Está en la página 1de 7

ECONOMIA

Leidy Camila Ortega Fuentes


Cód. 1.093.774.325

Yaretza Gabriela vergel sanchez


1090498264

UNIVERSIDAD DE PAMPLONA
VILLA DEL ROSARIO
DERECHO
AÑO 2020
¿POR QUÉ APOYO LA DEMANDA POR UN PACTO JUSTO?

Leopoldo Fergusson

Es la lotería de la cuna, más que los esfuerzos individuales, lo que determina el destino de
los colombianos. ¿No deberían los impuestos estar diseñados para que no fuera así?

Que los impuestos cumplan los principios constitucionales es lo que busca la demanda al
Estatuto Tributario. El contrato social que efectivamente tenemos en Colombia, el que se
refleja en las cuentas del Estado, poco tiene que ver con aquel al que aspiramos en nuestra
Constitución. Por esa razón fundamental apoyé la demanda liderada por De justicia contra
nuestro Estatuto Tributario. Las críticas no tardaron en llegar. Conviene explicar las
motivaciones y refutar las principales objeciones que, argumentaré, no tienen fundamento.

¿Por qué demandar?

Que las democracias plasman en su Constitución su “contrato social”, el acuerdo colectivo


sobre el tipo de sociedad que quieren construir, es por todo conocido. Pero esa declaración
de intenciones no siempre se materializa en la práctica. Las leyes que la interpretan y
aterrizan son necesariamente imperfectas, los medios para implementarlas siempre
insuficientes, y el cumplimiento social de las normas pocas veces completo.

De hecho, las constituciones y las leyes frecuentemente reflejan más bien las carencias que
la sociedad aspira a suplir. No hay que hurgar demasiado para ilustrarlo. En Colombia, por
ejemplo, tras consagrar el derecho a la vida el siguiente derecho fundamental que lista la
Constitución indica que “nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o
penas crueles, inhumanos o degradantes.”

Si queremos encontrar, en cambio, un buen resumen del contrato social efectivamente


manifestado en la realidad, no hay mejor lugar para buscar que en la política fiscal. Allí se
define quiénes ponen más y quienes menos, y quiénes son más o menos protegidos con los
frutos de esos aportes.

Pues bien, la política fiscal colombiana tiene muchos problemas. Pero uno que sobresale es
la falta de progresividad del régimen tributario. Es decir, quienes tienen mayor capacidad
de pago no contribuyen proporcionalmente más que quienes tienen menos. Sobre este
diagnóstico no hay grandes desacuerdos. En eso coinciden la última comisión tributaria
convocada en Colombia, varios académicos, y las organizaciones multilaterales (incluida la
OCDE, ese club de buenas prácticas al que presumimos pertenecer). De modo que no hace
falta repetir el diagnóstico.

Esa falta de progresividad es contraria a la Constitución, que establece que “el sistema
tributario se funda en los principios de equidad, eficiencia y progresividad”. Una primera
reacción podría ser que armonizar esos tres criterios no es sencillo. Por ejemplo, hay
medidas eficientes que son inequitativas o poco progresivas. Pero el sistema tributario
colombiano no es equitativo ni eficiente. Por ejemplo, como lo indicó la comisión tributaria
de 2016, las múltiples exenciones y tratamientos diferenciados mal justificados generan
ineficiencias que promueven la evasión, dificultan el recaudo, y reducen la productividad
de los impuestos (se recaudan pocos recursos para la tasa establecida). Lejos de subsanar
estos problemas, la reforma tributaria promovida por el actual gobierno los exacerbó.

Estos problemas también reducen la equidad, pues contribuyentes en condiciones similares


terminan contribuyendo a tasas muy distintas. Además de inequitativo y poco progresivo,
este sistema es ineficiente para el funcionamiento de la economía. Las inequidades en la
tributación empresarial, por ejemplo, dificultan crear buenos empleos pues parte del éxito
lo dicta, no las buenas ideas de los emprendedores, sino el acceso a recursos legales,
financieros y políticos para sacar provecho del estatuto tributario.

En resumen, el sistema tributario colombiano no es progresivo, y su regresividad no refleja


un esfuerzo por alcanzar otros principios constitucionales. La falta de progresividad es
particularmente preocupante en un país tan desigual como Colombia, pues la desigualdad
tiene implicaciones graves. Para nombrar solo la más directa: es la lotería de la cuna, más
que los esfuerzos individuales, lo que determina el destino de los colombianos.

