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Martha Kornblith. Nace en Lima, Perú, en 1959.

De padres judíos. A los once años está definitivamente radicada en Caracas.

Llegué a San Bernardino, (Caracas) con once años. Terminé viviendo en un competitivo
snobby ambiente que valora mucho el dinero y desestimó mucho los valores interiores. Eso
fue muy duro.

A los nueve años lee La Mil y una Noches, luego, llega Julio Verne, después memoriza el
poema que Ernesto Cardenal le escribe a Marilyn Monroe…. Quizás allí comienza todo.

Los estudios básicos y secundarios los realiza en el Colegio Moral y Luces “Herlz Bialik”,
en San Bernardino. Caracas.

Estudia Comunicación Social, en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

–1982. Año fatídico para la joven Martha, a los 23 años, le es diagnosticada esquizofrenia,
y es internada en una prestigiosa clínica de Caracas de la que sale al poco tiempo. Esta
noticia abrumadora, tiene una dolorosa repercusión en la memoria de vida de la poeta: lo
inalcanzable, la cura.

–1989. Siete años más tarde, varias pérdidas en su vida, entre ellas la muerte de su madre,
la sumen en una fuerte depresión que conlleva un renuevo de su enfermedad.

A pesar de ello, su pasantía para graduarse la realiza en la redacción del periódico semanal
Nuevo Mundo Israelita; y ese mismo año, presenta su hermosa tesis Periodismo Creativo,
para optar al título de Licenciada en Comunicación Social, en la UCV.

Ejerce un tiempo como comunicadora audiovisual.

Confesional, irónica, desviste las relaciones humanas más allá de las caretas públicas y
privadas. Apasionado, singular, es ese su yo huérfano de la buena salud. Sus poemas son
una autobiografía poética, un tormento poético conducido a través de las miserias
humanas. De un espíritu exquisito, cincelado en el sufrimiento de estar consciente de la
fatalidad de la vida.

Por eso me volví poeta


porque pasa lento el tiempo en soledad

Admiradora de la obra del pintor holandés Vincent Van Gogh y lectora de sus cartas a su
hermano Theo:

Yo, que hoy he fallecido algo


y sólo observo, quizás como Van Gogh
me suicidaré para no tener que morir

El poeta suicida deja rastros de su muerte en su obra.


Miguel Marcotrigiano

Laconismo e inteligencia analítica.

Dios no está, no existe, los poemas de Martha son reprensiones a un Dios que sucumbe
mientras ella vive.

No he cambiado de forma
sólo le he dado un nuevo destino a las palabras.
Te sorprenderás de esta manera de darme
estoy harta de esta manía de suicidarme
en cada verso en cada ocaso
quizás sea así
probablemente la partida

No asoma un instante el consuelo en sus versos:

Desde entonces
Dios es alguien
que resurge de esos garabatos
para no saber
que aún hay seres.

El dios ausente de Kornblith uno de mis pocos credos.


Yolanda Pantin.

Un año vive en un kibutz, una granja agrícola en Israel y regresa nuevamente a Venezuela.

Se forma en los talleres de poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo


Gallegos (CELARG) y en los talleres literarios que dictan Ida Gramko y Armando Rojas
Guardia.

–1990. Rafael Arráiz Lucca, dicta un taller de poesía; de dicho taller surgirá en 1992,
Vitrales de Alejandría, donde aparecen sus primeros poemas; este libro abre el sello
editorial del grupo literario Eclepsidra.

–1990-1994. Kornblith participa del taller que dirige Rafael Arráiz Lucca, primero en las
sedes de la Galería de Arte Nacional y después en la casa de Monte Ávila Editores.

