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Cuento con moraleja: Piel de oso

Érase una vez, un joven campesino que se encontraba extraviado en medio de


un bosque. Después de mucho caminar, el jovenzuelo se encontró a orillas de
un río con un duende muy simpático.

“Buen día, joven. Si matas a ese oso detrás de ti, no quedará duda de lo
valiente que eres” le dijo el duendecillo y señaló hacia unos arbustos donde se
escondía un oso aterrador. El joven, sin dudarlo, mató a la bestia rápidamente
y regresó hacia el duende. “Ahora debes llevar esa piel durante tres años. Si no
te la quitas en ese tiempo, te regalaré un morral lleno de oro que nunca podrá
quedar vacío”.

El campesino aceptó sin dudarlo, y se marchó del lugar disfrazado de oso. Sin
embargo, en todos los lugares que visitaba era rechazado, y los hombres
salían armados a su encuentro y le espantaban con pedradas. De tanto huir
espantado, el joven campesino disfrazado de oso logró hallar refugio en la
choza de Ilse, una muchacha radiante y bella que tuvo compasión del oso y le
protegió desde entonces.

“¿Quieres casarte conmigo, hermosa Ilse?” le preguntó un buen día Piel de


Oso, porque así le llamaban al campesino. “Estaré encantada de ser tu esposa,
pues tú necesitas de alguien que te cuide” le respondió la dulce muchacha sin
pensarlo. Desde ese momento, Piel de Oso deseaba que el tiempo pasara
volando, para poder quitarse el disfraz y cumplir así su promesa al duende.

Transcurridos tres años, el muchacho salió en busca del duende para obtener
su recompensa. “Qué bueno es saber que no has fallado a tu parte del trato,
jovenzuelo” exclamó el duendecillo al verle y le mostró a Piel de Oso un morral
lleno de pepitas de oro. “Aquí tienes lo prometido, un morral que siempre
estará lleno de oro”.

El muchacho, con una alegría inmensa, regresó a casa de su amada Ilse, la cual
se encontraba llorando desconsolada la pérdida de su prometido Piel de Oso.
Al ver al campesino entrar en su choza no le reconoció, y cuando este le pidió
casarse con ella, la hermosa Ilse se negó completamente, pues sólo se casaría
con su amado Piel de Oso.

“¿Acaso no reconoces el amor en mis ojos, querida Ilse?” preguntó el joven, y


fue entonces cuando se abrazaron profundamente y decidieron casarse en el
instante. Desde entonces, vivieron felices y repartieron el oro entre los más
pobres.

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