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© Carmela Ruiz de la Rosa, 2017

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2017


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A quienes me ayudasteis
a seguir cuando creí que todo
estaba perdido.

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Nada está perdido si se tiene
el valor de proclamar que todo
está perdido y que hay que
empezar de nuevo.
Julio Cortázar

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Presentación

La única objetividad posible siempre es la subjetividad confesada.


Carmela Ruiz de la Rosa

Gracias a Carmela tengo el honor de escribir estas líneas. Vaya entonces desde este
mismo momento mi gratitud hacia ella.

En el inicio de este libro se lee una conmovedora cita de Julio Cortázar antecedida por
una declaración de gratitud y el esbozo de un momento vital de la autora que –a juzgar
por el pasado utilizado en el verbo «creer»– sabemos, con alegría, superado.

Podemos decir que el libro empieza así mostrando algunos aspectos de la


«subjetividad confesada» de Carmela y anuncia desde el mismo comienzo una posición
que recorrerá el texto, algo que ella misma declara: «Se trata de un resumen de varios
textos, salpicados de mi experiencia».

Experiencia que en el caso de nuestra autora acumula treinta años de vivencias


clínicas, de los cuales veinte han sido con el eneagrama como telón de fondo.

Y remitirse a su propia experiencia tiene gran valor en muchos sentidos, incluido el que
Tolstoi le daba a lo personal y su entrecruzamiento con el mundo: «Si quieres ser
universal, habla de tu aldea».

Desde el principio el lector tendrá la sana y placentera sensación de que la experiencia,


en un sentido amplio, está presente, de diálogo con la autora, de ser tenido en cuenta de
una manera cercana. Tanto es así que Carmela le pide cosas tan claras como esta:

Finalmente, pediros un último esfuerzo que debéis hacer en cuanto a la lectura


de lo que tenéis escrito delante de vosotras y vosotros. Me gustaría que donde
pone «siempre» pudierais leer «a menudo» o «casi siempre». Igualmente, donde

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pone «nunca» me gustaría que pudierais interpretar «casi nunca».

Una invitación a tener en cuenta: nunca siempre, nunca nunca.

El hecho de que me encuentre escribiendo estas líneas merece una breve reflexión: soy
terapeuta de orientación psicoanalítica y conozco de manera muy rudimentaria la escuela
Gestalt, pero sí conozco a Carmela desde hace muchos años. El lance de que me haya
cursado esta honrosa propuesta muestra a las claras algo que siempre he valorado en ella:
lo poco que tiende a cerrar filas en torno a una teoría desconociendo la variedad tan rica
de saberes que existen en torno a nuestra disciplina. Así actúa de una forma
lamentablemente poco practicada en nuestros días. También me consta que por los
grupos de estudio que coordina junto a su equipo ha pasado más de un psicoanalista,
entre los cuales he tenido el placer de ser incluido. Así, pude disfrutar de un diálogo
fecundo con su equipo y los alumnos que asisten a sus cursos de formación y en cada
caso salí más rico de lo que entré; también –por suerte– más ignorante de lo que llegué.

Bien es cierto que tenemos cosas en común. Además de esa curiosidad por el ser
humano, por sus vicisitudes, por la pasión de entender y aliviar el sufrimiento, ambos
sentimos con fuerza el valor de la relación terapéutica, y yo me adhiero a una corriente
que se conoce, precisamente, como psicoanálisis relacional, coincidencia que al final de
este libro aparece de manera diáfana cuando Carmela explica qué es lo más importante
para ella como terapeuta:

Lo más importante no es el eneatipo [...], sino las defensas que presenta, [...]
pongo el acento en el contacto entre dos personas [...].

Estoy absolutamente convencida de que lo que cura es la relación y el amor que


en ella se pone.

En mi campo cada vez me siento más lejos de las intervenciones (interpretaciones


fundamentalmente) que surgen de la mente del analista y me sitúo más cerca de las que
construyen conjuntamente paciente y terapeuta, como si el tejido que se realiza en cada
sesión, en cada tratamiento, fuese hecho a cuatro manos y nunca a dos.

Creo que de eso se trata, de contactar, de relacionarnos. Quizá seamos en eso


especialistas: en estudiar, practicar y tratar de generar las mejores formas de relación que
seamos capaces de ejercer con el mundo, incluyendo la relación que tenemos, en ese

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precario equilibrio permanente, con nosotros mismos. No es poca cosa.

Sabemos, porque así lo ha querido la autora, que ella misma se identifica (con todos
los matices que declara) con un eneatipo, el 6. También así decide no esconderse detrás
de las palabras, se muestra, se expone, dotando al texto de una fuerza y un valor singular,
ese que surge de las teorías encarnadas.

El libro que tienes en tus manos posee una estructura que facilita mucho su lectura y
dota de fuerza el aprendizaje; cada capítulo está dividido en apartados que recogen
diferentes aspectos que van desde la teoría a la vivencia, de lo abstracto a lo más
concreto, ilustrado con testimonios de pacientes que ligan los aspectos tantas veces
disociados en los textos que estudiamos.

Carmela se posiciona en relación al género y al lenguaje, una forma de ir desterrando


las fórmulas hegemónicas que situaron el artículo masculino en la posición que ha
ocupado hasta ahora. No es frecuente que alguien se tome el trabajo de democratizar los
artículos «el» y «ella», pero sí una tarea necesaria si queremos salir de los modelos
heredados, que –como sabemos– han cercenado la libertad de la mujer de muchas
silenciosas maneras.

Me ha interesado mucho aprender que el eneagrama tiene sus orígenes en campos tan
aparentemente lejanos a la psicología, al menos a la psicología académica, ya que algunos
autores sitúan sus orígenes entre los sufíes. También aquí vemos el sello de lo amplio, de
la capacidad de nutrirnos de muchos mundos para entender el propio y el del semejante.

Carmela menciona las fuentes en las que aprendió buena parte de lo que aquí expone y
comparte. Pero se nota que eso que recibió lo pudo hacer suyo, honrando esa luminosa
idea de Goethe, que nos dice:

Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo.

Creo que las palabras que preceden a un buen texto deben ser breves, el libro es el
protagonista y se encuentra esperándote justo detrás, estimado lector.

Me despido haciéndome eco de una frase de la propia autora que retoma el sentir con
el que empecé estas líneas:

Creo que lo verdaderamente curativo es el amor, sensaciones tales como la

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gratitud, la ternura, la posibilidad de agradecer lo recibido…, todo ello
contribuye a alejar de nosotras y nosotros la neurosis.

Por ello, querida Carmela, y por tantas cosas, ¡muchas gracias!

Augusto Abello Blanco.

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Prólogo

El texto que a continuación expongo no pretende ser un decálogo de cómo se trabaja


con el eneagrama y las patologías, sino que se trata de un resumen de varios textos,
salpicados de mi experiencia. En este sentido, todos los ejemplos tienen que ver con la
práctica clínica, a la que llevo dedicándome treinta años, los últimos veinte con el
eneagrama como fondo, si bien nunca había estado en mi intención hacer o escribir un
manual, ni tan siquiera un libro que hablara de eneatipos, subtipos o patologías.

Es gracias a la machaconería de las personas que supervisan conmigo, desde su interés


y desde su deseo insistido, que me siento ahora a poner por escrito algunas ideas y a
revisar lo que tengo de otros autores, sobre todo de Claudio Naranjo y Don R. Riso.

He contado con la colaboración inestimable de Azucena, Jesús y Marisa para llevar a


cabo este proyecto: sus apostillas y sus sugerencias están también reflejadas en este
texto. Para ellas y para él, mi gratitud.

He de agradecer igualmente a mis alumnas y alumnos, que año tras año me renuevan
su confianza con su asistencia a los diversos encuentros que completan el Ciclo de
Eneagrama, que me hayan permitido ampliar mi perspectiva y afinar la mirada respecto a
la diversidad y riqueza de los eneagramados: todos iguales y todos distintos, haciendo real
la frase «Todos queremos ser diferentes, lo que nos hace a todos iguales».

Las ideas que aquí vierto no son artículo de fe ni se elevan a categoría de definitivas,
dado que todas ellas están, a su vez, tamizadas por mi rasgo (eneatipo 6). Tampoco
quiero que se tome por «verdad universal» lo que solo –y nada menos– es mi «verdad
particular». La única objetividad posible siempre es la subjetividad confesada. Me
gustaría que tuvierais estas ideas en cuenta, porque son las vías de exploración de la
persona que tenéis delante, un acercamiento personal y desde una perspectiva distinta a
la mera enumeración de las características dibujadas tras un eneatipo.

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Además, la variedad es tan grande entre las personas del mismo rasgo que pretender
igualar intervenciones, actitudes y experimentos no deja de ser –si no lo hacemos con
tiento y cuidado– la aplicación de una técnica sin tener en cuenta a la/el otra/o; es decir,
lo opuesto a la filosofía gestáltica, en la que me sustento y se sustenta mi práctica clínica.
No se trata más que de una humilde y personal contribución a lo poco que hay escrito
respecto a cómo trabajar en psicoterapia con los distintos eneatipos.

Intento aclarar la diferencia entre pertenecer a un eneatipo y presentar las defensas de


dicho eneatipo u otros, lo que puede confundir la intervención terapéutica. Cada vez que
imparto eneagrama trato de hacerlo sin ánimo clasificatorio y, aunque en el lenguaje
cotidiano decimos «eres un…», siempre me refiero a la defensa en superficie más visible
en el aquí y ahora de la persona, y no a lo que la persona es.

La experiencia me ha mostrado que es mucho el trabajo necesario para aclarar el rasgo


y que es más común de lo deseable quedarse con uno y «trabajarse» desde ahí. Por ello,
sobre todo en el caso de quienes trabajan con personas, propongo el rasgo como algo
«pasajero», por así decirlo. Es esta la defensa que en este momento se ve más y hay que
seguir trabajándola para que aparezca, en su caso, la defensa más profunda. No se me
olvidan unas palabras que escuché decir a Claudio Naranjo: «Si al pez le preguntas cómo
es el agua, este no podrá definirla».

El eneagrama tiene una gran potencia autotransformadora, así que no querría terminar
esta introducción sin recordar lo importante que es emprender la formación en
eneagrama con metodología vivencial antes de ponerse a trabajar con él, aunque solo
sea como fondo. Los libros no pueden reemplazar la experiencia.

He tratado de sintetizar mis conocimientos de eneagrama, he revisado bibliografía y he


aportado mi experiencia. He ordenado todo eso y aquí tenéis el resultado.

El lenguaje que he utilizado no es en absoluto científico, sino sencillo y coloquial,


porque he tratado de acercar lo teórico a la práctica del trabajo terapéutico, evitando, por
tanto, lo psicológico para que fuera más cercano a la realidad.

Como no puede ser de otra manera, este texto refleja sobre todo lo neurótico de cada
rasgo y faltaría otro posterior que ampliara lo positivo o saludable de cada uno de ellos.

Finalmente, pediros un último esfuerzo que debéis hacer en cuanto a la lectura de lo


que tenéis escrito delante de vosotras y vosotros. Me gustaría que donde pone «siempre»

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pudierais leer «a menudo» o «casi siempre». Igualmente, donde pone «nunca» me
gustaría que pudierais interpretar «casi nunca».

He tratado de estar atenta al lenguaje que he utilizado, pero es casi seguro que se me
habrá escapado más de una frase inexacta y habré generalizado en más de una ocasión
sin deber; es lo que aquí y ahora puedo hacer, quizá en una futura revisión sean muchos
los cambios realizados. He utilizado fundamentalmente «la terapeuta» y, a veces, «el
terapeuta» de modo alternativo para tratar de hacer del lenguaje algo inclusivo. Y aunque
en el texto no se refleja la/el, ellas/ellos, otras/otros, para no hacer la lectura demasiado
tortuosa, espero que lo leáis con ese ánimo.

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Guía de lectura

Observad que, para hacer más fácil la lectura, cuando me refiero a los eneatipos uso
las expresiones abreviadas Eúno, Edós, Etrés, etcétera.

En el epígrafe «Mecanismos de defensa» recojo los más significativos de cada rasgo,


no los únicos.

Para cada uno de los eneatipos hay un epígrafe denominado «Coincidencia en las
biografías» que recoge lo expuesto por las personas pertenecientes a ese rasgo en los
cursos que imparto desde 1996 (Ciclo de Formación en Eneagrama). Eso sí, solo reseño
lo que se repite año tras año de un modo representativo en el segundo de estos tres
cursos: Eneagrama II: Conocimiento y Profundización en los Subtipos.

Igualmente, hay un epígrafe denominado «Testimonios: lo más terapéutico para el


eneatipo» en el que recojo las respuestas textuales de las y los pacientes a la pregunta:
«¿Qué te ha resultado más terapéutico durante el proceso? Explica lo más importante en
tu proceso terapéutico, lo que más te ha ayudado, lo que resaltarías». Algunas frases de
estos textos están algo adaptadas en lo que a la redacción se refiere para una mejor
lectura, si bien no se ha modificado en absoluto su sentido ni su estilo. Gracias a ellas y a
ellos.

En mi carrera como psicoterapeuta gestáltica he tenido la oportunidad de trabajar con


todos y cada uno de los rasgos tanto con hombres como con mujeres. Desde aquí mi
gratitud a todas las personas que han hecho posible que este proyecto vea la luz: colegas,
pacientes y asistentes a los cursos.

Lo que a continuación presento es un punto de vista del «conocimiento», mi punto de


vista, que es lo que se puede dar y compartir, y no el «conocimiento en sí».

Carmela Ruiz de la Rosa

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Gestalt: Psicoterapia y Formación

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¿Qué es el eneagrama?

El eneagrama es una herramienta muy útil para los psicoterapeutas y para las personas
que acuden a la consulta. Se trata de una descripción del carácter, así como una
orientación de cuáles son aquellas conductas saludables y cuáles insanas.

Conocer el eneagrama no significa conocer a la otra persona, pero sí aproximarse


bastante a quién fue, quién es y quién puede llegar a ser. Entender sus orígenes, imaginar
sus respuestas ante situaciones de estrés o periodos de crisis es una forma de apostarse
detrás y tratar de ver con su mirada. Trabajar con esa persona con el eneagrama como
guía tan solo es posible si antes se ha utilizado como autoconocimiento y si la terapeuta
ha llegado a comprender qué clase de herramienta tiene para sí y para los otros. Permite
observar la neurosis propia y la ajena y por tanto favorece una intervención más eficaz.

Quiero aclarar que el eneagrama no es Gestalt y que yo soy psicoterapeuta gestáltica.


El eneagrama se trata de un mapa del mundo cuyo origen sitúan algunos autores entre los
sufíes. En su esencia trata de que la persona desarrolle su espiritualidad tras conocer y
superar su neurosis. Lo que en la actualidad nos ha llegado y se está difundiendo de
eneagrama es una síntesis de muchas y diferentes tradiciones espirituales y religiosas, si
bien debemos a Claudio Naranjo, con quien yo estudié, el primer intento conocido en el
ámbito gestáltico de conjuntar y aunar la psicopatología clásica y el eneagrama, tal como
le fue transmitido por Óscar Ichazo, maestro boliviano de la Escuela del Cuarto Camino,
en Arica (Chile) allá por los años setenta.

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Eneatipo uno

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DE LA LIVIANDAD

Lo primero que habría que decir es que no es un eneatipo que acuda con frecuencia a
psicoterapia, dado que no sufre demasiado. Suele hacer todo «tan bien» y estar «tan por
encima» que no es fácil encontrárselo en la consulta. Las razones y justificaciones
ocultan lo suficiente las emociones y sobre todo la ira –tan interiorizada y tan negada–,
de modo que estas no le suponen un motivo de preocupación; aunque quizá sí a quienes
están cerca.

Suele acudir por ataques de ansiedad o por molestias físicas que tienen su origen en
alguna tensión psicológica. También acuden para mejorar, desarrollarse y aprender a ser
mejores.

Se trata de un carácter muy castrador que tiene su fijación en el periodo anal del que
habla el psicoanálisis, en torno a los 2-3 años, momento en el que el infante aprende a
controlar los esfínteres y a interiorizar algunas normas de comportamiento, entre ellas la
prohibición de ensuciarse y la consiguiente obsesión por la limpieza. El pensamiento
mágico del niño considera que sus deseos tienen efecto en el mundo exterior, aunque no
se expresen. Al poseer un perro de arriba1 muy estricto, es necesario realizar ciertos
comportamientos para contrarrestar los deseos inconscientes, fundamentalmente sexuales
y agresivos, de manera que aminoren su culpabilidad.

Cuando acude a terapia suele hacerlo convencido de que su caso es algo más difícil
que el de los demás y por tanto necesita una terapeuta muy experimentada. Lo que hará,
aunque la haya elegido con esa premisa, será probar a la terapeuta, examinarla de un
modo exhaustivo, a menudo con preguntas trampa del tipo «quiero saber…» o

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mostrando interés por lo teórico con un «me gustaría conocer…» cuya finalidad es poner
a prueba la sabiduría de la terapeuta y decidir si esta le podrá contener o no. Necesita
figuras fuertes que aguanten sus envites y en quienes poder apoyarse.

Suele solicitar con cierta frecuencia que se le lea cómo va el proceso y es un eneatipo
que habitualmente va relatando en sesión los insight que va teniendo.

Si está ante una terapeuta que cumple el encuadre, que es correcta, que no se retrasa,
el Eúno piensa: «En ti se puede confiar», «eres de las mías». Sin embargo, no dejará de
enfrentarla para ver si puede confiar en ella o no hasta muy avanzado el proceso.

En la consulta mira directamente a la terapeuta, al principio mostrando cierto desafío,


y observa, muy acertadamente, las manías o costumbres de esta. Acude a terapia
pidiendo «caña» y lo que necesita es comprensión y poca caña, más bien apoyo para
hacer crecer a la niña o el niño que dejó de jugar demasiado pronto.

Se observa, al poco tiempo de iniciado el proceso, que está en guerra con el mundo.
Se deprimió en la adolescencia, vivió mucha tristeza y creó, a través de la idealización,
un autoconcepto elevado y perfecto que se esfuerza permanentemente en mantener, con
el que llega a la consulta.

Suele ser una persona bastante seca y arisca, de modo que el contacto físico no es algo
que busque y, si lo obtiene, parece perturbarla, así que hay que ser muy cuidadosa en
este terreno con ella. El afecto se encuentra bastante en el fondo y tiene una cierta
vergüenza a mostrarlo; en su mundo lo afectivo, lo emocional… son signo de debilidad.
Vive con el introyecto «las emociones han de estar bajo control».

Suele tener muchas fantasías de violencia y se permite a sí mismo hacer casi de todo,
dado que las y los demás no llegan a su altura, así que puede haber muchas dificultades
para limitarlo y a menudo la terapeuta se siente intimidada y/o provocada, aunque sus
formas son siempre muy correctas.

Da miles de explicaciones en respuestas a las que bastaría con poner un adjetivo. Suele
hablar en las sesiones de cómo mejorar las cosas y a los demás, y lo hace con muy
buena dicción y con un discurso muy razonable en el que es difícil intervenir y no hay
muchos resquicios para la terapeuta, puesto que al Eúno le gusta escucharse a sí mismo y
habla muy bien. Es como una obligación moral expresarse bien. Su discurso no admite
cuestionamiento alguno.

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Habla de principios y de moralidad y prácticamente todo el mundo del deseo está
sujeto a penalización. Por eso aquel que no se reprime tiene tendencias bastante
amorales, como, por ejemplo, el caso de un juez que acude de manera habitual a un local
de prostitución, en tanto que por el día juzga y penaliza a las prostitutas.

A veces sorprenden las dudas que acompañan a las decisiones pequeñas en la vida,
anda siempre buscando lo mejor y eso le dificulta decidir; estamos ante una persona que
tiene tan claro cómo deben actuar los demás que percibir en ella la duda asombra. A
menudo tras esa duda nos encontramos con un egoísmo reprimido, con un montón de
justificaciones para evitar la crítica de los demás que ellos imaginan feroz ante una
decisión «mal tomada». Si observamos atentamente, vemos el mecanismo de la
proyección, muchos introyectos y un punto de egoísmo, no quiere perderse nada de todo
a lo que cree tener derecho.

En algunos casos vive atormentado por la culpa, una culpa paralizadora. Siempre trata
de hacer lo correcto, pero a menudo él mismo es consciente de que no siempre lo
consigue, de modo que le da vueltas y más vueltas y le pone palabras y más palabras a
las emociones para no emocionarse, para no aflojar delante de la terapeuta y no mostrar
sus imperfecciones. No hay que olvidar que la persona fue querida porque se mostró
fuerte, de modo que en la relación terapéutica que se establezca tendrá esta tendencia y
creerá que si se muestra débil –es decir, si se emociona– no será apreciada por su
terapeuta. Su fuerza en la vida la saca de la rabia y de hacer las cosas bien y esto es lo
más alejado de sentimientos como la ternura, la cercanía, la tristeza…, emociones quizá
reservadas para los grandes males del mundo y no para los pequeños y cercanos, ante los
que hay que mostrar siempre una posición impecable. Por ello puede ser muy solidaria
con causas lejanas, y especialmente sádica con las deficiencias y dificultades de su
entorno.

Puede ser muy despectiva con las demás y lo es de una manera tan sutil que es muy
difícil intervenir. Ella va de buena y les cuenta a los otros que tiene que hacer esto o lo
otro por su bien, porque siempre tiene una manera mejor de hacer las cosas. Es muy
arduo el trabajo con el Eúno para ir desmontando todos esos juicios tan interiorizados y
grabados. Tiene opinión para todo, sobre todo para lo que no tenga que ver con su
intimidad, de la que es enormemente celoso.

El Eúno no atisba, ni por asomo, que se trata de juicios, es su modo de ver el mundo.
«¿Y es que no lo ven los demás así? ¿Es que no es así?». Si los demás no lo ven así es

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porque son torpes.

Un apunte también sobre su dificultad para hablar de su familia, que suele estar
idealizada, aunque siempre suele encontrar algún miembro «ajeno» (una cuñada o un
cuñado, por ejemplo) que no está a la altura de los de dentro, en quien descarga toda su
ira a modo de crítica. Crítica que presenta, a veces, de forma muy simpática y llena de
chascarrillos. Suele idealizar al progenitor de su mismo rasgo y al mismo tiempo no tener
en cuenta, o incluso descalificar, a su otra figura parental, si bien es cierto que esto no
aparece diáfano en el proceso por su tendencia a la idealización de su infancia, de sus
padres, de lo que en su vida ha acaecido y por la vergüenza que le da mostrarse alejado
de la imagen de impecabilidad que quiere transmitir.

Arremete para evitar la dependencia, al igual que ocurre con el Eséis. Solo que en este
la dependencia es más real y en el caso del Eúno sería para no estar nunca por debajo ni
sometido.

Presenta mucha dificultad para sentir, tapa el sentimiento con el hacer cuando el
sentimiento no es el adecuado, por ejemplo cuando siente envidia.

Una polaridad básica de este tipo de carácter es la que se establece entre las exigencias
del ideal de perfección, por una parte, y la realidad tal como es por otra. La persona se
siente dividida: una parte es punitiva y otra juguetona. Una es correcta y deslegitima
constantemente el deseo y la otra se da permiso para hacer lo que le viene en gana.

Otra de las polaridades a abordar es poder-impotencia, sobre todo al principio del


proceso terapéutico. El Eúno percibe que si le da todo el poder a su terapeuta se quedará
impotente, por eso para algunas terapeutas es tan difícil de manejar un proceso
terapéutico con este eneatipo, porque están acostumbradas a que el paciente les dé el
poder y, si no es así «de natural» les es difícil lidiar con estas primeras sesiones en las
que la mejor estrategia es asumir que esa persona necesita tiempo para confiar y que
durante ese tiempo el proceso «lo lleva ella».

Externamente son meticulosos, pedantes, correctos y escrupulosos hasta la


exageración. Podríamos inferir que su tendencia a arreglarlo todo, a corregirlo todo, se
corresponde con un interior muy «desarreglado» –quiero decir con muchas pulsiones
inconscientes.

A nivel intelectual tiene «toda la razón», mientras que a nivel emocional se siente

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absolutamente solo. Hay una gran carencia que le hace ser hipersensible al abandono y
que le impide pedir. En su lugar, exige que se le dé lo que quiere, pues en caso contrario
no se siente querido.

Esta exigencia continua de cómo deben ser las cosas, incluida la terapia, es una fuente
de conflictos para la relación terapéutica, pues a menudo se verá cuestionada la autoridad
de la terapeuta, ya sea en cuanto a su capacidad, al encuadre, a los cambios de hora…, e
incluso pueden llegar a aparecer actitudes de oposición muy rígidas. Las cosas no son de
una manera y de otra: son correctas o incorrectas. No hay grises ni términos medios.

Cuando la personalidad obsesiva contacta, se deprime, se desmorona. Si comienza a


sentir tristeza, dolor o, en definitiva, algo distinto de lo habitual, se enfada con la
terapeuta por su torpeza y empieza a dar vueltas y vueltas, e incluso puede llegar a
abandonar el proceso porque se siente muy ofendida. Si la miramos como la niña o el
niño que fue, nos daremos cuenta de que un fallo, un error –es decir, un sentimiento
desconocido o no controlado– es vivido como algo irremediable, de modo que se enfada
consigo misma y lo proyecta en el otro, a quien critica de manera despiadada, haciendo
bueno el refrán de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

El Eúno creció identificando el ser con el hacer, de manera que vive con la idea de que
si lo hace mal es malo y este introyecto es uno de los más difíciles de limar. Creció y vive
con la creencia de que si se equivoca dejará de ser visto y querido, así que aprendió a
ocultar sus «errores» y no concibe otra manera de vivir ni de relacionarse que no sea
mostrarse perfecto.

En la infancia se esforzó mucho para alcanzar el reconocimiento, de modo que su


terapeuta debe reconocer y marcar los avances, pero sobre todo mostrarle lo que es y no
caer en el error de aplaudir constantemente lo que hace. En la infancia aprendió a
competir y parece decir constantemente aquello de «yo soy mejor que…» en cada una
de sus intervenciones, así que hay que ser extremadamente cuidadosa con lo que se
apoya y con lo que se frustra; estaría lejos de la labor terapéutica de sanar la herida
apoyar esas actitudes rígidas y de corrección de la realidad; más saludable es apoyar todo
lo que sea espontáneo y se acerque a la ternura y la suavidad, tanto en la mirada hacia sí
mismo como hacia los demás. Hay que saber, además, que a mayor enfado consigo
mismo más crítica vierte fuera.

Se trata de una persona eminentemente racional, de manera que el trabajo ha de ir

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dirigido a movilizar su emoción y poner conciencia sobre su visceralidad. El trabajo
corporal puede ayudar a vencer sus rigideces siempre que pueda aceptarlo, de manera
que es conveniente introducir el movimiento o el contacto de una manera suave y
paulatina. Es importante no solo mover el cuerpo, sino también flexibilizarlo.

No hay que dejarse llevar por su tendencia a concentrarse excesivamente en un área


de la vida (trabajo, estudios, familia) que necesita mejorar, porque normalmente evita
prestar atención a otras áreas que se desmoronan. La sensación es que se separa o se
olvida de otros conflictos empleando muchas sesiones en un solo tema.

Es muy importante devolver el tono en el que habla y proponer suavizarlo, enseñar a


hablar sin sentar cátedra. Su trabajo pasa por mejorar las formas cuando interviene –el
«cómo» frente al «qué»–; aprender a relacionarse sin criticar ni juzgar, sin estar siempre
mejorando lo que tiene delante; limar la crítica punzante; bajar la mirada a lo emocional;
aprender a disfrutar con los demás sin culpa ni crítica.

Ha de aprender a mostrar lo que no tiene, lo que no sabe, perder el miedo a ser visto
como imperfecto. Debe mostrar sus equivocaciones y dejar de corregir la realidad.

Como su virtud es la serenidad, hay que insistir en que mire la realidad serenamente y
no esté, por definición, en contra de ella ni por encima. No tiene que pretender acelerar
los procesos, sino ejercitar la paciencia tanto para sí como para los que le rodean. Debe
conocer sus propios límites y vivirlos con tranquilidad: ser humano es comprender que
somos seres limitados y que así está bien, que no hay nada que mejorar ni que corregir.

El Eúno se plantea la vida con objetivos y si no los tiene se angustia. Este mismo
planteamiento lo lleva al proceso terapéutico, de manera que es relativamente habitual
que pida «un resumen de lo que llevamos hecho», «una idea de lo que ve la terapeuta de
él», «lo que queda por conseguir», etcétera.

Como terapeuta se corre el riesgo de engancharse intelectualmente y olvidarse de lo


emocional, así como de entrar en competencia con él. Es muy susceptible a la crítica, de
modo que las devoluciones se deben realizar con mucho tacto para que no las viva como
tal, sino a su favor. Hay que almohadillarlas dos veces y explicar para qué se hacen.

El sentido del humor puede ser un buen aliado y se puede pasar muy bien en terapia
con un Eúno. Reírse con él le alivia y si no olvidamos que está criticando, aunque sea de
un modo muy gracioso, podremos devolvérselo con afecto y lo recibirá sin problemas.

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Palabras de una Eúno: «Habló Blas –refiriéndose a sí misma–, punto redondo».

Cada vez que se le devuelve lo exigente que es con los demás, el Eúno se encargará de
recordarnos que también lo es consigo mismo, lo que le da permiso para serlo con los
otros, lo que es un punto ciego difícil de desargumentar.

Le ayuda la aceptación de sus errores sin juicio, el apoyo de su visión del mundo para
que la pueda flexibilizar y reírse en terapia, eso sí, todo ello después de haberle mostrado
nuestra «profesionalidad» y haber pasado la evaluación de forma positiva. Despenalizar
el deseo para que lo pueda mostrar, y contener y dar cauce a la rabia serán tareas a las
que habrá que dedicar mucho tiempo.

Nombrar que tras esa superioridad está el niño herido es más fácil. Además lo recibe
mejor que entender que con su lenguaje desvaloriza a los demás, que también son niños
heridos como ellos. Precisamente por ese niño herido que creció demasiado pronto y se
hizo «perfecto» en aras de ser aceptado olvidándose de mostrar emociones y guardando
la ira y convirtiéndola en un volcán a punto de estallar, ahora son ellos los que no aceptan
a los otros.

Otra de las cosas que es difícil devolver es su egoísmo, la mirada que tiene del mundo
como un lugar en el que él sí tiene derecho porque es «perfecto»; debajo de eso hay
mucha envidia que hemos de desvelar, aunque sea largo y costoso hacerlo.

Hay que asegurar y reasegurar todo el tiempo que nuestra mirada afectuosa está y va a
estar sea lo que sea con lo que se encuentre; que nosotros no le vamos a retirar el afecto
«si no son buenos». Así la persona podrá llegar a aprender que puede querer y ser
querida, porque el afecto no se acaba y no tiene que ser reservado para unos pocos;
seguirá estando aunque se equivoque y se vea su error. El afecto quedará indemne y el
enfado, si lo hubiera, será pasajero, no quedará instalado para siempre. El enfado es una
emoción en la que se entra y de la que se sale.

Por último, incluir lo intrascendente en su vida. No todas las conversaciones han de ser
sesudas, vivir también es no hacer nada, pasear, perder el tiempo, hablar sin palabras,
reír…

Si atendemos al contenido de las sesiones, se podría confundir con un Ecuatro en el


discurso; la clara diferencia se establece en el tono, que en el caso del Eúno es más
tajante y siempre acaba aleccionando y quedando por encima en el discurso, y es mejor

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en la dialéctica. Mientras que el Eúno es independiente, el Ecuatro es dependiente y su
crítica es más amarga.

Eúno y Eséis comparten el autocontrol y la formalidad. Se diferencian en que el


primero es más contenido y serio, y el segundo es más expansivo y alegre.

Eúno y Eséis (subtipo social) se asemejan en la rigidez y en la seriedad. Sin embargo,


el Eséis tiene un carácter mucho más culposo y se siente menos legitimado en su
agresividad que el Eúno.

Palabras de una Eúno en proceso: «Me encantaría manejar los sentimientos, tanto los
míos como los del otro. Si pudieran leer mi pensamiento, me meterían en la cárcel. La
vehemencia y la ira van por dentro».

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MECANISMOS DE DEFENSA

Formación reactiva. Hacer lo contrario de lo que se siente. Se define como la oposición


sistemática a las pulsiones inconscientes. Dicho de un modo más coloquial, se trata de
tapar una cosa con la contraria; se usa la acción controlada para tapar la emoción o el
deseo. Por ejemplo, ante un impulso sexual, actuar de modo moralista.

Idealización. Proceso psíquico en virtud del que se llevan a la perfección las cualidades
y el valor del objeto, ya sea de sí mismo como de las figuras importantes de la vida,
estableciendo un yo ideal, una familia ideal, una pareja ideal, etcétera.

Racionalización. Se trata de argumentar racionalmente en exceso, buscar razones


«lógicas» que ayuden a justificar y/o encubrir frustraciones y dolores. A la persona le
cuesta tanto dolerse en el aquí y ahora que argumenta hasta la extenuación para evitar el
contacto.

Retroflexión. Se trata de la inhibición de la acción dirigiéndola hacia uno mismo, que en


el caso de este eneatipo está muy presente en su intento de ajustarse al ideal de
perfección, ya que son capaces de maltratarse bastante. La fijación en los detalles
pequeños puede ser considerada una retroflexión y las rumiaciones también.

Introyección. Es el proceso por el que la persona incorpora sin digerir toda la


información que recibió de figuras relevantes: valores, normas y modos de conducta.
Ella, al no digerirlo y asimilarlo tal cual, impide el desarrollo y la expresión del propio ser
y en el caso del Eúno colude, a menudo, con sus deseos y rigidiza su conductas.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastornos obsesivo-compulsivos.

• Trastornos de la alimentación.

• Conductas autodestructivas.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• De pequeños les llamaron ariscos, sobre todo sus padres.

• Eran niños muy independientes. «Yo solito, mamá».

• Tiene problemas de vejiga, de columna y con la dentadura.

• Algunos manifiestan mucho temor a ahogarse y/o a que les «falte el aire».

• Les encanta leer.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO UNO

Testimonio 1. Descubrir lo agradable que es estar relajada, mirar con tranquilidad el


mundo sin pretender cambiarlo. Eso de apreciar las diferencias y experimentar que mi
manera no es la única posible, ni siquiera la mejor. En la vida hay muchos matices, se
puede dar más oportunidades a la gente. Menos mal que la gente que me rodea es
imperfecta, porque de lo contrario la exigencia conmigo misma sería enorme. Yo
tampoco tengo que ser perfecta siempre. Gracias a la imperfección del mundo me
puedo relajar un poco. Así que ¿para qué pretender modificar la realidad
continuamente?

También me hago una serie de preguntas e intento estar un poquillo alerta para no
caer en la acción sin conciencia. Por ejemplo, cuando noto que empiezo a
distanciarme de una persona, en vez de enfadarme o criticar, me pregunto: ¿Qué
necesito de ella? Porque critico cuando me siento dolida, dolida por no ser vista, por
no sentirme querida. Saber esto me ayuda a no caer en los viejos patrones.

Bajo la crítica hay una necesidad, casi siempre, de afecto. Y eso es lo que he
recibido de mi terapeuta, incluso cuando no me daba cuenta de que lo que necesitaba
era afecto y me enfadaba y criticaba y me ponía insoportable. Me acuerdo de más de
una vez en la que me enfadé con ella y supo ver que lo que necesitaba era un abrazo,
unas risas, no un serio razonamiento al estilo de mi madre. Este vínculo de
comprensión, aceptación, afecto y sentido del humor es lo que me va curando. El
cuidado me emociona.

Me he exigido ser perfecta para ser querida, pero ahora comprendo que no es cierto
que me vayan a querer más por ser perfecta. Mis imperfecciones me hacen humana. El
contacto se hace más fácil. Si fuera perfecta no comprendería el sufrimiento de los
demás. Mi imperfección me ayuda a ser empática. Tenerlo en cuenta hace que acepte
un poco más mis emociones y mi fragilidad.

He notado que criticar a otra/o se convierte en una trampa, porque me siento en la


obligación, para ser coherente conmigo misma, de decírselo directamente. Ser siempre
confrontativa no me compensa. Los vínculos basados en la crítica –tóxicos, por cierto–
ya no me ponen; me ha costado diferenciar entre qué es lo mío y qué es lo de la otra/o,

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y me he visto atrapada haciéndome cargo de todo –¡Qué cómodo para algunos!–. He
caído en manipulaciones sin darme ni cuenta. Me cansé de desempeñar la parte
confrontativa mientras el otro se dedica a la parte seductora. No quiero asumir la
responsabilidad cuando no la tengo.

Otra trampa es que al criticar luego me siento criticada con más facilidad; es una
relación directamente proporcional: cuánto más critico más criticada me siento.

En terapia me di cuenta de lo que he perdido al haber reducido mi parte niña a


cenizas y haberme quedado solamente con la parte adulta: fuerte, sin emoción. Ahora
voy recuperando la polaridad negada: el disfrute, lo lúdico, el corazón y la suavidad.
Por ejemplo, a la hora de tomar una decisión, en vez de sopesar ventajas,
inconvenientes, razones…, me pregunto qué me apetece. ¡Tampoco pasa nada si se me
ve el deseo! Soy responsable y seria, pero también puedo ser… ¡divertida! Además es
aceptar mi mediocridad y eso relaja bastante.

Testimonio 2. Cuando yo inicié mi terapia atravesaba un periodo depresivo y cuando


acabé tenía mucha más fuerza.

Me ayudó entender, poner palabras a lo que sentía, de alguna manera justificarme


también, darme permiso (esta palabrita es importante); fui más consciente y no me
avergoncé de mi poder personal. Me fie de mi criterio, de lo que para mí es seguridad
y confianza, en vez de disimularlo e ir de pacífica y de buena. (Aunque lo sea, como
casi todo el mundo, pero refiero a no «ir de»).

Siempre he necesitado paz, paz interna, no tensión, y eso es lo que consigo a veces.
Yo siempre me he vivido entre dos polos: acción/no acción, tensión/relajación,
lucha/paz, y entender las polaridades y encontrar matices fue fundamental.

Saqué a pasear la ira. Eso me dio seguridad y a los demás les permitió verla,
asustarse, perdonarme, cuestionarme, y a mí avergonzarme y asustarme con ellas/os.
Gracias a la conciencia de la ira puedo entenderme, la frustración, lo que duele, el
miedo, la soberbia…

También pude ver mi parte victimista y eso fue muy importante para explicarme
relaciones que había mantenido a lo largo de mi vida.

Trabajé la ternura, que me abrió a las relaciones desde otro lugar, y me hice más

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dócil.

Lo que no encontré en mi terapia fue juicio (algo que yo hago a menudo) ante las
cosas que llevaba, así que me sorprendí mucho.

Por otro lado, el hecho de «reforzar», es decir, de darme la razón, me ayudó a ver
que también yo me equivocaba (curiosamente) y que las cosas no tienen una mirada
única, que la mía es importante y también la de las/los demás.

Percibir y mostrar mi vulnerabilidad siendo acogida y no criticada me ayudó a ser


más fuerte y a la vez más humilde, aunque es verdad que para eso necesité mucho
tiempo.

Aprendí no tanto a amar la imperfección –como solía decir mi terapeuta– sino a


respetarla, y aún me sigue costando, porque si no sería perfecta (je, je).

Darme cuenta de que construí una «imagen fuerte» para no mostrar la parte más
vulnerable me abrió las puertas para dejar de ser prisionera y dejar también libres a
otros prisioneros de su propia historia (padres, jefes, hermanos, parejas, etcétera), me
hizo asumir mi responsabilidad y permitirme pedir, porque también yo necesito.

Importante: recuperar a la niña y mostrarle todo un mundo también para el disfrute y


el permiso para ello; y sobre todo lo que más me ayudó fue el amor, todo el amor de mi
terapeuta.

