuni-
dades nativas han sido acaparadas, aprovechadas y asesinadas en nombre
de las tierras, los recursos y la política. En cada caso, la autonomía, auto-
suficiencia y algunas veces la misma vida de estos individuos y comunida-
des están en juego. La resistencia física violenta ha sido, y en algunos lu-
gares sigue siendo, la última línea de defensa para los pueblos indígenas.
Sin embargo, cuando los procesos de colonización alcanzan grados avan-
zados, los aspectos culturales y espirituales de esta resistencia llegan a ser
una parte crítica de las estrategias de supervivencia de las comunidades
acosadas.
La existencia física continuada de los pueblos indígenas requiere
una variedad de factores: desde la tierra y recursos hasta cohesión social y
cultural. Aunque la territorialidad es vital para la supervivencia de las co-
munidades indígenas, las reglas culturales son también necesarias para la
reproducción social exitosa y el mantenimiento del ambiente físico. Estos
aspectos culturales de la existencia de los pueblos indígenas se relacionan
intrínsicamente con el consejo espiritual de los ancianos y la cosmovisión
única de las comunidades. De esta manera, las estrategias que las comu-
nidades han inventado para la defensa de la tierra y la cultura muchas ve-
ces han ubicado la resistencia física - violenta o no violenta - dentro de un
contexto espiritual cultural. La resistencia espiritual resultante, a veces
poco eficaz en contra de las incursiones físicas violentas, tiene por lo me-
nos el efecto de reforzar la cosmovisión cultural-espiritual que sigue sien-
do un aspecto crítico de la sobrevivencia.
Para las comunidades indígenas colombianas atrapadas en el fue-
go cruzado de los actores armados, de los guerrilleros, militares, parami-

43
litares y fuerzas privadas de seguridad, la resistencia violenta es una op-
ción poco viable. Para estas comunidades, el reforzamiento de los códigos
espirituales y culturales - la reintegración del saber antiguo y tradición -
se convierte en la última línea de defensa.
La siguiente narración viene de una entrevista con un líder anóni-
mo de una comunidad:
En comparación con otras provincias, no hemos vivido tanto la
violencia que Colombia ve cada día: cuerpos en las calles, en los ríos, en
las comunidades. Sin embargo hemos enfrentado dificultades con un
frente de las FARC, hasta el punto de que en una ocasión tuvimos que
ir a buscar los cuerpos de siete hermanos indígenas masacrados. Los
mataron simplemente porque no les conviene que nos organicemos y
resistamos a las políticas que han tratado de imponernos, las cuales van
en contra de nuestros principios como pueblos indígenas.
Somos una comunidad que está muy lejos del centro del país. Se
podría decir que estamos casi en otro país. Las guerrillas, los militares,
los hombres de negocios y los políticos hacen y deshacen lo que quie-
ran con nuestro territorio. Al ver esto, nos organizamos como una co-
munidad, como una organización que nació en 1995. Nació fuerte, ha-
blando claro, haciendo propuestas políticas e ideológicas sin temores, y
fundada en nuestra propia forma de pensamiento.
Es una forma de pensamiento basada en una rebelión ideológi-
ca, diría yo. ¿Por qué? Porque nos hemos dado cuenta de que si segui-
mos jugando entre las normas y leyes establecidas por el estado colom-
biano e impuestas a las comunidades indígenas, simplemente perma-
neceremos bajo su control, como si fuéramos el plato en el que sirven
su comida. Nos dimos cuenta de que no tenemos dignidad, de que es-
tamos perdiendo nuestra autonomía y nuestra identidad. Como seres
humanos simplemente fuimos tratados peor que animales. Y por esto,
nos organizamos fuertemente, hablando, ubicándonos, sin pisotear a
nadie; simplemente proponiendo nuestra propia ideología: autonomía,
dignidad, cultura, todo lo que tiene que ver con una comunidad y una
sociedad.
Teníamos que criticar el gobierno. Pero también vimos que las
FARC hacen y deshacen lo que quieren con nuestras comunidades; re-
quieren mano de obra barata para limpiar las hojas de coca, imponen
su autoridad en nuestras comunidades, explotan a nuestros jóvenes
hermanos indígenas sin el permiso de nadie y no reconocen nuestras

44
tradiciones. Al ver esto, también hablamos. Era claro que al impedir-
nos, como comunidades indígenas, establecer nuestros principios de
vida, a la larga acabaríamos desplazados.
Fuimos a nuestras comunidades a decirles: “Aquí, todos ustedes
son la autoridad. Aquí ustedes son los que rigen. Aquí ustedes son los
que dicen a qué hora dormir y a qué hora despertar. Aquí nadie va a
imponer nada”. Las FARC están prohibiendo la pesca, están prohibien-
do el movimiento sobre nuestros ríos para cazar… varias imposicio-
nes. Vinimos - los hijos de nuestros ancestros - para decirles que nos
debemos organizar nosotros y nadie más. Entonces estos amigos de la
guerrilla, al ver esto, simplemente realizaron una masacre para ame-
drentarnos, para entorpecer y silenciar nuestro pensamiento. Para inti-
midarnos, tomaron a siete de nuestros hermanos y los masacraron.
Nosotros mismos los fuimos a recoger, sin temores, y sin ayuda de nin-
gún gobierno.
Después de la masacre, uno de nuestros ancianos dijo en públi-
co, en la plaza frente a todos, tal vez con dolor: “Tomaremos venganza.
Tomaremos venganza tan pronto como sea posible”. Cuando nuestros
abuelos vieron la situación crítica, la persecución, utilizaron hierbas
naturales para protegernos de estos enemigos; estas son estrategias que
no pueden ser contadas porque son de nuestra propia cultura. Son es-
trategias de guerra, pero sobre todo, yo diría que son estrategias de de-
fensa, porque como indígenas nos caracterizamos como comunidades
pacíficas, como comunidades armoniosas, como comunidades de re-
conciliación. Estas defensas tienen mucho que ver con nuestra relación
con la naturaleza, nuestra relación con la tierra, con la tribu, con los ár-
boles. Utilizaron mecanismos de oración y comunicación con la natu-
raleza, espiritualidad y resultó eficaz. Al día siguiente, las FARC tuvie-
ron un accidente. Veintiséis miembros de la guerrilla estaban durmien-
do en la orilla del río y un grupo de paramilitares los encontró y los
sorprendió. Todos murieron.
Desde entonces siempre he dicho que si las comunidades indíge-
nas quieren entrar en un proceso de resistencia, pacífica o ideológica,
debemos cuidar de nuestro saber tradicional. Lógicamente, no debemos
promover la violencia, pero sí una defensa espiritual sabia, con respeto,
con mucho respeto. Estas son las armas de defensa que tenemos y fun-
cionan. No deberíamos utilizar armas físicas, como flechas o armas de
fuego. Más bien deberíamos cuidar de nuestra Madre Naturaleza para
que ella nos cuide defendiéndonos. Ella misma nos protege.

45
Consideramos que deberíamos darle una buena lección a estos
sectores. Digo de nuevo que no queremos una confrontación con nin-
guno de los sectores que están en conflicto, porque consideramos su
pensamiento infantil, pues se están destruyendo unos a otros por algo
que no vale la pena. En este caso, Colombia y las FARC se masacran a
sí mismos entre hermanos. Entre campesinos pobres que están en las
guerrillas y en el ejército, se masacran los unos a otros. Mientras tanto
el estado colombiano está jugando con otros intereses. Así que estamos
comenzando una propuesta muy sana y sabia, de forma que nuestros
hermanos puedan entender esto.
En el principio, antes de asimilarnos al estado colombiano, te-
níamos una formación indígena muy alta en nuestra comunidad. Pero
más tarde, en nuestra formación dentro de la cultura occidental, nos
dimos cuenta de que seguir defendiéndonos dentro de una filosofía que
no es nuestra no nos garantiza mucho. Nos acercamos a nuestros an-
cestros, quienes todavía existen. Nadie había promovido o estimulado
a nuestros ancianos a enseñar su conocimiento sin temor, porque no les
conviene a ninguno de los sectores que están en contra de nosotros.
Tenemos nuestro territorio delimitado espiritualmente. Nues-
tros padres nos enseñaron que no podemos cruzar el territorio sin el
permiso previo de un anciano o de la naturaleza misma. Por ejemplo,
si estoy en un río, para ir a otro río debo cumplir con requisitos. De es-
ta forma defendemos nuestro territorio. La gente que no es del territo-
rio, colonizadores, no están llegando ahora. Antes, venían a minar los
ríos para extraer oro. Por allí murieron en gran número hasta que en-
tendieron que no podían seguir trabajando. Es una forma de cuidar de
nuestro territorio.
Como comunidades indígenas entendemos que las políticas del
gobierno de Estados Unidos es aniquilar a la gente que no produce eco-
nomía y, en este caso, en Colombia. Esto lo hemos entendido, y por eso
hemos comenzado a señalar una alternativa de vida y existencia. ¿De
qué forma? Al decirle al estado norteamericano, a través de nuestra for-
ma de pensamiento, que no se puede proyectar un alto nivel de desa-
rrollo masacrando gente, masacrando comunidades, borrando una
cosmovisión que también forma parte de la sociedad del universo, co-
mo las políticas de Estados Unidos hubieran hecho. Esta es una alter-
nativa que queremos proponer: un mundo diferente.
Estamos convencidos de que no lo entenderán. Nuestro país ha
sido entregado a Estados Unidos en cuanto a la política; sin embargo,
46
hasta que Dios no nos permita más, seguiremos proponiendo esta al-
ternativa de vida y existencia diferente. Tal y como vemos el desarro-
llo de las cosas, creemos que deberíamos seguir fortaleciendo nues-
tras comunidades, nuestras bendiciones y nuestras formas de vivir a
través del ejemplo de crear armonía, a través de crear buenas leccio-
nes para la vida.
Queremos que el mundo entienda que tenemos una visión inte-
gral de las cosas. Si vamos a ver el Plan Colombia, no sólo pensemos en
el hombre indígena como una persona, como un ser biológico, con car-
ne y huesos. En vez de eso, veamos también que somos parte integral
de la naturaleza. Sin la naturaleza, sin el ambiente, sin el río, no somos
nada. Cualquier iniciativa que se tome siempre necesita ver al mundo
indígena como integral.

David Edeli (edeli@post.harvard.edu) es asociado del Programa de San-


ciones No Violentas y Supervivencia Cultural.
Zachary Hurwitz (z_hurwitz@yahoo.com) es periodista independiente y
activista que vive en Quito, Ecuador

47
48
6
CAPÍTULO

Fumigar cultivos, erradicar personas


Por Judith Walcott

“Solíamos tener una farmacia en la selva. Pero ahora no pode-


mos encontrar los árboles ni los animales que necesitamos. Los
animales y los peces han desaparecido. Las aves, también.
Nunca antes habíamos visto algo como esto. Tiene que ser el
resultado de la fumigación. Hemos notado los efectos inmedia-
tamente después de que el área ha sido fumigada.
Las aves, los animales y la pesca comienzan a desaparecer lue-
go de unas pocas semanas. Los efectos sobre la salud persisten
por semanas e incluso más”.
- Líder indígena shuar de Sucumbíos, Ecuador

