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LA EMPRESA: UNA MIRADA SOCIOLÓGICA

Denis Sulmont
Lima, enero 1999

EL ROMPECABEZAS EMPRESARIAL

Al hablar de empresa, nos estamos refiriendo a un universo extremadamente


heterogéneo, que va desde las micro y pequeñas empresas hasta las grandes corporaciones y sus
redes transnacionales. No existe un solo prototipo de empresa. El debate sobre la
Responsabilidad Social Empresarial se refiere fundamentalmente a las empresas que tienen
mayor poder, vale decir las grandes corporaciones. Sin embargo, no excluye las empresas de
menor escala. Por razones prácticas, usaremos el término “empresa” refiriéndonos
principalmente a las sociedades anónimas de mediano y gran tamaño.

La empresa de este tipo constituye un actor central en la sociedad moderna. Se la


considera como la piedra angular de la economía, el principal agente de la producción y de la
creación de riqueza, un protagonista estratégico del desarrollo local y de la competencia
internacional. Lugar de encuentro entre capital y trabajo, ha sido y sigue siendo objeto de una
percepción social controvertida. Hoy, se revalora su capacidad emprendedora e innovadora, su
contribución al progreso tecnológico y la eficiencia productiva. Al mismo tiempo, se la
relaciona con varios problemas sociales fundamentales de la época: el acceso al empleo y al
ingreso, la integración y exclusión social, la ecología, la calidad de vida.

En su libro El concepto de Estrategia de la Empresa, Kenneth Andrews escribe: “La


empresa es la mayor y más heterogénea de todas las actividades humanas. Tiene, aún más que
otras áreas de la actividad humana, pasadizos secretos de egoísmo en los que la lucha por la
supervivencia trae la desesperación. Su imagen es la de oficinas confortables en las que la
avaricia, alimentada por el éxito, produce diferentes formas de piratería. Los rigores de la
competencia, no menos duros por ser “imperfectos” en el sentido económico, desarrollan en
los moralmente débiles la tentación de ir a lo suyo y de encubrir, tanto como sea posible, los
costes sociales de una actividad económica descuidada y otros perjuicios al público”.
(Andrews, 1971: 131)

Pero ¿cuál es la naturaleza de este fenómeno tan omnipresente?, ¿qué diferencia una
empresa de otro tipo de institución u organización?, ¿de qué elementos está conformada, a qué
fines y a qué lógica responde?, ¿podemos considerar la empresa como un sujeto socialmente
responsable?

Todos pretendemos saber lo que es una empresa. Pero resulta paradójicamente muy
difícil definirla en una fórmula sencilla y consensual. Quien quiera que intente formular una
definición, se da cuenta de la complejidad de este fenómeno y de la variedad de puntos de vista
a los cuales se presta. Llama también la atención que las disciplinas académicas que tratan el
tema (el derecho, la economía, la sociología, las ciencias administrativas, etc.) enfrentan serias
dificultades al momento de caracterizar la empresa como conjunto y proponer un marco
interpretativo integrador. Los juristas tratan generalmente la empresa como un “nudo de
contratos” y como institución; los economistas como un “agente económico”, o una “caja
negra” que recibe factores y de la cual salen productos (inputs into outputs); los estudiosos en
ciencias administrativas como “organización”; los sociólogos como “espacio de trabajo, de
cooperación, de conflicto y de negociación”.

Es sintomático que quienes elaboraron en el Perú la nueva Ley General de Sociedades


(Ley Nº 26887, 1997), tal cual, en otros países, no se hayan puesto de acuerdo sobre una
definición jurídica de la empresa. Esta, ley precisa el concepto de “sociedad” como entidad
constituida por “quienes convienen en aportar bienes o servicios para el ejercicio en común de
actividades económicas”; pero no se pronuncia sobre la naturaleza institucional del fenómeno
empresarial en su conjunto.

Naturaleza y objeto social de la empresa según la


Ley General de Sociedades (Ley No. 26887, 9/12/97)

• “Quienes constituyen la Sociedad convienen en aportar bienes o servicios para el


ejercicio en común de actividades económicas” (art. 1).
• La sociedad se constituye cuando menos por dos socios (art. 4). Adquiere personalidad
jurídica desde su constitución (art. 6).
• La sociedad circunscribe sus actividades a aquellos negocios u operaciones lícitos
cuya descripción detallada constituye su objeto social. Se entienden incluidos en el
objeto social los actos relacionados con el mismo que coadyuven a la realización de
sus fines, aunque no estén expresamente indicados en el pacto social o en el estatuto
(art. 11).

Estamos forzados a reconocer que la empresa no es un concepto definido de antemano,


sino una realidad empírica, socialmente construida, multidimensional, polémica y compleja.
Una realidad cruzada por la relación entre capital y trabajo, que combina diversos actores y
racionalidades, y que involucra un haz de derechos e intereses. Para entenderla, hay que pensar
simultáneamente su unidad (como proyecto estratégico, personería jurídica, centro de decisión,
organización productiva y agente económico), y su pluralidad (como confluencia de diferentes
actores vinculados mediante relaciones contractuales distintas, que conjugan varios fines y
modalidades de racionalización); hay que cruzar el análisis de la lógica de sistemas y la lógica
de los actores sociales.

Necesitamos detenernos un momento para juntar las piezas de aquel rompecabezas y


organizar un marco analítico que nos permita abordar en mejores condiciones la cuestión de la
Responsabilidad Social Empresarial.

ESQUEMA INTERPRETATIVO

De manera sintética, interpretamos una empresa como un tipo de organización y


de institución social dirigida por un núcleo estratégico relativamente autónomo, que reúne
capitales y trabajadores, y cuyo objeto es realizar una actividad económica durable y
rentable.

• La empresa se sustenta en la iniciativa de un empresario, relacionada con una sociedad


de capitales y una capacidad gerencial.
• Combina el fin social de satisfacer una demanda, con el fin particular de obtener una
ganancia.
• Es reconocida como institución social y jurídica.
• Constituye un conjunto articulado de sistemas de acción que coordina y racionaliza
los recursos y las operaciones necesarias para producir o adquirir bienes y servicios
con el propósito de obtener beneficios mediante su venta en el mercado.
• Involucra contractualmente a un conjunto de sujetos sociales que aportan sus
capacidades y conocimientos, interactúan y negocian para compatibilizar sus
diferentes valores, fines e intereses.

La estructura empresarial articula dos componentes básicos: (A) un núcleo


estratégico, centro de poder y de dirección que reúne a promotores, accionistas y gerentes en
torno a una “sociedad de capitales” y a un liderazgo empresarial; y (B) una actividad
productiva y comercial, la cual opera mediante un sistema socio-técnico y está planificada,
coordinada y controlada por un sistema administrativo; alrededor de la actividad intervienen
trabajadores, proveedores y contratistas; su producto está destinado a clientes. Entre el núcleo
estratégico y la actividad interviene una regulación institucional, es decir el sistema de
mediación político y normativo que establece las “reglas de juego” en el seno de la empresa y
en sus relaciones con la sociedad. Finalmente, el conjunto de los componentes de la empresa
constituye un campo de convivencia que da lugar a alguna forma de cultura corporativa (ver
esquema 1).

La relación entre el núcleo estratégico y la actividad implica un encuentro entre el capital


y el trabajo, mediado por un sistema organizacional e institucional.

Los “grupos de interés” o “apostadores” relacionados a la empresa son:

1. los promotores estratégicos, quienes aportan iniciativa, creatividad innovadora y


visión de futuro;
2. los accionistas, quienes aportan capitales a la “sociedad de capitales”, tienen poder
sobre la dirección de la empresa y el destino de las ganancias.
3. los directores gerentes, encargados de representar la empresa y dirigir su actividad,
haciendo el puente con la sociedad de capitales;
4. los trabajadores empleados, principales agentes de la actividad empresarial, que
aportan sus habilidades, sus conocimientos, su sentido creativo y de cooperación;
5. los clientes y usuarios, destinatarios de la actividad empresarial y fuentes de ingresos
de la empresa;
6. la población que forma parte del entorno de la empresa, que aporta sus recursos
humanos y su “capital social” (instituciones, valores, etc.), y que está afectada o
beneficiada por las “externalidades” de la actividad empresarial, es decir las
consecuencias sobre su medio ambiente, socioeconómico, ecológico y cultural que
no son consideradas como costo para la empresa;
7. los proveedores y subcontratistas que proporcionan los insumos y servicios que
requiere la actividad empresarial;
Esquema 1
8. las entidades financieras, que proporcionan créditos, fundamentales para reunir los recursos
necesarios para cada ciclo de la actividad empresarial;
9. el Estado y las entidades reguladores, encargados de compatibilizar los intereses nacionales
y de los ciudadanos con los intereses particulares de la empresa (definición y aplicación del
ordenamiento legal, cobranza de impuestos, regulación de la competencia, de las relaciones
laborales y de la calidad de los bienes y servicios).

El objeto central de la empresa es realizar una actividad económica específica cuyo fin
es doble: proporcionar un bien o servicio útil, valorado y legitimado socialmente; y responder
a los intereses particulares de sus principales promotores y en especial, las expectativas de
ganancia de los accionistas. Toda empresa debe compatibilizar su función social con intereses
particulares.