1 . Perro de arriba-perro de abajo: una de las polaridades básicas en Gestalt, quizá la más representativa del juego
neurótico. Consiste en la pelea entre los aspectos autoritarios y sumisos de la misma persona. El perro de arriba
se expresa en términos de «tú deberías», mientras que el de abajo se justifica y pospone sus compromisos.

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2

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Eneatipo dos

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DE LA RELACIÓN

La mayoría de las personas de este rasgo que acuden a terapia lo hace a causa de una
ruptura amorosa y se va en cuanto empieza otra relación que le satisface, ya que el Edós
sin amor, sobre todo las mujeres, vive atormentado. Para conseguir que se quede hay
que convencerle de que puede ser todavía mejor, es decir, aliarse con su defensa: el
orgullo, que fue la estrategia que siguió frente a las heridas.

Se caracteriza por sufrir duelos muy cortos, de modo que sabremos que estamos ante
un Edós si llega sufriendo mucho por amor y en un par de sesiones la figura deja de ser
ese dolor.

Cuando acude a la consulta lo hace con la idea de que no tiene nada que aprender,
cuando en realidad viene a aprender cómo vivir sin que las emociones le inunden y
lastimen.

Persona aparentemente colaboradora, encubre cierta hostilidad en el trabajo. Manipula


y seduce al terapeuta para que no se la frustre. «Sí, pero no». Adula constantemente al
terapeuta para paralizar sus devoluciones y asegurarse de que es querida y aceptada
incondicionalmente, aunque lo que haya que aceptar sean sus manipulaciones, sus
ambivalencias, su uso de los demás… Como presenta tan baja tolerancia a la frustración,
va con la idea de «si me quisieras, me complacerías y no me dirías esas cosas», lo cual
es muy exigente para las relaciones, incluida la que mantienen en consulta.

La sensación que se tiene trabajando con este eneatipo es que hoy te quiere y acepta
las devoluciones sin problema y a la siguiente sesión «abandona» el proceso. Vive en el
filo del abandono de la terapia; un gesto, una mirada, el que no se le dé la razón en

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alguna «psicopatada»…, cualquier pequeño detalle es percibido por la persona como si
se le retirara el afecto. Su traducción es: «Tú ya no me entiendes». Las devoluciones,
aunque no sean muy confrontativas, son vividas como una herida en su orgullo, una
ofensa para un carácter tan bondadoso y generoso.

Introduce la adulación en el encuentro terapéutico y está tan ocupada en mantenerla –


en la creencia de que así su terapeuta será su amigo y establecerá con ella una «relación
especial»– que no puede percibirse ni a sí misma ni al otro, pues toda su energía está
concentrada en ese fin. De ahí que esta sea «la terapia de la relación». Hay que dedicar
muchas sesiones a aclarar qué tipo de relación es la terapéutica, desde dónde se hacen las
devoluciones, qué quisimos decir con esta o aquella intervención, pedir disculpas si se
sintió dolida, etcétera.

Cada vez que la intervención en terapia destape una manipulación –como, por
ejemplo, poner en duda su dadivosidad demasiado pronto– se pone en riesgo el proceso.

Entabla fácilmente relaciones narcisistas en las que el halago es mutuo entre las
personas que establecen esa relación, y la terapeuta no está a salvo de ello. Al principio
del proceso idealiza el vínculo terapéutico, pero a medida que avanza se defiende de él.
Tiende, además, a sexualizar el contacto.

Tiene mucho miedo a reconocer la dependencia y a las relaciones de intimidad, de


modo que vive con la sensación de que cuanto más tiempo comparte con alguien más
sombra suya puede salir a la luz, así que prefiere irse, abandonar antes de ser
abandonado; de ese modo no corre el riesgo de «no gustar». Ni puede ni sabe mantener
vínculos igualitarios, prácticamente todos los que establece son asimétricos por arriba o
por abajo. A pesar de que en esos vínculos puede ser quien da o quien recibe, desde su
punto de vista siempre es quien da. Tapa su miedo al abandono con actitudes orgullosas.

En la infancia encontramos mucha confusión en los roles padre-madre-hija o hijo. Las


hijas refieren haberse sentido como «la novia de papá» y haberle sabido dar ellas lo que
su madre no le daba. Se habían montado en el orgullo de que ellas sí sabían hacer que el
padre se sintiera feliz. Los hijos eran «las entrañas de mamá». Algunas personas de este
eneatipo refieren haber observado desde muy temprano problemas en la relación entre su
madre y su padre, y por esa razón se habrían convertido en niños alegres y arrolladores,
con la esperanza de mejorar esa relación. Consiguieron ser vistas a cambio de relegar sus
necesidades. Sea como sea, en casi todos los casos he observado una relación muy

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ambivalente con la madre que hay que ir poco a poco desentrañando. Contiene mucha
rabia hacia una madre grande a la que, al mismo tiempo, desvaloriza y menosprecia.

El Edós escudriña a una de sus figuras parentales y vive con la pregunta «¿Qué tengo
que hacer para que mamá o papá no se enfade conmigo?». Crece sin que dichas figuras
le provean de un cierto índice de realidad, a menudo le dicen o le hacen creer algo así
como: «Eres el mejor, pero nunca tanto como yo», de manera que la persona se inventa
a sí misma para adecuarse a dicho lugar y lo que cuenta cuando llega a consulta es ese
falso yo.

Está acostumbrada desde su infancia a creer y hacer creer al mundo no que todo fue
bien, sino muy bien, de modo que se encarga de que los demás lo vean igual y despliega
ante ellos sus plumas de un modo bastante ostentoso, máxime cuando hay un buen
auditorio cerca y alguna figura de poder observa; casi todas sus acciones van
encaminadas a seducir a dicha figura. Tiñe todo de color de rosa –el pasado, el presente
y el futuro–, de manera que una pequeña frustración hace que el día se convierta en algo
deplorable. Igualmente, si alguien la necesita –por muy neurótico que sea–, le alegra el
día y se convierte en un encuentro ideal.

Tiene la imagen de sí misma de que piensa mucho, pero más bien lo que hace es darle
muchas vueltas a la cabeza y fantasear. Una buena pregunta en el proceso es: «Para ti,
¿qué es pensar?». A menudo no tiene respuesta. Un paciente me llegó a decir: «Y según
tú, ¿para qué sirven las ideas?».

Necesita que todo le pruebe que el amor que le dan significa que es el príncipe o la
princesa y hace esfuerzos denodados para conseguirlo; también con su terapeuta, de
quien ansía, además de ser amigo, llegar a ser confidente si se diera el caso. Cuando se
siente querida le da igual lo que el ser amado le haga, lo más importante es el amor. Está
enamorada del amor. Es por tanto la polaridad amor-desamor una de las que más se
abordarán durante el trabajo, ya que en torno a ella argumentan gran parte de los
acontecimientos de su vida.

Una de las polaridades a revisar es atrevimiento-pasividad. Puede ser muy impulsiva


cuando quiere algo o se siente herida y, por el contrario, muy pasiva ante situaciones que,
aunque precisan una solución, dejará pasar para evitar que se descubra su no saber o su
incapacidad para tomar decisiones. Su fuerza es arrolladora cuando se trata de conseguir
un capricho, de alcanzar una satisfacción inmediata, y tiene muchos y muy variados

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antojos.

Otra de las polaridades es impotencia-omnipotencia. Cuando llega a consulta, el Edós


cree que puede con todo, pues está acostumbrado a conseguir todo lo que desea, aunque
no sea lo que necesite. Conectarle con los límites y devolverle una imagen menos
poderosa y menos inflada de sí será una de las tareas terapéuticas y se sentirá muy
aliviado cuando le demos permiso para descansar.

Hay que revisar, igualmente, la polaridad dominio-sumisión, dado que en el amor y por
amor se puede dejar maltratar y puede maltratar de forma muy patente.

Compite con la terapeuta y de un modo muy sutil trata siempre de quedar por encima.
Cada vez que recibe una devolución que no le encaja o que compite con su defensa –el
orgullo– agrede a su terapeuta y la sesión se puede volver insufrible. En el fondo se niega
a abandonarse, a confiar de verdad.

Su relato está salpicado de críticas a las personas cercanas, hasta el punto de «reírse»
de ellas. Hay una característica inequívoca en el Edós: cada viñeta que cuenta es o para
quedar por encima o para hacerse la víctima. Aquí engancho con su modo de expresar
las emociones: se percibe siempre algo «falso», pasa de la risa al llanto sin apenas
espacio valle y el proceso en cada sesión bascula en un vaivén perpetuo. A menudo la
terapeuta queda apresada en este vaivén y, lo que es aún peor, se ve imposibilitada para
devolver esa «falsedad», cuando la percibe, porque hiere su orgullo y el Edós se ofende.
Puede ocurrir que los terapeutas no se crean lo que está pasando y se alejen de esa
persona. Se contribuye así a aumentar su sensación de abandono, esa que el Edós trata
de evitar permanentemente y que fue para lo que implementó su defensa; es decir, para
huir del contacto con su carencia de amor verdadero.

Todo esto hace que entrar en el espacio real de intimidad con este eneatipo se haga
francamente largo y difícil para los terapeutas. Aparentemente es una persona fuerte y
tiene las cosas muy claras, pero debajo –y esto es lo que nunca hay que olvidar– hay un
niño o una niña a la que nadie atendió en sus verdaderas necesidades y a la que
probablemente nadie frustró con claridad, a la que hicieron creer que era la mejor,
alguien especial, que vivía con todo lo que se puede necesitar, sin faltarle de nada. Y es
ahí donde hay que penetrar con tiento y paciencia. Hay que ponerse en su lugar y
entender que para ella o para él todo fue «estupendo» y que vivió una infancia «feliz»,
sin preocupaciones, con la gratificación permanente de ser lo mejor de su casa pero debe

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saber y confrontar que eso es un «cuento». El argumento de la realidad nada tiene que
ver con ese relato.

Cada vez que en su discurso aparece algo malo conviene recordarle lo bueno, y al
contrario, hasta que consiga crear objetos reales –buenos y malos– y su montaña rusa no
sea tan exageradamente polar. La vida está llena de grises.

Creo, sinceramente, que no todos los terapeutas se pueden aproximar al mundo del
Edós sin enfadarse, sin cuestionar, sin prejuicios…, con esa aceptación incondicional que
les recuerde que cada envite del Edós no es sino su manera de defenderse de esa
sensación permanente de que nadie le quiso de verdad, de que nadie le escuchó nunca ni
le dio lo que necesitaba, que todo es un invento.

Gran parte del trabajo terapéutico consiste en ponerle en contacto con la necesidad
«auténtica» –en enseñarle a discriminar qué es auténtico y qué no– y la terapeuta lo ha
de tener en cuenta para no enfadarse con ella o con él ni con sus exigencias de que el
mundo sea como quiere que sea. Es muy importante que distinga deseo de necesidad, lo
que en su psiquismo viene a ser prácticamente lo mismo. La terapeuta ha de saber que
trabaja para reparar al niño o la niña, para que la persona adulta deje de ocultar sus
carencias. Si no es así, un Edós puede desesperar.

El Edós habla desconectado, a menudo como si estuviera en un escenario. Por eso la


terapeuta corre el riesgo de desconectar ante tanto teatro y puede llegar a sentir mucha
impotencia ante la dificultad continuada de la persona para hablar en contacto, de modo
que se enfade y/o aburra en la sesión.

Otro de los riesgos estriba en que el Edós, para distanciarse de lo que le duele y para
que nadie entre en su intimidad, enfría las relaciones, pasa de la idealización a la
desvalorización en un santiamén y no hay manera de establecer vínculos igualitarios.
Esto lo hace también con la terapeuta y se puede ver cuando se tiene a esa persona en
grupo a la par que en terapia individual. Puede ocurrir que en terapia individual hagan y
mantengan un vínculo de especialidad con la terapeuta y cuando salen de la consulta
hablen mal de ella a los otros, en una especie de desdoblamiento de «yoes» que viene a
confirmar su dificultad para intimar, para confiar, para tener una constancia en sus
afectos y arriesgarse a ser visto de verdad.

Algo central en torno a lo que gira este carácter, que es dar sin que le pidan, suele ser
una de las características más accesibles a la hora de abordar el trabajo terapéutico; ellos

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están cansados, de modo que no es difícil llevarles a ese «darse cuenta».

Más difícil es, sin embargo, llevarle al «darse cuenta» de que cuando le piden, cuando
le necesitan de verdad, lo que hace es «no dar» o da de mala gana; por otro lado, si pide,
cree que entrega el poder, es una humillación. Por eso se ofrece en lugar de pedir.
Deshacer esto es algo más costoso en el proceso.

Cuando comienza a trabajar en consulta tiene una gran habilidad para invocar motivos
terapéuticos para no dar, con lo cual los más cercanos –incluida la terapeuta– se quedan
sin nada; antes porque daba para recibir –y eso es «neurótico»– y ahora no da porque
«se lo está trabajando» y no es el momento. Es fácil observar en este ejemplo cómo
manipula con su discurso. A veces se hace «muy buen paciente» en este sentido, es
decir, en la utilización de lo que aprende en psicoterapia para manipular aún mejor.

Plantea ciertas dificultades para asumir los límites externos e internos, de modo que en
muchas ocasiones es necesario el uso de la frustración de su neurosis; pero desde una
actitud empática, porque no conviene devolverle nunca indiferencia.

No suele ser necesario facilitar expresiones emocionales ni dramatizaciones, ya que la


persona de este rasgo tiende a presentarlas en exceso.

Su trabajo en psicoterapia es el viaje del personaje a la persona, de la falsedad a la


presencia. Dejar de esperar la aprobación de los demás. Atreverse a ser quien es con
coraje y en la intimidad. Mostrar la carencia. Dejar de necesitar al público para actuar y
dejar de estar en el escenario para comenzar a ser. No hacer más esfuerzos para ser
querido y dejar de provocar situaciones en las que es susceptible de ser maltratado. A
veces se conforma con migajas de afecto con tal de que alguien se fije en ella o en él y le
muestre algo de amor.

Debe aprender a permanecer y así empezar a perder el miedo al aquí y ahora.


Reflexionar, pensar, estar, ser. Incluir la «pausa» en su vida. Una buena pregunta es:
«¿Cómo hacer para alcanzar algo de sosiego en tu vida?».

Al tratarse de un eneatipo emocional, el trabajo terapéutico ha de ir encaminado hacia


la inclusión de la cabeza en sus acciones. Estamos ante una persona que actúa y luego
piensa y nuestro trabajo consiste en hacerle pensar antes de actuar, e incluso antes de
sentir. Porque siente, actúa y luego piensa, de modo que podríamos titular nuestra tarea
como «ponga una cabeza en su vida». Por este motivo algunas terapeutas que se guían

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más por la razón quizá no sean siempre las más adecuadas para intervenir con este
eneatipo, porque no llegan a entender del todo esta actuación sin conciencia y tratan
demasiado pronto de poner un límite en este acting, que al Edós no le parece tal, dado
que es su modo habitual de funcionar. Sin embargo, lo que una persona de este rasgo
necesita es un terapeuta que piense y ordene la realidad.

Conviene no atender tanto al contenido y trabajar más la forma, porque su discurso


puede ser muy entretenido y la sesión puede convertirse en un «contar historias» sin
contacto real y con una emocionalidad muy teatral.

Vive la terapia como algo persecutorio, no llegándose a relajar del todo en consulta.
«Aquí no me puedo aflojar», son palabras textuales de una mujer de este rasgo.

Una de las mayores dificultades para abordar el trabajo terapéutico con este eneatipo –
y con el Esiete– es que progresar en el proceso es muy molesto e incómodo para la
persona, ya que se pone muy triste y puede llegar a sufrir una depresión. Contactar con
su carencia y darse cuenta de que nunca fue cubierta y de que es mucho más grande de
lo que imaginaba implica que el trabajo sea largo y muchos abandonen cuando
encuentran un «amor» al que seducir y ante el que desplegar toda su neurosis de nuevo.

Le cuesta admitir que seduce y, si lo admite a lo largo del proceso, suele decir: «Sí, sí,
pero en este caso no era mi intención». De modo que el resultado es que no lo llega a
admitir del todo ni a reconocerlo delante de la terapeuta. Le cuesta mucho dejar de
utilizar su mejor arma para el contacto.

Se enfada con las devoluciones y, si se lo devuelves, no lo reconoce: «¡Yo no estoy


enfadado!». Esto ocurre sobre todo si las devoluciones se producen en el contexto
grupal.

El Edós desplaza el enfado, es decir, rara vez lo coloca en el lugar que es y casi nunca
lo dirige hacia la persona de la que se trata. Por eso, algunas veces la sesión se convierte
en una búsqueda incesante de la persona con la que está realmente enfadado. Se puede
observar, con cierta frecuencia, que cuando se molesta con su pareja lo transfiere a la
terapeuta de manera inmediata, sin tener conciencia de ello.

En grupo se observa igualmente este desplazamiento del enfado. En el caso de que


haya dos terapeutas, lo dirigen hacia aquel o aquella que no ha realizado la intervención.
Le ocurre lo mismo con el resto de participantes en el grupo, de modo que se enfada con

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quien le resulta más accesible y no con quien le ha agredido. Además, cuando se lo lees
le cuesta sobremanera darse cuenta de ello.

Es proclive a las situaciones amorosas triangulares, repitiendo su historia infantil. Esta


triangulación se produce porque existió una mutua seducción con el progenitor del sexo
opuesto que se traslada a la vida adulta como el deseo de ser un «favorito secreto».
También puede llegar a tener dos amantes, porque cada uno disfruta de un aspecto
distinto de la persona. Incluso estando en pareja, fantasea con otro u otra que en sus
sueños colma todos sus deseos y necesidades y que compara con su pareja habitual. Su
tendencia a sexualizar el contacto le lleva a confundirse en numerosas ocasiones, incluso
en el ámbito terapéutico, como ya he comentado.

Es muy largo el proceso terapéutico de este rasgo, por todo lo dicho hasta ahora y
porque, además, le es muy difícil incorporar lo aprendido. Sus impulsos son demasiado
fuertes como para pararlos y el orgullo es tan sabio que, a medida que avanza en el
proceso, incorpora la forma y no el fondo; trata de hacerse colega de la terapeuta
utilizando bien los modismos del lenguaje gestáltico, pero sin llegar a aprehenderlos
realmente. La terapia es la figura, el fondo sigue siendo un enigma para el Edós, y
aparece una falsa humildad y la impresión de que está trabajando duro. Quiere vencer
siempre y, por tanto, también a la terapia, que vive como aliada en la medida en que le
sigue permitiendo hacer lo que le da la gana. Eso sí, como él mismo diría: «Ahora lo
hago con conciencia».

Es importante que la terapeuta no entre a competir ni trate de aplastar el orgullo del


Edós, si bien es cierto que hay que encontrar un equilibrio y no consentir agresiones y
enseñarle que para ser respetado ha de aprender a respetar, algo que, a veces, le es muy
ajeno, puesto que critica a los demás de un modo bastante desproporcionado. Si el Edós
critica a alguien querido, está bien; si la terapeuta entra en la crítica, está mal y pasará a
defender a esa persona inmediatamente (esto suele ocurrir mucho con las figuras
parentales). Es importante transmitirle que lo que cuenta no es cómo es la otra persona,
sino cómo se relaciona con ella; de este modo es posible deslizarse por caminos más
allanados en las devoluciones acerca de sus figuras relevantes.

Una característica inequívoca de un proceso terapéutico con el Edós es su tendencia a


hablar de los demás; así se asegura la distancia suficiente que le aleja de su propio dolor.
Si se le deja, puede pasar muchas sesiones hablando de la ofensa que ha recibido por
parte de alguien o contando chascarrillos de poco o ningún valor terapéutico. Habla mal

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de casi todo el mundo y además habla mucho de todo el mundo. Hay que echar mano,
bastante a menudo, de la pregunta: «¿Qué estás haciendo ahora?».

Le cuesta mucho responsabilizarse, por lo que desea que la vida, la terapeuta, la


madre, la pareja o alguien se haga responsable de él, para así poder hacer realidad sus
sueños: ser atendido como un niño y tratado como tal.

Solo con un gran amor por parte de la terapeuta se sanarán. No es esencialmente


distinto de lo que necesitan el resto de los eneatipos, pero sí es cierto que es más largo y
costoso, y se requiere mucha paciencia y empatía para poder entrar con respeto en su
lado oscuro, sin ofenderlo.

No puede mostrarse débil, cree que tiene que sostener a todo el mundo, aunque en
realidad es el sostenido. Busca constantemente excusas para que las cosas no le duelan.
Todo es «para siempre» y así lo cuenta, aunque argumenta con la misma vehemencia
que ya no es de ese modo; no hay que olvidar que su prioridad está puesta en el
personaje, de modo que se cree «auténtico» en un caso y «auténtico» en el contrario.
Esto hace que esté muy perdido con su identidad y tenga una mirada sobre sí mismo
bastante alejada de la realidad, en la que solo caben características positivas. Eso facilita
ver la «falsedad» con que una persona de este rasgo hace algunas de sus intervenciones.

Cuánta más necesidad tiene del proceso terapéutico más lo quiere controlar y aumenta
su deseo de poder. Mirarse, nombrarse es mostrar la necesidad y la carencia, y el Edós
considera que eso es una humillación. Hay que prestar mucha atención, porque cuando
se defiende –por ejemplo, agrediendo a la terapeuta– puede ser que lo que esté pasando
sea esto. Puede incluso abandonar el proceso y para poder hacerlo adulan a la terapeuta
y le dicen lo bien que «lo hace todo», además de «exhibir» lo mucho que ha cambiado
gracias al trabajo realizado. A veces, cuando le toca algo terapéuticamente, al día
siguiente no acuden a sesión y nuestra tarea consiste en leer dicha ausencia con mucho
tacto y aceptación. La relación se pone en riesgo cuando se trata de cobrar la sesión a la
que no asisten, algo que siempre hay que hacer, a pesar de la amenaza del abandono del
proceso.

Está poco familiarizado con relaciones de intimidad real y le cuesta mucho hablar de sí
mismo; a menudo es mucho «sí mismo» y muy positivo. Debe trabajar para encontrar el
verdadero yo y desterrar la idea de que conseguir aprobación equivale a conseguir amor
o de que la independencia conducirá a no ser querido nunca más. Tiene mucha facilidad

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para establecer vínculos y mucha dificultad para permanecer en ellos. Igualmente,
muestra mucha dificultad para adecuar la relación al grado de intimidad de la misma. Es
experto en crear impresiones falsas en el sentido de hacer creer a los otros que es amigo
de…, que conoce a…, que ha hablado con…

A menudo no se entera de lo que pasa en el aquí y ahora, y se queda fijado en una


sola cosa, en una impresión. Hay que ayudarle a mirar hacia otro sitio, incluir más de un
detalle. Para él, las cosas son globales y, por tanto, la terapeuta tendrá que trabajar el
detalle. «¿Cómo es eso para ti?». Y enseñarle a mirar con más detenimiento el resto de
los detalles que conforman la realidad. De lo particular a lo general.

Sorprende darse cuenta de que el Edós no se fía de nadie más que de sí mismo y que
el revoltijo emocional le impide actuar con contacto. Hay mucha desconexión. Siempre
está haciendo algo. Parece que en su vida todo se mueve, cuando, sin embargo, a
menudo todo sigue igual.

La vulnerabilidad no le sirve para vivir, pero le da mucho juego para hacer lo que le
viene en gana. Le cuesta mucho incorporar lo aprendido, el impulso le sale hasta muy
avanzado el proceso. Hay que prestar mucha atención y discriminar si los cambios que
muestra en consulta son superficiales o están integrados en su vida. Cuenta sus cambios
y muestra sus avances, aunque a menudo estos no se han producido más que de cara a la
galería, como un modo de seguir siendo querido y aceptado. La única manera de sanarse
pasa porque controle los impulsos y eso viene a ser lo mismo que incorporar la
experiencia. Necesita aprender de ella y reconocer que su intento de salvar a los demás
no deja de ser una «locura» y que es la tapadera de su necesidad de salvarse a sí mismo,
producto de la proyección de su carencia.

Como terapeutas, hemos de destapar las mentiras que nos –y se– cuenta, su
irracionalidad y la repetición una y otra vez de sus patrones de relación. Puede levantar
mucha agresividad en quien le escucha, porque tras esas maneras dulces y voces suaves
hay mucho de manipulación y falsedad. A menudo se sorprende cuando se le devuelve
que «ese comentario parece un poco agresivo» y se justifica: «En absoluto era mi
intención». Lo hace inconscientemente y ante la devolución se defiende como puede, a
menudo atacando a la otra persona. Con devoluciones que le escuecen se queda
resentido –en esto coincide con el Ecuatro–. Por ello hay que recorrer un largo camino
hasta llegar a confrontar algunos rasgos de su neurosis y emplear un esmerado cuidado –
mayor si la devolución se realiza en un grupo–, porque, sin que le sea perceptible y sin

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que nos lo haga saber, el resentimiento queda ahí.

Abordar el tema de los resentimientos será, pues, otra de las tareas durante el proceso
terapéutico. Al establecer los vínculos de manera tan asimétrica, suele quedarse muy
resentido hacia la persona a la que dotó de características sublimes. Se debe desvelar la
exigencia que encubre tanto resentimiento y la autoexigencia que reabre heridas muy
antiguas –de cuando se inventó a sí mismo–, y cómo esa invención se hace presente en
su manera de vincularse con los demás.

A pesar de tratarse de un eneatipo emocional, es necesario que la persona incorpore


emociones o sentimientos que tiene olvidados y negados para sí: vulnerabilidad, envidia,
culpa, autodescalificación, celos…, emociones que la persona tilda de negativas y que
oculta tanto al interlocutor como a sí misma.

Como ya he dicho, confunde el deseo con la necesidad. Está acostumbrado a


preguntarse «¿Qué necesito yo?» y actuar en consecuencia, es decir, a seducir para
conseguirlo. Una de las tareas terapéuticas será cambiar la palabra «necesidad» por la
palabra «deseo» y ayudarle a que tome conciencia de que lo que más desea es la
aprobación incondicional de todo el mundo, y que eso no es una necesidad, si acaso
representa su núcleo neurótico.

Un síntoma de salud para un Edós será incluir la rutina y el compromiso en su vida.


Apagar el farol y establecer vínculos igualitarios con el mundo.

Tanto para las personas de este rasgo como para las de los rasgos tres y cuatro,
podríamos asegurar que padecen una compulsión por gustar; gustar es mucho más
importante que su deseo, de manera que pueden verse inmersas en situaciones
complicadas sin buscarlas de un modo consciente. Según sus propias palabras, «por
gustar nos prostituimos».

A veces es difícil distinguir el Edós del Eocho, porque al igual que este es intrépido,
fogoso y poco convencional. Ninguno de los dos se deja inhibir por el entorno. La
diferencia estriba en que la fogosidad del Edós está al servicio de llamar la atención –es
seductora de manera más afectiva y dramática–, mientras que el Eocho presenta una
actitud acosadora más intimidatoria.

Ambos rasgos, dos y ocho, no se abandonan nunca del todo. Ninguno de los dos cree
que haya alguien en el mundo que pueda llegar a sostenerlo, aunque esto sea más visible

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en el caso del ocho. Las mujeres Edós basan su seguridad en el amor y las Eocho tan
solo confían en sí mismas y hacen pruebas de amor constantes a las personas que tienen
cerca. Entre el amor y la guerra, el Edós eligiría el primero y el Eocho la segunda.

En terapia se distinguen por lo que hacen sentir a la terapeuta. Mientras que el Edós
está permanentemente seduciendo, el Eocho trata de controlar y no ceja en su empeño
de pelear por el poder. También se diferencian en sus formas, mucho más dulces en el
caso del Edós.

Edós y Enueve son generosos y maternales. Se les distingue en que el primero es


desde el «tú me necesitas» y el segundo desde el «yo no necesito nada».

Acabo con una frase de un Edós en proceso terapéutico avanzado: «Estoy


descubriendo que no quiero a nadie».

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MECANISMOS DE DEFENSA

Represión de la idea. Quitar importancia a lo intelectual para no saber, de modo que la


persona se otorga la libertad para actuar desde sus emociones. Aparece como
«irresponsable» a los ojos de los demás, que no a los suyos. Siempre fue el primero y no
ve motivo para dejar de serlo. Se trata de reprimir la conciencia.

Conversión. Se expresan en el plano somático conflictos inconscientes, generalmente de


tipo sexual y/o agresivo.

Deflexión. Consiste en establecer un contacto frío, inocuo, no amenazante. Esto lo hace


muy bien la persona de este rasgo, al estar muy en contacto con la fantasía y poco con la
realidad. Además la indiferencia, propia del orgullo, puede ser considerada una deflexión.
Se va por las ramas, no habla de sí mismo, no contacta con sus necesidades reales. Hay
situaciones demasiado candentes para manejarlas de las que conviene apartarse, por
ejemplo, la ira.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno de personalidad histriónica.

• Hipocondría.

• Somatización.

• Trastornos de la alimentación, sobre todo bulimia.

• Ciclotimia.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• Relación ambivalente con la comida.

• Somatizaciones variadas.

• Creció con el mensaje «No llorarás nunca».

• El mayor temor es a que le dejen de querer.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO DOS

Testimonio 1. Lo más llamativo de mi proceso es que vivo como si se me hubiera


apagado mi vela. Ahora soy más invisible.

Me mantuve en el proceso a pesar del dolor que me causaban las devoluciones.

En el proceso me ayudó mucho saber que, al menos en parte, yo no he elegido ser


así y que no quedaba más remedio que aceptarme tal cual soy. Y que yo no soy peor ni
mejor que los demás.

Yo tenía muy confundido lo que era amar y aprendí que amor y libertad han de estar
más cerca y que eso es lo que mi terapeuta me daba sin que yo hiciera nada. Es más,
cada vez que lo hacía me lo recriminaba y me hacía saber que eso era
«manipulación». ¡Qué palabra! ¡Cuánto me dolió la primera vez!

Aprendí a escucharme y me di cuenta de que mis emociones no eran tantas ni tan


exageradas. Había mucha ansiedad y mucho miedo, pero nunca se me había ocurrido
que eso fuera así.

Lo fabuloso pasó a ser normal.

Las tareas dejaron de ser ciclópeas y se acoplaron a un tamaño mucho más real, más
acorde con mi verdadero yo. Me aparecí ante mí mismo como una persona torpe,
vergonzosa, insegura… Nada de eso me invalidaba ante mi terapeuta y esa fue una
experiencia gozosa.

Dejé de posponer los asuntos pendientes. Aprendí a poner las palabras adecuadas a
las emociones, a que estas no me desbordaran y aún me acuerdo de lo de «Tú no
piensas, das vueltas a la cabeza». Durante la terapia aprendí a establecer puentes
entre sentimientos y pensamientos, a quedarme en la emoción y ponerle palabras de
esa manera, aprendí que las palabras llegan solas cuando me quedo en la emoción.

Me dolía cada vez que me destapaba que parecía falso, que disimulaba, que
impostaba… Lo mío no era prepotencia ni altanería, sino un miedo atroz a no sentirme
amado y la certeza de que mi terapeuta no me miraba con los ojos que yo me veía iba
tejiendo una autoimagen más amable de mí mismo.

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Me ayudó mucho descubrir mi ciclo neurótico, el proceso por el que estoy bien y, de
repente, sin saber muy bien cómo, me siento rematadamente mal. Y es que, si estoy
bien, el introyecto es que me tengo que dar a los demás, como la parábola de los
talentos: si he recibido tres, tengo que dar seis. Y me pongo a dar y a dar…, y me
olvido de mí. En ese proceso, me vuelvo cada vez más dependiente de la mirada del
otro… y me olvido de mí. Y me enfado conmigo mismo, pero no me doy cuenta, y ahí es
que me voy sintiendo cada vez peor y, como no tengo conciencia de todo este proceso,
me siento peor aún de no saber por qué me siento tan mal. Hasta que paro (un cine,
una conversación, escribir…) y pongo conciencia al enfado (y a todas las emociones
que me he dejado en el camino) y a lo que necesito. Me siento mejor y ahí se vuelve a
reenganchar el ciclo.

Otra forma de ver el ciclo es la función que cumple «sentirme mal». Desde ahí, creo
que no me exigen que dé, que haga, que pueda con todo o que tengo excusa para no
cumplir con la exigencia.

Aprendí a estar solo gracias a la intimidad que me dio la terapia, porque cambié de
orientación el esfuerzo. Lo que más me cuesta, aún hoy, es sostener la mirada a mi
carencia y no caerme para seguir recorriendo el camino de la vida.

Incorporé herramientas para estar conmigo, como ir al cine, al campo, escribir,


hablar con alguien… Todo me ayuda, ahora, a desentrañar cómo me siento.
Herramientas que me permiten establecer puentes entre lo que siento y lo que pienso,
que me permiten saber qué siento y ubicar el sentimiento en mi experiencia; como, por
ejemplo, que no registro el lado emocional de lo que experimento hasta que estoy solo,
y llega un momento en el que me encuentro desbordado de emociones y no sé de dónde
vienen, incluso me sorprendo de sentirlas, pues algunas tienen que ver con cosas
vividas varios días antes. Así, cuanto más frecuentemente paro y me miro, con menos
frecuencia me siento desbordado.

Testimonio 2. Mi experiencia fue desde un comienzo en el que sentía que no


necesitaba a los demás –que no necesitaba lo material para vivir, que podía con todo–
a darme cuenta de mis necesidades de contacto profundo y auténtico. De dejar de ser
el centro de atención para ocupar un lugar tranquilo, sereno, de acompañamiento de
las circunstancias con alegría y firmeza, con vulnerabilidad y sentimiento de
pertenencia, no ya a los grupos, sino a mí mismo. Fue un proceso de mucha intensidad
y discurrió atravesando un desierto fértil que yo identificaba como un agujero infinito

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de vacío y soledad. Un hueco que me parecía imposible de llenar. Y mi constante
pregunta: «¿Cuándo termina este dolor en el pecho, este vacío infinito?». Todo esto
sucedía dentro de mí mientras yo intentaba dar una buena cara, una sonrisa y me
comportaba como el bufón que alegraba cualquier reunión…

Y terminó, me detuve, toqué fondo, y desde allí lo fui completando, me fui


completando con las partes negadas de mí mismo.

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3

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Eneatipo tres

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA QUE RETIRA LAS VENDAS AL CORAZÓN

Llega a terapia después de haber elegido a la mejor terapeuta, porque el Etrés es el


mejor. De modo que al principio la relación terapéutica será idealizada y se convertirá en
magnífica o, con una palabra más propia de este eneatipo, en algo «fenomenal».

A primera vista se sabe que estamos ante un Etrés porque se observa una belleza fría,
como si de una estatua se tratara, con cara de porcelana y aparentando menos edad de la
que realmente tiene. Camina muy erguido y su aspecto es siempre adecuado y responde
a los cánones de la moda.

Habla mucho de trabajo y de proyectos y poco, o nada, de sentimientos o emociones.


Puede hablar de sus conquistas, pero no de intimidad con el sexo opuesto.

Casi siempre refiere una infancia maravillosa, así que hay poco que contar de ella. Sin
embargo, la realidad es que no lo fue tanto. No fue amado, sino valorado por lo que
hacía, por los logros conseguidos. Aprendió a esforzarse permanentemente para
aparentar lo que se esperaba de él y sigue igual, confundiendo el afecto con los objetivos.
Cuando se profundiza, el Etrés refiere la sensación de que nadie lo trató con suficiente
amor y cuidado. Para salvarse de ello, idealizó a la figura parental del sexo contrario y se
peleó con la del propio.

Se observa, mediante la anamnesis, que al menos una de las figuras parentales no


quiso al infante porque sí, sino por sus logros, como reflejo de su propio narcisismo. Un
padre o una madre narcisista cuenta con muchas posibilidades de hacer una hija o hijo de
este eneatipo. En mi experiencia, muchos de los pacientes de este rasgo refieren tener
una madre «muy a lo suyo».

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El Etrés enfría el contacto y la primera en notarlo es su terapeuta. Las sesiones son
encuentros poco cálidos y a menudo, al terminar, la sensación que queda es de vacío.
Aunque haya contacto físico al entrar y al salir de la sesión, es la terapeuta la que se
acerca al paciente, mientras este espera sin inmutarse a recibir el saludo. Besa sin ningún
contacto y a menudo se queda rígido y quieto; es el otro quien tendrá que realizar el
gesto de besar.

Cuando llega a terapia no sabe casi nada de sí mismo. En palabras de una mujer de
este rasgo: «Parece que tengo un velo puesto». Al no haber sido visto, no se ve, y de
igual manera le resulta dificultoso ver a los demás. Se observa fácilmente que no ven
partes de la realidad ni de su personalidad. Por tanto, el trabajo terapéutico ha de ir
dirigido a la ampliación de la mirada; en otras palabras, a la construcción de su identidad
a través de la observación y el reconocimiento de lo propio, distinguiéndolo de lo ajeno.
También debe ir dirigido a enseñarle a relacionar unos hechos con otros y, sobre todo, los
hechos con las emociones.

De su dificultad para verse y ver a otras personas deviene, igualmente, su dificultad


para empatizar con el sufrimiento ajeno. Pueden hablar del dolor sin ninguna resonancia
emocional y llegar a ser muy despectivos con personas muy cercanas a ellos. Por
ejemplo, un hombre de este rasgo dice al referirse a su pareja, a la que acababan de
echar del trabajo: «Le está bien empleado».

Se dispersa hablando de muchas cosas, lo que confirma que no sabe ni dónde está ni
quién es en realidad. Habla de sus logros y de los espacios en los que se siente el héroe o
la heroína, con una vanidad apenas perceptible. Se le describe, de hecho, como esclavo
de su propia imagen, e imagen es lo que transmite en consulta.

Puede llenar la sesión hablando de planes de futuro, de ideas, de proyectos, mostrando


una imagen impecable, que es la que cree que se espera de él, y la terapeuta ha de leer
los dolores que no nombra, para los que no tiene palabras. Una de las herramientas con
las que contamos es traerle al aquí y ahora para que, de forma paulatina, se vaya dando
cuenta de «la mentira» que es. A medida que se muestre y deje de esconderse detrás de
lo que hace y lo que tiene, y se vaya encontrando con nuestra aceptación, se podrá ir
trabajando con material más significativo.

El Etrés exige una aceptación incondicional y se duele muy fácilmente si no la obtiene.


Le gusta ser adivinado y a menudo confunde una devolución terapéutica con un

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cuestionamiento personal.

Vive desconectado y puede conectarse si topa con su impotencia, llegando a decir:


«Ayúdame, quiero acercarme a ti y no sé cómo». También puede aparecer desconexión a
nivel físico: «No reconozco mi cuerpo, no lo siento». Alguno refiere cierta
despersonalización.

Traen a terapia un introyecto bastante extendido en este eneatipo: «Si soy quien soy
me quedo solo»; por tanto, no puede ser quien es ante su terapeuta hasta muy avanzado
el proceso. Hay mucho más miedo del que se aprecia y del que la persona se puede
confesar a sí misma.

El Etrés vive, a menudo, las devoluciones como una crítica, con lo cual el camino
hacia la autenticidad es largo, muy largo. Pero también las puede integrar perfectamente
y adaptar sus formas a lo que cree que se espera de él y construir un relato tan adecuado
que no dé lugar a intervención alguna, un relato hecho para ser admirado y querido de
nuevo por su exterior, por lo que vende.

Cabe la posibilidad, igualmente, de que viva las intervenciones terapéuticas como


exigencias que le llevarán a la acción, repitiendo así su guion de vida. Es necesaria una
escucha empática de lo que dice y seguir su continuum de conciencia, explorar su
experiencia y afirmar que es válida. La terapia no debe ser una exigencia más en su vida,
sino un lugar de descanso y reconstrucción personal.