En las ultimas dos décadas, Colombia ha sido expuesta a nume-


rosos programas de fumigación aérea para los cultivos de coca y ama-
pola a través de herbicidas químicos. En este mismo periodo de tiem-
po, el país ha evolucionado de ser un mero procesador de la pasta bá-
sica para cocaína, utilizando hojas de coca cultivadas en Bolivia y Perú,
a ser el primer productor mundial de coca para cocaína y el segundo
más grande productor de amapolas para heroína. Con la meta del Plan
Colombia de reducir a la mitad los cultivos de coca en Colombia para
el 2005, la erradicación aérea se ha incrementado de mansera impor-
tante desde diciembre del 2000. Además, el herbicida utilizado fue
cambiado a mediados de los noventa del herbicida de uso común,
Roundup, al más tóxico Roundup SL, el cual no ha sido aprobado pa-
ra ser utilizado en áreas agrícolas en Estados Unidos.
Los habitantes de los departamentos del sur de Colombia, don-
de la fumigación se está llevando a cabo, así como aquellos que viven
al otro lado de la frontera en Ecuador, dicen que no están jugando lim-
49
pio. Alegan que la nueva fórmula está dañando su salud, dañando sus
cultivos legales de alimentos, envenenado su agua para beber y matan-
do o alejando aves y vida silvestre. Para los grupos indígenas, que son
la mayoría de la población afectada, las consecuencias de la fumigación
aérea han sido nocivos no solamente para la salud personal y forma de
vida, sino también para la supervivencia de sus culturas, ya que muchos
grupos han pensado en abandonar sus hogares ancestrales - algunos ya
han sido forzados a salir - o cambiar sus métodos de subsistencia tra-
dicionales.
A pesar de los incrementos en la frecuencia y potencia de la fu-
migación aérea, el efecto sobre la producción de coca está en tela de jui-
cio. Entre el 2000 y el 2001 la producción de coca subió del 25% .1 Nue-
vos cultivos de coca plantados en áreas más remotas después de las fu-
migaciones pueden explicar la mayoría de este incremento, que produ-
ce un circulo vicioso: los bosques primarios se cortan para sembrar co-
ca, ésta se fumiga, llevando a que más bosques sean cortados. El resul-
tado neto es la pérdida de cientos de miles de acres de bosque primario
con poca reducción de las plantaciones de coca.
Como resultado, la presión pública sobre el Congreso de Estados
Unidos para revisar el programa se ha intensificado. En la legislación
aprobada a inicios del 2002, el Senador Patrick J. Leahy, demócrata del es-
tado de Vermont y presidente del subcomité de apropiaciones que finan-
cia la operación, detuvo el dinero requerido para comprar el herbicida.
La legislación, conocida como la ley Kenneth M. Ludden de Operaciones
Extranjeras, Financiamiento para Exportaciones y Programas de Apro-
piaciones Relacionados, exigió al Departamento de Estado de los Estado
Unidos certificar que los programas de erradicación cumplan con los
controles regulatorios de Estados Unidos y Colombia y que no amena-
cen la salud pública o el medio ambiente antes de que más químicos pue-
dan comprarse. En un artículo en el New York Times del 6 septiembre,
Leahy dijo: “El fumigar un químico tóxico sobre grandes áreas, incluyen-
do donde la gente vive y los animales pastan, no sería tolerado en nues-
tro país. No deberíamos estar fumigando primero y haciendo preguntas
después”. El Departamento de Estado ahora debe demostrar que la fumi-
gación no causa riesgos irrazonables o efectos adversos a los humanos o
al medio ambiente, que programas alternativos de desarrollo se están lle-
vando a cabo en las áreas fumigadas y que un sistema está puesto en mar-
cha para evaluar las demandas de los ciudadanos sobre prejuicios a la sa-
lud o daños a los cultivos legales de alimentos y proveer compensación
para las reclamaciones merecedoras.
50
El tan esperado informe del Departamento de Estado sobre la
toxicidad de la mezcla del herbicida Roundup SL se publicó el 6 de
Septiembre, con aportes del Departamento de Agricultura de Estados
Unidos (USD A) y la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA).
A pesar de que los resultados establecieron que la erradicación aérea de
los cultivos de coca en Colombia cumplía con las regulaciones de Esta-
dos Unidos y no ponían en peligro a personas o al medio ambiente, la
EPA expresó algunas dudas con respecto al herbicida. Aunque la Secre-
taria de Agricultura Ann M. Veneman informó que los riesgos para la
salud asociados con el herbicida eran “mínimos,” la parte del informe
de la EPA encontró un riesgo potencial de alta toxicidad ocular en la
fórmula particular utilizada en Colombia. El Departamento de Estado
decidió cambiar a un herbicida menos tóxico. Después de un lapso de
siete meses, la erradicación volvió a llevarse a cabo a finales de julio.
The Economist informó el 7 de septiembre que desde el 28 de julio,
94.400 acres de coca habían sido fumigados.

¿Qué están fumigando?

Paul Wellstone, difunto senador demócrata del estado de Min-


nesota y crítico de la ayuda militar de Estados Unidos a Colombia, du-
dó de la precisión y seguridad del programa para la erradicación de
drogas patrocinado por Estados Unidos en Colombia. En su visita al
departamento de Putumayo en diciembre del 2000, aseguraron a
Wellstone, con ayuda de imágenes satelitales, que las fumigaciones se
enfocarían en campos de coca sin dañar los sembríos alimenticios. Sin
embargo, “en el primer vuelo en el avión de fumigación, el Senador de
Estados Unidos, el Embajador de Estados Unidos en Colombia, el Te-
niente Coronel de la Policía Nacional colombiana, y otros empleados
del Congreso y la Embajada fueron completamente empapados con el
pegajoso y posiblemente peligroso Roundup,” dice Jim Farrel, portavoz
de Wellstone, en una declaración ampliamente difundida después del
evento. El grupo estaba parado sobre un lado de la montaña mirando
un campo de coca.
Este evento, además de proveer atención mediática en contra de
la fumigación, puso en tela de juicio varias preocupaciones con respec-
to a las campañas de erradicación aérea. Wellstone encontró que a pe-
sar de las imágenes satélites, la fumigación era imprecisa, debido prin-
cipalmente a las “corrientes de aire”. Dado que los pequeños aviones fu-

51
migadores muchas veces vuelan demasiado alto como para alcanzar los
cultivos de coca con precisión, las corrientes de aire pueden desviar el
herbicida cientos de metros hasta áreas que no deben ser fumigadas,
causando la destrucción de otros cultivos, o de los bosques o de fuen-
tes de agua. Wellstone sabía que la fumigación iba a realizarse y tenía
acceso a cuidados médicos después de su baño de glifosfato, pero las
comunidades que son fumigadas nunca han tenido este lujo y son in-
capaces de encontrar información acerca de los ingredientes, concen-
traciones o formas de aplicación de los herbicidas. Aunque la embaja-
da de Estados Unidos en Bogotá advierte a los ciudadanos locales en las
áreas por fumigarse y los informa sobre las precauciones que deben to-
mar en caso de entrar en contacto con el líquido, para muchos, la in-
formación llega muy tarde o nunca.
La composición del herbicida ha sido ampliamente discutida.
Hasta hace poco, ninguno de los dos gobiernos revelaba los ingredien-
tes exactos o las proporciones que se utilizaban en la fumigación. El go-
bierno de Estados Unidos manifestó en un informe reciente que el her-
bicida es el Roundup SL, producido por la firma química y biotecnoló-
gica Monsanto en St. Louis Missouri. Roundup SL, versión más fuerte
del Roundup, se adoptó como respuesta a las presiones desde Washing-
ton D.C., para usar un herbicida más eficaz.
El Roundup y Roundup SL están compuestos principalmente del
químico glifosato. De acuerdo al ex-embajador de Estados Unidos en
Colombia, Myles Frechette, el uso de glifosato se ha asociado con pro-
blemas desde los mediados de los 90s. Aplicado en forma de rocío es
ineficaz en climas ventosos y lluviosos y muchas veces no penetraba la
hoja de coca. Incluso para el Roundup menos tóxico, un herbicida de
uso amplio que mata un gran rango de plantas, las propias advertencias
de Monsanto destacan el daño a la salud ambiental y humana:

Roundup matará casi cualquier planta verde que esté creciendo


activamente... tenga cuidado de rociar Roundup solamente so-
bre la mala hierba que usted quiere matar - no permita que el
producto entre en contacto con plantas que usted quiera preser-
var o también podrían morir... Roundup no debe ser aplicado
en cuerpos de agua como piscinas camaroneras, lagos o corrien-
tes de agua ya que podría ser perjudicial para ciertos organismos
acuáticos... luego de que un área haya sido rociada con Roun-
dup, personas y animales (como gatos y perros) deben perma-
necer fuera del área hasta que esté completamente seca... Reco-
mendamos que animales de pastoreo como caballos, vacunos,

52
ovejas, cabras, conejos, tortugas y aves de corral permanezcan
fuera del área tratada por dos semanas... Si Roundup es utiliza-
do para controlar plantas indeseables alrededor de frutas, árbo-
les de frutos secos, o viñedos, espere por veinte días antes de
consumir estos productos.2

Aunque los gobiernos de Estados Unidos y Colombia han man-


tenido que el glifosato es menos tóxico que la sal de mesa o la aspirina,
la fórmula particular utilizada en Colombia no ha sido aprobada para
su uso en Estados Unidos y también ha sido combinada con surfactan-
tes, o aditivos jabonosos, con el objetivo de incrementar su toxicidad.
Los surfactantes incluyen Cosmo-Flux 411F, que le da peso al glifosato
para evitar que el viento lo lleve a áreas que no son se quiere fumigar,
mientras le permite una mejor penetración en las hojas de coca y las
plantas de amapola. El gobierno norteamericano informó que la mez-
cla contenía un 55% de agua, un 44% de producto del herbicida glifo-
sato, y 1% de surfactante (Cosmo-Flux 411F). Pero la composición del
Cosmo-Flux 411F, un producto registrado y producido en Colombia,
no podía revelarse por el Departamento de Estado por razones confi-
denciales.
Según la Dra. Elsa Nivia, Directora Regional de la Red de Acción
Pesticida de Colombia, en un artículo en In These Times en abril del
2001, “El Cosmo-Flux incrementa substancialmente la actividad bioló-
gica de los agroquímicos, permitiéndoles mejores resultados con dosis
más pequeñas”. Aunque expertos advierten que los surfactantes pueden
ser altamente corrosivos dependiendo de la concentración, oficiales de
Estados Unidos y Colombia mantienen que la cantidad de surfactante
utilizada es minúscula y que el Cosmo-Flux está hecho de ingredientes
que no son dañinos. Sin embargo, debido a que los surfactantes le per-
miten al agua y al aceite mezclarse para que el glifosato pueda penetrar
la capa de grasa en las hojas de las plantas, el Dr. Milton Guzmán, di-
rector de salud pública en la capital provincial de Popayán al sur de Co-
lombia, sugiere que podría tener el mismo efecto en la piel humana. El
grupo de científicos de la Red de Acción Pesticida en San Francisco, Ca-
lifornia también ha expresado su preocupación. Además, la mezcla
RoundupSL/Cosmo-Flux no ha sido científicamente evaluada. En su
reciente reporte, la EPA y el Departamento de Agricultura no tuvieron
acceso a la mezcla utilizada actualmente en Colombia.
El Sociólogo colombiano Ricardo Vargas, quien ha estudiado el
programa de erradicación aérea desde los principios de los 90s, dijo al

53
St. Petersburg Times en agosto del 2001 que la nueva mezcla Roun-
dupSL-Cosmo-Flux tiene un efecto mucho más devastador en los cul-
tivos: “Antes, el glifosato no parecía ser tan efectivo. Ahora, cuando vi-
sito las áreas de fumigación es como si alguien les hubiera puesto gaso-
lina y encendido un fósforo”. Esta aseveración es confirmada por el re-
porte del gobierno que estipula: “el glifosato está clasificado en catego-
ría de toxicidad 3 (la categoría 1 está considerada como la más tóxica)
por causar irritación primaria en los ojos y categoría de toxicidad 4 por
toxicidad dérmica y oral aguda e irritación de la piel... Sin embargo, el
surfactante utilizado en el producto formulado, según informes, puede
causar irritación severa de la piel y ser corrosivo para los ojos... Estos
hallazgos sugieren que cualquiera de los reportes de toxicidad para el
ojo puede deberse al surfactante y no al glifosato en sí. El producto es-
tá determinado en una categoría de toxicidad 1 para irritación del ojo,
causando daño de ojo irreversible”.4 Es importante notar que los her-
bicidas utilizados en Colombia son más concentrados y aplicados en
dosis más grandes que las recomendadas como niveles máximos en Es-
tados Unidos.
Las quejas de los habitantes del sur de Colombia están en el cen-
tro de la controversia. Mientras que los gobiernos de Estados Unidos y
Colombia niegan una y otra vez las propiedades perjudiciales del her-
bicida, los residentes locales cuentan una historia distinta. Sus quejas,
así como la corroboración de algunos científicos, han instado a los go-
biernos a reconsiderar sus posiciones oficiales.