Para ser viable, la actividad empresarial debe responder a una demanda solvente, ser
competitiva y económicamente rentable. La exigencia de competitividad y rentabilidad implica
de parte de la empresa una gestión orientada por el cálculo de capital y la racionalización de sus
operaciones (ahorrando costos y maximizando beneficios). Dicha racionalización abarca las
relaciones entre oferta y demanda de bienes y servicios, la combinación de los factores de
producción, la organización sociotécnica del trabajo, la dirección administrativa, la regulación
institucional, la planificación estratégica y la orientación cultural de la empresa.

La empresa sin embargo no puede ser entendida tan sólo como un conjunto de sistemas
racionalizadores. Dichos sistemas están conformados por sujetos, interactúan, cooperan,
confrontan proyectos e intereses, y negocian. La empresa es el lugar de encuentro problemático
entre la lógica racionalizadora de sistemas y la lógica de acción de sujetos. La viabilidad de una
empresa implica una capacidad de negociación para compatibilizar lógicas e intereses
diferenciados y conflictivos.

Cabe insistir en el carácter dual de la empresa: sus objetivos de maximización de


beneficios particulares y sus objetivos de realización de una función social.

LA EMPRESA COMO SUJETO DE DERECHO

1. 1) La empresa ocupa un lugar central en las preocupaciones del derecho


contemporáneo en virtud de su importancia social, económica y política
2. 2) La empresa es un sujeto de derecho en cuanto está regulada como centro
unitario de referencias jurídicas.
3. 3) La empresa se distingue, en cuanto sujeto de derecho, de los elementos o
factores que la integran en tanto “unidad’ de producción de bienes y servicios en
favor de la comunidad de personas.
4. 4) La empresa no se identifica o confunde con la sociedad que generalmente
la integra como detentora de capital.
5. 5) La sociedad tiene como finalidad primaria hacer lucro, mientras que la
función primordial de la empresa es el bien común.
6. 6) La empresa, en cuanto sujeto de derecho, no puede reducirse al patrimonio
o medios de producción de los cuales se vale para cumplir con su función social.
El patrimonio es un “objeto”, mientras que la empresa es un “sujeto”.
7. 7) La empresa, como toda institución jurídica, tiene una estructura
tridimensional compuesta por la “organización de personas”, que constituye su
dimensión sociológica existencial, por los valores jurídicos que realiza, presididos
por el valor utilidad, y por el conjunto de normas que a ella se refieren como centro
de imputación de derechos y deberes.
8. 8) La empresa es un sujeto de derecho en un sentido técnico-formal.
9. 9) La empresa, en cuanto sujeto de derecho, está integrada a su vez por otros
sujetos de derecho, como serían las organizaciones de personas que detentan el
capital o que aportan trabajo.
10. 10) La empresa, en cuanto sujeto de derecho, no se confunde con ninguno de
los otros sujetos individuales o colectivos que la integran ni tampoco puede
reducirse a un inanimado patrimonio que es sólo el necesario instrumental objetal
del cual se vale la empresa para operar.
11. 11) La empresa puede adquirir la categoría formal de “persona jurídica”.
12. 12) La empresa cumple una función social. Su eficiencia y contribución al bien
común son exigibles por el Estado de acuerdo a la ley. De ahí que en la estructura
de la empresa estén presentes los intereses tanto de los consumidores como del
propio Estado en cuanto garante del bien común y perceptor de impuesto.

Extraído de Carlos Fernández Sessarego* (1968) “subjetivación de la empresa”, en


Revista Peruana de Derecho de la Empresa, Empresa y Desarrollo, Lima, abril.

*Profesor de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Pontificia


Universidad Católica del Perú.

EL NÚCLEO ESTRATÉGICO DE LA EMPRESA

Tras una empresa existe un “empresario”, es decir un sujeto promotor (individual,


grupal, o institucional), con visión estratégica y con capacidad de movilizar capital y trabajo.
El empresario promotor abre un campo de acción autónoma. Es un innovador creativo que
detecta necesidades y oportunidades, y, junto con los aportantes de capitales dispuestos a asumir
los riesgos correspondientes, toma la iniciativa de realizar una determinada actividad productiva
o “negocio”. Necesita emplear a un conjunto de personas, asignarles responsabilidades y
comprometerlas con su proyecto. El empresario ha de desempeñar un papel de liderazgo. La
iniciativa empresarial implica un riesgo y demanda un esfuerzo. Como dice el diccionario, la
empresa es una “acción ardua y dificultosa que valerosamente se comienza". El propio término
“negocio” etimológicamente significa “negación del ocio”.

Como observaba Joseph Schumpeter (1911), lo propio del empresario es ser innovador,
saber dar una respuesta creativa a una situación difícil de prever, encontrando formas más
eficientes de combinar los factores de producción. El empresario schumpeteriano se distingue
del capitalista que se limita a aportar dinero; y del gerente que se limita a administrar negocios
establecidos. El empresario innovador trastorna y desorganiza. Cumple una obra de
“destrucción creativa”. Es el desequilibrio dinámico generado por el empresario y no la
optimización de lo ya existente que permite el desarrollo económico. Peter Drucker,
coincidiendo con el enfoque de Schumpeter, señala: “El empresario va en búsqueda del cambio,
sabe actuar sobre él y explotarlo con oportunidad” (1985: 53).

La iniciativa empresarial requiere de un marco institucional que garantice y precise los


derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos. Además, toda empresa -ya sea
privada como pública- necesita un poder de dirección y gestión relativamente autónomo. En
ello reside la diferencia entre una empresa y una administración que depende del Estado o de
otro poder externo.

El empresario es el artífice y uno de los componentes clave de lo que llamamos el


“núcleo estratégico” de la empresa. Este núcleo constituye un sistema de acción colectiva que
articula las voluntades, los recursos y las capacidades decisivas para promover y dirigir la
actividad empresarial. Los factores decisivos que permiten constituir este núcleo estratégico se
pueden resumir en tres: una creatividad estratégica, un poder de disposición de capital y una
capacidad gerencial.

La creatividad estratégica está asociada a la figura del empresario promotor e innovador


tal como lo indicamos líneas arriba. También es alimentada por los asesores, los consultores y
aquellos empleados inventivos que colaboran con la dirección de la empresa. La creatividad
estratégica consiste en detectar las oportunidades y las amenazas del medio, así como las
fortalezas y las debilidades propias, para definir la actividad de la empresa. El promotor
estratégico aporta una “visión” o imagen proyectada del futuro de la empresa, y contribuye a
perfilar su “misión”, es decir sus objetivos centrales del núcleo estratégico: los alcances de las
actividades y negocios de los cuales se hace cargo, las necesidades que se propone atender, y
las principales capacidades que proyecta consolidar. La formulación de una misión proporciona
los principios orientadores básicos de la gestión empresarial y contribuye a forjar una cultura
corporativa.

Para realizar su actividad, la empresa necesita tener la capacidad de reunir y movilizar


un conjunto de recursos, materiales y humanos. Requiere además de ellos “por adelantado”,
como condición para efectuar un ciclo productivo, antes de obtener resultados. ¿Cómo reunir
estos recursos? Una forma es recurrir a préstamos de las entidades financieras para estar en
condición de comprar los bienes y contratar los servicios que demanda la actividad. En este
caso, la entidad financiera se asegura parte de los beneficios mediante una tasa interés, pero sin
asumir responsabilidades directas sobre la marcha de la empresa y sus eventuales pérdidas
económicas. Otra forma consiste en crear una “sociedad de capitales”, es decir, reunir bajo una
misma razón social los bienes y valores monetarios aportados como capital por las diferentes
personas o instituciones que aceptan participar como socios y asignar su capital a la actividad
de la empresa. Los integrantes de esta sociedad -los accionistas- son inversionistas dispuestos
a asumir los riesgos de su inversión (hasta el monto aportado), e interesados en la posibilidad
de participar en los beneficios; se convierten en titulares de los derechos de propiedad de una
porción del capital social de la empresa.

La participación de los accionistas en la constitución del capital social supone un nivel


de confianza. El capital reunido por la empresa a través de los accionistas constituye un poder
económico concentrado, que le permite tener un mayor acceso al crédito y aumentar su
capacidad de movilizar recursos y obtener ganancias. Por ello, el incremento de capital suele
convertirse en fin en sí mismo para la empresa.

La “sociedad de capitales”, constituye un componente decisivo del sistema institucional


de la empresa moderna. La propiedad confiere a sus titulares una serie de derechos y
responsabilidades. Los accionistas tienen la facultad de nombrar y remover el gerente, aprobar
los balances del ejercicio económico de la empresa y definir el uso de los excedentes. Las
decisiones se toman por mayoría de votos, los cuales se contabilizan de acuerdo con el monto
de acciones poseídas. Por ello, el poder de decisión de los accionistas minoritarios dispersos es
limitado. En la práctica el control y la dirección de la empresa recae en algunos accionistas
principales, aquellos que poseen mayor participación en el capital, y/o desempeñan un papel
más activo como promotor estratégico. En las grandes corporaciones, dada la dispersión del
accionariado y la complejidad de las labores de dirección, el poder de decisión tiende a
concentrarse en la gerencia profesional (el “mánager “) y en las élites tecnocráticas.

La tercera pieza decisiva para componer el núcleo estratégico, lo constituye la


capacidad de dirección plasmada en la figura del gerente. Éste es el encargado de organizar y
coordinar la actividad. Es el nexo fundamental entre el capital y el trabajo.

Una misma persona natural puede ser promotora, propietaria y gerente, pero no es
necesariamente así. La sociedad anónima tiene justamente la virtud de poder reunir estos roles
en personas distintas. El promotor y el gerente pueden ser profesionales contratados. Sin
embargo, en la medida que se identifican con el proyecto estratégico de la empresa, suelen
participar también como accionistas.