Busca desesperadamente adaptarse a una imagen permanentemente variable según el


lugar en el que está, y esa búsqueda no le conforma la identidad que tanto persigue; es
más, le arrastra con un ritmo vertiginoso tras ella y, en vez de satisfacerle, incrementa en
esa persona la vivencia de vacío. Vacío del que huye y al que no sabe poner palabras, un
hueco oscuro en el que le da un miedo atroz penetrar. Por ello la búsqueda y la
satisfacción inmediata acompañan todas sus acciones, porque no puede soportar la
sensación de ansiedad. Oculta sus deficiencias y está en constante movimiento para no
conectar.

Al tener muchas dificultades para crear vínculos de intimidad, pasa –tras un pequeño
acontecimiento– de la idealización a la desvalorización. Una mancha en el otro es vivida
como algo irremediable, una decepción tan profunda que la relación es ya insalvable.
Esto afecta tanto a las personas de su entorno como a su terapeuta. La idealización-
desvalorización puede ser trabajada en consulta como una polaridad.

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Sus dificultades para sentir –o más bien para reconocer lo que siente e integrarlo
armónicamente– tienen que ver con que no fue respetado durante su infancia en sus
necesidades emocionales. Se acostumbró a sustituir los sentimientos reales por un
aceptable sí-mismo-ejecutor, haciendo real la canción de Julio Iglesias Me olvidé de
vivir.

Al no reconocer las emociones, no existen el enfado ni otras emociones tildadas de


«negativas» y ningún acontecimiento de su vida se relaciona con sus estados de ánimo.
Como no se tiene experiencia de lo que se siente, no hay registro de lo que se supera ni
conexión con los acontecimientos, ya sean vitales o cotidianos, de manera que las
sesiones pueden ser un relato lleno de detalles sin ningún contacto real.

Es fundamental validar sus emociones para que aprendan a hacerlo por sí mismos y
vayan teniendo un registro emocional más amplio. Se ajustan permanentemente a lo que
deben sentir según la situación en la que están. Darse cuenta de ello y comenzar a
funcionar de otra manera les da tranquilidad, aunque sientan el vértigo del no-saber.

Este carácter no concibe la compatibilidad entre el enfado y el afecto. Les parece


incongruente sentir ambas cosas al mismo tiempo. A medida que va contactando consigo
y dándose cuenta de que no hay emociones prohibidas, irá deshaciendo esa máxima.
Tendrá el permiso para enfadarse con las personas a las que quiere y sabrá que las
personas que le quieren se pueden enfadar con ella o con él y que no pasa nada. La
emoción del enfado es un tránsito, no se deja de querer por sentirla.

Es necesaria mucha paciencia para rastrear tranquilamente quién es; se asusta mucho
si ponemos a su disposición información profunda antes de tiempo. La herida narcisista
está muy cerca de la superficie y cualquier pequeña devolución puede reabrirla y
paralizar el proceso, e incluso hacer que lo abandone.

El Etrés se reconoce a través de su terapeuta, así que necesita idealizarla. El peligro es


que la terapeuta se lo crea y no lo entienda como parte del proceso de sanación de la
persona. Puede ocurrir que la terapeuta se sienta especialmente valorada y entre en la
seducción del paciente, de modo que ambos dejen de hacer su trabajo por miedo a
perder esa relación idílica. Ya he comentado que este eneatipo vive las devoluciones
como críticas o descalificaciones. La mejor manera, pues, de sostener ese idilio es no
hacer devoluciones ni confrontación alguna.

Trata de vengarse de quien le causa daño o de quien no sucumbe a su seducción,

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sobre todo si es una figura de poder o importante para él. A menudo se observa
competencia en la relación terapéutica, pero no hay que entrar en ella o, en su caso,
usarla como aliada terapéutica, porque lo más probable es que en algún momento del
proceso sea figura en la consulta.

Una posibilidad de abandono del proceso es cuando la terapeuta pierde la cualidad de


ser especial para el Etrés. Cuando enferma, por ejemplo, se preguntará: «¿Quién soy yo
si mi modelo ideal enferma? Mi terapeuta ya no es especial, es humana, y por tanto yo
tampoco soy especial». Hemos de saber que la persona necesita identificarse para
individualizarse. La desaparición, aunque sea momentánea, de su modelo le provoca
mucha angustia.

Este eneatipo acostumbra a demandar de su terapeuta un reconocimiento


incondicional. Cuando se siente tocado en su herida narcisista –al constatar la persona
que no es lo que cree ser– puede responder con mucha rabia –que no disminuye aunque
se exprese– e incluso exacerbarse con la expresión. Se enfada con su terapeuta, aunque
no pueda identificar dicho enfado. De ahí que haya que tener especial cuidado con las
intervenciones confrontativas y sea difícil encontrar el equilibrio entre el apoyo y la
frustración. Una intervención a destiempo le puede llevar a abandonar abruptamente la
terapia, como antes apuntaba.

En mi experiencia, prácticamente todas las personas de este eneatipo cuando inician


terapia se ponen a trabajar duramente, escudriñan su darse cuenta, hablan de su no-
contacto, se descubren a sí mismas y dicen que esta vez les ha salido mejor; en fin, con
su acostumbrada eficacia parecen caminar muy deprisa. Lo duro, lo difícil de sostener
son los momentos «valle» del proceso, cuando ya no pasa nada; ahí es donde pueden
abandonar y ahí es donde hay que ser más cauta y apoyar y apoyar, porque ellas no
están acostumbradas a tener paciencia en cuanto al aprendizaje se refiere. Se requiere
mucha paciencia para lograr la integración de lo aprendido, discriminar lo auténtico de lo
falso y soportar los periodos de vacío.

El problema del Etrés es re-conocerse –dando por entendido que nunca se conoció–,
crear un verdadero contacto intrapersonal, volver los ojos hacia dentro y comenzar a
sentir, perder el miedo al contacto, a vincularse con el mundo y consigo mismo. Son
tantas las horas perdidas en busca de su identidad que no sabe quién es y teme
encontrarse y no encontrarse. Se ha pasado la vida cultivando la imagen, orientándose
hacia el mercado expuesto en un escaparate, esclavo de su propia apariencia. No ha

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vivido la aceptación de la debilidad y huye de descubrir en sí mismo alguna parte menos
vistosa. Es buen vendedor y siempre ha tenido cerca personas muy significativas que «le
han comprado» su imagen, al margen de haber contribuido a crearla, así que tiene la
certeza de que él es así: cuasi perfecto y tal y como se muestra. Ahí está su mayor
desconcierto.

Por un lado, tiene miedo a que descubran su falsa identidad y, por otro, anhela que
alguien lo haga para poder descansar al fin. Se identifica con la imagen, no la crea, de
modo que, en el fondo, sabe que es una mala adaptación, un remake de una buena
película. Pasa mucho tiempo hasta que puede mostrarse desnudo, y el miedo le atenaza y
le paraliza.

Suele verse inmerso en relaciones triangulares y normalmente no está a gusto en


ninguno de los tres ángulos, salvo que sea él quien lo maneja. Se siente inseguro cuando
lo maneja otro porque puede ser el «excluido»; si esto ocurre, saldrá corriendo. Le gusta
jugar a eso, pero no que jueguen con ella o con él.

El trabajo de este eneatipo pasa por aceptar la mediocridad: reconocer que no es


especial y aceptarlo. Hay que quitar la sonrisa que, a base de forzarla, es una mueca en
la cara y permitir que las arrugas habiten su expresión. Todos y cada uno de ellos se
creen especiales de algún modo y es muy difícil deshacer esa «especialidad», porque
siempre encuentran un lugar donde depositarla. Hay que dejarle muy claro el mensaje de
que se le puede querer aunque sea mediocre y que no es más ni menos que nadie.

Es muy duro para el Etrés sentir el vacío cuando se da cuenta de que detrás de la
máscara no hay nada. Es particularmente importante acompañarlo en ese momento de
una manera empática. Hay que ser consciente de que quizá seamos la primera persona
que le vemos sin máscara y transmitirle que le miramos con amor aceptando su «no
saber», que no tiene que hacer nada especial para ser querido, que ya lo es.

Es muy difícil sostener esta parte del proceso, porque aparentemente no está pasando
nada. La persona sufre y tan solo queda esperar a que atraviese ese vacío y se encuentre
consigo misma.

La vida está bien como está y no es necesario seguir con la hipervigilancia constante,
que solo le produce ansiedad y miedo. A medida que se va dejando estar en el proceso,
aparece la desesperanza detrás de su optimismo y necesita que le reaseguremos que las
cosas funcionan y van a funcionar.

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Siente una soledad que vive como algo insuperable. Es imprescindible que aprenda a
estar solo y a hacer actividades con el único fin de disfrutar de ellas. Debe incluir el
proceso y abandonar el resultado en su vida, sea cual sea la acción que realice. Le
resulta muy difícil no salir corriendo hacia las gratificaciones habituales y le es muy
complicado sostener el contacto consigo mismo.

Igualmente, debe encontrar personas con las que relacionarse en función de sus
afinidades; es decir, no por interés, tan solo porque le caen bien. Tiene que abandonar la
mirada interesada en las relaciones e incluir la afectiva. Aprender a escuchar y a
empatizar con los dolores ajenos, ampliar la comprensión y cuidar y dejarse cuidar. Para
todo ello, es imprescindible que aprenda a expresarse directamente y a dejar de dar
rodeos, así como a hablar desde la conexión con las emociones. En conjunto, se trata de
dejar de seducir a través de la imagen, ya sea física o psicológica, y relacionarse con
autenticidad.

En las relaciones con los otros, también ha de aprender a quedarse, a no escapar ni


reparar demasiado pronto los desencuentros, para así poder descubrir qué es lo que
realmente le molesta sentir: rabia, culpa, enfado, asco… Necesita hacerse responsable de
lo que genera tanto en sí mismo como en el otro y transitar la vergüenza de ser quien es.

El Etrés ha de aprender a permanecer en las sensaciones desagradables, porque solo


así va a saber realmente lo que le pasa. Debe poner atención a las máscaras que emplea
para manipular y darse cuenta cada vez que se amolda a lo que se espera de él para
retomar su contacto.

La salud de este eneatipo está en lograr la autenticidad, que no es otra cosa que
conectar lo que piensa, lo que siente y lo que hace. Está entrenado en pensar en lo que
siente y no en sentirlo y le es muy difícil discriminar. Ahí es donde la terapeuta debe
incidir y mostrar cada vez que se produce la conexión, para que la persona vaya
ampliando sus registros.

Es necesario que acalle su discurso interno de crítica y desvalorización constante y dar


entrada en su vida a la pereza; no todo ha de ser acción y adrenalina, también existe el
sillón ball.

El proceso terapéutico debe ayudarle a desarrollar la capacidad de aceptarse, nutrirse y


respetarse tal como es. Hemos de saber que a menudo la terapia es la primera
experiencia de contacto auténtico que tiene en la vida, dado que la terapeuta es la primera

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persona que le escucha y no le dice que debiera sentir algo distinto de lo que siente.

El vínculo con su terapeuta y la intimidad alcanzada le permitirá mejorar otros


vínculos, le enseñará a valorar situaciones y personas, y a partir desde el corazón en el
contacto con los otros.

Dos buenas tareas terapéuticas para el Etrés son la meditación y el trabajo con el
cuerpo.

Es imprescindible que aprenda a expresar las cosas directamente y se atreva a ser


sincero tanto consigo mismo como con los demás. Tiene que abandonar la prisa y no
tratar de llegar a todo. Debe dejar de calendarizar su vida. Estar sin hacer.

En el proceso se puede confundir con los eneatipos siete y uno, tanto por la rigidez de
sus rasgos de personalidad como por el deseo de que no se note si hace algo mal, signos
de la defensa narcisista.

Además comparte con el Edós y Ecuatro la necesidad de ser visto, aunque este
muestra lo que no tiene y el Etrés lo que dice tener o lo que hace. Igualmente comparte
con el Edós la necesidad de sentirse querido, pero el Etrés es más independiente y
alcanza más estabilidad en el amor, aunque viva asustado con miedo a «ser descubierto».
Ninguno de los dos sabe lo que realmente necesita.

Forma parte del triángulo básico del eneagrama y por ese motivo comparte con el
Enueve algunos rasgos. Como este, desconoce lo que hay en su interior y tiene una cierta
inclinación hacia el servicio a los demás, pero con características distintas, ya que en el
caso del primero hay más necesidad de sentirse útil y en el del Etrés la disponibilidad está
más dirigida a aparentar. Ambos eneatipos llegan a hablar del vacío interior.

Con el Eséis comparte el deseo de hacer las cosas bien y mostrar una imagen perfecta
de cara al exterior. La diferencia es que en el Eséis dicha imagen está más cerca de lo que
la persona es que en el caso del Etrés. Este se adapta a los valores de moda de su
entorno y el Eséis busca más dentro de sí y en el mundo de las grandes ideas.

Una frase de un Etrés en proceso terapéutico: «No quiero sentir ni lo bueno ni lo malo.
Lo malo porque sufres y lo bueno porque cuando lo pierdes te hace sufrir».

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MECANISMOS DE DEFENSA

Identificación. Identificación con valores externos que la persona hace suyos y


confunde con su personalidad. Se observa también cierta tendencia a identificarse con
personas relevantes.

Denegación. Hay un reconocimiento de la experiencia unido a la negación de la emoción


que provoca: lo que está digo que no está. «No pensarás que estoy enfadado, ¿verdad?
Por supuesto que eso no me importó».

Disociación. Todo lo inaceptable es eliminado de la autoimagen y negado por la


conciencia. Escinde elementos disruptivos para el yo del resto de la psique, de manera
que la persona convive con fuertes incongruencias, sin alcanzar conciencia de ello.

Idealización. Consiste en dotar de un valor especial a una persona de la que existe cierta
dependencia emocional.

Confluencia. La persona, para ser aceptada, hace suyos los deseos del entorno, se
mimetiza y se fusiona. Adopta ideas, decisiones, estilos de vida y los incorpora sin
ninguna conciencia.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno de personalidad narcisista.

• Depresión.

• Comportamientos psicopáticos.

• Trastorno de ansiedad generalizada.

• Trastorno disociativo.

• Estrés.

• Problemas con la sexualidad.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• Problemas con la piel (ronchones, alergias) y con la garganta y el estómago.

• Se recuerda a sí mismo como muy patoso, aunque no lo fuera.

• Mucho miedo a la soledad, a los fantasmas, a lo inexplicable y a las agujas.

• Inadaptado en el colegio, se mimetizó para ser aceptado.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO TRES

Testimonio 1. La intimidad con mi terapeuta me enseñó a crear mi propia intimidad.

Quizá lo más importante es que mi terapeuta fuera una persona real. Esto es, una
persona a quien veía en otros contextos, a quien veía hablar por teléfono, por ejemplo.

La paciencia que demostró a lo largo del proceso para que yo aprendiera a ser
paciente (de paciencia) conmigo misma y así ser una «buena paciente propia».

La congruencia a lo largo del proceso, que no haya habido reacciones imprevistas,


que todo era más fácil de lo que a mí me parecía y su buena memoria, que me hizo
confiar en que lo que a mí se me «olvidaba» ella lo recordaba e insistía en que lo
integrara.

La sinceridad y honestidad y su conexión. Al estar ella conectada en las sesiones,


podía conectarme yo.

Abrir espacio a lo banal, a la anécdota en las sesiones. No todo es gravedad. Hacer


también del proceso algo real.

Ha sido fundamental revisar la moral católica, que me aprisionaba, y volver a


analizar mis vivencias sin culpa, legitimando en todo momento mis sentimientos. Me
quité un gran peso de encima y aprendí a caminar más ligera.

Descubrir que sentía ansiedad, que tenía miedo, que era agresiva y que todo ello
estaba bien porque, con su actitud de respeto y aceptación, podía ir desgranando todas
esas emociones que tenía atascadas y no sabía ni que existían; nunca hubo reproches
ni juicios.

Me aportaba mucha tranquilidad la cita semanal: la consistencia de la persona que


era mi terapeuta.

También me enseñó mucho su expresividad.

Testimonio 2. Lo fundamental para mí fue el señalamiento de que me pasaba la vida


perdiendo mi poder, ya que se lo daba al otro porque estaba muy preocupado de lo que

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piensan de mí. Si no me hubiera dado cuenta de que vivía a través de eso, no podría
haber comenzado a atisbar quién soy. Fue duro y bastante angustioso, aunque ir
reconociendo mis sentimientos y sensaciones de a poco me fue ayudando a conformar
una idea de mí mismo más aproximada.

Poder mostrar el enfado en un clima de aceptación. Darme cuenta de que decía no


sentir nada sobre todo cuando estaba cabreado.

Sentirme acompañado en mis pequeñeces.

Poder ser pequeño en las sesiones. Llevaba tanto tiempo siendo mayor que tenía
mucha necesidad de ser chiquito y acogido durante mucho tiempo hasta que pude ir
creciendo. Esa experiencia frenó mi prisa y la intranquilidad perpetua, era la única
manera en la que sentía que me podía relajar.

Romper la creencia que sustenta la preocupación de lo que piensen los demás:


«Todos me tienen que querer». Aún resuena en mi cabeza la pregunta «¿Tú quieres a
todos muchísimo?» y el «Va a ser que no». Aplicando una mínima ley de reciprocidad,
va a ser imposible tanto el insight de que me quieran todas/os como que yo las/los
quiera, de modo que son solo unas/os pocas/os las/los importantes y además están
descuidadas/os; por eso es tan importante saber que el mejor de los tesoros lo tenemos
guardado en nuestra propia casa.

Ahora, a pesar del tiempo transcurrido, cuando necesito relajarme, que es en


muchísimos momentos, aún me digo: «Soy uno más». Y la voz de mi terapeuta está
detrás.

Testimonio 3. Para mí fue muy importante el sentirme querida sin tener que hacer
nada especial unido a sentirme especial en el momento de mi sesión con mi terapeuta.
Al principio buscaba ser la única, la mejor, la más buena, la más perfecta… fuera de
contexto siempre, hasta que poco a poco eso se fue disolviendo y entonces empecé a
sentirme querida sin más, acompañada, y entonces sí que me sentía especial. No tenía
registro de una sensación tan placentera y que me diera tanta tranquilidad.

Para mí estaba muy presente la evaluación de mis superiores, de la autoridad, y fue


impresionante encontrarse con una autoridad tan humana en la que la evaluación no
apareció en ningún momento. Esto me ayudó a dejar de evaluarme y a sentirme más
segura en todas las situaciones. Fue el inicio de la confianza en mí misma.

64
Aprender a quitarles peso a los problemas, mejor dicho a los sucesos cotidianos,
dejar de darle vueltas a todo y dejar de actuar como si yo fuese el centro del mundo y
la responsable de lo que pase a mi alrededor. La risa de mi terapeuta cuando le
contaba «lo importante de la semana» me hizo darme cuenta de que sin ese
dramatismo me quedaba en «na».

La sensación de que está bien así, que ya está, que no hace falta más me relaja y me
hace confiar en que sabré responder a la situación, que ya no tengo tanto miedo a ser
descubierta, que la ansiedad me indica una emoción, que la especialidad no es más
que el deseo de ser querida y que si lo pido lo puedo obtener de los que tengo cerca.

Dejar de sentirme omnipotente me aligeró como madre, esposa, profesional,


etcétera. Y mejoró mucho mis relaciones cercanas. Me volví más flexible y amorosa.

Me amigué con mi madre y desidealicé a mi padre. Situé a cada uno de los dos en
un lugar más real a medida que yo me iba colocando. Conseguí perdonarlos y sentirme
perdonada sin buscar excusas y sin seguir recordando los agravios. Aprendí a reparar,
a pedir disculpas, a conmoverme con el dolor de los otros.

En los conflictos, en los que antes no me posicionaba, destacaba mi buen talante,


pero aprendí a situarme desde el corazón y fue lo que hice. El resultado fue verme
como una mujer entera.

También ahora sé que mi bordería aparece cada vez que no estoy bien y que, si no
miro lo que siento, ataco sin ninguna conciencia de mi enfado.

Dejé de estar pendiente del resultado y empecé a disfrutar de los procesos.

65
4

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Eneatipo cuatro

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DEL AQUÍ Y AHORA

Acude mucho a psicoterapia porque sufre mucho buscando a alguien que le cuide,
valore y le dé el alimento que no recibió. Se ha pasado la vida reclamando a diestro y
siniestro, generalmente con bastante poca fortuna, ya que al tratarse de un carácter oral
no se sacia nunca y desprecia lo que le dan y lo que tiene buscando fuera algo mejor. La
frase «El prado del vecino está más verde que mi prado» define a la perfección la
vivencia de este eneatipo y refleja su pasión: la envidia, que le mantiene en la
comparación constante con los demás; ve aquello que le falta y se olvida de lo que tiene.
La costumbre de sufrir, que a veces podría ser considerada como una adicción, le lleva
fácilmente a las consultas terapéuticas.

Presenta un aspecto en el que los surcos del dolor han dejado su huella: el cuerpo recto
con la cabeza un poco hacia delante, como si fuera un pollito pidiendo comida; en el
pecho, un hueco que muestra oralidad y un saliente que se conoce con el nombre de
«pechuga de pollo»; el cuello muy estirado. Algunos Ecuatro, sobre todo hombres, tienen
un olor corporal muy fuerte. Tienden a cuidar su aspecto, aunque también pueden
aparecer desaliñados y dar la impresión justamente contraria.

Podríamos aseverar que el trabajo con este eneatipo consiste en que aprenda a
desarrollar «padres internos» y así pueda conseguir cuidarse a sí mismo, dado que no se
sintió cuidado por sus padres y no le van a cuidar ya. Además, hay que enseñarle a
callar, a pensar antes de soltar el grito reclamando, antes de conectar con el abandono.
También debe aprender a desarrollar buenas prácticas profilácticas.

Nos encontramos en este rasgo una herida abierta y sangrante, que es la del descuido-

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abandono, un «trauma» que se hace presente en cada situación del día a día, como si el
tiempo no hubiese transcurrido. Quizá no sea excesivo pensar que es como si viviera en
constante relación con la muerte o desaparición del objeto amado. Su figura de referencia
nunca estaba cada vez que la niña o el niño la necesitaba, o al menos así lo vivió el
Ecuatro. Lo que es peor, esa figura de referencia siempre se estaba ocupando de alguien
(una hermana o hermano, una abuela o abuelo…) que para esa persona era más
importante que ella o que él.

Algunos eneatipos cuatro refieren incluso que estuvieron un año llorando en la cuna,
que comieron mal durante su infancia y relatan mucha soledad en su etapa infantil, con
cierta sensación de irrealidad, de no pertenencia a su familia. Casi todos refieren,
además, una crisis en la adolescencia y hablan de ella como «la peor etapa de su vida».

Pertenecen a la parte histeroide del eneagrama, así que el trabajo pasa por enseñarle a
pensar, a no reaccionar inmediatamente con desgarro ante cualquier frustración de la
vida, sin medir las consecuencias de su conducta; a dominar sus reacciones. Se da la
circunstancia, por ejemplo, de que, si espera la llamada de un amigo y esta no se
produce, la sensación de abandono es tal que incluso puede no dormir en toda la noche y
pasársela tomando infusiones relajantes. Cuando viene a consulta tres días más tarde,
cuenta lo terrible y doloroso que ha sido no recibir esa llamada y que el significado es, sin
ningún género de dudas, que este amigo no es tal, porque «con lo importante que él es
para mí…». En ningún momento se le ocurre que le puede haber pasado algo, que haya
salido de la ciudad, que se haya olvidado… La herida del abandono se reabre una y otra
vez ante circunstancias muy similares y que la experiencia sea repetida no ayuda a
integrarla. Es como si faltara algo de sentido común.

Episodios como este pueden ocupar una sesión completa si la terapeuta no está atenta
y el dolor de la persona parece tan profundo que duele mirarla. Es muy importante
ayudar a que discrimine que una negativa no significa sistemáticamente un rechazo, un
abandono o una humillación y enseñarle a ajustar la frustración al hecho que la ha
provocado.

El Ecuatro sufre constantemente, porque siempre está identificado con la carencia, con
lo que no tiene, con lo que le falta, y se encuentra en permanente búsqueda del
reconocimiento de manera inadecuada. Se quiere muy poco a sí mismo. Hay mucho
dolor y mucha carencia. Llega a terapia con una imagen muy denostada, muy
desvalorizada.

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La frustración y el dolor conllevan agresividad –muy visible en el subtipo sexual– y se
muestra enfadado con el mundo y con la vida. A menudo en su discurso pone la palabra
«miedo» donde lo que hay es «rabia». Es especialista en contestar «No sé» y realmente
parece haber mucha confusión. El trabajo terapéutico consiste en enseñarle a discriminar,
porque si no el enfado sale en forma de psicopatía como un odio generalizado. Es muy
importante que aprenda a canalizarlo y que entienda que ocurrió allá y entonces con
alguna figura importante de referencia, es decir, con la persona que le debía haber
cuidado, que no le dio y que le dejó carente. Esta tarea es larga, porque siempre queda
algo de esa rabia de no haber recibido, de no haberse sentido querido.

En las sesiones podemos observar diversas «tretas» que definen este eneatipo y nos
facilitan asignar este rasgo a determinada persona. Por ejemplo, suele tener dificultad
para cerrar las sesiones, de manera que siempre tiene algo muy importante que contar al
final. Es relativamente habitual que comience las sesiones dando rodeos, yendo de un
tema a otro, aparentemente sin rumbo hasta que llega al tema importante o al que
realmente le preocupa más. Eso deja poco espacio para la exposición y la intervención,
de forma que revive de algún modo la frustración y el abandono. Pero no toma
conciencia de que es precisamente él quien ha elegido abordar el tema más tarde. A
menudo su relato está lleno de detalles poco significativos.

Además de apurar al máximo la hora de la sesión, suele cuestionar el encuadre con la


finalidad de poner a prueba el afecto del terapeuta. Su discurso interno sería algo así
como: «Si me quisieras, me atenderías más tiempo o no me cobrarías la sesión a la que
falté…, con lo que yo he sufrido». Acaba consiguiendo que se le bajen los honorarios y
que las sesiones duren siempre unos minutos más gracias a que es especialista en sacar
los temas importantes en los minutos finales de cada sesión.

Si prestamos atención al lenguaje de un Ecuatro, se observa con qué frecuencia, ante


las devoluciones terapéuticas, la respuesta es: «Sí, pero…». Parte de nuestra tarea
consiste en incluir la «y» en su vida, en lugar de tanto «pero»; quitar las conjunciones
adversativas y poner las copulativas. Otra de sus tretas es: «¿Y si…?», que es el intento
tramposo de llevarnos a trabajar con lo posible o futurible y no con el aquí y ahora, o
«Eso ya lo sabía», frase muy habitual que le permite mantener una autoimagen algo más
idealizada de sí y de paso frustra a la terapeuta haciendo real aquello de «lo mío no tiene
solución».

Habla mucho en consulta, al punto de no dejar intervenir a la terapeuta; algunas

69
sesiones son de desahogo, que le alivia y a la par le frustra, porque «no se lleva nada». Si
el vínculo no está muy consolidado, malo será decirles algo y malo también no decírselo.
Es difícil acertar, no es consciente de que no da y que así no puede recibir. En general
pide «caña», que más de uno traduce como «me ve, soy importante».

Otro modo de distinguir a este eneatipo en consulta es cuando viene a la sesión con el
tema pendiente de la sesión anterior, en la que no se sintió «suficientemente
comprendido», ya que si la terapeuta no le da la razón lo vive como falta de
comprensión. Se le distingue, también, por la desvalorización de las devoluciones o
intervenciones técnicas que se llevan a cabo. Comentarios ante una silla vacía1 tales
como «No me sirvió de nada, porque mi madre no hablaría así ni diría eso que yo dije»
pueden hacer desfallecer la tenacidad de la terapeuta, que tiene, de la misma experiencia,
la impresión de que fue una silla en la que hubo mucho contacto entre las dos partes.

En grupo se le reconoce porque suele llegar tarde, interrumpir cuando alguien está
hablando para atraer la atención hacia sí, salir y entrar de la sala para hacerse ver… Es
relativamente frecuente, además, que en los ejercicios de dar y recibir el Ecuatro reciba y
dé poco o nada a la pareja. Como actitud general está la de interrumpir el contacto y la
de tener poco en cuenta a los demás. Al igual que le ocurre en psicoterapia individual,
suele costarle despedirse, así que cuando se acerca el momento de cierre del taller o de la
sesión grupal puede hacer un comentario desvalorizador de la experiencia, tener una
crisis de llanto, sacar a la luz un asunto pendiente que no puede esperar o llevar a cabo
alguna otra artimaña que obligue a posponer el momento.

Esta dificultad para despedirse tiene que ver con su sensación de abandono y hay que
verla desde ahí. Es su forma de sacar la frustración, la pena de la soledad que se avecina.
Hay que devolverle con mucho tiento y mucha paciencia la agresión que realiza con ese
tipo de intervenciones, porque no es nada consciente de su acto ni de las consecuencias
del mismo, nada consciente de cómo ensucia lo vivido, de cómo no se queda con nada
del alimento recibido y de cómo el vacío que siente no es sino una muestra más de su
oralidad, de su querer siempre más y no saciarse nunca.

Otra de las maneras de descubrir al Ecuatro en grupo es cuando tiene el turno de


palabra. Si miramos en derredor observaremos que la energía grupal baja: hablan en un
tono bajo y monocorde, con mucha solemnidad, de manera que las personas que
escuchan han de hacer un esfuerzo de atención para entenderle. El discurso suele ser
entretenido por la cantidad de detalles que aporta y también aburrido por la falta de

70
contacto que se aprecia en el relato y las ramificaciones del mismo, por muy afectado
que esté al hablar. Algunas de las personas de este rasgo se hacen notar con comentarios
inapropiados cuando no tienen el turno de palabra. Su tono puede denotar enfado o ser
lastimero, bajo cuando tiene la atención y alto cuando la tiene otra persona.

Por último, también en situaciones grupales, puede dar lugar a «malos entendidos», ya
que es literal cuando escucha una devolución. Le cuesta dotar de otro significado a las
palabras, lo cual puede hacer muy difícil la intervención. A veces no entiende lo
simbólico.

La mujer Ecuatro compite con la terapeuta de su mismo sexo y salva al terapeuta


masculino, al que suele idealizar y trata de seducir. Entabla rápidamente una transferencia
positiva sexualizada. A la terapeuta mujer la machaca como una forma de venganza por
el cariño que no recibió de su madre.

El hombre Ecuatro compite para ser visto por la terapeuta mujer y se victimiza. Muy
propenso a la desvalorización, nunca se siente suficientemente visto, de manera que le
corta la cabeza con cierta celeridad. Compite, a su vez, con el terapeuta hombre.

En conjunto, este eneatipo tiene un punto de inadecuación, de hacer lo contrario de lo


que se espera en la situación, de manera que es fácil descubrirlo. Se trata de una persona
muy enfadica que se pasa el tiempo persiguiendo al otro para pillarlo en falta. Se ofende
por casi todo en terapia y a menudo cuenta que no entiende cómo la gente se enfada con
él. Es fácil ver la proyección del enfado y es necesario trabajarla.

Va de «pobrecito», así que el mundo ha de apiadarse de él. Es habitual encontrarse


con un terapeuta que le da consejos, que le dice lo que tiene que hacer para salir de esa
situación (¡es tan fácil!) y siempre se encuentra con el «Sí, pero…», de manera que casi
nunca dicha situación tiene solución. Según mi experiencia, resulta más útil darle la razón
y decirle que, efectivamente, «el tema no tiene solución» o algo similar a «Estás en un
callejón sin salida», porque así será esa persona la que encuentre su propia solución.
Además, de este modo contribuimos a que tome la responsabilidad de su vida, dejando
de culpar al entorno de su sufrimiento.

Puede ser útil, también, hacerle ver que no es el centro del mundo y no cejar en el
empeño de mostrarle que los demás están demasiado ocupados para pensar en él de
modo permanente y casi nadie tiene interés en hacerle daño.

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Como la autoestima está por los suelos, suele necesitar un apoyo incondicional, un
maternaje, pero a la vez es preciso poner límites para contener su voracidad, que se
expresa en forma de queja, reproche o exigencia. La terapeuta puede experimentar la
sensación de estar siendo chupada, bien sea energéticamente o bien a través de las
demandas casi constantes del paciente, que pide resultados casi desde el inicio del
proceso. Un proceso que a menudo desvaloriza y en el que está para ser calmado y no
para cambiar. Cuesta mucho hacerle responsable del proceso y por ende de sus propias
vivencias.

Una de las áreas a revisar es su demanda constante de contacto y la seducción que


despliega para ello, aunque sea «a costa de sí mismo». Es habitual que confunda la
sexualidad con el contacto y en esa búsqueda mantenga más relaciones de las que
realmente elegiría si no hubiera ninguna perturbación. Esto hace que muchos Ecuatro
cuenten con un gran currículum de relaciones, pero que ninguna de ellas sea
suficientemente profunda; es decir, hay sexo y no hay contacto (que es la verdadera
necesidad). No es un tema demasiado difícil de abordar en consulta, ya que el Ecuatro
tiene un lado exhibicionista, de manera que nos contará sus aventuras con todo lujo de
detalles. Como siempre, dependerá de nuestra destreza poder incorporar esta idea de
búsqueda de contacto a cambio de sexualidad para que la persona tome conciencia de
ello y comience a medir las consecuencias de sus acciones. En efecto, a menudo se ve
envuelto en situaciones no buscadas o poco deseadas y con demasiada frecuencia
también en situaciones triangulares.

Se da la circunstancia, por ejemplo, de que se relacione con una persona y le exija


incondicionalidad y permanencia cuando en el periodo de seducción estaba claro que
sería un encuentro de una noche. Además, al implicarse en situaciones difíciles de las que
le es costoso deshacerse, relaciones triangulares, por ejemplo, suele salir herido. Casi
nunca está en el lugar ganador.

Mantener relaciones destructivas o imposibles confirma la visión depreciada que tiene


de sí mismo o de sí misma y nos indica su dificultad para discriminar lo nutritivo de lo
tóxico, que en su historia fue provisto por la misma persona.

Otra de las dificultades es su ambivalencia afectiva, es decir, el amor y el odio hacia


alguien –terapeutas incluidos–, que se presentan simultánea y alternativamente. Si se le
da poco, se siente frustrado porque no recibe y si se le da mucho, no puede digerirlo
porque no aguanta que el otro tenga tanto. En ambos casos, hay que manejar

72
cuidadosamente esta ambivalencia, reflejando la necesidad y la rabia por necesitar y
leyendo permanentemente la envidia.

El Ecuatro se relaciona, sobre todo, a través de lo que le falta y de lo mucho que ha


sufrido. Así seduce, se acerca y conquista al otro. Es especialmente hábil en generar
culpa si el otro se aleja o no hace lo que él quiere, es decir, si no está disponible siempre
para colmar su necesidad. Es un carácter muy dependiente que sabe llegar a través de la
pena, del reclamo constante: «Mira cuánto sufro, cuánto necesito… dame, hazme,
mírame, quiéreme…». Se relaciona con muchas personas, aunque son muy pocas con
las que mantiene una relación de intimidad.

Se queja del alimento que le dio su madre e igualmente de lo que le dan sus amigos,
amantes, jefes, etcétera, y, como no podía ser de otra manera, se queja del alimento que
le da su terapeuta.

Una de las confusiones con las que la persona llega a consulta es que nombra como
«miedo» lo que es «vergüenza». El miedo no es más que la emoción superficial que le
impide mirar más dentro de sí. Le avergüenza saberse y/o creerse indigno de amor,
tomar conciencia de lo que es capaz de hacer por una palabra de afecto y, a la inversa,
de lo que es capaz de hacer si se la retiran o no la obtiene. Le cuesta mucho mostrarse
«de verdad» porque le cuesta mucho verse «de verdad».

La persona de este rasgo atraviesa periodos de duelo a menudo más largos de lo que la
pérdida en sí genera. Es habitual, por ejemplo, que hable con afectación de su expareja
tras veinte años de separación, de una novia o novio que tuvo a los catorce años y que le
dejó traumatizado porque se enrolló con un amigo o amiga, y cosas parecidas. No tiene
en cuenta el presente, de modo que gran parte de sus dificultades giran en torno a lo que
pasó y lo que le pasó, de manera que los acontecimientos de la vida no son sino
sumativos al monto de todo lo que ha ido mal. No puede despegarse de las experiencias
negativas de la vida.

El Ecuatro tiene que sacar la rabia y el resentimiento tragados para poder conectar con
su capacidad amorosa. Esto supone el cuestionamiento de los introyectos familiares («tu
hermano es más listo, más guapo, más… que tú») y de los patrones generados a partir de
ahí («para que me quieran tengo que ser la más trabajadora, la más sexy, la más
cumplidora, la más… y no lograrlo nunca»).

Se observa fácilmente que en su vida siempre hace algo para no estar bien, para que

73
falte algo de lo que poder quejarse, aunque sea cargando con herencias que no son suyas
–el cuidado de algún familiar, por ejemplo–. Esta es una parte de la polaridad, la otra
parte es ciertamente hedonista: a fuerza de buscar estar bien consigue privilegios y
bienestares en situaciones en las que otros no consiguen nada. Como, por ejemplo, el
caso de una paciente que consiguió una silla ergonómica de alta calidad en el trabajo
«porque tenía dolores de espalda» o, como ya he comentado, que se le rebaje el precio
de las sesiones.

Fomentar la responsabilidad de sus acciones es tarea común a cualquier eneatipo y lo


propio de este es propiciar la responsabilidad sobre sus emociones. A medida que se hace
responsable de lo que siente puede ir frenando la caída en ese pozo sin fondo de dolor y
desesperación tan conocido para ella o para él.

Necesita mucho y reclama insistentemente, pero no pide directamente, así que el


trabajo no es que conecte con la necesidad, al menos con la que está en la superficie –
con la que ya tiene suficiente contacto–, sino más bien que se serene y serene el ansia de
llenarse, porque persigue algo imposible, una sensación de plenitud, un anhelo de
bienestar que probablemente solo exista en su ideal. Terapéuticamente hay que esperar a
que haga peticiones expresas y no adelantarse interpretando el reclamo como pedido. De
lo contrario desvalorizará lo que recibe.

Cada avance en psicoterapia es doloroso para este eneatipo, si bien al principio,


cuando el trabajo es fomentar su autoestima, los procesos suelen ser gratificantes. Es
bueno regular el alimento que se pone a su disposición porque ha de sentirse cómoda
siendo alimentada y ser extremadamente cuidadosa en no fomentar su oralidad, es decir,
no dar más de lo que puede digerir, porque lo vomitará o se deshará de ello sin masticar;
así que se debe ir dosificando lo que se le devuelve. A medida que mejora de su neurosis,
puede aparecer la envidia hacia la terapeuta.

Estamos ante un carácter masoquista y oral que se caracteriza por la retroflexión. No


es, en absoluto, un carácter flojo o débil, porque hay que tener mucha fortaleza para
continuar, para sobrevivirse a sí mismo. La persona de este eneatipo tiene un discurso
muy duro consigo misma que oculta la vergüenza que le produce ser quien es.

Envidia la experiencia ajena y desvaloriza la propia, de modo que casi siempre sitúa al
interlocutor en la «obligación» de valorarle y animarle. Tiene mucho miedo al juicio
ajeno –sobre todo el subtipo sexual– y puede llegar a vivir como una humillación

74
irreparable pequeños desaires o descuidos de la gente cercana. Hay mucha arrogancia en
el subtipo sexual, que contrasta mucho con la actitud «arrastrada» del subtipo social. En
el caso del subtipo conservación, estamos ante una persona que casi siempre consigue lo
que persigue gracias a su tenacidad y que se suele confundir con el Eúno, ya que no se
observa tanta queja y hay mucho juicio.

