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De injurias, calumnias y contradicciones

Resultará complicado resaltar el bello y poco valorado oficio del periodismo en este ensayo
de incautas e insuficientes leyes que regulan el “buen proceder” de un trabajo que ya de por
si se complica en un país que se llena de amenazas, demandas y líos públicos por lo que,
desde una mirada subjetiva, un individuo considere ofensivo o no. Sin embargo, el fin de
esto no es otro que resaltar el precario sistema para defender las libertades de este quehacer
y, como no, defenderse también de él.
Empecemos por darle un vistazo a los artículos 220 y 221 del código penal colombiano. En
el primero nos encontramos con lo siguiente:  “Injuria. El que haga a otra persona
imputaciones deshonrosas, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a cincuenta y cuatro (54)
meses y multa de trece punto treinta y tres (13.33) a mil quinientos (1.500) salarios
mínimos legales mensuales vigentes.” Y en el segundo se puede leer esto: “Calumnia. El
que impute falsamente a otro una conducta típica, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a
setenta y dos (72) meses y multa de trece punto treinta y tres (13.33) a mil quinientos
(1.500) salarios mínimos legales mensuales vigentes.”
¿Qué se quiere decir? Pues bien, palabras más o palabras menos, un ciudadano en
Colombia tiene el derecho a mantener su buen nombre y si considera que este se ve
afectado podrá incurrir a la Ley y castigar a su victimario. ¿Es acaso la norma infalible y
perfectamente aplicable? Esta opinión responde con un rotundo no a esta cuestión y
teniendo en cuenta, como debe ser, ambas partes. ¿Por qué? Basta con analizar el cuerpo de
las normas y llegar a la conclusión de que son vacías, insuficientes, poco claras, ambiguas,
lastimosamente mediocres. Su composición deja abierta la definición de “imputaciones
deshonrosas” o “conducta típica” y no son claras para quien, de manera inocente, las
incumpla y por otro lado muy amplias para quien se quiera acoger a ellas.
Pero, viéndolo del lado del afectado, ¿existe justicia? ¿Es su buen nombre un concepto que
pueda mantener bajo estas normas? Hagamos memoria, un repaso incluso muy superficial
por la historia de este apartado, que si bien es cosas de dos, es cosa de todos y cuesta creer
que un caso que puede atraer muchas lupas pase bajo la superficie de un mundo cada vez
más digitalizado e inmediato, en plena era de la información y nadie se dé cuenta. Pues no
se es ignorante y mucho menos desinteresado, es que en las infinitas páginas de anécdotas
rocambolescas que tiene Colombia, en ninguna se puede encontrar una sentencia ejemplar,
como se dice, con todo el peso de la ley, acudiendo a estos artículos del código penal.
No entraremos en la discusión de si la justicia en todo su conjunto es liviana o no, esa es
otra discusión, pero sí que se puede debatir sobre lo ya dicho, la mediocridad de, no solo la
aplicación, sino de la norma en sí misma, y es que ¿quién se puede poner en los zapatos de
un juez a la hora de decidir si una persona va o no la cárcel por una injuria o una calumnia,
siendo la norma tan escasa de objetividad? La mayoría de los casos hoy en día se
solucionan con un trino satírico, una rectificación muy apegada a la norma, sin pies ni
cabeza.
Y ahora, ¿Qué puede decir un periodista cuyos derechos se ven vulnerados bajo estos
criterios? Aparece el artículo 20 de la constitución cuyo texto dice así: Artículo 20. Se
garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de
informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de
comunicación. Estos son libres y tienen responsabilidad social.
¿Cómo garantizarle el cumplimiento de este derecho a un periodista y al mismo tiempo
certificar que sus palabras no incumplan con los artículos 220 y 221? Si bien la ley es clara
al decir que debe ser información veraz e imparcial, también es serena en señalar que todos
los ciudadanos pueden difundir sus pensamientos y opiniones y ¿Quién es quien para
señalar y etiquetar la opinión personal de un individuo colombiano? El debate puede
inclinarse hacia un lado o hacia otro y lo cierto es que ambos tendrían razón y, al mismo
tiempo, ambos estarían equivocados, puesto que si nos dejamos llevar por la popular frase
“los derechos de una persona terminan cuando empiezan los de los otra”, en estos casos
¿Quién está por encima de quién? ¿Es acaso un periodista culpable solo por el hecho de ser
periodista? ¿Su derecho de expresar sus opiniones se anula al momento de escoger su
carrera?
Implícitamente el periodista sabe que carga con la responsabilidad de sus opiniones, es
cierto, sin embargo, no por eso tiene menos derechos que otro y al mismo tiempo podemos
preguntarnos si la persona que siente que lo difaman es vulnerada por el Articulo 20, pues
no existe claridad sobre las excepciones o limites que tiene un ciudadano a la hora de
expresarse, cosa que al mismo tiempo violaría ya sus derechos. La discusión es confusa y el
fin de este ensayo es exponerla, no se puede entender como un derecho tan básico es al
mismo tiempo complicado y en el cual juegan un papel muy importante la ética y la moral,
sobre todo del periodista, quien es el que siempre está obligado a recular, corriendo un
riesgo poco notorio, como lo es el de la autocensura.
Existe un problema grave de legislación y es importante hablar de ello pues las diferentes
circunstancias a lo largo de la carrera periodística presentan retos complicados a la hora de
difundir opiniones bajo el ojo crítico periodístico y expuestas al escarnio público. Por el
bien de ambas partes este debate debe resurgir y no quedar en el olvido para así llegar a
tener más claridad y sobretodo objetividad a la hora de enfrentar un proceso penal.

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