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cómo el proceso de paz ha perpetuado y/o aumentado el conflicto en las zonas de cultivo

1. Importancia-relevancia con el origen, desarrollo y persistencia del conflicto armado.


Papel del Estado y cómo ha perpetuado la violencia

Desde el origen y formación del estado colombiano, la geografía siempre ha significado un


elemento que obstaculiza la capacidad de penetración estatal a lo largo del territorio de
nuestro país, ya sea esta una posibilidad de derechos (tales como agua, salud y/o
educación), de deberes (conciencia política del país, sufragio, etc.) o de servicios
económicos (agricultura, transporte, tierra).

Por otro lado, la construcción de este mismo estado -gracias al régimen republicano- estuvo
concentrado primordialmente en grandes ciudades como Bogotá, Medellín, Cartagena,
entre otras, razón por la cual, el resto de la región estuvo siempre desprotegida a los
intereses de particulares. De esa manera se gesta el concepto de soberanía: poder
económico y militar sobre las zonas específicas que significaban para el país ganancias sin
costos elevados.

Como respuesta a esta estructuración política, la violencia por la disputa de la tierra en


Colombia se ha mantenido. Históricamente, departamentos como Casanare, Arauca o la
misma Antioquia rural han sido espacios de disputa entre grupos al margen de la ley por el
control de las rutas de comercio ilegal. Es por ello que después de la implementación del
proceso de paz, se plantea uno de los retos más complejos que ha tenido el país: la
erradicación de droga en Colombia. 

De esta manera, el proceso de paz planteó una agenda en la que el tratamiento a los campos
y campesinos relacionados al cultivo ilícito de cualquier planta, sería sustituido por nuevas
opciones de trabajo en el marco de la legalidad. Así, se estipularon los tres pilares
fundamentales de la lucha contra el narcotráfico: Primero, la transformación de territorios
de producción ilícita a licita por medio del Programa Nacional Integral de Sustitución de
Cultivos de Uso Ilícito y Desarrollo Alternativo. Segundo, replantear el consumo de drogas
con un enfoque de salud pública más no pensarlo de manera criminal y punitiva; para ello
también se creó el Observatorio de Drogas de Colombia y el  Programa Nacional de
Intervención Integral frente al Consumo de Drogas Ilícita. Y por último, combatir al
narcotráfico.

Esto sin embargo, creó un inconveniente más grande en las zonas históricamente afectadas
por la violencia dado que al no ser controladas por los ex-guerrilleros de las FARC, pasan a
ser tomadas por otros individuos o grupos al margen de la ley. De esta manera, se
prolongaría el combate por el territorio, con tan sólo la retirada de uno de los actores -que
hasta estos años de acuerdo habían sido- principales. 

Es por lo anterior, que construir y pensar nuevas medidas de lucha contra el narcotráfico es
necesario e ineludible. Y el estado debe tomar un rumbo definitivo en este proceso, porque
hasta el momento, los resultados no demuestran las metas de la implementación de estas
políticas. El año pasado fue uno de los más duros para las zonas que estaban entendidas
como víctimas de este conflicto: “De los 281 municipios priorizados para el posconflicto,
123 fueron copados por Grupos Armados Ilegales y Grupos Armados Organizados. El ELN
se expandió en más de una treintena de municipios y el Clan del Golfo en cifras casi iguales
a las del ELN” (Ávila, 2019)

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