El vínculo con este carácter tarda mucho en hacerse. En el caso del Ecuatro sexual, el
vínculo está siempre en la cuerda floja, pero en los subtipos Ecuatro social y
conservación, una vez creado, suele permanecer de un modo más seguro.

Podríamos aseverar que en todas las relaciones –y la terapéutica es una de ellas– parte
de la premisa de que no se debe confiar porque puede ser abandonado. Así que llega con
la idea de que solo puede contar consigo mismo, aunque esto no impide llevar a cabo un
buen trabajo terapéutico y que exista entre paciente y terapeuta un vínculo basado en el
amor (en la mayoría de los casos).

Es imprescindible para su sanación que reconozca la agresión –que se encuentra


agazapada tras su victimismo, pero que aparece en cada recodo del camino terapéutico–
y devolvérsela constantemente. A veces es útil decirle algo así como que son dos partes
suyas que están en litigio y que se trata de la bronca interna que pone fuera. Como
siempre, es bueno recordar que, cuando la agresión le cae al terapeuta, lo importante no
es reaccionar ante ella, sino accionar con ella y leer y legitimar su enfado para poder
trabajar con él.

Pese a que está profundamente enfadado, muestra que no se enfada nunca. Lo tiene
tan penalizado que es difícil que se haga responsable. Acostumbra a racionalizar y
alejarse de la emoción: «Esto me pasa porque…» o «por culpa de…», llegando, si se le
deja, a la infancia o poniendo el pasado como pantalla; todo un despliegue de defensas
para no hacerse responsable de su vida en el aquí y ahora. Culpabiliza al mundo –que
tiene todo, mientras que ella o él no tiene nada– y le responsabiliza de no colmar su
inmensa necesidad ni de cubrir su demanda constante.

Está tan acostumbrado a zafarse de su responsabilidad colocando la culpa en el


entorno, que no toma conciencia de que su polaridad capacidad-incapacidad es la que se
pone en liza de forma permanente. No se da cuenta de que es más capaz de lo que se
cuenta a sí mismo y que tan solo necesita que la vida vaya realmente mal para poner en
marcha todos sus recursos. Esa fuerza desaparece inmediatamente cuando la vida torna a

75
la normalidad. Le es muy difícil verse potente en su cotidianeidad. La vida le aburre.

El Ecuatro puede estar teniendo mucho éxito en su trabajo, por ejemplo, y fijarse de
manera obsesiva en otra persona que también lo tiene y tratar de encontrar todos sus
fallos auscultando sus acciones hasta la saciedad. En estos casos hay que leer de nuevo la
pasión dominante (la envidia) y la dificultad para valorar lo propio. Su crítica mordaz
puede ocupar mucho tiempo en la sesión.

Su tendencia habitual a la competitividad y la envidia hace que sean malas las


relaciones con las mujeres, independientemente de que se trate de un hombre cuatro o de
una mujer cuatro; en ambos aparece la venganza, en un intento –que no se llega a
cumplir nunca– de «vengarse» de la madre. En su afán por destacar corta la cabeza
impunemente, de manera que hay que poner atención para que no nos corte la nuestra ni
la de otras figuras significativas de su vida, demasiado a menudo personas que le quieren
incondicionalmente. En el caso del subtipo sexual, se aprecia con mucha claridad esta
tendencia a cortar cabezas.

A menudo, al principio del proceso terapéutico el Ecuatro hombre habla con verdadera
pasión de la relación con su madre, algo que también he observado en algunas mujeres.
Sin embargo, cuando se escarba un poco aparece igualmente el abandono y su enfado
con ella. Se trata de un mecanismo de idealización generado para sobrevivir a tanta
carencia en la relación.

Le es difícil avanzar en el proceso, porque con la capacitación no sabe vivir; está más
acostumbrado a hacerlo desde la infravaloración, así que le es muy costoso sostener lo
avanzado y a menudo tiende a olvidarlo. Teme mucho perder el poder que le da el ir de
víctima y abandonar la queja como modo de relación con el mundo.

La salud de este eneatipo pasa por aprender a quererse y valorarse, cultivar el centro
racional y desapegarse de lo emocional, que le somete a vaivenes constantes. Debe
aceptar serenamente lo que la vida le da y dejar de crear esos paraísos artificiales en los
que piensa que encontrará todo lo que le falta. Se trata de aceptar, descansar, disfrutar,
parar de reclamar.

Es preciso que aprenda a vivir en silencio y refrenar la acción compulsiva, a poner


límites a las relaciones y a no echarse la culpa de todo. Que cambie la palabra «culpa»
por «responsabilidad» y deje de pedir fuera lo que ya tiene dentro de sí.

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Es muy importante para este eneatipo recibir el aplauso cuando lo hace bien y
conviene dárselo desde la honestidad, para que aprenda a diferenciar lo nutritivo de lo
tóxico. Además es muy susceptible a la crítica, por ello hay que poner extremo cuidado
cuando la devolución puede ser interpretada de esta manera.

Ha de darse cuenta de que no es el ombligo del mundo, de que no todo tiene que ver
con ella o con él, y decirle que es muy saludable reírse de sí mismo, que no es para
tanto. Hay que tratarle con suavidad, para que aprenda a hacerlo él también, y mostrarle
el camino para canalizar la agresividad y la envidia. Se le debe enseñar a que acepte
piropos y no los desvalorice. También hay que ampliar el foco en todas las relaciones y
no pararse solo en los detalles. Conviene prestar atención a su lenguaje, a cómo habla y a
qué quiere decir realmente, y adecuar la forma al contenido.

Por último, me gustaría comentar que, lejos de lo que pudiera parecer, el Ecuatro no
llora tanto en terapia, incluso los hay que no lo hacen en todo el proceso.

En su conjunto, el proceso terapéutico con un eneatipo cuatro es largo y suele resultar


exitoso.

A veces se confunden Eúno y Ecuatro porque ambos son muy críticos, pero en el caso
del Ecuatro es una crítica amarga, en la que casi siempre se aprecia el resentimiento y la
envidia. Ambos tratan de ser simpáticos y arrancar sonrisas buscando la alianza de la
terapeuta. En cambio, mientras que el Eúno critica dejando clara su superioridad y que él
es quien lo sabe hacer bien, el Ecuatro se sitúa siempre por debajo para quedar por
encima.

También se observa en muchos Ecuatro una faceta dos que puede llevar a
confundirnos. Sin embargo, si se observa con atención, se aprecia que el Edós se
mantiene en el orgullo, pero el Ecuatro oscila demasiado como para ser orgulloso;
podríamos decir que el Ecuatro «se esfuerza» en mostrarse orgulloso. También se
diferencian en la apariencia externa, el semblante y la gesticulación.

Al igual que el Etrés, este rasgo utiliza la seducción en su búsqueda compulsiva de


afecto, aunque lo hace de una manera muy poco adecuada, incluso inadecuada. Mientras
que el Etrés está identificado con una buena imagen de sí mismo, el Ecuatro se identifica
con una imagen depreciada.

El Ecuatro social y el Eséis conservación se confunden porque ambos muestran cierta

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tendencia depresiva, oralidad y duda. Se diferencian en que la imagen que un Ecuatro
tiene de sí es peor que la que mostrará el Eséis y los problemas de relación con la madre
estarán más presentes en el caso del primero.

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MECANISMOS DE DEFENSA

Retroflexión. La agresión vuelta contra la persona, que se autodestruye en lugar de


destruir al objeto que la ha agredido. Puede permanecer mucho tiempo en situaciones
que le dañan a modo de expiación de sus pecados.

Introyección. En la pasión de la envidia, el objeto malo o persecutorio está introyectado


de manera que cualquier cosa buena que viene de fuera se transforma en mala en su
interior, con lo que es muy difícil que el mundo llegue a nutrir a un Ecuatro y la
sensación de carencia se perpetúa. Se observa cómo se «tragan a la madre» sin ninguna
conciencia, sin masticar, y hay que trabajar mucho para restaurar la imagen que tienen de
ella.

Masoquismo. Se siente inferior e insignificante y se encuentra más cómodo en la


situación de víctima. Tiende a castigarse. El castigo persigue acallar la culpa. La
dependencia es concebida por la persona como amor o lealtad.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Depresión grave.

• Trastorno de personalidad narcisista.

• Trastorno de personalidad evitativa.

• Masoquismo.

• Paranoia.

• Trastornos de la alimentación, sobre todo anorexia.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• Suelen tener madres edípicas, es decir, madres que idealizan a su propio padre y
habitualmente lo comparan con el padre del paciente.

• El Ecuatro alrededor de los 10-12 años siente que no hay salida.

• En general, refiere una sensación de no presencia de la madre en su infancia.

• En muchos casos cuenta con un hermano, hermana o primo «mucho mejor» que ella
o que él.

• Mucho espacio para la fantasía. Se inventa historias en las que es el protagonista.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO CUATRO

Testimonio 1. Poder compartir con otra persona lo que me pasaba, lo que sentía de
verdad, y no verme juzgada. Poder confiar en alguien y descansar. La experiencia de
la relación terapéutica en sí fue muy reparadora.

Darme cuenta de que soy yo misma quien genera mi soledad y aprender a


relacionarme con alguien, si es lo que quiero.

No recibir caña porque no daba la talla con mis exigencias. No necesitaba


confrontación, sino comprensión, y eso me facilitó ser más flexible conmigo misma y
con los demás y me legitimó en mi manera de hacer las cosas.

No me doy tanta importancia ni me siento tan especial ni distinta, descubro antes


mis juegos neuróticos y los puedo parar. He dejado de castigarme por ser como soy.

He reparado mucho la imagen que tenía de mi familia, sobre todo de mi madre y de


mi hermana.

Lo más útil en mi proceso terapéutico fue salirme del centro, darme cuenta de que el
mundo no daba vueltas en torno a mi persona, que no todo tenía que ver conmigo.

Testimonio 2. Lo más importante fue poder poner nombre a mis emociones, poder
gestionar mi tormentoso mundo interno con palabras. Cada palabra era como salir de
mi soledad, tender un puente hacia el mundo, un reconocimiento, un abrazo, la
sensación de que, si lo que a mí me pasa ya está nombrado por la humanidad, yo soy
parte del mundo y aceptada –legitimada– por él –no soy tan defectuosa–. Por duras
que fueran las palabras, siempre son mejor que el caos. El mero hecho de nombrar me
dejaba tranquila. Esto sin duda fue sanador, dicho dentro de la relación terapéutica, es
decir, en lo relacional (no como un conocimiento teórico abstracto); una vez creado el
vínculo con una terapeuta-persona por la que me sentía aceptada.

Diferencio varias fases en mi proceso terapéutico y lo comparo con un «re-maternaje


ideal» que va de la protección-alimentación-nutrición total a un modelado para poder
interiorizar el modo de calmarme o los límites internos.

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Lo que no hubiera podido faltar en mi proceso terapéutico es una madre acogedora,
fuerte y tranquila, estable.

Algunas frases concretas que me ayudaron son las siguientes:

«Para qué quieres tú ser extrovertida» (o cualquier cosa diferente a lo que soy). Me
ayudaba en primer lugar a aceptarme –si mi terapeuta me aceptaba una vez vista mi
«falla»…–, a quitarme la exigencia, a dejar de sentirme inadecuada, a aprender que
cada persona es de una manera y no hay unas mejores que otras, y a no intentar ser
quien no soy. Más adelante también aprendí a hacerme cargo de mis capacidades y
desarrollarlas, en vez de entretenerme en lamentar lo que no tengo. También he
aprendido a dejar de manipular con mi supuesta debilidad. Fue muy importante que
mi terapeuta me valorizara desde lo real –desde lo que soy–, pero no en cualquier
momento, sino «después de haberme visto» (porque antes no me lo habría creído).

En torno a la misma idea, la frase: «Ya eres una persona completa, tienes todo lo
que necesitas; si necesitaras algo más, lo tendrías». Esta me sirvió para empezar a
darme cuenta de lo que sí soy y lo que sí tengo y para dejar de estar centrada en la
carencia. También para dejar de compararme constantemente y poder salir de mis
viajes meteóricos, que me colocaban cada minuto por encima o por debajo de las
demás personas.

Me ayudaban frases del tipo «esto nos pasa a todos», «esto es lo que tiene ser
humana».

Una frase que para mí supuso «la paz» fue: «Ya no hay más». En un momento del
proceso terapéutico en el que yo buceaba sin fin en mis profundidades buscando
causas y conexiones, mi terapeuta me dijo: «Ya no hay más». Esto tiene que ver con mi
tendencia a ir más y más allá, una predisposición un tanto torturadora que me tenía
entretenida en un laberinto cuya consecuencia era que evitaba aceptar la realidad y
tomar las riendas de mi vida. También quiero señalar que creo que no habría podido
hacerme cargo de mi vida si mi terapeuta no hubiera validado –en una primera fase–
mi historia y me hubiera «dado la razón» o legitimado mi pasado de sufrimiento.

«Te aguantas». Esto tuvo que decírmelo muchas veces hasta que aprendí a decírmelo
a mí misma, de lo que le estoy tremendamente agradecida.

«Las/los demás están demasiado ocupadas/os pensando en sí mismas/os como para

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estar pensando en ti». Esta idea, la de salirme del centro del mundo, tiene dos
vertientes. Por un lado tengo que decir que me liberó, porque yo sufría mucho
pensando que todo el mundo se estaba dando cuenta –en cualquier situación social– de
lo inadecuada que resultaba. Por otro lado, y esto sí que ha sido importante en mi
proceso, he aprendido que no soy la única persona del mundo que sufre y tiene
dificultades. He aprendido a mirar a las/los demás y ver también su dolor, sus
dificultades y, en definitiva, su humanidad. He podido dejar de «mirarme el ombligo»
y reconciliarme con la humanidad.

«Sufres para no dolerte». He tardado mucho en comprender –más bien en vivenciar–


el alcance de esta frase. Puedo decir que hasta hace tres años había estado muy poco
en contacto con el dolor. He sido una evitadora profesional del dolor.

Una polaridad que me ha ayudado a comprenderme y a gestionar mi mundo interno


es la polaridad exhibicionismo-vergüenza, y también comprender que una buena parte
de mi inhibición, vergüenza y sufrimiento en lo social tenía que ver con la
competitividad y la envidia.

Un aspecto fundamental del proceso terapéutico fue poder colocar en su sitio a mi


padre y a mi madre. Poder empezar a valorar y comprender a mi madre y construirme
un padre más real, con su responsabilidad también en mi propia historia.

Gracias al proceso terapéutico, he dejado de ser tan exigente con mi entorno y,


como yo digo, a hacerme cargo de mí misma, a comprender también a las/los demás, a
dejar de responsabilizar de mi vida a las personas que me rodean.

Y dejo para el final algo muy importante en mi proceso terapéutico, que es contactar
con el enfado, tomar conciencia de él, sacarlo y así poder hacerme cargo de mi vida.
Una cosa importante que he aprendido en la terapia es que «enfado» no significa
«abandono», que en mi vida puedo enfadarme y expresarlo y que las personas que me
quieren me van a seguir queriendo. En este sentido, ahora puedo tener relaciones más
reales, más auténticas, en las que de vez en cuando aparece el dolor.

1 . La silla vacía es la técnica estrella de la psicoterapia Gestalt y permite un encuentro intrapersonal. Consiste en
poner en contacto dos partes de la persona indicándole que represente a ambas de forma alternativa y haga
hablar a esos dos «personajes» entre sí. Se puede utilizar cada vez que aparece una polaridad, es decir, dos

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partes de la persona en pugna o dos personas, la paciente y su madre, por ejemplo. También es útil para
elaborar despedidas.

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5

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Eneatipo cinco

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DE LA NO-ACCIÓN

Trabajar con este eneatipo supone una ardua tarea para la terapeuta. No obstante, no
es un carácter que acuda demasiado a terapia. Es más fácil encontrárselo en los grupos
de formación o de psicoterapia, y tampoco en un gran número.

Nos enfrentamos a una persona que presenta mucha carencia y mucha resignación
ante la misma. Una persona seria, apática, apagada, desconectada de las sensaciones
corporales que se refugia en lo intelectual. Su visión de la existencia es claramente
pesimista y está muy alejada de valorar el esfuerzo, pues no cree que gracias a él se
consigan cosas en la vida.

Al no haber registrado un vínculo amoroso seguro, le es muy difícil relacionarse con


los demás y confiar en ellos. Su aspecto es el de una niña o niño que necesita cobijo. De
tez pálida y un tono vital bajo, provoca fuera el deseo de cuidarle. Se le reconoce,
además, porque anda como si estuviera un poco suspendido en el aire. Habla muy bajo.

Se dice de este eneatipo que tiene el «síndrome de la incubadora», ya que parece que
faltó la persona de referencia desde el principio. De ahí que siga siendo un niño que
desconoce muchas de las cuestiones prácticas de la vida.

Presenta una cierta tendencia depresiva y, al vivir desconectado de las emociones, los
vínculos que establece –incluido el que establece con su terapeuta– están faltos de
contacto; puede haber contacto físico –un beso, por ejemplo– al inicio y al final de la
sesión, pero este siempre destila una cierta desconexión emocional. En cualquier caso,
hay que tener cuidado con el contacto físico, indagar y preguntar para evitar que se
sienta invadido.

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Su relación con la terapeuta oscila entre la idealización –la persona que sabe, la
«maestra»– y la crítica. Y sea como sea necesita una terapeuta a su «altura intelectual»,
es decir, alguien a quien respetar y con quien por momentos poder competir
intelectualmente.

El trabajo terapéutico ha de ir dirigido hacia la conexión de los aspectos menos


desarrollados –emociones, sensaciones, sentimientos– y a la lectura de su voracidad
intelectual o de conocimientos para tratar de entenderlos, como algo oculto debajo de su
apatía, algo que evitan permanentemente.

Se aprecia en este eneatipo un elevado e irónico sentido del amor. El amor es en


mayúsculas o no es. Idealiza el amor en sí y su búsqueda es uno de los fines de su vida.
De ahí que algunas personas de este eneatipo no acaben de encontrar una pareja con la
que compartir su vida. Se lo impide la apatía y la dificultad de contacto, pero también el
hecho de que su búsqueda es excelsa. A su modo, están enamorados del Amor y ansían
la Conexión.

Al llevar una vida tan alejada de las emociones, son pocas las amistades con las que
entabla relación, de manera que en la sesión hay poco contenido de su mundo de
relaciones, que generalmente está bastante vacío. Hay mucha distancia entre él y el
mundo, y estar en contacto le agota, hasta tal punto que puede estar presente físicamente
y no enterarse de nada de lo que ocurre a su alrededor. Cuando se acerca a lo que pasa,
lo hace con un espíritu muy crítico que le aleja aún más. Sea como sea, sí que se siente
un poco extraterrestre y a menudo le cuesta descifrar los códigos comunes. Su aparente
falta de interés encubre, con frecuencia, su dificultad para entender y compartir las
claves.

Encuentra poca satisfacción en el contacto, aunque sea una necesidad y lo anhele. Su


fuente de satisfacción está en su mundo interior, en hacer en solitario aquello que le
gusta, a menudo sentarse a pensar o a soñar despierto.

Apenas hay presencia del mundo de los deseos en este eneatipo, lo vive de una manera
muy polar: o están penalizados o se siente con todo el derecho porque sí. A menudo trata
de cumplir el sueño de sus padres, o al menos es lo que la persona dice, mientras que en
realidad la rebeldía acaba pudiendo con dicha tarea. Casi siempre se dedica a algo que le
gusta, aunque no viva de ello. Le es muy difícil renunciar a su vocación.

Es necesario llevarle a contactar con el deseo, eso sí, con un deseo empático, un deseo

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que pueda hacerse en relación con. Este eneatipo se retira para hacer las cosas con las
que disfruta, casi siempre en soledad. Por ejemplo, un Ecinco cuya pasión es ir al cine
solo. En palabras suyas: «Me gusta ver películas en las que “no pasa nada”, en las que
son las relaciones entre los personajes la propia historia, y no me gusta ir con nadie para
no tener que comentar a la salida, generalmente porque tardo un rato en formarme una
opinión y lo que menos me apetece es escuchar otra antes de que yo tenga la mía. Ir al
cine solo, junto con la música, es de las cosas que más me gustan. Cuando toco, lo hago
fundamentalmente para mí».

En las sesiones, a veces se vive tan pobre que no tiene ni pasado. Bajo su punto de
vista, no le ha pasado nada que merezca la pena ser contado. No hay deseos claros,
luego tampoco hay futuro. No hay nada, es como una tierra baldía.

Cree que el mundo le debe algo y se lo tiene que dar. En eso se parece al Ecuatro,
pero este reclama, mientras que el Ecinco lo hace en silencio. Parte de nuestra tarea es
ayudarle a adivinar lo que necesita.

Ajustar el código entre paciente y terapeuta lleva un tiempo. La persona irá ganando en
seguridad a medida que vaya entendiendo el abecedario. Hemos de explicarle el abecé de
las relaciones, de las emociones y de las sensaciones para, poco a poco, ir completando
el mapa de la realidad.

Es fundamental hablarle de los procesos y de lo importante que es contárselos a los


demás. Crea mucho desconcierto fuera porque no explica cuáles son sus derroteros
mentales y no lo hace, entre otras cosas, porque no puede traducirlos a las mismas
palabras que usamos el resto. Así que parte de nuestra labor será dotar de significado sus
pensamientos.

La manera de acercarse al eneatipo cinco es a través de la razón, con tiento a la hora


de introducir emociones. No tiene ni idea de este lenguaje y, en muchas ocasiones,
ningún interés en conocerlo. Hace ya tanto tiempo que no habla de sentimientos que
duda si alguna vez lo hizo y no muestra interés por cambiar. Solo desde la alianza con la
razón, con la intelectualidad del paciente –al principio sin ningún tipo de cuestionamiento,
ya que es el único aspecto de sí mismo que el Ecinco considera valioso–, hay que
ayudarle a poner nombre a los sentimientos con el objetivo de que deje de vivirlos como
amenazas y se conviertan en una herramienta vital para comprender tanto el mundo
como a sí mismo.

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Es importante no atosigarle, ya que el contacto le agota. Necesita retirarse para
recuperarse, así que le importa mucho que la terapeuta aprecie sus silencios y de ella
espera el mayor de los respetos.

Las sesiones se pueden convertir en algo tedioso. La persona entiende y entiende, pero
no siente ni actúa. Las emociones no existen, lo cotidiano no es relevante para ella. Un
Ecinco relata tras un divorcio: «No son para tanto mis temores, ya he rehecho mi vida y
es como un sueño». (Había pasado mes y medio desde la separación).

Hemos de saber que las devoluciones deben ser extremadamente cuidadosas, pues tras
la aparente insensibilidad hay una hipersensibilidad que no se percibe, salvo por la actitud
oposicionista que la persona adoptará, a menudo sin ninguna conciencia de ello.

Otra de las características de este rasgo en consulta es que habla en tono muy bajo, lo
que dificulta mantener la atención. Cuando se acerca a un tema que le produce una cierta
ansiedad, suele utilizar diversas estrategias para alejarse de él, tales como bostezar, cerrar
los ojos, mover nerviosamente las manos, subirse las medias, etcétera.

Se observa, igualmente, en el contenido de las sesiones una cierta obsesión o


escudriñamiento de los temas. Habla sin cesar del mismo tema para llegar a conclusiones
similares sin apenas creatividad en el discurso, como mostrando tanto a la terapeuta
como a sí mismo que está en un callejón sin salida; y así suele ser, dado que acostumbra
a colocar los acontecimientos de un modo rígido en el que no caben otras opciones y
habla acerca de ellos una sesión tras otra, en un enroque verbal sin solución. Utiliza
mucho la palabra «fracaso».

Su emoción está en lo que le interesa, por ejemplo la geografía económica del siglo I a.
de C. o el canto de los pájaros del valle de la Orotava… Su fijación con un tema hace
que lo conozca todo y profundice hasta la extenuación, en contraste con el poco
conocimiento de las cosas más sencillas de la vida y las dificultades para saber, por
ejemplo, que el 1 de enero no hay periódicos a la venta.

Lo más negativo del proceso terapéutico es que tarda mucho en pasar a la acción. Da
vueltas y vueltas para no hacer nada de nada. Su lema sería algo así como: «Reacciona si
no tienes más remedio». Suele llegar tarde a la vida adulta. Le cuesta independizarse y es
experto en adaptarse a situaciones no del todo cómodas en las que no es molestado, ya
que con eso le es suficiente.

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El Ecinco es especialista en procrastinar, es decir, en dejar para más adelante la acción,
sea la que sea: una conversación, la búsqueda de trabajo, terminar un proyecto… Da
vueltas y vueltas, vive abstraído en sus pensamientos y para llegar a actuar necesita
reunir tanta energía que nunca lo consigue. Alguno llega a referir que se pasa la tarde
tumbado en el sofá mirando al techo.

Podría ser que algunos terapeutas tengan la tentación de adoptar a un Ecinco y


cuidarle, favoreciendo que no pase nada durante el proceso. La persona se suele mostrar
indefensa. Sin embargo, si se observa más en profundidad, no es así como él se siente,
sino como es visto desde fuera. Es muy independiente y algo orgulloso y tras esa imagen
de indefensión se esconde un pequeño narcisista. Trata de hacer con la terapeuta lo
mismo que con el resto de las relaciones de su vida: mira, admírame, soy una persona
fantástica, el día en que me descubran…

A menudo las sesiones resultan aburridas por su tendencia a guardarse sentimientos,


información, opiniones…, su inclinación a no darse, en definitiva. En su psiquismo,
ahorrarse es mejor que invertirse. Si comparte algo, fantasea que lo pierde; si opina, que
se muestra demasiado y se pueden adivinar sus intenciones. La terapia es el lugar idóneo
para aprender a compartir y compartirse y darse cuenta de que, lejos de empobrecerse,
se enriquece con cada intercambio.

Cuando habla de miedo en las sesiones, hemos de enseñarle a discriminar qué tipo de
miedo es; en su caso el miedo más importante es a no tener, a quedarse sin nada y, quizá
un poco más profundo, a no ser querido.

Muchas de las personas pertenecientes a este rasgo han realizado trabajos de índole
espiritual, lo que supone una dificultad añadida por la sublimación supuestamente
realizada. Lo espiritual se opone y suplanta a lo material y esto de alguna manera es
egosintónico para este rasgo. Así, se hace aún más necesario llevar a cabo con ellos un
proceso en el que tenga cabida todo lo corporal, por un lado, y lo cotidiano, por otro,
aspectos que ella o él tilda de «mundanos».

Sorprende encontrarse con un lado muy vengativo en este eneatipo, una parte de él
que se aprovecha en todas las relaciones de lo que no ha recibido antes, una parte en la
que, a fuerza de no decidir, de no mostrarse, va consiguiendo muchos privilegios en el
contacto con los demás. A menudo aparecen muchos deseos de vengarse de los padres
por su no presencia durante los primeros años. Incluso los hay que, en su dificultad por

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encontrar trabajo, cuando llegan a la edad adulta comentan sin ruborizarse, refiriéndose a
sus padres: «¡A ver si es que ahora no me van a alimentar!» (palabras de una mujer
Ecinco de treinta y cuatro años que no había trabajado nunca).

Habla de una sensación de extrañeza en su infancia, de dos mundos, y esto a menudo


coincide con haber vivido en dos casas, en la de los abuelos o los tíos y en la suya, por
ejemplo. También refiere tener un pequeño espacio en su casa en el que refugiarse.
Comenta sentirse ajeno a lo que está ocurriendo, dedicarse desde muy temprana edad a
observar «cómo pasa la vida». Quizá por este motivo, a pesar de no tener contacto con
sus emociones, sea muy buen observador de esas mismas emociones y en grupos de
psicoterapia, por ejemplo, suele ser un excelente catalizador del emergente. En este
sentido es un buen apoyo para la terapeuta, porque acostumbra a leer con bastante
precisión lo que está pasando.

En grupo se le reconoce, además de por todo lo dicho (tono de voz, lectura del
emergente, cara aniñada), porque es bastante bueno haciendo devoluciones al resto de
los componentes del grupo, discriminando perfectamente entre las emociones expresadas
con contacto y las expresadas sin contacto.

El Ecinco es bastante crítico con sus propias intervenciones y, a menudo, cuando ha


habido contacto le parece que ha sido poco y que podría haber sido mayor, de manera
que hay algo de profecía autocumplida: «El contacto es muy difícil, no lo he alcanzado,
así que dejo de intentarlo». Entonces ha de cargarse de nuevo de energía y es la soledad
el oxígeno necesario para recuperarse tras el esfuerzo. Todos los Ecinco refieren su
necesidad de retirarse a los «cuarteles de invierno» a reponerse. Cuando están mucho
tiempo en contacto se agotan.

Puede resultar muy agresivo y no siempre aparece la culpa tras una intervención dura
hacia un compañero de grupo, por ejemplo. Es como si hubiera esperado mucho tiempo
y cuando interviene lo hace sentenciando con aspereza, va directo al núcleo y no calibra
el dolor que puede producir. Tanto a él como a quienes escuchan les resulta extraño
percibir la absoluta seguridad que muestra en lo que ve y dice, y el tono contundente con
el que se expresa. Y más extraño aún, porque cuando se trata de hablar de sí el Ecinco se
muestra mucho más dubitativo y esquivo.

Cuando es muy crítico y destructivo con los demás es preciso ayudarle a encarar los
sentimientos de rivalidad y envidia encubiertos.

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No llega a confiar del todo en nadie –tampoco en la terapeuta–, de ahí su dificultad
para encontrar pareja o mantener relaciones íntimas. A veces tiene un solo amigo íntimo,
igualmente «raro» como él.

Una de las claves de su dificultad de relación está en la exigencia, sobre todo en lo que
al nivel intelectual se refiere. No le sirve cualquiera para conversar, le encantan los
intercambios sesudos. Acomete las relaciones con cierto aire de superioridad, dejando
entrever que hay mucho en su interior y seduciendo con la «promesa» de mostrarlo si el
otro se acerca a él. Su aire misterioso consigue atraer y consigue que los demás se
queden prendados de su imagen, figurándose y suponiendo cosas que no hay. A menudo
exparejas de este eneatipo hablan de la decepción que se llevaron cuando se dieron
cuenta de que ese «misterio» no era tal, sino una dificultad enorme para la conexión con
la emoción que le llevaba a ocultarse.

Su manera de agredir es a través de la resistencia pasiva; no se enfrenta directamente


al conflicto, calla y agrede con su silencio. Puede cursar la separación de su pareja, a
petición de esta, sin pelear por la relación, sin mostrar su disgusto, resignado ante los
acontecimientos, como si no pudiera intervenir en el devenir de su propia vida. Se
observa que le faltan claves para entender situaciones sencillas y que necesita
incorporarse a un código más generalizado con el que llegar a entenderse con el mundo,
o al menos con una buena parte de él.

El Ecinco teme su propia agresividad. Es necesario acompañar su expresión y


canalizarla de forma adecuada, ayudándole a evitar así la falta de conciencia cuando
ejerce la venganza, sin atisbo de culpa en situaciones en las que se ha sentido herido. A
menudo es necesario leer terapéuticamente dichas actitudes y mostrarle que eso es
agredir.

En las relaciones de mucha intimidad puede utilizar la ironía de una manera muy
hiriente y desde ahí resultar muy agresivo con su entorno, sin ninguna conciencia de ello.
No lo cuenta en terapia porque para él no es relevante y no lo conecta en absoluto con
sus intenciones. Tiene mucha dificultad para reconocer el enfado y es especialista en
evitar el contacto con aquello que no le gusta.

En mi experiencia he encontrado gente de este eneatipo cuyas relaciones más


importantes las había establecido con personas muy distintas que mostraban conductas
extremas por las que el Ecinco queda seducido; a mi modo de ver, personas que le

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aportan la pasión e intensidad que a él le falta. De ahí la necesidad de intervenir
terapéuticamente para que encuentre esa intensidad dentro de sí y no se deje maltratar en
relaciones que resultan tóxicas. Hay que enseñarle a resignificar las experiencias vividas y
a distinguir lo nutritivo de lo tóxico.

En su discurso acerca de sí mismo conmueve la desvalorización con la que se


identifica y define, y formará parte de nuestro trabajo reconstruir su autoimagen y
ajustarla. Trabajar con lo concreto es imprescindible –y evitar la generalización
fundamental– para ir componiendo un sí-mismo más saludable. Si bien no hay que
dejarse engañar por la imagen que transmite: todo Ecinco lleva un pequeño narcisista
dentro.

Me gustaría destacar también que el modo de despedirse de un Ecinco es bastante frío,


aunque el proceso terapéutico haya sido bueno y se acabe bien. No le cuesta, al menos
aparentemente, decir adiós.

Si a lo largo del proceso habla de abandonarlo, siempre aducirá la falta de dinero como
el motivo que le lleva a dejarlo. A menudo es difícil hacer que venga a una última sesión
para elaborar el cierre, precisamente porque la tiene que pagar.

Es fundamental para este eneatipo contactar con la espontaneidad, expresarse, ampliar


el círculo de amistades e interesarse por lo banal, es decir, incluir la frivolidad en su vida.
Debe dejar de boicotear el contacto con «lo normal y corriente» y entender que no
siempre es necesario estar en relación con «los dioses», que también los humanos
podemos resultar interesantes.

La salud estaría en ser el sujeto activo de su vida: el arquitecto de su propia existencia


a través de la acción, de la implicación en la vida, de la toma de decisiones.

A veces se confunde con el Ecuatro, si bien es cierto que este se presenta de un modo
más triste y quejica, mientras que el Ecinco es más intelectual que emocional. También
se les distingue por la cara: en el caso del Ecuatro siempre hay un rictus de sufrimiento,
mientras que la del Ecinco suele ser más pálida y aniñada.

El Ecinco y el Eséis comparten la desconfianza. Se les distingue porque el segundo es


más dependiente, afectuoso y generoso que el primero.

En grupo, sobre todo si el taller es residencial, el Ecinco puede aparecer como un


Esiete, contando chistes y haciendo reír a todo el auditorio. Sus maneras, no obstante,

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son muy distintas. El Ecinco seduce con lo que no se ve pero se adivina, lo que oculta, y
el Esiete hace ostentación de lo que tiene: amigos, conocidos, posesiones… El Ecinco
tiene más dificultades en el contacto porque no está demasiado interesado por él,
mientras que el Esiete se pierde por un «buen contacto», sobre todo si la persona tiene
algo que él quiere; es más seductor y hablador, y no necesita retirarse como el Ecinco,
agotado por el contacto.

El Eocho y el Ecinco comparten su deseo de venganza. No se les confunde porque al


primero se le ve y está fundamentalmente interesado en tener el poder. El Ecinco pasa
más inadvertido y quiere que lo dejen en paz, le gusta ser importante para los otros por
los conocimientos que puede compartir con ellos, pero no está interesado en el poder
porque le cansaría mucho.

Se observa tanto en el Ecinco como en el Enueve resignación y olvido de sí. Pero


mientras que el primero se distancia de la gente, el segundo participa y es abnegado y
generoso con los demás.

Mecanismos de defensa
Escisión. Consiste en considerar tanto a las personas como al mundo en una clave
irreconciliable de buenos y malos, como sistema para resolver las situaciones confusas y
amenazantes. Es como si no pudiera concebir que todos somos buenos y malos al mismo
tiempo y no pudiera sostener sentimientos ambivalentes hacia la misma persona.

Aislamiento. La emoción vive separada del pensamiento. Este aislamiento entre lo


intelectual y lo emocional, que le hace mantenerse apegado a los elementos
cognoscitivos, le lleva a crear compartimentos estancos, asépticos, refractarios a las
críticas. Puede hacer lecturas muy precisas de la realidad, pero separadas totalmente del
afecto.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno esquizoide.

• Trastorno esquizotípico.

• Trastorno de personalidad evitativa.

• Crisis psicóticas.

• Disociación.

• Depresión.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• A casi todos les interesa la música y a muchos la clásica.

• Le cuesta mucho ser puntual.

• Recuerda que se ocultaba en un lugar pequeño especial de su casa.

• Jugaba mucho solo.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO CINCO

Testimonio 1: Aunque pueda resultar una obviedad, lo primero, lo más importante en


mi proceso terapéutico, ha sido, y sigue siendo, trabajar la empatía. Darme cuenta de
que hay emociones en el mundo y personas que las sienten. Yo pensaba y pensaba y
trataba de encontrar claves excelsas, pero nunca me había preguntado qué sentía yo y
no me preocupaba lo más mínimo. Aprendí a contactar con mis emociones, bajarme de
la cabeza al corazón y al cuerpo, y de paso dejé de ver a los demás como autómatas.

Creo que otra cosa de las que más me han ayudado y que me ayuda todavía es: En la
medida que paso del pensamiento a la acción me dirijo a la salud. Esta acción me pone
en contacto con la vida, el mundo, mis emociones y mi cuerpo, me produce un
sentimiento de fuerza, seguridad y satisfacción, me hace recuperar la confianza en mí
mismo, en mi capacidad, refuerza mi autoestima y me aleja de la abstracción mental,
del estéril bucle en el que entro cuando me quedo dándole vueltas y vueltas al coco,
especulando e imaginando cuál sería la mejor forma de hacer, ensayando y recreando
mentalmente la vida pero sin vivirla realmente. Cuando me quedo en «¿cómo sería
si…?» termino perdiendo el ser real.

Energetizarme a través del ejercicio físico, de la actividad corporal, me aleja de la


sensación de pequeñez, impotencia e inseguridad. Me ayuda a acallar mi mente, que
tiende a una actividad frenética, dispersa, bastante estéril y loca.

Aprender que las emociones no son sinónimo de sufrimiento y que, cuando duelen, el
dolor pasa mucho antes si se contacta, se expresa y se comparte.

Trabajar el coraje para perder el miedo a sentir y experimentar lo sanador y


liberador que resulta contactar con la emoción y dejarla salir, aunque sea dolorosa.

Contactar con mis necesidades y deseos. Percibir cuándo los estoy reprimiendo,
negando o evitando. Moverme para satisfacerlos.

Comprender que guardar tantos recursos para una mejor ocasión es perder la que se
me presenta aquí y ahora.

Expresar lo que me ocurre por dentro, lo que pienso y siento, bueno o malo.

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Tener en cuenta que se puede pedir y recibir ayuda.

Aprender a confiar más en el mundo y la vida. Acercarme a ellos y dejarles entrar,


tratar de superar el miedo a quedarme vacío y substituirlo por la sensación de
nutrición y enriquecimiento.

Ser comprensivo, aceptar a los demás en sus carencias e imperfecciones. Trabajar la


empatía.

Darme cuenta de que pretender saber el porqué y los detalles de todo es absurdo, hay
cosas que son como son sin más.

Experimentar que la mejor forma de «liberarse» de las responsabilidades y


obligaciones es asumirlas y cumplirlas.

Experimentar lo liberador que es descontrolar un poco. El exceso de control me


constriñe, me genera estrés, me desgasta y agota. Probar lo relajante y liberador que
resulta aflojar, soltar, descargar de importancia. Comprender que no puedo retener la
corriente del río ni empujarla, que es mucho mejor dejarme llevar por ella.

Darme cuenta de lo mucho que exijo, a mí mismo y a los demás.

Comprender que los cambios pueden ser buenos y que, aunque al principio me
generen inseguridad por la sensación de falta de control, también son enriquecedores y
renovadores.

Testimonio 2. Algo que suele tener efecto terapéutico sobre mí es escuchar mi propia
voz verbalizando las cosas que, según la época, se amontonan desordenadas en mi
cabeza y me tienen intranquilo. Por eso es importante tener gente cerca que esté
dispuesta a escuchar y sepa hacerlo, que me ayude a ordenar las ideas. Pero cuando
vienen torcidas e intuyes que tienen que ver con profundas formas de ser que no sabes
bien cómo afrontar ni interpretar, si encuentras una persona ajena a tu vida –con la
que no existe ningún tipo de lazo ni relación previa– que sabes que escuchará sin
juzgar y tendrá una predisposición profesional, la ayuda es doble. En lo personal, con
predisposición abierta y confianza en el proceso, a partir de la responsabilidad que se
establece desde el convencimiento de que estar bien con uno mismo es imprescindible
para estar bien con quienes te rodean.