Los tres poderes, al juntarse en torno a una actividad de negocio, y al dotarse de un


mecanismo de centralización en la toma de decisión y de gestión, constituyen un “sujeto
institucional” que adquiere personería jurídica y como tal, es la instancia responsable de la
empresa. Sin embargo, la responsabilidad institucional no deja de implicar las diferentes
personas naturales que conforman el sujeto empresarial. En el caso de la Sociedad Anónima, la
responsabilidad personal de cada accionista es “limitada”: sólo responde por las deudas sociales
de la empresa hasta el monto de sus aportes. El gerente es quien carga con el mayor peso de la
responsabilidad empresarial, debiendo responder ante los poderes públicos, los accionistas y
terceros por “los daños y perjuicios que ocasione por el incumplimiento de sus obligaciones,
dolo, abuso de facultades y negligencia grave” (Ley General de Sociedades Nº 26887, art. 190).
El promotor puede actuar sin arriesgar su propio dinero, pero sí pone en juego su imagen según
al éxito o fracaso de sus iniciativas.

RESPONSABILIDAD DEL GERENTE


(Ley General de Sociedades No. 26887, Perú 1997)

Los gerentes son designados por el directorio (art. 185). Puede ser removido en cualquier
momento por el directorio o por la junta general (art. 187). Sus principales atribuciones son:
celebrar y ejecutar los contratos correspondientes al objeto social y representar a la sociedad
(art. 188).

“El gerente responde ante la sociedad, los accionistas y terceros por los daños y perjuicios
que ocasione por el incumplimiento de sus obligaciones, dolo, abuso de facultades y
negligencia grave”. Es particularmente responsable por: 1) la veracidad de los sistemas de
contabilidad y libros que la ley ordena; 2) el control interno sobre el uso de los activos; 3) la
veracidad de las informaciones que proporcione al directorio y la junta general; 4) el
ocultamiento de las irregularidades que observe en las actividades de la sociedad ; 5) la
conservación de los fondos sociales a nombre de la sociedad; 6) el empleo de los recursos
sociales en negocios distintos del objeto de la sociedad; la veracidad de las constancias y
certificaciones; 8) la información oportuna a los accionistas; y 9) el cumplimiento de la ley,
el estatuto y los acuerdos de la junta general y del directorio (Art. 190).
“El gerente es responsable, solidariamente con los miembros de directorio, cuando participe
en actos que den lugar a responsabilidad de éstos o cuando, conociendo la existencia de esos
actos, no informe sobre ellos al directorio o a la junta general” (art. 92).

“Las pretensiones civiles contra el gerente no enervan la responsabilidad penal que pueda
corresponderle (art. 196). Su responsabilidad civil caduca a los dos años del acto realizado”
(art. 197).

FUNCIÓN SOCIAL Y FINES PARTICULARES DE LA EMPRESA

Se suele caracterizar la empresa como una institución “con fines de lucro”. El término
“lucro” suele tener una connotación un tanto negativa, en cuanto se lo relaciona con la
especulación, el enriquecimiento sin principio. El lucro es también considerado como la
legítima aspiración a beneficiarse del esfuerzo propio. El liberalismo económico lo señala como
uno de los principales incentivos de la iniciativa privada y del desarrollo capitalista. En todo
caso, el concepto de “fin de lucro” nos remite a un aspecto fundamental del fenómeno
empresarial, cual es la producción de una ganancia. Esta puede estar al servicio del “lucro”
individual y/o de otras causas.

Como institución deliberadamente constituida y estratégicamente orientada, la empresa


responde a los fines y motivaciones de sus principales promotores, dueños y directivos. Para
los accionistas ajenos al proyecto empresarial, el objetivo es simplemente rentabilizar su capital.
Para los promotores, los directivos y los accionistas más involucrados en el proyecto
empresarial, además de obtener una ganancia, intervienen otros motivos: el interés por la
actividad empresarial como tal; la función social o el fin público que puede desempeñar; la
continuidad de una tradición de negocio familiar; la búsqueda de autonomía personal, de poder,
de estatus social y de autorrealización; y en general, el éxito, la permanencia y de desarrollo de
la empresa. Los trabajadores empleados, por su parte, tienen como objetivos “ganarse la vida”,
realizarse profesionalmente, ser reconocidos socialmente. Les interesa también que la empresa
permanezca y se desarrolle. Pero, en tanto que asalariados, su relación con la empresa es
ambivalente: a diferencia de los dueños, son considerados como exteriores a la empresa; pero
mediante el contrato laboral están llamados a dedicarle sus capacidades y comprometerse con
sus fines.

El fin que legitima la empresa ante la sociedad es su contribución al bien común. Esta
contribución consiste ante todo en el producto de su actividad específica: la utilidad de los
bienes y servicios concretos que produce y/o vende a los clientes y usuarios, la ventaja que esos
bienes y servicio significan en término de calidad-precio. En ello reside el aporte insustituible
de la empresa, su principal responsabilidad ante la sociedad. A esta función central, se
agregan otros aportes sociales importantes, en particular la generación de empleos e ingresos,
el pago de impuestos al Estado, el progreso tecnológico. Además, para legitimarse, la actividad
empresarial debe desarrollarse en condiciones tolerables y sostenibles para sus trabajadores y
su entorno social y ecológico.

Como dice Adela Cortina: “El fin de las organizaciones es un fin social; porque toda
organización se crea para proporcionar a la sociedad unos bienes en virtud de los cuales queda
legitimada su existencia ante la sociedad, y éste es un punto central en la elaboración de un
código ético. A diferencia de las personas, cuya existencia no necesita legitimación, las
organizaciones han de proporcionar unos bienes a la sociedad, para ser aceptados por ella. Y,
lógicamente, en el caso de que no los produzcan, la sociedad tiene derecho a reclamárselos y,
por último, a deslegitimarlas” (Cortina, 1994: 22).

Sin embargo, vimos que la función social no es necesaria ni principalmente lo que


motiva la iniciativa de los promotores y el aporte de los inversionistas y otros “apostadores”.
Interviene en ellos la búsqueda de un beneficio propio, un fin exterior a la actividad misma, de
algún modo indiferente a su naturaleza concreta. Este “fin exterior” consiste en la ganancia
misma, evaluada en términos monetarios como porcentaje del capital aportado y en términos
no monetarios, como un incremento de poder o estatus.

La lógica pura del capital -particularmente la del capital financiero- es de auto


valorizarse. Como explica Karl Marx, su punto de partida y de llegada es el dinero. Sin embargo,
en el medio, debe haber necesariamente una actividad concreta, socialmente reconocida que
añada valor al capital. De lo contrario, el movimiento de capitales de convertiría en pura
especulación, que tarde o temprano termina desinflándose. Ninguna empresa puede funcionar
de acuerdo a la lógica pura del capital.

El propio fin de la ganancia se legitima socialmente si la empresa cumple con su función


y su responsabilidad social, si cumple con sus clientes, sus trabajadores y otros apostadores, y
si contribuye al desarrollo de su entorno en general. En este caso, la ganancia es considerada
como algo “merecido”; se la justifica como incentivo para desarrollar nuevas iniciativas
económicas, producir y difundir innovaciones tecnológicas y responder a nuevas necesidades,
de manera más eficiente. En ello reside la “revaloración de la empresa”. La empresa “post-
capitalista”, para usar la expresión de Peter Drucker, es aquella que, sin desatender la
rentabilidad del capital y la producción de utilidades para los accionistas, se recentra en la
actividad productiva que la legitima socialmente.

En resumen, considerando el sistema empresarial en su conjunto, podemos decir que la


empresa se caracteriza por ser un tipo de institución autónoma que se propone alcanzar fines
particulares mediante una actividad económica que ha de cumplir necesariamente una función
social. Los fines particulares comprenden los intereses propios de los integrantes de la empresa,
en especial las expectativas de ganancia de los aportantes del capital. La función social
corresponde a aquellas necesidades y aspiraciones concretas del medio social y económico que
pueden ser satisfechas como producto directo de la actividad empresarial. Toda empresa
necesita compatibilizar ambos fines. En ello reside el dilema y reto principal de su gestión.

Coincidimos con quienes resaltan la primacía de la actividad productiva como función


esencial que legitima la empresa y justifica la ganancia.

La actividad económica empresarial puede centrarse en la producción, el comercio o las


finanzas. La producción significa crear o incrementar el valor de determinados bienes y
servicios mediante un proceso de transformación que exige un trabajo humano. La producción
debe distinguirse del intercambio, así como de una simple transacción comercial o financiera.
Las empresas comerciales y financieras son fundamentales para el desarrollo de las actividades
producción y el consumo, pero, de por sí, no generan nuevos valores. Sus costos son costos de
transacción. Dichas empresas, sin embargo, suelen producir también algún valor agregado para
sus clientes. En el caso de las empresas comerciales, el valor agregado producido reside en los
servicios de distribución, de información al cliente y de postventa. Generalmente, las empresas
centradas en la producción asumen más riesgos en la inversión de su capital.

Ya sea productiva, comercial o financiera, la empresa apunta a vender algún “producto”


valorado en un mercado y, a través de la venta, obtener una ganancia. De todos modos, no puede
prescindir de ninguno de los dos fines básicos mencionados.

