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Montevideana VI - Fontana-Roman PDF
Montevideana VI - Fontana-Roman PDF
I hope never to see anything so horrible again as this. I was just thinking how it
will disgust any lady, when I looked round and saw a lady on horseback, just
behind me, riding along the beach to the town; her handkerchief was up to her
nose, but her eyes were fixed on the matadero, which she seemed to think very
interesting, as her horse was walking very slowly. (Mansfield 147, itálicas del
original)
Cosas raras
En agosto de 1845, desde Valparaíso, Juan María Gutiérrez le escribe a Juan Bautista
Alberdi, exiliado en Santiago de Chile:
Abattoirs y slaughterhouses
Los libros de viajeros y, poco después, las guías de viaje y turísticas ofrecían un orden y
un sistema de jerarquías orientadores de la mirada. Una de esas guías es la exitosa
Travels on the continent written for the use and particular information of travellers,
escrita por la dramaturga, poeta y viajera inglesa Mariana Starke, que en 1820 dio a
conocer la casa editorial de John Murray de Londres. El largo capítulo dedicado a París
enumera “the most prominent improvements made during the last reign” y, entre ellos,
destaca “the five Slaughter-houses, called Abattoirs, magnificent in themselves, and
particularly beneficial” (5). Entusiasmada, Starke no duda en afirmar que uno de ellos
no es menos “magnificent” que los edificios construidos por los romanos para beneficio
de la salud en la antigua capital del mundo civilizado. Años más tarde, en una nueva
edición corregida y aumentada, vuelve a ponderar las dimensiones de los modernos
abattoirs parisinos y agrega una nota al pie donde señala:
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Véase, por ejemplo, la descripción del mercado de Smithfield en Oliver Twist (1837-1839) y de las
calles en tiempos previos a la instauración de los slaughterhouses ingleses en Great Expectations (1860-
1861), o Men´s Wives (1852) de William P. Thackeray.
2
“The dissecting room and the slaughterhouse furnished many of my materials”, afirma el Dr. Victor
Frankenstein en la novela.
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Mataderos
Contra lo que podría anticiparse, en el Río de la Plata la situación no era ni más caótica
ni más degradada que la de Gran Bretaña. O quizás, habría que precisar, ofrecía pocos
puntos de comparación respecto de aquella. La palabra “mataderos”, castiza y de
antigua data (figura con el sentido actual en todas las ediciones del diccionario de la
Real Academia Española, desde 1734), ponía a los establecimientos porteños lejos del
eufemismo. En Buenos Aires, las medidas tendientes a la expropiación de la matanza
privada de animales habían comenzado tempranamente, durante el último cuarto del
siglo XVIII, con la creación de cuatro mataderos. Tres de ellos subsistirán durante el
siglo XIX: el del Norte o Recoleta, el del Sur o Santo Domingo y el del centro o
Caricaburu. Esta temprana regulación estatal supone medidas sanitarias, económicas e
impositivas, que marcan cómo esta actividad articulaba el lugar del Río de la Plata en el
intercambio económico con Europa. En este mismo sentido avanzan, hacia los primeros
años de la década de 1820, las iniciativas rivadavianas. Al igual que los saladeros, los
mataderos eran espacios que estaban nominalmente bajo jurisdicción estatal, pero que
hasta bien entrado el siglo XIX conservaron “una precaria formalización de lugares,
materializados a través de elementos que no han perdido su directa referencia natural y
que manifiestan ostensiblemente su pobreza” (Aliata y Silvestri 27).
Dada la diferente situación en Francia, Gran Bretaña y el Río de la Plata cabría
postular que, ante el matadero pampeano, los viajeros ingleses ni ejercían una
“deliberada indulgencia” (al decir de Aliata, 210) ni registraban una “anomalía” urbana,
en términos de “defectuosa forma de asimilación al paradigma de civilización
representado por la ciudad europea” (Prieto 39). En todo caso, debe leerse en estas
zonas de los textos de los viajeros algo más complejo: la dificultosa superposición entre
sus imaginarios de origen (que incluyen tanto sus ideas previas acerca de América como
sobre sus puntos de partida) y la percepción de algo que, sin duda, obedece a otro
paradigma.