Mi primera dificultad es llegar a entender y asimilar qué me pasa, por qué no estoy

99
bien o tranquilo. Aunque intuya muchas de las causas, porque el paso importante es
llegar a aceptar y creer eso que intuyo, con independencia de que me guste más o
menos. En épocas en las que bulle la cabeza, hasta las más antiguas convicciones
sobre cómo eres se tambalean y esa inseguridad es la que dificulta el avance. Tener a
alguien que te acompañe en el camino es de gran ayuda.

A partir de ahí, creo que la terapia me ha ayudado fundamentalmente en tres


aspectos.

En primer lugar, a entender la dificultad que tengo para conectar mis sentimientos y
sensaciones con mis actos. A pesar de que soy persona metódica y que elabora mucho
sus pensamientos, o quizá precisamente por ello, me cuesta entender por qué en
ocasiones actúo de la manera en que lo hago, o experimento determinadas cosas
(enfado, por ejemplo), o qué sentimientos últimos se esconden tras determinados
comportamientos. Eso me desequilibra.

Casi sin darme cuenta, tiendo a situar en polos opuestos lo intelectual y lo


sentimental, y elaboro un discurso perfectamente estructurado sobre los sentimientos,
pero encuentro grandes dificultades para conectar esa teoría con la práctica. En el
terreno de los sentimientos, suelo sentirme incómodo. Incluso tengo la tendencia a
analizarme como si de un álter ego se tratara, observando cuestiones ajenas que tienen
que ver con algunas de mis formas de ser y sentir. Porque lo intelectual se superpone a
lo sentimental. Trabajar en esa conexión entre los actos, los pensamientos y los
sentimientos es algo que me acompañará siempre.

En este torbellino de confusión, también soy consciente ahora, he tendido a


juntarme con personas que representan ese mundo de sentimientos que me resulta tan
ajeno, cuando menos desde su escenificación (y cuanto más teatral y ostentosa era,
más me atraía). Intentar estar a la altura de esa escenificación no me hacía bien, pues
no me reconozco, no me sale…, y cuando lo imposto me culpo por no ser «de verdad»,
por no ser yo, y lo acabo pagando con la otra persona y, sobre todo, conmigo. Otra
cosa importante que intento tener en cuenta a partir de este análisis, que me ayuda, es
que las expectativas en una pareja (o en cualquier tipo de relación) son cosa de dos.
Algo obvio, pero respecto a lo que muchas veces perdía la perspectiva como
consecuencia de una tendencia a la culpa en relación a mis actos y a cierto
paternalismo respecto a mis parejas.

100
En segundo lugar, he aprendido a identificar con bastante claridad dos elementos
que me bloquean y que necesito aprender a controlar; cuando menos, a reconocer. Por
un lado, el miedo: a que no me quieran, a decepcionar a la gente, a no responder a lo
que se espera de mí, a no responder a lo que yo espero de mí, a no ser como «debo
ser»; y también a ser consciente de que siento ese miedo, de que soy vulnerable (algo
que en no pocas ocasiones enfrento desde la equiparación con una debilidad que sin
duda tiene que ver con esa diferenciación entre el mundo intelectual y el de los
sentimientos).

Por otro lado, y de manera muy evidente, a la culpa, elemento que no es nuevo para
mí pero que ahora trabajo de forma mucho más consciente. Culpa que me atenaza y me
hace menos libre. Y no solo respecto a las consecuencias que tienen mis actos sobre
otras personas, algo que me ha ocurrido de forma muy inmediata en mis relaciones
sentimentales, también en relación a cómo algunos de mis actos, precisamente
generados por la culpa en ese sentido, suponen lo que puedo interpretar como una
traición a mi propia naturaleza o forma de ser. Traducir este segundo tipo de culpa
como un «enfado hacia dentro» me ayuda a manejarla mejor, de igual manera que
reconocer que es necesario enfrentar un sentimiento que, así entendido, provoca que
sea muy difícil escapar a su influjo paralizador, o porque no soy lo que se espera de
mí, o porque ser lo que se espera de mí supone renunciar a lo que realmente soy.

Esa tendencia a partir de la cual me someto a un constante y severo examen tiene


que ver con el tercero de los elementos. Sin ser muy consciente de ello, he crecido
asumiendo la existencia de determinados modelos o tipos ideales en relación a cómo
hay que ser, cómo tienen que ser las cosas, qué es lo correcto o lo incorrecto… Esto en
sí mismo puede suponer un juicio de valor, pero lo cierto es que la perspectiva de esos
modelos tiene que ver más con la necesidad de ser consecuente y coherente con lo que
supone tu identidad. Es decir, obviando la necesidad del respeto a las/los que te
rodean, actuar y comportarse de acuerdo a tu naturaleza, al sentido último de tu ser.
De ahí que surja de forma tan inmediata la culpa, como traducción de la traición a
uno mismo.

En los engranajes de esta cadena resulta evidente, ahora soy más consciente, que he
crecido con cierta obsesión por la necesidad de ser «buena persona». Cuando los
referentes de la corrección están tan encasillados y son tan absolutos, el camino a la
frustración es corto. En este camino ahora sé que he proyectado sobre otros lo que creo
que se espera de mí y he buscado en otras personas cosas de mí mismo, en ocasiones a

101
costa de no fijarme verdaderamente en las personas que tenía enfrente. De igual
manera, el proceso de entender que estoy tan condicionado por esos referentes de
comportamiento (que en realidad no son reales, lo que multiplica la frustración)
contribuye a manejar de mejor manera la relación con mi propio narcisismo y ego, que
oscila entre el amplio abanico que va desde la vergüenza hasta cierta sensación de
autoridad moral. Todo ello, en cualquier caso, seguido de lo que generalmente es un
castigo a mi persona: el juicio siempre es severo y siempre tengo las de perder.

No es sencillo, al menos en mi caso, asumir que este tipo de visiones tiene que ver
con determinados modelos de relación familiar, con maneras en las que se transmiten
los valores en el seno de la familia y con el tipo de relación que se entabla con los
padres durante la infancia. Entender eso también es una parte importante del proceso
terapéutico.

En el contexto de esta perspectiva en relación a los tipos ideales existe una manera
en la que tiendo a interpretar (ahora lo entiendo mejor) el sentimiento romántico, los
afectos, el amor. Y es que, frente a lo que entiendo que son cosas intrascendentes,
asumo la necesidad de encontrar un nivel superior a la hora de abordar sentimientos
que tiendo a observar desde la trascendencia y lo sublime, siempre en relación a esa
dificultad para conectar sensaciones, sentimientos y actos. Es como si sintiera
reverencia ante el amor, algo que condiciona mis actos respecto a mis parejas
románticas, como si me sintiera en deuda con toda persona que me muestra ese amor,
y como si tuviera una responsabilidad respecto al mismo, a su cuidado y su
perduración. En ocasiones, ahora lo veo, por encima de la real experiencia de ese
amor, y siempre bajo la espada de Damocles de la mencionada culpa. Esto no te deja
avanzar, parece evidente.

Dicho todo esto, también en el proceso terapéutico he sido consciente de que llevo
años acomodándome en un papel, en un rol (raro, misterioso, interesante…,
«enigmático» me llegan a llamar mis amigos de broma) que me resulta muy cómodo,
en el que me reconocen y me resulta fácil reconocerme, y ante el que no tengo que dar
explicaciones (ni siquiera a mí mismo). Salirse del molde creado es complicado,
requiere trabajo, pero en ocasiones resulta necesario para llegar a aceptar y entender
los desencuentros con uno mismo que, de vez en cuando, te inquietan y desequilibran.

Finalmente, ser consciente de que tiendo a volcar una parte importante de mi


identidad en la búsqueda, en el cuestionamiento, me ayuda a poner en perspectiva

102
muchas de mis dificultades y a enfrentarlas de manera más humilde y consciente. Todo
esto es parte de un proceso de aceptación que sin el trabajo de una terapia sería
seguramente más difícil.

103
6

104
Eneatipo seis

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DE LA PACIENCIA

En todos los eneatipos la escenificación de los subtipos es distinta, si bien quizá en el


Eséis sea más patente esa diferencia. Creo, no obstante, que estas líneas permiten
hacerse una idea bastante aproximada de cómo trabajar con las personas de este rasgo
(sea cual sea su subtipo).

Lo primero que resalta en el Eséis es que viene a terapia a contrastar sus percepciones
porque necesita entenderse. Acude a alguien que sabe más para que le oriente. A menudo
pregunta: «¿Y tú qué crees? ¿A ti qué te parece? ¿Lo mío tiene cura? ¿Cuánto tiempo?».
Se le reconoce fácilmente en la sesión de encuadre por la batería de preguntas a la que
someten a la terapeuta y llegan a mostrar abiertamente su desconfianza: «Yo no creo en
esto, estoy aquí porque…». Porqués que le acompañarán a lo largo de todo el proceso.

Destaca la ansiedad, que se presenta de múltiples maneras: caída de pelo, sudor de


manos, vómitos… y prácticamente todas las personas pertenecientes a este rasgo refieren
sensaciones de tener algo en el estómago, un ahogo en la garganta, una inquietud que se
instala en su vida sin motivo aparente.

Corporalmente, el subtipo social en hombres suele ser erguido y recto con una mirada
altiva, mientras que el sexual suele ser muy atractivo y musculado, dado su culto al
cuerpo. Las mujeres del subtipo social tienen cierta corpulencia, una estructura corporal
que se asemeja a la del Enueve. Por último, el subtipo conservación, tanto en hombres
como en mujeres, se parece y confunde con el del Ecuatro: la mirada huidiza, el pecho
hundido y destaca un tono de voz muy apagado.

Su tendencia a la paranoia le hace vivir imaginando peligros constantes y convierte la

105
desconfianza en un rasgo central de este carácter, en el que la energía del miedo es muy
poderosa. Esta puede expresarse a través de la rigidez de comportamientos, ideas y
sentimientos (seis deber),1 de la agresividad proyectada en el mundo y la actitud retadora
buscando deliberadamente situaciones de riesgo (seis fuerza)2 o ser sentida en el cuerpo a
modo de ansiedad generalizada (en el seis conservación). En cualquiera de los casos vive
el miedo como algo ajeno, pero es en torno a esta emoción como ha estructurado tanto la
visión del mundo como la de sí misma o sí mismo. Emoción en torno a la que gira, para
evitarla, sin apercibirse de ello en muchos de los casos.

Podríamos asegurar que cuando la persona coloca la amenaza fuera, deriva en


paranoia o en fobias. En el caso de colocarla en el cuerpo, nos encontraríamos con
patologías tales como la neurosis de angustia, la hipocondría o trastornos psicosomáticos.

Cuando la persona desconecta de algunos aspectos de sí misma, ya sea la tristeza, el


placer, el deseo sexual, etcétera, y los proyecta en su cuerpo –en forma de angustia o
temores hipocondríacos– hay que ayudarle a reconocer cuál es el movimiento interno, en
qué situaciones se produjo, cuál es la situación o el sentimiento evocado, cuál es el
anhelo no cumplido…

Hemos de apreciar y valorar el nivel de angustia de la persona que llega a consulta. Si


es demasiado alta, no se puede iniciar el trabajo terapéutico y es preciso ayudarse de
algún tipo de medicación. Por otro lado, la angustia y el malestar que le acompañan son
la energía que le mueve al deseo de cambio. Por ello es útil que mantengan un cierto
nivel de ansiedad para permanecer en el proceso; en caso contrario abandonan el
tratamiento cuando alcanzan un cierto grado de estabilidad, sin haber profundizado en sí
mismo, para evitar la dependencia, otra de las sensaciones en torno a las que gira su
carácter.

Suele conformarse con una comprensión intelectual –que reduce su angustia– sin que
llegue a producirse la necesaria entrega emocional para su crecimiento.

Acude bastante a terapia porque sufre mucho. La duda, el temor a hacer las cosas mal,
la necesidad de que alguien le reasegure y le explique el mundo, es decir, gestalts
inconclusas de un niño que creció sin la seguridad que debieron aportarle sus figuras de
referencia.

El trabajo terapéutico con este rasgo ha de ir dirigido al reconocimiento del miedo (que
surge de proyectar su propia agresión en el mundo) y de cómo este determina su forma

106
de estar en él. Hay que explorar sus fantasías y confrontarlas con la realidad,
convirtiéndose la terapeuta en el soporte y contención de la angustia, a menudo
inmovilizante, del paciente. Vivir atemorizado hace que haya mucha dificultad para
registrar emociones y se queda con lo global de las situaciones o de su pasado, que
cuenta de un modo idealizado y en el que el Eséis siempre ha sido y es «una buena
persona» a la que le suceden las cosas; sus relatos no están exentos de cierto victimismo.
A veces habla como si lo tuviera todo superado y no deja hueco para la intervención de
lo bien estructurado que lo trae.

Hay que ayudarle a entender cómo proyecta la agresividad fuera, porque ni la asume
ni es consciente de ella. Es importante cortar las peleas que tiene con el mundo y
acercarse a la idea de que saca la lanza cada vez que se aproxima a una situación de
intimidad, de confianza, algún momento en el que la entrega es lo que toca.

El Eséis, sobre todo el sexual, cree que si se entrega eso le llevará a la sumisión: «Me
quedo en manos de los otros». De ahí, entre otras cosas, que esté en constante conflicto
entre la dependencia-independencia o la dificultad que tiene para emparejarse y quedarse
en una sola relación. La pasión por la intensidad le lleva a meterse en situaciones muy
adrenaliticas, de las cuales le es muy difícil deshacerse.

La rebeldía es otra de las maneras en que se manifiesta la agresividad. Casi siempre lo


primero que piensa o dice es «no» de miles de maneras. Por ejemplo, en consulta he
observado cómo mueve la cabeza, de manera apenas perceptible, cuando se le hace una
devolución. De este modo «obliga» a que la terapeuta le «persiga», llegándoselo a poner
muy difícil y haciendo del juego «perseguidor-perseguido» el leitmotiv de la sesión. Todo
ello para entretenerse y no contactar, por temor a pararse y encontrarse con algo que le
obligue a cuestionar su autoconcepto de «buena persona».

Uno de los temas básicos en los que se asienta este carácter es la culpa. Mucho del
trabajo terapéutico irá dirigido a desculpabilizar para poder hacer responsable a la
persona de sus decisiones, acciones, opiniones, etcétera. No estoy muy segura de que
este fondo de culpa, ante casi todo lo que hace, siente y piensa, desaparezca
definitivamente del mundo del Eséis terapeutizado; no obstante, eso no nos exime de
dirigirnos hacia el objetivo. Es en el subtipo sexual en el que más cuesta divisar la culpa,
porque a menudo las acciones sucesivas sin ninguna reflexión le impiden sentirla. En
realidad se impide sentir de manera global, porque solo percibe las emociones fuertes,
intensas, y para contactar con la culpa es necesario dejar un espacio entre acción y

107
acción, algo que el subtipo sexual no hace y que el subtipo conservación hace en
demasía.

Es este un rasgo que también presenta mucho miedo al abandono y mucha carencia,
aunque muy ocultos. Algunos comparten la idea loca de verse sin nada vagando por las
calles, de ahí su necesidad de asegurar lo que tienen, de conservar.

En su biografía encontramos una figura parental en la que no pudo confiar, que lo


atemorizaba. Una figura fuerte y ambivalente. El infante aprendió a interpretar gestos,
miradas y sonidos, y creció solo en un mundo en el que no había nadie de quien pudiera
fiarse del todo. Esta desconfianza le acompaña. Sentirse solo, desamparado y sin
protección hace que no se permita explorar el mundo o que se lance a él sin conciencia
alguna en una sucesión de acciones sin sentido –en el caso del seis fuerza–. Muchos
recibieron el mensaje de «en casa como en ningún sitio», de manera que el cambio se les
hace impensable y la lealtad hacia los suyos es una de las patas en las que se apoya.

Algunos de ellos hablan de la seducción de la madre y prácticamente todos de los


dobles mensajes: «Sé alguien y sé sumiso conmigo», «Crece y no crezcas», «Vete y
quédate». Una figura parental le da y le quita el poder alternativamente y esto es lo que
más engancha a un Eséis: la disputa por el poder.

Creció con muchos miedos y con mucha sensación de impotencia (algunos relatan
episodios de humillación por parte de distintas autoridades), de no poder con la vida, de
que vivir conlleva mucho esfuerzo, que nada es gratis y que todo cuesta mucho. Siente y
sabe que no hay un lugar seguro y que es necesario observar y verificar las señales de
peligro continuamente para determinar la postura de la autoridad, y por ende de todos los
que le rodean, antes de decidirse a actuar.

Vive atrapado en la polaridad acción-no acción; pasa mucho tiempo pensando qué
hacer y ocupa una buena parte de sus sesiones en esta toma de decisiones, que le
provoca mucha ansiedad y supone la mejor defensa conocida para evitar el miedo. Hay
que profundizar y no dejarse atrapar en su disquisición filosófica acerca de los pros y los
contras de la decisión y abrir la caja de los temores, que son muchos. Hay que preguntar
«¿Y tú qué quieres?» una y otra vez, hasta que contacte con su verdadero deseo.
Observaremos que en sesión contestará: «Es que no lo sé». No obstante, al tratarse de
un carácter reflexivo, cuando salga de terapia seguirá dándole vueltas a la cabeza y
contactará con su deseo, aunque no se atreva a exteriorizarlo ni a hacerse responsable del

108
mismo. A menudo este «no lo sé» forma parte de su estilo de relación.

Una pregunta útil para este eneatipo al que le cuesta tanto actuar es: «¿Qué es lo peor
que puede pasar si…?». Explorar las fantasías ayuda a aminorar los temores ante sus
decisiones.

Hablemos un poco de ese estilo de relación. El Eséis contesta –casi sistemáticamente–


que no, es una defensa muy arraigada. Teme la fusión (aunque la busca) y está en
constante pelea entre depender y mantener su independencia, así que cualquier atisbo de
intención por parte del otro de que haga algo, tome tal decisión, vaya a… es vivido por
este eneatipo como intento de manipulación: «Si el otro quiere que yo…, está claro que
yo NO». Se observa fácilmente la sumisión y a menudo lo inapropiado de esa resistencia
pasiva porque sí. Las polaridades dependencia-independencia y dominación-sumisión
configuran claramente este carácter y nos van a llevar más de una y más de dos sesiones
terapéuticas.

El Eséis sabe, y solo él, que cuando ama a alguien ha de estar permanentemente
defendiéndose y mostrarse distante para que la otra persona no esté totalmente segura. Y
eso es lo que hace con su terapeuta, mantener la distancia, aunque el afecto sea mucho.
Critica para poder separarse, para hacerse la ilusión de que no depende demasiado. Es
como si la persona estuviera todo el tiempo manoteando para no ahogarse en el mundo
de los afectos.

Se pelea mucho, tanto consigo mismo como con lo de fuera; compite, no para ser el
mejor, sino para llevar razón, y no para hasta conseguirlo. Igualmente pelea con su
terapeuta, al menos hasta que sepa que está de su parte, y no se puede abandonar ese
lugar con una confrontación, por ejemplo, porque el Eséis lo notará, lo vivirá como una
traición y comenzará a rebelarse de nuevo.

Trabajar con un Eséis puede llegar a ser agotador. Su permanente actitud oposicionista
acaba con la paciencia de cualquiera. La terapeuta será escrutada y observada hasta en
sus más mínimas reacciones. Hay que entender que el Eséis creció escrutando las
reacciones de sus figuras parentales, que se pasó la vida en estado de alerta y que tuvo
tanto miedo que quedó atrapado entre la idealización de las figuras de poder y la
necesidad de derrocarlas. Con la ambivalencia de estas y con el no entender del infante
se construye el miedo. La terapeuta forma parte de ese grupo de personas con poder a
las que idealizar por un lado y derrocar por otro. Sin embargo, si alguien hablase mal de

109
su terapeuta el Eséis la defenderá hasta la muerte.

A menudo pelea con lo de fuera cuando está en pelea con algo de sí mismo. Cada vez
que hay una situación que le provoca ansiedad busca un enemigo fuera para aliviarse y
alejarse de la vivencia ansiógena. Identificado el enemigo, no es necesario preguntarse
porqué siente ansiedad.

Otra de las defensas de este eneatipo se presenta ante una propuesta, sea del tipo que
sea: en lugar de experimentarla, la evalúa, la juzga, la desvaloriza –todas ellas formas
inconscientes de rebelarse–, se distancia y «¡ya veremos!». Instalándose ahí, a menudo
alejándose a través de la crítica, se asegura de no poner el corazón en las relaciones y se
mantiene tan lejos que acaba mostrándose al mundo como un «borde».

He observado también en terapia que salva a las personas que ama, de manera que
suele ser difícil entrar a analizar las relaciones que un Eséis considera importantes, tales
como sus figuras parentales, su pareja o alguna relación íntima. Hay que tener mucho
cuidado, porque una devolución referida a cualquiera de estas figuras más o menos
confrontativa será vivida por este eneatipo como una intromisión, una deslealtad, como
una agresión, en definitiva. A menudo le es más fácil observar las agresiones dirigidas a
otros para él importantes que las dirigidas hacia sí mismo y está muy confundido
respecto a lo que es o no es una agresión.

Ocupa mucho tiempo analizando relaciones y contando experiencias de toma de


posición, poder, trabajo, etcétera. Pero casi siempre salva a las personas que él ha
decidido incluir en su círculo de intimidad. Estas están al margen de cualquier crítica o
mirada negativa y la terapeuta lo tiene que saber. Solo cuando la persona abra el asunto
estará en disposición de escuchar algo que pueda afectar a su relación con ese reducido
núcleo, si nuestra devolución se realiza con mucho tiento.

En el caso del subtipo social, la angustia tiene que ver con la desestructuración y esta
con el cambio y con el crecimiento. Son muchas las renuncias que ha hecho la persona
para seguir controlando y que nada se desestructure. Cada vez que se asusta se irrita, de
modo que el proceso terapéutico le irrita bastante. Nuestro trabajo consiste en leer cómo
es el miedo el que le impide profundizar en sí mismo y lo que le retiene. Aunque no lo
muestre, se asusta mucho y hay que cuidarlo y reasegurarlo constantemente. Un poco
menos de control es muy saludable y le permitirá descansar, algo imprescindible para la
superación de su neurosis.

110
Cuando no tiene nada que hacer, ninguna tarea, no tiene más remedio que preguntarse
qué siente, qué quiere o qué necesita y atravesar el desierto de no saber, con la ansiedad
que eso le produce. El nudo en el estómago es la punta del cabo y el otro extremo no se
sabe dónde está. En algunos casos –sobre todo para el subtipo social mujer– creo que la
otra punta la lleva mamá, a la que no quiere fallar por nada del mundo.

Pelea bastante con la figura en la que confía y le da apoyo, a la que le exige que sea
perfecta y que no cometa ningún error para mantener incólume su mirada ideal. A pesar
de su dificultad para entablar relaciones, casi siempre cuenta con una figura que le ofrece
el apoyo necesario, a la que sabe que puede recurrir en cualquier momento, aunque a
algún Eséis el orgullo le impedirá pedir ayuda. Si esta figura le falla, mientras la necesite
volverá a reparar su imagen y a colocarla en el pedestal, así una vez tras otra hasta que
llega a confiar en sí mismo para sostenerse.

Hay que tener mucha paciencia para rastrear el mundo del subtipo social, porque la
persona no se muestra; su circunstancia, lo que hay a su alrededor, su trabajo es lo que
nos trae a la consulta. Es necesario aliarse con ella y no hacerla responsable demasiado
pronto, porque ya se siente suficientemente responsabilizada. La responsabilidad nada en
el lago de la culpa.

Ponerlo en contacto con su corazón es parte del proceso con cualquier Eséis, pero
cada subtipo, a su manera, se encargará de no llegar ahí. Se alejó tanto del sentimiento
para no pasar miedo que el camino de regreso al corazón es largo, difícil y lleno de
inconvenientes. El Eséis confunde estar en contacto con la emoción con la ingenuidad y
la posibilidad de que abusen de él.

A veces ayuda servirse del sentido del humor, enseñarle a jugar y proponerle contactos
placenteros con su cuerpo y con el resto del mundo. Dejar de hacer para contactar con el
deseo.

El Eséis vive con la prohibición del deseo: hay que meditarlo tanto que se queda sin
energía para cumplirlo. A medida que vayamos desculpabilizando sus deseos, llegaremos
a lo más profundo: «Siento culpa por existir». Conforme cedan las defensas, surgirán
miedos que habrá que ir elaborando.

En el caso del subtipo sexual no es tan necesario fomentar el deseo, sino ayudar a que
tome conciencia de que no todo le está permitido. Su salud pasa por transitar de la
dureza a la vulnerabilidad. Se siente tan desprotegido que la acción es la escapada

111
perfecta para evitar el contacto. Cuanta más adrenalina mejor, de manera que parar el
impulso le es casi imposible. No se ve a sí mismo si no es como el héroe de la situación.
Explorar sus aspectos negados –debilidad, ternura…– hasta llegar a aquellos aspectos
más infantiles que no pudo vivir será uno de los objetivos del proceso terapéutico.

En el caso del subtipo social, el corazón le va a decir hacia dónde ir y la cabeza qué
está bien y qué está mal, pero nunca lo que quiere. Le es francamente difícil hacer algo
en contra de sus propios introyectos y estos son tantos y están tan bien envueltos en lo
que la persona llama principios éticos, justicia, valores… que le cuesta mucho contactar
con sus deseos si estos transgreden una pequeña parte de sus principios.

En el subtipo conservación lo que se aprecia es el aislamiento y la ambigüedad. Busca


la certeza en los «elegidos», aquellos con los que firmó el pacto de no agresión. Va de
débil y necesita protección. Es como si caminara de puntillas por la vida. Es demasiado
comedido y suspicaz para escucharse; le es más fácil hacer suyos los deseos de los
demás que contactar con los propios. Tarda mucho en establecer el vínculo con su
terapeuta y atempera tanto la emoción en consulta que puede resultar muy aburrido.

Es este un rasgo donde se aprecian muy claramente las polaridades y donde


aparentemente son muy fáciles de abordar. La dificultad con la silla vacía3, por ejemplo,
consiste en que llegue a contactar; le es muy difícil abandonarse, de manera que muchos
de los encuentros entre sus dualidades son meramente intelectuales. Esto no quiere decir
que no sean útiles para la persona, que sí lo son. Sin embargo, cuando se le propone la
técnica la suele criticar –incluso ridiculizar– y muestra mucha dificultad para cerrar los
ojos, es decir, para dejar de controlar.

Polaridades tales como impotencia-omnipotencia, ideal-real, debilidad-fortaleza,


cobardía-valentía, control-descontrol, invasivo-invadido… son susceptibles de ser
abordadas en el mundo del Eséis. Como veíamos antes, la polaridad dependencia-
independencia es básica. Por una parte, existe la necesidad de límites externos, de una
autoridad que le asegure y de la que depender y, por otra, una necesidad de
independencia que le lleva a una rebeldía a veces abierta y otras soterrada. Duda entre
depender y no depender, entre aceptar y/o cuestionar, obedecer y/o desobedecer, odiar
y/o amar… Eso sí, sus polaridades siempre se presentan como dos partes muy extremas
e irreconciliables.

El Eséis, a menudo, tiene que enfadarse para hacer lo que quiere y mientras necesite el

112
enfado la autoridad estará fuera de sí, porque mira hacia el mundo y no hacia sí mismo.
Su cabeza funciona a miles de revoluciones y uno de sus bucles es «lo digo-lo hago-lo
dudo-me culpo-me castigo-lo dudo-me enfado-lo hago-me culpo-me castigo-me enfado-
lo dudo-me enfado…» y así indefinidamente. Cuanto más tiempo tarde en dejar de
enfadarse más tardará en lograr el autoapoyo.

Tanto el subtipo sexual como el social creen que la entrega lo lleva a la sumisión. Esta
distorsión hace que esté siempre defendiéndose y, a veces, lo convierte en un verdadero
sumiso.

El subtipo sexual es un seductor. Está interesado en la conquista y no en disfrutar de lo


conquistado. Si es hombre, puede convertirse en paladín de las mujeres –sobre todo de
las más débiles, en las que proyecta su propia debilidad– y dedicarse a defenderlas (esto
se observa muy claramente en grupo). Suele haber sido seducido por la madre y crece
con la certeza de que la seducción es una buena herramienta para conseguir el poder en
cualquier relación. El otro lado de esta polaridad es un conquistador que usa y
desvaloriza a las mujeres. No hemos de olvidar que estamos ante un volcán dentro de
una esfera de cristal, retenido y a punto de estallar.

Cada vez que un Eséis subtipo sexual se rebela, la terapeuta ha de preguntarle: «¿Qué
estás sintiendo?», ya que la agresión es la defensa ante la emoción y la rebeldía su modo
de agredir, la manera en que no se vea su miedo. Hemos de tener presente que cuanto
más miedo tiene más miedo da. Una de las polaridades que se observa en este subtipo es
violencia-desenergetización.

Es terapéutico para él que cuente sus fracasos y que les quite hierro, que deje de
esforzarse por dar tan buena imagen, sobre todo ante las personas del sexo contrario. Su
pétrea imagen ha de cuartearse para dejar entrever su corazón.

Es frecuente que las personas pertenecientes a este rasgo padezcan hipocondría;


algunas incluso llegan a consulta con esa demanda. Quiero apuntar para estos casos la
importancia de apartar los síntomas, que suponen una distracción para trabajar el fondo.
Se puede observar la pelea entre la persona y su cuerpo, dos entidades separadas, y
cómo cada una de ellas pelea por el poder, perpetuando la neurosis. Es importante no
dejarse atrapar por ello y tratar de integrar: «Lo orgánico también eres tú». Sin llegar a
cursar como trastorno, se puede observar esta escisión en muchos Eséis.

Hablaré, por último, del mecanismo seducción-agresión, que he observado más en los

113
hombres de este rasgo que en las mujeres, pero que está presente en todos. Es su pelea
entre depender, someterse y renunciar al poder o tomarlo y ejercerlo de manera
despótica, y suele ser una dificultad tanto en sus relaciones como en la que mantienen
con su terapeuta. Es este uno de los mecanismos en los que más cuesta intervenir. Al
tener la agresión proyectada en el exterior, la persona se queda solamente la parte de la
seducción y no es consciente de su agresividad, que puede llegar a convertirse en
violencia.

Hay que prestar mucha atención a la rebeldía y a cómo la expresa en consulta. Al


principio, como ya hemos visto, aparece como desconfianza hacia la autoridad, luego
cuestionando las normas y mostrando dificultad para comprometerse y, en tanto que
avanza y profundiza en sí mismo, boicoteando el proceso, ya sea en forma de no
resolución de los conflictos o de no alcanzar las metas; podríamos decir, para abreviar,
no mejorando. Todo esto no es más que su defensa ante la intimidad y el miedo a que si
se muestra vulnerable puedan hacerle daño.

Para confirmar su idea de que la autoridad no es fiable, buscará cuál es el punto débil
de la terapeuta y entablará estrategias de «asalto al poder». Esta actitud se alternará con
otra de admiración y obediencia ciega. Ahí se observa la polaridad seducción-agresión.

Gran parte de la sesión la ocupa relatando sus enganches con la autoridad, a la que, de
una manera u otra, está siempre criticando. A menudo se puede observar y devolver el
enganche con alguna figura parental, que representó la autoridad.

Le cuesta ser claro en el discurso y, salvo el subtipo sexual, evita el conflicto. Habla
acerca de él, pero raramente lo afronta. Una de las situaciones que le lleva a más
conflictos en su mundo de relaciones es la dificultad para explicar los procesos. El Eséis
cuenta los resultados y no comparte el nudo de la historia. Es como ver una obra de
teatro en la que hay introducción y desenlace. El nudo, es decir, donde se desarrolla el
argumento, se lo queda para sí. Considera que todas esas vueltas, secuencias grabadas y
vueltas a grabar, no tienen entidad para ser contadas; parece avergonzarse de sí mismo.

Se siente tan comprometido con lo que dice que prefiere callar hasta que lo tiene
suficientemente meditado. Una vez dicho, no tiene más remedio que mantenerlo y le es
muy difícil cambiar de opinión.

Por otro lado, es posible que comparta ese nudo y que lo haga de manera tramposa,
preguntando qué hacer cuando ya lo tiene decidido.

114
En ambos casos el interlocutor se sorprende y, por mi experiencia con este eneatipo, sé
de su dificultad para asumir que su modo de comunicación desconcierta.

Una vez que está enganchado en terapia individual, puede serle de gran utilidad el
trabajo en grupo. En contacto con los iguales puede, además de compartir su miedo,
contrastar lo que es real y lo que no, darse cuenta de sus proyecciones, conectarse con la
ternura, etcétera. El grupo le permite experimentar un sinfín de sensaciones y
sentimientos vedados hasta ese momento y guardados bajo siete llaves. Es preciso que
contacte con lo emocional y lo corporal y el grupo es el lugar ideal para ello, ya que
trabaja en ambas direcciones. El Eséis se alejó del sentimiento para no pasar miedo, es
algo desconocido que no responde a una estructura clara y controlable, y el grupo es un
espacio seguro en el que atreverse a explorar.

Su camino es un camino hacia la intimidad: mostrarse sin temor a que le hieran, del
todo, de verdad, sin ocultarse ni ocultar. Consiste en generar la confianza en sí mismo,
en no temer perder el afecto de la otra o del otro.

El cultivo del coraje, como antídoto al miedo que siente, pasa por llegar a ser más
espontáneo, menos atribulado, conectar más con lo que quiere y hacerlo sin dilación;
salvo el subtipo sexual, que ha de cultivar la autodisciplina y aprender a renunciar a algo
de lo que desea, porque no se puede tener todo.

Necesita conectar con la alegría, la liviandad de las decisiones, saber que la


reversibilidad existe y que ya está bien de tanta evitación. Reír y reírse con los demás.
No dotar a la vida de ese aire de seriedad y abandonar el espíritu crítico para dejar de
darle vueltas a todo.

El subtipo social puede confundirse con el Eúno. Ambos critican, parecen enfadados y
pueden ser muy bordes en el contacto, pero mientras que el Eséis es correcto dentro y
fuera, el Eúno lo es bastante más para fuera y bastante menos para dentro. Se da
permisos que al Eséis ni se le ocurren.

A medida que se avanza en el proceso, el Eséis puede llegar a aceptar la autoridad de


las personas que admira, mientras que el Eúno tan solo acepta la suya o, en su caso, la
de «principios superiores», que también son suyos. Muchas de las intervenciones del
Eúno giran en torno a si es respetado o no, mientras que las del Eséis tienen que ver con
si es querido o no.

115
Comparte con el Etrés el miedo a ser descubierto y la inseguridad. Muchas de las
acciones que emprende el Eséis pueden ser interpretadas desde el narcisismo y la
necesidad de mantener una buena imagen, exceptuando quizá al subtipo conservación. Se
les diferencia en la manera de establecer el contacto, que en el caso del Etrés es más frío
y distante y en el del Eséis más cálido. Igualmente les diferencia el modo de hablar: el
Eséis lo hace con más pasión y al Etrés le falta modulación.

El Enueve y el Eséis están muy ocupados, sobre todo el subtipo social, aunque el
primero puede dejar las tareas para mañana. Ambos se agotan por los que quieren.
Igualmente, comparten la dificultad para contactar consigo mismos y actuar para la
consecución de sus deseos. De alguna manera ambos eneatipos están poco presentes en
su vida, en sus decisiones, en sus acciones. El Enueve contacta con lo instintivo o no
contacta, el Eséis contacta con la razón o no contacta. Ninguno de los dos contacta con
las emociones. Ambos eneatipos pueden comunicarse a través de su sintomatología. El
síntoma les da estructura. Si se les cuestiona demasiado pronto, se quedan sin vehículo
de comunicación y contacto con el mundo y se desenergetizan.

116
MECANISMOS DE DEFENSA

Proyección. La persona coloca fuera de sí características que no quiere reconocer


porque las considera inaceptables y porque reconocerlas como propias lesionaría su
autoconcepto.

Racionalización. Se trata de argumentar razones para evitar el contacto con la


frustración que supone no hacer algo imprescindible; razones que ayudan a evitar el
conflicto y que hacen que la persona se autoconvenza de que en el fondo no deseaba
aquello que no ha conseguido.

Identificación con el agresor. Es un mecanismo destinado a protegerse de la angustia


que surge del enfrentamiento con una persona poderosa o para evitar estar a merced de
alguien con dicha característica. Adopta actitudes agresivas frente a un peligro exterior,
introyectando la agresión o la crítica (real o figurada), un rasgo o comportamiento
(imitándolo) y proyectando la propia culpa. El agredido se convierte en agresor: «Yo te
agredo porque tú me agredes, y eres tú quien tiene la culpa».

Se trata, por tanto, de una combinación de introyección y proyección, y es una fase


preliminar del pensamiento paranoico.

Introyección. El subtipo social incorpora las normas sin cuestionarlas y actúa en función
de ellas, y no en función de sí mismo, buscando hacer siempre «lo correcto».

Idealización. Proceso psíquico en virtud del que se llevan a la perfección las cualidades
y el valor del objeto, ya sea de sí mismo como de las figuras importantes de su vida,
estableciendo un yo ideal, una familia ideal, una pareja ideal, etcétera.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno paranoide de personalidad.

• Dependencia.

• Comportamientos pasivo-agresivos.

• Ataques de ansiedad intensos.

• Trastorno narcisista de la personalidad.

• Trastorno obsesivo-compulsivo.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• Problemas digestivos, tales como úlcera, gastritis, etcétera.

• Miedo a la locura, a la muerte, a lo desconocido, a lo sorpresivo, a la enfermedad.

• Mucho temor, admiración y rebeldía hacia su padre.

• Adolescencia intensa y hacia dentro.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO SEIS

Testimonio 1. Para una seis fuerza como yo, el tiempo juega un papel decisorio.

Mi apertura de conciencia sufría enormes idas y vueltas y aceptar eso es lo que me


ha hecho más tolerante conmigo y con los demás; ver mis dificultades y reconocerlas
desde un lado más tranquilo.

He aprendido a amarme a mí misma con mis defectos y atributos.

He conseguido aceptar el miedo ya no como un reto de valentía contrafóbica, sino


como una dificultad que tenía que ser descubierta desde un lado no frecuentado; al ser
distinto es apasionante, cambiarlo es quitar una escama vieja y molesta del cuerpo, es
barro pegado.

Muy importante fue darme cuenta de que lo que me molesta del otro es algo mío sin
resolver. Si me ralla, ¡a trabajarlo!

No es que haya vencido al ego, es que he aprendido a convivir con él. Sin duda, hay
momentos en los que me dan ganas de agarrarlo del cuello y ahogarlo, ahora, también
digo que sin él no habría llegado hasta aquí; es un maestro de la dificultad, es un tigre
feroz y en cuanto me descuido asoman sus ojos.

El proceso me ha ayudado a localizar a la bestia, a ser más consciente, he hecho un


estudio minucioso de ella, en todo momento; antes pasaba inadvertida, ahora salta la
alarma y me pone alerta, baja la defensa, me vuelve a probar.

No me enfrento al ego de cara, porque le hago mi aliado o me mata; creo que es un


trabajo inacabado y de una misma; ahora no hace falta ayuda, solo recomiendo a los
contrafóbicos sinceridad consigo mismos, apertura del corazón y de la cabeza,
tolerancia, atención al estudio, que pase el tiempo y Amor, este que no falte.