¿A quién podemos creer?

El programa de fumigación aérea asociado con el Plan Colombia


comenzó el 19 de diciembre del 2000. Los primeros efectos sospecha-
dos en el ambiente y la salud humana fueron denunciados en los depar-
tamentos más al sur de Colombia, así como en las poblaciones cercanas
a la frontera con Ecuador.5 Colombia, país de 800.000 personas indíge-
nas, divididas en 81 grupos que hablan 64 lenguajes diferentes, también
posee el 10% de la diversidad biológica mundial, solamente superado
por Brasil. Tiene 55.000 especies de plantas, 358 especies de mamíferos,
el 15% de primates en el mundo y 1.721 especies de aves.6 Cruzando la
frontera con Ecuador, otro país conocido por albergar una variedad de
ecosistemas y especies, viven los indígenas cofán, siona, secoya, quichua
y las poblaciones shuar. Hay muchos riesgos en términos de diversidad

54
biológica y supervivencia indígena y los informes muestran que la fu-
migación ha tenido serios efectos en ambos.
Algunos activistas del medioambiente han comparado los efec-
tos de la fumigación de la fórmula Roundup SL-Cosmo-Flux en Co-
lombia con el uso del Agente Naranja en la guerra de Vietnam.7 Am-
bos químicos contaminaron grandes áreas de bosques y arrancaron
hojas, causando una pérdida de hábitat para las especies e incremen-
tando la fragmentación de los bosques intactos. La Fundación Mundial
para la Vida Silvestre (WWF) y la Fundación Defensa Legal para Justi-
cia para la Tierra han expresado su preocupación por el impacto am-
biental de las fumigaciones. Según la WWF los ecosistemas acuáticos
son particularmente sensibles al glifosato; la vida silvestre, especial-
mente sapos e insectos, son fácilmente afectados por perturbaciones en
sus ambientes. También son de gran preocupación los árboles de pal-
ma Canangucha, los cuales crecen en forma de oasis en la región ama-
zónica. Los árboles de palma no solamente mantienen otras plantas y
animales, sino que también proveen fibras para ropa y techo, así como
comida y agua para los grupos indígenas locales. Las nubes y el agua de
lluvia que contienen glifosato han contaminado los árboles de palma,
dejándolos sin sus propiedades útiles y provocando que se sequen. La
contaminación regional es también una preocupación; muchos de los
cultivos de coca se hacen a lo largo de las vías fluviales en la Amazonía
colombiana, así que mucha de la fumigación ocurre cerca de los ríos
que fluyen hacia Brasil, Ecuador y Perú. Luis Naranjo, director de pro-
gramas internacionales de la Conservación de Aves Americanas, grupo
de presión de Estados Unidos, también señala el riesgo de la fumiga-
ción aérea para la supervivencia de las aves colombianas, incluyendo
500 especies encontradas solo en la región del Putumayo. Un líder in-
dígena del Putumayo comenta: “es raro lo que pasa con las aves. Se en-
ferman a las 6h00 de la mañana y a las 6h00 de la tarde, están muertas.
Nunca antes tuvimos algo como esto”.
La fumigación aérea en algunos casos se ha desviado inadver-
tidamente hacia los cultivos como café, yuca y arroz. “Incluso nues-
tros propios productos no están bien,” dice un líder indígena del Pu-
tumayo. “Por ejemplo, los cultivos de café y cacao eran buenos hace
15 meses, pero ya no más. No crecen. Las papayas que sembramos
crecen y florecen, pero las hojas mueren. Estos tienen que ser efectos
de la fumigación. Empezó justo después de fumigar”. El efecto en las
especies vivas también es severo, pues cerdos y pollos han muerto en
grandes números y el ganado sufre de pérdida de pelo, y en ocasiones
55
son encontrados muertos después de haber tenido contacto con pas-
tos o agua contaminada. Según un líder shuar de Sucumbíos, Ecua-
dor, “los animales son más sensibles a los efectos de la fumigación,
han desaparecido. La vida del shuar es la caza y la pesca, pero ya no lo
podemos hacer más”.
El informe del gobierno de Estados Unidos de septiembre del
2002 admite que “en relación con los efectos ambientales potenciales
del programa de fumigación basado en los datos de Estados Unidos, la
fitotoxicidad en plantas que no son el objetivo de la fumigación es de
esperarse, ya que el glifosato es un herbicida de amplio espectro. Da-
do el método de aplicación... la exposición fuera de la zona deseada
por el desvío de la fumigación es probable”. Sin embargo el reporte
también enfatiza “el propuesto uso del mismo glifosato en este [pro-
grama de erradicación] no parece aportar un riesgo directo importan-
te para los animales terrestres o acuáticos, sin embargo efectos adver-
sos secundarios como resultado de la pérdida temporal del hábitat en
el área de fumigación podrían ocurrir”.8 Los datos del informe para
determinar los efectos anticipados en animales se basaron en especies
norteamericanas. El informe de la EPA dice que “una evaluación refi-
nada” es difícil debido a incertidumbres con respecto a la fórmula
exacta de la solución para fumigación. Los críticos como Jim Oldham,
director del Proyecto Amazónico en el Instituto para la Ciencia y los
Estudios Interdisciplinarios concuerda. “El reporte del Departamento
de Estado pasa por encima de, minimiza o simplemente no menciona
muchas de las preocupaciones e incertidumbres enfatizadas por la
EPA en este análisis,” dice Oldham.
Según informes, los efectos en la salud humana también son se-
rios. Acción Ecológica, grupo de presión ambiental no lucrativo basa-
do en Ecuador, completó un estudio en junio del 2001 que informó so-
bre los impactos negativos para la salud, incluyendo problemas con el
sistema nervioso (mareo, dolor de cabeza), sistema digestivo (nausea,
dolor abdominal, diarrea) y piel (inflamaciones, úlceras). Un informe
publicado por la embajada de Estados Unidos en Bogotá en diciembre
del 2001, Toxicología Clínica de Uribe Cualles: Efectos supuestos del glifo-
sato en la salud humana, nota que un número de enfermedades y otros
problemas de salud en el Putumayo fueron causados por la fumigación
aérea de glifosato. El reporte añade, sin embargo, que muchos otros fac-
tores contribuyeron a los problemas de salud en la región. El departa-
mento de salud en el Putumayo también publicó un reporte, basado en
entrevistas con residentes, proveedores de salud y policías en las comu-
56
nidades de Orito, Valle del Guamuez, y San Miguel que fueron impac-
tadas por la fumigación entre Diciembre del 2000 y Febrero del 2001.
Miembros del personal médico en tres hospitales locales informaron
que subieron las visitas por problemas de piel, dolor abdominal, dia-
rrea, infecciones gastrointestinales, infección respiratoria aguda y con-
juntivitis después de la fumigación en áreas rurales alrededor de sus
municipalidades.
Un indígena shuar de Ecuador también mencionó durante una
entrevista que había visto nuevas enfermedades en sus pueblos a partir
del inicio de las campañas de fumigación. “No teníamos experiencia
con estas enfermedades antes del Plan Colombia. Los doctores dicen
que es dengue o fiebre amarilla o malaria, pero no es. Conocemos esas
enfermedades y siempre hemos usado medicina natural para curarlas.
Ahora la enfermedad dura más tiempo, con fiebre, dolor de cabeza y
problemas estomacales. Un niño puede tener estos problemas en cual-
quier parte entre 4 días y dos semanas. No pueden atender a clases re-
gularmente. Los niños y los ancianos son los más afectados. Las muje-
res embarazadas también han estado sufriendo problemas que están
fuera de lo normal”. Otros líderes indígenas concuerdan. “Están sur-
giendo enfermedades que nunca habíamos visto antes. Aquellas a las
que estamos acostumbrados duran más y son más largas”. Este líder se-
ñala que muchos cultivos de coca y amapola se siembran cerca de los
hogares en su pueblo. De ahí que atacar la coca es atacar los hogares de
los cultivadores de coca.
Aunque los líderes indígenas concluyen que los cambios am-
bientales y las nuevas enfermedades estaban relacionados con la fumi-
gación aérea, oficiales de los gobiernos de Estados Unidos, Colombia y
Ecuador dudan en llegar a un acuerdo. Melania Yanes, oficial respon-
sable por la fumigación del Ministerio de Medio Ambiente de Ecuador
ha dicho que no todos los problemas reportados por los agricultores se
deben a la fumigación. “La baja producción de café y los mangos pe-
queños, por ejemplo, no tienen nada que ver con la fumigación del her-
bicida. Pero algunos de los síntomas reportados por los agricultores se
identifican con envenenamiento por pesticidas,” comentó al St. Peters-
burg Times en mayo del 2002. Rand Beers, Asistente de la Secretaría de
Estado de Estados Unidos para Asuntos Internacionales de Narcóticos
y Refuerzo de la Ley, sugiere que los químicos peligrosos utilizados por
los peones colombianos en el cultivo de la coca y la producción de co-
caína - incluyendo paraquat, ácido sulfúrico, kerosene y amoníaco -
enferman a la gente. Según el gobierno norteamericano, 600 millones
57
de litros de químicos precursores son utilizados anualmente para pro-
ducir cocaína en América del Sur y podrían contribuir al incremento
de los problemas de salud. Además, los narcotraficantes utilizan gran-
des cantidades de herbicidas y pesticidas para deforestar la selva y crear
espacios para los campos de coca. Beers argumenta que en los últimos
20 años la agricultura de roza-y-quema para cultivar coca ha contribui-
do a la erosión del suelo y destruido más de 9.000 millas cuadradas de
bosques, informó el St, Petersburg Times el 17 de agosto del 2001. Los
críticos respondieron que por cada acre fumigado, tres acres de selva
son deforestados por los cultivadores de coca quienes están empujados
a áreas más remotas, infiltrándose en los territorios indígenas de la
Amazonía.9
El que Beers no acepte la mezcla de herbicida fumigada como la
causa de los reclamos indígenas sobre salud y medio ambiente ha enfu-
recido a mucha gente. El informe del gobierno de Estados Unidos de
septiembre del 2002 también enfurece los activistas medioambiemen-
tales, quienes alegan que, debido a que la fórmula utilizada en Colom-
bia todavía no ha sido sujeta a pruebas, los resultados eran, en el mejor
de los casos, inconclusos. El informe analiza sistemáticamente varias
alegaciones sobre salud y dice que el personal médico enviado a revisar
los posibles vínculos entre estos reclamos y el herbicida, encontraron
varios factores distintos que han llevado a muertes o dolencias, inclu-
yendo condiciones preexistentes, envenenamiento de la comida y pará-
sitos. Pero estas conclusiones fueron, de hecho, tomadas solamente de
unos pocos casos extremos. Los casos de problemas de irritación de piel
o problemas estomacales no fueron estudiados a fondo.
Mientras que los gobiernos de Estados Unidos y Colombia mini-
mizan los efectos de la fumigación en las formas de vida tradicionales
de las comunidades indígenas y los pequeños agricultores, muchos
pueblos indígenas protestan que la fumigación está arruinando sus tie-
rras y sus territorios tradicionales, trae perturbación social y económi-
ca, y causa un desplazamiento masivo hacia las comunidades aledañas,
incluso hasta más allá de la frontera con Ecuador. Para responder a es-
tas amenazas percibidas, varios indios de Colombia y Ecuador han lle-
vado su caso hasta Washington D.C., no solamente para hablar de los
efectos de la fumigación en sus comunidades, sino también para bus-
car compensación por los daños.