El gobierno y el Congreso son, deben ser, y seguirán siendo los encargados de definir,
democráticamente, la política fiscal. Pero no son infalibles. Por eso las herramientas
democráticas que tenemos van más allá de nuestro derecho a elegir representantes para el
ejecutivo y legislativo. También tenemos el derecho, y el deber, de velar por el
cumplimiento de la Constitución y exigirlo por las vías que las instituciones han dispuesto
para ello. Eso, a la vez tan pomposo como sencillo, es lo que fundamenta demandar el
Estatuto Tributario.

Las críticas

La demanda ha sido criticada por varios motivos, ¡y con más pasión de la que podría
esperarse para un tema tan árido! A continuación resumo las principales críticas que,
argumentaré, no son válidas.

Algunos críticos se quejaron por poner a unos abogados a diseñar estatutos tributarios,
dejando rezagados a los economistas, quienes serían apenas mensajeros de órdenes de los
jueces. Estas críticas presumen que, de avanzar la demanda, sería la Corte quien dictaría el
Estatuto Tributario. Pero esta premisa es falsa. Como bien lo explicó Rodrigo Uprimny la
demanda no pretende que la Corte defina impuestos, sino que constate la injusticia de
nuestro pacto fiscal para lograr uno más justo. Los encargados de definir los impuestos
serían los mismos y con los procedimientos usuales. Si prospera la demanda, en un lapso de
dos años, prorrogables a cuatro, el Congreso debe debatir y adoptar un nuevo sistema
tributario progresivo.

Agregan los críticos que la Corte sí es definitiva pues las modificaciones deben seguir sus
líneas o se crearía un limbo hasta no hacerlo. Pero esta respuesta desconoce la enorme
complejidad de un sistema tributario, frente a las exigencias mínimas de la Corte. Esas
exigencias no serían otras que las que establece la Constitución: progresividad, equidad y
eficiencia. Hay casi infinitos sistemas posibles que sopesan y cumplen esos principios. Es
labor del Congreso en el debate democrático decidir qué correctivos (entre tantos posibles)
tomará para resolver un status quo que no cumple ninguno. La Corte estaría a millas de
distancia de encargarse de un diseño del sistema tributario. Sobre la preocupación de que
los economistas queden rezagados, la queja es sorprendente. Primero, porque en el
Congreso participarán economistas y muchos otros profesionales. Segundo, porque en su
discusión como siempre jugarán un papel los economistas, encabezados por el Ministro de
Hacienda y su equipo, que establece la agenda en estas materias. Y tercero, porque si algo
ha conducido a que tengamos un sistema poco progresivo es que se ha puesto muy poca, no
mucha, atención a los economistas. De haber adoptado las medidas sugeridas por la
mayoría de los economistas (para no ir más lejos, los de la última comisión tributaria), no
estaríamos violando tan flagrantemente los principios constitucionales. Así que esta podría
ser una invitación para que el Congreso, atrapado por grupos de interés en las últimas
reformas, oiga más a la sociedad en su conjunto y a los economistas en particular.

Otros críticos se preocupan porque demandar todo el Estatuto Tributario genera


incertidumbre, implica derrumbar todo (lo bueno y malo), abre la puerta cambios
continuos, y llega en un momento inoportuno. Ninguno de estos puntos es válido.

Primero, se demanda el Estatuto Tributario en su conjunto porque la Corte Constitucional


ha señalado que los principios de equidad, eficiencia y progresividad, “se predican del
sistema en su conjunto y no de un impuesto en particular”. Esto es apenas lógico pues como
se trata del balance entre muchos objetivos, mal haríamos condenando a un impuesto
específico por no cumplirlos todos simultáneamente. Por ejemplo, un país puede elegir
apoyarse en el IVA con pocas exenciones en aras de la eficiencia, pero como esto es
regresivo, complementarlo con tributación progresiva al ingreso personal para sopesar
ambos propósitos. Es entonces imposible, e indeseable, demandar partes del Estatuto sin
considerar el conjunto.

De acá no se deduce, sin embargo, que se debe derrumbar todo. La demanda no pretende
tabula rasa, y el Congreso bien podría (y debería) conservar los aspectos positivos del
sistema tributario. Tanto el sistema vigente como las propuestas que se han puesto sobre la
mesa a lo largo de los años (pero no han prosperado) son un punto de partida natural.

