Está en la página 1de 4

Mi primer hechizo

Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Ese día las noticias decían que luego del incendio en el Mercado Oriental, la maquinaria de la
Alcaldía en las actividades de remover los escombros, encontraron decenas de vasos de vidrio,
envases de plástico, vasijas de barro, llenos de pelos, con botones multicolores, aguas
perfumadas y otras aguas pestíferas. Otros tenían muñequitos de plástico, algunos con
alfileres ensartados en la cabeza, otros en el pecho, otros en la boca; unos eran varones según
la ropa, otros eran mujeres, con puños de pelo amarrados con mecate a la cabeza, en
muñecos hechos de tuza, otros de tiras de tela o de papel.

-¿Ya vió las noticias?- me preguntó Allan por la mañana, el maestro de obras que trabajaba en
mi casa junto a otros tres ayudantes que hacían trabajos de restauración. –Sí- le respondí, eso
es brujería, hechicería barata, esa que hacen los mismos trabajadores del mercado para joder
a su vecino. -No le pongás mente- le contesté, la brujería es cultura de pueblo, es un medio
que utilizan muchos vivazos para no trabajar y mantener engañada a la gente, sí, engañada por
que eso es una gran mentira, mentira que si creés en ella, te jode. No te jode el hechizo en sí,
te jode tu mente, tu cabeza, al creer en esa patraña.

-¡Eso existe!- me replicó con firmeza, yo conozco un maje que le hicieron un conjuro con
“Macuá”, y el jodido todavía anda como pendejo por la mujer… -Sí hombre-, no lo dudo, le
contesté, algo lo debe tener amarrado a esa mujer, o lo amarra en la cama, lo cachimbea y
luego le da amor del bueno y claro, anda perdido por la mujer. Imagínese que en
Niquinohomo hay un brujo que a cualquier mujer se la rinde a sus pies con sus “trabajos”, yo
conozco a un hombre en Masatepe –dijo el otro- que le hizo un “trabajo” y ahora está
millonario el jodido, por que la mujer esa, era una gran cafetalera. Y así, cada uno me contaba
sus experiencias con los hechizos, unos con temor y otros con temblor.
Yo tuve una vecina –a propósito- que en un momento me dijo que porqué yo no invitaba a salir
a su hija a dar una vueltecita, que ella me daba permiso y que sería una buena suegra si nos
llegábamos a entender. Procuré decirle que no tratando de no ofenderla ya que para ser
honesto, la hija en mención, no era muy agraciada que digamos y yo tenía otro perfil para mi
gusto en ese entonces. -¡Te voy a hacer “un entierro!- me dijo alzando la voz desde el patio y
-te vas a arrepentir, ya verás-, y terminó luego alejándose tras el cerco de su casa. Está bien le
respondí, pero un “entierro” no va a ser suficiente para cambiarme el gusto, hágame unos
tres, a ver si a caso, y luego solo oí el portazo cuando desapareció.

Mientras las horas pasaban, solo el ruido del martillo y el serrucho se escuchaban, en una
atmósfera donde el silencio se podía cortar con cuchillo. Al caer la tarde, no pude
convencerlos de lo inútil que es creer en esas fantasías y luego de que se fueran a sus casas,
me propuse hacer un experimento.

Pasadas las cinco de la tarde busqué papel, goma, pelos, pintura, alfileres, clavos, tiras de
trapo y otros tiliches, con el claro objetivo de hacer un fetiche, un “muñeco” y confeccionar
detalladamente mi primer hechizo. Dándole forma al papel, construí el cuerpo, de unos 40
centímetros y luego lo amarré con tiras de tela para darle forma. Mientras le daba forma al
muñeco, me reía por dentro imaginándome la reacción que tendrían los muchachos al día
siguiente. No hice estúpidas oraciones al diablo y a sus ángeles, no quemé incienso, no
mencioné ningún nombre, tampoco encendí candelas para estar a media luz, por lo estúpido
que resulta quienes lo hacen. Tampoco le estaba cobrando dinero a incautos creyentes de
estos negocios, los miles que se cobran por elaborar estos fetiches, era como dije, un
experimento para burlarme de los creyentes, en este caso, mis trabajadores.

Logré con una tiras de tela, ponerle camisa a cuadros y pantalón vaquero, no sin antes definir
en la cabeza de papel, los ojos, la nariz y la boca y definir con toda claridad su masculinidad:
era un hombre, un muñeco/hombre.

Transcurridas unas dos horas, me faltaba el pelo. Busqué en la rejilla de los baños para ver si
conseguía suficiente cantidad pero no lo logré, apenas había como para ponerle un bigote,
ralito. Pensé en cortarme un puño de pelo mío, pero desistí de la idea porque iba a ser fácil de
reconocer por los muchachos. Busqué entre cajas y otros chunches y encontré una muñeca
vieja, aquellas con la boquita pintada en rojo, los ojos azules y el pelo amarillo! Ni modo, dije,
aquí me la juego. Corté un buen pedazo del pelo de la muñeca, suficiente para hacer la
cabellera y luego lo teñí con pintura negra anticorrosiva.

Para terminar con mi folklórica obra y hacerla un tanto maligna, la tiré al patio y tumbada en el
piso, la oriné para que tomara olorcito a berrinche y no a perfume “7 Machos” de esos que
venden en el mercado.