58
La respuesta indígena

El impacto desproporcional de la fumigación con herbicidas en


los pueblos indígenas llevó a la Organización de Pueblos Indígenas de
la Amazonía Colombiana (OPIAC), con el apoyo de la Oficina de In-
termediarios por los Derechos Humanos del gobierno colombiano a
tomar acción legal. Presentaron una demanda para protección legal
exigiendo que una corte de Bogotá ordenara la detención de la fumiga-
ción aérea de herbicidas en los territorios indígenas y argumentando
que el glifosato tenía efectos tóxicos en la población, los cultivos de ali-
mentos, los recursos de agua y la flora y fauna locales.10 Denunciaron
que la fumigación aérea había destruido cultivos en 11 proyectos pa-
trocinados por el gobierno de sustitución de cultivos y desarrollo alter-
nativo que fueron diseñados para proveer a los agricultores pobres con
alternativas económicas a la producción de coca. La OPIAC invocó el
mandato constitucional de Colombia de que los pueblos indígenas tie-
nen el derecho a participar en las decisiones gubernamentales que afec-
ten sus territorios o pongan en peligro su supervivencia. El 23 de julio
del 2001 un juez de Bogotá ordenó detener la fumigación. Sin embar-
go, bajo la presión de Estados Unidos, el juez aclaró su resolución la se-
mana siguiente, diciendo que se aplicaba solamente a “las reservas in-
dígenas” en la región Amazónica y que la erradicación aérea podía rei-
niciarse en el resto de Colombia. 11
Tomando acciones a una escala más grande, la Fundación Inter-
nacional por los Derechos Laborales presentó una demanda en una
Corte Federal de Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001, de par-
te de 10.000 agricultores ecuatorianos e indios amazónicos. La deman-
da denunció DynCorp, una compañía de contratos de defensa basada
en Reston, Virginia, EEUU, por tortura indiscriminada, infanticidio y
muertes erróneas por su papel con la fumigación aérea de pesticidas en
la selva Amazónica a lo largo de la frontera entre Ecuador y Colombia.
DynCorp había sido contratada por el Departamento de Estado de Es-
tados Unidos desde 1991 para llevar a cabo la fumigación aérea de los
cultivos ilegales en la región andina. Bajo el Plan Colombia, a DynCorp
se le otorgó un contrato de USD 600 millones para fumigar los culti-
vos de coca a lo largo de Colombia. En enero del 2002, los fumigado-
res de la corporación habían rociado más del 14% del área total del te-
rritorio de Colombia. En enero del 2002, el juez federal Richard Ro-
berts denegó la petición de DynCorp para que se rechazara el caso, en

59
base de que el trabajo de la compañía en Colombia trataba temas de se-
guridad nacional.
La demanda contra DynCorp invocó la ley de ‘Alien Tort Claims’
la cual permite a los ciudadanos extranjeros demandar a compañías
norteamericanas en cortes de Estados Unidos por acciones cometidas
en el extranjero. La demanda alegaba que DynCorp violó la ley de Pro-
tección a Víctimas de Tortura de Estados Unidos, entre otros. Según un
líder quichua, cuya comunidad (San Francisco 2) estaba involucrada en
el caso, “la fumigación pasó muy cerca de nosotros. Los aviones cruza-
ron al territorio ecuatoriano. Contaminaron el agua. Los síntomas en
nuestros pueblos incluyen infecciones respiratorias, problemas ocula-
res e irritación de piel en los niños. Nuestros cultivos de yuca se destru-
yeron. Las hojas fueron arrancadas y se cayeron. Los cultivos de pláta-
no también se lastimaron”. Las propias instrucciones de Monsanto
aconsejan que, con el objetivo de minimizar que el pesticida vaya a la
deriva, la fumigación aérea no debe efectuarse mas allá que a una altu-
ra de tres metros de las copas de las plantas mas altas. Sin embargo, Jef-
frey St.Claire y Alexander Cockburn informaron en Retumbo desde la
jungla: agricultores ecuatorianos pelean la guerra química de DynCorp en
la Amazonía, que en Colombia los aviones de DynCorp “rutinariamen-
te vuelan a 15 metros de altura sobre la vegetación”.
La demanda exigió billones de dólares en daños y perjuicios así
como un alto inmediato a la fumigación. A pesar de que el caso fue
anulado inicialmente, fue apelado en la Corte Suprema de Estados Uni-
dos. Los habitantes indígenas y campesinos de la región perdieron el
caso, pero llevarlo hasta el final, a la corte más alta de la nación fue es-
timulante para muchos.
Los pueblos indígenas que están afectados por la fumigación aé-
rea están dispuestos a pelear por sus tierras y su salud forzando a las
compañías y a los gobiernos involucrados a tomar responsabilidad por
sus acciones. Un líder shuar cuya comunidad ha sido afectada por la
erradicación aérea, insiste en que “hemos hablado con el Ministro de
Salud. Necesitamos centros de salud y entonces necesitamos usar me-
dicina natural. La medicina [que el doctor prescribe] no ayuda. Si Es-
tados Unidos causaron el problema, deberían ayudar a resolverlo. De-
berían dar dinero para centros de salud, para proyectos de desarrollo”.

60
Las últimas noticias de la fumigación

Hay gran preocupación general de que la erradicación de la dro-


ga en Colombia esté fallando. En octubre, la Prensa Asociada (AP) re-
portó que el más alto oficial colombiano de los derechos humanos, in-
termediario del gobierno de los derechos humanos, Eduardo Cifuen-
tes, había dicho que el programa debía ser suspendido porque ponía en
peligro la salud de los pueblos y dañaba el ambiente. Cifuentes dijo a la
AP que había recibido informes del Putumayo argumentando que di-
chos peones estaban sufriendo de irritación de la piel y problemas res-
piratorios. El Presidente Álvaro Uribe Vélez dijo a la AP que la fumiga-
ción continuaría.
Según Julia E. Sweig en la edición de septiembre - octubre del
2002 de Asuntos Extranjeros, desde el inicio, cuando el Congreso de Es-
tados Unidos designó USD 1.3 billones para el Plan Colombia en el 2000,
el cultivo de coca en Colombia se ha incrementado, se ha desplazado más
hacia el norte de Colombia y ha vuelto a Perú y Bolivia donde “en la úl-
tima década, programas exitosos de erradicación inspiraron una con-
fianza prematura de que esos programas funcionarían en Colombia”. La
mayoría de los expertos atribuye el aumento del cultivo de coca en Perú
y Bolivia al mismo “efecto globo” - la erradicación en un lugar simple-
mente empuja el cultivo de coca hacia otro - que trajo la producción de
coca a gran escala de Perú y Bolivia a Colombia al inicio. Como las lu-
chas actuales en Bolivia demuestran, eliminar estos cultivos será difícil,
especialmente dado el colapso prolongado de los precios de café y la caí-
da perenne de los precios de otros cultivos legales.
Los esfuerzos por darles a los cultivadores de coca en Colombia
otra forma de ganarse la vida también han fracasado. Aunque 35.000 fa-
milias en el Putumayo firmaron acuerdos con el gobierno para abando-
nar los cultivos de coca a cambio de asistencias, oficiales del Departa-
mento de Estado dijeron a Los Ángeles Times en marzo del 2002 que los
pequeños agricultores habían “eliminado poco o nada de sus cultivos y
que no tenían intención de hacerlo antes de la fecha límite a finales de
este año”. Muchos pequeños agricultores respondieron que cumplieron
su obligación pero nunca hubo compensación por eliminar su coca. Sin
embargo oficiales de la Embajada de Estados Unidos en Colombia aho-
ra dicen que abandonarán este plan de desarrollo alternativo y se con-
centrarán en construir grandes proyectos de infraestructura que pro-
veen trabajo y mejoren las condiciones de vivienda y transporte.

61
Los gobiernos de Colombia y Estados Unidos planean seguir con
nuevas campañas de fumigación. Los que se oponen esperan iguales re-
sultados: un incremento en la producción de coca, solamente con unos
cultivos transferidos más al interior de la Amazonía así como a otros
países. La fumigación aérea tiene el apoyo firme de Uribe quien ha he-
cho de la lucha con las guerrillas colombianas su primera prioridad.
The Economist informó en septiembre que Uribe, junto con oficiales de
Estados Unidos, “insiste en que combatir las drogas es una parte inte-
gral de luchar contra los ejércitos ilegales (los paramilitares del lado de-
recho así como las guerrillas del lado izquierdo) los cuales se benefician
y protegen el comercio de cocaína”. Como parte de este programa de al-
ta prioridad que apunta a fumigar 370.000 acres en el 2002, más de los
207.000 acres fumigados en el 2001, el gobierno de Estados Unidos es-
tá proveyendo más aviones fumigadores, así como también más heli-
cópteros para protegerlos.
Aunque los gobiernos de Estados Unidos y Colombia parecen no
querer volver a evaluar sus planes, muchos grupos luchan por encon-
trar alternativas a la fumigación, enfocándose más en la demanda para
los cultivos de coca que en la oferta. El periódico The Los Ángeles Times
informó que un estudio de la corporación Rand en 1994 encontró que
USD 34 millones gastados en el tratamiento de drogadictos reduce el
uso de la cocaína en un 1%. El mismo resultado cuesta USD 360 millo-
nes cuando se utilizan los métodos para la interdicción de la produc-
ción de coca. 12
Obviamente, los gobiernos de Estados Unidos y Colombia no le-
galizarán ni el consumo ni el cultivo de coca en ningún momento; los
críticos argumentan que otras alternativas para la fumigación, como la
erradicación manual, deben tomarse en serio. Encontrar temas de con-
cordancia entre oficiales del gobierno, quienes sostienen que el peor
efecto posible de la fumigación es la irritación ocular (“como si tuvie-
ra champú para bebé en los ojos”13), y colombianos y ecuatorianos,
quienes reportan efectos mucho más graves (“una fuerte sensación de
quemazón en mis ojos” o “gránulos que aparecen en mi piel y no se qui-
tan”14) es difícil. La contradicción entre muchos de los datos del infor-
me del gobierno de Estados Unidos de septiembre del 2002 y la expe-
riencia de habitantes del Putumayo pone en tela de juicio la validez del
informe e intensifica el debate sobre los verdaderos impactos sobre el
medioambiente y la salud de la fumigación aérea. Estudios de la fórmu-
la actual que se está utilizando en Colombia, con acceso a datos de Co-
lombia sobre las condiciones actuales, son muy necesarios. Con varios
62
estudios científicos nuevos por publicarse es de esperar que en el pró-
ximo año, con respecto a la salud y los impactos ambientales de los
programas de erradicación aérea, la proliferación de demandas encabe-
zadas por indígenas y campesinos ponga los verdaderos efectos a la luz
del día.

Notas:

1 Juan Forero, “US to step up spraying to kill Colombia coca”, The New York
Times, 4 de septiembre, pp. 1. Estos resultados son de cálculos aproxima-
dos de Estados Unidos, basados en imágenes de satélites y proyecciones de
analistas. Debe notarse que la cantidad de coca que según informes está en
auge en Colombia difiere mucho según la fuente y la tecnología utilizada.
Por ejemplo, el Programa de Control de Droga de las Naciones Unidas,
utilizando otra tecnología, encontró en noviembre del 2001 que la produc-
ción de coca en Colombia había caído un 11% , como informó The Econo-
mist, el 7 de septiembre del 2002.
2 Estas advertencias pueden ser encontradas en la propia página web de
Monsanto para el Roundup, en www.roundup.com.
3 Las compañías químicas en Estados Unidos están obligadas a publicar el
“ingrediente activo” en los pesticidas y herbicidas del mercado. Sin embar-
go debido a la preocupación de corporaciones por proteger secretos de
mercado, no se les requiere revelar la composición de “ingredientes iner-
tes” u otros químicos que son mezclados con el ingrediente activo para au-
mentar su potencia o efectividad.
4 “Report on issues related to the aerial erradication of illicti coca in Colom-
bia”. Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, Sep-
tember 2002.
Http://www.state.gov/g/inl/rls/rpt.aeicc/13237.htm
5 El gobierno colombiano alega que sus aviones no fumigan más cerca de 10
kilómetros de la frontera, pero los agricultores ecuatorianos han descrito
aviones en su territorio tan recientemente como en enero del 2002. Vea
Reese Erlich, “Drug Spraying hurts us, Ecuadro farmers charge’ St. Petes-
burg Times, 12 de mayo 12 de 2002, p. 16 A.
6 Saavedra, Luis Ángel. Daños Ambientales. Efectos de la Violencia y de la
Política Antidrogas, Conflicto Colombia, Lima: Asociación Civil Noticias
Aliadas, Mayo del 2002, p.13.
7 Muchos ambientalistas, incluyendo oficiales de la World Wildlife Federa-
tion, han señalado las similitudes entre la destrucción ambiental y efectos
de la salud causados por el Agente Naranja, usado para desfoliar los bos-

63
ques del sureste de Asia durante la guerra de Vietnam, y el Roundup utili-
zado en Colombia. Monsanto, la compañía que desarrolló Roundup tam-
bién producía el Agente Naranja. Ver Danielle Knight, “Plan Colombia: Fu-
migation Threatens Amazon, Warns Indigneous Leaders, Scientists” Inter
Press Service, 21 de noviembre del 2000.
8 Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, 2002.
9 Amazon Watch. Civil Conflict and Indigenous Peoples in Colombia Ama-
zon (marzo, 2002). Http://www.amazonwatch.org/megaprojects/plan-
col.html.
10 García, M. Agrochemicals at the Eye of the Anti-Drug Storm. Tierraméri-
ca, http://www.tierramerica.net/2001/0819/iarticulo.s.html.
11 Forero, J. (30 de julio 2001). Judge in Colombia halts Spraying of Drug
Crops. The New York Times.
12 The Los Ángeles Times. (Junio 16, de 1994). How to be effective against co-
caine: RAND study shows power of fighting demand. PB6.
13 Johnson, T. (6 de septiembre 6, del 2002). US defends herbicide use to da-
mage Colombian coca. The Miami Herald.
Http://www.miami.com/mld.miamiherald/news/world/ameri-
cas/4012705.htm.
14 Entrevista anónima con un habitante Shuar del área afectada.