La empresa no puede cumplir una función social sin asegurar la reposición y la


valoración del capital invertido. Ello significa en primer lugar que la actividad empresarial tiene
que dirigirse hacia una demanda solvente, atendiendo a clientes que tienen capacidad de pago
(razón por la cual la empresa se diferencia de una institución de beneficencia que atiende
necesidades mediante donaciones o transferencias de recursos públicos). En segundo lugar, la
actividad ha de ser competitiva, ofreciendo sus productos con una ventaja de precio-calidad
respeto a otras ofertas. En tercer lugar, la actividad debe resultar rentable económicamente, es
decir cubrir sus gastos y generar un excedente sobre el capital invertido y estar en condición de
proporcionar una ganancia a los propietarios del capital, satisfaciendo sus expectativas de corto
y largo plazo.

Para cumplir con estos requerimientos y fines, la dirección empresarial necesita regirse
de acuerdo con un “cálculo de rentabilidad económico”, es decir actuar a la luz de un examen
riguroso de las relaciones entre costos y beneficios, evaluando la capacidad de la empresa de
generar un excedente respecto al capital invertido. De allí que el balance contable constituye
un aspecto medular de la empresa (Weber, 1923: 69).

LOS FACTORES DE PRODUCCIÓN

Para realizar su actividad, la empresa necesita movilizar y combinar un conjunto de


recursos, humanos y no humanos, que sirvan de insumos y de medios para producir un valor
agregado. Estos recursos constituyen “factores de producción”.

Los economistas clásicos resumían los “factores de producción” en tres: la tierra, el


trabajo y el capital. Este último engloba a los demás medios no naturales y no humanos
(instalaciones, herramientas, máquinas, etc.), así como al dinero convertible en bienes
aplicables a la producción.

Hoy día la lista de los factores de producción se ha alargado, incorporando recursos


intangibles relacionados al desarrollo de habilidades, conocimientos y valores humanos, como
son la “iniciativa”, la capacidad de organización, el saber, el acceso a la información, la
confianza, la buena reputación (por ello, se habla de “capital humano”, “capital social” y
“capital cultural”).

En la sociedad postindustrial y la economía globalizada actual, los conocimientos y la


información se han convertido en recurso clave. Como dice Peter Drucker: “El recurso
económico básico, el ‘medio de producción’ para usar el término de los economistas, ya no es
el capital ni los recursos naturales (el ‘suelo’ de los economistas), ni la ‘mano de obra”. Es y
será el saber. (...) Ahora el valor se crea mediante la ‘productividad’ y la ‘innovación’, ambas
aplicaciones del saber al trabajo. Los grupos sociales dirigentes de la sociedad del saber serán
los ‘trabajadores del saber’, ejecutivos que saben cómo aplicar el saber a un uso productivo al
igual que los capitalistas sabían aplicar el capital a un uso productivo” (1994: 14).
En síntesis, podemos distinguir seis tipos de recursos:

1. Los recursos naturales: espacios ecológicos, materia prima, fuentes de energía,


procesos bio-genéticos, etc.
2. Los artefactos materiales: instalaciones, instrumentos, máquinas, equipos, que
incorporan el ingenio humano y la tecnología.
3. Las capacidades humanas: implican la actividad del trabajo bajo todas sus
formas: entrega de una energía física y atención mental, aplicación de habilidades y
conocimientos, incluyendo habilidades para innovar y para dirigir.
4. Los activos sociales y culturales: reputación de la empresa, imagen de una marca y
prestigio de un líder; disposición de las personas para cooperar, comunicar, negociar;
existencia de lazos de confianza y lealtad; transmisión de valores culturales y éticos;
identidad cultural corporativa.
5. Los conocimientos y la información: dominio de un saber hacer tecnológico,
organizacional, comercial, financiero, acceso a patentes, acceso sistemas y redes de
información.
6. Los recursos financieros: confianza de los inversionistas y de las entidades
financieras.

Los recursos son capacidades, bienes y servicios relativamente escasos, que tienen un
costo. La naturaleza ofrece recursos abundantes, pero no todos de fácil acceso y renovación.
Hay que producir los artefactos materiales, así como los conocimientos y la información. Los
recursos humanos implican un largo proceso de formación. Lo mismo puede decir de los activos
culturales y de la confianza de los inversionistas. Por ello, la empresa busca la manera menos
costosa de reunir esos recursos y la manera más eficiente de usarlos.

Existe una diferencia esencial entre los recursos no humanos y humanos. Los primeros
son “objetivables”, es decir pueden ser comprados o alquilados por la empresa y convertirse en
parte de su capital. Los recursos humanos, en cambio, son inseparables de la persona humana.
Para usarlos, la empresa necesita establecer con la persona del trabajador una relación
contractual especial -llamada “contrato laboral”-. En esta relación, a cambio de una
remuneración, el trabajador pone a la disposición de la empresa sus capacidades, sus
habilidades, su saber, su sentido de cooperación, su creatividad, etc., durante un cierto período
de tiempo. La relación laboral, como hemos visto, es una relación problemática y ambivalente.
El problema para la empresa consiste en lograr el mejor desempeño de los trabajadores
empleados, no obstante, la ambivalencia de la relación entre ambos.

LA RACIONALIZACIÓN EMPRESARIAL

El criterio de rentabilidad económica, junto con la exigencia de competitividad, estimula


la racionalización de la actividad empresarial. La empresa se convierte así una unidad de gestión
económica, orientada por una cuenta de capital, que racionaliza el uso de sus recursos y la
relación con su entorno con la doble finalidad de optimizar su oferta de bienes y servicios de
acuerdo con la demanda del mercado, y de maximizar sus propios beneficios. La racionalización
económica de la empresa implica a su vez modalidades de racionalización de tipo técnico,
organizativo, institucional, ideológico y político.

Se entiende por racionalización un esfuerzo reflexivo basado en la previsión y el cálculo


que ordena la acción, ajustando para ello los medios de acuerdo con los fines y valores
perseguidos, con el objetivo final de lograr los mejores o los más satisfactorios resultados
posibles. La actividad económica pretende ser “racional”. Actuar económicamente significa
comparar los “medios” y los “fines de uso” relativos a la producción, el intercambio y el
consumo de los bienes escasos y hacer una elección razonada entre ellos con el propósito de
obtener un resultado favorable en términos de costo-beneficio. En este sentido la
racionalización económica es diferente de la racionalización “técnica” que sólo tiene que ver
con la elección de medios instrumentales más eficientes, sin poner en la balanza los propios
fines.

Toda acción humana organizada recurre, en mayor y menor medida, a la racionalización


económica. Las agrupaciones políticas, las instituciones de beneficencia y hasta las iglesias
realizan cálculos de costo-beneficio. En muchas organizaciones la racionalidad económica es
un criterio de buena administración de recursos para cumplir con determinados objetivos
(Drucker, 1992). Lo particular de la empresa es que la racionalización económica se rige por
criterio de rentabilidad del capital.

La racionalización económica de la actividad empresarial se centra en el problema de


como maximizar los beneficios que la empresa pueda obtener de sus operaciones, aumentando
la diferencia a su favor entre el total de sus costos y de sus ingresos, tomando la cantidad y los
precios de los insumos requeridos por dichas operaciones y de la cantidad y precio de los
productos que puede vender. La resolución -óptima, o por lo menos satisfactoria- de este
problema de acuerdo con los fines de la empresa lleva a tomar en cuenta una serie de variables
correlacionadas (oferta y demanda, costos e ingresos, cantidad y precio, etc.). Entre las que
entran en juego, dos revisten una especial importancia para la empresa: los costos de
producción, y los costos de transacción; ambas constituyen el foco de atención de la
racionalización empresarial e inciden sobre la organización misma de la empresa.

El manejo de las relaciones entre producción y mercado

Veamos primero algunas de principales variables que intervienen en el manejo


empresarial de las relaciones entre la producción y el mercado (ver gráficos).

• Se parte del supuesto que la empresa transforma “factores” en productos, los cuales deben
ser vendidos en un mercado con el objetivo de obtener beneficios.
• Le conviene a la empresa aumentar la producción siempre que los beneficios resultantes
sean mayores que los costos.
• Para aumentar los beneficios, la empresa debe reducir sus costos unitarios de producción;
para ello, debe optimizar la función de producción, eso es, encontrar la mejor manera posible
de combinar los factores de producción y realizar economía de escala, e incrementar la
productividad.
• Las utilidades no dependen sólo de los costos de producción, sino también de los ingresos
que resulten de la venta de los productos en el mercado. Dichos ingresos dependen del
volumen y del precio de venta. Los menores precios significan un margen de ganancia
inferior e inclusive una pérdida. Tanto los costos como los precios se encuentran
correlacionados con la cantidad de producto. Entre estas variables, la empresa debe
encontrar su punto de equilibrio, que consiste en un determinado volumen de producción en
el que la diferencia entre los ingresos y los costos totales sea máxima.
• Para decidir qué cantidad va a producir y ofrecer a cada precio que dicte el mercado, la
empresa debe conocer cuánto aumentan los costos totales cuando se aumenta la producción
de una unidad de producto. A este aumento en el costo total que resulte de producir una
unidad más, se lo llama costo marginal. Si el precio del producto es mayor que el costo
marginal, a la empresa le conviene producir y ofrecer esa unidad más de producto. El
volumen de producción en el que las ganancias de la empresa son máximas, será aquel en
que el costo marginal es igual al ingreso marginal.