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Al menos, esta parece haber sido la percepción generalizada por parte de los británicos, desde mediados
del siglo XIX. Véase en el mismo sentido MacLachlan 2007 (228).
4
Este autor demuestra, además, que solo a partir de este momento se produce una rápida caída del número
de establecimientos privados. En 1897 eran 455 (MacLachlan 2007, 247).
5
“charcos de sangre”, to slop significa “derramar”), único indicio de las tareas realizadas.
Recién entonces narra los trabajos que conducen a esos efectos. Por la mañana, apenas
suena el reloj de la Recoleta, hombres que hasta ese momento estaban en la más
absoluta inmovilidad suscitan “in a very few seconds (…) a scene of apparent confusion
which it is quite imposible to describe” (34). A continuación Head, por supuesto,
describe esa escena, consignando la batalla en la que se traban hombres y bestias, y
destacando la velocidad y la fiereza con la que todos disputan. No se cuenta la
ulterioridad de esa lucha: su utilidad para la provisión de la ciudad. No hay siquiera,
curiosamente, alusión alguna al momento de la muerte de los animales: solo al entrevero
de la lucha. Acaso porque es eso lo particularmente exótico para un inglés, y no la
muerte del animal. Acaso porque dejar algo de la escena en sombras, para que sea el
lector quien lo intuya, es una de las lecciones de escritura que aprende Head en el
matadero porteño. En medio de esa escena, que confiesa haber presenciado más de una
vez, se instala el viajero: “I was more than once in the middle of this odd scene, and was
really sometimes obliged to gallop for my life, without exactly knowing where to go,
for it was often Scylla and Charybdis” (35). La escena, en definitiva, es la de una
coreografía violenta y peligrosa, pero también sistemática: pero ni esa violencia ni ese
sistema tienen, para el viajero, explicación.
En los relatos de Essex Vidal y de Head puede leerse, en suma, el entramado de
dos operaciones: la actualización del previsible pintoresquismo exotista vinculado a lo
americano e, interfiriendo con esto, la descripción de una tarea nítida, maquínica, eficaz,
sistemática, que obliga al escritor viajero a forzar el lenguaje, porque para describirla
cuenta con un menor caudal de recursos. Poner en serie los textos de los viajeros con las
representaciones, discusiones e intervenciones materiales que supone el problema de la
provisión de carne para las ciudades europeas permite advertir en sus textos otro tipo de
asombro. Allí donde van a buscar la quintaesencia de lo bárbaro, los viajeros, claro, la
encuentran. Pero antes de precipitarse a definir el objeto de esta mirada como
“precultural”, habría que notar que encuentran también algo más, algo que entra en
conflicto con esa adscripción del matadero al paradigma de lo atrasado. Eso que
también desborda el matadero, ese excedente, es la percepción de un sistema que, para
los ingleses, estaba lejos de la anarquía con que en las calles de Londres se practicaban
la matanza y el faenamiento.
Nombrar
El deseo de darle nombre a lo nuevo y, así, hacerlo visible para el lector, es una
constante en la escritura de viaje. La dificultad de estos viajeros para nombrar el espacio
del matadero evidencia las vacilaciones e incertidumbres a las que los enfrentaba ese
espacio (algo que no habría ocurrido si el matadero hubiese sido simplemente una
imagen degradada de una plenitud europea). Essex Vidal toma el nombre local –
“matadero del sud”– y aclara: “public butcheries” (y no, repárese en el detalle,
slaughterhouse). Head, que había estado en Francia hasta 1818, y posiblemente conocía
el término abbatoir, no lo usa. Por supuesto: no es ese monumento arquitectónico lo que
ve. Pero, significativamente, no usa tampoco el término slaughterhouse. Para Head el
matadero es “the place where the cattle were killed”, vale decir, una descripción
definida: un espacio denotado por su función, en el que parece no reconocer prácticas y
usos cotidianos ingleses. Su oído atento a los decires porteños produce una hipálage
elocuente de la relación entre la tarea y quien la ejecuta: llama “mataderos” a los
“matarifes”.