Judith Walcott es graduada de la Universidad de Tufts, y anterior volun-


taria de Cultural Survival. Pasó el último año en Ecuador gracias a una
beca Fulbright estudiando los efectos de los conflictos en la frontera en los
pueblos indígenas del Ecuador. Para contactarla:
judith_walcott@yahoo.com.

64
Referencias y lecturas futuras

Brodzinsky, S., Adams, D.,y De la Garza P.


2001 “Spraying in Colombia – is it safe?” St. Petesburg Times. P1A.
Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs
2002 Report on issues related to the aerial erradication of illicit coca
in Colombia.
Http://www.state.gov/g/inl/rls/rpt.aeicc/13237.htm.
De la Garza, P.
2001 “El plan de fumigación en Colombia podría ser repensado,
dice un oficial”. St. Petesburg Times. P14A.
The Economist
2002 “La guerra del herbicida: un nuevo gran esfuerzo para repre-
sar la industria de la cocaína”, The Economist. P36.
Forero, J.
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2002 “Un alto oficial de los derechos humanos de Colombia reco-
mienda la suspensión del programa de erradicación del culti-
vo de droga”. The Associated Press.

66
7
CAPÍTULO

Voces indígenas en Washington, D.C.


Por Betsy Marsh

Desde julio del 2000 Estados Unidos han gastado más de USD
1.3 mil millones de impuestos en ayuda militar y policíaca en Colom-
bia, principalmente en programas antinarcóticos. Más de USD 500 mi-
llones se gastaron en operaciones antinarcóticos masivas en el sur de la
región amazónica de Colombia, lo cual incluye la fumigación aérea de
herbicidas para erradicar cultivos de coca ilícitos. En los últimos dos
años el activismo indígena en contra de la fumigación aérea llamó la
atención de los diseñadores de política en Washington D.C., llevó a un
escrutinio mayor del programa de fumigación aérea y fortaleció el apo-
yo de la sociedad civil de Estados Unidos a una política más justa hacia
Colombia.
Las administraciones del presidente de Estados Unidos George
W. Bush y del presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez preferirían
no publicar las consecuencias ecológicas y de salud del programa de fu-
migación aérea. Pero las organizaciones colombianas de indígenas y
campesinos en las regiones afectadas se han enfrentado a las repercu-
siones, tanto políticas como potencialmente violentas, para contar sus
historias en Colombia e internacionalmente. Han llevado las historias
de las comunidades afectadas y la demanda de suspender las fumiga-
ciones aéreas a los pasillos del Congreso, a la administración Bush y a
las conferencias de prensa y reuniones de organizaciones no guberna-
mentales y grupos de derechos humanos con sede en Estados Unidos.
Las organizaciones indígenas colombianas han viajado a Was-
hington D.C. por varias razones. Para algunos, el ejercer presiones so-
bre los diseñadores de políticas para que se reoriente la ayuda estadou-
nidense y encontrar posibles aliados para presionar y avanzar los dere-
chos indígenas es de suma importancia. Según José Soria, secretario ge-
67
neral de la Organización de Pueblos Indígenas de la Amazonía Colom-
biana (OPIAC), “hoy más que nunca vemos cómo cada día el gobierno
limita nuestras opciones para conseguir nuestras aspiraciones como
sociedades particulares. Por lo tanto, es crucial reunirse con las organi-
zaciones de apoyo estadounidenses y con los legisladores congresistas
quienes creen en la lucha por el renacimiento de nuestros pueblos. En
nuestra visita a Estados Unidos estipulamos claramente que el Plan Co-
lombia es un plan para la guerra, no para construir la paz que los co-
lombianos necesitan. Es un plan que va a devastar la vida que existe en
la Amazonía que es nuestro hogar. La ayuda de Estados Unidos para el
Plan Colombia solamente podría ayudar a construir la paz si se invir-
tiera en programas de desarrollo social real para los agricultores y para
hacer revivir la cultura de los pueblos indígenas. Esta es la meta que te-
nemos y por la cual continuamos trabajando”.
Otras organizaciones indígenas llevaron sus mensajes a Washing-
ton porque están frustrados por la falta de respuesta del gobierno colom-
biano. “Nuestro gobierno no nos escucha, a pesar de que nuestros dere-
chos son reconocidos en la Constitución colombiana,” dice un líder de la
Organización de Indígenas de la Zona del Putumayo (OZIP). “Por esta
razón tenemos que apelar a otras fuentes para que nuestro mensaje pue-
da ser escuchado al nivel internacional y la presión pueda ser ejercida so-
bre el gobierno colombiano. El educar a los miembros del Congreso de
Estados Unidos y al público americano es de importancia crucial”.
Desde el inicio, la participación de los líderes indígenas colom-
bianos en eventos en Washington ha sido crítica para la concientización
del público y de quienes diseñan las políticas norteamericanas sobre la
erradicación aérea de la coca apoyada por EEUU. Después de que el
primer programa de ayuda de Estados Unidos para Colombia se otor-
gó en julio del 2000, los líderes indígenas amazónicos estuvieron entre
los primeros colombianos que visitaron Washington para denunciar
los fondos de Estados Unidos para el programa de fumigación aérea.
Habían visto los resultados de la erradicación aérea de la coca en Co-
lombia desde 1994 y no se hacían falsas ilusiones con respecto a las con-
secuencias de una campaña de fumigación aérea intensificada. En una
conferencia de prensa en el Capitolio, llevada a cabo el 16 de noviem-
bre del 2000, un líder de la OPIAC se enfrentó a una multitud de repor-
teros, asistentes de congresistas y oficiales del Departamento de Estado
de Estados Unidos y declaró: “la fumigación aérea con herbicida viola
nuestros derechos y nuestra autonomía territorial. Ha intensificado la
violencia del conflicto armado y ha forzado a la gente a dejar sus hoga-
68
res después de que sus cultivos de alimentos han sido destruidos. La fu-
migación en Colombia debe terminar inmediatamente”. En esa confe-
rencia de prensa, otro líder indígena de la OZIP, junto a científicos am-
bientalistas de Estados Unidos y Colombia y expertos en políticas de
droga, resaltaron los aspectos más críticos del programa de fumigación
aérea. Sus esfuerzos lanzaron una campaña en Estados Unidos para
suspender la erradicación aérea en Colombia y proveer las bases para
un nuevo sitio Web (usfumigation.org) dedicado a proveer informa-
ción sobre el programa de fumigación para periodistas, activistas de
movimientos locales y ciudadanos preocupados.
El activismo de los líderes indígenas colombianos en Washing-
ton también fue un instrumento para establecer una rigurosa evalua-
ción sobre el programa de fumigación. En marzo del 2002, líderes in-
dígenas de la OPIAC y la OZIP formaron un equipo con varios aliados
colombianos para reunirse cara a cara con 20 administradores y cien-
tíficos de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos
(EPA). El acta de Estados Unidos para ayuda extranjera del 2002 reque-
ría que el Departamento de Estado enviara un informe al Congreso,
después de consultar con la EPA, mostrando que los químicos utiliza-
dos en el programa de fumigación aérea no tenían ningún riesgo irra-
zonable ni efectos adversos para humanos o el medioambiente. La reu-
nión fue organizada de manera que la delegación colombiana pudiera
expresar sus preocupaciones sobre el programa directamente a la EPA
y exigirle a la agencia una valoración completa y rigurosa de la salud y
los riesgos medioambientales. Según fuentes de la agencia, los testimo-
nios de los líderes indígenas y de otros colombianos causaron fuerte
impacto en los oficiales de la EPA y los motivó para enfocar mayor
atención en los análisis. La reunión, junto con la presión de los grupos
de apoyo de Estados Unidos, motivó a la EPA a producir un análisis
que fue de muchas formas un juicio preventivo y crítico de la salud y
riesgos ambientales del programa de fumigación aérea.
El parte de la EPA del informe del Departamento de Estado no
era completo y no respondió a todas las preocupaciones expuestas, pe-
ro fue, sin embargo, una valoración más rigurosa y justa de lo que hu-
biera podido esperarse. Aunque el informe del Departamento de Esta-
do al Congreso minimizó e ignoró muchas de las preocupaciones su-
brayadas en el análisis de la EPA, el Departamento de Estado cumplió
con la recomendación de la EPA de cambiar a una mezcla de herbicida
menos tóxica. La continuación del escrutinio del Congreso del análisis
de la EPA podría llevar a otros cambios en el programa de fumigación.
69
Por último, el trabajo continuo de presión compartido por las
organizaciones indígenas colombianas y grupos de políticas y activistas
para los derechos indígenas activos en el Capitolio ha asegurado que los
miembros del Congreso de Estados Unidos se mantengan informados
sobre los costos de la erradicación aérea y que estén presionados para
tomar acciones. Al participar en giras de charlas en Estados Unidos y en
eventos de educación a nivel comunitario patrocinados por organiza-
ciones aliadas, los líderes indígenas colombianos han alcanzado los
electores estadounidenses y los han incitado a educar a sus legisladores
sobre este tema. Organizaciones indígenas han colaborado también
con socios norteamericanos para distribuir sus comunicados de pren-
sa e informes acerca de la fumigación aérea a los diseñadores de políti-
cas en Estados Unidos. Los esfuerzos coordinados han aumentado la
presión en los legisladores de Washington para suspender los fondos de
Estados Unidos para la erradicación aérea y han fortalecido los esfuer-
zos de la sociedad civil norteamericana.