–1994. Unos jóvenes poetas venezolanos, anuncian la creación del grupo literario
Eclepsidra (E: ecléctico; Clepsidra: reloj de agua). A este grupo pertenece Martha
Kornblith, al lado de Israel Centeno, Carmen Verde Arocha, Abraham Abraham Greige,
Fernando Escorcia, Iván Crespo, Miguel Ángel de Lima, María Milagros Pérez, Luis
Gerardo Mármol, Graciela Bonnet y José Luis Ochoa.
Fueron originalmente “eclipsidrianos”, José Luis Ochoa, Luis Gerardo Mármol, Graciela
Bonnet y Martha Kornblith.
Verónica Jaffé

–1995. Oraciones para un dios ausente. Colección Las formas del fuego. Monte Ávila
Editores.

Un poemario desesperado y doloroso, donde anticipa su trágico final, un colofón escrito


desde la conciencia de su padecimiento en una forma de extrañamiento, hasta calcarlo en el
doliente espejo de los versos.

Hay poemas vengativos, el hartazgo, la inutilidad de cualquier gesto frente al destino.

Así soy: la rabia regresa con el aburrimiento

Tú eres la palabra:
mientras más me rechaza más la busco,
cuando la encuentro, puede que me acaricie o me maltrate,
se queda tan sólo por un instante, y luego se va con otra.

No esconde sus sentimientos ni la absoluta indefensión a la que la reduce su enfermedad,


ese su yo huérfano y desprotegido por la naturaleza y por un dios ausente.

¿Cómo definir ese relámpago que sigue a su escritura? ¿Acaso es fuego que huye de su
existencia para luego ser quemada en el poema?
Carmen Verde Arocha.

Resuenan en su poesía los ecos de Silvia Plath, Ana Cristina César y Anne Sexton y los
miedos de Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Miyó Vestrini.

Asume todos los derroteros que puede ofrecerle la palabra:

Me quedo mirando
la palabra,
la ruina que originó
mi primer verso,
sólo cosas
diciéndose por
siempre y nunca
más,
no habrá más talento
surgiendo en los
escombros,
sólo letras de otros
que anuncian el
desastre.
Vive Aushwitz a través de los recuerdos de sus padres, y ese Dios ausente que se repliega y
jadea ante el dolor:

Antes que la vergüenza


borrara el recuerdo de los crematorios

¿qué escribir sobre el color gris


las fotos de los cabellos,
los lentes y los cadáveres?

Eso recordé cuando iba a escribir


un poema.
No había sobre que decir

–1997. El perdedor se lo lleva todo. Fondo Editorial Pequeña Venecia.

Un poemario donde la lucidez poética tiene su término en la subjetividad; desarrollado en el


flagrante escenario de la ciudad-casino de las Vegas, con sus salas de juego, noches
interminables, alfombras, sus lujosos hoteles, sus ruletas, el espejismo de un desierto.
Aparecen en el poema, la desolación en las lujosas suites y en el interior de las limosinas,
psiquiatras trajeados de esmoquin, mujeres jóvenes que se venden, seductores de oficio y
viejos croupiers con sus pases de banca.

Acodada a este paisaje de luces y ruidos, Martha Kornblith desnudó las calles y nadó entre
fichas y sudores, alcobas de hotel y trozos de chocolate para regresar a aquella niñez nada
advertida.
Alberto Hernández

Aquí hay gigolós


apostados a la ruleta
y en el fondo un poeta ilustre
jugando a los dados ebrio en su sangre

A través de los poemas de este poemario, ella compara y se aturde desprevenida, con aguda
percepción social, de la realidad caótica que vive Venezuela. Aumenta su resonancia,
adquiere la envergadura de un nuevo descubrimiento. Nos muestra la riqueza en pocas
manos, la violencia criminal y política que vive Caracas. Durante el mandato de Carlos
Andrés Pérez, el 27 de febrero de 1989, se produce el Caracazo con más de dos mil civiles
muertos y dos intentos de golpe de estado en 1992; estos hechos impactan su sensibilidad y
asumen estas tragedias su lugar en la imaginación de Martha, así lo refleja en sus poemas.
Al leerlos, nos damos cuenta que ella no pudo ajustarse a la delirante y violenta ciudad de
Caracas en ese tiempo.