El punto de equilibrio, deducido del razonamiento lógico que maximiza los beneficios,
es una referencia necesaria para la gestión empresarial. Sin embargo, responde a un esquema
abstracto que simplifica la realidad. Las variables que intervienen son difíciles de prever y
muchas de ellas dependen de las decisiones de otros actores. En la práctica, las empresas no
disponen de toda la información ni del tiempo necesario para tomar decisiones “racionales”. La
mayoría de las veces actúan a través del ensayo-error. Su racionalidad, como dicen James March
y Herbert Simon (1961), es una “racionalidad limitada”. Las decisiones no se toman tanto en
función del criterio del máximo beneficio en abstracto, sino adoptando las soluciones que
resulten “satisfactorias” de acuerdo con sus expectativas mínimas y las circunstancias
inmediatas. Toda empresa actúa con un margen de incertidumbre y de riesgo.

LÓGICA DE MAXIMIZACIÓN DE BENEFICIOS SEGÚN COSTOS, INGRESOS Y


UNIDADES PRODUCIDAS
Beneficio máximo

Racionalización de la producción

La mayoría de los economistas considera que la función esencial de la empresa reside


en la racionalización del uso de los factores de producción. Partiendo del supuesto que el
objetivo es maximizar los beneficios, le conviene a la empresa aumentar la producción siempre
que los beneficios resultantes sean mayores que los costos. La producción es entendida como
proceso que transforma factores en productos. Los factores comprenden todos los recursos
materiales y humanos (incluidos las capacidades gerenciales, los conocimientos técnicos y
organizacionales, etc.) necesarios para la producción. Estos factores son reunidos, combinados
y procesados en el sistema productivo de la empresa, del cual sale el producto. Cada uno de los
factores tiene un costo; algunos son fijos (los de las instalaciones, equipos, etc.), otros variables
(los de materia prima, personal empleado, etc.). La empresa necesita encontrar la manera más
conveniente de combinar proporcionalmente los factores tomando en cuenta su costo y su
contribución al producto. La relación entre combinación de factores y el producto obtenido (Q
= F (K, L, etc.)) se conoce como “función de producción”, algo comparable a una receta de
cocina (Frank, 1992: cap. 9). La empresa ha de elegir aquella combinación de factores que le
permita conseguir a corto y largo plazo la cantidad y calidad de producto que le proporcione
mayores beneficios. Los precios relativos de los factores -en especial el nivel de remuneración
de los trabajadores- influye sobre las decisiones.

Una forma importante de optimizar el uso de los factores productivos consiste en tomar
en cuenta las economías de escala, es decir el ahorro de costos fijos por unidad de producción
gracias al incremento de la cantidad producida. La función de producción muestra economías
de escala crecientes hasta cierto nivel.

La optimización de la función de producción depende no sólo de los costos y del


volumen de factores, sino de la productividad de los factores. Cada factor aporta capacidades
distintas que pueden ser incrementadas individualmente y potenciadas mutuamente mediante
su adecua combinación. En especial resulta crucial para la empresa incrementar la
productividad del trabajo humano y la de los medios técnicos de producción (equipamiento,
herramientas, máquinas y procesos). El incremento de la productividad del trabajo humano se
sustenta en la organización de la división del trabajo al interior de la empresa, el diseño de una
estructura organizacional que saque provecho de las ventajas de la especialización y la
cooperación en el trabajo, y asegure la coordinación y el control del desempeño laboral; implica
además una política de selección, capacitación y motivación del personal. El incremento de la
productividad de los medios técnicos lleva a una búsqueda constante de mejoras e innovaciones
técnicas, alimentadas por los conocimientos científicos; también se sustenta en la
racionalización de la estructura que articula el conjunto de las operaciones y medios técnicos.
Ambos factores -trabajo humano y medios técnicos- intervienen juntos en el proceso productivo
y configuran un sistema sociotécnico. Uno de los retos de la empresa consiste a racionalizar
este sistema, asegurando una sinergia positiva entre los recursos humanos y los recursos
técnicos usados.

La productividad combinada del conjunto de los factores constituye la base que permite
a la empresa conquistar una ventaja competitiva en el mercado. Dicha productividad involucra
también el conjunto de factores relacionados al entorno de la empresa, tales como la
infraestructura de transporte y comunicación, el sistema educativo, las instituciones, la cultura
y la ética ciudadana. No son solamente las empresas que compiten entre sí, sino también las
ciudades, regiones y países de los que forman parte. A nivel de cada empresa, no existe
necesariamente una correlación entre productividad, competitividad y rentabilidad. Por
ejemplo, una empresa puede ser eficiente, tener alta productividad y no ser competitiva
internacionalmente si el contexto macroeconómico nacional es ineficiente. Puede ser
competitiva, pero dejar de ser rentable si reduce demasiado sus márgenes de ganancia. La
competitividad es la clave que asegura la permanencia de un producto en el mercado y la
rentabilidad la clave que asegura la permanencia de la empresa como tal.

Racionalización de las transacciones

Otra perspectiva distinta y complementaria a la racionalización de la producción es la


que centra su atención en los costos de transacción y que considera a la empresa como un medio
para reducirlos. Tal perspectiva ha sido incorporada en la “teoría de la firma” elaborada por
Ronald Coase (1937, 1988) y constituye el punto de partida de la llamada Nueva Economía
Institucional (Williamson, 1989; North, 1993).

Los costos de transacción son costos presentes en los intercambios económicos, pero
que no son atribuibles a la producción propiamente dicha. Se pueden entender como los costos
de usar el mecanismo de precio para llevar a cabo una transacción por medio del intercambio
en un mercado abierto.

En las palabras de Coase: “Los costos de transacción comprenden los costos de


búsqueda e información, los costos de negociación y decisión, y los costos de policía y refuerzo.
Estos costos llevan a buscar prácticas para reducirlos. La emergencia de la firma puede
explicarse de este modo. Aun cuando la producción puede ser realizada de manera
completamente descentralizada mediante contratos entre individuos, el hecho que existen
costos para entrar en estas transacciones implica que las firmas emergen para organizar lo
que de otro modo sería realizado mediante transacciones en el mercado, siempre y cuando
ellos signifique menos costos. Los límites del tamaño de una empresa se sitúan allí donde sus
costos de organizar la transacción resulten iguales al costo que implicaría hacerlo vía el
mercado” (Coase, 1988; traducción D.S.).
Olivier Williamson plantea por su parte: “En lugar de caracterizar a la empresa como
una función de producción, la economía del costo de transacción sostiene que la empresa es
(por lo menos para muchos propósitos), más bien una estructura para ejercitar el poder. (...)
El concepto de empresa como una función de producción se ve sustituido (o incrementado) por
el concepto de empresa como una estructura de gobernación” (1989).

La “estructura de gobernación” de la empresa se refiere la existencia de una dirección y


gerencia que operan mediante un sistema institucional y un sistema administrativo. Como
institución y organización, la empresa tiene la capacidad de “ordenar” directamente las
relaciones entre las partes que intervienen en los intercambios económicos, sin tener que
negociar con las partes en cada intercambio. Ahorra costos mediante la celebración de contratos
que incorporan al agente bajo su autoridad directa, como es el caso del contrato laboral.
También ahorra costos mediante la organización sistemática de la información.

La economía de los costos de transacción toma en cuenta dos supuestos conductivistas:


la racionalidad limitada (dadas les limitaciones cognoscitivas, se adopta soluciones
“satisfactorias” no “optimas”), y el oportunismo (búsqueda del interés propio con dolo). Pone
énfasis en el ordenamiento contractual privado y los mecanismos de regulación ex-post.
Considera que un aspecto decisivo para la existencia de las empresas lo constituye la
“especificidad de los activos”; es decir el hecho que adquieran capacidades intransferibles o
insustituibles que le dé una ventaja en el mercado (localización física, saber hacer, recursos
humanos especializados, etc.) (Williamson, 1989: 24).

Existen básicamente tres maneras de ahorrar los costos de transacción. La primera,


sugerida por Williamson, consiste en “internalizar” ciertas partes exteriores del proceso de
producción y de comercialización, integrándolas en la organización de la empresa y
colocándolas bajo su dirección administrativa. Ello implica aumentar el tamaño de la empresa
y consolidar su estructura de dirección Dicha “internalización” trae como ventaja evitar
múltiples negociaciones dispersas y asegurar una coordinación más directa y constante de las
operaciones. Sin embargo, trae también problemas tales como el aumento de la carga laboral,
la rigidez y otros inconvenientes burocráticos. Al igual que la función de producción, existe un
punto a partir del cual las ventajas decrecen y le conviene a la empresa “externalizar” sus
operaciones, o autonomizarlas internamente, apuntando a trabajar en base a redes de empresas
de diversos tamaños interconectadas y “semiintegradas”. De todos modos, el dilema entre
“make or buy” sigue siendo un problema difícil de resolver para las empresas.

La segunda manera de ahorrar los costos de transacción, sugerida por Douglass North,
consiste en establecer “arreglos institucionales” que ordenen las transacciones de manera que
ésas resulten más fluidas y seguras. Estos arreglos comprenden desde la Constitución y las
leyes del Estado hasta los convenios y normas formales e informales que rigen en cada centro
de trabajo. Establecen las pautas para prevenir o resolver conflictos entre diferentes agentes
económicos y sociales, las reglas de juego que rigen su conducta. Un ordenamiento institucional
coherente y estable constituye un factor decisivo de dinamismo económico y empresarial.