Panorama

Miembros del Congreso de Estados Unidos han respondido a es-


te trabajo de presión colaboradora. Los legisladores como el Senador
Patrick Leahy, el difunto Paul Wellstone y Russ Feingold, y los Repre-
sentantes Jan Schakowsky, Ike Skelton, Nancy Pelosi y John Conyers
han criticado fuertemente la actual política de Estados Unidos hacia
Colombia. Sus intervenciones en el Congreso y el Senado han motiva-
do a un número creciente de diseñadores de políticas a cuestionar la sa-
biduría y efectividad de la política Estados Unidos en Colombia. Esta
concientización entre los legisladores norteamericanos ha llevado a
cambios positivos en los últimos programas de ayuda de Estados Uni-
dos a Colombia: en la ley de ayuda extranjera del 2002, el Congreso or-
denó el Secretario de Estado cumplir con varios requisitos con respec-
to al programa de fumigación aérea. Además de requerir la consulta
con la EPA, el acta de ayuda extranjera también requiere que el Depar-
tamento de Estado demuestre que el programa se está llevando a cabo
de acuerdo con las regulaciones de Estados Unidos y la Ley colombia-
na, que los procedimientos estén disponibles para evaluar denuncias
sobre daños a la salud o daños a los cultivos legales de alimentos, que
se provea compensación para las demandas que lo merezcan y que exis-
tan programas de desarrollo alternativo en la áreas fumigadas. En una

70
versión del Senado del proyecto de ley de ayuda extranjera del 2003, es-
tos requerimientos del programa de fumigación son aún mayores, pe-
ro han sido eliminados de la versión del proyecto de ley de la Casa de
Representantes. Los resultados para el próximo año todavía no se sa-
ben, pero la inclusión de estos requerimientos en el acta de ayuda ex-
tranjera del 2002 y el proyecto de ley de ayuda extranjera del Senado
del 2003, significa que la protesta pública de los pueblos indígenas de
Colombia y los grupos de Estados Unidos está teniendo un impacto. A
pesar de algunas respuestas positivas en el Congreso, la administración
Bush intentó fumigar cerca de 375,000 acres para erradicar la coca en
el 2002 y un récord de 500,000 acres en el 2003. Uribe dijo a las Nacio-
nes Unidas en septiembre del 2002 que “bajo ninguna circunstancia
política iban a suspender la fumigación aérea de los cultivos ilícitos en
Colombia”.1
Ante la perspectiva de una fumigación aérea intensificada, las
organizaciones indígenas colombianas no dudarán en continuar pre-
sionando para abandonar el programa de erradicación aérea. Las giras
de charlas a través del país, las delegaciones a Washington, las conferen-
cias de prensa y la movilización a nivel comunitario son proyectos de
recursos intensivos y requieren apoyo de una organización coordina-
dora comprometida y de voluntarios preocupados. Sin embargo, la efi-
cacia de sus esfuerzos en Estados Unidos depende en gran medida del
apoyo de las organizaciones y ciudadanos norteamericanos. Carmen
González, profesora de leyes en la Universidad de Seattle, comprome-
tida con temas relacionados con Colombia, ha tomado la oportunidad
de ayudar. “Una de mis metas como profesora de leyes es forjar un sen-
tido de responsabilidad social entre los estudiantes,” dice. “Es crítico
para los estudiantes escuchar a los representantes de las comunidades
indígenas con el objetivo de entender las causas y consecuencias del
conflicto en Colombia y entender el papel de la política extranjera de
Estados Unidos”. Ciertamente, mientras más grande sean los grupos
norteamericanos y los individuos que trabajen para magnificar la voz
de las organizaciones indígenas colombianas, más pronto veremos una
política de Estados Unidos hacia Colombia más justa.

Nota:
1 “Colombia No Suspenderá Fumigaciones,” CNE, Septiembre 12 del
2002.

71
Betsy Marsh es coordinadora del programa de la Alianza Amazónica, una
coalición con base en Washington D.C. de organizaciones de pueblos indí-
genas y tradicionales de la Cuenca del Amazonas y grupos de derechos hu-
manos y ambientales de Norte y Sur de América.

Apoye a las Voces Indígenas en Washington D.C.


Contacte estos grupos para aprender cómo puede actuar localmente
para fortalecer la voz de los pueblos indígenas en el debate sobre la po-
lítica de Estados Unidos hacia Colombia.

Amazon Alliance
www.amazonalliance.org

Amazon Watch
www.amazonwatch.org

American Friends Service Committee


www.afsc.org/pindx/colombia.htm

Latin America Working Group


www.lawg.org

Washington Office on Latin America


www.wola.og

Witness for Peace


www.witnessforpeace.org

72
8
CAPÍTULO

Una experiencia en el Putumayo


Una narración anónima (Según se contó a Nataly Fletcher)

Yo soy el gobernador, la máxima figura de autoridad, de una co-


munidad Inga - Santiago del alto Putumayo.
La fumigación aérea ha afectado toda el área del alto Putuma-
yo. Nuestros tomates, frijoles, y plantas de plátano han muerto, y
nuestras fuentes de plantas medicinales tradicionales se han extingui-
do por completo. Al principio no sabíamos por qué todas nuestras
plantas se estaban muriendo, pero entonces aprendimos que esto era
un resultado del herbicida rociado en el bajo Putumayo y que los
efectos se estaban esparciendo hasta nosotros. Es por eso que todas
nuestras plantas han muerto. También, nosotros, la gente del Valle de
Sibundoy, comenzamos a notar enfermedades extrañas y no sabía-
mos qué las causaba. Notamos síntomas comunes entre los miembros
de la comunidad tales como dolores de cabeza, fiebres y lesiones por
todo nuestro cuerpo. Intentamos utilizar nuestros baños de hierbas
tradicionales, pero no funcionaron para curar estos males. También
estamos experimentando problemas terribles en el Valle de Sibundoy
porque muchas familias indígenas desplazadas vienen a nuestra co-
munidad y no tenemos forma de ayudarlos. Ellos necesitan y requie-
ren refugio y tierra. Esto nos preocupa mucho porque no tenemos re-
cursos. He exigido que organizaciones ayuden a los indios y especial-
mente a los ancianos, porque con la próxima fumigación aérea, segu-
ramente todo lo que tenemos se irá.
Hablando solamente desde la experiencia de mi familia, hemos
tenido 25 familias que han llegado buscando refugio, muchas con ni-
ños pequeños. Esto es para lo que estoy trabajando, para tratar de dar-
les aunque sea media hectárea de manera que puedan tener un lugar
para vivir.
73
La gente que ha venido a mi casa buscando refugio ha dicho que
están dejando [sus hogares] porque ya no pueden vivir mas allí porque
no pueden trabajar. Y si envían a alguien de su familia a trabajar, y esa
persona gana algo, al regresar a su hogar con las ganancias le asaltan en
el camino y pierde todo lo que ha ganado.
Yo no he escuchado hablar de reclutamientos de las FARC y de
los paramilitares en nuestra comunidad. En el Valle de Sibundoy, he es-
cuchado de casos de reclutamiento y de gente que se une voluntaria-
mente. Tengo tres muchachos jóvenes y dos niñas. Una vez las guerri-
llas vinieron a hablar con ellos y les dijeron que les pagarían y apoya-
rían completamente a nuestra familia. Afortunadamente, los he criado
bien - entienden las cosas y son educados - de manera que no acepta-
ron. Siempre le digo a la gente que no queremos eso en nuestro pueblo,
que es un peligro para nuestras familias y nuestras comunidades y que
ellos pueden matarnos. Trabajaremos y nos sacrificaremos, y posible-
mente nos quedaremos pobres, pero así estamos mejor. Trato de esta-
blecer un buen ejemplo para mi pueblo.
En el Valle de Sibundoy, tenemos nuestra propia solución, y por
esta razón no tenemos un problema tan grande con las guerrillas. Ellos
podrían venir por un par de semanas, pero luego se marchan, porque
lo que hago es escuchar lo que mis ancestros me enseñaron. Yo utilizo
nuestra medicina tradicional y les pido a Dios y a la Virgen que cuiden
mi pueblo de estas fuerzas malignas. Estos remedios funcionan. De es-
ta forma, ellos no molestarán a los indios.
Nataly Fletcher es investigadora independiente en temas de políti-
cas latinoamericanas contemporáneas. Recientemente completó los cursos
para el programa de maestría en Estudios Latinoamericanos en la Univer-
sidad Andina Simón Bolívar en Quito, Ecuador, con la ayuda de una be-
ca Fulbright.

74
9CAPÍTULO

Resistencia innovadora en el Cauca


Por Joanne Rappaport

Como los grupos indígenas y de los derechos humanos han do-


cumentado ampliamente en los últimos años, los pueblos nativos de
Colombia son un blanco cada más vez importante en el conflicto ar-
mado de la región; blanco no solamente de los paramilitares y sus alia-
dos en el ejército colombiano, sino también de las varias organizacio-
nes de guerrilla. De cierto modo, los pueblos nativos están atrapados
entre dos líneas de fuego (el ejército colombiano y otros grupos arma-
dos): los paramilitares y el ejército los acusan de apoyar a la guerrilla, y
las guerrillas los acusan de dar apoyo a los paramilitares. Los territorios
en los que habitan, los cuales en algunas regiones comprenden la ma-
yoría de las tierras disponibles, son codiciados como corredores para el
movimiento de abastecimientos y tropas, y en muchos casos proveen
tierras fértiles para el cultivo de los campos ilícitos de coca, cuyas ven-
tas financian el conflicto.
La política indígena de reclamar tierras está enfrentada con los
terratenientes, quienes financian a los paramilitares y pagan impuestos
a las guerrillas. Sin embargo, los territorios indígenas - llamados res-
guardos - son entidades legales distintas bajo la ley colombiana, reco-
nocidas como comunales y no disponibles para renta o venta, y gober-
nadas por autoridades indígenas. Es decir, que la presencia indígena en
muchas partes del país sirve como un obstáculo para el libre ejercicio
de dominio de los grupos armados, incluyendo el ejército colombiano.
El posicionamiento político de estas comunidades - que mantienen au-
tonomía frente a los proyectos políticos de la derecha y de la izquierda,
así como de los partidos políticos tradicionales, Liberal y Conservador,
que han controlado la política colombiana durante casi dos siglos - es
incompatible con las ideologías de los grupos armados. Como conse-

75
cuencia, las comunidades indígenas de Colombia han sufrido secues-
tros y masacres y aparecen en las listas cada vez más largas de los des-
plazados, ya que sus pueblos son constantemente atacados, sus autori-
dades tradicionales arrasadas y los líderes continuamente amenazados.
Pero estas comunidades no están indefensas.
Tres décadas de organización étnica de parte de los pueblos na-
tivos han impactado el panorama político colombiano, produciendo
una gama viva de organizaciones indígenas locales, regionales y nacio-
nales que han estado activas en la legitimación y fortalecimiento de la
autoridad indígena, el reclamo de tierras y proveen alternativas especí-
ficas completas y culturales en educación, desarrollo económico y sa-
lud. Tres representantes indígenas de estas organizaciones guiaron la
Asamblea Constituyente en 1991 para establecer una constitución que
reconozca a Colombia como una nación multiétnica y pluricultural.
Desde entonces, han negociado para una reestructuración de las unida-
des territoriales, originalmente propuesta por la constitución de 1991
pero nunca codificada en la ley, la cual va a legitimar la meta de la au-
tonomía que siempre ha guiado su acción política. Y en una ola sin pre-
cedente de victorias electorales, han enviado representantes a las legis-
laturas nacionales y provinciales, han tomado control de numerosos
gobiernos municipales e incluso los han elegido para posiciones ejecu-
tivas a nivel provincial, apoyados por coaliciones de indígenas, trabaja-
dores, campesinos y organizaciones urbanas populares.1 El significado
de la entrada de los pueblos nativos en el escenario político colombia-
no es más aparente cuando recordamos que solamente el 2% de la po-
blación colombiana es indígena; estas organizaciones representan un
pequeño porcentaje de colombianos, pero han adquirido una voz que
sobrepasa de lejos su proporción numérica para establecer una nueva
agenda para la nación. De ahí que el movimiento indígena constituye
una amenaza manifiesta a la elite colombiana y sus partidos políticos
tradicionales, así como a los paramilitares que defienden la oligarquía.
También amenaza a las guerrillas, quienes ven a las organizaciones ét-
nicas firmemente bajo su formación.2
A pesar de los peligros a los cuales las comunidades indígenas y
sus líderes están sujetos, el movimiento indígena les provee alternativas
concretas para la auto defensa y los arma con propuestas innovadoras
para trascender el impasse del conflicto armado. La muestra más gran-
de e inspiradora de alternativas ha sido presentada por varias organiza-
ciones indígenas del Cauca, una provincia montañosa con una impor-
tante población indígena en el suroeste de Colombia, cuyo movimien-
76
to étnico ha servido como modelo para organizar a los pueblos nativos
a través del país. El trabajo de dos organizaciones regionales, el Conse-
jo Regional de Indígenas del Cauca (CRIC) y las Autoridades Indígenas
de Colombia (AICO), ha trascendido los límites regionales.