Los puntos anteriores demuestran además que no se genera, como indica la crítica,
incertidumbre. Por el contrario, se crea la certidumbre de que el Congreso tiene la
obligación de producir por fin un estatuto que cumpla los principios deseables. Ese estatuto,
contrario al actual, tendría la virtud de la certidumbre. Si hay una razón por la que en
Colombia hemos tenido reformas cada uno o dos años es que un sistema tan ineficiente,
inequitativo y regresivo, requiere ajustes constantes (con implicaciones, según estudios,
para el crecimiento económico). Sin ir más lejos, la última reforma plagada de exenciones
(bautizada como Ley de Desfinanciamiento por Guillermo Perry), sembró la semilla de la
siguiente. Así que los demandantes coincidimos con la crítica sobre la inconveniencia de la
incertidumbre tributaria. Pero diferimos al reconocer que incertidumbre es lo que hay
actualmente, y al considerar que la demanda lograría reducirla.
Finalmente, se dice que la demanda llega en un momento inoportuno. Opino lo contrario,
coincidiendo con colegas como Eduardo Lora y otros, por dos razones. Primero, tanto la
teoría como la historia económica indican que los momentos de crisis son propicios para
adoptar cambios fiscales difíciles, como sería el de ajustar la tributación para cumplir los
preceptos constitucionales. Segundo, si el principio de progresividad que violamos hoy
flagrantemente es urgente en un país tan desigual como Colombia, es imprescindible en un
momento como el actual que ha desnudado y exacerbado las diferencias entre quienes
tienen más y quienes tienen menos. La redistribución hace menos trágicos los dilemas a los
que nos ha enfrentado el coronavirus.

En conclusión, esta demanda no es otra cosa que un instrumento ciudadano para pedir al
Congreso que, en una discusión democrática, asegure que nuestros impuestos cumplan los
deseables principios constitucionales. Contrario a lo que dicen los críticos, la demanda no
implica que las reglas las dictarán los abogados de la Corte, ni que se derrumbará lo bueno
con lo malo, ni que aumentará la incertidumbre tributaria, ni que los economistas
pasaremos a un segundo plano. El momento, además, es oportuno.

 A partir de la lectura del artículo, ¿Por qué el autor apoya la demanda por un pacto
justo?

R/Según la lectura el autor apoya la demanda por un pacto justo basándose en que al
considerar que las democracias plasman en su constitución su “contrato social” bajo un
acuerdo colectivo en el cual se adopta un modelo social bajo el cual los habitantes de deben
regir, pero a consideración del autor dicha declaración de intenciones generalmente no se
materializa en la práctica debido a que las leyes que las interpretan y aterrizan son
necesariamente imperfectas, los medios para implementarlas resultan insuficientes y muy
pocas veces la masa social cumple con las normas establecidas.

De hecho este modelo social lo que termina resaltando son las carencias sociales que se
buscan solventar.

También resulta un tanto contradictorio que en la constitución se consagren derechos


fundamentales buscando la protección de todos los habitantes de la nación, pero dicha
protección por diferentes motivos termina cobijando solo a una porción sectorizada de la
sociedad.

Reflejándose con más claridad esta desigualdad en la política fiscal, ya que en esta se
define quienes aportan más dinero y quienes menos, quienes son más o menos protegidos
con los frutos de estos aportes. Generando muchos problemas pero el más sobresaliente es
la falta de progresividad del régimen tributario colombiano. En esta política fiscal también
se puede evidenciar según el autor que quienes tienen mayor capacidad de pago no
contribuyen proporcionalmente más que quienes tienen menos.

Esto contribuye a que la brecha de desigualdad en Colombia sea cada vez más grande, lo
que resulta injusto para los sectores menos favorecidos, dando como resultado que el
sistema tributario colombiano no sea equitativo ni eficiente, generando la evasión,
dificultando el recaudo y reduciendo la productividad de los impuestos. Lejos de dar
solución a estas problemáticas la reforma tributaria promovida por actual gobierno lo que
genero fue la agudización del problema.

Debido a esto el autor apoya la demanda de un pacto justo, porque independientemente de


las críticas de relacionar temas jurídicos con temas tributarios, la principal función de dicha
demanda es ser un instrumento para solicitar el congreso que asegure dentro de una
contextualización democrática que los impuestos de los contribuyentes cumplirán con los
principios constitucionales establecidos, además de considerar que de ninguna manera se
trata de que las reglas tributarias serán establecidas por abogados de la corte y mucho
menos se trata de que los economistas pasaran a un segundo plano, porque realmente lo que
busca la demanda de un pacto justo es la equidad social y el cumplimiento de los principios
establecidos para la política fiscal.

También podría gustarte