SISTEMAS DE ACCIÓN DE LA EMPRESA

La empresa constituye un conjunto de sistemas de acción articulados y dirigidos


centralmente. Se trata de un conjunto de sistemas “abiertos”, que interactúan con un entorno.
Cada empresa define sus propios fines, administra sus propios medios y se autorregula, pero se
nutre del medio donde opera (los recursos físicos y humanos, el mercado, las instituciones
políticas, los valores culturales), se adecua a él y lo transforma.
El concepto de “sistema de acción” aplicado a la empresa combina una perspectiva
“sistémica” y una perspectiva “estratégica”. La idea de “sistema” alude a un conjunto de fuerzas
articuladas que se reproducen y se desarrollan, intercambiando energía con el medio para
retroalimentarse. La idea de “acción” remite a la presencia de sujetos situados en relaciones
sociales que interpretan su realidad y le asignan sentido, elaboran proyectos y movilizan sus
fuerzas estratégicamente para alcanzar sus propósitos. Los diferentes campos de acción de la
empresa se pueden definir como el resultado de una dificultosa combinación entre la lógica del
sistema y la lógica de los actores (ver cuadro: “La empresa como encuentro entre lógica de
sistemas y lógica de actores”).

La empresa puede entenderse, desde el enfoque de los sistemas abiertos, como “un
sistema energético de insumos-resultados en que el energético proveniente del resultado
reactiva el sistema”. Las empresas son notoriamente sistemas abiertos, “pues el insumo de
energías y la conversión del resultado en insumo energético adicional consisten en transacciones
entre la organización y su ambiente” (Katz y Kahn, 1995: 25). Los componentes del sistema
empresarial son personas y recursos que se articulan entre sí mediante actividades
interdependientes, apuntando a un producto o resultado común. Estas actividades están
diseñadas para repetirse y retroalimentarse con los resultados (los cuales, convertidos en dinero,
proporcionan una nueva energía), de modo que el sistema pueda reproducirse. En tal sentido,
uno de los fines de la empresa es su propia permanencia.

El sistema de acción empresarial puede ser visto como una forma específica de
“intervención de la sociedad sobre sí misma” (Touraine, 1993: cap. 1), es decir una iniciativa
de determinados sujetos sociales que, afirmando su libertad y movilizando sus capacidades,
deciden transformar su realidad material y cultural mediante una actividad de trabajo. El sistema
de acción empresarial conforma uno de los “campos de acción transformadora” más
característico de la sociedad moderna, industrial y postindustrial. Reúne los componentes
decisivos del “modo de desarrollo” de dicha sociedad: la capacidad de procesar conocimientos
(ciencia y tecnología), la capacidad de incrementar las fuerzas productivas y acumular recursos
económicos, y la capacidad de reflexionar sobre el sentido de la acción.

El campo de acción transformadora que constituye la empresa está atravesado por la


tensión entre la “lógica de los sistemas”, regida por criterios de integración, racionalización,
eficiencia, etc., impuesta por el núcleo estratégico de la empresa, por un lado, y por otro, la
lógica de las relaciones de trabajo que se traduce en relaciones de cooperación, de conflicto y
de negociación entre actores dirigentes y dirigidos.

Como hemos visto, la empresa articula dos componentes básicos: el núcleo estratégico
y la actividad empresarial. Cada uno constituye su propio sistema y campo de acción: El núcleo
estratégico se centra en las grandes orientaciones, la definición de valores, de la misión de
objetivos y de las actividades centrales de la empresa, en su participación activa en la lucha
competitiva, la conquista de nuevos mercados, la innovación tecnológica, etc. (Ver recuadro:
“Estrategia empresarial”). La actividad económica de la empresa se centra en la transformación
de insumos en productos, y en la racionalización de los procesos de producción, distribución y
venta, conformando para ello un sistema sociotécnico operativo que combina los medios
materiales y técnicos con la organización del trabajo humano.

Entre el núcleo estratégico y la actividad intervienen dos sistemas de mediación: un


sistema administrativo, regido por una autoridad jerarquizada, que tiene por función
planificar, coordinar y controlar el sistema operativo socio técnico; y un sistema institucional
que regula las relaciones entre la empresa y la sociedad, y entre los sujetos sociales relacionados
con la empresa, a fin de resolver los conflictos de valores, de intereses y de poder.

Los cuatro sistemas y campos de acción señalados representan “niveles” de


ordenamiento del comportamiento de los actores involucrados en la empresa. El nivel más alto
lo constituye el núcleo estratégico que dirige el conjunto; en segunda instancia viene el sistema
institucional, que legitima y regula el funcionamiento del conjunto; en tercera instancia, el
sistema administrativo que coordina y controla la actividad empresarial, y finalmente el sistema
operativo que ejecuta la actividad (ver esquema 2). Cada uno de esos sistemas interactúa con
las fuerzas de su entorno, alimentándose y retroalimentándose de ellas.

Esquema 2

LAS RELACIONES SOCIALES EN LA EMPRESA

Ahora bien, cabe reiterar que la dinámica de la empresa no se reduce al funcionamiento


de sistemas. Cada uno de ellos está conformado por actores y conforma un campo de acción,
donde se confrontan perspectivas, valores e intereses, y donde se desarrollan juego de poder y
procesos de regulación conjunta. La empresa abre espacios de relación e interacción entre los
sujetos sociales que convoca. Distinguiremos tres tipos de relaciones: 1) las relaciones de poder,
2) las relaciones de trabajo, y 3) las relaciones de socialización.

a) Relaciones de poder

Toda empresa se articula en torno a un centro de poder, sustentado en el control del


capital, un liderazgo, una autoridad formal y una estructura jerarquizada. Este poder se traduce
en la capacidad de los dirigentes de otorgar beneficios materiales, seguridad y prestigio, por un
lado, y por otro, de amenazar con sanciones (recortes de beneficios, despidos, etc.). Sin
embargo, las relaciones de poder no son unilaterales; en ellas, cada parte aporta algo a la otra y
trata de negociar en los términos que le sean más favorables. Es así, por ejemplo, que los
trabajadores negocian su saber hacer práctico para gozar de un mayor margen de libertad en el
trabajo. Cada campo de acción es un espacio de “juegos de poder” (Crozier y Friedberg, 1977).
Las relaciones de poder no son relaciones de pura dependencia, ni de puro enfrentamiento.
Expresan una interacción asimétrica entre la dirección hegemónica de la empresa y sus sectores
dominados, en la que ambas partes persiguen objetivos estratégicos, se enfrentan y negocian.

b) Relaciones de trabajo

Las relaciones de poder se entrelazan con las relaciones de trabajo. Es a través de las
relaciones de trabajo que la empresa realiza su actividad y produce el incremento de valor que
le permite obtener beneficios (la famosa “plusvalía” de Marx). Como vimos, las relaciones de
trabajo implican una contratación que no implica comprar o alquilar la persona del trabajador,
sino poder disponer de sus capacidades a cambio de una remuneración salarial. La contratación
laboral no es tan sencilla como comprar una cosa. El “trabajo” no es un objeto, sino una
actividad realizada por una persona. Una vez contratado el trabajador, el empleador se enfrenta
al problema de conseguir de este el mejor desempeño laboral posible. Ello depende en parte de
la propia organización del trabajo y del proceso productivo (estructuración de los puestos,
mecanismos de coordinación, tipo de tecnología usada, etc.), y en parte del manejo de un
conjunto de “motivaciones” (incentivos materiales, relaciones humanas gratificantes,
posibilidad de realización en el trabajo, etc.) así como de valores culturales y morales
(laboriosidad, honestidad, responsabilidad profesional, etc.). Las relaciones laborales son
relaciones de cooperación y conflicto, que implican un constante proceso de negociación y de
regulación conjunta.

Las relaciones laborales forman parte de la relación entre capital y trabajo. A través de
ellas, se plantea el problema central del ejercicio del poder del capital sobre la ganancia
generada por la actividad económica. Esta ganancia depende, en una parte fundamental, del
trabajo aportado por las diferentes categorías de trabajadores empleados. Al ser contratados,
éstos son remunerados como “factores de producción”; es decir que su sueldo representa un
“gasto” para la empresa, cuyo monto se define en el mercado laboral. Los trabajadores, como
sujetos sociales, quedan “fuera” de la empresa, en tanto que ésta es identificada con la sociedad
de capitales. Sin embargo, como hemos visto, los trabajadores tienen que involucrarse con la
empresa, y de ellos depende en gran medida su éxito. Su remuneración es también considerada
-implícita o explícitamente- como una participación a la ganancia de la empresa. En síntesis, la
situación de los trabajadores respecto a la empresa es ambivalente: por un lado, es una relación
de exterioridad, y por otro lado es de pertenencia activa. Por ello, las relaciones entre capital y
trabajo son complejas. Ambos se necesitan mutuamente; pero, al mismo tiempo, se consideran
extraños entre sí. El conflicto entre capital y trabajo, que tiene como telón de fondo la
apropiación de la ganancia gira alrededor de las condiciones de contratación, particularmente
el monto de la remuneración, y alrededor de la cuota de poder o margen de autonomía del
trabajador en el propio proceso de trabajo.