Protección chamánica

Mientras visitaba la comunidad Nasa de San José del Guayabal


en Cajibio, el Cauca, en el verano del 2001, me invitaron a participar en
un ritual chamánico enfocado en la protección de los habitantes con-
tra los actores armados que operan en las vecindades. La gente de San
José se mudó a Cajibio después de un terremoto y desprendimiento de
tierras en 1994 que asolaron Tierradentro, su resguardo. Al transferir-
se del gran ambiente de los nasa de Tierradentro a Cajibio, una región
en gran medida marcada por las luchas de los agricultores por la tierra
y conflictos violentos, la gente de San José fue confrontada por la si-
multánea presencia de dos organizaciones guerrilleras - Las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Libera-
ción Nacional (ELN). Cajibio colinda con la costa Pacífica y el valle en-
tre sierras en que la capital provincial de Popayán está ubicada, así que
sirve como corredor vital para el movimiento de todos los actores ar-
mados. Enfrentados con el peligro inminente, los residentes de San Jo-
sé, como los de otras comunidades nasa, experimentaron la necesidad
de establecer una salvaguardia para protegerse a sí mismos de la turbu-
lencia de su nuevo hogar.
Junto con los habitantes del pueblo, que está construido en una
línea a lo largo del borde de un cerro, pasé la noche masticando coca y
hierbas medicinales mientras un chamán de Tierradentro observaba
los peligros que confrontaba la comunidad por medio de la lectura de
signos corporales. Temprano en la mañana bajamos al pueblo llevando
pequeñas rocas y nos mandaron soplar coca contra todos los enemigos
de San José - el ejército y policía colombianos, las guerrillas, los para-
militares y los gringos. Veían con humor mi participación en asegurar
la protección contra éstos, quienes amenazaban con fumigar los cam-
pos de amapola de Tierradentro bajo el mandato del Plan Colombia,
pero el ritual fue extremadamente serio. Mientras que Cajibio ha sido
inundado por la hostilidad desde el ritual, Guayabal ha permanecido
protegido de la matanza, protegido tanto por la intervención chamáni-
ca como por la mediación por parte de las autoridades de la comuni-

77
dad, quienes han logrado mantener a las guerrillas y a los paramilitares
fuera del pueblo. Como la elite colombiana, que se protege con guar-
dias armados y comunidades controladas, Guayabal produjo con estos
rituales chamánicos lo que el movimiento indígena llama con humor
un “carro blindado” para cruzar el paisaje colombiano.
La eficacia del ritual chamánico radica en el restablecimiento de
la armonía cósmica, uno de sus beneficios inmediatos, y fortifica las co-
munidades contra la agresión externa. CRIC, AICO y organizaciones
indígenas en toda Colombia también han enfatizado la revitalización
cultural como una meta política que contribuye a obtener un entendi-
miento específicamente indígena de autonomía, unidad y territorio,
tres de los principios más básicos que mantienen la organización polí-
tica indígena. Es fundamental para el proceso de revitalización la re-in-
troducción de una ideología espiritual que fusione la política con la es-
piritualidad. La atención a las implicaciones cósmicas de los actos po-
líticos se enfatiza en reuniones públicas en las cuales se discute la natu-
raleza del control territorial indígena y se imagina el futuro de la auto-
nomía indígena. Los chamanes desempeñan un papel activo en la ma-
yoría de las actividades de estas organizaciones, desde la selección del
liderazgo y momentos y lugares para los reclamos de tierras, hasta el
desarrollo del currículo de escuelas locales y la provisión de centros de
salud en las comunidades. Al poner a los jóvenes en contacto con el
complejo balance del cosmos, los chamanes esperan que sean capaces
de evaluar de mejor manera sus alternativas y escoger trabajar con sus
comunidades en lugar de migrar a las ciudades o unirse a los grupos de
guerrilla. En las reuniones indígenas regionales y nacionales que tratan
de la violencia en las comunidades nativas, las discusiones se centran en
la necesidad de profundizar el compromiso de los pueblos indígenas
con sus ambientes sobrenaturales. En grupos de discusión sostenidos
en el Congreso de Pueblos Indígenas de Colombia en Noviembre del
2001, en respuesta a los fuertes ataques contra las comunidades nativas,
se hizo hincapié una y otra vez en la educación cultural y participación
ritual como estrategias para la supervivencia indígena.

Guardias indígenas

Poco después de mi experiencia en Cajibio, un amigo me invitó


a visitar López Adentro, un asentamiento interétnico que fue estableci-
do en los ochenta cuando militantes indígenas y sus aliados afrocolom-

78
bianos ocuparon una plantación de azúcar (Espinosa 1996). López
Adentro está ubicado en el norte del Cauca, dentro del resguardo de
Corinto, donde los negocios agropecuarios mantienen el control sobre
vastas plantaciones de azúcar y los grandes terratenientes histórica-
mente han empleado métodos violentos para suprimir la militancia de
pueblos nativos, afrocolombianos y campesinos. Corinto es un centro
del conflicto armado bien conocido, un territorio disputado por los
paramilitares y las FARC. El movimiento indígena de esta región ha la-
mentado la pérdida de muchos de sus líderes; el más conocido es Álva-
ro Ulcué, sacerdote nasa de Toribio, a quien un agente de policía dispa-
ró en 1984 en la ciudad de Santander de Quilichao; el movimiento cree
que el agente fue pagado por los grandes terratenientes de la región.
Más recientemente, en el 200, Cristóbal Sécue, expresidente del CRIC,
fue asesinado por individuos identificados por la comunidad como
miembros de las milicias afiliadas a las FARC.
Cuando le conté a mi amigo que temía por mi seguridad, me di-
jo que estaría segura en López Adentro, que está protegido por una
guardia indígena - también llamada “guardia cívica” - compuesta de
voluntarios de la comunidad, quienes, bajo el mando del cabildo (con-
sejo autónomo de indígenas de la villa) patrullan la villa y mantienen
el orden en eventos públicos armados solamente con bastones. Debido
a la protección provista por la intervención chamánica, el guardia in-
dígena se ha convertido en omnipresente en las comunidades Nasa. In-
dividuos de toda clase (ancianos, mujeres, adolescentes, hombres de
mediana edad) se convierten en guardias. Estas son las mismas perso-
nas que participaron en las ocupaciones de tierras en el pasado y que
actualmente han participado en movilizaciones masivas; ellos nunca se
convertirán en líderes, pero son los fundadores locales del movimien-
to indígena.
A diferencia de las rondas campesinas (unidades de defensa
campesinas) de Perú o CONVIVIR en Colombia, la formación de
guardias indígenas en comunidades indígenas no es promovida por el
gobierno colombiano. Por eso, ha evitado el sino de los grupos de de-
fensa campesina CONVIVIR establecidos por el Presidente Andrés
Pastrana en 1994, muchos de los cuales se han transformado en grupos
paramilitares a través de sus contactos con el ejército. Debido a que los
guardias indígenas no están armados, son diferentes de las estrategias
de autodefensa empleadas por indígenas del Cauca en los 80s, inclu-
yendo aquellas usadas por El Movimiento Armado Quintín Lame, un
grupo de guerrilla cuya membresía era en gran parte nasa.3 Los guar-
79
dias son una estrategia específicamente indígena para aumentar el con-
trol del cabildo para confrontar los actores armados y defender los de-
rechos humanos en las comunidades.
Como el cabildo, las operaciones de la guardia indígena deben
contextualizarse dentro de la esfera espiritual así como la política. Am-
bos llevan bastones de mando de oficio así como credenciales de su au-
toridad. Como Marcos Yule, lingüista nasa, explicó en el Foro Nacional
de Resistencia Indígena en Popayán en marzo del 2002: “el Bastón de
Mando de Oficio es el símbolo de la Guardia Indígena. Está hecho de
material vegetal (madera de chonta), simbolizando la resistencia de las
Autoridades. Sus cintas, de nueve colores diferentes, representan a los
Seres Dependientes de la Máxima Autoridad, porque la tierra es la se-
milla de la vida; para nuestro pueblo el bastón de mando es una guía,
lo cual significa estar al frente de la comunidad”.4
El bastón de mando convierte a un grupo de mando variado en
una forma tradicional de autoridad, la cual, como el cabildo y los sha-
manes, asegura la autonomía indígena. Este es un ejercicio de intensa
espiritualidad apuntado a restaurar la armonía de la comunidad a tra-
vés de formas simbólicas que sitúan la guardia dentro de la perspectiva
de lo que el movimiento llama ley ancestral. Así, esta estrategia de au-
to defensa está íntimamente relacionada a los rituales chamánicos de
los que yo fui testigo en Guayabal.
Pero como las ceremonias chamánicas políticamente motivadas,
la espiritualidad de la guardia indígena está sujeta a un amplio propó-
sito ideológico. Los miembros jóvenes de la guardia asisten a eventos a
los que de ninguna otra forma hubieran asistido, brindándoles un foro
para explorar su identidad étnica y una posición importante dentro de
la cual pueden encontrarse a sí mismos como jóvenes nasas modernos.
En el Congreso de Pueblos Indígenas de Colombia, la guardia fue des-
crita como una estrategia significativa mientras fuese “fortalecida con
principios culturales.” Es decir, es una táctica para entrenar activistas
indígenas, “una escuela en proceso de formación,” según explicaba Luis
Acosta, coordinador de la guardia en el norte del Cauca, en El Foro Na-
cional de Resistencia Indígena. Los resguardos están comenzando a
proveer entrenamiento para sus guardias, incluyendo talleres sobre his-
toria indígena y derechos humanos coordinados por facilitadores euro-
peos. Dado que estos reclutas no suelen asistir a los talleres regulares re-
gionales y locales para los líderes del movimiento, y existen entre 50 y
100 guardias en cada comunidad, estos talleres en el resguardo proveen

80
un foro nuevo y amplio en que las ideologías de los procesos de orga-
nización indígena pueden exponerse.

Resistencia Civil

Los ejemplos más impactantes de la resistencia indígena en los


últimos años son las reuniones espontáneas de miembros de comuni-
dades nativas - muchas veces con la participación de sacerdotes y
acompañadas por música - que han rechazado los ataques de las FARC.
La primera de éstas tuvo lugar en la comunidad Nasa de Caldono el 10
de noviembre, del 2001 después de que las guerrillas arrojaron grana-
das en la estación de policía. Más de 4.000 miembros de la comunidad
sin armas fueron convocados por el gobernador del resguardo, quien
habló por los altoparlantes de la ciudad utilizando una grabación de
Mercedes Sosa como fondo musical. Caldono había sido atacada y sus
edificios públicos destruidos en cuatro ocasiones entre 1997 y 1999 por
el mismo grupo guerrillero.5 Solamente cinco días después, los habi-
tantes campesinos no indígenas de Bolívar, una ciudad al sur del Cau-
ca, siguiendo el ejemplo de Caldono, resistieron un ataque de las FARC
en sus municipalidades.6 Doscientos ocupantes del ELN fueron expul-
sados de manera similar de la comunidad nativa de Coconuco a media-
dos de Diciembre del 2001.7 El primer herido indígena en esta serie de
manifestaciones también ocurrió en el 2001: el 31 de diciembre, en el
resguardo Puracé, Jimmy Guauña, un músico y estudiante universita-
rio, fue abaleado por invasores de las FARC.
El ejemplo más reciente de resistencia civil ocurrió durante el
verano del 2002, cuando las guerrillas de las FARC amenazaron las mu-
nicipalidades del Cauca con represalias violentas si sus oficiales electos
no se retiraban inmediatamente de sus puestos, en un intento de des-
mantelar el estado colombiano desde sus fundamentos.8 Se veían par-
ticularmente amenazadas las municipalidades cuyos alcaldes eran indí-
genas y miembros de la Alianza Social Indígena, un partido político al-
ternativo vinculado con el movimiento indígena. El electorado exigió
que no se rindieran y juró defenderlos ante las FARC.9 Toribio era una
de esas municipalidades desafiantes. Atacada en la noche del 11 de ju-
lio y en la mañana del 12 de julio, la población, liderada por uno de sus
sacerdotes, consiguió que las FARC liberaran a los 14 policías que ha-
bían capturado.10