Creo que eso fue lo que a mí me sirvió en mi proceso y fue mucho el amor que
recibí.

He dicho.

Firmado: Una miedica valiente

120
Testimonio 2. Se me hace difícil resaltar qué es lo más importante, lo más llamativo
dentro de mi proceso terapéutico. Sin duda, creo que lo fundamental para mí fue el
acompañamiento de mi terapeuta, la relación establecida en el espacio de terapia y en
mi grupo de formación, en definitiva el haber podido confiar en las personas y en el
proceso que fuimos llevando a cabo.

Llegué a terapia totalmente paralizada, con un nulo conocimiento de quién era y


qué quería y con una incapacidad absoluta para expresar y reconocer emociones. Ese
fue uno de los primeros trabajos arduos, aprender a mostrar lo que realmente estaba
sintiendo y ver que no pasaba nada, que, dijera lo que dijera e hiciera lo que hiciese,
el mundo no se iba a hundir y nadie iba a dejar de quererme por eso y que, además,
tenía derecho a hacerlo.

El siguiente paso fue tomar conciencia de la lucha que mantenía conmigo misma y
el profundo rechazo a ser como era; ver el autocastigo al que me sometía, y reconocer
que no había peor crítica ni peor maltrato que el que yo me hacía; ser capaz de
aceptar todo esto para, desde ahí, poder ir modificándolo poco a poco desde una
mirada más compasiva, más generosa, más real.

Fue complicado atravesar la inseguridad y el miedo, un miedo tan profundo y tan


poco reconocible que a menudo me tenía encogida y paralizada sin apenas darme
cuenta. Tuve que deshacer la idea de que el mundo era un sitio hostil lleno de
enemigos, dejar de defenderme y de buscar desesperadamente a alguien que me
protegiera y me apoyara. Me ayudó la relación con la gente y trabajar en el
reconocimiento y la valía personal, algo que yo tenía muy olvidado, encontrar mis
propios recursos, ver que era capaz de apoyarme y de protegerme a mí misma cuando
era necesario, para poder así ir dejando de depender tanto del reconocimiento externo
y tomar conciencia de que finalmente la vida no era una lucha sin cuartel.

Algo que siempre estuvo presente durante todo el proceso terapéutico y en cada uno
de los momentos fue el contacto con la ansiedad y la angustia, la preocupación
constante por mantener la seguridad y el afecto. Recuerdo la angustia que me
generaba pensar siempre que yo era la máxima responsable de todo aquello que
pasaba en mis relaciones y que, sin duda, era la culpable de que estas acabaran en
una separación o un abandono. El sentimiento de culpa después de cada actuación era
tan insoportable que ineludiblemente estaba abocada a la parálisis, y esto es algo que
a menudo me ha llevado a situaciones abusivas y de dependencia total.

121
Darme cuenta de toda la carga de omnipotencia que había detrás de este mecanismo
fue sorprendente, doloroso y muy liberador. Frenar el «yo puedo con todo y además
puedo sola», salir del aislamiento al que esto me llevaba consiguió traer aire fresco y
un poco de tranquilidad y sosiego a mi vida.

Creo que realmente todo fue un proceso de toma de conciencia, de responsabilidad y


de confianza, que a veces fue muy duro pero que siempre resultó revelador y muy
estimulante.

Darme cuenta del control férreo que ejercitaba en relación a todo y a todos, la
necesidad casi obsesiva de controlar todo mi entorno, que nada escapara de mí,
porque si dejaba de estar pendiente sin duda algo horrible iba a ocurrir y además iban
a dejar de quererme; siempre el miedo último al abandono.

Flexibilizar el pensamiento dual de blanco y negro y aceptar que el mundo está lleno
de grises, que no solo hay una forma de hacer las cosas «bien». Relativizar el
concepto de «bien y mal», de «bueno y malo», en definitiva, ampliar el campo dándole
vida y movimiento, realidad, frescura y naturalidad.

Frenar la crítica interna y externa, darme cuenta de cómo me desconecta de mí, de


lo que estoy sintiendo y cómo me aleja del contacto íntimo y real con el otro. Ser
consciente de cómo la utilizo para colocarme por encima, para evadirme, para
escaparme, para no estar.

Aceptar mi agresividad fue otro de los caminos duros, ver cómo detrás de eso que yo
llamaba «defensa» se escondían mil maneras de agredir sin ninguna conciencia fue
realmente impactante y difícil de digerir.

Para mí también fue muy importante el trabajo corporal, reapropiarme de mi


cuerpo, que estaba bastante olvidado, y darle espacio. Dejar la cabeza y el
pensamiento a un lado para poder sentirme y sentir sin más fue enormemente sanador.

El aprendizaje durante el proceso fue intenso y profundo: aprendí a


responsabilizarme más y a culpabilizarme menos. A poner límites y a mantenerlos. A
descubrir que estoy muerta de miedo y que, a menudo, tapo ese miedo con la crítica, la
ironía y el escepticismo. Que el «no» era y es una constante en mi vida, aunque solo
sea un parapeto tras el que me protejo. Que a menudo lo que decía no se correspondía
ni de lejos con lo que estaba sintiendo. Aprendí que a causa del miedo a ser

122
abandonada provoco que me abandonen. Que mucha de mi fuerza y mi energía se iban
en la defensa del otro y que, a menudo, me olvidaba y me olvido de defenderme a mí
misma. He aprendido que tapo el enfado con dolor. Que me pueden la anticipación y
las expectativas catastróficas, que el afecto me limita y me coarta al querer mantenerlo
a toda costa, y he aprendido a reconocer que soy agresiva y que yo también hago daño.

Sin duda, la gran lucha fue poder pasar a la acción, salir de la parálisis, atreverme
a actuar con el miedo bajo el brazo, ser capaz de tomar decisiones, dejar de
preocuparme por el futuro y estar en el presente, experimentar cosas nuevas, confiar en
la intuición y no dejar a la duda que lo acaparase todo. Confiar en que nada es tan
terrible, que los errores no son insalvables, que también yo tengo derecho a
equivocarme, que puedo hacerlo, que no se hunde el mundo, que a nadie le importa y
que puedo finalmente aprender y crecer en el camino con la conciencia de que, en la
medida en que confío y me atrevo, gano.

Aún estoy en el camino.

Testimonio 3. Para mí, una de las cosas más terapéuticas ha sido el darme cuenta de
mi enfado, de que me puedo enfadar con las personas cercanas –familia, pareja,
amigos– sin que eso necesariamente implique romper la relación. El abordar las
polaridades incondicional-huida/ruptura, sumisa/rebelde-asertiva, amor-odio, placer-
deber. Esto implica el aprender a hacerme responsable de mi parte en la relación y
descartar aquello que es del otro. Gran aprendizaje, y por ahí sigo el camino
emprendido.

En la situación de terapia para mí ha sido muy importante no sentirme confrontada,


aunque sí cuestionada. El apoyo incondicional que he percibido ha sido fundamental.
Disponer de un espacio seguro en el que me permitiese hablar, callar, estar de acuerdo
o en desacuerdo, llorar o reír ha sido crítico. Todo ello siguiendo escrupulosamente a
lo largo de todo el proceso las normas de encuadre; así, por ejemplo, fue raro el día
que llegué tarde a una sesión.

1 . El seis deber es el subtipo social.

2 . El seis fuerza es el subtipo sexual.

123
3 . La silla vacía consiste en poner en contacto dos partes de la persona indicándole que represente a ambas
de forma alternativa y haga hablar a esos dos «personajes» entre sí. (V. nota 2, en «Eneatipo cuatro»).

124
7

125
Eneatipo siete

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DE LAS EXCUSAS Y LAS JUSTIFICACIONES

No es fácil encontrarse con este eneatipo en psicoterapia, pues estamos ante un


carácter narcisista y «feliz» por definición. Este es, de hecho, el eneatipo en el que
menos experiencia tengo.

El Esiete vive la vida muy deprisa y es poco reflexivo, así que la silla de una consulta
no le atrae en absoluto. Se aburre fácilmente de las rutinas, y un proceso terapéutico es
rutinario y obliga a una actitud paciente, pero no es precisamente la paciencia una de las
características de este rasgo. Está acostumbrado a comenzar proyectos, la dificultad
estriba en acabarlos, en aplicar la disciplina necesaria para llevar a cabo la tarea y
soportar lo que eso tiene de tedioso.

Acude a terapia debido a una situación que no puede manejar por un alto nivel de
angustia, como, por ejemplo, la enfermedad grave de un ser querido, una separación
amorosa, una muerte cercana…, pero abandona fácilmente una vez que controla o cree
controlar la situación angustiosa.

Puede acudir a terapia cuando el mundo ideal se le cae y no tiene más remedio que
preguntarse «¿Quién soy yo?». No se encuentra con nadie al otro lado, se da cuenta de
que la búsqueda incesante de placer no sacia sus ganas ni calma su angustia, de que esta
se dispara una y otra vez y el círculo vicioso se repite: me angustio-busco placer-me
calmo-me angustio-y he de encontrar placer para calmarme de nuevo es demasiado
doloroso. Es el momento en que las miles de estrategias evitativas y la incesante
necesidad de algo nuevo que le provea la adrenalina necesaria para seguir viviendo no da
los resultados deseados. Es una persona adicta a las «mariposas en el estómago», como

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si tuviera que estar siempre sintiéndose enamorada.

Algunas veces llega a terapia por un TOC1; su conducta está llena de rituales para
evitar la ansiedad y la conciencia de que eso no es «normal» le angustia tanto que acude
a la consulta. Conmueve escuchar el relato de la irrupción de sus pensamientos
obsesivos. Su tendencia a la rapidez hace que se dispare la ideación irracional y la
persona refiera mucho sufrimiento en el intento de pararla. Sabe que no es posible, que
no es real lo que piensa, pero su tendencia a la racionalización le juega, también aquí,
una mala pasada: «¿Y si? Porque…». Se agota en la búsqueda de razones hasta quedar
exhausta.

Parar en algo le lleva a contactar con la frustración. «¿Qué quiero en realidad? ¿Cómo
hago para hallar la paz?». El mero hecho de detenerse un momento le conecta con una
gran impotencia y es necesario que esté dispuesto a soportar «la depresión» que supone
topar con sus límites, porque no puede seguir corriendo delante de la vida para que esta
no le coja.

Le supone una gran decepción darse cuenta de que no sabe quién es, que siente
mucho miedo y está como una niña o un niño perdido en un mundo con fronteras, así
que tener que atravesar el desierto, y además sin agua, es una ardua tarea para un
eneatipo que se caracteriza por su dificultad para tomar conciencia.

En terapia puede negar que viene a pedir ayuda, dado que no soporta el sufrimiento
propio ni el ajeno y porque su autoconcepto de superioridad le impide reconocerse como
una persona necesitada. Hay siempre algo de «colegueo» en el proceso con un Esiete.
Nos puede preguntar qué tal la semana o cómo llevamos el día o adónde vamos de
vacaciones. Hemos de aceptar algo de ese «somos colegas» para no hurgar demasiado
pronto en su herida narcisista.

Puede engancharse en el proceso por curiosidad, si la terapia tiene un componente


lúdico y creativo, pero si predomina la defensa narcisista llevará mal cualquier
devolución, la convertirá en crítica y abandonará el proceso. La persona es experta en
disimular, así que nos es difícil percibir el impacto que le supone cualquier intervención.
A menudo hemos de almohadillarla y preguntar directamente si le ha molestado.

Nos encontramos con una persona agradable, experta en agradar y escaparse, de


gestos suaves y tono simpático, que tiene una conversación amena, llena de gags. Al
mismo tiempo, opone una gran resistencia al cambio, porque este supondría el abandono

127
de los privilegios alcanzados como compensación. Tenemos delante a una persona que
quiere seguir mamando, porque esa fue su primera vivencia del placer, a quien le cuesta
renunciar, alguien que no tiene un lugar seguro al que volver ante las dificultades de la
vida.

En terapia toca muchos temas de un modo rápido y superficial. Habla y habla mucho
para no decir nada, así que una de nuestras tareas será parar la verborrea y no dejarse
atrapar por ella, ya que su discurso suele ser bastante entretenido y lleno de detalles.

Aunque se presente con poderío y aplomo, en cuanto se comienza a trabajar se


observa el miedo y la inseguridad. Hay mucha más timidez de la que pueda parecer
viendo cómo se relaciona. Las relaciones importantes, en las que se queda, son aquellas
en las que recibe reconocimiento y admiración –que la persona confunde con el amor–.
Así las cosas, cuando llega a consulta necesita sentir algo de esto para quedarse y no salir
corriendo a medida que se va deconstruyendo ese personaje de buena persona, pacífica,
no egoísta, no agresiva…

El Esiete aprendió a disimular, a disfrazar sus deseos tras los ideales, a justificar sus
trampas, a estar alegre pese a la tristeza, a huir de todo lo que suponga responsabilidad y,
según va trabajando en terapia, se ha de ir encontrando con la soledad y el vacío, para
que surja la persona que en realidad es.

Tiene una imagen idealizada de sí mismo y de todo lo que le rodea; aunque haya
vivido una infancia dura, no la recuerda. La actitud positiva ante lo desagradable le ha
nublado las sensaciones y las emociones, así que en su relato será difícil conseguir que
pare y conecte los hechos con las emociones reales. Puede haber soportado, por
ejemplo, mucha agresión por parte de una de sus figuras parentales y no ser capaz de
reconocerlo hasta muy avanzado el proceso.

Para poder acercarnos a su mundo, hemos de tener en cuenta que estamos ante un
niño grande, una persona muy infantil, con casi ningún registro emocional de lo vivido,
porque la oralidad –que también preside este carácter– le deja un sabor dulce de casi
todas sus experiencias vitales, dado que no se para en ninguna que pudiera dejar un sabor
ácido.

El Esiete se inventa a sí mismo, lo que le pasó, lo que sabe, los amigos que tiene… Es
bastante falso en sus capacidades y conocimientos. Todo lo tiñe de alegría y de broma y
encubre perfectamente su torpeza con los gags y las «gracietas». En sus bromas, que son

128
muchas, siempre trata de quedar por encima y conseguir que los otros queden por
debajo, de modo que la terapeuta sufrirá este modo peculiar de relación hasta que logre
asegurar el vínculo.

Cuando se le devuelve ese modo de ser gracioso se sorprende, porque es su estilo


familiar de comunicación (y «familiar» lo digo de modo literal). No sospecha, ni de lejos,
que desvaloriza con sus bromas y le cuesta aceptar que es así.

Es un carácter más violento de lo que aparenta. Se enfada cuando no consigue lo que


quiere y usa la seducción y la manipulación para hacerse con su objeto de deseo.
Igualmente, es muy competitivo, le gusta el poder y no le importa luchar por el brillo y
atreverse a decírselo a sus competidores «en honor a su sinceridad». Su tendencia a
hacer trampas le lleva a crear la sensación en la terapeuta de que tiene el poder, mientras
incorpora, para seducirla, el lenguaje terapéutico en la superficie y no cambia nada en el
fondo. Crea muy bien impresiones falsas.

Vive con un solo deseo: saber que es querido, y a medida que avanza en el proceso se
da cuenta de que no quiere a nadie, que todas sus relaciones son mercantilistas y que en
realidad está muy solo, y si hay algo que este carácter no soporta es la soledad.
Igualmente le acompaña la fantasía de que el goce absoluto existe, aunque ahora no tenga
acceso a él. Lo que «sufre» pensando en que existe es también excitante para él.

Una de las confusiones de las personas de este rasgo es que hablan de emoción cuando
lo que sienten es excitación. Excitación que, a menudo, les impide conectar con la
emoción verdadera.

Le cuesta asumir la autoridad de la terapeuta, o cualquier otra. Ha crecido haciendo


trampas y saliendo indemne, de manera que siempre encuentra alguna solución para
saltarse la norma. Suele tener un plan B prácticamente para cualquier situación.

En casi todas las sesiones terapéuticas hará un comentario adulador para seducir, fruto
de su patología narcisista: «Si tú eres buena, es que yo soy buenísimo». Puede
convertirse desde ahí en la mejor propaganda para un terapeuta o un centro, dejando
claro que él es especial e importante para su terapeuta y que son prácticamente amigos, a
modo del niño del anuncio que dice: «El coche de mi papá es mejor que el del tuyo».

La terapia, sobre todo al principio, es ideal, como todo lo nuevo; pero normalmente
hay algo a la vuelta de la esquina más estimulante todavía, de modo que suele abandonar

129
el proceso con bastante frecuencia. Los grupos –y no muy largos– son bastante más
atractivos que un proceso de autoconocimiento.

Tiene un punto egoísta en el que solo mira para sí; aunque lo disfrace de un ser-para-
otro, nunca deja de cobrar su parte, y aunque aparezca la culpa por su hacer, se escapa
de ella con alguna experiencia gulosa. Es difícil deshacer el binomio «Tengo derecho y no
es bastante» y ayudarle a entender lo importante que es la transparencia en las relaciones
sin que se sienta deslegitimado. Las intervenciones, en este sentido, han de ser
explicadas.

Estamos ante el eneatipo que mejor racionaliza y niega su angustia, acostumbrado a


reemplazar la verdadera motivación por otra más aceptable, ocultando así su voracidad
tras una conducta encantadora o servicial. Una persona que sustituye la realidad por la
fantasía y que no ve los aspectos duros o negativos de la vida. Su exceso de optimismo
no decrece ante la experiencia de la realidad, salvo en los casos en los que llega a terapia
y aprende a conectar con la autenticidad, atreviéndose a mirar el otro lado de la moneda.

El Esiete presenta problemas de relación con la madre, bien porque la cuidó en su


infancia, bien porque la tiene que cuidar en su madurez y eso no le gusta en absoluto. La
mujer de este rasgo suele tener idealizada la figura paterna, aunque esta haya estado
ausente o quizá por ello. Refiere una infancia llena de juegos con este.

Su fijación en la etapa oral le impide contactar con metas reales que den sentido a su
vida. Se mueve continuamente para alcanzar algo que una vez conseguido deja de tener
interés, y lo mismo ocurrirá con el trabajo terapéutico, porque a menudo lo conseguido
es poco valorado y lo mejor está aún por llegar. La envidia, aunque encubierta, está
presente detrás del infante goloso que lo quiere todo.

Su falta de responsabilidad y de constancia hace que huya de tareas que impliquen un


esfuerzo largo y sostenido. Lo más habitual es que lleve a cabo tareas que no requieran
mucho tiempo o que las proyecten y sean otros quienes las realicen. Parte de la tarea
terapéutica será enseñarle a permanecer en algo y no salir corriendo tras lo nuevo, y en
concreto no salir corriendo de la terapia.

Sin embargo, puede ser muy trabajador cuando algo le interesa y es novedoso, sobre
todo si se puede mostrar a los demás.

Otra de las características de este rasgo es que a menudo, en su dificultad para hacerse

130
responsable, proyecta el poder en fuerzas externas, lo que tiñe su relato (y sus relaciones)
de algo mágico, misterioso e inalcanzable que le lleva a colocarse ligeramente por encima
de quienes le escuchan. El cambio se le hace difícil, porque también espera que esa
fuerza superior haga el trabajo por él. Es como si no quisiera trabajar para sí mismo y
esperara que una vez más algo o alguien se hiciera cargo de la tarea. Entiende todas las
devoluciones y aun así repite las conductas desadaptativas y se justifica cuando se le
vuelven a leer. Le cuesta muchísimo renunciar a lo gustoso.

Evita el contacto con todo lo doloroso de la vida y sublima el dolor, a base de buscar
fuentes de satisfacción sustitutorias, ya sean actividades, drogas, personas, comida. Esta
defensa de evitación de dolor se hace tan infranqueable que algunas sesiones parecen
más una carrera «a ver si te pillo» que una tarea conjunta paciente-terapeuta.

Si la persona está muy enferma puede, incluso, perder la frontera entre la realidad y la
fantasía y vivir obsesionada con ideas grandiosas e infladas acerca de sí o de lo que la
rodea. Puede rechazar completamente la responsabilidad de sus acciones y llevar una
vida caótica, explosiva, algo salvaje. Este lado de la polaridad podría ser confundido con
un trastorno maníaco o antisocial.

Por su facilidad para hacer trampas y salir indemne de ellas, camina con la certeza de
que haga lo que haga no le van a pillar. Por ello se puede ver inmerso en situaciones
complicadas sin conciencia alguna, situaciones en las que la transgresión, de saberse, le
traería consecuencias nefastas, tales como infidelidades con cuñados, desfalcos
económicos, etcétera. Su habilidad es tal que raramente le descubren y si lo hacen
encuentra razones sublimes para justificar su conducta.

Le gusta mucho escucharse y en grupo sus disertaciones pueden llegar a ser muy
aburridas para el auditorio. Sus intervenciones están plagadas de consejos. Puede hablar
de las personas que conoce de un modo obsceno, contando intimidades sin medida de lo
que es adecuado y de lo que no. Aunque suele ser muy divertido y embelesar con su
relato, siempre que no sea él mismo el tema de conversación.

Se relaciona a través de la seducción, del encantamiento, al estilo del flautista de


Hamelín con las ratas. Cuando está en grupo le es muy difícil sustraerse a su disfraz de
arlequín: actúa como el bufón de la corte.

El trabajo terapéutico consiste en llevar a la persona a contactar con aquellos aspectos


que está evitando reconocer: dolor, debilidad, enfermedad, tristeza, errores,

131
megalomanía, etcétera, y ello sin dejarse seducir ni manipular. Esto requiere dosificar la
frustración de lo neurótico, adecuadamente para que pueda encajarla y no abandone el
proceso.

Gran parte de las intervenciones irán dirigidas a que pare, a que no huya del dolor para
poder fortalecerse; a mostrarse sensible desde la autenticidad y no desde la manipulación
para asegurarse el afecto del otro. Hay que hacer hincapié en el cultivo de la lealtad y la
elección y mantenimiento de personas en su vida. Además, en las situaciones sociales
sería bueno que se alejara de ese personaje bromista –«el payasete»– que se alimenta de
hacer disfrutar a los demás aunque no le apetezca o esté triste.

Es necesario que tome conciencia de que, si contacta con la tristeza o con las partes
dolorosas de la vida, la alegría será real y no una defensa para no contactar y que desde
ese momento la vida y las relaciones serán más sencillas, porque no tendrá que impostar
constantemente un personaje que no es. La misma persona referirá, a medida que avanza
en el proceso terapéutico, cómo ahora puede descansar. En palabras textuales: «Es como
si hubiera caminado siempre con una armadura; me siento extraña sin ella, pero tan a
gusto…».

De lo más difícil durante el proceso con un Esiete es hallar el equilibrio entre límites y
flexibilidad en el marco terapéutico. A menudo habrá que recordarle el encuadre, que no
somos «amigos» y que nuestro trabajo consiste en desvelar sus trampas y sus
transgresiones. Decirle que no con claridad a la vez que le transmitimos la seguridad de
que vamos a estar sí o sí acompañando y facilitando su entrega, poniendo las luces
necesarias en el túnel del autoconocimiento, haciendo de ese espacio el lugar en el que se
puede derrumbar porque estaremos ahí para sostenerlo.

Nuestra labor será diferenciar el discurso de la experiencia, la manipulación de la


autenticidad, y hacerlo con una suavidad contundente, no dejándonos embaucar ni
atrapar en sus maniobras seductoras y contribuyendo a que su grado de exposición vaya
avanzando a medida que lo hace el número de sesiones.

Hemos de construir un espacio sagrado en el que la persona se pueda mostrar frágil,


un lugar que no ha tenido nunca, en el que pueda hablar y enseñar sus carencias y sus
miedos, y así poder resignificar muchos, si no todos, los acontecimientos de su vida a la
luz de una nueva mirada. Se trata de acompañarlo en la toma de conciencia de su
vulnerabilidad, en el descubrimiento de su miedo, y penetrar, con mucho respeto, en la

132
sensación de abandono, soledad y carencia que ha presidido sus primeras vivencias.

Según va progresando en terapia y conectando con todo lo evitado, se va deprimiendo,


lo cual parece ser un paso imprescindible para su sanación.

Necesita silencio, paciencia, disciplina; aprender a diferenciar dolor y sufrimiento y


ajustar las defensas para ir afrontando y atendiendo el malestar que se vaya presentando
en su vida.

Es necesario ampliar o generar, según el caso, un umbral de frustración algo más alto
del que la persona tiene, poco acostumbrada a renunciar a algo. Hay que enseñarle a
afrontar conflictos, pedirle que se posicione y que lo diga; también acompañarla para que
reconozca el miedo que siente, todo con la finalidad de que se implique en la vida, con
sus aspectos buenos y no tan buenos.

Se puede confundir con el Edós, si bien este es bastante más emocional y actúa con
menos miedo. El Esiete es más suave y más intelectual, y hay mucho miedo en él.

Comparte con el Ecuatro la oralidad, aunque en este eneatipo se presenta de un modo


más agresivo; en cambio el Esiete se muestra como un bebé buscando una teta de la que
mamar y con formas mucho más suaves. Mientras que el Ecuatro parte de la carencia y
de la insatisfacción, al Esiete le mueve más el placer de la gula, la avidez de llenarse con
más experiencias placenteras.

Su narcisismo, a diferencia del Etrés, más que basarse en responder a una imagen ideal
se centra en la complacencia seductora, en el placer por lo obtenido. Hay una sensación
de superioridad, pero está enmascarada por un estilo no arrogante e igualitario: «Yo soy
el centro, pero es tal mi simpatía que no te puedes enfadar conmigo aunque te hiera o te
denigre». Ambos son buenos vendedores, pero el Esiete es el más persuasivo de los dos.

También muestra rasgos del Ecinco. En este caso, el mundo social del Esiete es mucho
más amplio que el muy reducido del Ecinco, poco interesado y con poca soltura para el
contacto con las demás personas y que incluso puede vivir sin ellas. El Ecinco puede
pasar mucho tiempo sin hacer nada o en soledad, en cambio el Esiete está siempre en
movimiento, y a ser posible en compañía. Por último, así como el Esiete busca el cariño,
la aprobación y el contacto porque cree que se lo merece, el Ecinco parece convencido
de que no merece cariño alguno y de que puede vivir sin él.

Esiete y Enueve comparten los rasgos de pasividad y pereza. Les diferencia la enorme

133
fantasía y astucia del primero, que contrasta con la ingenuidad del segundo.

134
MECANISMOS DE DEFENSA

Idealización. Proceso psíquico en virtud del que se llevan a la perfección las cualidades
y el valor del objeto, ya sea de sí mismo como de las figuras importantes de la vida,
estableciendo un yo ideal, una familia ideal, una pareja ideal, etcétera.

Racionalización. Se trata de argumentar racionalmente en exceso, buscar razones


«lógicas» que ayuden a justificar y/o encubrir frustraciones y dolores. A la persona le
cuesta tanto dolerse en el aquí y ahora que argumenta hasta la extenuación para evitar el
contacto.

Intelectualización. La persona maneja las experiencias potencialmente angustiosas como


si fueran especiales o mágicas a fin de evitar comprometerse emocionalmente. Utiliza un
lenguaje sofisticado que la diferencia de quien la escucha a fin de mostrar su «alto» nivel
intelectual.

Fantasía. Consiste en huir de la insatisfacción que siente recurriendo a la imaginación;


así escapa de los sucesos desagradables. La persona que sueña despierta descubre que
sus propias creaciones son más atractivas que la realidad.

135
PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno maníaco-depresivo.

• Elementos del trastorno de personalidad histriónica.

• Trastorno obsesivo-compulsivo.

• Abuso de sustancias nocivas.

• Personalidad narcisista.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• La imaginación es desbordante desde siempre. .

• Se sabe simpático, ingenioso.

• Refiere haberse peleado mucho en la infancia.

• Le gustan mucho las fiestas y las relaciones, y huye de la soledad.

• Se definen como personas muy sinceras.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO SIETE

Testimonio 1. Me siento cambiada, algunos no me reconocen. Creo que a veces ni yo


misma lo hago. «Has perdido tu alegría y entusiasmo, tu locura, tu imaginación, tus
sorpresas, tu sonrisa continua y ahora tu personaje poco impulsor y algo triste no me
gusta». Esto parece ser la devolución de algunos de mis próximos… Y es que realmente
me siento más serena, más corpórea, más fluida, más en el tacto, más sensible al dolor
y a la tristeza, un poco más consciente de mis necesidades y sobre todo menos
ingenua.

Tras mi paso por terapia empiezo a saber toda la necesidad de amor que tengo,
puedo sentir una paz interior que nunca experimenté y, lo más importante, razón y
emoción parecen poder convivir. Me perdono, me quiero y descubro modos de hacer
más sanos.

Una de las cosas que más ha ayudado a mi proceso ha sido descubrir que confundo
amor y agresión. Ahora creo que puedo distinguir estos términos.

Poco a poco va apareciendo mi yo suave y tierno, voy simplificando cosas y


detectando lo obvio. Descubro mi transgresión y ponerle palabras me libera de culpa.
Descubro lo que puede limitarme la seducción y me reconozco más antisocial de lo que
creía.

Ahora sé que quiero hacerme responsable de lo que me toca para barrer el


estercolero que invade mi vida, poniendo en marcha pensamientos potenciadores y
dejándome estar en la tristeza en cortos paseos. Puedo aburrirme y ahora sé que la
vida es agridulce.

La parte más profunda de mi cambio se corresponde con un insight que realmente me


desmontó: descubrí que mi energía y mi entusiasmo podían significar para otros
manía, prepotencia e invasión. Esto hizo que yo empezara a suavizar mi acción, a
rebajar mi pasión, a fluir más desde el recibir, desde lo femenino, y no desde el
conseguir y lo competitivo.

Reconocer asimismo que mi fuerza y entusiasmo contribuyen a que yo tenga un


batallón de personas a nivel familiar y profesional bebiendo de mi energía me llevó a

138
ver lo cansado que es esto y a romper esos lazos de dependencia.

Testimonio 2. «No recuerdo ninguna etapa de mi vida sin ansiedad» fue la primera
frase que le dije a la que iba a ser mi terapeuta Gestalt durante un importante periodo.
Aunque no he vivido con el estómago encogido todas las horas de mi vida, es cierto
que muy pronto me familiaricé con la ansiedad para evitar enfrentarme a otras muchas
emociones: tristeza, incertidumbre, rabia, ira… Me jactaba de ser una chica positiva y
alegre, aunque nerviosa, y siempre decía: «Tendré ansiedad, pero nunca estoy triste».

Después de años yendo al psicólogo y hacer terapia cognitivo conductual, sabía al


dedillo qué me pasaba, incluso por qué me ocurría, pero aún no me había hecho la
pregunta correcta: «¿Para qué?». Y fue esta la que me dio la clave para superar mis
limitaciones emocionales. La Gestalt me enseñó a conocer mis mecanismos mentales
inconscientes, aquellos que se habían viciado dentro de mi cabeza y que con los años
era incapaz de reconocer. Me di cuenta de cómo todos mis comportamientos llegaban
siempre al mismo punto: el miedo a crecer y a lo que yo consideraba su consecuencia,
quedarme sola. Comencé a aceptar cada una de mis emociones sin miedo y me di
cuenta de que incluso las más profundas y negativas acababan por marcharse cuando
las dejaba estar. Me quité la careta de chica divertida y equilibrada y empecé a
permitirme los enfados (aunque los considerara injustificados), la tristeza o la
impotencia. Poco a poco, los síntomas de la ansiedad y de mis obsesiones se fueron
calmando y fui aprendiendo cómo funcionaba mi mente. Cada vez que notaba ansiedad
o un pensamiento incómodo me rondaba la cabeza, me preguntaba: «¿Qué emoción
estoy tapando? ¿Para qué hago esto?». Y me ocupaba y preocupaba de mi emoción
real.

La alegría que me caracterizaba no era más que una manera de tapar la tristeza, la
rabia o la frustración. No aceptaba tener esas emociones en mí, me daba pánico no
poder controlarlas y había aprendido desde pequeña a taparlas con energía positiva,
que, en lugar de calmarlas, las hacía más fuertes. Cuando sabía que iba a pasar una
etapa sin demasiada actividad (porque estaba en paro, de vacaciones…) me
sobrecargaba de planes para no encontrarme conmigo misma y no atender a todas esas
emociones de las que me había esforzado en huir. Todos estos mecanismos eran
totalmente inconscientes al principio de la terapia, pero después empecé a observar
cómo los repetía una y otra vez, y así pude empezar a cambiarlos.

Algunas personas me dicen que no soy tan vital como antes, pero ahora me siento

139
más equilibrada, más auténtica. He aprendido que la vida no es tan excitante, que la
mayoría del tiempo vivimos en calma y eso nos acerca más a la realidad.

Tengo un temperamento ansioso, pero ahora convivo más cómodamente con él y solo
lo dejo salir en contadas ocasiones. Después de la terapia, sé cómo gestionar mis
emociones y, sobre todo, he aprendido los mecanismos para conocerme y seguir
conociéndome el resto del camino.

1 . Trastorno Obsesivo Compulsivo: Se caracteriza por pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes, que
provocan inquietud, y conductas repetitivas (compulsiones) dirigidas a reducir la ansiedad asociada.

140
8

141
Eneatipo ocho

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DEL CONTACTO CON LA TERNURA

No es muy habitual encontrarse con este eneatipo en la consulta, dado que no es una
persona que se preocupe por el autoconocimiento ni por el cultivo de la interioridad. En
mi experiencia, acuden más fácilmente las mujeres que los hombres, porque se trata de
un carácter muy masculino que puede provocar discordancia o distorsiones en la vida de
estas.

Si acude, algunas trabas para que permanezca en terapia son su dificultad para aceptar
los límites, el encuadre terapéutico y tener que ceder el poder a la terapeuta.

En su biografía relata el funcionamiento tiránico de alguna figura parental; en otros


casos el descuido de una madre abandónica. En cualquier caso, casi todos coinciden en la
experiencia de ser humillados en algún momento de su vida –generalmente en la
adolescencia o la preadolescencia– y emplean el resto de su vida en la evitación de este
sentimiento a modo de venganza por cómo se sintieron allá y entonces; esta experiencia,
con otros contenidos, es similar a la del Ecuatro.

Lo que quizá llama más la atención en el contacto con un Eocho en terapia es la


cantidad de tiempo que tarda en entregarse. Tiene una necesidad imperiosa de saber que
está en buenas manos y mucha dificultad para confiar de verdad en su terapeuta, a la que
escudriña, mira, observa, juzga…, a la que no podrá perdonar un error. En esta
situación, durante largo tiempo el proceso es como «estar a prueba», que es lo mismo
que hace en su vida con el resto de las relaciones, como veremos más adelante.

La terapeuta no podrá franquear el muro defensivo con el que se encuentra, sino que
será abierto por la persona cuando se sienta con la suficiente confianza, y esto hay que

142
tenerlo muy claro al empezar el trabajo terapéutico. No depende de la terapia ni de la
profesional que la lleve, sino de que el paciente quiera abrir, o no, su corazón.

Hay mucho miedo a ser dañado, mucho narcisismo, mucho temor a perder el poder
delante de alguien, y es mucho el tiempo que lleva crear el ambiente necesario para
permitirle a un extraño la entrada a esa otra parte temerosa, desvalorizada, ingenua, sin
recursos, perdida…

Estamos ante un eneatipo con cierto déficit simbólico, sin superyó, y la expresión se
vehiculiza a través de la acción. La acción es el recurso ante cualquier conflicto, aparece
como sucedáneo de resolución del mismo y, además, aparece siempre de la misma
forma, a modo de patrón repetitivo de conducta. Solo a través de la acción puede
descargar la tensión interna, de manera que le es muy difícil aprender de la experiencia,
ya que no se para en ella, y anticipar las situaciones que lo conducen inevitablemente a
actuar. (Esta dificultad para anticipar y aprender de la experiencia es compartida por los
rasgos ocho y dos). Todo ello da a la acción un carácter de descarga explosiva en la que
el clima emocional es de frialdad, como si la persona se hallara desprovista de emoción
mientras realiza el acto.

Así, nos encontramos con una persona que no puede elaborar las experiencias vividas
en el pasado y, por tanto, tampoco las puede utilizar para elaborar sus experiencias
presentes. Este corte entre pasado y presente es lo que impide al Eocho reconocer una
necesidad y decodificarla en términos de pensamiento con símbolos verbales y le obliga a
actuar de una forma tan característica de este rasgo: «Esto quiero, esto cojo», sin más.

La omnipotencia le da fuerza para no dolerse, para no despedirse, para no mostrarse.


No le afecta nada o casi nada, salvo la traición, como veremos más adelante. ¡A otra
cosa! Vive distanciado del corazón. Sustituye un amor por otro, unas experiencias por
otras, sin apenas paradas y todas ellas con una intensidad tan inusual y extrema que agota
a quien tiene cerca.

El Eocho no acepta reglas, no alcanzó a construir una conciencia moral de lo que está
bien y lo que está mal, o dicha conciencia actúa de manera muy laxa. No siente culpa
tras sus actuaciones. Es importante generarla, construir un censor, y eso se hará a la par
que se vaya incorporando la empatía en el contacto con los demás. A menudo habrá que
interpelarle con la cuestión: «¿Y cómo te sentirías tú en su caso?», «¿Te pareció bien esa
forma de actuar?».

143
En el tema de las reglas, sorprende que un día pueda asegurar que algo es fundamental
para él y al día siguiente defender lo contrario como si le fuera la vida en ello. A menudo
desconcierta a quien le escucha, sobre todo cuando es en grupo. Este ir y venir entre
opuestos a menudo encubre una lucha por el poder que a esa persona le pasa inadvertida
y a los cercanos también.

Al vivir prevenido respecto del contacto, el umbral de lo que él llama traición es muy
endeble y se siente fácilmente traicionado. Interpreta los hechos de acuerdo a la imagen
íntima de sí y cree que ha sucedido porque no vale nada. A partir de ahí se aleja con
frialdad y espera antes de dar paso a la venganza. No hay ninguna situación en la que
este deseo no aparezca y son muy pocas en las que no lo lleva a término. Cuanta más
intimidad hubiera en la relación, más deseo de venganza aparece en el Eocho y más
dolido se queda.

La venganza es un tema difícil de abordar, ya que no está dispuesto a renunciar a ella


y parece la única medicina para la enfermedad del dolor psíquico. Generalmente, cuando
llega a terapia no reconoce ni siquiera que es venganza y, aunque poco a poco lo vea e
incluso llegue a verbalizarlo, tardará mucho en estar dispuesto a cuestionarse que no es
esa la mejor de las soluciones. Incluso, a menudo, cuando cuenta una viñeta la trae ya
con la venganza ejercida. No quiere volver a sentir ni de lejos aquella sensación de
humillación que le ayudó a crear su defensa, de modo que será capaz de cualquier cosa
antes que quedar por debajo de alguien o permitir que se vaya de rositas quien le haya
hecho daño.

Hacerle entender que tiene derecho a vengarse pero que es mejor hacerlo en el ámbito
de lo simbólico y no en lo real es una tarea ardua. A veces, a mí me da resultado
preguntarle: «¿Y algo de lo que has hecho ha servido para mejorar tu vida?». Esta
pregunta, hecha en el momento adecuado y con el tono preciso, permite entrar en un
terreno vedado y plantearse la utilidad de la acción como reacción al dolor sin contacto
con él, sin reflexión, sin cuestionarse siquiera: «¿Qué me ha dolido? ¿Qué quiero?
¿Cómo repararme?».

Es fundamental ayudarle a comprender que la venganza no es la única despedida


posible de las situaciones o de las personas. Por contra, a menudo es muy cansada y
perpetúa el vínculo con la persona de la que se quiere vengar, y eso está bastante lejos de
la salud y es poco adaptativo, porque supone retener una energía que podría estar
disponible para los afectos, por ejemplo. La venganza seguramente hace más daño a

144
quien se venga, ya que no logra desconectar.