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Autorías
Veinticinco años más tarde, Gutiérrez vuelve a pensar en el matadero como símbolo y
cifra de la historia argentina, aunque con una intencionalidad muy diferente de la que
manifestaba en aquella correspondencia. En 1871 Gutiérrez está trabajando (junto con el
editor Carlos Casavalle) en la preparación de las Obras completas de su amigo Esteban
Echeverría, que había muerto en Montevideo en 1851. Los cinco tomos de estas Obras
se publicarán entre 1871 y 1874. El primer adelanto de esta empresa editorial será la
publicación de “El matadero” –un texto hasta entonces inédito- en el primer número de
la Revista del Río de la Plata, dirigida por el mismo Gutiérrez, junto con Andrés Lamas
y Vicente Fidel López.7
Que Gutiérrez publique un texto como “El matadero”, en el que la República
Argentina es una charca de sangre, no implica sin embargo una reconciliación con la
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Usamos el adjetivo “siniestro” en el preciso sentido con que lo define Sigmund Freud (1919).
En relación con este elemento siniestro, sirve poner en relación la representación del matadero por parte
de los viajeros ingleses con una cuestión vinculada: las descripciones que en esos mismos libros se hace
de la dieta rioplatense. Al respecto, Aaron Landau sugiere lo siguiente: “British travel writing about the
Rio de la Plata region in the decades following the 1806-1807 invasions of Buenos Aires and Montevideo
features regular descriptions of local foods that, unlike descriptions of food in other remote places in the
world, would have suggested to sedentary readers in England not so much the exotic and outlandish
“otherness” of the region as its being a sort of wild replica of home, a kind of a distorting mirror image, as
it were, of England’s own distinctive domesticity” (Landau, 167).
7
El texto de “El matadero” fue publicado, encabezado por una “advertencia” de Juan María Gutiérrez, en
el n. 4 del tomo I de la Revista del Río de la Plata, periódico mensual de historia y literatura de América
(Imprenta y Librería de Mayo de Carlos Casavalle 1871; pp. 556-585).
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mirada extranjera que había impugnado en 1845. Tampoco una paradoja biográfica, ni
un gesto de cinismo. Y esto porque la decisión de dar a conocer “El Matadero” en la
Revista del Río de la Plata distancia al texto de Echeverría de cualquiera de sus posibles
fuentes, inspiraciones o intertextos ingleses, o de cualquier otro origen. La “Nota
crítica” de Gutiérrez que antecede a esa primera publicación del relato lo convierte en
un texto único, singular, programáticamente romántico. Gutiérrez evita –es absurdo
pensar que las desconocía– toda referencia intertextual, y prefiere urdir una mirada y
voz solitarias, heroicas: Echeverría es quien puede ver y se anima a denunciar el “foco”
de la política de Rosas. Esto se refuerza porque Gutiérrez deja entrever que “El
matadero” es testimonio de una experiencia personal (“La casualidad y la desgracia
pusieron ante los ojos de Echeverría aquel lugar sui generis de nuestros suburbios donde
se mataban las reses para el consumo del mercado”, sostiene (559)) y no de una
experiencia de lectura (“La escena del ´salvaje unitario´ en poder del ´Juez del
matadero´ y de sus satélites, no es una invención sino una realidad”, asegura (561)).
La operación de Gutiérrez fue lo suficientemente audaz como para que la crítica
se haya interrogado sobre ella. Prieto ha conjeturado que al momento de escribir su
confesión a Alberdi –“escribí sobre Facundo sin leerlo (…) la República Argentina no
es charca de sangre”– Gutiérrez tenía “en mente” el manuscrito de “El matadero”
(Prieto 144). Un artículo de 1993, firmado por Emilio Carilla, ofrece una versión
opuesta. En base a la consideración de otras ediciones al cuidado de Gutiérrez, en las
que éste retocó, corrigió, y editó sin muchos escrúpulos, Carilla desliza la posibilidad de
que “El matadero” sea una suerte de bricollage realizado por Gutiérrez a partir de
borradores dispersos de Echeverría. Carilla argumenta que no hay indicios seguros de
que “El Matadero” haya sido escrito antes de la muerte de Echeverría (obviamente, la
datación de que la historia ocurre hacia “183…” se vincula, obviamente, con la diégesis,
y no con la enunciación) ni tampoco menciones a este relato ni de Echeverría ni de sus
corresponsales en las cartas que se conservan (47-48, n. 19). Aunque no llega a
afirmarlo, Carilla sugiere que el manuscrito, simplemente, nunca existió.