Y mientras terminaba aquel muñeco, recordé a un Brujo hechicero, fue ahí mismo, en
Niquinohomo, donde aquella señora de la alta sociedad, llegó buscando al Brujo para que le
hiciera un trabajo de éstos, por que su marido se había ido de la casa producto de un
“hechizo” que le habían puesto. Con toda diligencia el Brujo organizó oraciones, pócimas,
recolectó hierbas y usando su conocida labia y artimañas, hizo efectivo el paquete, con la
infaltable tarifa, por sus servicios espirituales.
De nada sirvieron a la estimable Sra. las oraciones, las aguas perfumadas, los baños de ruda y
cuanta otra babosada se embarran los incautos, para lograr sus objetivos. En este caso, solo
faltó seguirle los pasos al embrujado esposo, para saber que el “hechizo” que tenía, era una
saludable jovencita adolescente, con la piel color de uva y con la cual tenía una ardiente e
incontrolable relación amorosa.

De esa relación no sé cuanto duró, pero dudo que hayan sido los frascos llenos de pelos y
perfume que confeccionó el brujo de Masaya, los que rompieron con ese idilio de amor, hasta
que la mentada “víctima” pidió perdón y regresó -como que nada- con su amada esposa.

Una vez que secó la pintura del pelo de mi fetiche, ubiqué el muñeco justo debajo del mueble
de la cocina, lugar donde los trabajadores guardan sus herramientas todos los días. Estaba
cruzado de clavos sarrosos en el pecho, alfileres en la cabeza y pedazos de vidrio ensartados en
piernas y brazos y olía -como era de esperar- a miados del autor, esperando al día siguiente
para hacer su esperado debut.

Allan y los muchachos comienzan a trabajar normalmente a las 7.am. mientras se acomodan,
alistan las herramientas y comienza el ruido de martillazos, el taladro y la sierra, yo me quedo
en la cama hasta las 7.30 y luego salgo. Pero ese día ya no era igual a los otros. Dieron las
7.00, las 7.15, las 7 y 30 y no se oía el ruido de una mosca. Oía suaves murmullos en la sala,
pero no entendía con claridad lo que decían. A esa hora casi rayaban las 8 de la mañana y
decidí salir del cuarto a ver que sucedía, algo estaba pasando.

Justo al abrir la puerta de mi cuarto, estaba Allan y los tres trabajadores, de pié en la sala uno
a la par del otro. -¿Qué pasó?- les pregunté de inmediato. Venga a ver lo que hay en la cocina
me respondió Allan de manera seca y seria. -¿Porqué no han empezado a trabajar?- le
pregunté para evadir su pedido. -Venga a ver por favor-, insistió.

Como es fácil de imaginar, desde el primer momento estaba actuando como que nada sabía,
por segundos quería reír pero logré controlarme. –Mire lo que hay ahí- me dijo secamente y
señaló bajo el mueble de la cocina la caja de herramientas, -Mire-, y agaché la cabeza en
dirección a su dedo y dije en voz alta y seca: ¿Qué es esa mierda..? –no lo sé, me dijo- pero yo
no puedo sacar las herramientas por eso.

Mientras eso ocurría, los otros tres observaban de largo, uno detrás del otro esperando el
momento para reaccionar, estaban serios y no decían palabra y flotaba en el ambiente su vivo
estado de tensión. -A ver-, le dije, agarré un trapo viejo y casi en cámara lenta me dirigí al
muñeco, el que despedía luego de 8 horas de fermentación un olor a berrinche, lo tomé con
solo dos dedos, demostrando asco lo dirigí hacia Allan, para que hiciera algo con él.

Giró 180 grados en fracciones de segundo y salió de la cocina en carreras detrás de los otros
tres que ya le llevaban ventaja en la huída y estaban por salir a la calle. Las caras de susto, de
horror y miedo y luego la desbandada hacia la calle huyendo de mi muñeco, fueron suficientes
para estallar en risas y carcajadas. ¡No podía creerlo!

Salí a la calle y luego de unos minutos, los invité a entrar con el muñeco en la mano. Sus
miradas eran duras, incrédulas y recelosas. Estaban confundidos y temerosos, esperando a ver
qué les iba a decir. Los senté en la sala como a niños de escuela y les dije: ¿ven este muñeco?
yo lo hice, para burlarme de ustedes, para hacerles ver que están creyendo en algo que yo
convertí en un juego, en una burla, igual a todos los que desenterraron del Mercado Oriental y
temen por estas mentiras. Este muñeco, es una mentira, un rato de ocio que no tiene poder
para nada, no hace nada y no significa nada. Y mientras me miraban y se volvían a ver unos a
otros, con una tijera hacía pedazos aquel muñeco de papel y trapos que una vez hice para
reírme de mis trabajadores.

El tiempo pasó y no sé si la vecina me hizo los “entierros” con los que me amenazó hace varios
años, no sé si estarán por ahí en el patio enterrados, pudriéndose en la tierra y el barro, pero
sin ningún resultado, por que la hija ofrecida hace tiempo, desapareció del barrio y nunca más
la volvimos a ver.

Espero que Allan y sus amigos hayan aprendido la lección, de lo contrario la próxima vez les
haré una linda muñeca de trapo, con los labios pintados, con lindas piernas de papel y
hermosos senos de hule, a ver si alguno de ellos, cae rendido a sus pies.

También podría gustarte