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Caso I: Juan

Juan concurre a una escuela primaria en el barrio de Lugano perteneciente al Gobierno de la


Ciudad de Bs. As. El alumno tiene 9 años de E.C. cursa actualmente 3° grado en la misma escuela.
En lo referente a su historia escolar Juan no realizó Jardín solo Preescolar, ingreso a 1° grado
presentando reiteradas inasistencias porque ayudaba a su familia en el sustento de la misma
(limpiaba vidrios y juntaba cartones junto a su padre). En 2° grado decidieron su repitencia por no
cumplir con los contenidos mínimos del grado y fue derivado al E.O.E. por presentar, según lo
expresado por la maestra, problemas de aprendizaje.
Actualmente cursa 3° grado y se está evaluando la posibilidad de derivación a una escuela de
recuperación.
Juan se encuentra en proceso de alfabetización, logra escribir palabras en forma convencional
pero aún no estructura oraciones. En el área lógico matemática conoce el universo numérico hasta
el 1000, presenta dificultad en la escritura y lectura de los mismos en el cambio de decena. Realiza
operaciones de adición y sustracción de tres cifras. Logra resolver situaciones problemáticas sencillas
en forma mental pero sin usar los algoritmos convencionales.
Respecto a los aspectos conductuales Juan se muestra como un niño inseguro, retraído y se
vincula en algunos momentos de manera agresiva en respuesta a las expresiones realizadas por la
docente, tales como “vos sos siempre el mismo”, “tus padres nunca vienen cuando se los cita”,
“quedate en el recreo, porque sos lento, para copiar”.

Caso II: Los que no aprendían


Experiencias pedagógicas: voces y miradas. Autora: Élida Pasalagua
¿Qué hacemos? Es lo que nos preguntábamos con mis compañeras cuando estos alumnos no
lograban los resultados esperados. Siempre se decía “la conducta”, sin preguntarnos a qué se debía.
Claro, teníamos tantos alumnos que ellos quedaban a un costado, “no quieren, no les interesa,
molestan, pegan”, y…. ahí quedaban. Esa era nuestra respuesta.
Cuando Elena, la directora, que en las reuniones de ciclo nos mostraba las estadísticas y nos
pedía acciones para revertir esto nos propuso realizar talleres para estos alumnos con adaptaciones
curriculares y de tiempo, personalmente me pareció un desafío porque mi vinculación con ellos era
de contención, sin tiempo para el aprendizaje.
Comencé a trabajar con un grupo de alumnos con serios problemas de conducta, que no lograban
su alfabetización inicial y con sobreedad, los agrupé de a tres. El primer grupo con el que trabajé
estaba formado por Leandro, Víctor y Patricia. Me presenté, ya que yo no era su maestra y les
expliqué que los iba a ayudar en sus aprendizajes dos veces por semana.
Ansiosa preparé el primer encuentro. Les dije: “Voy a contarles un cuento”. “¡No!”, me gritó
Víctor bastante inquieto mientras Leandro jugaba con un autito y Patricia estaba tirada en la silla
sosteniendo su cabeza con sus manos con una mirada lejana y triste (Patricia tuvo desnutrición y es
huérfana de padres).
Pensé: “¿qué estoy haciendo?”, entonces cerré el libro y les pregunté qué les gustaría hacer.
Leandro y Víctor me contestaron que querían jugar y Patricia seguía sin hablar. Leandro sacó de su
mochila unos juguetes que había traído y se tiró al piso con Víctor a jugar. Víctor, mientras jugaba,
dijo: “Seño, está rebueno esto de venir a jugar, ¿cuándo volvemos?”.
Patricia seguía callada. Era emocionante observar a esos chicos maleducados, insoportables,
terribles y tantas cosas más con las que se los etiquetaba, jugar con tanta alegría. Simplemente
querían —quieren— ser niños y alejarse por un momento de su realidad (ambos son unos de los
tantos niños cartoneros que salen a la tardecita a tomar el tren y vuelven casi a la mañana). Patricia
seguía impenetrable.
En el segundo encuentro Leandro colocó los juguetes sobre la mesa invitando a sus dos
compañeros a jugar. Les propuse hacer una lista con los nombres de los juguetes y preparar carteles
para colgarlos. Buscaba una producción colectiva. Los dos niños participaban entusiasmados pero
Patricia no lo lograba. Sorpresivamente ella intervino para decir que se había omitido una letra en
uno de los nombres. Les propuse inventar historias para cada uno de los juguetes. Acordamos que
nuestras clases se iban a dividir en dos partes, una para jugar y otra para estudiar.
En los encuentros siguientes nos abocamos a la escritura de esas historias y a su lectura.
Trabajábamos en la elaboración de planes de escritura con sus borradores que eran revisados y
corregidos por los tres niños. Estas historias fueron publicadas en el primer libro de cuentos de la
escuela. Sus producciones tenían un destinatario real. Y ellos podían.
Al comienzo de los talleres no hicimos nada de lo planificado, tuve que rever las actividades y los
contenidos. Me di cuenta de que ellos necesitaban otra cosa: amor, afecto, paciencia, estimulación,
reconocimiento y valoración de sus producciones.
Lograron su alfabetización y la posibilidad de estar con otros de su misma edad. Se continúa su
seguimiento con los nuevos docentes para seguir acompañándolos en sus aprendizajes.
Creo que me dieron una lección.

1. ¿Qué relación podemos establecer entre los relatos y el fracaso escolar? ¿Qué
concepción podemos percibir sobre el fracaso escolar?
2. ¿Cuál fue la acción del docente en ambos casos?
3. ¿Qué otras acciones desde el ejercicio docente se les podría ocurrir para cada una de
las situaciones?

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