Voy a ser una mujer en un


País en guerra
Pensando en ti
Habitualmente
-Sola-

–1997. Sesión de endodoncia. Grupo Editorial Eclepsidra. Caracas.

Martha escribe en este poemario sobre el mito y la inminencia del suicidio al no tener
realmente nada que perder y por ello, nada que temer.

Uno de sus últimos poemas después de leer los poemas sobre la melancolía de la filósofa y
poeta búlgara Julia Kristeva:

Es Martes
leo a Kristeva:
(“la melancolía es estéril
si ella no deviene en poema”)

Es Martes
leo a Kristeva:
(“Habito la cripta
secreta de un dolor
sin palabras”)

Es Martes
y leo a Kristeva:
“La melancolía es
una perversión,
a nosotros nos toca
conducirla hasta las
palabras y la vida.”

En un poema que escribe a su madre ya fallecida:

me convertí
en poeta
que es lo mismo decir
en poeta suicida

Cuando uno sabe que el poeta es suicida, ya el acercamiento a sus libros es un prejuicio.
Miguel Marcotrigiano

–1997. Muere por voluntad propia, el jueves 29 de junio de 1997, en Caracas, Venezuela.
Deja tras de sí, un libro y numerosos poemas desperdigados en revistas literarias y algunas
antologías.

A veces
es preciso
volver a los recuerdos
para anular la memoria,
aniquilar vestigios,
otras vidas,
saludar viejos lazos,
decapitar antiguos papeles,
zozobrar de nuevo,
para que vuelvan a decir
y no tener,
no poseer nada.

La esquela sobre la noticia de su muerte, finaliza con unos versos suyos.

No habría sobre que decir,


salvo las tertulias del hambre
la imposibilidad de abstraer.
Había que andar
con el lápiz bien afilado.
Y escribir:
no escribas poesía
ni envidies la seda de las sinagogas.
Lo digo hoy
hastiada de miedo.

-2016. Martha KORNBLITH. Obra Completa. Editorial Eclepsidra. Con prólogo de


Carmen Arocha, un estudio preliminar de Dina Saraceni y un epílogo de Rafael Arráiz
Lucca.

Oraciones para un dios ausente (1995), El perdedor se lo lleva todo (1997) y Sesión de
endodoncia (1997), estos dos últimos, ediciones póstumas. Textos de títulos dramáticos y
extraños, en los que la autora reunió aquellos objetos que más amó y que fueron el motivo
de su existencia: los poemas que escribió, las palabras que no pronunció, pero que organizó
en composiciones que constituyeron su presente, ese tiempo vital que fue el único que
reconoció, luego de desechar el pasado y de clausurar las opciones para el futuro.
La poeta explora el proceso de su escritura, una y otra vez, para comprender que
sólo ahí puede fundar un espacio en el que todo lo hasta entonces inexpresable adquiera
cuerpo mediante la palabra.

Hoy termino de aprender

que no hace falta

sólo un íntimo comienzo,

la palabra conclusiva

que lo vincule
y lo enlace todo,

que para escribir un poema

(dulce y ahito recodo)

hace falta fundar

en las estrofas

un lugar donde permanezcan

nuestros silencios

En un logrado y escalofriante dominio del lenguaje poético y de su composición


firme y segura, entremezcla los elementos que representan la cotidianidad del poema con
aquellos que remiten a la cotidianidad del suicidio, un proceso que se constituye en hilo
central de muchos de los textos que leemos, sobrecogidos.
Con su mirada fría e irónica habla también de los poemas sobre las infancias, a los
cuales desecha, me imagino que sin parpadear siquiera, para luego abocarse a fondo,
crudamente, a la exploración del mundo de una clínica psiquiátrica, en el lúcido y
alucinante poema titulado “Clínica Monserrat”.
Martha Kornblith va analizando también el vínculo entre sueño y poema, siempre en
función del proceso de creación de este último. Y llega a una dramática conclusión: son los
poemas los que han de vivir, no la poeta. El valor más grande para ella es ser como el hilo
de una metáfora y sostener la fe en la escritura. Martha Kornblith era una persona muy
culta. Nada es casual en sus poemas, nada surge ahí de una manera inconsciente o
irreflexiva.