Una de las cosas que el Eocho más teme es el desprecio de aquellos que le importan.
Ahí puede ser implacable en el reclamo o en el enfado cuando no obtiene el
reconocimiento o la admiración que solicita.

Como sabe de su fuerza, lo acompaña la fantasía, y a menudo la certeza, de que


puede hacer mucho daño a los demás y aparentemente no teme el daño del otro. En una
primera aproximación no parece temer por su imagen ni porque su credibilidad quede en
entredicho. No es cierto, no obstante, pues teme ser despreciado o ridiculizado y se duele
por ello, lo que hace sin más en el contacto consigo mismo. Todos estos temores están
presentes en la relación terapéutica.

Otra de las dificultades de este rasgo, y por tanto del proceso, es que estamos ante una
persona que «no necesita nada» y que no puede recibir nada, porque automáticamente se
siente en deuda; le conecta con su carencia. Hete aquí otra de las razones por las que no
llega nunca a abandonarse del todo en el proceso terapéutico.

Esta dificultad para confiar se puede observar, además, cuando en consulta se le


plantea una técnica como, por ejemplo, la silla vacía1. Normalmente, aunque lleve
mucho recorrido terapéutico realizado, no se presta a ello porque cree que pierde el
control; lo mismo le ocurre con cualquier otra técnica en la que sea preciso cerrar los
ojos.

Quizá lo más difícil para la terapeuta en el proceso sea atravesar su espacio y formar
parte del reducido núcleo de sus personas «confiables», las que no le van a dañar. Hasta
que eso ocurre, el Eocho se muestra frío y distante en el contacto y cuenta películas
bastante alejadas del contacto real; por un lado quiere seducir a la terapeuta y por otro la
mantiene en cuarentena, hasta estar seguro de su aceptación incondicional, su lealtad y su
congruencia. Cuando esto ocurre, el contacto cambia absolutamente y las sesiones pegan
un vuelco. Ya no es un Eocho el que acude a terapia, sino una persona que sufre y quiere
saber de su responsabilidad sobre las cosas que le ocurren, que habla de sus experiencias
con momentos de autenticidad que estremecen, las cuales comparte con su terapeuta y
con muy pocas personas más. En esos momentos en los que él se siente empequeñecido
es cuando más grande es.

Hay que poner la atención y aliarse con su seducción sin confundirse, y discriminar si
se trata de una estrategia o una defensa. El Eocho provoca mucho miedo, paraliza con su

145
mirada, con sus gestos, con su «ojo crítico», y los terapeutas podemos sentir ese temor.
Para trabajar a favor de su salud, no podemos paralizarnos ante el miedo, porque eso
impedirá llevar a cabo intervenciones más o menos confrontativas; la persona nos
perdería el respeto y no llegaríamos a formar parte de «los suyos», o lo que es peor
seríamos expulsados y nunca más incluidos.

Como siempre, puede ser una pista ver cómo nos sentimos como terapeutas para saber
que estamos ante una persona de este rasgo, porque, además del miedo, a veces provoca
enfado.

Su dureza en el contacto con las personas lo lleva a tener un grupo de incondicionales


que necesitan ser arropados y por eso se acercan a una persona que se muestra fuerte y
segura. Sus amigos temen al Eocho, y cuando este se va ablandando así se lo van
corroborando. Es muy exigente con los suyos y muy frío y distante con quienes no le
interesan. A menudo puede tener enfrentamientos violentos, ya sea de palabra o acción,
que lo enemistan «para siempre» con esa persona. Si alguien lo contraría o se enfrenta a
él, deja de ser de «los suyos» y el error es imperdonable. Le es muy difícil dar segundas
oportunidades.

Junto con este lado de la polaridad, a veces le acompaña otro en el que no deja de dar
una oportunidad tras otra a la persona amada por su temor al abandono y al rechazo.
Esto llamaría la atención de la terapeuta si no fuera porque sabe que, tras esa apariencia
de fortaleza, hay una persona mucho más vulnerable y, por tanto, con mucho más miedo
de no poder encontrar a alguien en quien creer, a quien querer y que le quiera. Se percibe
una clara distinción entre los de dentro y los de fuera de su espacio de intimidad.

Ejerce como personaje cínico, áspero, arrogante y despótico, y por ese motivo el
Eocho conoce y es conocido por mucha gente, pero tiene pocos amigos de verdad y es
habitual que estos estén fascinados por su fuerza. El pequeño grupo de incondicionales
será defendido siempre y cuando no interfieran con su poder. Es con el poder con lo que
esconde su inseguridad, su desvalorización y su temor a sentirse débil. La búsqueda de
poder ha reemplazado en su psiquismo la búsqueda del amor.

Tiene capacidad para estar en varios ambientes a la vez, aunque estén enfrentados, y
obtener información de todos los flancos. Puede, además, hacer creer a cada parte en un
conflicto que está de su lado, cosa que a menudo no ocurre, ya que sus relaciones se
asientan en sus intereses y solo en sus intereses, que no son otros que alcanzar la

146
satisfacción de sus necesidades. Muchas de sus relaciones se basan en hablar de quien no
está; con su gran habilidad para sonsacar y no contar nada de lo propio, consigue mucha
información de casi todo el mundo que le rodea, información que no sabe dosificar ni lo
pretende.

No soporta la debilidad y no entiende la queja ni el victimismo, ya que su umbral de


dolor, tanto físico como psíquico, es muy alto. De ahí que, a veces, se descuide mucho a
sí mismo. Le cuesta mucho atender los dolores ajenos y los propios.

El trabajo terapéutico habrá de ir dirigido hacia el establecimiento de límites propios, es


decir, generar la capacidad de autocontrol y parar la acción constante. Hay que enseñarle
a mirar al otro y que deje de considerarlo un objeto que pueda utilizar. El trabajo
consiste, pues, en reconocer emociones tales como la sensibilidad, la dulzura, la ternura,
el amor, etcétera.

Es necesario que disminuya la sobreestimulación para que se encuentre con su interior,


con la paz y el silencio, así como con la vida cotidiana, con «lo normal». No todas las
experiencias han de ser excitantes e intensas cien por cien.

Precisa reconciliarse con el mundo, por lo que es fundamental perdonar las ofensas y
abrir el espacio para poder celebrar la vida. Rendirse, dejar de pelear, aceptar, ser capaz
de reprimir el impulso de la venganza…, todo ello sin sentirse menos. No mirar la vida
desde el «yo domino-me dominan», desde «¿quién tiene el poder de los dos?». Estar con
otro y no pensar «¿dónde me va a engañar?». Dejar de ser tan territorial. Crear un
espacio en el que poder mostrar su vulnerabilidad.

Cuando alguien le cuestiona algo, se siente cuestionado en su totalidad y no puede


separarse de la ofensa; es por tanto nuestro trabajo llevarle a que tome conciencia de que
no le están cuestionando como persona, sino solo algo de lo que dice, defiende o ha
hecho. Sería algo así como enseñarle a mirar la realidad por pedacitos.

También es susceptible de ser abordado en terapia el tono que utiliza al hablar, no


exento de un cierto aire chulesco, provocador, que aleja o puede alejar a quien escucha y
que en casi todos los casos intimida. Puede llegar a tener un lenguaje muy afilado que
daña, aunque lo haga con gracia y todo el auditorio se ría de sus ocurrencias.

Invitarle a transitar la senda del contacto empático con otro aunque sienta algo
indefinido y desconocido, a lo que en consulta se podrá ir poniendo nombre; a la par que

147
transita el contacto consigo mismo, con su verdadero sí-mismo, y aprende a mirarse y a
tratarse con afecto.

Algo especialmente difícil de devolver al Eocho es su manipulación, cómo consigue


que todo el mundo haga lo que él quiere, haciendo real el refrán: “Cuando me dan lo que
quiero tengo el genio de un cordero”. Le pasa inadvertido que en sus relaciones las
personas temen contrariarle y hasta muy avanzado el proceso ni siquiera lo refiere en
terapia, porque no tiene conciencia alguna de ello. Una frase textual de una mujer de este
rasgo, estando ya muy avanzado el proceso terapéutico, hablando de sus amigos más
íntimos fue: «Me quedé patidifusa cuando me dijeron que nunca me decían lo que les
apetecía por miedo a mi reacción». Este es un buen momento para incluir la suavidad
necesaria en su mundo de relaciones. De nuevo hablar de que no solo se puede estar a
favor y en contra, sino que la vida conlleva un buen crisol de grises y que hay más
reacciones posibles que la pelea, que se puede estar en contacto y rebajar un poco las
alertas.

El Eocho manipula y seduce hasta que consigue lo que quiere, y si no lo consigue


machaca al otro vengándose, así que hay que traer a la conciencia y poner sobre el tapete
clínico el mecanismo seducción-agresión. Este eneatipo puede llegar a ejercer este
mecanismo también en la relación terapéutica, ya que supone una polaridad muy clara en
su carácter. Aunque el polo en el que está y se reconoce más habitualmente sea el de la
agresión, se puede observar en su seducción la agresión que lleva implícita.

Una de las tareas con este eneatipo es generar el perro de arriba2, dado que en lugar de
reprimir la vida instintiva ha reprimido el control que ejerce el superyó, llegando a ejercer
conductas ausentes de los mínimos principios morales, con una falta de sensibilidad y
empatía que sorprende y asusta.

Se puede observar, sobre todo en grupo, que cuando ve a alguien débil de quien están
abusando se convierte en la Ley y allá que va. Proyecta su debilidad en él y corre en su
ayuda sin orden ni concierto. Su búsqueda de justicia es una manera de repararse, de
ajustar sus asuntos pendientes con los abusos o humillaciones recibidas.

Otra de las tareas terapéuticas será generar empatía. Confunde el amor con la sumisión
y la dependencia y no tiene conciencia de que es más temido que querido. Puede ser
muy déspota con las personas que dependen de él, ya sea en el ámbito laboral o
personal; sus hijas e hijos, por ejemplo, a los que pueden maltratar para hacerles más

148
fuertes, a su imagen y semejanza.

El horizonte terapéutico será volver a conectar con la inocencia, con la niña o el niño
interior que había antes de construir su sistema de defensas. Estar en lo que hay y dejar
de buscar la intensidad y/o lo prohibido. Las cosas que no gustan, si se degustan pueden
llegar a ser manjares. Vivir el aquí y ahora y estar presente sin necesidad de comérselo
todo. Es siempre un rasgo de salud estar lo suficientemente abierto como para ser tocado
por el otro y lo suficientemente seguro como para estar equivocado y reconocerlo. Su
trabajo pasa por renunciar a tener siempre el poder y dejar de batallar. Aprender a pedir
perdón y a tolerar la frustración, y reconocer que los demás también tienen derechos.

Necesita silencio, aprender a reflexionar antes de actuar, contar hasta cien, virar su
mirada hacia el mundo y percatarse de que hay más posibilidades que mandar y mandar.

Hay que encontrar un punto cero entre las polaridades poder-sumisión, mandar-
obedecer, ayudar-abandonar… y acercar cualquier extremo de las polaridades con las
que nos vayamos encontrando a lo largo del proceso. Para el Eocho no existen los
términos medios, no puede responder con distintas tonalidades, y es nuestra labor
mostrárselas.

En el contacto con las demás personas es bueno que calle y escuche cuando está en
grupo, no todos las relaciones han de pasar por él. Debe darse cuenta de cómo invade y
no respeta los límites, ni física ni verbalmente; sorprende en algunos de ellos lo cerca que
se colocan para hablar con alguien, dando incluso la espalda a los demás si están en
grupo. Tiene una afinada capacidad para sonsacar información y no contar sus
debilidades, así que su trabajo pasa por dejar de criticar, mostrar ternura y vulnerabilidad,
y compartir lo que no le sale tan bien.

El Eocho se puede confundir con el Edós, ya que ambos son muy escandalosos; al
menos su risa lo es. Los diferencia el mensaje que envían. Mientras que el primero puede
hacer daño para mantener intacta su imagen de invulnerabilidad, el segundo manipula y
se victimiza para ser visto y tiende a culpabilizar al de afuera. El Eocho necesita mostrar
que el poder es suyo, pero el Edós utiliza el amor: «Si me quisieras como yo te quiero a
ti, no me habrías hecho eso. ¡Con todo lo que te doy yo!».

Es difícil distinguir un Eocho de un Ecuatro subtipo sexual, si bien este último es


menos duro y expresa más su sufrimiento. Para ambos está justificado provocar daño en
quien les ha decepcionado.

149
Eocho y Ecinco comparten su deseo de venganza. El primero la lleva a cabo siempre,
o casi siempre, y el segundo solo en algunos casos; ambos de una manera fría. Es más
difícil verlo en el caso del Ecinco porque le cuesta mucho más llegar a la acción; no
obstante, hay algunas venganzas que no tienen nada que envidiar a las del Eocho. El
Ecinco puede vivir con casi nada y el Eocho no puede vivir sin coger lo que quiere.
Mientras que el primero pasa inadvertido, el segundo hace mucho ruido.

Se confunde con el Eséis subtipo sexual por su tendencia a la acción sin conciencia, si
bien a este le interesa más seducir y tiene mayor acceso a la culpa. Además el Eséis no
confía tanto en sí mismo, aunque parezca lo contrario.

150
MECANISMOS DE DEFENSA

Desensibilización. Consiste en el bloqueo de todas las sensaciones provengan de donde


provengan. Así se mantienen el dolor y la angustia fuera de la conciencia. También
explica la aparente falta de culpabilidad.

Sadismo. Consiste en la obtención de placer llevando a cabo actos de crueldad o


dominio como resultado del odio, la venganza o la concepción personal de la justicia;
frecuentemente se justifican como exigencias de mantenimiento de la disciplina o del
orden familiar, por ejemplo.

Contraintroyección. Consiste en no tragar, incluso vomitar, cualquier principio que no


esté de acuerdo con los deseos de la persona. Su represión del perro de arriba3 hace que
rechace cualquier autoridad que no sea la propia y no incorpore un código ético ni valor
alguno que provenga del exterior. Lo más frecuente es que defienda posiciones en contra
de los valores de la sociedad.

151
PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno de personalidad antisocial.

• Comportamientos sádicos.

• Violencia física.

• Paranoia.

• Adicciones.

152
COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• Muerte o desaparición de un ser querido en su infancia o adolescencia

• Ama a los animales.

• Le da mucho miedo quedarse encerrado y/o los espacios demasiado abiertos.

• Adolescencia muy conflictiva, con broncas y fugas de casa.

• Mucho miedo a la muerte.

153
TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO OCHO

Testimonio 1. Para mí lo más terapéutico fue el vínculo con mi terapeuta. Elegí una
persona fuerte que pudiera sostenerme y, aunque me costó mucho confiar y nunca lo
logré del todo, se puede decir que la experiencia terapéutica es en mi vida una de las
que más se aproximan a ello.

En cada sesión me medía con ella y en cada sesión me desvelaba el juego. Era la
primera vez que me sentía tan desnuda delante de alguien.

En mi proceso ha sido fundamental ver y darme cuenta de la negación de la otra


parte de la polaridad fortaleza: la vulnerabilidad. Dejarme estar en ella, reconocerme,
confiar y mostrarla sin sentirme menos ha sido lo que me ha permitido aceptarme
como soy.

Me ha costado, y me cuesta aún, recibir. No me acabo de sentir con derecho, así que
recibir la presencia de mi terapeuta sin ambages y ver que tras cada pelea seguía allí
me parecía mágico, lo respiraba y me gustaba.

Saber que tras lo que yo llamaba justicia lo que había era un profundo dolor, que
cada acto justiciero me alejaba más y más del amor con el que necesitaba
encontrarme, que todo lo convertía en disputas de las que me avergonzaba
profundamente pero que justificaba por los ataques recibidos y que justo en ese
momento, en cada sesión, alguien me escucharía, me desculpabilizaría y me enseñaría
a pedir perdón tantas veces como fuese necesario repetir el ejercicio, me alivió mucho
y consiguió revertir esa mirada hosca sobre mí misma en algo más sereno.

Descubrí la vergüenza y el miedo a que los otros pensaran de mí que soy tonta y
cómo cada vez que me siento acorralada –que es muy a menudo– pego patadas a
diestro y siniestro, pero aprendí a pararme más, a parecer tonta en ocasiones, a darme
cuenta de que el bloqueo me hace reaccionar de una sola manera y me cierra al
contacto.

Testimonio 2. Lo primero que hice fue elegirte a ti como terapeuta. Bueno, tú ya sabes
con qué tiene que ver esto, ¿no? Para mí era importante confiar y crear un espacio
seguro, creía que tú eres muy buena profesional y que me ayudarías a conocerme mejor

154
y a resolver aquello que se fuera presentando. Me ayudó tu estilo, es claro y sin
andarte por las ramas, y pude delegar el poder sin tener la necesidad de pelearlo
nunca. Yo creo que sin este marco no habría sido posible realizar ninguna terapia.

Para mí algo muy importante durante este proceso ha sido encontrar explicación a
cómo se ha ido construyendo mi carácter y poder dar respuesta a la pregunta de quién
soy yo. Darme cuenta de lo doloroso que fue para mí pasar de la infancia a la
preadolescencia (11 o 12 años), pasar de mi lugar seguro –donde todo era inocencia,
espontaneidad y juegos– a otro lugar que yo denomino «la jungla», lo que produjo un
choque en el contacto con otros iguales diferentes a los de mi infancia, en un mundo
hostil donde nada de lo que yo era servía. Conectar con ese sentimiento de soledad de
aquella época y el sentimiento de odio posterior y la sensación de no entender nada de
lo que ocurría. Desde aquí, para mí ha sido importante:

Entender cómo he levantado mis barreras y para qué construyo muros: para poner
distancia, evitar que me hagan daño y que nadie pueda ver mi vulnerabilidad y mis
puntos débiles, porque creo que si ven mi vulnerabilidad la utilizarán para hacerme
daño. Rehúyo, por tanto, lo sensible y lo tierno y solo permito esta apertura en la
intimidad. Pero saber en qué momento se produjo este crack ha hecho que todas las
piezas que estaban descolocadas encajen y den sentido a quién soy.

Para mí fue importante conectar con el sentimiento básico de que «nadie me quiere»
y/o que «no merezco que me quieran». Todo muy profundo y muy inconsciente y que ha
dado explicación a algunas de las ideas que siempre he tenido: si celebro mi
cumpleaños, no vendrá nadie; moriré sola; nadie me recordará cuando muera; o no
soy importante para nadie. Como dices tú, no hay nada en la realidad que me diga
esto, pero es un sentimiento profundo. Todo esto unido al párrafo anterior me da la
explicación de por qué mi autoconcepto está distorsionado y por qué lo que yo pienso
de mí no coincide con lo que el entorno me devuelve.

Para mí fue importante darme cuenta de la relación que establezco con el poder y de
cómo me relaciono desde este eje. Para no pelearme con el poder tengo que ser yo
quien lo otorgue; de no ser así, entraré en conflicto con él de una u otra manera.

Otra cosa también importante en mi proceso fue darme cuenta de cómo utilizo la
agresividad y las distintas maneras de agredir que utilizo, tanto consciente como
inconscientemente. Descubrir cómo utilizo el humor para agredir y cómo este deja

155
indefenso al otro fue muy esclarecedor.

Me ha resultado importante darme cuenta de cómo devuelvo las ofensas recibidas –


generalmente sin mostrar que hay algo que me ha dolido– y me ha ayudado bastante
descubrir cómo utilizo lo que viene denominándose «venganza» y que yo denomino «es
lo que toca», «justicia divina» o «la vida devuelve a cada uno lo suyo». Descubrir que
si me das, te doy y que si no lo hago en el momento tampoco tengo prisa porque más
tarde o más temprano te lo devolveré, e incluso puede que ni me dé cuenta de que esto
era un asunto pendiente.

Para mí ha sido importante también ver a mi madre completa, con sus sombras y sus
luces, pero, sobre todo, poder exponerla. Igual que protejo mi territorio, protejo a los
míos de las miradas de los otros.

Por último, ha sido muy importante para mí darme cuenta de que continúo
viéndome, defendiéndome y protegiéndome como en mi etapa preadolescente; ser
consciente de esto me abre un camino para el cambio.

1 . V. nota 2, en «Eneatipo cuatro».

2 . Perro de arriba-perro de abajo es una de las polaridades básicas en Gestalt y muestra la pelea entre los
aspectos autoritarios y sumisos en una misma persona. El perro de arriba se expresa en términos de «tú
deberías». (V. nota 1, en «Eneatipo uno»).

3 . V. nota 1, en «Eneatipo uno».

156
9

157
Eneatipo nueve

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DEL MOVIMIENTO

Lo primero que llama la atención cuando una persona de eneatipo nueve llega a
consulta es que nos cae bien. No suele tener una demanda muy clara y a menudo es
enviada por alguien, como su pareja, por ejemplo. Aclarar y delimitar la demanda será,
pues, una de las primeras tareas a abordar con este eneatipo, nada acostumbrado a mirar
dentro de sí.

Es fácil determinar ante qué eneatipo estamos, porque es una persona «colaboradora»,
afable, que viene a hacer un trabajo «sencillo», aprender a poner límites, a tenerse en
cuenta, a no dejarse usar-abusar… Su aspecto físico no es amenazante: cara redonda,
boca pequeña, con un aspecto «amigable».

Se percibe en su discurso cómo se deja usar, cómo confluye con las necesidades
ajenas, su dificultad para saber lo que siente, su laboriosidad y falta de espacios para
descansar y para sí, lo poco que pide y esa omnipotencia tan bien disimulada. Cuando la
terapeuta escucha todo esto piensa que la salida está muy clara y que será un proceso
fácil acompañar a esa persona en el camino de vuelta hacia sí.

Claro que la terapeuta no cuenta con la mayor de las defensas de este rasgo, con la
que tendrá que pelear arduamente para localizar la puerta y facilitar su salida: la
«resignación». Para este eneatipo el miedo es tan profundo que con tal de no verse
inmerso en un conflicto no se mueve, y esta inmovilidad será la piedra de toque sobre la
que girará el proceso terapéutico.

La primera parte del proceso es enseñarle a poner palabras a las emociones. El Enueve
está acostumbrado a hacer y a no pararse en lo que siente, de ahí que, a veces, sea su

158
cuerpo el encargado de enviarle avisos de que algo está pasando mediante síntomas
psicosomáticos. Es en el cuerpo donde se manifiestan sus emociones, aunque en
conjunto tienen una salud de hierro. También he observado que algunos han tenido
problemas de traumatología, con diversas roturas a lo largo de su biografía.

Al caracterizarse por una inercia psicológica, el contacto consigo mismo es


francamente difícil, así que ayuda servirse de las sensaciones corporales, aunque a veces
desespere su lentitud para interpretarlas.

El Enueve no sabe quién es y profundizar en sí mismo le parece una tarea inabordable.


Está convencido de que la desconexión es la única manera posible de vivir y de que no
tiene nada interesante que contar. No está acostumbrado a hablar de sí mismo, de modo
que la consulta terapéutica no le parece en absoluto atractiva.

Su discurso, salpicado de normalidad y de hechos cotidianos, puede hacer que la


terapeuta se pierda y a menudo se aburra por la falta de contacto con la que habla. Da
muchos detalles no solo para evitar el contacto, sino para que se entienda bien lo que
dice. En el relato raramente aparecen las personas realmente significativas en su vida,
dado que están muy idealizadas, tales como la pareja o los padres, por ejemplo.

La narcotización se aprecia en que el pasado es poco significativo; hay pocas


características propias que se puedan anclar en él. «Bueno, así vivía todo el mundo»,
«Era con su mejor intención». Frases desculpabilizadoras para con los demás
contribuyen, como lo hicieron antaño, a no guardar registro de los agravios, a hacer de
estos algo poco significativo o a recordar siempre los mismos.

Las sesiones pueden ser cháchara y cháchara para no decir nada. Llega, habla sin
apenas modulación en la voz y a mitad de sesión dice algo en lo que la terapeuta puede
enganchar con lo ya visto; conecta y deflecta con un comentario del tipo «Aquí hace
calor», y se va y se rearma para la siguiente sesión. La cháchara es la mejor resistencia
pasiva y muestra la terquedad de este rasgo, que es mucha.

También podemos encontrar en su discurso cierto victimismo. El Enueve no trata de


dar lástima, aunque conmueva a quien lo escucha; tiene más interés en mostrar que no
puede; parece estar esperando una solución mágica que venga de fuera. Trasmite una
cierta tristeza y se aprecia un fondo melancólico en el contenido de lo que van
compartiendo. La tristeza y/o la indignación que puede producir afuera su relato, en
quien lo escucha, le son ajenas.

159
Cada vez que aparezca la intelectualización, la generalización, la cháchara, etcétera, en
el relato de las cosas que le pasan habrá que ir acotando y leyendo la defensa que supone
en cada ocasión, poniendo el acento en la evitación del contacto. Es una tarea larga que
tarda mucho en surtir efecto.

Una de las características de este rasgo es que crea impresiones falsas. Es decir, la
persona que escucha se hace una composición de lo que quiere decir, de sus deseos, de
sus intereses, de lo que le duele… Es como si escribiera el argumento de la película. Hay
que prestar mucha atención, porque nos dibuja un escenario «ideal», y preguntar tanto
como sea necesario hasta hacerse una idea lo más realista posible de lo que quiere decir.
Nuestro trabajo no consiste en acabar las frases, sino en invitar a que ella o él las acabe.

El Enueve deja la emoción en el aire y es la terapeuta la que tiene que intuir lo que
siente para poderlo nombrar. Esto será así al principio del proceso, pero es necesario ir
abandonando esta actitud de matrona para que sea la propia persona la que vaya
nombrando lo que siente. Se trata de encontrar el equilibrio, en esto como en todo lo
demás, entre al apoyo y la frustración. No se debe emplear más tiempo del estrictamente
necesario nombrando emociones para salvar su dificultad de hacerlo.

Según llega a terapia, transfiere todo lo positivo a la terapeuta y es posible que la


incluya dentro de esas personas idealizadas. Aparentemente confía, pero yo creo que en
el fondo no es así, que le cuesta mucho entregarse.

Hay que poner atención en acompañar el miedo y la impotencia que aparecen a los
pocos meses de iniciado el proceso. Se debe ir contrastando si es demasiado para la
persona. El único camino hacia la salud es la responsabilidad, pero es necesario atender y
nombrar ambas emociones, porque el Enueve comenzará a rebelarse sin saber muy bien
por qué. Al estar desconectado, no sabe poner conciencia. Signos de su rebeldía son que
deja de cuidarse, comienza a llegar tarde, su larga lista de tareas le impide encontrar el
hueco para acudir a la sesión. Siente que no puede y se desmotiva. El trabajo lo tapa casi
todo.

Su reacción ante el miedo es la paralización y la vuelta a lo antiguo, de manera que,


además de leerlo terapéuticamente, hemos de tener paciencia y apoyar su espontaneidad,
devolviéndole su valía perdida hace mucho tiempo, cuando comenzó a «hacer cosas por
los demás». Ayudarle a recuperar la autenticidad y acompañar el dolor de despertarse a la
vida. Lleva tanto tiempo apaciguando las emociones, sobre todo el enfado, y apoyándose

160
en lo concreto que la vida parece ser solo eso.

Es importante poner atención en las devoluciones que se le hacen, porque su literalidad


le puede llevar a confundir el mensaje que queremos transmitir. A veces parece pedir
consejo, pero, aunque no descalifica abiertamente, es una estrategia más para no hacerse
responsable. Con esto, además, trata de adivinar lo que su terapeuta espera de él.

Lo habitual en este eneatipo es que viva la vida a través de los otros, así que hay que
estar constantemente enfocándolo en él y hacer de sí mismo el objeto de las sesiones.
Hace mucho ruido con la vida de los demás y muy poco con la suya, pudiendo llegar a
desesperar de tanto ocuparse de lo ajeno y tan poco de lo propio.

Cierto es que están tan ocupados haciéndose responsables de todo lo que les rodea que
para ellos no les queda tiempo, no se otorgan un lugar prioritario. Se interesan por ayudar
a su terapeuta, preguntan por su estado, recomiendan un libro, una película, se ofrecen
para hacer algo, etcétera.

Se ha de tener en cuenta que ese dar «de corazón» lo hace para no perder al otro, para
ser a través de…, y será nuestra tarea ayudarle a que se dé cuenta y enseñarle a que
discrimine y no dé sin conciencia de para qué lo hace. A menudo su dadivosidad le sirve
para no hacerse responsable de su vida.

La procrastinación, es decir, la costumbre de postergarse, es una característica que


atraviesa a todas las personas de este rasgo, que asocia el cambio al dolor y a la
incomodidad con tal certeza que le es imposible acometerlo. El Enueve siempre
encontrará una justificación para atender lo «urgente» y no lo «importante».

La relación con su madre fue simbiótica, por ello apenas ve aspectos negativos en ella
y se identifica con la función materna de cuidado; crece cuidando a su madre y por
extensión al resto de la familia, y cuando sale al mundo a quien tiene cerca,
independientemente del lugar en el que esté.

El reconocimiento de las figuras parentales le llegó por su obediencia y utilidad; no se


sintió validado en su individualidad. De manera que esto será lo que tenga que hacer su
terapeuta: trasladarle constantemente el mensaje: «Eres importante para mí».

Se pasó la infancia esforzándose por ser querido, a través del servicio. A algunos les
pusieron la chaqueta antes de sentir frío y confunden el amor con la asfixia; a otros los
usaron para trabajar y confunden el amor con la exigencia. Sea como sea, creyó que si

161
no daba problemas y se encargaba de sí mismo ocuparía un lugar en el mundo y sería
querido. Así que se olvidó de sí para satisfacer las necesidades de los demás. Desde muy
pronto se dio cuenta de que sus sentimientos, emociones o necesidades no se ajustaban a
las personas significativas emocionalmente de su entorno y decidió no escucharse y
adaptarse al exterior para no ser rechazado.

Antepuso y antepone cumplir las expectativas de los seres queridos a cualquier acto de
independencia, a lo que él llama egoísmo. Está en deuda todo el tiempo por el «amor»
que recibe y considera que no se lo merece.

Será nuestra tarea cuestionar permanentemente las obligaciones y otorgarle el derecho


a hacer para sí y a descansar; que se escuche y deje de dar antes de recibir, aumentando
su capacidad para ver-se y sentir-se; para experimentar la vida en su conjunto.

No acostumbra a discutir ni a pelear algo para sí, en contraste con lo que pelea para los
demás. Aunque tenga sus deseos claros, es incapaz de sacarlos a la superficie, tanto más
cuanto más importante sea la persona ante la que los tiene que defender. En él funciona
muy potentemente la idea loca de que la discrepancia lleva al desamor. Muchas de sus
decisiones están teñidas de este introyecto.

Desea poco, porque necesita poco. Su neurosis cursa «deseando» ser usado-abusado,
porque esa es su historia. Así cree ser importante y reconocido y así espera ser querido.
Le duele mucho, no obstante, no recibir, aunque acalla la voz interna y da otra
oportunidad.

No obstante, es de capital importancia leer la agresión pasiva y marcar constantemente


la pelea que no se atreve a nombrar, pero que sin duda está presente en muchas de sus
acciones. Cuando el Enueve dice «raro» quiere decir «enfadado» y ahí está otra de las
tareas terapéuticas: conectar con el enfado.

El Enueve no se enfada nunca, o más bien nunca lo muestra. Deflecta constantemente


y le cuesta mucho hacerse cargo de su fuerza y utilizarla para sí. Hemos de mostrarle su
agresión con el silencio, por ejemplo, y poner a su disposición la energía retenida en los
asuntos pendientes que mantiene fuera de la conciencia.

Aprendió que no se debe discutir por muy enfadado que se esté. Sería algo así como:
«Déjalo pasar, no importa». Prefiere irse, abandonar, mostrarse indiferente. Se siente
muy torpe en la discusión. A menudo el aburrimiento tapa el enfado. En palabras de una

162
mujer de este rasgo: «Sí, me enfadé mucho con él, pero se desactivó solo».

A medida que se va trabajando y profundizando en la persona, se observa que es


bastante más competitiva de lo que muestra, que ella también tiene una imagen de sí algo
abultada y que se siente orgullosa de sus logros, de manera que esa desvalorización que
trae no es más que una defensa para que no le duela la falta de reconocimiento, algo que
el Enueve quiere pero no pide nunca.

Es especialmente importante valorar las emociones e iniciativas de la persona en


consulta, no decirle qué es lo que tiene que hacer y lo que no, ya que estamos con un
«buen paciente» y si no va demasiado en contra de su autoconcepto lo introyectará sin
discriminar. No quiere por nada del mundo defraudar a su terapeuta.

El Enueve es literal, así que a veces le cuesta abstraer de nuestras palabras el mensaje
que le queremos transmitir. Su dificultad para la simbolización hace que se le olvide lo
trabajado. De ahí que sea un buen complemento al proceso terapéutico el trabajo
corporal, que le ayudará a ponerse en contacto con el mundo de las sensaciones y a
descifrar su lenguaje.

Al tener tantas dificultades para poner palabras, enferma físicamente o tiene lesiones
corporales. No hay enfermedades graves, pero ha de estar pendiente de su cuerpo, ya
que es este el que «digiere» las emociones. No está acostumbrado a escuchar lo que su
cuerpo necesita ni a atender sus mensajes.

Será nuestra tarea abordar la diferencia entre la realidad y la fantasía. Algunos de ellos
están bastante confundidos y tienen un autoconcepto bastante alejado de sí mismos. Hay
que desvelar la omnipotencia que encubre el pensamiento de que si él sigue «haciendo»
cosas las personas a las que quiere dejarán de sufrir. Incluir que esto es una fantasía de
grandeza y que contribuye de manera inequívoca a su estrés, a su enfado con la vida, a
su no tenerse en cuenta… es una larga y dura tarea, porque este eneatipo tiene unas
defensas muy muy rígidas.

Hay que desvelar, asimismo, que no toma decisiones por miedo a que alguien sufra
con ello; es imprescindible que deje de perseguir ese ideal de que nadie se duela con sus
decisiones, dado que con ello aniña y empequeñece a quien tiene al lado; creer que la
herida que produce es incurable forma parte de su omnipotencia.

En algún momento del proceso hemos de abordar la culpa que atenaza su psiquismo y

163
le impide el movimiento hacia la salud. Hay que deshacer el binomio necesidad-egoísmo
y leerle que la culpa no es sino la ira introyectada y que cuánto más espacio le dé más
enfado quedará enquistado.

A medida que se va trabajando con este rasgo, se descubre un potente fondo


melancólico, una tristeza que no está avalada por las experiencias presentes y que habrá
que ir trayendo a la conciencia para poder hacerse cargo de la rabia que aparece al darse
cuenta de los abusos a los que ha sido sometido, una rabia ciega que necesita ser
canalizada.

Nuestra tarea es señalar las polaridades negadas, tales como la impotencia y la


vulnerabilidad; nombrar lo que va mal, lo que duele, haciendo especial hincapié en la
toma de conciencia y en la expresión de lo que le disgusta, del enfado.

El Enueve tiene muchos amigos y está en un sinfín de grupos dispares, sobre todo el
perteneciente al subtipo social. En el caso del subtipo sexual, sus relaciones se reducen a
la familia. En un caso los grupos y en el otro la pareja o la familia es lo que le dota de
identidad, esa identidad que hay que cuestionar permanentemente, porque está asentada
en ser utilizado.

El Enueve ha de revisar su agenda y tachar números de teléfono para quedarse con


aquellos vínculos en los que pueda decir lo que siente, sobre todo expresar los enfados.
Vínculos en los que poderse abandonar y mostrar el dolor. Poner sobre la mesa sus
deseos y cubrir sus necesidades. Abandonar el hacer para contactar con el mundo y dejar
de ser «a través de».

En algún momento del proceso hay que abordar su imagen y su sensualidad, pudiendo
incluso recomendarle danza del vientre para trabajar la zona pélvica o, sin llegar a tanto,
abordar el corte de pelo o simplemente cambiar de indumentaria. Es importante enseñarle
a cuidarse también en esto, apoyar que se gaste dinero en sí mismo y atreverse a
confesar que quiere gustar físicamente. Ello va unido al reconocimiento del deseo físico y
del derecho al éxito.

Precisa llegar a tener clara conciencia de lo que necesita y desea, e ir a por ello,
legitimando el mundo del placer. No debe despistarse ni aplazar lo que quiere. Hay que
asegurarle que no dejará de ser querido ni será abandonado por ello.

Ha de trabajar la asertividad y la autoafirmación en la relación con los otros y aprender

164
a establecer relaciones sin intermediarios, sin el puente del «hacer para otro». Debe estar
sin hacer y hablar de sí mismo, no contener ni apaciguar las emociones y expresar sus
opiniones.

Igualmente, ha de hacer explícitos sus gustos y no gustos antes de que lo hagan los
demás y dejar de rumiar lo que le molesta y explicitarlo, abandonar la justificación
permanente de los agravios recibidos, algo parecido a dejar de entender tanto las
motivaciones ajenas y atreverse a disentir, ser más «malo».

Tras un largo proceso terapéutico, el Enueve habrá podido abandonar la pereza y


encontrará la acción esencial, aquella inspirada para sí. No obstante, espero haber podido
transmitir lo difícil que es el trabajo con este rasgo, pese a lo que pudiera parecer en un
primer momento.

El Enueve a veces se confunde con el Edós porque ambos son eneatipos generosos.
Sin embargo, el segundo se caracteriza por dar para recibir, siendo la seducción su tarjeta
de presentación. En el Enueve la generosidad es espontánea y no llega a pedir nada a
cambio. El aspecto físico del Edós es bastante más cuidado y vive muy alejado de la
resignación.

El Enueve se asemeja al Etrés en que ninguno de los dos sabe cómo es; en ambos
existe un vacío interior y son serviciales. Se diferencian claramente en el deseo de ser
vistos –que el Enueve no tiene– y en las relaciones con los otros, porque en el Etrés son
interesadas y mercantilistas y en el caso del Enueve son más auténticas.

Enueve y Ecuatro comparten el romanticismo y la fantasía de rescate, con cierto


complejo de Cenicienta. Para ambos la otra persona se convierte en el eje de su
identidad. Se diferencian claramente en su aspecto y en el victimismo que acompaña al
segundo, mucho más visible que en el caso del primero.

Comparte con el Esiete la dispersión y la dificultad para fijarse objetivos


independientes.

También el Enueve pasa mucho miedo, sobre todo cuando llega el momento del
cambio, y se puede confundir con el Eséis. Ambos comparten la dificultad para apoyarse
en sí mismos y el miedo al cambio.

165
MECANISMOS DE DEFENSA

Deflexión. Consiste en realizar acciones supuestamente encaminadas a satisfacer la


necesidad que no son sino distracciones –tales como dormir, ver la televisión, leer…–,
con lo que queda insatisfecha la necesidad de que se trate. Esta actitud conlleva un grado
variable de agotamiento y frustración. La energía se pierde, se dispersa para lo esencial.

Confluencia. La persona, para ser aceptada, hace suyos los deseos de otro, se mimetiza
y se fusiona. Adopta ideas, decisiones, estilos de vida y está siempre de acuerdo, de
manera que no se hace cargo de su responsabilidad.

Masoquismo. La persona se siente inferior e insignificante y se encuentra más cómoda


en la situación de víctima. No conoce el significado de «yo quiero», «yo soy» y tiende a
castigarse. El castigo persigue acallar la culpa. La dependencia es concebida por la
persona como amor o lealtad.

Generalización. Consiste en atribuir las propias vivencias a todos los demás. «Es lo
normal», «a todo el mundo le pasa», «todo el mundo lo ve así»…

Agresión pasiva. La persona se enfada internamente y actúa en función de ese enfado


sin conciencia, mientras el otro percibe la agresividad y no el enfado, en su no hacer, no
decir, no querer hablar, etcétera. Es como una máscara que esconde hostilidad y
resentimiento.

