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DE GOTAS Y FLORES.

Todo sucedió en un lugar muy, muy, muy lejano. Ni para el este. Ni para el oeste, para el sur o para
el norte. Para allá...si si, para arriba. Si miras bien, haciendo mucho esfuerzo y entrecerrando los ojos
podrás ver: la ciudad de las nubes. Es tan pero tan blanca que nadie camina por su superficie. Sus
habitantes se desplazan por el aire. No existen las veredas, ni las calles. Todo es tan claro, que no
usan electricidad para iluminarse. Y como se alimentan de agua, ni siquiera ensucian. La familia
Delagota, vivía en una modesta nube. Su casa, era blanca y con perfume a jazmines. Ese aroma que
llegaba desde un jardín que se encuentra allá abajo, justo ahí. Clarita Delagota era la pequeña de la
familia: brillante cuando había Sol y opaca los días de tormenta. Parecía una gotita de rocío. Un día,
Clarita caminaba mirando el cielo. Tan distraída estaba, que tropezó y cayó. Pero al caer, comenzó a
deslizarse lentamente. Parecía agradable. Clarita sentía que el viento la llevaba de acá para allá.
“¡Qué divertido!”, pensaba. Y mientras caía, empezó a ver que todo era diferente. Los sonidos eran
cada vez más fuertes y ella misma comenzó a perder brillo. Felisa caminaba de la mano de su mamá
rumbo a la escuela. Su guardapolvo de sala rosa parecía un vestido de fiesta. Y su pelo atado, llevaba
una colita con una flor color anaranjada. Como era su cumpleaños, su mamá había preparado una
rica chocotorta especialmente para el festejo, con una vela de colores formando el número seis. Si,
ya está terminando su preescolar y el año próximo empezará primer grado. Su familia vivía en un
modesto barrio. Su casa era blanca y con perfume a jazmines. Ese aroma que llegaba desde el jardín
a través de la ventana. Así fue como Clarita, fue a caer justo sobre la flor anaranjada de la cabeza de
Felisa. Juntas fueron a la escuela. Era el primer día de clases de la niña Delagota. Aprendió, jugó y
festejó.Y al terminar el día de clases, juntas se fueron a casa. De gotas y flores 90 Docentes
Fantásticos Felisa fue corriendo a su habitación, soltó su cabello y comenzó a peinarse. Dejó su colita
de flor anaranjada sobre su cama. —¡Feliz cumpleaños! El sonido era casi un susurro. Recorría con su
mirada toda la habitación sin descubrir de dónde provenía esa voz. Entonces, buscó su lupa. Y
cuando llegó a su colita, la vio. Clarita agitaba sus manitos casi transparentes. Tenía una gran sonrisa
blanca. Fue muy fácil para ambas hacerse amigas. Charlaron sobre cosas de chicas, de familia, de
escuela y se quedaron dormidas. Todos los días, Felisa, usaba su colita con la flor anaranjada. Y
juntas iban a la escuela. Así aprendieron un montón de cosas. Fue durante una larga noche, muy
oscura y silenciosa, cuando Clarita, casi llorando, despertó a su amiga. No se sentía muy bien. El calor
del verano la hacía sentir muy débil. Y como todos los chicos cuando se sienten mal, ella quería estar
con su mamá y su papá. Felisa llamó a la suya para pedirle un consejo. Había que encontrar la forma
de ayudarla. Pero, como a los habitantes de las nubes sólo los curan los médicos de las nubes había
sólo una solución posible: Clarita debía volver a su casa. Los chicos también toman decisiones
difíciles. A pesar de tener que separarse, sabían que era lo mejor. La mañana siguiente fue la elegida.
Operación: “Regreso a casa de Clarita”. El jardín de Felisa estaba lleno de jazmines que perfumaban
el lugar. Alrededor del patio, unas rejas blancas muy altas. Atado a las rejas un hermoso e inflado
globo color rojo del que colgaba una canastita atada al hilo. Sólo faltaba esperar que sople el viento.
Mientras tanto, las dos amigas se despedían a cada rato, por las dudas. Cuando llegara el momento
debían estar listas. —¡Viento! ¡Viento! —gritó la mamá. Entonces, Clarita se subió y esperaba el
momento del despegue, justo cuando se desatara el hilo de la reja. Felisa corrió hasta la casa y trajo
su colita de flor anaranjada y se la dio en sus manitos pequeñas casi transparentes, y ella agradeció
con su gran sonrisa blanca. Fuerte fue el viento que hizo que el globo subiera. Y Clarita, asomada en
su canasta, y veía cada vez más pequeña a su amiga que no dejaba de agitar sus manos. Docentes
Fantásticos 91 El viaje fue tranquilo. Clarita sintió el brillo del sol en sus ojos y se despertó. Y cuando
los abrió se encontraba en su habitación. Su mamá y su papá la llamaban para compartir su vaso de
agua de la mañana. Ahora se sentía mejor, estaba brillante de nuevo y se sentía muy bien. Todas las
tardes, Clarita se asomaba en su nube mirando hacia esa casa que le regalaba su aroma a jazmines, y
todas las noches, al dormir, saludaba a la colita de flor anaranjada que guardaba bajo su cama.

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