Connota el mundo que ella narra por medio de su poesía, un universo falso,
automatizado, corrupto, prostituido, cursi, sin valores y vacío. Su libro (El perdedor se lo
lleva todo) no es una sumatoria de poemas, sino un texto orgánico, estructurado con mano
firme y una lograda composición, por medio de la cual la autora pone en escena un mundo
erigido sobre el desierto, la locura social materializada, endogámica, autosuficiente y
encerrada en sí misma. La poeta lo ve desde afuera, con su mirada inquisitiva, capta tanto
su esencia como sus detalles, y con todo ello su coherente universo, que habla de la locura
del otro, de la sociedad que así se manifiesta.

Constata que ahí (internada en el psiquiátrico) nacen sus mejores metáforas y


afirma, rotunda y audaz, que es el delirio lo que le permite sobrevivir en ese lugar. Sin
embargo, ni siquiera en los momentos más dramáticos ella pierde una visión equilibrada
sobre este otro mundo construido por la sociedad, y reivindica algunos aspectos que
considera valiosos de la Clínica Monserrat.

A lo largo de su obra se explora la alienación del alienado, en sus dos acepciones.


La alienación como dependencia, sujeción a otros, extrañamiento del propio ser y
cosificación en manos de sujetos que convierten al individuo en objeto; y la alienación
como locura, también como extrañamiento de sí mismo, aunque en otro sentido. La poeta
combina sabiamente las dos acepciones, deconstruyendo, sin necesidad de recurrir a
Foucault, la relación de la llamada locura con el sistema social, mostrando la cruel
condición resultante. De ahí nace su convicción de que la locura está agazapada en todas
partes. El haber sido capaz de darle forma a la locura, algo que de por sí carece de forma, el
coraje y el talento de materializarla en palabras, le otorga un excepcional valor a estos
textos. Así es capaz de decirlo la poeta en El perdedor se lo lleva todo.

Es en Sesión de endodoncia, ya citado, en el que la hablante lírica constata, cruda y


escuetamente, en brillante poesía, que ha perdido tanto lo objetivo como lo subjetivo:
Hoy

se me ha perdido el mundo.

Es a mi propio extravío

lo que busco

Y entonces hace su aparición la tenue y frágil condición que separa de la locura,


aquello que ya se venía anunciando desde Oraciones para un dios ausente. Ahí comenzó
ella a buscar la palabra que salva de la locura, ahí apeló a Van Gogh, con quien compartía
el don creador y la locura autoagresiva, haciendo referencia al acto famoso de la oreja
cortada. Y ahí nos habló del horror del manicomio, aquel en el que estuvo el gran pintor, al
mismo tiempo que rememora el manicomio de la esquina que veía en la infancia. Nos habla
de la seducción que sentía por ciertos locos famosos, todo lo cual confluye en uno de los
poemas más dramáticos de todo el conjunto de los tres libros: “Clínica Monserrat”.

En Sesión de endodoncia la poeta está ya derrotada, y su condición es sumamente


trágica. Considera a su propia biografía desdeñable, y avizora un pasado autista. En
brillante juego lingüístico, oximorónico, explora el proceso de la pérdida, el cual ya se ha
cumplido, ahondando cada vez más incisivamente en su condición, aunque sigue apostando
por las palabras hasta el final, por la libre elección que ha hecho en su vida, por la única
decisión que ha tomado, la de ser poeta, un antídoto frente a la soledad, una forma de
resistencia ante el mundo que excluye, así como ante el mundo interior en desintegración,
en el cual todavía su fortaleza psíquica y su aferrarse a la lengua le permite seguir
profundizando, sin piedad y sin temor.

