Me resultaba y me resulta emocionante compartir diálogos, dar clases,
donde el aprender es mutuo y cada vez más emocionante, donde el escuchar las críticas de los estudiantes a veces crudas, significa que también seremos escuchados cuando sea necesario. Era totalmente consciente que lo que me pagarían, apenas alcanzaría para comprar algunos libros, fotocopias, algún material extra, pero a pesar de ello, yo elegí. ¿Nos han preparado para educar en este mundo? ¿Acaso nos han enseñado a respetar al alumno? ¿Estamos preparados para ejercer la docencia en este mundo competitivo e injusto? Yo vengo de un hogar donde el respeto por el otro siempre fue lo primero, aprendí amar desde muy pequeña, la ternura de mi madre colmó mi vida y aprendí que el amor hacia un niño, un joven puede cambiar su vida. Por eso y a pesar de lo manifestado por mis padres en la carrera que había elegido, considerando ellos que yo podría perfectamente ser una profesional destacada en otra área que no fuera la docencia, yo elegí. Sentía la necesidad de dar todo ese amor que existe dentro de mí y compartirlo con los jóvenes y los niños, pues considero un aporte fundamental para el desarrollo de los individuos. Yo pretendía y pretendo que ellos sintieran y sientan, lo mismo que yo había experimentado con algunos de mis profesores, los cuales dejaron en mí una huella permanente que marcó parte de mi vida.
Elegí Literatura, una materia llena en sentimientos y creatividad. Transformé
mi clase en una mesa redonda donde conversamos como amigos y nos divertimos aprendiendo, una charla donde los protagonistas son ellos y no yo. Discutimos de mi materia, pero también del mundo, de la sociedad, de los cambios, de la violencia, de la droga, del sexo. Opinan libremente. Muchas veces me entero de cosas que desconozco, ellos se ríen y yo con ellos, es evidente que todos estamos aprendiendo, a pesar de leer mucho e informarme, desconozco algunas cosas de los muchachos. Nuestra clase es un placer y lo curioso es que cuando suena el timbre, llegan antes que yo a la clase. Dora cuenta que le cuesta hacerlos entrar al salón y ponerlos a tono para empezar la clase. ¡Es raro! Cuando entro me rodean como locos. Mis colegas me reprochan, manifestando la indisciplina de mi clase.
Caminaba cada vez más lento para seguir pensando en mi decisión
definitiva, la hora se acercaba y estaba llegando al edificio del Dr. Garcia. Comienzo a imaginar la gente sentada en la sala esperando. Nunca pensé entrar a una de estas oficinas, Yo, decidiré si continúo enseñando o no, de eso estoy segura y por eso voy preparando mi mente. Comencé a mirar desde el punto de vista de mis colegas, todos trabajan en varios institutos, tienen un salario pequeño, luego cuando llegamos a clase nos falta todo, desde un tablero desgastado, un proyector que no existe, no hay tizas ni marcadores, muchas veces alguno de ellos ha contado, que debió llevar empanadas, en la mañana, porque un alumno no pudo tomar un simple desayuno en su casa por falta de medios.
El viento fresco tocaba mi rostro, parecía purificarme de esos confusos
pensamientos, confusión angustiante. Mis pasos se detenían ante aquella luz roja que me impedía cruzar la calle y sentía deseos de huir, esconderme no enfrentar todo esto. En el fondo, mis colegas tenían razón, no existen los medios suficientes para atender las necesidades de la educación, sin embargo se producen gastos en otras áreas, que no son tan importantes para las personas. ¿Por qué? La educación es fundamental, es la primera formación de valores. Es el enriquecimiento diario de conocimientos, es el privilegio de un país, no podemos creer que colmando nuestras escuelas primarias de computadoras y dando alimentos en las aulas, estamos logrando lo mejor. No es cierto. Eso no basta, debemos invertir en nuestros alumnos. ¿Invertir? ¿Cómo? En calidad de docencia, en especializaciones humanas, para saber si están capacitados en formar mentes, y así considerar sueldos acordes con la tarea que realizan. Es evidente que no puedo más, casi no puedo caminar, estoy cansada de seguir este camino de lucha interior, es algo que no puedo cambiar sola. ¿Y mis chicos? Bueno quizás me olviden pronto.
Ya estoy cerca de la oficina. Decidir es muy difícil ¿Cómo puedo apartarme
de lo que más quiero en mi vida? ¿Cómo puedo dejar mis clases, sin sentir un dolor profundo muy dentro de mí? Había caminado sin parar varias horas, observando a la gente pasar a mi lado, mientras en mi cerebro fluían los pensamientos. Me detuve en el edificio, donde supuestamente el Dr. Garcia me esperaba. Sin decir palabra alguna, volví la espalda y me marché. Me pareció escuchar que me llamaba, pero corrí hacia afuera, corrí hacia la puerta de salida y escapé antes que alguien me indujera en esta decisión que yo misma debía tomar.
Lo he decidido, se terminó, renunciaré a mis chicos, ya no tengo
respuestas, ya no puedo seguir educando con humanidad, me golpeo una y otra vez. La plaza estaba desierta y me senté en un banco, bajo el farol que iluminaba mi portafolio repleto de tantos y tantos escritos que ya no corregiría jamás, ya no volvería a verlos nunca. Tal vez cuando crezcan recordarán a una pobre loca, que sólo supo quererlos demasiado y no fue capaz de pelear por ellos.