81
Aunque la resistencia civil solamente empezó a ser utilizada en-
tre los pueblos indígenas del Cauca en el otoño del 2001, las bases pa-
ra esta aseveración de la autonomía indígena en contra de las guerri-
llas se consolidaron años antes. En marzo de 1999, los cabildos del
Cauca se reunieron en el pueblo de Jambaló para delinear los múlti-
ples ejes del conflicto que estaban fragmentando sus vidas. Estable-
ciendo su autoridad sobre la base de sus derechos ancestrales, los ca-
bildos acusaron varios intrusos, a quienes identificaron por llevar a ca-
bo operaciones en el territorio indígena en violación de la autonomía
nativa. Los actores armados - el ejército colombiano, los grupos de
guerrilla y los paramilitares -, narcotraficantes, movimientos religio-
sos y partidos políticos tradicionales fueron nombrados y los peligros
que cada uno presenta para las comunidades indígenas definidas. Las
organizaciones armadas se identificaron por incursionar en el territo-
rio indígena, el reclutamiento forzado de gente joven, la intervención
en disputas locales y el uso de nombres de héroes culturales nativos
para nombrar sus unidades militares. Los cabildos acusaron a los nar-
cotraficantes de rentar tierras para cultivar sembríos ilícitos y aprove-
char la miseria de los trabajadores rurales. A los grupos religiosos los
condenaron por la confusión que crearon, su política de poner im-
puestos al fiel y su intervención en las actividades de la comunidad.
Advirtieron a los partidos políticos tradicionales que las comunidades
indígenas solamente podrían ser representadas por cabildos que ope-
raran sobre la base de consenso de la comunidad y en colaboración
con los movimientos cívicos independientes.
De manera importante, la autonomía de los territorios indígenas
y los procesos políticos se enlazaron dentro del marco de la condena-
ción general a las políticas neoliberales y por el deseo de contribuir a la
creación de una Colombia realmente plural.
La resistencia civil de los pueblos nativos colombianos se distin-
gue de otras respuestas a la violencia en el país por la naturaleza colec-
tiva de la respuesta indígena a los intrusos armados, las bases en un
programa de autonomía indígena y las raíces en la institución del cabil-
do respaldadas por un movimiento indígena maduro. Demuestra el pa-
pel trascendental que una pequeña minoría puede jugar en proveer al-
ternativas concretas para un conflicto que se alimenta de las políticas
militares del gobierno colombiano.

82
Desarrollo alternativo

Una de las premisas del Plan Colombia es la fumigación masiva


de los cultivos ilícitos en el territorio colombiano, particularmente en
la parte sur del país, incluyendo el Cauca. Muchos de los afectados en
el Cauca son agricultores indígenas, principalmente guambianos, nasa
y yanacona, quienes cultivan opio, amapolas y coca en las faldas de la
montaña en un intento por sobrevivir en el contexto de una economía
agrícola cada vez peor.11 La sierra colombiana del sur del Cauca, don-
de los resguardos yanaconas están ubicados, al igual que varias comu-
nidades guambia y nasa, han sido sujetos a repetidas lluvias venenosas
de los cielos, a pesar de las objeciones de las autoridades del cabildo y
del gobierno provincial.
Las comunidades nasa se han enfrentado a la fumigación de los
cultivos ilícitos - y frecuentemente de los cultivos legales también - con
represalias chamánicas. Respuestas seculares incluyen la destrucción de
laboratorios de procesamiento de cocaína y erradicación manual de
amapolas, guiados por los cabildos; el primero tuvo lugar en la comu-
nidad nasa de Jambaló y el último en guambía, bajo el liderazgo de Flo-
ro Alberto Tunubalá, ahora gobernador del Cauca. En la sierra colom-
biana, el cabildo mayor, que sirve como una autoridad sombrilla para
35.000 yanaconas organizados en cinco resguardos, ordenó la expul-
sión de 1.000 campesinos arrendadores que cultivaban amapolas en te-
rritorios indígenas.12
Una vez más, sin embargo, la erradicación de la coca no es la
única intención de la reacción de estos indígenas a los cultivos ilícitos.
La resistencia al Plan Colombia a través de la erradicación manual mo-
tiva actividades comunales y promueve su apoyo al cabildo. Es una ex-
periencia educativa, acompañada por talleres en las comunidades y en
reuniones regionales en las cuales los participantes indígenas tienen la
oportunidad de analizar políticas del gobierno y la intervención de Es-
tados Unidos. Las denuncias en este tipo de foros públicos, como la
Primera Audiencia Pública de los Sectores Sociales del Sureste de Co-
lombia para la Vida y la Esperanza, sostenida en Popayán en julio del
2000, demuestra que las comunidades indígenas cuestionan las inten-
ciones del Plan Colombia, al cual ven “como una estrategia de guerra
contra la región”, según un documento de la CRIC.
La erradicación manual de los cultivos ilícitos provee un foro
para expresar un objetivo de paz. Con la elección del líder guambiano
83
Tunubalá a la gobernación provincial, las experiencias de Guambía y
otras comunidades indígenas ahora están formando la política pública.
Las estrategias indígenas para el desarrollo alternativo - expresadas en
planes de vida que visualizan el desarrollo como un proceso a largo tér-
mino que va más allá de una transformación económica13 - se ha con-
vertido en el motor del plan de desarrollo provincial que es sensible a
la necesidad de proveer alternativas a los cultivos ilícitos. Como parte
de estas estrategias, Tunubalá comenzó a trabajar en coalición con los
gobernadores de provincias vecinas en contra de las políticas de fumi-
gación del Plan Colombia.14

Espacios para el diálogo

La proyección de la agenda indígena dentro del espacio regional


y nacional toma lugar en La María, un resguardo guambiano localiza-
do en la vía Panamericana no lejos de Popayán, que en los noventa fue
el sitio de movilizaciones masivas por organizaciones indígenas y cabil-
dos que demandaban que el gobierno colombiano les proveyera de los
servicios sociales básicos. Doce mil indígenas bloquearon la autopista
en La María durante 10 días en junio de 1999, haciendo del lugar un es-
pacio para reuniones comunales a nivel regional. El 12 de octubre de
1999, La María fue designada por el movimiento como un espacio pa-
ra la comunicación intercultural, el diálogo y la negociación. En el mes
de noviembre siguiente, fue una vez más un sitio para movilización po-
pular, esta vez organizada por la CIMA, organización campesina con
base en el macizo colombiano, que contó con el apoyo de uniones la-
borales, movimientos indígenas en general, sectores urbanos popula-
res, y organizaciones indígenas para bloquear la autopista durante to-
do un mes y demostrar el intento intercultural de sus fundadores.
Muchas actividades educativas y políticas han tenido lugar en
La María, incluyendo talleres sobre el Plan Colombia y las fumigacio-
nes. La María también se ha considerado un sitio para negociaciones
regionales de paz involucrando pueblos indígenas, propuesta por el
gobernador Tunubalá como una alternativa a las conversaciones
adoptadas entre el gobierno de Pastrana y las FARC, las cuales fueron
cerradas a la sociedad civil. Un manuscrito de la CRIC describe los es-
tatutos de La María: “la propuesta de La María implica que la socie-
dad civil, y particularmente comunidades indígenas, deben ser un ac-
tor en el proceso de negociación preocupándose por lo social y por el

84
conflicto armado, junto con los insurgentes y el estado colombiano.
Es decir, las negociaciones ya no deben ser bilaterales, sino que deben
convertirse en trilaterales.”
Actualmente, en el cada vez más explosivo contexto creado por
la policía y la militarización promovida por el presidente Álvaro Uribe
Vélez, el mensaje de La María se ha convertido en algo más urgente. Tal
alternativa le permitirá al movimiento indígena comparar sus expe-
riencias de resistencia al conflicto armado y su visión por la paz con to-
dos los colombianos.

Notas:

1 Aunque los agricultores indígenas han sido descritos tradicionalmente co-


mo campesinos por los científicos sociales, campesino es también una ca-
tegoría política en Colombia, distinguida de indígena y organizada en su
propio movimiento social, la Asociación Nacional de Usuarios Campesi-
nos (ANUC), organización que dio nacimiento a la CRIC en los setenta.
2 El 28 de mayo del 2001, un comunicado a la opinión pública emitido por
La Comisión Internacional de las FARC, dice “no es posible divorciar la lu-
cha de los pueblos indígenas, negros y mujeres de la lucha nacional y de la
clase luchadora, las cuales continúan siendo el motor de la historia.”
3 Ver Espinosa (1996) y Peñaranda (1993) en la historia de este movimien-
to guerrillero indígena, el cual nunca aspiró a tomar el poder, pero se de-
sarrolló como una estrategia de defensa de la comunidad contra los terra-
tenientes y las FARC. El Movimiento Armado de Quintín Lame fue des-
movilizado en 1991 después de las negociaciones con el gobierno colom-
biano.
4 Esta y otras acotaciones de charlas en las reuniones regionales son toma-
das de los resúmenes y conclusiones mecanografiados y provistos por Jor-
ge Caballero de la CRIC.
5 El Tiempo, 14 de noviembre del 2001, 19 de noviembre del 2001; Semana
19 de noviembre del 2001.
6 El Tiempo, 25 de noviembre del 2001, 3 de diciembre del 2001, Semana, 25
de noviembre del 2001.
7 El Tiempo, 20 de diciembre del 2001.
8 El Tiempo, Bogotá 15 de julio del 2002.
9 El Liberal, Popayán, 4 de julio del 2002; El Tiempo, 11 de julio del 2002.

85
10 Estas acciones no se tomaron en contra de los grupos paramilitares, los
cuales continúan raptando y asesinando líderes indígenas, como ocurrió
en Corinto a mediados de noviembre del 2001 (El Tiempo, 20 de noviem-
bre del 2001). Aunque nadie me explicó por qué debía haber esa diferencia
entre las reacciones a la guerrilla y a los paramilitares, sospecho que se de-
be al hecho de que la mayoría de asesinatos paramilitares en el norte del
Cauca han sido más secretos y así menos susceptibles a la rebelión abierta
- con la excepción, claro está, de la masacre brutal que tuvo lugar en abril
del 2001, en la región costera de Naya, cuando 500 paramilitares asesina-
ron aproximadamente a 35 personas y 6.000 afrocolombianos y nasa fue-
ron temporalmente desplazados.
11 Ver Gómez y Ruiz (1997) sobre el cultivo de amapola en Tierradentro.
12 El Tiempo, 15 de octubre del 2001.
13. Cabildo, Taitas y Comisión de Trabajo del Pueblo Guambiano 1994;
cf.Gow 1997.
14 El Tiempo, 21 de septiembre del 2001.

Joanne Rappaport ha estudiado el movimiento indígena en el Cauca des-


de 1995, trabajando particularmente con el pueblo Nasa - anteriormente
conocido como Páez. Su investigación fue apoyada por El Instituto Colom-
biano de Antropología en 1995; Colciencias (el equivalente Colombiano
de la Fundación Nacional de Ciencia, a través de una beca otorgada al
Instituto Colombiano de Antropología) en 1996 y 1997; La Escuela de
Graduados de la Universidad de Georgetown en 1998 y 1999; y una beca
de Colaboración Internacional de la Fundación Wenner - Gren para el Es-
tudio Antropológico desde 1999 hasta el 2002.

Reconocimientos
Rappaport agradece al equipo de investigadores y colaboradores
con los cuales ha mantenido diálogos y análisis - Myriam Amparo Espi-
nosa, David D. Gow, Adonías Perdomo Dizú, Susana Piñacué Achicué, y
Tulio Rojas Curieux - así como también al Programa de Educación Bilin-
güe del Consejo Regional Indígena del Cauca - particularmente Graciela
Bolaños, Abelardo Ramos, e Inocencio Ramos. También reconoce a Jorge
Caballero, Diego Jaramillo, Libia Tatay, y Pablo Tatay por los documentos
que han compartido y por su apoyo, conversación, y hospitalidad durante

86
años; El Centro Nacional de Humanidades y El Fondo Nacional de las
Humanidades por el espacio intelectual en los cuales este artículo se escri-
bió; y a David Gow por sus comentarios sobre un borrador previo.

Referencias y Lecturas Futuras

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