Las relaciones laborales no son solamente individuales, sino que tienen también una
dimensión colectiva. Esta dimensión se deriva de la interdependencia existente entre los
trabajadores en el proceso de producción. Ellos tienen la posibilidad de unir y movilizar sus
fuerzas para negociar colectivamente, mediante un sindicato u otro medio de representación
colectiva. Su principal medio de presión lo constituye el poder reducir o suspender
conjuntamente su desempeño laboral, de manera solapada o abierta, es decir aguantando el
ritmo de trabajo como es el caso de aquella práctica colectiva informal llamada el “frenaje”, o
suspendiendo el trabajo, declarándose en huelga. La negociación colectiva expresa el interés de
ambas partes -trabajadores y empleadores- de lograr un nivel de regulación conjunta de las
relaciones de trabajo. A pesar de los esfuerzos por lograr dicha regulación, el trabajo no deja de
ser la parte más débil en la relación, razón por la cual puede verse obligado a aceptar condiciones
de trabajo inconvenientes. Si esto se produce en forma masiva, se puede incentivar un sistema
productivo de bajo rendimiento

c) Relaciones de socialización y cultura empresarial

El tercer tipo de relaciones sociales que se tejen en el campo de acción empresarial son las que
llamamos relaciones de socialización. Ellas también son indisociables de las relaciones de
poder y de trabajo. Pero expresan un nivel de interacción distinto, que involucra a los individuos
de modo más subjetivo; es decir, que atañe a su identidad como persona y grupo social, su
manera de pensar, sentir y actuar, a sus valores y sus hábitos. Entendemos por socialización, los
procesos que coadyuvan a la formación de la personalidad y de la cultura de las personas, y que
contribuyen a su integración social. La socialización se inicia en la familia, se desarrolla a través
la escuela, los amigos y en una serie de instituciones, entre las cuales se encuentra la empresa.
La empresa no sólo reúne a sujetos sociales portadores de determinados rasgos culturales
persistentes, sino da lugar a una experiencia vivida y un aprendizaje que ayuda a reforzar o
modificar en parte las identidades, los valores y las conductas. El proceso de socialización no
es pasivo; involucra a los sujetos sociales como actores que defienden sus ideas y sus
convicciones, que interpretan las situaciones y formulan su visión de futuro. Los líderes
empresariales procuran orientar dicho proceso de tal modo que el colectivo social de la empresa
se cohesione en torno a objetivos y valores comunes, tratando de perfilar una cultura corporativa
integrada, de proponer una visión compartida de futuro, una misión colectiva y un código de
ética. E. Enríquez (1992) observa que la empresa, como toda sociedad, sueña ser una
comunidad, un lugar sin conflicto, o un lugar donde el conflicto puede tratarse, donde prime la
solidaridad. En ello, la empresa compite con la familia, el Estado y la religión.

Las relaciones personales en el ámbito empresarial son por lo general ambivalentes; se


mueven entre el antagonismo y la cooperación, el oportunismo y la lealtad, la desconfianza y la
confianza, el individualismo y la solidaridad. Existen también diferencias de identidades
culturales, de valores y de intereses entre grupos, categorías ocupacionales, estratos, etc. Como
bien señala José Luis de Cossío (1998), la cultura organizacional combina una tendencia
integradora (focalizada hacia el consenso) con una tendencia a la diferenciación y la
fragmentación (ver recuadro:” La cultura empresarial”).
LA EMPRESA COMO ENCUENTRO ENTRE LÓGICA DE SISTEMAS Y LÓGICA
DE ACTORES

LÓGICA DE LOS ESPACIO DE ESPACIO DE ESPACIO DE


ACTORES RELACIONES DE RELACIONES DE SOCIALIZACIÓN Y
(sujetos sociales PODER TRABAJO CULTURA
involucrados)
(iniciativas, juego de (relaciones (interiorización de fines y
poder, procesos de toma contractuales y valores, interpretación de
de decisión, liderazgo, jerárquicas; las situaciones vividas;
LÓGICA DE LOS “empoderamiento”) desempeño laboral, constitución de identidades
SISTEMAS (empresa - relaciones colectivas culturales, y códigos éticos)
entorno): de trabajo)

ORIENTACIÓN Desarrollo del liderazgo Orientación de la Consensos, divisiones y


ESTRATÉGICA empresarial; política laboral; ambigüedades en torno a la
planificación estrategia sindical. misión y visión estratégica
(definición de valores, estratégica; Acuerdos y de la empresa;
objetivos y actividades en alianzas y conflictos conflictos centrales perfilamiento de una
un campo de acción principales en torno a las cultura corporativa
global) relaciones de trabajo

REGULACIÓN Regulación de las Regulación de las Política de relaciones


INSTITUCIONAL relaciones de poder por relaciones de trabajo, humanas;
el Estado y la empresa; procedimientos de constitución de la imagen y
(reconocimiento social y fijación de jerarquía y negociación y de legitimidad social de la
jurídico; establecimiento autoridad; juegos de resolución de empresa; confianza
de reglas; manejo poder; políticas conflictos laborales
político) corporativas y gremiales

Definición de roles y Contratación y Valoración del status y de


ORGANIZACIÓN funciones; supervisión del las relaciones humanas en
ADMINISTRATIVA establecimiento de personal; la organización; lazos de
mecanismos de administración de las confianza; percepción de la
(planificación, coordinación y control; relaciones laborales; distancia respeto a la
coordinación y control) juegos de poder en torno reivindicaciones y autoridad; perfilamiento de
a la toma de decisión y conflictos laborales una cultura organizacional
la autonomía en la
organización

Definición del alcance Estructuración del Dinámica de grupos en el


ORGANIZACIÓN de las tareas, de las proceso de trabajo, trabajo; ética laboral y
OPERATIVA responsabilidades y del cooperación y profesional; compromiso
control técnico; resistencia en el con la calidad; identidades
(racionalización de la negociación del poder desempeño laboral culturales en los ámbitos
producción y en las zonas de del trabajo
comercialización; incertidumbre del
optimización del uso de sistema sociotécnico
los factores)

Elaboración: Denis Sulmont


ESTRATEGIA EMPRESARIAL

•  Concepto derivado de la práctica militar: arte de disponer fuerzas y


coordinar acciones para alcanzar un objetivo en una situación de conflicto.
Destaca la interdependencia de las decisiones entre actores y sus expectativas
acerca de la conducta del otro. La diferencia entre estrategia y táctica es relativa.
La primera se sitúa a un nivel más global que la segunda.
•  Puede entenderse como un Plan de acción conscientemente elaborado,
una Pauta de conducta, un Patrón para la toma de decisiones, un Posicionamiento
respecto al entorno, y una Perspectiva cultural e ideológica (los cinco “P” de
Mintzberg 1993).
•  La estrategia empresarial selecciona las actividades, mercados y
competencias esenciales en la que ha de concentrarse la empresa, de acuerdo a
sus Fortalezas y Debilidades, y a las Oportunidades y Amenazas del medio
(FODA). Busca una ventaja competitiva sostenible, una posición donde la
empresa pueda defenderse mejor contra las fuerzas básicas de la competencia o
ejercer influencia sobre ellas para que le sean favorables (Porter 1980).
•  Define las contribuciones económicas y no económicas que la empresa se
propone aportar a los grupos de interés o sectores sociales involucrados:
accionistas, trabajadores empleados, clientes, proveedores, población del entorno
local, etc.

OBJETIVOS ESTRATÉGICOS: Las empresas persiguen múltiples objetivos. Los


objetivos estratégicos son aquellos que afectan la dirección general y la viabilidad de la
organización.

VISIÓN: es la percepción global o imagen de la empresa que sus dirigentes e integrantes


proyectan hacia el futuro a mediano plazo. Se formula generalmente en términos
sintéticos y motivadores, buscando reflejar y reforzar un compromiso. Constituye una
guía para la planificación estratégica y un instrumento fundamental para procesar los
cambios en la empresa

MISIÓN: expresa los objetivos centrales y más perdurables del núcleo estratégico de la
empresa, los alcances de las actividades y negocios de los cuales se hace cargo, las
necesidades que se propone atender, y las principales capacidades que proyecta
consolidar. Proporciona los principios orientadores básicos de la gestión empresarial y
contribuye a movilizar a sus integrantes en torno a objetivos comunes de carácter
estratégicos. Se plasma en la cultura corporativa.

PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA: proceso de evaluación y previsión que define la


visión y la misión de la empresa y las principales líneas de acción y medios requeridos
para alcanzar sus objetivos. La planificación programática, especifica el diseño
organizacional, los programas de acción y la administración de los recursos. La
planificación operativa precisa el modo de organización y ejecución de las tareas y las
metas a corto plazo.

CUATROS PARÁMETROS BÁSICOS DE LA DECISIÓN ESTRATÉGICA


(Andrews 71): 1) estimación de las oportunidades y riesgos actuales y futuros en el
entorno de la empresa; 2) valoración de los recursos materiales, técnicos, financieros y de
dirección de empresa; 3) determinación de los valores personales de los directivos y de la
cultura organizacional; e 4) identificación y aceptación de las responsabilidades sociales
de la empresa.

ACOPLAMIENTO ENTRE ALCANCE DEL NEGOCIO Y COMPETENCIAS


BÁSICAS (Hax y Marluff 97): una visión integrada de la estrategia empresarial. Debe
conciliar dos puntos de vista aparentemente conflictivos: 1) el enfoque de mercado, que
enfatiza el “alcance del negocio”, es decir, los productos ofrecidos, la selección de los
clientes atendidos, y el campo geográfico que pretende abarcar; y 2) el enfoque de los
factores, que enfatiza las “competencias básicas” de la empresa, es decir, los recursos y
capacidades con que cuenta y que sustentan su posición competitiva. El concepto de
misión del negocio expresa el puente entre ambos enfoques.

Elaboración: Denis Sulmont; referencias: Shelling, 1960; Ansoff, 1965; Andrews, 1971;
Porter, 1980; Mintzberg y Brian, 1993; Hax y Marluff, 1997.