Avancemos sobre esta hipótesis: Gutiérrez como autor de “El Matadero”,
armando un relato “terminado” con borradores dispersos, corregidos y completados por
él. Y también, por qué no, con las claves que le proveen su conocimiento de la literatura
y la cultura argentinas, y su memoria de una vasta biblioteca, en la cual los textos de
viajeros han ocupado un lugar significativo. “El matadero” devendría así un texto en
colaboración diferida, escrito entre dos amigos, un crítico y un fantasma. En la “Nota
crítica”, el énfasis en el trazo vacilante del manuscrito de Echeverría no sería entonces
“prueba” de su existencia sino, por el contrario, “detalle” significativo que
verosimilizaría ese quimérico objeto.
La hipótesis importa menos en términos de atribución o propiedad intelectual
que de ficción crítica que solicita volver a pensar ese texto fundamental, y a reformular
las preguntas que ha suscitado a lo largo del siglo XX: ¿por qué permaneció inédito?
¿Cómo evaluar su andadura precaria, informe, dubitativa? ¿Es un relato romántico, o un
profético precursor del realismo local, más verosímil hacia 1870? ¿Se trata de un cuadro
de costumbres fallido o de un cuento que halla su rumbo a mitad de camino? ¿Cómo
explicar el pasaje de la sátira inicial a la alegoría explícita que lo clausura? (Jitrik) ¿De
dónde surgen esas voces plebeyas e irreverentes que conviven con cuerpos desnudos e
“inmundicias”? (Piglia, Iglesia) ¿Quién es el autor de los puntos suspensivos que
censuran los términos procaces? (Amante) ¿Se puede pensar este texto como clave del
“libro liberal” y como “metáfora mayor” para leer la cultura argentina del 37 en
adelante, desentendiéndose de sus condiciones materiales de circulación? (Viñas) ¿Hay
que buscar en él uno de los orígenes, el más secreto, de la ficción argentina, o bien
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habría que pensar que hacia 1870 sí es posible no sólo publicar ficciones sino, ante todo,
escribirlas? (Piglia)
De algún modo, al publicar el relato de Echeverría, Gutiérrez replica el gesto de
la dama que, en la cita del viajero Charles Mansfield que abre este trabajo, no puede
dejar de mirar, aunque siga sosteniendo el pañuelo –que, púdico, ofrece también al
lector– contra su nariz. Quien en 1845 y en privado había renegado de las
representaciones de la República Argentina que habían acuñado los viajeros, en 1871
realiza una intervención pública que, deliberadamente o no, borra el anclaje en esas
representaciones que “El matadero” podía tener. Pero, al mismo tiempo, pone a circular
esas imágenes y las actualiza. Al hacerlo, Gutiérrez las nacionaliza y las incorpora a la
cultura argentina como propias. “El matadero” de Echeverría y Gutiérrez puede,
entonces, completar el viaje: se convierte en signo diferencial de la cultura argentina
ante otras literaturas nacionales. De ahí en más, esas imágenes volverán una y otra vez,
no sólo en la crítica sino, con distintas reescrituras, en la literatura, en la plástica y aun
en el cine argentinos. Basta pensar que, casi un siglo después, Rodolfo Walsh reescribe
“El matadero” en una nota para Panorama (1967) que lleva ese mismo título, y en la
que propone al “hombre del centro” dejar de lado sus temores y acercarse “al hombre de
cuchillo del suburbio”. Por esos mismos años, en una versión menos conciliadora,
Carlos Alonso ilustra la obra de Esteban Echeverría (1966) devolviéndole la carga
grotesca y desmesurada, y Fernando Solanas y Octavio Getino, en la primera parte de
La hora de los hornos (1968), yuxtaponen eisensteinianamente imágenes de un
matadero porteño extraídas del documental Faena (H. Ríos, 1960) con otras de origen
publicitario que refieren al consumo suntuario de productos importados, para señalar
con contundencia la dependencia y el neocolonialismo que el film denuncia.