166
PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastorno de disociación.

• Trastorno bipolar.

• Dependencia.

• Trastorno esquizoide.

• Depresión.

• Despersonalización grave prolongada.

• Ciclotimia.

• Carácter pasivo-agresivo.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• Niño abusado en la infancia.

• Madre incestuosa.

• Hay una hermana, hermano o primo a quien se le da más importancia o alguna figura
enferma a la que hay que cuidar, de manera que no hay hueco para él.

• Muchos Enueve tienen como cuentos preferidos La bella durmiente y El patito feo.

• Se recuerda a sí mismo como niño bueno siempre y refiere haber sido indiferente
para los demás, como un mueble en una habitación.

168
TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO NUEVE

Testimonio 1. Mi gran descubrimiento en el proceso terapéutico ha sido el haberme


dado cuenta de que soy una persona individualizada. Darme cuenta de que había
construido mi identidad en relación con lo que yo creía que las/los demás esperaban
de mí y en ir a cubrir estas expectativas.

Nunca me había parado a pensar qué sentía, qué buscaba, qué quería yo; en
resumen, quién era yo. No había un yo, había desaparecido entre tanta gente a la que
ser útil, a la que cuidar, entre tanto quehacer.

Y desde esta posición solo tenía valor si cubría todas esas necesidades. Solo me
daba valor si la/el otra/o me lo daba, si le era útil. No sabía que yo también tenía
necesidades y deseos. Los anulé. Me resigné a que nunca fueran cubiertos en aras de
cubrir los de las/los demás. Eso sí, me volví una mujer muy efectiva. Resolvía todo tipo
de problemas. Mediaba en todo tipo de conflictos. Y así conseguía no ocupar un lugar
propio. No tener voz propia.

Este proceso ha sido un camino de reconocimiento. De buscarme, de encontrarme.


De volver a mí una y otra vez. De preguntarme: «¿Cómo me siento? ¿Quiero esto o lo
otro? ¿Dónde quiero estar y con quién? ¿Qué necesito? ¿Qué deseo? ¿Qué quiero
recibir yo? ¿Qué quiero darle a la/el otra/o?». La terapia me exigía conectar conmigo
constantemente.

Reconocer el cómo hacía para poder empezar a cambiar. Reconocer que todo lo que
hacía no era desde la bondad y la generosidad absoluta porque yo fuera una santa.
Necesitaba ser querida y aceptada. Formar parte de mi clan familiar, social y de
pareja.

Y empezar a sentir que esta invisibilidad había generado un enfado monumental


dentro de mí. Me sentía abusada, sola y perdida. Y reconocerlo, expresarlo y llorarlo.
Aprender a poner mis límites. A tomar mi poder. A descubrir los muchos recursos con
los que contaba. A expresar mis deseos y necesidades. A pedir a los demás. A dejarme
apoyar. A apoyarme en mis proyectos. A cuidarme yo. A pararme, conectar conmigo y
no perderme en el hacer. A no postergarme en favor de los demás.

169
Mediante el proceso terapéutico me he construido. Conectando conmigo empecé a
mirar lo que había dentro. Empecé a quererme y a aceptarme. A darme mi valor. A
sentirme merecedora de todo lo bueno. Descubrí quién soy y ahora me doy mi propio
sitio en el mundo.

Testimonio 2. Para mí fue muy importante ver que mi terapeuta hace lo que dice, eso
me da la confianza de que no son solo palabras, sino que se puede llevar a cabo. Una
cosa que creo importante es que siempre tuve la sospecha de que no me fiaba del todo
y, aunque no soy del todo consciente, tengo la sensación de que pude aprovechar más
la terapia, de que podía haber confiado más. No sé si será una característica del rasgo
o solo mía, pero muchas veces, bueno, más todavía, era como que ya sabía lo que me
iba a decir, era como que iba por delante del terapeuta (¡toma ego!) y en muchas
ocasiones eso me quitaba las ganas de ir (como ya sé lo que me va a decir de eso,
pues…). También era muchas veces como un combate, dialéctico, por supuesto, hasta
tal punto que al despedirnos me decía: «Hasta el próximo asalto».

Testimonio 3. Estas son las cosas que he aprendido:

• Ahora me ocupo más de mí. Me he pasado la vida cuidando de los demás,


olvidándome de mí; ni siquiera me planteaba si tenía necesidades o, con otras
palabras, mis necesidades eran atender a los demás. Ahora, sin dejar de pensar en los
demás, atiendo mis necesidades. En definitiva, me siento más en contacto conmigo.

• Me ha ayudado a tomar conciencia de mi identidad, de quién soy. Tengo más


conciencia de mi cuerpo, ya que antes vivía disociada de él.

• Me ha ayudado a «hacerme presente», a decir sin temor lo que pienso y lo que


siento, lo que antes no hacía para evitar los conflictos.

Para mí que he cambiado mi vida, hay un antes y un después, por lo que estoy y
estaré siempre agradecida.

170
Y para concluir

¿QUÉ ES LA SALUD? ¿CÓMO SE ALCANZA?

Creo que lo verdaderamente curativo es el amor, sensaciones tales como la gratitud, la


ternura, la posibilidad de agradecer lo recibido… Todo ello contribuye a alejar de
nosotros la neurosis.

En realidad la salida es muy fácil: ser honestos con nosotros mismos, atrevernos a ser,
echar mano de la valentía de despedirse de lo viejo, renovar las relaciones.
Desidentificarnos del ego para contactar con el sí-mismo, quitarnos la máscara y
recuperar la capacidad de experimentar como cuando éramos niños y aún no habíamos
construido nuestro papel.

Ser francos y claros –tanto con nosotros mismos como con los que nos rodean– nos
gratifica y nos devuelve la energía.

Muchas gracias a todas y a todos quienes en algún momento de vuestra vida habéis
confiado en mí. Gracias a vosotras y a vosotros yo estoy hoy aquí y, a pesar de todo,
confío en la psicoterapia y en la vida.

171
¿Y QUÉ ES LO MÁS IMPORTANTE PARA MÍ, COMO TERAPEUTA, CUANDO
TRABAJO CON EL ENEAGRAMA?

Lo más importante no es el eneatipo que la persona es –que siempre es eso y mucho


más–, sino las defensas que presenta, de modo y manera que voy trabajando con cada
una de ellas y pongo el acento en el contacto entre dos personas, implementando
recursos para sortear en el aquí y ahora las resistencias, con la convicción de que cada
quien, a su manera, trata de encontrar el equilibrio entre sus necesidades y el campo en el
que se inserta y de que las soluciones adoptadas hasta ese momento han sido la mejor de
las soluciones que esa persona podía encontrar.

Estoy absolutamente convencida de que lo que cura es la relación y el amor que en ella
se pone. Algo que es, a la vez, muy simple, difícil de conseguir… y posible.

172
Bibliografía

DURÁN, C., Catalán, A., Eneagrama. Editorial Kairós. Barcelona. 2009.

GALLEN, M-A., NEIDHARDT, H., El eneagrama de nuestras relaciones. Desclée De


Brouwer. Bilbao. 1997.

HUDSON, R., RISO, D.R. La sabiduría del eneagrama. Urano. 2011.

NARANJO, C., Autoconocimiento transformador. Ediciones La Llave. Vitoria. 2008.

——— Carácter y neurosis. Ediciones La Llave. Vitoria.

——— El eneagrama de la sociedad. Ediciones La Llave. Vitoria. 2010.

——— Estructura de los eneatipos. Claudio Naranjo. 1990.

——— 27 personajes en busca del ser. Ediciones La Llave. Barcelona. 2012.

P ALMER, H., El eneagrama. La Liebre de Marzo. Barcelona. 2000.

RISO, D.R., Cambia con el eneagrama. Bolsillo Mensajero. Bilbao. 2001.

——— Comprendiendo el eneagrama. Cuatro Vientos Editorial. Santiago de Chile.


1996.

——— Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. Desclée De Brouwer.


Bilbao. 1997.

——— Tipos de personalidad. Cuatro Vientos Editorial. Santiago de Chile. 1994.

173
Acerca de la autora

Carmela Ruiz de la Rosa. Es psicóloga clínica y psicoterapeuta gestáltica. Directora de


Gestalt: Psicoterapia y Formación, centro en el que ejerce como psicoterapeuta individual
y de grupo, formadora y supervisora de profesionales del ámbito clínico. Coordinadora
del Ciclo de Formación de Terapeutas en Gestalt. Imparte formación en Eneagrama y es
tutora en la UNED del Módulo de Intervención Gestáltico-Experiencial dentro del
Postgrado de Intervención Terapéutica y del Practicum presencial de la UNED, UAM y
UOC. Miembro Didacta de la Asociación Española de Terapia Gestalt y Miembro
Psicoterapeuta de la FEAP, es autora de Formación de Terapeutas en Gestal e
Introducción a la Psicopatología para Gestaltistas, editados por GpyF.

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Otros libros

Adquiera todos nuestros ebooks en


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¿Tratar la mente o tratar el cerebro?
Hacia una integración entre psicoterapia y psicofármacos
Julio Sanjuán
ISBN: 978-84-330-2837-2

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Cuando un paciente acude a pedir ayuda a un terapeuta, ¿tiene en realidad un problema


de la mente o del cerebro? Esta cuestión presenta muchas implicaciones prácticas. Para
el paciente, la primera pregunta es: ¿Debo acudir a un psiquiatra para que me trate con
medicación o es más conveniente ir a un psicólogo y tratarme con psicoterapia? Para el
terapeuta las dudas son aún más numerosas: ¿En qué casos es imprescindible la
medicación? ¿En qué situaciones está contraindicada? ¿Ante qué tipo de problema se
debe plantear una psicoterapia? ¿Cuál es la mejor psicoterapia para cada paciente?
¿Puede la psicoterapia ser perjudicial? ¿Qué interacciones se producen entre la
medicación y la psicoterapia? ¿Cuál es la experiencia subjetiva del paciente con los
psicofármacos? ¿Cómo se pueden integrar el tratamiento psicoterapéutico y el
farmacológico?Estas son algunas de las cuestiones que aborda y trata de responder este
libro.
Va dirigido especialmente a los Psicólogos y Psiquiatras en formación que buscan un
abordaje integrador para ayudar a sus pacientes, más allá de los dogmas doctrinales. Y
también a todo aquel interesado en el campo de la salud mental que busque una visión
crítica para diferenciar los hechos de las leyendas, tanto en psicofarmacología como en
psicoterapia.

176
177
Abre tu consciencia
José Antonio González Suárez y David González Pujana
ISBN: 978-84-330-2828-0

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Solo el 5% de nuestra mente es consciente, el otro 95% es subconsciente. El


conocimiento lo tiene la mente consciente, pero el poder lo posee la mente
subconsciente. Muchas personas llevan un estilo de vida que no les gusta ni desean, pero
se sienten indefensas ante el poder de su subconsciente. Mueren sin haber vivido, ni
disfrutado. Abre tu consciencia es un libro que te ayudará a descubrir las claves del
bienestar y de la salud integral. A base de relatos cortos, cuentos e historias apasionantes,
irás descubriendo que lo que llevas tanto tiempo buscando fuera de ti, habita en tu
interior, y que está a tu servicio y a tu alance. Descúbrelo.
Es un libro que te hará pensar, sentir e incluso desprenderá por tu mejilla alguna lágrima
o arrancará de tu boca alguna sonrisa. No te dejará indiferente y, muy probablemente,
significará un “antes y un después” en tu vida.
Los autores lo hemos escrito con el corazón para que llegue a tu corazón y para que los
mensajes pasen a ser parte de tu patrimonio personal. Solo te deseamos que disfrutes
leyéndolo tanto como nosotros hemos disfrutado escribiéndolo.
Visítanos en abretuconsciencia.wordpress.com

178
179
Sentarse juntos
Habilidades esenciales para una psicoterapia basada en el mindfulness
Ronald D. Siegel, Susan M. Pollak y Thomas Pedulla
ISBN: 978-84-330-2823-5

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Cada vez son más numerosos los profesionales clínicos que quieren incorporar el
mindfulness a la psicoterapia, pero no están seguros de cómo empezar. Esta guía
accesible –diseñada para los terapeutas de prácticamente cualquier especialidad,
orientación teórica o ámbito– es el mejor punto de partida. En vez de emplear un
enfoque prescriptivo, los autores, grandes expertos, muestran el modo de elegir, adaptar e
implementar los ejercicios de mindfulness más eficaces con determinados pacientes, así
como el modo de saber qué técnicas pueden ser contraproducentes. Los terapeutas
podrán obtener asimismo algunos consejos y herramientas para desarrollar una práctica
personal del mindfulness.
El libro, repleto de ejemplos clínicos claros, incluye instrucciones para enseñar
meditaciones que logren desarrollar las habilidades nucleares de la atención focalizada, el
monitoreo abierto y la aceptación compasiva. Sugiere formas de introducir los conceptos
del mindfulness y describe ejercicios «de nivel principiante» que pueden llevarse a cabo
con prácticamente cualquier paciente, así como otros ejercicios más intensos. Los
autores ofrecen una orientación detallada sobre el modo de ordenar y combinar los
ejercicios para obtener un beneficio óptimo. Analizan también los obstáculos que pueden
surgir en el tratamiento basado en el mindfulness, así como las estrategias que permiten

180
superarlos. De principio a fin, el libro hace hincapié en las formas de llevar el
mindfulness a la consulta, algo que puede mejorar la relación terapéutica. El apéndice
presenta algunas recomendaciones para trabajar con problemas clínicos concretos,
seguido de amplias listas de recursos.
Este libro, que constituye un recurso provechoso para la práctica clínica diaria, debería
estar en los escritorios de todos los profesionales clínicos de la salud mental interesados
en el mindfulness, incluidos psicólogos clínicos, psiquiatras, trabajadores sociales
clínicos, counselors y enfermeros psiquiátricos.

181
Focusing desde el corazón y hacia el corazón
Una guía para la transformación personal
Edgardo Riveros
ISBN: 978-84-330-2790-0

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El Focusing es un diálogo con nuestro mundo interior que nos permite descubrir los
mensajes y las claves profundas para comprendernos mejor y facilitarnos el proceso de
conciencia y crecimiento personal.
Conocido principalmente en el ambiente académico, el Focusing da un paso trascendental
al hacerse accesible a todo tipo de públicos gracias a un libro eminentemente práctico. El
autor nos ayuda a descifrar nuestros presentimientos y sensaciones a través del concepto
central del Focusing, la sensación sentida, que genera un significado más real y auténtico
con un lenguaje distinto al de la mente: sentimientos que nacen y afloran ante una actitud
empática y comprensiva que proviene del Focusing. Si logramos descubrir la sabiduría
corporal y holística implícita a cualquier preocupación, decisión o tristeza que nos
embarga, nosotros mismos podremos encontrar su verdadero significado.
En un contexto cultural en el que la omnipresencia tecnológica nos coloca en trance de
deshumanización, presionando para que nuestra inteligencia se ocupe solo de aspectos
funcionales y alejándonos dramáticamente de nuestro mundo interior, donde habitan los
grandes procesos de salud emocional, corporal, psicológica y espiritual, Focusing desde el
corazón y hacia el corazón nos brinda una guía de autodescubrimiento para comprender

182
nuestras pérdidas, acompañar nuestras tristezas, decidir auténticamente, encontrar la paz
interior y comunicarnos con nuestros seres queridos de un modo nuevo, como cantó el
gran César Vallejo: con un algo que viene del alma y cae al alma.

183
Mindfulness y psicoterapia
Paul R. Fulton, Christopher K. Germer y Ronald D. Siegel
ISBN: 978-84-330-2767-2

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Los editores y colaboradores tratan una amplia gama de temas, que van de la psicología
budista a las últimas investigaciones del cerebro pasando por las distintas aplicaciones de
mindfulness. Este libro ofrece una guía global, accesible y autorizada para integrar
mindfulness en la psicoterapia. De esta segunda edición he apreciado particularmente el
nuevo material sobre la compasión y la ética práctica.
John D. Teasdale, Universidad de Cambridge
El presente libro ofrece un relato completísimo sobre mindfulness, su importancia para
las relaciones terapéuticas y su aplicación en contextos clínicos. Es de un valor
incalculable para los profesionales clínicos que deseen introducir conceptos de
mindfulness para ayudar a los pacientes a reducir su sufrimiento. El libro ofrece un sinfín
de técnicas muy prácticas que se pueden aplicar perfectamente a los pacientes así como
recomendaciones concretas para introducir mindfulness en diferentes poblaciones.
Excepcional herramienta para profesionales de la salud.
Stuart J. Eisendrath, Departamento de Psiquiatría,Universidad de California, San
Francisco
Este libro práctico ha supuesto para decenas de miles de profesionales de la salud y
estudiantes en general una comprehensiva introducción a mindfulness y sus distintas

184
aplicaciones clínicas. Editado y escrito por profesionales de primera fila, presenta
procedimientos específicos para poner en práctica técnicas de mindfulness y enseñarlas a
los pacientes. Reflejando el creciente corpus de conocimientos científicos -a no dudarlo,
mindfulness se ha convertido en uno de los campos más estudiados dentro de la
psicoterapia-, esta segunda edición contiene numerosos capítulos nuevos o ampliamente
revisados. Entre los nuevos temas destacan la neurobiología, la ética práctica, los traumas
y las adicciones, al tiempo que se hace un mayor hincapié en el papel de la aceptación y
de la compasión en mindfulness.

185
La magia de la PNL al descubierto
Bayrib Lewis
ISBN: 978-84-330-2760-3

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Sencillo de leer pero no simple, esta obra proporciona un camino fácil hacia la magia del
lenguaje y el cambio.
Ian McDermott, Director de formación de International Teaching Seminars (ITS)
Este libro es una muy rica y profunda presentación de los más importantes conceptos de
la PNL y de su relación con la psicología.
Judith Delozier, co-desarrolladora de la PNL.
Con materiales nuevos y actualizados, particularmente las nuevas distinciones del
metamodelo, presentamos la segunda edición de una obra que ha sido considerada
durante mucho tiempo como una de las mejores introducciones a la PNL. El modelo de
lenguaje de comunicación que introduce es una aproximación excelente al estudio de la
comunicación humana y del cambio terapéutico.
Directivos, comerciales, asesores, terapeutas, padres, educadores y todas las personas
interesadas o implicadas en la comunicación con capacidad de influencia y en el cambio
personal se beneficiarán de la lectura de este libro. Ilustrado y escrito en un estilo
informal y ameno, muestra el poder del lenguaje para cambiar a las personas e influir en
ellas y proporciona formas prácticas de adquirir esas habilidades.

186
En definitiva, es la mejor descripción que existe del metamodelo de la PNL y de su uso
práctico, y ahora se ofrece completamente actualizada.

187
DIRECTORA : OLGA CASTANYER

1. Relatos para el crecimiento personal. Carlos Alemany (ed.). (6ª ed.)


2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. Olga Castanyer. (39ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. Gimeno-Bayón. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. Esperanza Borús. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? José Luis Trechera. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. Ramiro J. Álvarez. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. Carlos Alemany y Víctor García (eds.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. Loretta Zaira Cornejo Parolini. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. Fernando Jiménez Hernández-
Pinzón. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. Jean Sarkissoff. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. Luis López-Yarto Elizalde. (7ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. Maria-Anne Gallen - Hans Neidhardt. (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. Luis Zabalegui. (3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. Bruno Giordani. (3ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. Jiménez Hernández-Pinzón. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. Javier Gafo (ed.). (4ª ed.)
17. Diario de un asombro. Antonio García Rubio. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. Don Richard Riso. (6ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. Thomas Hart.
20. Treinta palabras para la madurez. José Antonio García-Monge. (12ª ed.)
21. Terapia Zen. David Brazier. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. Gerald May.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. Juan Masiá Clavel.
24. Pensamientos del caminante. M. Scott Peck.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. R. J. Álvarez. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. David Richo. (3ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a
nuestras relaciones. John A. Sanford.
28. Vivir la propia muerte. Stanley Keleman.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. Ascensión Belart - María Ferrer. (3ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. Miguel Ángel Conesa Ferrer.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. Kevin Flanagan.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. Verena Kast.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. David Richo. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. Wilkie Au - Noreen Cannon. (2ª ed.)
35. Vivir y morir conscientemente. Iosu Cabodevilla. (4ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. María Prieto Ursúa.
37. Psicoterapia psicodramática individual. Teodoro Herranz Castillo.
38. El comer emocional. Edward Abramson. (2ª ed.)
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. John Amodeo - Kris Wentworth. (2ª
ed.)
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
41. Valórate por la felicidad que alcances. Xavier Moreno Lara.
42. Pensándolo bien… Guía práctica para asomarse a la realidad. Ramiro J. Álvarez.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. Charles L. Whitfield.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. José Carlos Bermejo.
45. Para que la vida te sorprenda. Matilde de Torres. (2ª ed.)

188
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. David Brazier.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. Jorge Barraca.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. Ángeles Noblejas. (2ª ed.)
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. Philip Sheldrake.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. Luis Cencillo. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. Leslie S. Greenberg. (6ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. Amado Ramírez Villafáñez.
53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. Juan Antonio Bernad.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. Pablo Población Knappe y Elisa López Barberá. (2ª ed.)
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. Loretta Cornejo. (3ª ed.)
56. El guión de vida. José Luis Martorell. (2ª ed.)
57. Somos lo mejor que tenemos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. Giuliana Prata, Maria
Vignato y Susana Bullrich.
59. Amor y traición. John Amodeo.
60. El amor. Una visión somática. Stanley Keleman. (2ª ed.)
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. Kevin Flanagan. (2ª ed.)
62. A corazón abierto. Confesiones de un psicoterapeuta. F. Jiménez Hernández-Pinzón.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. Iosu Cabodevilla.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? Olga Castanyer y Estela Ortega. (8ª ed.)
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. José-Vicente Bonet, S.J. (3ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. Juan Masiá.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. Pedro Moreno. (9ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. Kathleen R. Fischer y Thomas N. Hart.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. Esperanza Borús.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos. Jean-
Pascal Debailleul y Catherine Fourgeau.
71. Psicoanálisis para educar mejor. Fernando Jiménez Hernández-Pinzón.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. Pedro Miguel Lamet.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. Jean Sarkissoff.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja.
Casos y reflexiones. Patrice Cudicio y Catherine Cudicio.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. Marga Nieto Carrero. (2ª ed.)
76. Me comunico… Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. Jesús De La Gándara Martín.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. Claude Imbert.
78. Cuando el silencio habla. Matilde De Torres Villagrá. (2ª ed.)
79. Atajos de sabiduría. Carlos Díaz.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. Ramón Rosal Cortés.
81. Más allá del individualismo. Rafael Redondo.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. Dave Mearns y Brian
Thorne.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. Fred
Friedberg. Introducción a la edición española por Ramiro J. Álvarez
84. No seas tu peor enemigo… ¡…Cuando puedes ser tu mejor amigo! Ann-M. McMahon.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. Luz Casasnovas Susanna. (2ª ed.)
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. Ignacio Berciano Pérez. Con la colaboración de Itziar
Barrenengoa. (2ª ed.)
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. Pilar Quiroga Méndez.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. Tomeu Barceló. (2ª ed.)
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. Alejandro Bello Gómez, Antonio
Crego Díaz.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. Nick Owen.
91. Cómo volverse enfermo mental. José Luís Pio Abreu.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. Agneta
Schreurs.
93. Fluir en la adversidad. Amado Ramírez Villafáñez.

189
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. Juan Antonio Bernad.
95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. John Amodeo (2ª ed.).
96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. Benito Peral. (2ª ed.)
97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. Luis Raimundo Guerra. (2ª ed.)
98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. Mónica Rodríguez-Zafra (Ed.).
99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. Claude Imbert. (2ª ed.)
100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. Martin M. Antony -
Richard P. Swinson. (2ª ed.)
101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. Joy Cloug.
102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. Thom Rutledge.
103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperanza en el futuro. Margaret J.
Wheatley.
104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín. (13ª ed.)
105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. Irene Estrada Ena.
106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos.
Manuel Segura Morales. (14ª ed.)
107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia).
Karmelo Bizkarra. (4ª ed.)
108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. Marisa Bosqued.
109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio… (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt.
Ángeles Martín y Carmen Vázquez.
110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. Jorge Barraca Mairal. (2ª
ed.)
111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre
nosotros. Richard J. Stenack.
112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. John P.
Schuster.
113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. Michael L. Emmons, Ph.D. y Janet
Emmons, M.S.
114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. P. Kristan.
115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. A. Cózar.
116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. Alejandro Rocamora. (3ª ed.)
117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. Bernard Golden. (2ª ed.)
118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. Juan Carlos Vicente Casado.
119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. Ann Williamson.
120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros. Bala
Jaison.
121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. Luis Raimundo Guerra.
122. Psiquiatría para el no iniciado. Rafa Euba. (2ª ed.)
123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. Karmelo Bizkarra. (4ª ed.)
124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. Enrique Martínez Lozano. (4ª ed.)
125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. Iosu Cabodevilla
Eraso. (2ª ed.)
126. Regreso a la conciencia. Amado Ramírez.
127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. Peter Bourquin. (13ª ed.)
128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. Thomas
Hohensee.
129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. Olga
Castanyer. (4ª ed.)
130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. Loretta Cornejo. (5ª ed.)
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. Javier Tirapu. (2ª ed.)
132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. Amado Ramírez Villafáñez.
133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín, Juan García y Rosa
Viñas. (5ª ed.)
134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. Conxa
Trallero Flix y Jordi Oller Vallejo

190
135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. Tomeu Barceló
136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. Windy Dryden
137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. Igor Ledochowski
138. Todo lo que aprendí de la paranoia. Camille
139. Migraña. Una pesadilla cerebral. Arturo Goicoechea (4ª ed.)
140. Aprendiendo a morir. Ignacio Berciano Pérez
141. La estrategia del oso polar. Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades. Hubert Moritz
142. Mi salud mental: Un camino práctico. Emilio Garrido Landívar
143. Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales. Ana María Schlüter Rodés
144. ¡Estoy furioso! Aproveche la energía positiva de su ira. Anita Timpe
145. Herramientas de Coaching personal. Francisco Yuste (3ª ed.)
146. Este libro es cosa de hombres. Una guía psicológica para el hombre de hoy. Rafa Euba
147. Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal. Guía de autoayuda. Juan García Sánchez y Pepa
Palazón Rodríguez (2ª ed.)
148. El consejero pastoral. Manual de “relación de ayuda” para sacerdotes y agentes de pastoral. Enrique
Montalt Alcayde
149. Tristeza, miedo, cólera. Actuar sobre nuestras emociones. Dra. Stéphanie Hahusseau
150. Vida emocionalmente inteligente. Estrategias para incrementar el coeficiente emocional. Geetu Bharwaney
151. Cicatrices del corazón. Tras una pérdida significativa. Rosa Mª Martínez González
152. Ojos que sí ven. “Soy bipolar” (Diez entrevistas). Ana González Isasi - Aníbal C. Malvar
153. Reconcíliate con tu infancia. Cómo curar antiguas heridas. Ulrike Dahm (2ª ed.)
154. Los trastornos de la alimentación. Guía práctica para cuidar de un ser querido. Janet Treasure - Gráinne
Smith - Anna Crane (2ª ed.)
155. Bullying entre adultos. Agresores y víctimas. Peter Randall
156. Cómo ganarse a las personas. El arte de hacer contactos. Bernd Görner
157. Vencer a los enemigos del sueño. Guía práctica para conseguir dormir como siempre habíamos soñado.
Charles Morin
158. Ganar perdiendo. Los procesos de duelo y las experiencias de pérdida: Muerte - Divorcio - Migración.
Migdyrai Martín Reyes
159. El arte de la terapia. Reflexiones sobre la sanación para terapeutas principiantes y veteranos. Peter
Bourquin (2ª ed.)
160. El viaje al ahora. Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día. Jorge Barraca Mairal
161. Cómo envejecer con dignidad y aprovechamiento. Ignacio Berciano
162. Cuando un ser querido es bipolar. Ayuda y apoyo para usted y su pareja. Cynthia G. Last
163. Todo lo que sucede importa. Cómo orientar en el laberinto de los sentimientos. Fernando Alberca de Castro
(2ª ed.)
164. De cuentos y aliados. El cuento terapéutico. Mariana Fiksler
165. Soluciones para una vida sexual sana. Maneras sencillas de abordar y resolver los problemas sexuales
cotidianos. Dra. Janet Hall
166. Encontrar las mejores soluciones mediante Focusing. A la escucha de lo sentido en el cuerpo. Bernadette
Lamboy
167. Estrésese menos y viva más. Cómo la terapia de aceptación y compromiso puede ayudarle a vivir una vida
productiva y equilibrada. Richard Blonna
168. Cómo superar el tabaco, el alcohol y las drogas. Miguel del Nogal Tomé
169. La comunicación humana: una ventana abierta. Carlos Alemany Briz
170. Aprender de la ansiedad. La sabiduria de las emociones. Pedro Moreno (3ª ed.)
171. Comida para las emociones. Neuroalimentación para que el cerebro se sienta bien. Sandi Krstinic
172. Cuidar al enfermo. Migajas de psicología. Pedro Moreno
173. Yo te manejo, tú me manejas. El poder de las relaciones cotidianas. Pablo Población Knappe
174. Crisis, crecimiento y despertar. Claves y recursos para crecer en consciencia. Enrique Martínez Lozano (4ª
ed.)
175. Cuaderno de trabajo para el tratamiento corpomental del trastrono del trastorno de estrés postraumático
(TEPT). Programa para curar en 10 semanas las secuelas del trauma. Stanley Block y Carolyn Bryant
Block
176. El joven homosexual. Cómo comprenderle y ayudarle. José Ignacio Baile Ayensa
177. Sal de tu mente, entra en tu vida. La nueva Terapia de Aceptación y Compromiso. Steven Hayes

191
178. Palabras caballo. Fuerza vital para el día a día. Dr. Juan-Miguel Fernández-Balboa Balaguer (2ª ed.)
179. Fibromialgia, el reto se supera. Evidencias, experiencias y medios para el afrontamiento. Bruno Moioli (2ª
ed.)
180. Diseña tu vida. Atrévete a cambiar. Diana Sánchez González y Mar Mejías Gómez (2ª ed.)
181. Aprender psicología desde el cine. José Antonio Molina y Miguel del Nogal
182. Un día de terapia. Rafael Romero Rico
183. No lo dejes para mañana. Guía para superar la postergación. Pamela S. Wiegartz, Ph.D. y Levin L. y
Gyoerkoe, Psy.D
184. Yo decido. La tecnología con alma. José Luis Bimbela Pedrola (2ª ed.)
185. Aplicaciones de la asertividad. Olga Castanyer (3ª ed.)
186. Manual práctico para el tratamiento de la timidez y la ansiedad social. Técnicas demostradas para la
superación gradual del miedo. M.M. Antony, PH .D y R.P. Swinson, MD.
187. A las alfombras felices no les gusta volar. Un libro de (auto) ayuda… a los demás. Javier Vidal-Quadras.
188. Gastronomía para aprender a ser feliz. PsiCocina socioafectiva. A. Rodríguez Hernández
189. Guía clínica de comunicación en oncología. Estrategias para mantener una buena relación durante la
trayectoria de la enfermedad. Juan José Valverde, Mamen Gómez Colldefors y Agustín Navarrete Montoya
190. Ponga un psiquiatra en su vida. Manual para mejorar la salud mental en tiempos de crisis. José Carlos
Fuertes Rocañín
191. La magia de la PNL al descubierto. Byron Lewis
192. Tunea tus emociones. José Manuel Montero
193. La fuerza que tú llevas dentro. Diálogos clínicos. Antonio S. Gómez
194. El origen de la infelicidad. Reyes Adorna Castro
195. El sentido de la vida es una vida con sentido. La resiliencia. Rocío Rivero López
196. Focusing desde el corazón y hacia el corazón. Una guía para la transformación personal. Edgardo Riveros
Aedos
197. Programa Somne. Terapia psicológica integral para el insomnio: guía para el terapeuta y el paciente. Ana
María González Pinto • Carlos Javier Egea • Sara Barbeito (Coords.)
198. Poesía terapéutica. 194 ejercicios para hacer un poema cada día. Reyes Adorna Castro y Jaime Covarsí
Carbonero
199. Abre tu consciencia. José Antonio González Suárez y David González Pujana
200. Ya no tengo el alma en pena. Rosse Macpherson
201. Ahora que he decidido luchar con esperanza. Guía para vencer el apetito. José Luis López Morales y
Enrique Javier Garcés de los Fayos Ruiz
202. El juego de la vida Mediterránea. Mauro García Toro
203. 16 Ideas para vivir de manera plena. Experiencias y reflexiones de un médico de familia. Daniel Francisco
Serrano Collantes
204. Transformación emocional. Un viaje a través de la escritura terapéutica. Noelia Mendive Moreno
205. Acompañar en el duelo. De la ausencia de significado al significado de la ausencia. Manuel Nevado, José
González
206. Quiero aprender… a conocerme. Olga Cañizares, Domingo Delgado
207. Quiero aprender cómo funciona mi cerebro emocional. Iván Ballesteros

SERIE MAIOR
1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática. Luciano Sandrin (11ª ed.)
2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. Stanley Keleman (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. André Lapierre
4. Psicodrama. Teoría y práctica. José Agustín Ramírez (3ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. Carlos Alemany (ed.) (13ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. José Agustín Ramírez
7. Crecer bebiendo del propio pozo. Taller de crecimiento personal. Carlos Rafael Cabarrús, S.J (12ª ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. Carolyn J. Braddock
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. Juan Masiá Clavel
10. Vivencias desde el Enneagrama. Maite Melendo (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La dependencia sumisa. Dorothy May

192
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. Carlos Rafael Cabarrús
(5ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una convivencia
más inteligente. Eusebio López. (2ª ed.)
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. José María Toro
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. Carlos Domínguez Morano (2ª ed.)
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales,
cognitivos y emocionales. Ana Gimeno-Bayón y Ramón Rosal
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. Eugene T. Gendlin (2ª ed.)
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. Chris L. Kleinke
19. El valor terapéutico del humor. Ángel Rz. Idígoras (Ed.) (3ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. Ron Dalrymple, Ph.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. José Mª Porta Tovar
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. Bruce M. Hyman y
Cherry Pedrick
23. La comunidad terapéutica y las adicciones. Teoría, modelo y método. George De Leon
24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. Waleed A. Salameh y William F. Fry
25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. Howard Kassinove y
Raymond Chip Tafrate
26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. José L. Trechera
27. Cuerpo, cultura y educación. Jordi Planella Ribera
28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. Doni Tamblyn
29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. Ángeles Martín (11ª ed.)
30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de
Liderar, Influenciar y Motivar. Nick Owen
31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes. Paul
Stallard
32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. Pablo Rodríguez Correa
33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. Pepa Horno Goicoechea (2ª ed.)
34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia Sonia
Vaccaro - Consuelo Barea Payueta.
35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. Olga Castanyer (Coord.); Pepa Horno, Antonio
Escudero e Inés Monjas
36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. Miguel del Nogal (2ª ed.)
37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. Ángeles Martín (2ª ed.)
38. Medicina y terapia de la risa. Manual. Ramón Mora Ripoll
39. La dependencia del alcohol. Un camino de crecimiento. Thomas Wallenhorst
40. El arte de saber alimentarte. Desde la ciencia de la nutrición al arte de la alimentación. Karmelo Bizkarra
41. Vivir con plena atención. De la aceptación a la presencia. Vicente Simón (2ª ed.)
42. Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido. José Carlos Bermejo
43. Más allá de la Empatía. Una Terapia de Contacto-en-la-Relación. Richard G. Erskine - Janet P. Moursund -
Rebecca L. Trautmann
44. El oficio que habitamos. Testimonios y reflexiones de terapeutas gestálticas. Ángeles Martín (Ed.)
45. El amor vanidoso. Cómo fracasan las relaciones narcisistas. Bärbel Wardetzki
46. Diccionario de técnicas mentales. Las mejores técnicas de la A a la Z. Claudia Bender - Michael Draksal
47. Humanizar la asistencia sanitaria. Aproximación al concepto. José Carlos Bermejo (2ª ed.)
48. Herramientas de coaching ejecutivo. Francisco Yuste (2ª ed.)
49. La vocación y formación del psicólogo clínico. Aquilino Polaino-Lorente y Gema Pérez Rojo (Coords.)
50. Detrás de la pared. Una mirada multidisciplinar acerca de los niños, niñas y adolescentes expuestos a la
violencia de género. Sofía Czalbowski (Coord.)
51. Hazte experto en inteligencia emocional. Olga Cañizares; Carmen García de Leaniz; Olga Castanyer; Iván
Ballesteros; Elena Mendoza (2ª ed.)
52. Counseling y cuidados paliativos. Esperanza Santos y José Carlos Bermejo
53. Eneagrama para terapeutas. Carmela Ruiz de la Rosa
54. Habilidades esenciales del counselling. Guía práctica y de aplicación. Sandy Magnuson y Ken Norem
55. Río, luego existo. Guía completa para curiosos, talleristas y dinamizadores de grupo. Risoterapia integrativa.

193
M. Rosa Parés y José Manuel Torres
56. Fuerzas que sanan. Constelaciones sistémicas sobre enfermedad y salud. Peter Bourquin (Ed.)
57. Herramientas de coaching: una aplicación práctica. Paco Yuste Pausa

194
Índice
Portadilla 2
Créditos 4
Dedicatoria 5
Cita 6
Presentación 7
Prólogo 11
Guía de lectura 14
¿Qué es el eneagrama? 16
Eneatipo uno 17
Abordaje terapéutico La terapia de la liviandad 18
Mecanismos de defensa 26
Patologías frecuentes 27
Coincidencias en las biografías 28
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo uno 29
Eneatipo dos 32
Abordaje terapéutico La terapia de la relación 33
Mecanismos de defensa 45
Patologías frecuentes 46
Coincidencias en las biografías 47
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo dos 48
Eneatipo tres 51
Abordaje terapéutico La terapia que retira las vendas al corazón 52
Mecanismos de defensa 60
Patologías frecuentes 61
Coincidencias en las biografías 62
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo tres 63
Eneatipo cuatro 66
Abordaje terapéutico La terapia del aquí y ahora 67
Mecanismos de defensa 79
Patologías frecuentes 80
Coincidencias en las biografías 81

195
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo cuatro 82
Eneatipo cinco 86
Abordaje terapéutico La terapia de la no-acción 87
Patologías frecuentes 96
Coincidencias en las biografías 97
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo cinco 98
Eneatipo seis 104
Abordaje terapéutico La terapia de la paciencia 105
Mecanismos de defensa 117
Patologías frecuentes 118
Coincidencias en las biografías 119
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo seis 120
Eneatipo siete 125
Abordaje terapéutico La terapia de las excusas y las justificaciones 126
Mecanismos de defensa 135
Patologías frecuentes 136
Coincidencias en las biografías 137
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo siete 138
Eneatipo ocho 141
Abordaje terapéutico La terapia del contacto con la ternura 142
Mecanismos de defensa 151
Patologías frecuentes 152
Coincidencias en las biografías 153
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo ocho 154
Eneatipo nueve 157
Abordaje terapéutico La terapia del movimiento 158
Mecanismos de defensa 166
Patologías frecuentes 167
Coincidencias en las biografías 168
Testimonios Lo más terapéutico para el eneatipo nueve 169
Y para concluir 171
¿Qué es la salud? ¿Cómo se alcanza? 171
¿Y qué es lo más importante para mí, como terapeuta, cuando trabajo con el
172
eneagrama?

196
Bibliografía 173
Acerca de la autora 174
Otros libros 175
¿Tratar la mente o tratar el cerebro? 176
Abre tu consciencia 178
Sentarse juntos 180
Focusing desde el corazón y hacia el corazón 182
Mindfulness y psicoterapia 184
La magia de la PNL al descubierto 186
Colección Serendipity 188

197

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