LA CULTURA EMPRESARIAL

El concepto de cultura es muy amplio y abarca desde el idioma, las


creencias y los valores hasta las costumbres y los modos de vivir que comparten
determinadas colectividades humanas. Se presta a múltiples definiciones. Las más
pertinentes enfocan la cultura ante todo como un lenguaje, un código que permite a los
actores dar un sentido al mundo donde viven y a sus propias acciones (Levi Strauss). En
otras palabras: un esquema de significados corporeizados en símbolos transmitidos
históricamente, mediante los cuales los seres humanos comunican y desarrollan sus
conocimientos y sus actitudes frente la vida (Geertz). Hofstede, estudioso de las
diferencias culturales en las empresas a nivel internacional, define la cultura como la
programación colectiva de la mente humana que distingue a los miembros de un grupo de
los de otro”.

El concepto de “cultura empresarial” (o cultura “corporativa”, u


“organizacional”) empezó a imponerse en los años 80, bajo el impacto del “milagro
japonés” y del best seller de Peters y Waterman, “En busca de la excelencia” que resaltaba
la importancia de los valores compartidos en las empresas de éxito.

Existen también cantidad de definiciones de la cultura empresarial. La


mayoría de ellas la enfocan ya sea como el conjunto de rasgos culturales (supuestos,
valores, lenguaje, hábitos, rituales, etc.) compartidos por la gente que interactúa en una
organización empresarial, ya sea como la filosofía y los valores promovidos desde la
dirección que guían la política de la empresa hacia los trabajadores, los clientes y demás
sectores involucrados. Algunos asocian la cultura organizacional a las normas o reglas de
juego que surgen a partir de las relaciones de trabajo.

Los estudiosos sobre la cultura empresarial muestran como esta es la


expresión de procesos dinámicos en los que intervienen diferentes identidades y
perspectivas culturales. Para el sociólogo Sainsaulieu, la cultura empresarial traduce la
manera como los miembros pertenecientes a una organización empresarial comparten en
ella los esquemas de significados que corresponden a su identidad nacional, étnica, de
género, generacional, profesional, etc., y a su modo de socialización; como redefinen estos
esquemas y producen nuevas identidades y representaciones culturales colectivas a partir
de su experiencia y aprendizaje en dicha organización empresarial.

El estudioso de administración de negocio en el Perú, José Luis de Cossío


(1999), distingue tres maneras de enfocar la cultura organizacional. La primera focaliza
la “integración”, es decir el consenso; la segunda se fija en la “diferenciación”, es decir la
presencia de subculturas contrapuestas; la tercera subraya la “fragmentación”, el reino de
la ambigüedad. A cada perspectiva corresponde una determinada forma de definir la
cultura. También a cada una corresponde un tipo de organización, una etapa de su
evolución y un nivel jerárquico de sus integrantes (gerentes, jefes intermedios, empleados
y operarios).

Como propone De Cossío, las perspectivas de la integración, diferenciación


y fragmentación no deben ser excluyentes sino convertirse en lentes que hagan posible
captar los diferentes aspectos de la cultura de manera sincrónica y diacrónica. Esta
perspectiva pluralista permite dar cuenta tanto de los puntos de vista de quienes ejercen
un liderazgo cultural, como de los puntos de vista de los sectores subordinados, de las
voces silenciadas y de los ausentes. Nos enseña que no es posible interpretar la dinámica
cultural y menos pretender actuar sobre ella, sin considerar estos diferentes puntos de
vista. Por otro lado, constituye un enfoque de puertas abiertas, no determinista, que
considera la cultura como un proceso de “promulgación”, como dice Karl Weick; eso es,
un proceso construcción subjetiva del mundo en el cual desempeñamos un papel
emprendedor. La propia complejidad y ambigüedad de la realidad social ofrece la
posibilidad de abrir nuevos caminos, de constituir nuevas combinaciones de valores y
prácticas culturales innovadoras buscando responder constantemente a las variaciones del
entorno.

La cultura empresarial constituye un recurso para producir y competir, un capital


social basado en valores y normas de comportamientos recíprocamente beneficiosos, que
contribuyen a incrementar la eficiencia y la creatividad empresarial.

Elaboración: Denis Sulmont

LOS DERECHOS DE PROPIEDAD

Los derechos de propiedad han focalizado la atención de las corrientes ideológicas


neo- liberales y de las teorías recientes en economía. Particularmente la “nueva economía
institucional (Douglass North) y, en el Perú, los trabajos de Hernando de Soto y del
Instituto Libertad y Democracia.

Un punto de partida de nueva economía institucional para sustentar los "derechos


de propiedad" lo constituye el "costo de transacción" desarrollado por Ronald Coase en
su “teoría de la firma” (1937). El argumento es el siguiente: el mejor resultado social
proviene de una economía donde las decisiones sobre la asignación de los recursos escasos
son tomadas en el marco de intercambios voluntarios y contractuales entre todos los
agentes económicos. Pero el funcionamiento de un mercado es costoso ya que negociar
cuesta información y tiempo. En una economía compleja, los costos de transacción se
incrementan. El mercado se vuelve más oneroso que otras formas de regulación
institucional. Es allí donde aparece el rol de la empresa: sustituye al mercado para producir
ciertas transacciones cuyos costos serían demasiado elevados si se recurriera al
intercambio puro.

El enfoque neoliberal de los derechos de propiedad considera que, junto con la


empresa privada, el intercambio en el mercado es el mecanismo de repartición de los
recursos más eficiente. Pero, para que este mercado funcione, las partes que intervienen
en él deben tener un derecho de propiedad preciso, exclusivo y libremente transferible
sobre lo que intercambian.

Otra tesis importante es la que establece una relación de causa-efecto entre la


precisión de los derechos de propiedad y el crecimiento. No basta que existan
oportunidades en el mercado; es necesario que el mayor número posible de agentes
económicos estén suficientemente interesados para aprovechar de ellas. ¿De qué depende
ello? De la estructura de derechos de propiedad que determina de qué manera se efectúa
el reparto de los beneficios obtenidos por la iniciativa de los innovadores. Una sociedad
será más "innovadora" y orientada hacia el crecimiento, en cuanto defina de manera más
clara los derechos de exclusividad de cada uno, asegurando su protección efectiva,
reduciendo el grado de incertidumbre sobre las posibilidades de apropiarse las ganancias
derivadas de sus iniciativas. Y los individuos, al estar motivados, orientarán sus energías
hacia la innovación, contribuyendo al crecimiento de toda la sociedad. La delimitación de
la propiedad constituye por lo tanto el resorte del desarrollo histórico del capitalismo.

La crisis de los modelos socialistas reforzó la idea que la consolidación de los


derechos de propiedad fomenta la iniciativa y responsabilidad empresarial y es condición
de eficiencia económica. Existe un amplio consenso hoy día en este sentido. Sigue
pendiente, sin embargo, el problema planteado por la desigualdad social y la exclusión.
El mismo enfoque liberal intenta ofrecer algunas respuestas a dicho problema. Hernando
de Soto (1984) propone reforzar las iniciativas económicas de los sectores pobres,
facilitando la formalización de sus negocios informales y la titulación de sus bienes raíces
(tierra, casa). Otros, ponen el énfasis el acceso al crédito.

Desde una perspectiva distinta como la del “desarrollo humano” de Amartya


Sen y del PNUD, los derechos de propiedad consolidados y el acceso al crédito, junto con
los derechos políticos, la educación, la salud y la autoestima, son fundamentales para
reforzar las capacidades de “hacer” de la gente, y constituyen un aspecto importante a
tomar en cuenta en la lucha contra la pobreza, las desigualdades y la exclusión.

Elaboración: Denis Sulmont; Referencia: Lepage, H. (1990) Demian le capitalismo,


Hachette, Paris.

LAS EXTERNALIDADES

Las externalidades, designan todas las consecuencias (costos o beneficios) para un


agente que resultan de las acciones de otro agente, y que no son tomadas en cuenta en los
cálculos de decisión de este último (Pigou, 1920). Por ejemplo, la contaminación del aire
o del agua que tiene un costo para una comunidad, pero que no es considerado como costo
por la empresa que la produce, constituye una externalidad causada por dicha empresa.
Las externalidades se explican porque el derecho de propiedad sobre determinados bienes
-como el agua limpia, un ambiente sin ruido, la belleza de un paisaje- es difuso y porque
dichos bienes no se prestan a ser objetos de transacciones en un mercado (el acceso a la
información, los tramites contractuales, etc. representarían un alto costo para cualquier
agente aislado). Por ello, la presencia de externalidades justifica la acción reguladora de
una entidad pública, así como el sentido de “responsabilidad social” de los agentes
particulares que las causan.

El concepto de externalidad puede ser enfocado en una perspectiva sociológica,


como los efectos no deseados de los intercambios del mercado sobre la estructura social
(la desigualdad social como resultado del intercambio económico fundado en el
intercambio igualitario). Las externalidades económicas traducen una discontinuidad
entre lo privado y lo público; y las externalidades sociales un desajuste entre la lógica
económica y social (Rosanvallon, 1981: 60)

Los teóricos liberales han tratado de dar la vuelta a la teoría de las externalidades,
desarrollando el concepto de “internalidad” (Wolf, 1979). La internalidad es definida
como el costo no considerado en la toma de decisión de políticas de regulación social, que
acarrean las perturbaciones provocadas por los burócratas de los organismos públicos
cuando pretenden resolver las fallas del mercado. Dichos teóricos no niegan las fallas del
mercado, pero sugieren que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Proponen
comparar los costos-beneficios que implica la intervención o no de un organismo público
para resolver dichas fallas.

Elaboración: Denis Sulmont. Referencias: Rosanvallon.


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