Miradas sobre miradas: este pequeño muestreo de los relatos e imágenes que
suscitó el matadero rioplatense luego de –y gracias a– la versión de Echeverría-
Gutiérrez prueba su carácter de clásico, considerando como tal a aquellos textos
virtualmente “inagotables”. También, en cada una de esas reescrituras de “El matadero”,
y en las que sigue y seguirá suscitando, relumbra, aquí y allá, todo aquello que aun
inquieta en los textos de los viajeros al Plata: el asombro ante lo que resulta horrible y
fascinante a la vez, y el riesgo y el esfuerzo por contar lo que está al borde de no poder
ser dicho.
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Obras citadas
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Monthly Magazine, Londres: R. Phillips, 1820; p. 454.
Amante, Adriana “La crítica como proyecto. Juan María Gutiérrez”. Jitrik, Noé (dir. de
la obra) y Schvartzman, Julio (dir. del volumen), Historia Crítica de la Literatura
Argentina. 2 “La lucha de los lenguajes”. Buenos Aires: Emecé, 2003; pp. 487-515.
Beaumont, John A. Barber. Travels in Buenos Ayres, and the Adjacent Provinces of the
Rio de la Plata: With Observations, Intended for the Use of Persons who Contemplate
Emigrating to that Country; Or, Embarking Capital in Its Affairs. Londres: J. Ridgway,
1828.
Campbell Scarlett, Peter. South America and the Pacific: Comprising a Journey Across
the Pampas and the Andes, from Buenos Ayres to Valparaiso, Lima, and Panama; with
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Carilla, Emilio, “Juan María Gutiérrez y El matadero”. Thesaurus. XLVIII, 1, 1993; pp.
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Command of Capt. Fitz Roy (2d edition). Londres: John Murray, 1845.
D´Orbigny, Alcide, Voyage pittoresque dans les deux Amériques, résumé général de
tous les voyages de Coloms [and others]: résumé général de tous les voyages de
Colomb, Las-Casas. Paris: L. Tenré, 1836.
Essex Vidal, Emeric. Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Monte Video:
Consisting of Twenty-four Views: Accompanied with Descriptions of the Scenery, and of
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Londres: R. Ackermann, 1820.
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Fitz Roy, Robert N. Narrative of the surveying voyages of His Majesty's Ships
Adventure and Beagle between the years 1826 and 1836, describing their examination
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England: Home and Abroad, 1780-1860.Cambridge: Cambridge Scholars Publishing,
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1853. Cambridge: MacMillan, 1856.
Morales, Ernesto. Epistolario de Juan María Gutiérrez. Buenos Aires: Instituto cultural
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Robertson, John Parish and William Parish Robertson. Four Years in Paraguay:
Comprising an Account of that Republic under the Government of the Dictator Francia.
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Starke, Mariana. Travels on the Continent, written for the particular use and
information of Travellers. Londres: John Murray, 1820.
-------------------- . Travels in Europe between the years 1824 and 1828; adapted to the
use of travellers; and comprising an historical account of Sicily, with a guide for
strangers in that island. Livorno: Glauco Masi, [1828] 1833, 2 vols.
Thornbury, Walter. “The Metropolitan Meat-Market”. Old and New London: Volume 2
1878. URL: http://www.british-history.ac.uk/report.aspx?compid=45117 Fecha de
consulta: 31 de mayo de 2009.
Young Lee, Paula (ed), “Introduction: Housing Slaughter”. Meat, Modernity, and the
Rise of the Slaughterhouse. New Hampshire: University Press of New England, 2008;
pp. 1-12.