En Sesión de endodoncia, tan marcada por la derrota y la tristeza, se nos dice que la vida es
un lugar común, que lo es desde el momento mismo en el que se inicia, y que es ese lugar
común, y más nada, lo que exploran contínuamente los poetas. Algo constituido por la
pobreza de elementos, y también por la angustia, aunque

(…) ellos aman los buenos

vinos y las mansiones como a

los libros
El centro de su universo, aquí, abarca sólo un mínimo conjunto de palabras y a seres que no
se definen como sujetos, reducidos a apenas unos pronombres personales (tú, él, ella, yo)
que designan a sujetos indefinidos que fracasan en la comunicación.

Ella considera hablar cuando alguien se lo pide, quizás su psicoanalista, y en algún


momento nos dice que los poemas se hacen a partir de una palabra, a la cual no quiere
mencionar, por el bien del poema, pero del cual intuimos que es la palabra amor. Es la
palabra negada, tachada. En contra de la palabra se levanta el tiempo, el gran enemigo, el
fugaz instante preñado de peligros –siempre el presente -, con su amenaza sobre la cordura.
El tiempo, tal como lo percibe la hablante lírica, no es competente para medir, no es
confiable, es variable y no hay manera de asirlo.

Al mismo tiempo hay en la poeta una avidez por las horas, a las que intenta anticipar, o
dominar de otra manera, demorándolas mientras va haciendo el poema, una exitosa manera
de derrotar al tiempo. Sin embargo su dolor y su profundo pesimismo terminan por
sobreponerse e instalan su no creer en nada y su convicción de que el tiempo es mudo. el
horror y la angustia cuya presencia será ya avasallante en Sesión de endodoncia. se
desarrolla en Sesión de endodoncia, en donde todo duele, incluso el amor, incluso la vida
misma, y se instala el temor angustiante de que falten las palabras definitivamente. Hay
llanto en los poemas, y el dramático deseo de saber qué fue lo que pasó; y hay, también,
rabia contra un mundo estereotipado, así como la ilusión, el sueño de poder abrir una puerta
para ingresar de nuevo al mundo, sea éste como sea, tal como se nos dijo en “Clínica
Monserrat”. La hablante poética siente el anhelo de ser vista, amada y aceptada, pero
zozobra en la cotidianidad, naufraga en su soledad, en la carencia de sentido de la
existencia, todo lo cual está expresado de una manera muy lograda.

Vitrolero de Sabana Grande

No era precisamente
arrogancia lo que derrochaba
en esa noche de hace quince años
en la que busqué entregarme a ti
en una esquina del bulevar de
Sabana Grande.
Tú dejaste tu vitrola a la intemperie
así como unos sucios discos de los sesenta.
Caminamos
Esa noche llovía
y me ofrendaste con una bandeja
con cuatro perro calientes
algunas coca colas
allí, en Crema Paraíso
Me regalaste, un brazalete de los hippies
pero en el día de nuestra primera y última pelea
me dijiste que te devolviera,
yo ya lo había echado al cesto
(era signo de mal augurio, me dije)
Esa noche de hace quince años
te mostré unos sucios originales,
no los entendiste, hablabas en inglés,
eras trinitario.
Penetramos en la oscuridad y la intemperie
en búsqueda de un hotel
Tú rechazaste la oferta,
no sé si por pudor
o por falta de dinero
Regresamos a la acera
a recoger tu vitrola y tus discos
(algunos amigos buhoneros
lo habían hecho ya por ti)
Vitrolero de Sabana Grande
hoy, que ya no sé nada de ti,
ahora que encajo en otros trajes
y miro de reojo,
cuando hay otra gente,
otras calles que me acogen
regreso a ti en este poema
con elegancia.

De Sesión de endodoncia (1997)

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